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8.10.17

Lo que no se dice sobre la falsa toma de Pando

Como cada 8 de octubre, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) - Tupamaros volvió hoy a celebrar la llamada "Toma de Pando", ocurrida en 1969.
Esta vez lo hizo difundiendo en redes sociales un artículo de Julio Marenales, fiel reflejo de la historia oficial de la guerrilla.
Marenales titula su nota como "la toma de Pando" y en su interior habla del "copamiento de la ciudad de Pando". En realidad, ninguna de las dos cosas existió.
Uno de los primeros tupamaros, Aníbal de Lucía, con más sinceridad que los redactores del mítico relato rosa del MLN, ha puesto en sus justos términos lo que fue la acción de Pando: una serie de asaltos simultáneos.
Lo dice en el libro Historias tupamaras:

"El MLN no tomó Pando. Lo que hizo fue ir a la comisaría, a los bomberos, a dos bancos y a la central telefónica, pero cuando vos tomás un pueblo de verdad, te quedás con todo el pueblo, cerrás la entrada y lo mantenés una hora, dos horas, tres horas, lo que te dé la nafta. Pero lo que hicimos nosotros no fue tomar Pando. Tomar Pando es quedarse con Pando, aunque sea por quince minutos. Ser el dueño. Y cuando viene el Ejército, decís, bueno, tenemos tomado esto, vamos a hablar. Pero lo que ocurrió fue mucho menos que eso".

Toma de Pando, MLN, tupamarosEse "mucho menos" real, sin embargo, tuvo un altísimo costo de vidas: cinco muertos.
Marenales, en su artículo, solo recuerda los nombres de los tres jóvenes tupamaros que perdieron la vida en la operación: Alfredo Cultelli, Jorge Salerno y Ricardo Zabalza.
A Carlos Burgueño, un uruguayo cualquiera, que murió baleado por estar en las calles de Pando cuando lo sorprendieron los asaltos tupamaros y la obligada respuesta policial, Marenales no lo nombra. No escribe su nombre ni su apellido, como si no valiera la pena, como si el hombre no hubiera tenido padres, esposa y e hijos, como si su vida hubiera valido menos que las de Cultelli, Salerno y Zabalza.
Para el MLN hay muertos de primera y muertos de segunda.
Burgueño, Marenales, el pobre hombre se llamaba Burgueño.
Marenales apenas alude a su muerte diciendo que durante la operación "hay un enfrentamiento con heridos y un muerto por parte de la Policía".
La muerte de Burgueño fue objeto de versiones contradictorias. Lo que es seguro es que lo mató una bala perdida. Marenales le achaca la muerte a la policía. Pero -incluso suponiendo que así haya sido- Marenales se saltea por completo el hecho de que Burgueño nunca habría muerto si los tupamaros no hubieran ido a Pando aquel día.
Qué facilidad tienen los líderes del MLN para no asumir sus responsabilidades.
No es algo nuevo. Como también consta en Historias tupamaras, en su biografía escrita por Miguel Ángel Campondónico, Mujica se explaya tres páginas sobre los errores que su organización habría cometido en Pando sin nombrar siquiera a Burgueño, ni dedicar una sola palabra a su muerte gratuita.
¡Tres páginas hablando de errores y ni una palabra sobre la muerte de un inocente!
En Pando, además, hubo un quinto muerto: el sargento de la policía Enrique Fernández Díaz, herido por los tupamaros y fallecido tras varios días de agonía. A él, Marenales no refiere ni siquiera en forma anónima como hace con Burgueño. Es como si no hubiera existido, como si no hubiera muerto, como si los tupamaros no hubieran matado, como si los muertos de Pando hubieran sido cuatro y no cinco. 
Para el MLN hay muertos de primera, de segunda y también de tercera.
Reescribir la historia. Moverla. Contarla a piacere. Especialidad de la casa.
Una pequeña muestra adicional: en su artículo, Marenales insiste con una de sus afirmaciones preferidas: "el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros nunca fue una guerrilla". Era solo un grupo político que "realizaba operaciones de pertrechamiento y de propaganda armada".
Debería explicarle su punto de vista a las familias de las decenas de muertos que dejó el accionar de ese grupo de buenos muchachos dedicado apenas al pertrechamiento y la propaganda.
Siguiendo el razonamiento de Marenales, la jornada de Pando fue simplemente un acto propagandístico.
Una acción publicitaria que le costó la vida a cinco personas.

11.8.15

Media hora en la conferencia de Amodio

Estuve treinta minutos en la conferencia de prensa de Amodio Pérez en el hotel Sheraton. No pude quedarme hasta el final, porque con mucha antelación había comprometido mi presencia en una mesa redonda de periodistas que han escrito sobre casos policiales, a propósito de mi libro Liberaij.
Lo que vi, de todos modos, merece ser contado.
Amodio Pérez apareció rapado y con una voluminosa y pesada pila de libros y carpetas. Antes de permitir que le hicieran preguntas anunció que diría unas palabras.
Comenzó a hablar de 1972 como si hubiera sido congelado en aquel año y lo hubieran descongelado unos minutos antes, en la cocina del Sheraton.
Amodio Pérez, Historias tupamaras
Amodio llega a la conferencia. Foto: Matilde Campodónico
Era difícil seguir el hilo de sus argumentaciones. Hablaba de asuntos y cosas perdidas en la memoria colectiva hace décadas, sin darse cuenta que nadie entendía nada. Nombraba con tal familiaridad al "plan Hipopótamo", uno de los tantos delirios tupamaros olvidados, como si fuera el "plan Ceibal" y todo el mundo lo tuviera presente y comprendiera de qué estaba hablando.
Mientras estuve dijo un par de cosas interesantes. Relató que el máximo líder guerrillero Raúl Sendic dormía cada noche en un local distinto de la organización, para escapar de sus perseguidores. Y allí donde recalaba, dijo, tenía "cama caliente": el derecho a tener relaciones sexuales con las mujeres de la organización que allí tuvieran la suerte o la desdicha de estar.
No sé si la denuncia es verdadera, pero el dato guarda cierta coincidencia con otros testimonios recientes, como el Cristina Cabrera, que en el libro Las rehenas cuenta sobre su vida dentro del MLN:
"A eso sumale el machismo, porque siendo esposa de alguien estabas a salvo, pero mujer sola y clandestina era lo peor que te podía pasar, porque eras un ser despreciable o tenías que estar dispuesta a ver con quién te ibas a acostar para sobrevivir. Fue tan duro que tuve ganas de suicidarme...Me fui a Kibón a pegarme un tiro pero no pude. Así era el estado de desconcierto que tenía".
Lo otro que me llamó su atención es que dijo que las armas que le robaron a la Armada, en una de las más glorificadas acciones de la guerrilla, nunca les sirvieron para nada porque no sabían usarlas y porque les resultaban muy pesadas para cargarlas en sus operaciones.
Sería gracioso si tanto delirio e irresponsabilidad no hubiera costado tanto dolor propio y ajeno, y no hubiera tenido consecuencias trágicas que seguimos pagando hasta hoy.
En 1961 el Che Guevara dijo en Montevideo que en Uruguay no había que hacer la revolución. Apeló a varios argumentos. Afirmó que la democracia uruguaya era única en América y que aquí existía "la posibilidad de avanzar por cauces democráticos", "sin derramamiento de sangre". 
También lanzó una advertencia profética: "Cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.
Los líderes tupamaros no le hicieron caso al Che. Robando armas que muchos de sus reclutas no sabían usar y basándose en cálculos políticos de ciencia ficción, iniciaron una revolución que llevó a miles de jóvenes a la cárcel, la tortura y la muerte. Amodio Pérez es tan responsable de ello como el resto de los conductores históricos del MLN.
El divorcio recién comenzó en 1972, una vez que llegó la inevitable derrota y todos cayeron presos. A Amodio lo acusan múltiples testimonios de delatar a compañeros y colaborar con los militares para apresarlos. Él lo niega y acusa a otros delatores, algunos de los cuales hoy la van de héroes. Sin embargo, no ha logrado dar una explicación convincente de por qué fue el único líder tupamaro al cual los militares permitieron dejar el país sin castigo, junto a su compañera, con una nueva identidad y la vida entera por vivir en Europa.
Amodio tuvo suerte: aterrizó en una España que pronto, en 1976, comenzaría a recuperar la democracia y florecer en todos los órdenes. Uruguay, en cambio, vivió sumergido hasta 1985 en el caldo podrido que su organización ayudó a cocinar. Y estamos en 2015 y la digestión todavía no termina.
Amodio llevaba hablando más de media hora y el momento de las preguntas ni siquiera había comenzado. Como dije, yo no podía quedarme más tiempo.
Cuando me iba rumbo a la mesa redonda sobre casos policiales para hablar de otros hombres de armas tomar, vi llegar a una periodista, conocida por muy aguerrida y seguidora de estos temas. Salía del ascensor del piso 25 del Sheraton muy acelerada, agitada y a las corridas.
Los presentes me contaron luego que fue ella la que, desafiante, le comunicó al hombre congelado en 1972, el mito de Walt Disney hecho realidad, que estaba citado por la justicia y pronto sería trasladado a los juzgados para ser interrogado.
Era verdad.
En eso anda el hombre desde entonces. No pudo dar las entrevistas que tenía pactadas. No pudo tomarse el avión de regreso a España que tenía programado. Quizás quede preso.
Debería haberlo previsto. El Che Guevara se lo advirtió en 1961: cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último.
Todavía siguen.

6.8.15

Otra historia épica de los tupamaros

El libro de Amodio Pérez (Palabra de Amodio) de Jorge L. Marius está estructurado en tres partes.
En el primer tercio Marius cuenta la historia del MLN-Tupamaros. Para hacerlo se basa en algunas de las versiones ya conocidas, pero en forma fundamental incorpora el punto de vista de Amodio Pérez. Se puede decir que esa primera parte del libro es la historia del MLN tal como la contaría hoy Amodio.
Amodio Pérez, tupamaros, MLN, milicos y tupas, historias tupamaras
El segundo tercio del libro lo constituye una larga entrevista de Marius al exguerrillero, acusado de traidor por sus ex compañeros. El autor lo interroga sobre temas de la historia del MLN y le pide su opinión sobre los tupamaros más notorios: Mujica, Fernández Huidobro, Zabalza, Engler, Rosencof, etc.
Por último, el libro se cierra con un apéndice documental donde la pieza principal es la historia del MLN que Amodio escribió en 1972.
El efecto general es algo redundante. En líneas generales, podría decirse que OTRA historia épica del MLN, un movimiento que fracasó porque Sendic, Fernández Huidobro y otros no supieron escuchar sus consejos, lineamientos y advertencias.
No hay en el libro una autocrítica seria sobre los efectos que tuvo para la historia del Uruguay y para la vida de los uruguayos (¡hasta hoy!) la decisión tomada en 1963 de alzarse en armas contra la la democracia uruguaya de los años 60, a pesar de que les aconsejó que no lo hicieran.
Amodio no dice estar arrepentido al respecto.
Un ejemplo de esta falta de reflexión sobre las consecuencias de la violencia política es cuando Marius analiza, con la óptica de Amodio Pérez, la toma de Pando, una acción de 1969 que le costó la vida a cinco personas -tres guerrilleros, un policía y un civil- pero que los tupamaros todavía festejan.
En el libro se critica que la dirección del MLN priorizara el efecto de "marketing" del golpe por sobre su seguridad militar: por eso se decidió usar coches fúnebres en lugar de vehículos preparados y veloces.
Más de dos páginas del libro se van en este asunto: con autos veloces -que por supuesto Amodio aconsejó usar- se podrían haber evitado las muertes de los tres tupamaros que cayeron en la operación.
Sin embargo, ni Marius ni Amodio dedican una sola línea a Carlos Burgueño, un ciudadano inocente que había salido de su casa para inscribir en el Registro Civil a a su hijo recién nacido y murió por el tiroteo generado entre policías y tupamaros. Es decir: murió en vano porque el MLN decidió tomar Pando, con marketing o sin marketing, con seguridad militar o sin ella. Lo mató la violencia política, de la cual Amodio es tan responsable como los otros líderes del MLN con los que hoy se enfrenta.
Vale la pena recordar que José Mujica, en la biografía Mujica escrita por el periodista Miguel Ángel Campodónico, también se explaya a lo largo de tres páginas sobre los errores que él cree que se cometieron en Pando y tampoco siquiera menciona a Burgueño.
Podemos concluir que si se sentaran a discutir Mujica y Amodio sobre la toma de Pando, estarían horas hablando de errores tácticos y militares y no dirían una palabra sobre el inocente que perdió la vida por culpa de la aventura en la que embarcaron al país entero.

***

Lo mismo que en los relatos oficiales del MLN, Marius mitifica acciones del MLN que en realidad fueron más patéticas que heroicas. Así por ejemplo se destaca la toma del aeropuerto de Paysandú.
Se ignora, en beneficio de seguir mitificando a los tupamaros, el testimonio de Aníbal de Lucía en el libro Historias tupamaras:
"El aeropuerto de Paysandú lo tomé yo. Había un milico, su mujer y su nenita, solos en el medio del campo. El otro milico de la guardia se había ido al estadio porque esa noche jugaban Salto y Paysandú. El pueblo estaba vacío. Esa fue la gran toma del aeropuerto de Paysandú. ¡Ahí declaramos la guerra!"

***
Amodio dice que comenzó a hacer la autocrítica  de su pasado guerrillero en 1997. Para los 18 años que han pasado el resultado parece escaso.
Sin embargo, al menos reconoce que fue un horror el haber reinstaurado la pena de muerte en el Uruguay, un demérito que el MLN comparte con el fascista Escuadrón de la Muerte y que hoy casi nadie se atreve a recordar.
Dice Amodio al respecto: "Creímos que por poner nuestras vidas al servicio de una causa que creíamos justa teníamos derecho a disponer de las vidas de los que valorábamos como enemigos y eso nos llevó a no valorar la vida de nadie, ni tan siquiera las de nuestros propios compañeros. Eso es para mí uno de los mayores horrores, con h y con o, que hemos cometido".
Lamentablemente, no se profundiza en el tema. El libro elude referirse la mayor parte de las víctimas del MLN. Se dice, por ejemplo, que las armas se conseguían por "expropiaciones". Se omite relatar todos los policías y hasta coleccionistas de armas que fueron asesinados para robarles un revólver o una pistola vieja.

***
Amodio desliza datos que dejan mal parados a todos los próceres tupamaros y también a varios políticos, entre ellos a Wilson Ferreira a quien pinta como un golpista desesperado por llegar al poder.
Algunas de las historias que cuenta ya eran conocidas, otras no. Algunas tienen más sustento que otras.
A Sendic lo retrata como un líder torpe y belicista. Lo hace responsable indirecto del asesinato de los cuatro soldados del jeep.
A Rosencof y Engler los acusa de haber integrado la dirección del MLN que ordenó ejecutar a Roque Arteche y a Pascasio Báez.
A Fernández Huidobro lo acusa de haber delatado ante los militares cuáles eran los tupamaros que habían cometido delitos de sangre.
Sin embargo, sus acusaciones flaquean y su relato todo pierde credibilidad al no lograr explicar en forma convincente las acusaciones que pesan sobre sí mismo. Sobre las desaparecidas libras de Mailhos reconoce que las escondió, pero no tiene una explicación cierta sobre su desaparición.
Sobre las acusaciones de traición que le pesan dice que son una leyenda negra urdida por sus enemigos dentro de la organización. Quien de verdad delató a todo el mundo fue Píriz Budes, señala una y otra vez.
Píriz Budes es el Amodio Pérez de Amodio Pérez.
Sobre la acusación de que salía a la calle junto a unidades militares para ayudar a detener a otros tupamaros, afirma que  lo confundían con Donato Marrero y Rodolfo Wolf, que eran de físico parecido.
Sobre lo que se ha relatado en este blog, que ayudó a apresar a Enrique Rodríguez Larreta en el cine Arizona, sostiene que no puede ser, ya que ni siquiera conocía a Rodríguez Larreta, que militaba en otro grupo político. (Pero en otro lugar del libro, sin embargo, admite que Rodríguez Larreta sí integró el MLN y cuenta que lo tuvieron cinco días secuestrado en medio de una pugna interna. Tal parece que lo conocía...)
En definitiva, insiste, él no delató a nadie; solo se limitó a ordenar información que los militares ya tenían y a "asesorarlos".
No queda claro, entonces, por qué fue el único tupamaro al que se le permitió salir casi inmediatamente del país, con su pareja, con una nueva identidad, para recomenzar una nueva vida libre de toda carga en la dorada Europa.
¿Tanta generosidad a cambio de casi nada?

18.12.14

El diálogo: contra las medias verdades

El diálogo (Argentina, 2013) es una película sencilla, valiente y necesaria. Como anuncia el título, se trata de una conversación entre dos personas: Graciela Fernández Meijide y Héctor Ricardo Leis.
Son dos veteranos (al momento de la filmación ella tiene 82, él 70) que dialogan sobre la violencia política en Argentina en los años 60 y 70. A veces charlan sobre la base de fotos y películas que ven en una computadora. La cámara los muestra a ellos e intercala imágenes de archivo o tomas de valor más bien simbólico.
El diálogo, Montoneros, Fernández Meijide, Héctor Leis, Mujica
Son dos voces autorizadas para hablar de aquellos años. Graciela Fernández Meijide fue activista destacada en la lucha por los derechos humanos durante la dictadura y formó parte de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Uno de sus hijos, Pablo, fue secuestrado y desaparecido por fuerzas de la represión.
Leis, mientras tanto, fue militante comunista y peronista en los 60. Tras un pasaje por la cárcel en 1973, integró la organización armada Montoneros hasta que se exilió en Brasil en 1977. Profesor de ciencias políticas, con una maestría en filosofía, se jubiló como docente de la Universidad Federal de Santa Catarina.
Se nota que ambos meditaron mucho sobre su época y sus propios actos. Ya no ven todo en blanco y negro.
“La conducción de Montoneros era muy pobre intelectualmente y con casi ninguna capacidad para entender la realidad”, dice Leis y nos remite a tantas guerrillas sudamericanas que se embarcaron en aventuras violentistas creyendo –en forma equivocada- que el pueblo correría en su apoyo.
El motor de los  Montoneros –continúa- “no era solo militarismo, era aventura también, era una cosa de fascinación con la violencia. La violencia es una droga, literalmente. La violencia seduce: ir con un arma, tirotearse, imagino lo que será torturar, matar en gran escala con una bomba atómica. La violencia seduce y, cuanto más se la practica, más seduce”.
Eso, dice, explica muchos actos de la guerrilla y de los militares.
Meijide cuenta haber visto documentos de Estados Unidos sugiriendo a los militares que llevaran a juicio a sus detenidos. Reflexiona que si Videla y compañía hubieran hecho caso a esa sugerencia, los organismos de derechos humanos habrían tenido dificultades para defender a gente involucrada en hechos de sangre. Pero, inmersos en el espiral de violencia y muerte, los militares prefirieron seguir matando, yendo incluso contra su propia conveniencia.
Leis pone el foco en un tema que es tabú, en Uruguay también. La responsabilidad de los jefes guerrilleros que reclutaron jóvenes y adolescentes y los enviaron a la tortura y a la muerte. “Había un incentivo al heroísmo que era un incentivo a la muerte, esto hay que decirlo bien”, afirma. “Cuando alguien te manda al muere y otro te mata, ¿de quién es la responsabilidad, decime? Es compartida”. (Una pregunta y una respuesta que el extupamaro Luis Nieto comparte en Historias tupamaras).
Leis llora cuando recuerda a chicos menores que él, a los que intentó convencer de que dejaran Montoneros, hoy muertos o desaparecidos. Fernández Meijide llora al recordar cómo se sentía una paria, sin derecho alguno, cuando golpeaba puertas buscando un dato sobre su hijo Pablo, seguramente ya asesinado.
Los dos coinciden en que nadie cuenta la verdad sobre aquellos años. En un momento ven un discurso del presidente uruguayo José Mujica, otro protagonista de esa época, pidiendo no trasladar a los jóvenes de hoy “la mochila” de frustración de los viejos combatientes. Leis se muestra de acuerdo, pero se permite agregar que falta contar muchas verdades para que eso sea posible: “Primero tenemos que entender lo que pasó”.
Cuando termina el documental, Graciela Fernández lleva a Leis en una silla de ruedas. Padecía una enfermedad terminal cuando se filmó la película. Murió en setiembre de 2014. Sus palabras en El diálogo son un legado que vale oro.


Publicado en la edición de noviembre de 2014 de la revista Bla.


El diálogo. Dirección: Pablo Racioppi y Carolina Azzi. Idea original y producción: Pablo Avelutto. 


12.7.13

Amodio Pérez: un hombre detenido en el tiempo

Lo primero que me viene a la mente tras leer la entrevista a Amodio Pérez es felicitar a Gabriel Pereyra por haber perseguido esta noticia y haber luchado hasta conseguir la entrevista. Empezó la carrera en último lugar y terminó primero. La mayoría de los colegas han guardado silencio al respecto. La envidia que reina en el pequeño mundo del periodismo uruguayo es bien conocida, y una vez más ha quedado en evidencia.
Lo segundo que me viene a la mente es felicitar a Ricardo Peirano por tener a Gabriel Pereyra al frente de la redacción de su diario, un periodista de raza y no un funcionario o un militante. Por eso les ganó a otros que trabajan con lógicas que no son la de la noticia ni la del interés público.
Respecto a la entrevista en sí, se ha hablado mucho de Amodio Pérez en estos años, casi siempre para señalar que su traición fue la razón principal de la derrota tupamara. Ese es uno de los mitos que rebato en mi libro Historias tupamaras.

Historias tupamarasEs mentira que la guerrilla fue derrotada por la traición de Amodio (o la de Píriz Budes o por cualquier otra causa ajena a sí misma, como sostiene su historia oficial). La realidad es que el MLN perdió porque todo su accionar se basó en premisas que resultaron ser equivocadas del modo más absoluto. Los líderes tupamaros creían y le hicieron crear a miles de muchachos (y lo dejaron por escrito), que la acción armada haría que el pueblo se levantara en armas. Error. Sostenían que el Ejército se dividiría. Error. Que la gente del campo se sumaría a la lucha. Error. Nada de lo que aseguraban que iba a ocurrir, ocurrió. Error, error, error. Por eso perdieron.
Hoy resulta increíble que gente que cometió equivocaciones políticas tan gruesas –que costaron tantas vidas y tanto sufrimiento- siga dando cátedra.
Todos los líderes tupamaros son responsables de haber montado una guerrilla basada en elucubraciones delirantes carentes del menor fundamento. Paradoja: Amodio Pérez también.
Leí toda la entrevista. Lo que veo en ella es a un hombre detenido en el tiempo, que no ha hecho un análisis profundo de lo ocurrido, mucho menos una autocrítica. Amodio Pérez sigue repitiendo la misma letanía tupamara. La democracia no servía. Como si la guerrilla hubiera nacido en 1972 y no en 1963. Justifica la pena de muerte que él y los otros líderes tupamaros, junto con los fascistas del escuadrón de la muerte, reinstauraron en un país que la había abolido con orgullo en 1907.
En mis libros -Historias tupamaras y Milicos y tupas, entrevisté a protagonistas del pasado reciente capaces de salirse de los clichés y las historias oficiales. Amodio Pérez, por lo que leo, no es uno de ellos. El único objetivo que parece tener su reaparición es lavar su imagen, tratar de convencernos de que él no fue un traidor ni se quedó con las libras de Mailhos, como sospecha Luis Nieto en Historias tupamaras.
Pero en ninguno de estos dos puntos logra ser mínimamente convincente.
Su historia respecto a cómo se perdieron las libras de oro robadas por los tupamaros es inverosímil, casi pueril.
Pero menos creíble todavía son sus intentos de explicar cómo y por qué los militares lo enviaron a Europa sin estar más que unos días detenido.
En este punto, Amodio no logra ser convincente ante Gabriel Pereyra. En el mejor momento de la entrevista, Amodio Pérez ensaya una y otra vez una explicación, pero el periodista insiste y repregunta: ¿cómo es posible que los militares le dieran un privilegio que solo a él le dieron, el de partir a Europa y comenzar una nueva vida? ¿Qué dio a cambio?
Sus respuestas en ese punto no son verosímiles.
Y si miente en esto, ¿dirá la verdad en el resto?

el.informante.blog@gmail.com

22.5.13

Amodio en el cine Arizona

Finalmente El Observador ha dado por buena la identidad de quien ha estado dirigiendo cartas a los medios de comunicación afirmando ser Amodio Pérez.
Las fotos que el corresponsal ha enviado como prueba de su identidad, en efecto, se parecen mucho al  rostro conocido del ex líder tupamaro, cuando era joven. Algunos de sus ex compañeros más famosos o representativos, como Marenales y Zabalza, han señalado que no tienen dudas de su identidad.
Las fotos, sin embargo, no terminan por ser una prueba cien por ciento segura. Podría ser que el misterioso corresponsal tuviera fotos de Amodio Pérez, pudiera tratarse de alguien parecido o alguien que tuviera fotos de alguien parecido... se me ocurren muchas opciones, complicadas pero posibles.
Amodio Pérez, tupamaros, traición
Amodio en El Observador
De todos modos, la información exacta sobre el MLN manejada por el misterioso corresponsal, sumada a las fotos y a una conversación telefónica con el periodista Gabriel Pereyra, que le hizo preguntas precisas y complejas sobre la historia tupamara, han convencido al diario y a la mayor parte de los periodistas y actores de aquellos años que han opinado en público. Incluso El País, que se había negado a publicar las cartas de Amodio por dudar antes de su identidad, ha reproducido las respuestas ahora brindadas a El Observador.
Parece evidente que el objetivo de quien firma Amodio Pérez es lavar su imagen. Dice que nunca salió a la calle vestido de militar a capturar a otros integrantes del MLN. Y afirma que no hay testimonios concretos que lo acusen. "¿Por qué nunca se ha señalado a los que 'marqué'?", pregunta desde las respuestas que envió a El Observador.
Debe haber más testimonios que lo desmienten, pero yo por lo menos conozco uno.
En el libro La izquierda armada, de la historiadora y ex tupamara Clara Aldrighi, un testimonio anónimo cuenta que Amodio "llegó al punto de capturar en 1972 a uno de los integrantes de la fracción, Enrique Rodríguez Larreta, reconociéndolo cuando ingresaba a un cine y señalándoselo a los militares. Era un muchacho de menos de veinte años y Amodio había sido su responsable".
Rodríguez Larreta fue uno de los ex integrantes del MLN a los que entrevisté para realizar el libro Historias tupamaras y su testimonio me resultó valiente y valioso. Radicado en Rio de Janeiro donde hoy es académico universitario, lo entrevisté en sucesivos intercambios de mails.
En uno de ellos le pregunté si era cierto que había sido detenido por una patrulla militar de la que Amodio Pérez formaba parte. Me respondió:
-Lo de Amodio es verdad. Vestido de militar en una camioneta del Batallon Florida dirigida por el Teniente Grignoli. Me sacaron, a mí y a Raquel (su esposa) del cine Arizona. Estaban dando El Pequeño Gran Hombre con Dustin Hoffman. Se prendieron las luces y nos sacaron del cine. Aún recuerdo la música de entrada de la película. Nunca la vi completa...
Esta cita no entró en Historias tupamaras, porque fue imposible incluir todos los testimonios y datos obtenidos durante la investigación realizada para escribir el libro. La publico hoy por primera vez. Viene al caso para demostrar que quien responde las preguntas de El Observador falta a la verdad. Los testimonios existen. Traicionó incluso a un muchacho que había sido su subordinado. El sargento Sanders, pero al revés.
Cuando escribí Historias tupamaras busqué la palabra de tupamaros que, desde la izquierda o la derecha, fueran capaces de analizar crítica y autocríticamente lo realizado por la guerrilla y por ellos mismos. Rodríguez Larreta, Luis Nieto, Kimal Amir, Aníbal de Lucía, Fernando González Guyer, Juan José Cabezas, Luis Alemañy, Efraín Rodríguez Platero y George Whitelaw, todos ellos aportaron elementos removedores y de singular coraje, contrapuestos a la eterna autocomplacencia derramada en los libros que han edificado el relato oficial tupamaro, una historia rosa, un cuento de hadas. Lo mismo cabe decir para quienes contaron su historia en Milicos y tupas, el profesor Armando Miraldi y el contador Carlos Koncke (también la anónima "Mónica").
En Amodio Pérez, en cambio, no hay atisbo de autocrítica. Se reafirma en todos sus actos. En sus cartas y  respuestas a El Observador se aprecia la misma autocomplacencia de sus supuestos antagonistas. Se alzaron en armas, dice, porque la democracia era trucha. Reclama méritos militares que otros le niegan, ¡pero Zabalza reconoce! No hay menciones a lo que la violencia política le dejó al Uruguay, hasta hoy. Debería enterarse que en ello le caben las mismas responsabilidades que a sus amigos-enemigos. Y que tiene cuentas adicionales, moralmente graves: las que lo ayudaron a salir del país mientras sus compañeros padecían la tortura en los cuarteles.
Si uno se guía solo por los escritos enviados a la prensa por el señor Amodio, la noticia es que tenemos un prócer más. Otro tupa clase A, como le gusta a Marcelo Estefanell. Otro que lava sus culpas con mentiras y medias verdades. Otro guerrillero heroico. Linda película para verla en el cine Arizona sin que nadie venga a interrumpirte en la mitad de la función, con una patrulla de soldados, a prender las luces y llevarte preso.

el.informante.blog@gmail.com

16.3.12

Un muchacho que armaba parlantes y entró al MLN

Juan José Cabezas es profesor titular de la Facultad de Ingeniería e investigador en informática del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Entre sus méritos figura el de haber jugado un rol clave en 1988, cuando Uruguay se conectó por primera vez a Internet a través del Instituto de Computación de la Facultad de Ingeniería. Tanto es así que fue él quien recibió los primeros correos electrónicos que llegaron al país provenientes de fuera del Río de la Plata.
Es imposible no reconocerlo. Sus manos están deformadas, tienen extraños bultos y cicatrices. En la derecha tiene solo dos dedos completos; en la izquierda apenas uno. Hay dedos a los cuales le quedan dos falanges, en otros apenas una, de otros no queda nada. Además, tiene cicatrices en todo el rostro, en la quijada, la boca, la nariz. Usa unos lentes gruesísimos porque casi no ve. Juan José Cabezas es un mutilado de guerra, una víctima del Plan Cacao.
Juan José estudiaba ingeniería y, en un taller de electrónica montado en el fondo de la casa de sus padres en Punta Gorda, construía equipos de sonido, amplificadores y cajas de parlantes. A principios de 1970 Juan José y sus amigos del barrio, todos universitarios o estudiantes de bachillerato que se preparaban para ir a la universidad, todos de entre 18 y 22 años, comenzaron a militar en política.
Usaban vaqueros, se dejaban el pelo largo o la barba, escuchaban a los Rolling Stones y sentían un gran rechazo hacia los políticos en general, en especial hacia los de los partidos tradicionales. Juan José todavía puede oír a su padre bramar cuando él era un niño:
—¡No me voy a arrodillar ante ningún político para conseguir el teléfono!

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El teléfono demoró catorce años en llegar al hogar de los Cabezas.
Aquellos muchachos de Punta Gorda estaban seguros de que el mundo estaba cambiando. “Recibíamos una influencia enorme de lo que ocurría en otros lugares: los movimientos hippies antibélicos en Estados Unidos, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, la muerte del Che en Bolivia, la Revolución Cubana, todo eso nos impactaba mucho. Éramos antiimperialistas. Que Estados Unidos apoyara a las dictaduras en América Latina solo porque se oponían a la Unión Soviética, que despreciaran así a la democracia, también nos influyó mucho”.
La política uruguaya no les interesaba, más bien la miraban con aborrecimiento. “Los partidos tradicionales eran una cosa lejana, molesta, que solo servía para hacer el mal. Esa era una verdad que a nadie se le ocurría discutir. Un abismo nos separaba de sus dirigentes. ¿Cómo no podían entender lo importante que eran los Rolling Stones? ¿Cómo no podían comprender por qué nos vestíamos de una manera que era tan obvia para nosotros? Ellos se vestían, se movían y hablaban con otros códigos, todo eso nos alejaba muchísimo”.
Pero los partidos de izquierda tampoco los atraían. Muchos de sus legisladores y dirigentes se comportaban de un modo muy similar a los blancos y colorados. También ellos hacían largos discursos, se enfrascaban en interminables polémicas y con frecuencia terminaban defendiendo lo indefendible. Además, Juan José Cabezas y sus amigos sentían un gran rechazo hacia la Unión Soviética y los comunistas. Al final, de la política uruguaya, lo único que les gustaba eran los tupamaros.
“El MLN aparecía como un outsider con un enorme atractivo para nosotros: su discurso estaba asociado a la acción, eso lo veíamos como una gran señal de coherencia y le dábamos un valor enorme. Su simbología era nacionalista y no estaba asociada a la Unión Soviética. Los tupamaros no eran iguales a los políticos de los cuales desconfiábamos. Entonces empezamos a militar: salíamos a hacer pintadas, íbamos a las manifestaciones, no teníamos armas, pero nos considerábamos un grupo tupamaro. Nuestro único defecto era que el MLN no lo sabía”.
Juan José se ríe. Revive todo con enorme precisión, habla en un tono pausado, desprovisto de rencores y de remordimientos.
Finalmente alguien de su barra de amigos logró hacer un contacto con el MLN y un integrante de la organización fue a verlos. Fue un día muy importante para todos ellos. “Estábamos admirados de tener delante nuestro a un tupamaro de verdad. Ahí sí nos integramos al MLN y el grupo se dispersó en distintas actividades dentro de la organización. Éramos siete u ocho. Dos años después, salvo yo, todos estaban presos”.
Como en el fondo de la casa de sus padres funcionaba un taller de electrónica, Juan José fue integrado al Servicio de Radiocomunicaciones, un grupo de logística de la Columna 15.
“Al principio todo iba muy bien. Yo trabajaba con otros dos compañeros y la tarea la desarrollábamos en el taller de mi casa. Trabajábamos dentro de la Columna 15 que era muy dinámica y, además de ser la de Amodio Pérez, era la que captaba en Montevideo a la mayoría de los estudiantes universitarios”.
Todo cambió cuando el MLN inició el Plan Cacao. Luego del atentado al bowling de Carrasco los responsables de la Columna 15 le encomendaron una nueva misión a Juan José Cabezas.
“En el bowling de Carrasco, según yo recuerdo, lo que pasó fue que se tiraron cócteles Molotov. No se pretendía provocar una explosión, sino un incendio. Pero al parecer el piso de madera había sido recién encerado y eso produjo una explosión completamente ajena a las características de un Molotov. Y esa explosión produjo la caída del techo”.
Como el sorpresivo derrumbe mató a dos de los integrantes del MLN que realizaron el atentado, la cúpula tupamara decidió que el Plan Cacao debía seguir adelante pero ahora con bombas que explotaran con un mecanismo de retardo.
“A partir de ahí el MLN decidió manejar las explosiones en forma más controlada”, recuerda Juan José Cabezas, en su despacho de la Facultad de Ingeniería. “Un día llegó el encargado de nuestro grupo. Traía explosivos sacados de una cantera y nos dijo: ‘van a tener que hacer bombas porque no hay nadie que las haga’. Nos dijo que teníamos que hacerlas con un mecanismo de retardo de tiempo para la explosión. Y nosotros nos pusimos a fabricar bombas. El problema era que no sabíamos cómo hacerlas… y aprendimos como pudimos”.
El plan, según relata Cabezas, era explotar las bombas en lugares o empresas consideradas símbolos del imperialismo estadounidense y generar daños materiales. La orden no lo convencía, pero la cumplió.
“Yo no veía muy claramente la utilidad de eso, el plan era de dudoso resultado y su concepto no me parecía muy claro. Incluso en esa época tan loca, muchos no lo comprendían. Pero yo tenía mucha confianza en que la organización pudiera manejarlo, o que lo llevaran adelante porque conocieran elementos que yo no conocía. Yo apenas llevaba tres meses como militante del MLN y la tarea tenía que cumplirla. El MLN era una organización militar, por lo tanto no se discutía cuando vos querías y en la forma en que se te antojara”.
Finalmente Juan José Cabezas y otros dos compañeros, con sus precarios conocimientos, comenzaron a fabricar las bombas. Hicieron ocho o diez que explotaron en distintos lugares, provocando daños materiales y el terror que hoy no se admite. Todo marchaba según lo planeado por la dirección del MLN.
El 19 de noviembre de 1970, la fecha no se le olvidará más, Juan José Cabezas finalizó el ensamblado de un nuevo ingenio explosivo. “Cuando terminábamos cada bomba, le poníamos un mecanismo de tiempo electrónico, que fabricábamos allí en el taller. Nunca sabré lo qué pasó, sospecho que el mecanismo de seguridad no había quedado bien instalado. Yo la estaba colocando en una cajita que no llamara la atención para poder entregarla, y entonces la bomba explotó en mis manos”.

Fragmento del libro Historias Tupamaras, de Leonardo Haberkorn, editorial Fin de Siglo.

16.8.09

Hilaria Quirino, Fernández Huidobro, Gustavo Zerbino y la bomba en el bowling

En mi libro Historias tupamaras menciono el trágico atentado con bombas contra el bowling de Carrasco, realizado por el MLN el 29 de setiembre de 1970.
Aquella violenta acción fue las más trágica del “Cacao”, un plan llevado adelante con el propósito de aterrorizar a la “burguesía” uruguaya.
Nada en el bowling salió como se había pensado, y dos de los integrantes del comando tupamaro que atentó contra el local murieron sepultados por los escombros del bowling derruido.
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A raíz de aquel fracaso, la dirección del MLN decidió que en adelante sus bombas tendrían un mecanismo de retardo: así quienes las colocaran tendrían tiempo para escapar. La tarea de hacer esos artefactos le fue ordenada a un joven que hasta ese momento solo sabía fabricar equipos de audio. Ese joven era Juan José Cabezas y cumplió con su misión hasta que una bomba le explotó en sus manos, mutilándolo y dejándolo casi ciego. Cabezas cuenta su historia en el libro.
Basándome en múltiples fuentes documentales y testimonios, escribí en Historias tupamaras que en el atentado al bowling también murió Hilaria Ibarra, la cuidadora del local. El dato está consignado en libros y numerosos artículos de prensa.
Sin embargo, el 27 de febrero en el diario La República y polemizando con el diputado Daniel García Pintos, el senador Eleuterio Fernández Huidobro declaró que la cuidadora del bowling no murió en aquel atentado. Sostuvo que los militares incluyeron ese dato erróneo en su libro La subversión y otros lo tomaron de allí:
“Yo me preocupé de averiguar eso, se llamaba Hilaria, su segundo apellido era Ibarra y fue lo que yo pude averiguar, quedó herida en esa operación, estuvo internada en el Hospital Militar, cuando salió obtuvo un empleo público y murió hace cinco años en el Museo Pedagógico donde se desempeñaba como portera”.
La declaración de Fernández Huidobro pasó desapercibida entre las noticias de actualidad. Sin embargo, decidí intentar desentrañar el misterio. ¿Había muerto o no la cuidadora del bowling?
Visité el Museo Pedagógico, pero ningún funcionario recordaba a una empleada llamada Hilaria. Hablé con una persona que ya lleva seis años en el museo: nunca había oído hablar de una sobreviviente del atentado del bowling.
Los funcionarios del Museo Pedagógico me sugirieron que averiguara en una oficina administrativa de Primaria, de la cual ellos dependen. Allí me atendió un hombre amable que me contó que su carrera funcional se había visto frenada durante la dictadura. No recordaba a ninguna Hilaria, pero me anunció que hablaría con un compañero jubilado que sin dudas la recordaría. “Lo felicito por ocuparse de estos temas”, me dijo, me estrechó la mano y prometió llamar cuando supiera algo. Nunca llamó.
Decidí revisar los diarios de la época en busca de una pista que permitiera avanzar en la resolución del misterio.
Lo primero que descubrí fue que la cuidadora no se llamaba Hilaria Ibarra. El diario El País la llamaba así en una de sus crónicas, pero en otras la llamaba Hilaria Quirino, y éste último era su verdadero nombre. Tenía 48 años cuando explotó la bomba, decía el diario. No había muerto en la explosión, pero había resultado herida de gravedad. El diario añadía un detalle sorprendente: quien había rescatado a la pobre mujer de debajo de los escombros había sido un joven llamado Gustavo Zerbino. ¿Era el mismo muchacho que pocos años después sería uno de los héroes de la tragedia de los Andes?
Durante cuatro días, El País informó sobre la evolución del estado de salud de Hilaria Quirino, aunque cada vez dedicándole un espacio menor. Fue operada varias veces. Los médicos confiaban en que pudiera sobrevivir. Pero luego otras noticias, otras "operaciones" tupamaras, hicieron que la cuidadora del bowling desapareciera de las páginas del diario. Revisé las ediciones de los siguientes dos meses. No había una sola palabra más sobre Hilaria. ¿Había sobrevivido? ¿Había muerto en el hospital?
Necesitaba encontrar a alguien que la hubiera conocido. Sabiendo ahora su nombre verdadero la misión fue más sencilla. Al fin di con la hija y el yerno de la finada cuidadora del bowling.
Supe que Hilaria Quirino sufrió heridas terribles cuando explotó la bomba. “Quedó toda abierta”, me dijo su yerno David Walter Cohen. “Pasó ocho meses internada en el hospital Militar. Nunca se recuperó ni física ni mentalmente. Como mujer, le arruinaron la vida”.
En esos ocho meses, Hilaria debió volver a aprender a caminar, porque no podía. Dos veces creyó reconocer entre los enfermeros a integrantes del comando tupamaro que había volado el bowling. Pensó que procuraban matarla.
Su hija, María Rita, tenía 15 años y con su madre internada no tenía de qué vivir. No recuerda si fue en la prensa o hablando con los vecinos, pero ella pidió que alguien le facilitara una máquina de tejer para así poder ganarse la vida. Pocos días después un auto se detuvo frente a su casa y unos jóvenes bajaron y, en forma furtiva y sin decir una palabra, le dejaron una máquina de tejer. ¿A quién tengo que agradecerle?, preguntó ella. No respondieron y se fueron rápido.
“La pasamos muy mal. No somos rencorosos, pero tenemos memoria”, me dijo Cohen.
María Rita no quiso hablar mucho. “Mi madre nunca se recuperó, sobre todo mentalmente. Su cuerpo parecía un mapa de tantos injertos que tuvieron que hacerle. A mí me costó mucho sobreponerme y ya no quiero hablar de eso. Yo no soy quién para perdonar, es el de arriba el que tiene que perdonar”.
Hilaria Quirino –hoy fallecida- nunca pudo volver a hacer un trabajo normal. Por eso el Estado le dio un empleo público de mínima exigencia: portera del Museo Pedagógico.
También llamé a Gustavo Zerbino. Efectivamente, quien rescató a Hilaria de debajo de los escombros es el mismo Gustavo Zerbino de los Andes. El día que los tupamaros volaron el bowling tenía 17 años. Vivía a una cuadra del edificio, y cuando la explosión sacudió al barrio –se rompieron todos los vidrios, los pedazos del bowling llegaron hasta la rambla, a 300 metros- salió a la calle y fue a ver qué había pasado.
El panorama que encontró era dantesco. Un edificio de tres pisos había quedado reducido a nada, dos pisos enteros se habían desplomado sobre quienes estaban allí. No había bomberos ni policías. Se escuchaban gritos. Los restos del bowling se estaban incendiando.
Zerbino rescató de los escombros a seis personas, Hilaria fue la más difícil.
“Se estaba prendiendo fuego y me gritaba: ‘sacame, sacame’”, recuerda.

(Continúa)

Fragmento del artículo Hilaria Quirino, Fernández Huidobro y la bomba en el bowling. La versión completa se encuentra en el libro Herencia maldita. Historias de los años duros.

Herencia Maldita, Leonardo Haberkorn



Bowling antentado MLN tupamaros
Artículo en el vespertino El Diario, 2 de mayo de 1971.











12.7.09

Todas las muertes de los Rovira Grieco

La noticia se publicó el viernes 10 en La República. “Pareja con más de 50 años de casada decidió matarse. Su hijo tupamaro fue acribillado por las fuerzas conjuntas en 1972”.
Fue la noticia más leída ese día en la edición digital del diario. Pero pronto será olvidada. En un país cuyos principales líderes políticos no pueden asumir su propio pasado, el suicidio del matrimonio Rovira Grieco es una incomodidad que conviene barrer rápido bajo la alfombra.
Carlos Rovira tenía 78 años. Filomena Grieco 81.
Oí hablar por primera vez de ellos cuando entrevistaba a ex integrantes del MLN para escribir mi libro Historias tupamaras. Luis Nieto y Kimal Amir me refirieron su triste peripecia con pesar.
Cito la parte del libro que cuenta esta historia, solo una de tantas. Recurro a lo ya escrito; me cuesta encontrar nuevas palabras.

El MLN y sus mitos, tupamaros, Rovira GriecoNieto conoce también la historia de los Rovira-Grieco, un matrimonio que perdió a su único hijo aquel desgraciado 14 de abril de 1972. Horacio Rovira integraba la Columna 15. Tenía solo 18 años cuando fue asesinado por la Policía.El matrimonio Rovira-Grieco ha dejado testimonio de lo que vivió en un libro muy particular. En realidad son tres libros en uno.
La primera vez que lo editaron se llamó simplemente
14 de abril de 1972. Es el relato de Filomena Grieco, la mamá de Horacio, de todo el horror que les tocó vivir a ella y a su esposo Carlos a partir de aquel terrible día. Estuvieron más de un mes presos, maltratados, humillados, primero les ocultaron que habían matado a Horacio, luego se los comunicaron con crueldad. Ni siquiera los dejaron despedirse de su hijo muerto, ni verse entre ellos para abrazarse y llorar juntos.
Ellos no sabían que Horacio era tupamaro. Estaban al tanto de que su hijo era un estudiante militante y comprometido con las luchas sociales, pero no tenían idea de que había ingresado al MLN. Horacio les mentía. Les decía que iba a nadar al Neptuno y volvía mojado a casa, pero no iba a la pileta. Traía a su casa a muchachos que presentaba como sus compañeros de estudio, pero luego –cuando la Policía les mostró las fotos- descubrieron que esos dos jóvenes tan simpáticos y atentos que decían llamarse Rodolfo Martínez y Marcos Gambardela eran Alberto Jorge Candán Grajales y Armando Blanco Katrás, dos de los principales cuadros militares de la Columna 15.
El libro comienza con un verso de Daniel Viglietti: “se precisan niños para amanecer” y está dedicado a Horacio y a los otros tres tupamaros que murieron acribillados aquel 14 de abril de 1972 en su casa de la calle Pérez Gomar.
Todo ese primer volumen es un canto de dolor por la muerte de su único hijo y de odio a sus asesinos.
En un pasaje del libro, Filomena Grieco repasa las leyendas que ve pintadas en los muros de Montevideo: “Adelante tupamaros”, “Las Fuerzas Conjuntas con los ricos, los tupas con el pueblo”, “Habrá patria para todos o para nadie”. Y escribe: “Esta literatura en las paredes está escrita por muchachos heroicos que lo arriesgan todo, porque saben que la guerra no ha terminado”.
El libro termina con los padres de Horacio proclamando que abrazan los principios de su hijo. “Las cosas que él quería, los ideales que él defendía los heredamos nosotros. Es una herencia al revés”.
La obra ganó un premio de Casa de las Américas, en Cuba. Los padres de Horacio cumplieron su promesa. Terminaron exiliados en la isla, primero; luego en Argentina.
Lo que siguió en sus vidas está relatado en dos nuevos libros, o dos nuevos capítulos que agregaron a su libro original. El primero, escrito en 1992, se llama
Veinte años después. El segundo, de 2002, se titula Treinta años después. No ganaron premios.
En ambos, los padres le escriben con ternura y sinceridad a su hijo muerto, le cuentan las vivencias de los años que no pudieron compartir. El matrimonio Rovira-Grieco vio demasiadas cosas que no puede callar. El entusiasmo de llegar a Cuba, pero la tristeza de ir descubriendo con los meses que aquello era una vulgar dictadura. Enterarse que en 1972 la cúpula presa de los tupamaros había negociado una salida política con los mismos militares que habían asesinado a su hijo. Le preguntan a Horacio quién decidió esa negociación y en nombre de quién. “Somos los anónimos, los comunes, los usados. Las pilas de cadáveres sobre las que se encaraman los vencedores de todas las batallas, que tendrán estatuas de bronce y figurarán en los libros de historia; son la única y cruda realidad. Y tú, yo, él, nosotros los anónimos, ¿cuándo fuimos consultados?”
Con la reapertura democrática, en 1985, volvieron a Uruguay. Lo que encontraron los volvió a desilusionar: los mismos políticos, las mismas consignas, los mismos vicios. Le cuentan a Horacio: “en el gremialismo, con escasas variaciones, los mismos dirigentes vitalicios diciendo las mismas cosas. ¡Horacio, se hacían paros invocando reconquistar el salario de 1968! ¿Y por qué en el 68 hacíamos huelgas, si estábamos tan bien que ahora se aspiraba a aquel salario? ¿Cuándo nos engañaron, antes o ahora?”.

Nunca nadie respondió a las preguntas de los Rovira Grieco.
Los que escribieron el guión de aquella historia nunca jamás han dicho: yo me siento responsable.
No se hablará más de los Rovira Grieco.
Silencio cómplice, mientras el barro se hace bronce.

el.informante.blog@gmail.com

18.12.08

"Historias tupamaras" presentado por Mosca, Posadas y Villaverde


Historias tupamaras, Libro. MLN tupamaros. Leonardo Haberkorn

El libro Historias tupamaras. Nuevos testimonios sobre los mitos del MLN fue presentado por Luis Mosca, Juan Martín Posadas y Ruben Villaverde. La ceremonia, moderada por el periodista Jaime Clara, se realizó el 8 de diciembre en el edificio anexo del Palacio Legislativo.
Lo que sigue es parte de las intervenciones de los presentadores.

Luis Mosca (Economista. Subsecretario de Economía durante la primer presidencia de Sanguinetti, ministro de Economía en la segunda. Gobernador en representación de Uruguay ante el BID y el Banco Mundial. Hoy es director de Fides Consultores y ejerce la docencia en cursos de posgrado en la Udelar).

Creo que va a ser un libro muy polémico. Ya en el prólogo Haberkorn advierte que esta no es una historia del MLN, ni pretende serla. Ni siquiera hay una intención de hacer un relato alternativo a esa historia oficial sobre la guerrilla que, en medio de una nebulosa, se ha ido afirmando y pregonando en los últimos años. Pero debo decir: si bien no es una historia alternativa, se cuestiona a la historia oficial. ¿De qué forma? A través del testimonio de integrantes del MLN, varios de ellos con responsabilidades de dirección, que relatan sus vivencias. Y son, como escribió Leonardo, vivencias concretas de personas concretas. Son personas que hoy integran las más variadas opciones del arco político que hay en Uruguay: desde los partidos tradicionales, pasando por el Partido Independiente y el propio Frente Amplio. Que compartan un pasado común, pero cuyas vivencias e interpretaciones son distintas a la interpretación oficial del MLN. Su testimonio es esencialmente una apuesta valiente a mirar hacia el futuro. El propósito es transmitirle a las nuevas generaciones cuál es realmente el costo del camino que ellos oportunamente emprendieron. Es finalmente una apuesta valiente a asumir un fuerte compromiso con la denostada democracia formal, con la garantía de la libertad.
Haberkorn presenta estos testimonios de una forma muy especial. En vez de presentar entrevistas sobre distintos tópicos a estas personas, lo que hace es agruparlas en seis temas, en seis mitos, en seis áreas donde se ha dado por cierta una interpretación de los hechos. Y el aporte precisamente está ahí: en mostrar vivencias, interpretaciones distintas. Si ustedes quieren, son testimonios que apuntan a quitarle ropaje mitológico al MLN. Aquí lo que ustedes van a encontrar son testimonios de hombres de carne y hueso, con sus virtudes, con sus miedos, advirtiéndonos de actitudes delirantes, sufriendo la permanente tensión entre la causa política y la familia, con los dramas que eso apareja. Confieso que a medida que uno va leyendo a uno le va quedando claro: aquí no hay nada de gloria, no hay literatura de la virtud, son relatos en clave de dolor, en clave de frustración. No hay una visión idílica de lo que significaba la lucha armada. Son, finalmente, testimonios que cuestionan algunos mitos de la historia oficial. Pero, una vez más, no en el afán de reescribir la historia del MLN, sino puesta la mirada en el futuro.

Juan Martín Posadas (Ex senador por el Partido Nacional entre 1985 y 1990. Ex presidente del Sodre entre 1990 y 1991. Integró el directorio del Partido Nacional. Hoy escribe en la página editorial del diario El País).

Cuando recibí la invitación de Haberkorn para presentar el libro, me vinieron a la cabeza una serie de reflexiones o impulsos. La invitación me despertó cosas, me revolvió cosas que tenía adentro. Me volvió a la mente lo que yo pienso del fenómeno tupamaro y de aquella época del Uruguay. Aquel movimiento tupamaro despertó un entusiasmo tremendo, muy idealista, sustentado por un análisis de la realidad uruguaya infundado, disparatado, completamente desencontrado con la realidad del país, y a la postre produjo mucho daño. Todo esto me venía pasando por la cabeza cuando empecé a leer. Leí el prólogo. Y cuando llegué al final del prólogo, hay una parte que dice que este libro es para aquellos que son capaces de indignarse. Y yo ya estaba indignado, había vuelto a hacerle lugar a una vieja y familiar indignación: la que me provoca la apropiación indebida de la historia y los usos subalternos a los que se la somete. Durante el autoritarismo militar se procedió a escribir una historia desde el poder. El propósito obvio era capturar de una forma oficial el relato de los hechos y los registros de la memoria de aquella época. Fue una forma más de ejercicio crudo del poder. Después del triunfo electoral del Frente Amplio, también se ha procedido a establecer una historia oficial desde el gobierno (…) Hay que tener en cuenta que lo importante de estas historias oficiales no es la recopilación de los nombres, la lista de los hechos y las fechas de las batalles. La preocupación principal de las historias oficiales es establecer quiénes fueron los villanos y quiénes son los héroes. Y esta historia oficial de hoy no tiene otro propósito que invertir los lugares de la historia oficial de ayer: los villanos de hoy son los héroes de ayer, y viceversa. De más está decir que, en mi criterio, la historia oficial de hoy tiene tan poco valor como la de ayer.
Después de este repaso, comencé a leer el libro. Y el libro me impresionó. Me impresionó todo lo que el Uruguay fue capaz de hacerse a sí mismo, y las fundamentaciones por las cuales eso sucedió. Hay en eso un trabajo serio de Haberkorn. No es un libro de esos que hemos conocido en esta época: un tipo va con un grabador, le toma declaraciones a cinco o seis personas, después manda desgrabar, firma y dice que hizo un libro. Esto es un trabajo, es un libro que tiene un ordenamiento de los temas, una confrontación de los testimonios que recoge con los documentos existentes y con otros libros que se han escrito referidos a este tema. Y eso es lo que lo hace, entre otras cosas, importante.

Ruben Villaverde (Ex secretario general de la Federación de Funcionarios de OSE. Ex integrante del Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT. Preso político durante cinco años en la dictadura, integró el Partido Comunista hasta que renunció tras la caída del Muro de Berlín. Hoy es un frenteamplista que no adhiere a ningún sector en particular).

La historia reciente es una cosa que debe tenerse el valor de encarar, analizar y estudiar. Pienso que por mis hijos yo debía prestar mi testimonio hoy sobre este libro, que me pareció brillante. Y, más allá de que muchos lo van a tomar con rechazo, muchos lo van a creer oportunista porque es un momento especial, yo no lo sentí oportunista. Lo sentí un libro que aporta a la comprensión de un momento especial de nuestra historia, que pone en tela de juicio un montón de cosas que efectivamente no debe permitirse que se cuenten como no ocurrieron, y que le hace bien al propio MLN.
Yo fui siempre de los que luché para que el MLN no tomara las armas para llegar a donde pensaba que había que llegar. Fui de los que pensé que estaban políticamente equivocados, que partían de un análisis incorrecto de la realidad y por eso hacían lo hacían. Y me alegro que hoy estén donde están, me alegro que hayan optado por el camino de la democracia, me alegro que el pueblo los haya elegido. Lo que me preocupa, sí, es que algunos quieran cambiar su propia historia. Y lo peor es que me la pidan prestada a mí sin permiso. Porque en definitiva se trata, y lo digo con el mayor de los respetos, de concepciones que no eran las de ellos. Y que yo no veo por qué tienen necesidad de cambiar su historia.
¿Cuáles eran las cosas por las que luchábamos y por las cuales debemos seguir luchando? Hoy estamos pasando una crisis del capitalismo mundial. Hay 950 millones de hambrientos. Hay 4.750 millones de pobres. Hay 1.500 millones de desempleados. El 50% de la mano de obra activa está subempleada. El 45% de la población mundial no tiene acceso directo al agua potable. Ciento trece millones de niños no tienen acceso a la educación básica. Ochocientos setenta y cinco millones de adultos son analfabetos. Doce millones de niños mueren al año como consecuencia de enfermedades curables. Trece millones de personas mueren al año por el deterioro del medio ambiente. Y 16.306 especies están en vías de extinción. No es cierto que los comunistas, los socialistas, los anarquistas, el MLN nos levantábamos contra la democracia burguesa o el sistema democrático republicano. Nos levantábamos contra este sistema. Esto existía antes de la caída de los bancos. Y me duele que compañeros de esa lucha hoy renieguen de los hechos, de que se levantaron contra estas injusticias, y nos quieran hacer creer a todos que tomaron las armas equivocadamente por otras razones.
Yo hice autocrítica. Yo era comunista, creía en el marxismo leninismo. Pero la vida me demostró que el leninismo estaba equivocado, que el partido único conduce a las más aberrantes dictaduras. Estaba equivocado cuando impulsaba la dictadura del proletariado. Hice autocrítica y la hice públicamente, me terminé yendo del partido, como tantos compañeros que entregaron su libertad y sus vidas en el convencimiento de que estaban luchando por algo justo. Pero yo no reniego ni de la estrategia que nos dimos en Uruguay, pensando que el camino que teníamos que recorrer no era la lucha armada. Y no lo pienso ahora.
Hace años Haberkorn me hizo una entrevista en Tres sobre la visita del Che Guevara a Uruguay. Y a mí me impactó lo que dijo el Che aquí en 1961: que la Revolución Cubana había tomado las armas, había hecho lo que había hecho, había bañado de sangre la isla, pero nos pedía a los uruguayos que cuidáramos lo que teníamos, que se sabía cuando se disparaba el primer tiro pero no nunca se sabía cuando se tiraba el último. Eso reafirmó todas mis convicciones de que el camino era profundizar la democracia. (…) Creo que ni los mismos tupamaros se creen que ellos no precipitaron o ayudaron (al ascenso militar). Está recogido en el libro y era así. Pensaban que cuanto peor mejor. Pensaban que los caminos que nosotros le decíamos a los trabajadores que eran justos no lo eran y que retrasaban la revolución. Y así teníamos que bancar en las asambleas los cantos: “basta ya de dialogar, dennos armas pa´ luchar”, “traidores”, etc., etc. Sin embargo, yo siempre les tuve muchísimo respeto a los compañeros porque entendía que aún desde el punto de vista equivocado se enfrentaban a la vida lealmente y luchando contra aquello que existe hasta hoy: un sistema que lleva a estas cifras.
Los procesos democráticos harán que en definitiva nos encaminemos hacia un futuro mejor. Y este libro es importante en el momento en que aparece porque, con la situación crítica que vive el mundo y también nuestro país, no es descabellado pensar que de un comiencen a florecer ideas similares o parecidas a las de aquellos años, en la izquierda o la derecha. Y es bueno repasar un libro muy bien escrito, que pone las cosas en su debido lugar y que permite a un montón de jóvenes que no vivieron aquellos años evaluar en todos sus términos y en su cabalidad lo que ocurrió.

15.12.08

"Historias tupamaras": Comentarios y entrevistas


Críticas al libro Historias tupamaras y entrevistas al autor:

Historias tupamaras, crítica, comentarios











 
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El periodista Mauricio Almada, en el programa Asuntos Pendientes de radio El Espectador, le pregunta al senador Fernández Huidobro si leyó Historias tupamaras.
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Reseña del periodista Gonzalo Delgado en la revista Sala de Espera:

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Historias tupamaras. Gonzalo Delgado

Comentario en el blog Un millón de moscas, de Argentina:

Comentario del historiador José Rilla y el politólogo Daniel Chasquetti en la presentación del libro en el programa No toquen nada, en Océano FM:

Comentario de Ruben Villaverde, Juan Martín Posadas y Luis Mosca en la presentación del libro en el Palacio Legislativo.

12.12.08

"Historias tupamaras": opinan Rilla y Chasquetti

Lo que sigue es la reproducción de lo dicho en una mesa redonda realizada a modo de presentación de mi libro Historias Tupamaras: nuevos testimonios sobre los mitos del MLN en el programa “No toquen nada”, de Océano FM, el lunes 8 de diciembre, con el historiador José Rilla, el politólogo Daniel Chasquetti y el periodista Joel Rosenberg.

Rosenberg: preguntémosle a Chasquetti, en su condición de politólogo, y a Rilla, como académico, qué hay de nuevo acá, que pueden aportar estas Historias Tupamaras.

Chasquetti: este es un gran libro, por varias razones. Primero porque está escrito desde el periodismo, pero de manera prolija, ordenada, sistemática, bien escrito. El método que utiliza Leonardo es fantástico. El libro está ordenado en capítulos, porque el libro está ordenado en seis mitos, los cuales son presentados por sus constructores: Mujica, Rosencof, Fernández Huidobro, la historiadora Clara Aldrighi.

Rosenberg: -Historiadora que integró además el MLN.

Chasquetti: Y que escribió una obra muy influyente en esta reconstrucción histórica. Pero lo que deja en claro Leonardo a través de testimonios y de una reconstrucción muy fina, porque no solo se basa en esos nueve testimonios…

Rosenberg: Hay muchos documentos.

Chasquetti: Hay mucha información, ahí muestra Leonardo todo su oficio de investigador. Lo que hace Leonardo en cada capítulo es desmontar ese mito. Lo cual a mí me parece que es una tarea que excede largamente la labor del periodista, porque ya asume las herramientas y las armas de los cientistas sociales y los historiadores, que tenemos normalmente este tipo de metodología.
Daniel Chasquetti Historias tupamaras, MLN, tupamaros
Daniel Chasquetti
Lo segundo que quería decir es que es un libro muy triste, porque nos obliga a mirar nuestro pasado y ver como una generación de jóvenes se embanderó con una idea que podía parecer muy loable, pero que generó consecuencias dramáticas, que todavía hoy vivimos y sobrellevamos. Me parece que el libro deja muy claro que en verdad Uruguay se podría haber evitado muchas cosas si esta idea de hacer la revolución armada en un país como Uruguay, si estos jóvenes le hubieran hecho caso al Che Guevara, Uruguay se hubiese podido ahorrar mucha cosa.

Rosenberg: Cuando vino en el 61.

Chasquetti: Claro, el Che Guevara vino a Uruguay y en una conferencia en el Paraninfo de la Universidad dijo que no tenía mucho sentido levantarse en armas en una democracia donde funcionaban las instituciones y había libertad. Y esa sensación te queda con este libro. Las historias personales de estos nueve tupamaros son bastante tristes, dramáticas, y me parece que son un retrato de los últimos 30 años de nuestro país.

Rilla: Yo comparto esto que decía Daniel. Es un libro que yo me lo devoré en un día. Y creo que eso le va a pasar a cualquier lector más o menos interesado y honesto. Lo va a leer con mucha avidez. A mí me dejó una sensación ambigua. De tristeza, por aquello de que fue capaz el Uruguay. Hasta me animo a decir, yo que no tuve nada que ver pero me siento parte de eso: aquello de lo que fuimos capaces. Por otro lado, el libro me dejó una sensación de alivio, porque es muy bueno que estas cosas se cuenten, se relaten. No con la pretensión de hacer la última y definitiva historia de este proceso. Se equivocará aquel que piense que esto cierra la narración, la comprensión histórica. No, no, no la cierra. Creo la reabre de una manera muy significativa, que son cosas muy distintas. Uno siente el alivio de ver, desde la otra cara de la luna, como se podían ver las cosas. El punto de partida es un punto terrible, porque es como si la guerra siguiera. Cuando un entrevistado dice: “esta persona es un traidor”, está hablando el lenguaje de la guerra y me parece que es muy inteligente empezar a tirar de esa piola, como lo hace Leonardo, y atravesarla por la idea de los mitos. A mí esa es una cosa que me parece muy interesante, la cuestión de los mitos. Porque los mitos son muy importantes. En el lenguaje vulgar tendemos a hablar mal de los mitos, pero los mitos son relatos muy potentes de los orígenes de las cosas. Entonces, yo no sé qué me da más rabia cuando leo este libro: la mentira con la que hemos convivido, o el hecho de que la mentira haya sido creída entusiastamente por miles y miles de personas. Para un investigador, el segundo desafío es mucho más pesado que el primero. Porque podemos descubrir que tal o cual cosa no era así: este libro lo demuestra. Pero tenemos inmediatamente un problema: ¿cómo explicamos, y ahí está la fuerza de los mitos, que esto haya sido entusiastamente creído por tanta gente hasta el día de hoy? Eso es lo que a uno lo perturba.

Rosenberg: Lo del día de hoy es fuerte porque seguimos conviviendo con algunas de esas historias día a día, en los medios de comunicación. Los seis mitos son:
1) El MLN nació para enfrentar el golpe de estado
2) El MLN es totalmente inocente del ascenso militar
3) El MLN perdió por motivos ajenos a su propuesta política.
4) El asesinato de Pascasio Báez fue un error.
5) El MLN como modelo de virtud y ámbito de felicidad total.
6) Los renunciantes de 1974 le pegaron un tiro en la nuca al MLN.


Rosenberg: vamos a hablar del primer mito, obviamente no vamos a poder hablar de todos: el MLN nació para enfrentar el golpe de Estado. ¿Cuándo nació y para qué nació el MLN?

Chasquetti: Este es uno de los mitos más asombrosos, porque lentamente fue ingresando en la política uruguaya este discurso de que el MLN tenía como objetivo la autodefensa de los movimientos populares y sociales. Y cuando uno lee mínimamente cualquier obra de historia, sea de un historiador de gran reputación o de un desconocido, casi todos llegan a la misma conclusión: el MLN nació en el año 61-62 cuando la idea del golpe de Estado estaba lejos. Es cierto que en el 64 comienzan a surgir rumores, incluso la CNT y el Congreso del Pueblo toman decisiones de que hacer si efectivamente había un golpe de Estado. Pero cuando eso ocurre el MLN ya estaba creado y eso está en los testimonios de los propios integrantes. Yo creo que este mito está muy bien demostrado. Y lo curioso es que si lo vemos así parece una cosa sencilla. Y sin embargo yo escuché a Mujica, a Huidobro, decirlo durante los últimos meses, en charlas, en discusiones. Hay otro mito, del cual Leo no se ocupa, que es que el MLN contribuyó a la fundación del Frente Amplio, lo cual es un disparate porque en realidad a buena parte de la dirección del MLN, sobre todo a Sendic, el Frente Amplio no le caía nada en gracia. Y sobre todo porque el MLN tenía muchos militantes que venían de una raíz nacionalista, no era solamente un grupo de personas provenientes de la izquierda. Entonces, en los últimos años Huidobro y compañía se encargaron en los últimos diez, quince años, escribiendo libros, escribiendo columnas en los diarios, de ir modificando la historia. Yo creo que este libro viene a hacer justicia. Como dice Luis Nieto, uno de los entrevistados: él en un momento utiliza la imagen de que la historia del MLN está envuelta en una gran neblina. Yo creo que está sucediendo eso. Y este libro nos ayuda y nos permite mirar mejor este problema.

Rosenberg: Hablando de este mito, más allá de los testimonios, hay muchos documentos, el documento uno, las 30 Preguntas a un tupamaro de Sendic. El mito está contrarrestado con documentos.

Rilla: Que son demoledores. No son documentos desconocidos para el análisis de este proceso. Habían sido transcriptos en otros textos, pero en otros contextos también. La documentación nunca se coloca de manera ingenua o inocente. Y en todo caso prueba de que no es posible, en este libro se demuestra y en otros libros que han sido bastante maltratados ocurre lo mismo, no hay posibilidad alguna desde el punto de vista empírico inscribir la emergencia del MLN en la tradición de las luchas por la democracia. No hay ninguna posibilidad. Hay tupamaros que saben eso perfectamente y que se han colocado en la otra esquina del ring y reclaman a la actual dirección una fidelidad a la historia. Cuando uno escucha a Zabalza, lo que dice respecto al origen y al transcurso, puede ser efectivamente –como yo lo creo- una demencia lo que él dice, pero dice la verdad. Le está reclamando a los jefes históricos del MLN una fidelidad a la historia de la cual coparticiparon. Le dice: Mujica, por favor, usted está cambiando la versión de los hechos, yo me acuerdo; perdón, Fernández Huidobro, qué me está diciendo, yo me acuerdo, yo estaba allí igual que usted y no decíamos esto.

Rosenberg: Había sido una única voz. Acá aparece un racimo de voces.

Rilla: Un racimo de voces que tiene la ventaja de haberse dispersado luego y estar diseminados en actividades bien diferentes, en oficios bien diferentes, que tienen una relación con la política también distinta, y cierta distancia, cierta capacidad para decir: “en qué locura nos metimos”. Y más que eso, que es un paso moralmente más importante: “en qué locura metimos al país, al Uruguay”. Cuando leo esto y veo que eran chiquilines de 18, de 19, de 20, 21 años, me cuesta imaginarlo. La fuerza que tenía la idea de la insurrección armada era muy seductora. Me parece que queda bastante bien en este libro la posición que tenía al respecto el Partido Comunista, que es como la otra historia de la familia. El Partido Comunista que decía que no había las más mínimas condiciones para esto. Los tupamaros parecen decir: a nosotros no nos importaba demasiado todo el tema de la teoría, nuestra teoría es la acción, como sabemos que se decía. Por lo tanto nuestras lecturas, nuestros estudios eran limitados, a pesar de que pertenecían a la burguesía, a la clase media más o menos ilustrada. La proporción de obreros era mínima.

Rosenberg: Y los peones rurales tampoco los acompañaron.

Rilla: Tampoco. Creo que este libro relativiza un tanto las afirmaciones de la investigación de Hebert Gatto, acerca del peso que el marxismo leninismo tenía en la formación del MLN. No sé si es efectivamente correcto, pero es muy interesante como discusión. ¿Pesaba más el tema ideológico? ¿O pesaba mucho más en el MLN la pasión por el mando, por el poder? Esto que todavía hoy escucho, y me eriza la piel, cuando se habla de los presuntos fracasos del gobierno, se dice: lo que pasa es que tenemos el gobierno, pero no tenemos el poder. Eso lo escuchamos hoy. Y eso es una locura, pero eso no nació hoy, eso está en aquel momento.

Rosenberg: Hablemos del quinto mito: el MLN como modelo de virtud y ámbito de felicidad total.

Historias tupamaras. MLN tupamaros. Leonardo Haberkorn
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Chasquetti: Ese capítulo para mí es asombroso, porque arranca con un testimonio de Yessie Macchi sobre la felicidad y plenitud que el militante puede adquirir al momento de entregar sus vidas, sus horas, su tiempo a la causa. Sin embargo, las opiniones que vienen luego son tremendas. Yo creo que este no es un problema solo del MLN sino de todas las organizaciones que cooptan a sus miembros y los vuelven full time. Esto pasa también con militantes de sectas, es una situación bastante dramática. Me parece que ese capítulo está muy bien, porque lo que muestra es crudamente es la vida que llevaban muchos de los que entraban y luego no podían salir. Hay historias muy tristes, como la de Roque Arteche, un preso común que no tenía forma de salir. Y hay bastantes casos de este tipo. Ahí hay un punto fuerte del libro. Y me parece que a lo largo del libro Leonardo también desmonta esta idea, la de que la felicidad y la plenitud están en la organización. O por lo menos demuestra que el individuo también necesita lo colectivo, pero también su vida individual.
Rilla: (…) Yo conozco a varios de los que están aquí involucrados. De algunos de ellos, y no los conozco mal, los conozco bastante bien, no sabía las historias. Realmente me dejó aterrado. Es decir, en este libro descubrí cosas que le habían ocurrido a personas a las que conozco, a las que conozco más o menos bien, aunque en realidad no las conocía tan bien. ¿Qué le ha pasado al Uruguay que una persona a la que yo me considero cercano no me había relatado lo que le relata a Leonardo? Por eso decía que este libro me deja un poco triste a la vez que aliviado, porque me cuenta una historia que quería escuchar. También creo que es un libro que nos obliga, nos obliga a seguir revisando, a seguir pensando en estas cosas: no a cerrarlas. Y obliga a otros. Porque este libro termina con una especie de ejercicio de fantasía que hace Rodríguez Larreta, pensando en llenar el estadio Centenario, con todos los que de una manera directa o indirecta estuvieron involucrados en aquellos años: que vayan, confiesen lo que hicieron y después es vayan para su casa. Me hace acordar al trámite que tuvo en Sudáfrica esta situación. Y yo creo que este libro obliga a otros a decir. Aquí hay todas una Fuerzas Armadas que no hablan. No hablan. Entonces yo también creo que este libro es una contribución a que hablen.


18.10.07

Cuando el Che mandó parar y no le hicieron caso

El Che Guevara llegó a Uruguay el 2 de agosto de 1961, cuando caía la banda del “Mincho” Martincorena. Venía para participar participar de la asamblea de Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) en Punta del Este. Era el ministro de Industria de Cuba.
En 1997, cuando trabajaba en la revista Tres, revisé la prensa entera para reconstruir aquella visita del Che. Lo que encontré (se publicó el 9 de mayo de ese año) fue sorprendente.
Guevara llegó a Uruguay junto con Dick Farney pero, a diferencia de lo ocurrido con “el astro de la canción brasileña”, los diarios grandes no informaron de su llegada.
Recién dos días después El País escribió: “las convenciones internacionales nos obligarán a recibir por unos días, en tierras de Artigas, a esa excrecencia”.
El Día dio la noticia el 12 de agosto, cuando el CIES ya había empezado a sesionar: “Arribó al país, el pasado 2 de agosto, uno de los principales verdugos del pueblo cubano (...) Esta fiera ensangrentada, cuya crueldad sufre todo un pueblo amigo, no bien llegó a Punta del Este, se instaló en una residencia reservada al estilo de un Hitler, un Mussolini, un Kruschev”.
La presencia del Che provocó un enorme entusiasmo en la juventud izquierdista. Un grupo de muchachos se fue caminando desde Montevideo a Punta del Este sólo para verlo. El hoy actor Pepe Vázquez era uno de ellos.
La conferencia del CIES se inauguró el 4 de agosto y el periodista Walter Arias Zunino describió así en El Día la presencia del Che: “Con un gesto hasta de burla, siguió desde el palco los acontecimientos en una posición indolente, escudado y agasajado por los esbirros que lo rodean. Barbudo, de cabellos no muy cuidados, pese a que el uniforme que vestía estaba ordenado, recientemente planchado, a ojos vistas, dejó el Che una sensación de desprolijidad y ordinariez”.
El 8 de agosto, Guevara habló por primera vez en la conferencia. Estados Unidos ofrecía financiar obras de saneamiento en América Latina y él se burló de “la revolución de las letrinas”.
Habló más de dos horas. El País dijo que habrían bastado diez minutos. “Guevara no pasa de ser una mediocridad”, señaló el cronista M.A. El Día apenas consignó que la sala estaba llena de colados que miraban al Che con las “caras extasiadas”. Entre los extasiados estaba Ángel Rama, que escribió en la izquierdista Marcha que el Che era un “improvisado fiscal” que demolía todas las mentiras.
Guevara también defendió la revolución pero, sorprendentemente, no la consideró un camino excluyente: “Hemos previsto y diagnosticado la revolución social en América (...) Pero si el camino de los pueblos se quiere llevar a través de este desarrollo armónico, por préstamos a largo plazo con intereses bajos, como anunció el señor Dillon, a 50 años de plazo, también nosotros estamos de acuerdo”.
Ni El Día, ni El País, ni Marcha citaron ese párrafo.

Desagravio al mate

Lejos de todo aquel maniqueismo, el presidente del Consejo Nacional de Gobierno (Uruguay tenía gobierno colegiado), Eduardo Víctor Haedo, invitó a Guevara a tomar mate en La Azotea, su casa en Punta del Este. El Che fue todas las mañanas mientras estuvo en el balneario.
Las fotos son muy conocidas. Pero el presidente del gobierno uruguayo fue muy criticado por tomar mate con el Che. El Día dijo que Haedo se regodeaba reuniéndose con “seres inferiores”, “rufianes internacionales, la expresión más baja del crimen”. Benito Nardone (“Chicotazo”), también integrante del Consejo Nacional de Gobierno, organizó días después un gigantesco acto de desagravio al mate.
El 9 de agosto, Guevara dio una conferencia de prensa en el hotel Playa. El País y El Día no publicaron una línea, Marcha sí. La crónica la escribió Eduardo Galeano. Cuenta que cuando al Che le preguntaron cuándo habría elecciones en Cuba, respondió:
-Hasta ahora el pueblo nunca pidió elecciones.
-¿Y eso cómo lo sabe?
-Bueno: lo decide un millón de personas en la plaza pública.
Galeano narra que en su crónica omitió “mucha cosa boba que el Che apenas si se dignaba a contestar a la pasada y que no vale la pena ni reproducir aquí”. Como la conferencia fue, años después, reproducida en libros y en la revista La Maga, podemos saber cuáles fueron esas omisiones. Una de ellas fue una pregunta del diario El Heraldo de Florida.
-Doctor Guevara: ¿me puede decir las razones por las cuales a los trotskistas de Cuba se les han quitado los medios de expresión, se les ha confiscado la imprenta?
-¿A los trotskistas? Mire, hubo una pequeña imprenta que publicaba un semanario que tuvo algunos problemas con nosotros, y tomamos algunas medidas administrativas, porque no tenían ni papel, ni permiso para usar papel, ni imprenta ni nada; y simplemente resolvimos que no era prudente que siguiera el trotskismo llamando a la subversión.
El 16 de agosto, el Che habló por última vez en la conferencia del CIES y pronosticó “guerras civiles” en toda América Latina, guerras de las cuales Cuba “no será responsable”, guerras que comenzarían inevitablemente en las zonas más agrestes e inaccesibles del campo: el Che Guevara nunca creyó en la guerrilla urbana.
Ángel Rama escribió en Marcha que aquel fue un “discurso profético”: “Todos vimos pasar una historia futura que se desmorona sobre nosotros en forma implacable”.

Algo que cuidar

Guevara llegó a Montevideo el 17 de agosto de 1961 para hablar en la Universidad. César Batlle Pacheco, integrante del Consejo Nacional de Gobierno, pidió que se lo declarara “indeseable” porque el mismísimo “Mincho” Martincorena era un santo al lado de “un señor que ostenta en su vida 580 o 590 asesinatos conocidos”.
Una multitud entusiasmada fue al paraninfo a oír al Che pregonar la revolución.
Según una reproducción que hizo años después Cuadernos de Marcha –en 1967- el discurso de Guevara fue interrumpido 39 veces por el público: 30 por “aplausos”, tres por “gritos”, dos por “aplausos prolongados”, tres por “grandes aplausos” y una por “silbidos”: reforma agraria (aplausos), créditos de la Unión Soviética (grandes aplausos), bloqueo norteamericano (silbidos). En cambio, hubo un extenso pasaje que transcurrió en silencio. Sin interrupciones.
Dijo:
“Y nosotros –les podrá parecer extraño que hablemos así, pero es cierto- nosotros iniciamos el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco América (...) y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas.
Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en el Uruguay (...) De tal forma que eso es algo que no se logra, ni mucho menos, en los países de América.
Ustedes tienen algo que cuidar, que es precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas, la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya explotación del hombre por el hombre”.
Recién ahí el público volvió a aplaudir. Pero sobreponiendo su voz a los aplausos, el Che siguió: “...lo que no en todos lados sucederá lo mismo, sin derramamiento de sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.
Ni El Día, ni El País, ni Marcha reprodujeron este pasaje.
Para unos, la cita no coincidía con la imagen de “fiera ensangrentada” que habían publicitado. Para otros, era muy incómoda porque ya comenzaba el coqueteo con la lucha armada; demoler la democracia uruguaya era la consigna.
Unos y otros apostaban a la radicalización. Todo era blanco o negro.
Nada de lo que nos pasó fue casualidad.

Ingenuo y equivocado

Cuando Guevara se iba de la Universidad se oyeron disparos. Las balas, con seguridad destinadas a matar al Che (se ha acusado a la CIA del atentado) asesinaron a Arbelio Ramírez, un profesor de historia de 43 años.
El atentado, que nunca se aclaró, sirvió a la izquierda radicalizada para sepultar en el olvido el llamado del Che a cuidar la democracia uruguaya. Apenas un año y diez meses después de su discurso en la Universidad, los tupamaros asaltaban un club de tiro en Colonia Suiza en procura de armas para su revolución.
No había ninguna dictadura en Uruguay. Tampoco era presidente Jorge Pacheco Areco, como se le ha hecho creer a los jóvenes. El gobierno seguía siendo colegiado, con mayoría del Partido Nacional y presidido por Daniel Fernández Crespo.
El líder tupamaro Mauricio Rosencof dijo en aquella nota en la revista Tres que él ya sabía que el Che no apoyaba la lucha armada en Uruguay. Pero él seguía a Raúl Sendic, que ya soñaba con ella ¡a mediados de los años 50!
Eleuterio Fernández Huidobro ha dicho que la visión del Che sobre Uruguay era equivocada e ingenua.
Qué curioso. A juzgar por los resultados a la vista, yo pensaba que los que se habían equivocado eran otros.
Por que la lucha armada en Uruguay demostró ser “un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional” y cuyas consecuencias aún estamos pagando. No había una dictadura que lo justificara, como advirtió el Che en la Universidad. La democracia era la misma que hoy, con una sola diferencia.
En aquellos años 60, para que los montevideanos pudieran ver un ejemplo vivo de miseria había que traer a un cañero desde Artigas: por eso Sendic organizaba las marchas cañeras.
Hoy, luego de la revolución tupamara y todo lo que vino después, con Rosencof, Mujica y Fernández Huidobro en el gobierno, para ver pasar la miseria basta con pararse cinco minutos en cualquier esquina.

Publicado en el diario Plan B el 12 de octubre de 2007.

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