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29.4.24

Los defensores del cura Antelo

Segunda entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.

Tras la publicación del reportaje de la revista Tres que evidenció la magnitud de la violencia y los abusos que habían padecido y padecían los integrantes de la Comunidad Jerusalén, se desató una batalla informativa.

Desde el grupo religioso y sus allegados se buscó desacreditar a los exintegrantes que habían dado testimonio de las situaciones de violencia que habían visto y padecido.

“Estoy convencido de que son calumnias, salvando la buena voluntad de los que las dicen, que tal vez creen que están diciendo la verdad”, había declarado el obispo emérito de Mercedes, Andrés Rubio, uno de los principales soportes de Antelo.

Y esa fue la tónica: acusar a los acusadores de mentirosos y calumniadores, una versión que encontró amplio espacio en muchos medios.

Una semana después del informe, en los diarios La Mañana y El País, se publicó una carta firmada por decenas de padres y madres de integrantes de la Comunidad que insistían en definir a las denuncias como “calumnias”. Todo era una “campaña difamatoria”, decían.

En los días siguientes, me dediqué a conseguir testimonios que reforzaran lo que ya estaba claro: la Comunidad Jerusalén se había transformado en una secta en la que su líder, el sacerdote Antelo, violentaba y abusaba sexualmente de muchos de los que eran captados.

Casi en todas las ediciones de la revista Tres desde enero hasta mayo, se publicaron novedades sobre el caso.

En la del 2 de marzo se reprodujo el testimonio completo de un exintegrante, recogido en la investigación interna que la Iglesia uruguaya había realizado sobre el grupo. El testimonio no se conocía porque la Iglesia nunca había hecho públicas aquellas actuaciones.

 

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo


Una semana después se publicó el testimonio de Eduardo Bello, que había estado en Jerusalén entre 1985 y 1993: “Estábamos en la casa que la comunidad tiene en San Leopoldo, Brasil, y Antelo me empezó a interrogar para que confesara que había hecho un pacto con el demonio para destruirlo a él y a la comunidad. Como eso nunca había ocurrido, empecé a inventar cosas. Como eso no lo convenció empezó a pegarme. Primero me pegó con las manos. Me partió el labio, todavía se ve la cicatriz. Cuando ya estaba en el suelo, empezó a darme patadas. Después siguió con un palo de escoba. En un momento levanté la mano para protegerme y me la quebró de un golpe”.

Bello conservaba las placas radiográficas que atestiguaban aquella fractura. Las publicamos en la revista.

En la edición del 29 de marzo, agregamos el testimonio de Solis Vidarte, un hombre que había trabajado como cocinero de la comunidad en 1993. Por primera vez un testigo que no había formado parte del grupo confirmaba la veracidad de las denuncias.

Vidarte había oído fuertes golpes, había visto jóvenes con la cara amorotanada  y “manchas de sangre en las paredes”.

“Ahí fui dejando de ir -recordó- porque creo que a nadie le gusta ver cosas anormales”.

El 27 de abril, Tres publicó el testimonio de Carlos Villar, un exintegrante que relataba como Antelo los había obligado a mentir en el juicio interno de la Iglesia. También había sido testigo de cómo para esa ocasión se limpiaron las manchas de sangre que regaban la sede de la avenida Suárez.

Villar también había sido golpeado. “Antelo se quebró las dos manos pegando. Casi siempre empezaba pegando piñas, ganchos de izquierda y de derecha. Por eso se quebró. Cuando ya le dolían las manos, pegaba con la pata ortopédica, con un palo de escoba, con un tronco de leña, lo que tuviera a mano”. También había presenciado como el sacerdote tocaba los órganos sexuales de los hombres del grupo para “sanarlos”.

Defensores de Antelo

Pero más allá de lo concluyente de los testimonios, Antelo seguía teniendo defensores.

El 12 de abril, El Observador publicó una carta de Rodolfo Katztenstein, ex secretario general de la Asociación Cristina de de Dirigentes de Empresa, en la que decía: “Me duele en el alma toda esta guerra contra el querido Padre Adolfo Antelo”.

“Me duele en el alma porque en estos momentos todo se ha borrado; parece de mal gusto recordar y evocar todo lo bueno que hizo en nuestro medio, en nuestra Iglesia, en el marco de una óptica distinta –y ese fue su pecado más grave- una óptica alegre, contagiosa".

El 17 de abril se publicó otra carta de padres de integrantes de la Comunidad. Decían que las acusaciones venían de “fuentes cuestionables” y que "ciertos medios" de prensa habían transformado rumores en verdades.

Dos días después, la Comunidad publicó un librillo para su propia defensa, con prólogo de Rubio, el obispo emérito de Mercedes.

El librillo incluía un artículo laudatorio sobre Jerusalén y Antelo firmado por el historiador y filósofo Alberto Methol Ferré.

El escrito era de diciembre de 1994, antes de la aparición del reportaje de la revista Tres, pero cuando las denuncias sobre la violencia y abusos de Antelo ya habían estallado en el seno de la Iglesia.

Methol explicaba así “la animadversión” que existía contra el grupo: “Hay una hostilidad profunda porque la consagración absoluta de hombres y mujeres a Dios es una realidad intolerable para la sociedad secularista. De tal modo, que todo es interpretado de modo perverso. Una interpretación perversa solo puede generar perversiones, actos hipócritas”.

Agregaba: “Durante un tiempo los miembros dela Comunidad eran, con el Padre Antelo, el rostro más visible de la Iglesia, por la Misa en televisión los domingos. Ningún cura era más visto en el pueblo uruguayo que Antelo. Adquiría entonces importancia para los sectores eclesiásticos enemigos y para los enemigos de la Iglesia ‘que Antelo muriera’”.

También desde las páginas de La República, el periodista Carlos Santiago fue otro defensor de Antelo. El 20 de marzo de 1996 definió lo que estaba ocurriendo como “una caza de brujas desembozada” favorecida por el supuesto silencio de los integrantes de la Comunidad que no se defendían ante la opinión pública.

“Con medias palabras, con acusaciones sin responsables que las avalen, con campañas periodísticas con objetivos poco claros, no es que se construye una sociedad plural”, decía Santiago.

Pero más sorprendente fue la posición que tomó el líder tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro desde las páginas de Mate Amargo, la publicación oficial del MLN-T.

El 15 de febrero de 1996, dos semanas después del reportaje de Tres, Fernández Huidobro publicó un extenso artículo denigrando a la revista y su trabajo periodístico. El título era “Carroñeros”.

Acostumbrado a hacer de la conspiración su método histórico de acción política, el líder tupamaro veía una rebuscada trama detrás del reportaje de Tres. Para Fernández Huidobro el artículo era al mismo tiempo una operación del Partido Colorado contra la Iglesia, una disputa por el poder eclesiástico entre blancos y colorados, y un lío interno de la Comunidad Salesiana. Se explayaba en dos largas páginas, pero no lograba explicar las razones ni los procedimientos del afiebrado complot.

En su nota, que nunca condenaba a Antelo, Fernández Huidobro se mofaba del periodista Emiliano Cotelo que había dado seguimiento a las denuncias de Tres en su programa En Perspectiva, en radio El Espectador: “CX 14 por obra de Emiliano quedó escorada y anda comprando quilos de vaselina”, escribía, elegante.

Fernández Huidobro se reía en varios pasajes de las denuncias de abusos sexuales. Escribía: “En este país hay culitos y culitos. Algunos más que otros. Y hay cuernos y cuernos. Lo que nadie admite es llevarlos de garrón a favor de un cura rengo”. Y también: "Si esto sigue así los orientales terminaremos discutiendo (...) un asunto que en realidad está fuera de discusión: si se fornicaba o no en la Comunidad Jerusalén. Asunto importantísimo. ¿Qué duda cabe?". La verborragia, sin embargo, se le terminaba cuando llegaba el momento de hablar de las denuncias de las víctimas de Antelo. Entonces Fernández Huidobro se limitaba a decir que ya las conocía y que analizarlas era “entrar en el juego de los fariseos”.

Mate Amargo continuó en sucesivas ediciones con su prédica conspirativa sobre el tema. El grado de delirio llegó a su máxima expresión cuando en un artículo publicado el 21 de marzo, el periodista Rolando W. Sasso sostuvo que equipos de inteligencia del gobierno habían robado de una caja fuerte de la Universidad Católica toda la información sobre la investigación interna que la Iglesia había hecho a la Comunidad Jerusalén. Y sugería que ese dossier había sido entregado a la revista Tres.

Mi trabajo de meses, llamando a decenas y decenas de personas, rastreando por todo el país a posibles víctimas dispuestas a hablar, había sido reducido por el tal Sasso a la entrega de un sobre por un espía. El refrán lo anticipó: cree el ladrón que todos son de su condición.

Para ese entonces, el caso ya estaba en la órbita de la Justicia. El categórico auto de procesamiento con prisión de Antelo, dictado por el juez José Balcaldi, terminaría por poner las cosas en su lugar.

4.3.18

El Chueco Maciel y la "noticia deseada"

"Es una versión como tantas otras". "Eso es lo que dice él". "¿Por qué hay que creerle a Sosa y no a Viglietti? ¿Por qué esperó 40 años para hablar?".
Esos fueron algunos de los comentarios en la prensa y las redes sociales respecto a la entrevista a Nelson "Cateta" Sosa, exintegrante de la banda del Chueco Maciel, que publiqué en el diario El Observador el sábado 24 de febrero.
Los comentarios parecen responder al fenómeno que el periodista argentino Miguel Wiñazki llama "la noticia deseada": la gente cree o descree en las noticias según coincidan o no con su ideología y sus prejuicios.
Chueco Maciel, Leonardo Haberkorn, Nelson Cateta Sosa
De la entrevista, hoy también publicada en el libro Herencia Maldita, queda claro que el Chueco Maciel no se guiaba por ninguna ambición comunitaria, ni repartía nada de lo que robaba. "Alguien se aprovechó, distorsionó la realidad y lo puso como un mito. Y no es que yo me quiera quedar con algún galón suyo. Al contrario: para mí aquello es un momento muy desagradable de mi vida", dice Sosa en la entrevista. Agrega en otro pasaje: "Acá hubo un oportunista que, cuando lo mataron (al Chueco Maciel), quiso presentarlo como una víctima de las necesidades del barrio y usarlo para demostrar lo mal que estaban las cosas. Pero lo encararon mal. Y terminaron por inflar un globo que no fue real. Muchos en el barrio sintieron una indignación tremenda, pero en aquel tiempo no existían las facilidades de comunicación que hay hoy".
La construcción ficticia en torno al Chueco Maciel no solo es desmentida no solo por el testimonio de "Cateta". Ya existían otros testimonios en igual sentido.
Pero como el poder de "la noticia deseada" es cada vez más fuerte, vale la pena repasar los hechos.

1) En noviembre de 2017 el periodista Luciano Álvarez denunció en El País que Nelson "Chueco" Maciel, un delincuente que fue muerto por la policía el 18 de junio de 1971, figuraba como una víctima de la dictadura en una lista de la Secretaría de los Derechos Humanos para el Pasado Reciente, dependiente de Presidencia.
La denuncia hizo que Maciel, que tenía apenas 20 años cuando fue abatido, fuera borrado del listado de inmediato.
El coordinador del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia, Felipe Michelini, negó que Maciel hubiera estado en la nómina de víctimas de represión.
Michelini faltó a la verdad. Yo mismo vi el nombre de Nelson Maciel en la lista, a la que me dirigí apenas terminé de leer el artículo de Luciano Álvarez.

2) La polémica en torno a la presencia de un delincuente común como Maciel junto con las víctimas de la represión militar interesó al colega Mauro Bettega, de la producción periodística de Nuevo Siglo TV.
Leyendo la prensa del momento en que Maciel fue muerto, Bettega encontró dos artículos muy importantes para entender esta historia, ambos del semanario Marcha.
El primero fue publicado el 25 de junio de 1971 con el título "La otra cara del Chueco Maciel". Se trata de una crónica panegírica firmada por Hugo Alfaro publicada una semana después de la muerte del ladrón.
Hugo Alfaro, Chueco Maciel
Alfaro describe el cantegril (el barrio Plácido Ellauri) donde vivían el Chueco, Cateta y los demás integrantes de la banda y desliza una feroz crítica a la sociedad que permite esa miseria. El periodista elabora un retrato del difunto Maciel en base a testimonios anónimos que dice recoger en el cantegril:
"Un tornero que trabaja en La Comercial", anónimo, dice a través de Alfaro: "Era flor de diablo. Pero, ¿y qué quiere? Aquí no es fácil escapar de la delincuencia. Y el delincuente, a su modo, es un rebelde. Primero roba porque no tiene qué comer, y después roba para vengarse de una sociedad inhumana e injusta".
Alfaro nos dice que "la gente" del cantegril (no hay ni un solo nombre propio en toda su crónica) "está tratando de convertir la astucia y el coraje del Chueco Maciel en un instrumento para el cambio y -ellos insisten- para la creación del hombre nuevo. Todos eran amigos del Chueco Maciel y se atropellan para exaltar su generosidad. 'Fue un Robin Hood, daba a los demás todo lo que tenía'".

3) Así, con ese nivel de rigor periodístico, Hugo Alfaro -redactor responsable de Marcha- puso el primer mojón en la leyenda de que Maciel fue Robin Hood: "Un tornero". "La gente". "Ellos". "Todos". Todas citas anónimas.

4) El otro artículo que encontró el periodista Bettega fue la carta de un lector de Marcha, publicada en la siguiente edición a la crónica laudatoria, el 2 de julio de 1971.
Se trató de una carta del lector Rodolfo Ponce de León, funcionario judicial que "intervino en todas las actuaciones jurisdiccionales referentes a Nelson Julio Maciel Rodríguez", el Chueco, en la justicia de menores.
Ponce de León señala en la carta que conoció al Chueco en 1967 y siempre intentó ayudar a su recuperación. Sin embargo, no fue posible. Cuenta que en la justicia hay informes psiquiátricos sobre Maciel que lo pintan como un individuo que padecía una "absoluta incapacidad para solucionar sus conflictos" y lo califican como "débil mental" y dueño de una personalidad con "rasgos psicopáticos". Recuerda que en abril de 1968 y febrero de 1969 Maciel fue herido a balazos por sus propios compañeros.
"Creemos que calificar a Maciel como 'astuto', compararlo con Robin Hood, y convertirlo en definitiva en una especie de líder o ejemplo para los oprimidos, es para quienes lo conocieron desde antes a él y su cantegril, una historia imperdonable. Se ha dicho que 'la verdad es siempre revolucionaria'; tal vez porque es antipática. Los muertos y la miseria merecen -Alfaro lo sabe- un poco más de respeto".

5) Queda claro que la historia rosa del Chueco Maciel no fue desmentida recién 40 años después, como arguyen algunos de los que cuestionan a "Cateta". ¡Fue desmentida apenas una semana después de que Alfaro la publicara en Marcha y antes incluso de la existencia de la canción de Viglietti!

6) El hallazgo de estos dos artículos por parte del periodista Mauro Bettega hizo que buena parte del equipo que entonces tenía Nuevo Siglo TV nos dedicáramos a buscar más datos para completar esta historia. La periodista Belén Danza revisó la prensa del momento. Es muy interesante leer cómo El Popular cubrió la muerte del Chueco Maciel. El diario comunista escribió en su edición del 20 de junio de 1971:
"Acribillado en un tiroteo con la policía en la madrugada del viernes cayó Nelsón Julio Maciel Rodriguez (casado, 20 años) quién cómo infanto juvenil hace más de tres años cobró popularidad conociéndosele como 'Chueco Maciel'. La trágica muerte del joven acechó a las 2:40 del viernes en (la calle) Juan Acosta (Cerrito). Una media hora antes el 'Chueco' y otros dos jóvenes se desplazaban por el Cerrito de Victoria armados con revólveres al parecer también una arma larga. En Juan R. Rosas y Chimborazo interceptaron al guardia de Amdet, Mario Romero (casado, 43 años). Lo despojaron de unos 9.000 pesos, pero no conformes con eso exigieron a Romero que se dirigiese a su domicilio.
La esposa del trabajador sospechó que algo estaba pasando y no quiso abrir la puerta. El 'Chueco Maciel' y su compañero le dijeron: 'abra o le volamos los sesos a su marido'. A la señora no le quedó otra que franquearles el paso. En la casa el dúo obtuvo otros 40.000 pesos y entre otras cosas una batidora. Antes de irse balearon a Romero, dejándole una herida en la cabeza.
(...)
Los policías comenzaron a patrullar la zona hasta que avistaron a los rapiñeros. Dos de ellos huyeron a la carrera apenas vieron la camioneta policial. Pero Nelson Julio Maciel lanzó un disparo contra la camioneta con el revólver. La respuesta policial fue fulminante. Uno de los cuantos balazos que alcanzaron al joven le perforó el occipital (...).
Rodeado desde su infancia de miserables condiciones, ya los 15 años Maciel Rodríguez era un infanto juvenil que daba dolores de cabeza en los cantegriles. Se fugó varias veces de albergues del Consejo del Niño. Junto a él actuaron varios otros menores en rapiñas y hurtos diversos. Posteriormente pasaron a perpetrar toda clase de tropelías contra sus propios vecinos, particularmente en los cantegriles de Aparicio Saravia, Enrique Castro y adyacentes.
En la temporada de 1969 incursionó en Punta del Este y otros balnearios. Ese año se entregó a la policía y fue procesado por desacato. Pocos meses después salió de la cárcel pero sin otros horizontes que habían signado su infancia y su adolescencia". 
Tal parece que El Popular y Hugo Alfaro no escribieron sobre la misma persona.

7) Mi aporte a aquel esfuerzo colectivo del ex equipo de Nuevo Siglo fue ubicar a Ponce de León. Lo localicé y lo invité a dar su testimonio en el desaparecido programa Off the record (uno de los discontinuados de NSTV).
Aquí puede verse lo que dijo el ex funcionario judicial sobre el Chueco Maciel.




8) Una vez que se conoció el segundo testimonio de Ponce de León, el de 2017, comenzó la cantinela de los cultores de "la noticia deseada": ¿por qué hay que creerle?, ¿por qué habla ahora?, ¡esto es una campaña de la derecha contra Viglietti!
En un muro de Facebook leí que uno de los muchos que se negaban a creerle a Ponce de León escribió algo así cómo: la historia del Chueco Maciel es verdadera y quien la conoce es Nelson "Cateta" Sosa, el último sobreviviente de la banda, que vive en Suecia. ¿Por qué la prensa mentirosa y siempre al servicio de la derecha y el imperio no se anima a llamar al Cateta?
En noviembre de 2017 le escribí un mensaje a "Cateta", diciéndole que me interesaba conocer su testimonio y saber cómo habían sido las cosas.
Allí nació la crónica publicada en El Observador y en Herencia Maldita.
Quienes la leyeron habrán sabido que de sorpresa visitamos el cantegril con "Cateta" y aparecimos, sin que ella nos esperara, en la casa de Angélica Ferreira, una vieja vecina del "cante". "Cateta" le dijo : "Contale quién era el Chueco Maciel".

"Era solo un chorrito de barrio", responde ella. "Era bajito y siempre andaba de sombrero. Tuvo cosas buenas y malas", agrega. Las buenas no las enumera. Las malas: le pegaba a su mujer y, la peor, una vez dejó que la policía se llevara de los pelos a su propia madre en lugar de entregarse.
"¿Repartía el botín en el cante?", pregunta Cateta. "¡Qué iba a repartir!", se ríe Angélica. "Yo le dije a Viglietti una vez que vino: Hiciste una canción hermosa, pero es mentira".

9) El primer desmentido de Ponce de León fue publicado por Marcha, con una pequeña nota de los responsables de la redacción que se burlaban de él por ser joven. Pocos meses después, basándose al pie de la letra en la nota de Alfaro, Viglietti escribió la canción del Chueco Maciel, que dio nombre al disco Canciones Chuecas y se transformó en un éxito inmediato, un himno para la juventud rebelde.
La nota de Alfaro y la canción de Viglietti calzaban como anillo al dedo a las necesidades revolucionarias del momento: ponían foco en la miseria del cantegril, menoscababan a la policía y a las instituciones, justificaban la violencia como respuesta un régimen oprobioso e injusto. Tanto es así que el 1 de enero de 1972, cuando el MLN toma el aeropuerto de Paysandú y declara la guerra a las Fuerzas Armadas (recomiendo la descripción de este episodio que el recientemente fallecido Aníbal de Lucía hace en Historias Tupamaras), difunde una proclama que menciona en forma explícita al Chueco Maciel: "Cuando un hambriento del cantegril roba para comer (...) lo asesinan, como asesinaron al Chueco Maciel".
Ese verano, la murga La Soberana le cantó al Chueco Maciel: "El Chueco luchaba de noche y de día / la vida expropiaba y la repartía".
Luego, para completar la obra iniciada por Alfaro, Fernández Huidobro haría aparecer en uno de sus libros al Chueco Maciel como simpatizante del MLN.

10) Resumiendo: La leyenda en torno al Chueco Maciel fue iniciada por Hugo Alfaro desde Marcha. Viglietti se basó en ella para su canción. No es que ahora 40 años después alguien haya decidido desmentirla. El primer desmentido a la construcción de Alfaro fue inmediato y se publicó en Marcha una semana después.
No es solo Cateta quien desmiente que el Chueco Maciel haya sido Robin Hood. Por ahora, son tres personas con nombre y apellido: Nelson Sosa, Rodolfo Ponce de León y Angélica Ferreira. Todos son fuentes muy calificadas. Testigos o protagonistas de primera mano. Que hablan con nombre y apellido. A eso hay que sumarle las notas en la prensa de la época, incluyendo a El Popular, el diario del mismísimo Partido Comunista.
Del otro lado no hay nada. Ni siquiera un solo nombre puso Alfaro.

Cada uno sacará sus conclusiones.

15.9.15

Cuando tupamaros torturaron con militares

Milicos y tupas, tregua, ejército, MLNEn Milicos y tupas cuento la vida de dos tupamaros y un militar que coincidieron en 1972 en Artillería N°1, el cuartel conocido como "La Paloma".
Esa fue una de las unidades donde prendió fuerte la tregua alcanzada entre el Ejército y el Movimiento de Liberación-Tupamaros, que en aquel año trabajaron juntos, se prepararon para un eventual gobierno que los tendría como aliados y emprendieron una campaña de captura de supuestos delincuentes económicos, los famosos "ilícitos".
Los tupamaros que en el cuartel de Artillería N°1 trabajaron codo a codo con los militares lo hicieron siguiendo una orden de la dirección tupamara. Como en todos los puntos que trata el libro, hay testimonios con nombre y apellido que lo relatan.
Es una historia incómoda, que a ninguna de las dos partes le gusta reconocer. Pero que es tan sorprendente como verdadera.

Cuando los supuestos delincuentes económicos comenzaron a llegar al cuartel fueron interrogados con los mismos métodos que se habían empleado contra los tupamaros. Fueron torturados. Se les aplicó el "submarino", un tormento que consiste en sumergir la cabeza al interrogado en un tanque de agua hasta que siente que se ahoga.
En la aplicación del submarino a los supuestos delincuentes económicos participaron algunos tupamaros detenidos. Hay testimonios con nombres y apellidos en Milicos y tupas. Gente que lo vio con sus propios ojos.
La denuncia de que tupamaros torturaron junto con los militares ya la había hecho antes otro tupamaro, Juan Pedro Montero en el libro Ecos Revolucionarios (2003), escrito por Rodrigo Vescovi.
"Después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la tortura", dice en ese libro Montero, que estuvo preso en otra unidad militar.
Montero cuenta que se indignó y denunció la situación. Luego de la publicación de Milicos y tupas, agregó que los tupamaros que él vio torturar donde él estuvo preso fueron "menos de cinco".
En el libro de Vescovi también el hoy ministro de Defensa y líder histórico tupamaro, Eleuterio Fernández Huidobro, cuenta como él mismo presenció una sesión de tortura a la que fue sometido un "ilícito". "Nosotros -relata- vimos torturar horriblemente al contador de varias empresas".
Vale la pena recordar todo a raíz de la polémica generada por el procesamiento de Amodio Pérez.

 



13.8.12

Paciencia, mucha paciencia

Paciencia, hay que tener mucha paciencia.
El hoy ministro Eleuterio Fernández Huidobro declaró en junio de 2011 que no había leído el libro Milicos y tupas, pero que éste era una "basura".
Fernández Huidobro, Milicos y tupas
Fernández Huidobro
Por esas fechas, su secretario Roberto Caballero escribió en el diario La República, que el libro era una "infamia", una "mentira rastrera", una "inmundicia", una "cloaca", una "calumnia", una "canallada" y una "bazofia literaria".
Al parecer, Caballero sí había leído una partecita del libro, una decena de páginas que relatan como algunos integrantes del MLN interrogaron y torturaron a empresarios supuestamente corruptos, en conjunto con militares en el cuartel de artillería conocido como La Paloma, en 1972.
Lo que Caballero no decía en su artículo es que ese dato no era una primicia de Milicos y tupas, sino que ya había sido relatado por el tupamaro Juan Pedro Montero en el libro Ecos Revolucionarios (2003), escrito por Rodrigo Vescovi.
Milicos y tupas citaba a Montero y agregaba, entre otros, el testimonio concluyente del contador Carlos Koncke, que había presenciado con sus propios ojos uno de esos interrogatorios conjuntos, en el cuartel de La Paloma.
Aunque nunca he oído nada concreto en contra del contador Koncke, para Caballero yo no había tenido "ética y escrúpulos" a la hora de elegir mis fuentes.
La polémica duró poco, ya que el secretario de Fernández Huidobro en un siguiente artículo citó una carta del tupamaro Juan Pedro Montero en la que admitía lo mismo que dice Milicos y tupas: que un grupo de tupamaros ("menor a cinco personas") había torturado junto a los militares.
Ahí se terminó toda la discusión.
Es estos días, sin embargo, Víctor Hugo Morales ha intentado revivir esa polémica en Argentina. Como hasta ahora no ha podido rebatir una sola línea de Relato Oculto, el libro que documenta sus desmemorias, ha abusado del desconocimiento lógico que los argentinos tienen que aquella etapa de nuestra historia -la tregua entre el Ejército y el MLN en 1972-, para presentar a Milicos y tupas como un loco invento de un periodista "fabulador". Sin el menor escrúpulo periodístico, ha sacado de contexto algunos pasajes del libro y los ha leído por radio sin aclarar que está leyendo testimonios de gente que habla con nombre y apellido, el contador Koncke entre ellos. Por supuesto, tampoco cita el libro de Vescovi, ni la carta de Montero, ni la abundante documentación que existe sobre la tregua entre tupamaros y militares en 1972.
La verdad, no me sorprende.
En cambio, sí me sorprendió una noticia que ayer publicó la prensa: Fernández Huidobro por fin leyó Milicos y tupas. Y no solo lo leyó. ¡Ahora lo cita como prueba para aclarar un crimen de la dictadura: el asesinato de Roberto Gomensoro!
¿Cómo? ¿Cuándo fue que el libro pasó de ser una "basura" a transformarse en referencia?
Fernández Huidobro, en un escrito presentado ante la juez penal Lilián Elhorriburu, cita un pasaje de Milicos y tupas en el cual el contador Koncke relata que, en fechas cercanas a la desaparición de Roberto Gomensoro, un oficial de La Paloma le dijo: "A Gavazzo se le murió un chico, se le pasó de tiempo en el tacho".
¿Cómo? ¿No era que mis fuentes habían sido elegidas sin ética y sin escrúpulos?
Ahora descubren lo valioso del testimonio de Carlos Koncke.
Luis Almagro, Hiram Cohen
Almagro
Todavía les falta descubrir algo: en Milicos y tupas el profesor Armando Miraldi cuenta que, el día que lo sacaron del cuartel de La Paloma rumbo a otra unidad militar, el entonces mayor José Gavazzo lo fue a despedir y le dedicó un amenazante saludo. Miraldi anotó la fecha en un diario que llevaba en forma clandestina. Si cotejan la fecha verán que Gavazzo estaba en La Paloma cuando murió Gomensoro, y que no ha dicho la verdad en el juzgado cuando declaró que el no revistaba en la unidad en ese momento.
Es lo que tienen los libros, Fernández Huidobro: hay que leerlos antes de comentarlos.
Ahora, cuando los que decían que Milicos y tupas era una "basura", una "infamia", una "mentira rastrera", una "inmundicia", una "cloaca", una "calumnia", una "canallada" y una "bazofia literaria", lo citan y lo presentan como prueba para aclarar un vil asesinato de la dictadura, otros hacen la misma infame jugada con Relato Oculto: personas como el canciller Luis Almagro, los senadores Rafael Michelini y Mónica Xavier y el músico Jaime Roos, sin pudor y sin vergüenza, descalifican el libro sin haberlo leído, o haciendo como que lo que dice no existiera.
El tiempo volverá a poner las cosas en su lugar.
Solo hay que tener paciencia. Mucha paciencia.

el.informante.blog@gmail.com

6.6.11

Los libros que no le gustan a Fernández Huidobro

Lo que sigue es un fragmento de la entrevista que me realizó el diario El País a propósito de Milicos y tupas. La pregunta de la periodista Magdalena Herrera refiere a las críticas que Fernández Huidobro y su colaborador Roberto Caballero le realizaron al libro a través de La República y Montevideo.com:

-Roberto Caballero y Eleuterio Fernández Huidobro descalificaron por completo su libro diciendo que es "una mentira tan flagrante que cae sola", entre otras cosas. Más allá de las conclusiones, que las sacará cada lector, ¿por qué cree que Milicos y Tupas despierta tanto enojo de parte de personas de mucho peso en lo que fue el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y que hoy integran el MPP?

-Caballero es un colaborador de Fernández Huidobro, así que no se trata de dos críticas sino de la misma. El primero que salió a descalificar fue Caballero y le aclaré que no es conmigo con quien tiene que discutir, sino con las personas que dan su testimonio en mi libro, gente seria e intachable. Luego apareció Fernández Huidobro en persona. Dice que no leyó el libro pero se permite criticarlo, lo que de por sí ya habla de la seriedad de sus cuestionamientos. Pero está claro que exhibir ese tipo de debilidad lógica no le preocupa. Lo que a Fernández Huidobro le interesa es enchastrar la cancha, y cuanto más mejor, para que el público no lea el libro, para descalificarlo a priori. Dice que no soy un periodista serio, pero hace unas semanas el diario que ahora dirige me ofreció ser su secretario de redacción. Por suerte hay testigos de la reunión. Dice que el libro es una "basura" porque solo consulté a tres personas y miente. Las personas consultadas son decenas. Sobre el caso de algunos tupamaros que torturaron junto a los militares, a los detenidos por presuntos delitos económicos, le pregunté a Henry Engler, que sí estuvo en el cuartel de La Paloma y no como Fernández Huidobro, que habla sin haber estado, sin haber leído, sin ningún fundamento. ¿Por qué oculta ese dato a sus lectores? Pero no me sorprende. Eso es lo que siempre hace. Ese es su modus operandi: atacar con la máxima prepotencia, no importa cuán grande sea el disparate. Cuando el periodista Federico Leicht publicó su libro Cero a la izquierda, una biografía de Jorge Zabalza, Fernández Huidobro afirmó, con gran bajeza, que Leicht era un "policía en actividad" y que la obra era "un libro de la Policía". Cuando el periodista Alfredo García publicó Pepe Coloquios lo acusó, sin pudor, de ser una "víbora" y "un viejo tramposo conocido". Ahora simplemente me tocó a mí. Cada vez que aparece un libro que lo incomoda actúa igual. Que la gente saque sus propias conclusiones.


16.8.09

Hilaria Quirino, Fernández Huidobro, Gustavo Zerbino y la bomba en el bowling

En mi libro Historias tupamaras menciono el trágico atentado con bombas contra el bowling de Carrasco, realizado por el MLN el 29 de setiembre de 1970.
Aquella violenta acción fue las más trágica del “Cacao”, un plan llevado adelante con el propósito de aterrorizar a la “burguesía” uruguaya.
Nada en el bowling salió como se había pensado, y dos de los integrantes del comando tupamaro que atentó contra el local murieron sepultados por los escombros del bowling derruido.
atentando bowling carrasco, historias tupamaras, zerbino

A raíz de aquel fracaso, la dirección del MLN decidió que en adelante sus bombas tendrían un mecanismo de retardo: así quienes las colocaran tendrían tiempo para escapar. La tarea de hacer esos artefactos le fue ordenada a un joven que hasta ese momento solo sabía fabricar equipos de audio. Ese joven era Juan José Cabezas y cumplió con su misión hasta que una bomba le explotó en sus manos, mutilándolo y dejándolo casi ciego. Cabezas cuenta su historia en el libro.
Basándome en múltiples fuentes documentales y testimonios, escribí en Historias tupamaras que en el atentado al bowling también murió Hilaria Ibarra, la cuidadora del local. El dato está consignado en libros y numerosos artículos de prensa.
Sin embargo, el 27 de febrero en el diario La República y polemizando con el diputado Daniel García Pintos, el senador Eleuterio Fernández Huidobro declaró que la cuidadora del bowling no murió en aquel atentado. Sostuvo que los militares incluyeron ese dato erróneo en su libro La subversión y otros lo tomaron de allí:
“Yo me preocupé de averiguar eso, se llamaba Hilaria, su segundo apellido era Ibarra y fue lo que yo pude averiguar, quedó herida en esa operación, estuvo internada en el Hospital Militar, cuando salió obtuvo un empleo público y murió hace cinco años en el Museo Pedagógico donde se desempeñaba como portera”.
La declaración de Fernández Huidobro pasó desapercibida entre las noticias de actualidad. Sin embargo, decidí intentar desentrañar el misterio. ¿Había muerto o no la cuidadora del bowling?
Visité el Museo Pedagógico, pero ningún funcionario recordaba a una empleada llamada Hilaria. Hablé con una persona que ya lleva seis años en el museo: nunca había oído hablar de una sobreviviente del atentado del bowling.
Los funcionarios del Museo Pedagógico me sugirieron que averiguara en una oficina administrativa de Primaria, de la cual ellos dependen. Allí me atendió un hombre amable que me contó que su carrera funcional se había visto frenada durante la dictadura. No recordaba a ninguna Hilaria, pero me anunció que hablaría con un compañero jubilado que sin dudas la recordaría. “Lo felicito por ocuparse de estos temas”, me dijo, me estrechó la mano y prometió llamar cuando supiera algo. Nunca llamó.
Decidí revisar los diarios de la época en busca de una pista que permitiera avanzar en la resolución del misterio.
Lo primero que descubrí fue que la cuidadora no se llamaba Hilaria Ibarra. El diario El País la llamaba así en una de sus crónicas, pero en otras la llamaba Hilaria Quirino, y éste último era su verdadero nombre. Tenía 48 años cuando explotó la bomba, decía el diario. No había muerto en la explosión, pero había resultado herida de gravedad. El diario añadía un detalle sorprendente: quien había rescatado a la pobre mujer de debajo de los escombros había sido un joven llamado Gustavo Zerbino. ¿Era el mismo muchacho que pocos años después sería uno de los héroes de la tragedia de los Andes?
Durante cuatro días, El País informó sobre la evolución del estado de salud de Hilaria Quirino, aunque cada vez dedicándole un espacio menor. Fue operada varias veces. Los médicos confiaban en que pudiera sobrevivir. Pero luego otras noticias, otras "operaciones" tupamaras, hicieron que la cuidadora del bowling desapareciera de las páginas del diario. Revisé las ediciones de los siguientes dos meses. No había una sola palabra más sobre Hilaria. ¿Había sobrevivido? ¿Había muerto en el hospital?
Necesitaba encontrar a alguien que la hubiera conocido. Sabiendo ahora su nombre verdadero la misión fue más sencilla. Al fin di con la hija y el yerno de la finada cuidadora del bowling.
Supe que Hilaria Quirino sufrió heridas terribles cuando explotó la bomba. “Quedó toda abierta”, me dijo su yerno David Walter Cohen. “Pasó ocho meses internada en el hospital Militar. Nunca se recuperó ni física ni mentalmente. Como mujer, le arruinaron la vida”.
En esos ocho meses, Hilaria debió volver a aprender a caminar, porque no podía. Dos veces creyó reconocer entre los enfermeros a integrantes del comando tupamaro que había volado el bowling. Pensó que procuraban matarla.
Su hija, María Rita, tenía 15 años y con su madre internada no tenía de qué vivir. No recuerda si fue en la prensa o hablando con los vecinos, pero ella pidió que alguien le facilitara una máquina de tejer para así poder ganarse la vida. Pocos días después un auto se detuvo frente a su casa y unos jóvenes bajaron y, en forma furtiva y sin decir una palabra, le dejaron una máquina de tejer. ¿A quién tengo que agradecerle?, preguntó ella. No respondieron y se fueron rápido.
“La pasamos muy mal. No somos rencorosos, pero tenemos memoria”, me dijo Cohen.
María Rita no quiso hablar mucho. “Mi madre nunca se recuperó, sobre todo mentalmente. Su cuerpo parecía un mapa de tantos injertos que tuvieron que hacerle. A mí me costó mucho sobreponerme y ya no quiero hablar de eso. Yo no soy quién para perdonar, es el de arriba el que tiene que perdonar”.
Hilaria Quirino –hoy fallecida- nunca pudo volver a hacer un trabajo normal. Por eso el Estado le dio un empleo público de mínima exigencia: portera del Museo Pedagógico.
También llamé a Gustavo Zerbino. Efectivamente, quien rescató a Hilaria de debajo de los escombros es el mismo Gustavo Zerbino de los Andes. El día que los tupamaros volaron el bowling tenía 17 años. Vivía a una cuadra del edificio, y cuando la explosión sacudió al barrio –se rompieron todos los vidrios, los pedazos del bowling llegaron hasta la rambla, a 300 metros- salió a la calle y fue a ver qué había pasado.
El panorama que encontró era dantesco. Un edificio de tres pisos había quedado reducido a nada, dos pisos enteros se habían desplomado sobre quienes estaban allí. No había bomberos ni policías. Se escuchaban gritos. Los restos del bowling se estaban incendiando.
Zerbino rescató de los escombros a seis personas, Hilaria fue la más difícil.
“Se estaba prendiendo fuego y me gritaba: ‘sacame, sacame’”, recuerda.

(Continúa)

Fragmento del artículo Hilaria Quirino, Fernández Huidobro y la bomba en el bowling. La versión completa se encuentra en el libro Herencia maldita. Historias de los años duros.

Herencia Maldita, Leonardo Haberkorn



Bowling antentado MLN tupamaros
Artículo en el vespertino El Diario, 2 de mayo de 1971.











12.12.08

"Historias tupamaras": opinan Rilla y Chasquetti

Lo que sigue es la reproducción de lo dicho en una mesa redonda realizada a modo de presentación de mi libro Historias Tupamaras: nuevos testimonios sobre los mitos del MLN en el programa “No toquen nada”, de Océano FM, el lunes 8 de diciembre, con el historiador José Rilla, el politólogo Daniel Chasquetti y el periodista Joel Rosenberg.

Rosenberg: preguntémosle a Chasquetti, en su condición de politólogo, y a Rilla, como académico, qué hay de nuevo acá, que pueden aportar estas Historias Tupamaras.

Chasquetti: este es un gran libro, por varias razones. Primero porque está escrito desde el periodismo, pero de manera prolija, ordenada, sistemática, bien escrito. El método que utiliza Leonardo es fantástico. El libro está ordenado en capítulos, porque el libro está ordenado en seis mitos, los cuales son presentados por sus constructores: Mujica, Rosencof, Fernández Huidobro, la historiadora Clara Aldrighi.

Rosenberg: -Historiadora que integró además el MLN.

Chasquetti: Y que escribió una obra muy influyente en esta reconstrucción histórica. Pero lo que deja en claro Leonardo a través de testimonios y de una reconstrucción muy fina, porque no solo se basa en esos nueve testimonios…

Rosenberg: Hay muchos documentos.

Chasquetti: Hay mucha información, ahí muestra Leonardo todo su oficio de investigador. Lo que hace Leonardo en cada capítulo es desmontar ese mito. Lo cual a mí me parece que es una tarea que excede largamente la labor del periodista, porque ya asume las herramientas y las armas de los cientistas sociales y los historiadores, que tenemos normalmente este tipo de metodología.
Daniel Chasquetti Historias tupamaras, MLN, tupamaros
Daniel Chasquetti
Lo segundo que quería decir es que es un libro muy triste, porque nos obliga a mirar nuestro pasado y ver como una generación de jóvenes se embanderó con una idea que podía parecer muy loable, pero que generó consecuencias dramáticas, que todavía hoy vivimos y sobrellevamos. Me parece que el libro deja muy claro que en verdad Uruguay se podría haber evitado muchas cosas si esta idea de hacer la revolución armada en un país como Uruguay, si estos jóvenes le hubieran hecho caso al Che Guevara, Uruguay se hubiese podido ahorrar mucha cosa.

Rosenberg: Cuando vino en el 61.

Chasquetti: Claro, el Che Guevara vino a Uruguay y en una conferencia en el Paraninfo de la Universidad dijo que no tenía mucho sentido levantarse en armas en una democracia donde funcionaban las instituciones y había libertad. Y esa sensación te queda con este libro. Las historias personales de estos nueve tupamaros son bastante tristes, dramáticas, y me parece que son un retrato de los últimos 30 años de nuestro país.

Rilla: Yo comparto esto que decía Daniel. Es un libro que yo me lo devoré en un día. Y creo que eso le va a pasar a cualquier lector más o menos interesado y honesto. Lo va a leer con mucha avidez. A mí me dejó una sensación ambigua. De tristeza, por aquello de que fue capaz el Uruguay. Hasta me animo a decir, yo que no tuve nada que ver pero me siento parte de eso: aquello de lo que fuimos capaces. Por otro lado, el libro me dejó una sensación de alivio, porque es muy bueno que estas cosas se cuenten, se relaten. No con la pretensión de hacer la última y definitiva historia de este proceso. Se equivocará aquel que piense que esto cierra la narración, la comprensión histórica. No, no, no la cierra. Creo la reabre de una manera muy significativa, que son cosas muy distintas. Uno siente el alivio de ver, desde la otra cara de la luna, como se podían ver las cosas. El punto de partida es un punto terrible, porque es como si la guerra siguiera. Cuando un entrevistado dice: “esta persona es un traidor”, está hablando el lenguaje de la guerra y me parece que es muy inteligente empezar a tirar de esa piola, como lo hace Leonardo, y atravesarla por la idea de los mitos. A mí esa es una cosa que me parece muy interesante, la cuestión de los mitos. Porque los mitos son muy importantes. En el lenguaje vulgar tendemos a hablar mal de los mitos, pero los mitos son relatos muy potentes de los orígenes de las cosas. Entonces, yo no sé qué me da más rabia cuando leo este libro: la mentira con la que hemos convivido, o el hecho de que la mentira haya sido creída entusiastamente por miles y miles de personas. Para un investigador, el segundo desafío es mucho más pesado que el primero. Porque podemos descubrir que tal o cual cosa no era así: este libro lo demuestra. Pero tenemos inmediatamente un problema: ¿cómo explicamos, y ahí está la fuerza de los mitos, que esto haya sido entusiastamente creído por tanta gente hasta el día de hoy? Eso es lo que a uno lo perturba.

Rosenberg: Lo del día de hoy es fuerte porque seguimos conviviendo con algunas de esas historias día a día, en los medios de comunicación. Los seis mitos son:
1) El MLN nació para enfrentar el golpe de estado
2) El MLN es totalmente inocente del ascenso militar
3) El MLN perdió por motivos ajenos a su propuesta política.
4) El asesinato de Pascasio Báez fue un error.
5) El MLN como modelo de virtud y ámbito de felicidad total.
6) Los renunciantes de 1974 le pegaron un tiro en la nuca al MLN.


Rosenberg: vamos a hablar del primer mito, obviamente no vamos a poder hablar de todos: el MLN nació para enfrentar el golpe de Estado. ¿Cuándo nació y para qué nació el MLN?

Chasquetti: Este es uno de los mitos más asombrosos, porque lentamente fue ingresando en la política uruguaya este discurso de que el MLN tenía como objetivo la autodefensa de los movimientos populares y sociales. Y cuando uno lee mínimamente cualquier obra de historia, sea de un historiador de gran reputación o de un desconocido, casi todos llegan a la misma conclusión: el MLN nació en el año 61-62 cuando la idea del golpe de Estado estaba lejos. Es cierto que en el 64 comienzan a surgir rumores, incluso la CNT y el Congreso del Pueblo toman decisiones de que hacer si efectivamente había un golpe de Estado. Pero cuando eso ocurre el MLN ya estaba creado y eso está en los testimonios de los propios integrantes. Yo creo que este mito está muy bien demostrado. Y lo curioso es que si lo vemos así parece una cosa sencilla. Y sin embargo yo escuché a Mujica, a Huidobro, decirlo durante los últimos meses, en charlas, en discusiones. Hay otro mito, del cual Leo no se ocupa, que es que el MLN contribuyó a la fundación del Frente Amplio, lo cual es un disparate porque en realidad a buena parte de la dirección del MLN, sobre todo a Sendic, el Frente Amplio no le caía nada en gracia. Y sobre todo porque el MLN tenía muchos militantes que venían de una raíz nacionalista, no era solamente un grupo de personas provenientes de la izquierda. Entonces, en los últimos años Huidobro y compañía se encargaron en los últimos diez, quince años, escribiendo libros, escribiendo columnas en los diarios, de ir modificando la historia. Yo creo que este libro viene a hacer justicia. Como dice Luis Nieto, uno de los entrevistados: él en un momento utiliza la imagen de que la historia del MLN está envuelta en una gran neblina. Yo creo que está sucediendo eso. Y este libro nos ayuda y nos permite mirar mejor este problema.

Rosenberg: Hablando de este mito, más allá de los testimonios, hay muchos documentos, el documento uno, las 30 Preguntas a un tupamaro de Sendic. El mito está contrarrestado con documentos.

Rilla: Que son demoledores. No son documentos desconocidos para el análisis de este proceso. Habían sido transcriptos en otros textos, pero en otros contextos también. La documentación nunca se coloca de manera ingenua o inocente. Y en todo caso prueba de que no es posible, en este libro se demuestra y en otros libros que han sido bastante maltratados ocurre lo mismo, no hay posibilidad alguna desde el punto de vista empírico inscribir la emergencia del MLN en la tradición de las luchas por la democracia. No hay ninguna posibilidad. Hay tupamaros que saben eso perfectamente y que se han colocado en la otra esquina del ring y reclaman a la actual dirección una fidelidad a la historia. Cuando uno escucha a Zabalza, lo que dice respecto al origen y al transcurso, puede ser efectivamente –como yo lo creo- una demencia lo que él dice, pero dice la verdad. Le está reclamando a los jefes históricos del MLN una fidelidad a la historia de la cual coparticiparon. Le dice: Mujica, por favor, usted está cambiando la versión de los hechos, yo me acuerdo; perdón, Fernández Huidobro, qué me está diciendo, yo me acuerdo, yo estaba allí igual que usted y no decíamos esto.

Rosenberg: Había sido una única voz. Acá aparece un racimo de voces.

Rilla: Un racimo de voces que tiene la ventaja de haberse dispersado luego y estar diseminados en actividades bien diferentes, en oficios bien diferentes, que tienen una relación con la política también distinta, y cierta distancia, cierta capacidad para decir: “en qué locura nos metimos”. Y más que eso, que es un paso moralmente más importante: “en qué locura metimos al país, al Uruguay”. Cuando leo esto y veo que eran chiquilines de 18, de 19, de 20, 21 años, me cuesta imaginarlo. La fuerza que tenía la idea de la insurrección armada era muy seductora. Me parece que queda bastante bien en este libro la posición que tenía al respecto el Partido Comunista, que es como la otra historia de la familia. El Partido Comunista que decía que no había las más mínimas condiciones para esto. Los tupamaros parecen decir: a nosotros no nos importaba demasiado todo el tema de la teoría, nuestra teoría es la acción, como sabemos que se decía. Por lo tanto nuestras lecturas, nuestros estudios eran limitados, a pesar de que pertenecían a la burguesía, a la clase media más o menos ilustrada. La proporción de obreros era mínima.

Rosenberg: Y los peones rurales tampoco los acompañaron.

Rilla: Tampoco. Creo que este libro relativiza un tanto las afirmaciones de la investigación de Hebert Gatto, acerca del peso que el marxismo leninismo tenía en la formación del MLN. No sé si es efectivamente correcto, pero es muy interesante como discusión. ¿Pesaba más el tema ideológico? ¿O pesaba mucho más en el MLN la pasión por el mando, por el poder? Esto que todavía hoy escucho, y me eriza la piel, cuando se habla de los presuntos fracasos del gobierno, se dice: lo que pasa es que tenemos el gobierno, pero no tenemos el poder. Eso lo escuchamos hoy. Y eso es una locura, pero eso no nació hoy, eso está en aquel momento.

Rosenberg: Hablemos del quinto mito: el MLN como modelo de virtud y ámbito de felicidad total.

Historias tupamaras. MLN tupamaros. Leonardo Haberkorn
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Chasquetti: Ese capítulo para mí es asombroso, porque arranca con un testimonio de Yessie Macchi sobre la felicidad y plenitud que el militante puede adquirir al momento de entregar sus vidas, sus horas, su tiempo a la causa. Sin embargo, las opiniones que vienen luego son tremendas. Yo creo que este no es un problema solo del MLN sino de todas las organizaciones que cooptan a sus miembros y los vuelven full time. Esto pasa también con militantes de sectas, es una situación bastante dramática. Me parece que ese capítulo está muy bien, porque lo que muestra es crudamente es la vida que llevaban muchos de los que entraban y luego no podían salir. Hay historias muy tristes, como la de Roque Arteche, un preso común que no tenía forma de salir. Y hay bastantes casos de este tipo. Ahí hay un punto fuerte del libro. Y me parece que a lo largo del libro Leonardo también desmonta esta idea, la de que la felicidad y la plenitud están en la organización. O por lo menos demuestra que el individuo también necesita lo colectivo, pero también su vida individual.
Rilla: (…) Yo conozco a varios de los que están aquí involucrados. De algunos de ellos, y no los conozco mal, los conozco bastante bien, no sabía las historias. Realmente me dejó aterrado. Es decir, en este libro descubrí cosas que le habían ocurrido a personas a las que conozco, a las que conozco más o menos bien, aunque en realidad no las conocía tan bien. ¿Qué le ha pasado al Uruguay que una persona a la que yo me considero cercano no me había relatado lo que le relata a Leonardo? Por eso decía que este libro me deja un poco triste a la vez que aliviado, porque me cuenta una historia que quería escuchar. También creo que es un libro que nos obliga, nos obliga a seguir revisando, a seguir pensando en estas cosas: no a cerrarlas. Y obliga a otros. Porque este libro termina con una especie de ejercicio de fantasía que hace Rodríguez Larreta, pensando en llenar el estadio Centenario, con todos los que de una manera directa o indirecta estuvieron involucrados en aquellos años: que vayan, confiesen lo que hicieron y después es vayan para su casa. Me hace acordar al trámite que tuvo en Sudáfrica esta situación. Y yo creo que este libro obliga a otros a decir. Aquí hay todas una Fuerzas Armadas que no hablan. No hablan. Entonces yo también creo que este libro es una contribución a que hablen.



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