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16.6.15

Estadio Centenario: rápido y brutal

Un lector me recordó que escribí esto en 2006, y creo que viene al caso. Se publicó en el suplemento Qué Pasa el 20 de mayo de ese año.

Durante muchos años fui al estadio Centenario cada fin de semana. Hoy hace años que no.
La última vez fue el 20 de julio de 2003. Hacía ya mucho que no iba: me habían alejado los partidos demasiado malos, los barra brava, los arbitrajes sospechosos, los campeonatos con tufo a tongo, el monopolio y sus papagayos. Pero aquella tarde decidí volver. Peñarol jugaba contra Defensor y debutaba José Luis Chilavert. Habría una figura de nivel mundial en el estadio, tenía que valer la pena.
Fui a la tribuna Amsterdam porque toda su parte central está libre de las incómodas banquetas que le agregaron al Centenario hace unos años y que arruinaron su comodidad original. Las banquetas impiden recostarse en la fila de atrás. Aunque el estadio rara vez está colmado, estos asientos obligan al espectador a permanecer sentado en un espacio reducido, mientras alrededor hay 65.000 lugares libres. Pensé también que tendría cerca a Chilavert durante la mitad del partido y podría verlo atajar con todo detalle.
No fue así. El espectáculo fue pésimo. El paraguayo debió haber vivido el partido más aburrido de su vida. Defensor, haciendo honor a su nombre, no le pateó ni siquiera un tiro al arco en los 90 minutos.
Con todo, eso no fue lo peor. La Amsterdam estaba bastante llena. El público allí reunido se distinguía por una característica en común: no podían pronunciar ninguna frase que no tuviera incluida las palabras puto o puta: "la puta", "hola, puto", "juez puto", "qué hijo de puta", "qué cobrás, puto", "los del bolso son todos putos".
La mayoría tenía entre 15 y 25 años y muchos ya eran padres o madres. Estaban allí con sus hijos: bebés y niños pequeños. Tener a sus hijos con ellos no les impedía saltar, ni emborracharse, ni fumar mucha marihuana. El humo lo respirábamos todos, los bebés incluidos.
También cantaban esa canción que celebra el asesinato: "Cómo me voy a olvidar cuando matamos a una gallina, cómo me voy a olvidar: ¡fue lo mejor que me pasó en la vida...!"
Esa canción había sido una de las razones que me habían hecho dejar el fútbol. No se puede participar de un espectáculo, ni siquiera como espectador, en el que se glorifica el asesinato. Entre toda la verborragia que se le dedica al fútbol en Uruguay, nunca escuché a un dirigente, un periodista o un futbolista que se haya referido a este canto. Las muertes violentas no vienen solas.
Aguanté hasta el final del partido, pero nunca más volví.
El Centenario es el símbolo de un país que fue capaz de levantar ese estadio monumental en apenas seis meses, organizar un Mundial y salir campeón del mundo. Todo sin ir a mendigar ayuda al extranjero, sin necesidad de consultores europeos o estadounidenses: el diseño y la construcción del estadio fueron confiados al arquitecto Juan Scasso, que era simplemente el director de Paseos Públicos de la Intendencia de Montevideo. Sentarse en sus tribunas no solo era un placer, era sentirse parte de una gran historia.
Hay aquel país ya no existe más. Aunque decadente, el estadio todavía conserva su majestuosidad, pero lo que ocurre en su cancha da pena. Y lo que ocurre en sus tribunas también.
Ir al Centenario es una forma rápida, brutal y penosa de comparar lo que fuimos y ver en lo que nos hemos transformado.

estadio Centenario, fútbol, violencia, Uruguay
Vista aérea de las obras de construcción del estadio Centenario


el.informante.blog@gmail.com

20.3.14

Liberaij. La verdadera historia del caso Plata Quemada. Entrevistas, reseñas, críticas


Liberaij. Plata quemada. Mereles.
Un policía golpea con su zapato lustroso al moribundo Mereles,
cuando lo sacan del Liberaij. La foto la publicó el diario La Razón de Buenos Aires.
En Uruguay nadie la difundió.


Crítica en la revista digital MOOG, a cargo del periodista Luis Melgar:

Crítica en el diario La República, a cargo del periodista Hugo Acevedo:

Entrevista con el periodista Álvaro Carballo, en TNU (ex Canal 5):






Liberaij batalla porteños
Así quedó la cocina del apartamento 9 del Liberaij.
Foto del diario La Razón de Buenos Aires.



Crónica de la presentación de la primera edición del libro, a cargo del periodista Miguel Arregui en El País:

Asalto de San Fernando
Los hijos del agente Francisco Otero, asesinado en el asalto de San Fernando,
donde comenzó todo.
Foto del diario La Razón de Buenos Aires.


Entrevista en el programa Suena Tremendo, en radio El Espectador, con Juanchi Hounie y Diego Zas:

Entrevista con el periodista Jorge Traverso, en el programa Tiempo Presente, en radio Oriental:



Entrevista del periodista Valentín Trujillo en el diario El Observador:


18.3.14

Liberaij. La verdadera historia del caso Plata quemada.










Ayer presenté mi nuevo libro, Liberaij. La verdadera historia del caso Plata quemada. Fue un momento de mucha satisfacción, después de una investigación trabajosa, que procura reconstruir con la mayor precisión histórica aquel episodio policial que afectó por igual a Argentina y Uruguay en 1965.
Quiero agradecer a todos los que me acompañaron, me hicieron sentir muy feliz y rodeado de cariño. Y hacerlo en forma especial al periodista Jorge Traverso y a la psicóloga Claudia Dorda, hija de uno de los protagonistas de esta violenta historia, que compartieron conmigo la tarea de presentar el libro.
Para los que no pudieron ir, aquí se pueden ver algunos momentos.
El libro puede encargarse por mail desde esta página:



Las primeras palabras estuvieron a cargo de Virginia Sandro, editora y representante de editorial Sudamericana.



Luego Jorge Traverso habló del libro:



Traverso le pregunta a Claudia Dorda:



Y me pregunta a mí si conseguí todo lo que buscaba averiguar:



Y luego pregunta mi opinión sobre los libros periodísticos y el periodismo narrativo (yo le explico qué es lo que no me gusta de algunos libros hechos desde el periodismo), y sigue con Claudia Dorda:



Lo que parecía ser la despedida:



Cuando ya parecía que nos íbamos, varias personas del público (vecinas del edificio, la hija de uno de los policías muertos por los pistoleros) pidieron para intervenir. Aquí lo manifestado por una de las habitantes del Liberaij aquel día de 1965:



24.8.13

La fiesta de la nostalgia, las invasiones bárbaras

No me gusta la fiesta de la nostalgia.
Nunca me gustó hacer lo mismo que todos y menos todavía hacerlo en el mismo momento en que todos lo hacen.
Tampoco me gusta la nostalgia, aunque admito que la tengo y que me asalta muchas veces al año, no solo los 24 de agosto.
Tengo nostalgia del olor a la arena mojada en las playas de Montevideo, del túnel que atravesaba la rambla y te llevaba a la playa Malvín, de una radio Hitachi con cubierta de cuero, como las Spika, que pasaba tangos y canciones de Leonardo Favio.
hitachi con cubierta de cuero al estilo spika
Tengo nostalgia de El Diario de la noche y de todos mis perros salchicha. Nostalgia del almacén de don Antonio, que atendía en camiseta, llevaba una birome en la oreja y envolvía todo en papel de estraza o de diario, ya no me acuerdo.
Nostalgia del gusto irrepetible que tenía esa tortuga de jamón y queso que me compraba mi abuelo cuando me esperaba a la salida de la clase de natación, en la Asociación Cristiana de Jóvenes.
Nostalgia de Los Estómagos, de Graffitti, del Dorman caminando por Montevideo con un armatoste de tela cubriéndole la cabeza, de la loca de pelo rojo que recorría 18 de Julio pintada de todos colores, de la revista Punto y Aparte, del estadio Centenario sin las horribles banquetas de plástico que lo arruinaron para siempre.
Tengo nostalgia de ir a la tribuna Olímpica, sentarme en el cemento, recostar mi espalda en la fila de atrás y disfrutar de una tarde de sol en invierno sin que nadie a mi alrededor gritara puto, puta y chupapija durante los condenados 90 minutos. Nostalgia de los clásicos, cuando las hinchadas de Peñarol y Nacional nos repartíamos la Amsterdam mitad para cada una y nos dedicábamos cánticos como: "Mandarina, mandarina, mandarina, mandarina, hoy lo echan a Cubilla y los dirige Landriscina".
Tengo nostalgia de la época en la que estábamos todos juntos contra la dictadura, de los cinco minutos en que pareció que podríamos ponernos de acuerdo al menos en lo básico y hacer algo mejor todos juntos.
Tengo nostalgia del Pampa recitando y Cacho haciendo morisquetas detrás. Nostalgia de Olmedo, de Luca y de Renato Russo.
Tengo nostalgia de cuando daba clases y podía alentar la razonable esperanza de que tres o cuatro estudiantes por grupo terminaran escribiendo con garra, ritmo, corazón y respetando las reglas de la gramática y la ortografía.
Nostalgia de cuando podías hablar de lo que fuera con cualquier mozo o taxista de Montevideo. 
Tengo nostalgia de cuando en las redacciones de prensa se hablaba de política y de fútbol y no de tecnología y realities.
Tengo muchas nostalgias pero cero ganas de festejarla. Cuando me asalta y necesito darle un gusto, voy y compro pizza en El Submarino Peral.
Lo mejor, siempre, es tratar de hacer algo nuevo. Algo que valga la pena.
No importa que estemos rodeados. No importan las invasiones bárbaras. Si vas perdiendo diez a cero, hay que pelear por hacer el gol de la honra. Si lo hacés va a valer mucho más que poner me gusta en la página de Facebook de los que quieren reunirse para gritar el gol de Ghiggia.

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13.4.12

Pareja con hijo: facebook del día

Una pareja y su hijo, en la esquina montevideana de Ellauri y Juan María Pérez
el 13 de abril a las 17 horas. Foto tomada por Silvia Bartram, y reproducida de su
Facebook con autorización.

19.7.11

Calles de Montevideo: Sobre héroes, peces y tumbas

Menta esquina Diamante. Pez espada esquina Lenguado. Tucán esquina Centauro. Apolo XI esquina Sputnik I.
Sí, aunque pocos las conozcan, esas son esquinas de Montevideo. Porque a pesar de su incontenible tendencia a nutrirse de nombres de políticos, doctores y militares, el nomenclátor montevideano todavía tiene un lugarcito para las sorpresas y hasta para el buen gusto.
En las calles de Montevideo, Don Quijote se une a Dulcinea. Estados Unidos se cruza pacíficamente con Cuba, Las Artes se encuentran con Las Ciencias, y Bolivia tiene una amplia salida al mar.
Los que creen que en la capital uruguaya es todo Doctor Mengano esquina General Zutano, deberían visitar Santa Catalina, un barrio donde las calles llevan nombres de peces y flores. Si el lector se decide, puede parar un taxi y decirle al taxista: “Pez Espada esquina Lenguado”. Y el coche lo dejará justo allí.
En Santa Catalina están las calles Roncadera, Lisa y Mochuelo. También Clavel, Dalia, Margarita, Rosas y Pensamiento.
Hay otros barrios con nomenclátor atípico. En Punta de Rieles están las constelaciones y los signos del horóscopo: Osa Mayor es paralela a Osa Menor, Capricornio se cruza con Géminis. Hay una avenida de los Astros y otra del Zodíaco.
En Peñarol, la ciudad rinde tributo a científicos e inventores: Newton, Pasteur, Fulton, Marconi, Watt, Volta. En Colón están la Pinta, la Niña y la Santa María que –paradojalmente-comparten el barrio con Sputnik I y Apolo XI.
En el llamado Barrio Gori las calles son aves, con la particularidad de que los nombres incluyen el nombre y el sustantivo: El Benteveo, El Chingolo, El Churrinche, etc.

***

De todos modos, y en general, hay que lamentar el desorden y la poca imaginación que reinan en la nomenclatura capitalina.
No es fácil saber por qué, con tantas calles sin bautizar y otras muchas con nombres repetidos, las autoridades municipales han insistido tanto en cambiar las denominaciones tradicionales de la ciudad.
En Montevideo hay dos calles Ruben Darío. Dos Bernabé Michelena. Dos Elías Regules. Dos República Argentina. Dos Melo. Dos Tauro. Dos Perseverancia. Dos Las Violetas, además de otra Violeta. Hay una calle Perú y una rambla República del Perú. Lo mismo pasa con México.
Aunque en la capital uruguaya falta una Avenida del Perro, dedicada al mejor amigo del hombre, hay en cambio tres calles que homenajean a un mismo y diminuto animal: la calle Colibrí, la calle Picaflor y la calle Mainumbí, que no quiere decir otra cosa que picaflor en guaraní.
Eso no es nada. En la última edición de la guía telefónica figuran cuatro calles Espacio libre, tres Pública, seis Servidumbre, cinco Servidumbre de paso y cinco Abrevadero. Y hay decenas de calles denominadas Oficial.
Además de las repeticiones ya anotadas, en Montevideo hay calle Ceibo, otra Ceibos, otra Ceibal y otra Flor del Ceibo. Hay una calle Calaguala y otra Calaguada, pero ambas refieren a un mismo arroyo de Lavalleja. Volteadores y Voltígeros rinden tributo a un mismo batallón oriental que luchó en Monte Caseros y que se conocía indistintamente con un nombre u otro. También las calles Presidente Oribe y Manuel Oribe aluden al mismo prócer.
Curiosamente, hay dos calles que homenajean a Lorenzo Batlle pero ninguna lleva su nombre completo: una se denomina General Batlle y la otra Presidente Batlle.
Pese a tantas repeticiones, es notoria la tendencia a rebautizar calles, preferentemente con nombres de políticos o allegados a la política: en 1960 había tres calles con el apellido Batlle. Hoy hay ocho.

***

 Hay calles que conservan nombres tradicionales, incluso centenarios. La calle Figurita se llama así por un antiguo almacén con ese nombre que había en el lugar. Pero la mayoría de los nombres han sido elegidos con el correr de los años para homenajear a distintas figuras o sucesos.
Así, por ejemplo, pese a que los primeros pobladores de Montevideo consideraron enemigos a los charrúas, hoy la ciudad rinde tributo a muchos de ellos, como Abayubá, Anagualpo, Cabarí, Caracé, Senaqué, Tabobá, Tacuabé, Terú, Vaimaca, Yamandú, Yandinoca y Zapicán.
Hay muchas otras calles dedicadas a celebrar a los primitivos habitantes del país: Arachanes, Bohanes, Chaná, Guenoas, Indígenas y Minuanes son solo algunos pocos ejemplos.
En este rubro habría que incluir también a la calle Urambia, aunque quién sabe. En su Nomenclatura de Montevideo de 1977, Alfredo Castellanos dice que su nombre se debe a un personaje de la obra Los Charrúas del escritor Pedro Benavente. Pero en la edición anterior de su obra, en 1960, el propio Benavente sostenía que el nombre era un homenaje a una ¡localidad de Tanganika!
El criterio para homenajear a veces es curioso. Prácticamente no hay una ciudad de Francia que no tenga una calle en Montevideo: Amiens, Biarritz, Burdeos, Cannes, Ciudad de París, Deauville, Havre, Lyon, Marsella, Nancy, Nantes, Nimes, Niza, Orléans, Reims, Saint Gobain, Tolon y Versailles. (Uno se pregunta si en París habrá calles llamadas Fray Bentos, Paysandú, Pando y Solymar). También hay calles que recuerdan otros sitios de la geografía gala, como Alsacia, Marne, Sena o Somme. Y también está Lutecia, primitivo nombre de París. Además de una calle Francia y otra República Francesa.
En cambio no hay una calle Porto Alegre. En realidad hay pocas calles en honor a la geografía brasileña. Y de las que hay algunas contienen errores de ortografía, como la calle que recuerda al estado de Paraíba, que aquí fue rebautizado Parahiba.

***

Claro que en materia geográfica todavía no está dicha la última palabra. Todavía hay muchos países que no han ingresado al nomenclátor montevideano. Algunos de los últimos en hacerlo fueron incorporados en 1991 cuando alguien, en una decisión de evidente coherencia, bautizó las calles del pobrísimo barrio Casabó con nombres de pobrísimos países africanos: Gambia, Sierra Leona y Etiopía, entre otros.
No figuran todavía muchos otros países, como buena parte de los estados del Caribe. Existe sí una exótica esquina Islas Fidji y Nueva Guinea en el Cerro. Y también calles que recuerdan a países que ya no existen como Prusia o Checoeslovaquia.
Pero el caos de la nomenclatura montevideana no es mundial sino planetario. Es difícil explicar porqué todos los planetas tienen su calle y –para deshonra de los eventuales marcianos- Marte es el único que no.
Y más difícil aún decir porque hay dos calles Urano (y ninguna dedicada a a la Luna).
De todos modos, no hay que ir tan lejos en el universo para encontrar lo inexplicable en el nomenclátor capitalino.
Por ejemplo, nadie hasta ahora ha sabido esclarecer el origen del nombre de la calle Chon. Y lo mismo pasa con la misteriosa Humachirí. Los estudiosos tampoco han encontrado una razón para que una calle lleve un nombre tan triste como Castigo. Pero allí está.
En guaraní
Si hablamos de lo inexplicable, habría que decir que en Montevideo hay muchas calles bautizadas a medias.
Hay una calle dedicada al arco iris, llamada apenas Iris, como si alguien pudiera adivinar la mitad que falta.
Hay calles llamadas solo por el apellido, como la calle Sánchez que nadie sabe a qué Sánchez celebra. Por el contrario hay calles con nombre pero sin apellido, como Andrés y Margarita, en Colón. Lo mismo le pasa a la calle Robinson, que recuerda a Robinson Crusoe aunque nadie puede advertirlo debido a que le falta el apellido, que debe haber naufragado en alguna oscura isla de la burocracia departamental.
Hay cosas, en cambio, que parecen no tener explicación y la tienen. La calle ¡Hopa hopa! recuerda una poesía del Viejo Pancho. La calle Miní refiere al antiguo nombre en portugués de la laguna Merín. Y Bobi –explica Castellanos- es una calle que rinde homenaje a un poblado paraguayo.
Justamente, en Montevideo hay una gran cantidad de calles con nombre guaraní. Algunas reproducen nombres de la geografía uruguaya, como Buricayupí (cerro de Paysandú) o Bolacúa (arroyo de Artigas). Otras son localidades paraguayas, como Caacupé o Carapeguá. Y el resto refiere a personas, animales, vegetales y sucesos varios, como Caiguá o Mandiyú.
Para la mayoría de los habitantes de la ciudad estas calles tiene un significado misterioso y desconocido. Difícilmente los vecinos de Comandiyú sepan que así se llamó un indio guaraní que siguió a Rivera.
Más difícil es que alguien imagina el significado del nombre de la calles de Sayago que se llama Tangarupá que –cuenta Castellanos- en guaraní quiere decir “lecho o cama de una mujer vulgar”.

***

Hay calles que parece decirnos una cosa pero quieren decir otra. Apóstoles recuerda a un pueblo misionero donde Andresito venció a los portugueses. Y Mahoma no tiene que ver con el profeta sino con una deformación del nombre Ohonas, una tribu india del Paraguay.
Hay infinidad de otros ejemplos: la calle Arquímedes recuerda un banco de arena del Río de la Plata. Y El Aguacero no rinde tributo a ese fenómeno meteorológico tan frecuente en la ciudad, sino a un periódico que existió en el siglo pasado.
Es que las cosas propias de la ciudad están, en general, ausentes de su nomenclátor.
No hay calles en Montevideo que recuerden a sus trabajadores: no hay avenidas del Almacenero, del Farmacéutico, de Psicólogo o del Albañil (en Durazno sí la hay). En cambio hay varias calles que recuerdan oficios rurales nada propios de la selva de cemento, como las calles del Guasquero, del Labrador y del Sembrador. Y los caminos llamados del Alambrador, del Tropero y del Esquilador.
Hasta el fútbol, primera pasión ciudadana, tiene una presencia modesta. Existen las calles Amsterdam, Colombes, Maracaná, José Nasazzi, José Piendibene y Carlos Solé, pero no muchas más. Hay una calle Spencer, pero no recuerda a Alberto, sino a un filósofo y sociólogo inglés que nació en 1820 y murió en 1903. Y la calle Gambetta no refiere a Schubert Gambetta, el Mono, sino a León Gambetta, un abogado y político francés que vivió entre 1838 y 1882.
¿Por qué León Gambetta tiene una calle en Montevideo? Vaya uno a saber. En las calles, llenas de nombres y apellidos, hay homenajes justos y otros injustos. Pero a muchos de ellos se los ha devorado el tiempo.
¿Quién recuerda que Goes era el apellido de dos hermanos portugueses que llevaron siete vacas y un toro desde Brasil a Paraguay, posibilitando que luego Hernandarias trajera aquí el ganado? ¿Quién conoce que la calle Jenner celebra al inventor de la vacuna antivariólica? ¿Y la calle Ehrlich al Premio Nobel de Medicina de 1908?
Hay en cambio algunas calles con nombres que no necesitan expliación. Como las calles Mediodía o Firmamento. O como Honor, Igualdad y Justicia. Y como Piratas, una insólita calle que –anota Castellanos- existe “en recuerdo de los numerosos piratas ingleses, franceses, daneses, etc. que desde antes de la fundación de Montevideo vinieron a nuestras costas atraídos por la fabulosa riqueza ganadera”.
Justamente estas calles tiene el tipo de nombre que los ediles siempre eligen eliminar, cuando se les ocurre incorporar un nuevo nombre y apellido a la nomenclatura ciudadana. Así se fueron, desde 1960 a la fecha, las calles Médanos, Pampas, Puma, Caridad, Constancia y Horizonte.
En ese lapso, a cambio de un puñado de fechas, nombres y apellidos, Montevideo perdió su Combate y cerró su Industria.
Eliminó su Paraíso y su Porvenir. Borró incluso la Armonía, la Fe y la Esperanza.
Pérdidas demasiado grandes para una ganancia que rápido será devorada por el tiempo.

Publicada en el suplemento Qué Pasa del diario El País el 9 de setiembre de 2000. Incluida en el libro Historias Uruguayas

1.6.08

Zoológico de Villa Dolores: el silencio de los inocentes

Uno
--¡Está muerta! ¡Está muerta!
Es sábado a primera hora de la tarde y el sol del verano cae pesadamente sobre Montevideo. Una joven pareja está detenida frente a una de las piscinas del zoológico de Villa Dolores. La piscina no tiene agua. En su lecho, una pequeña foca se achicharra bajo el sol. Está quieta, dura, inmóvil, tirada arriba de un montón de hojas secas de eucalipto. Efectivamente parece muerta. La piscina, además de vacía está despintada, rajada y sucia, la falta de agua permite ver mejor sus miserias. El animal continúa sin moverse. Quizás no sea foca y sea un pequeño lobo de mar: como en tantos otros lugares del zoológico, no hay ningún cartel que indique de qué animal se trata.
--¡Está muerta! ¡Está muerta!, insiste la chica.
El muchacho va en busca de auxilio.
Por fin encuentra a uno de los empleados del zoológico, sentado, tomando el sol.
--Ahí hay una foca que se quedó sin agua, parece que está enferma o muerta.
--No está muerta, está bien.
--Pero no tiene agua, con este calor se va a morir...
--No, no se muere. Aguanta.
--¿Y por qué no tiene agua?
--Le están cambiando el agua a la piscina...
--¿Y cuánto va a demorar en tener agua?
--¡Ah! Demora... es grande la piscina.
--¿Cuánto? ¿De noche va a tener agua?
--No, hasta mañana no.
--¿Va a tener que esperar un día?
--Más o menos, por ahí. Pero mire que aguanta.
Ocurrió el sábado 30 de diciembre. El animal que se achicharraba al sol no era una foca ni un lobo de mar autóctono. Era una especie de lobo marino propio de las heladas aguas antárticas. No es de extrañar que pareciera muerto bajo el calcinante sol de la piscina vacía.

Dos
Uno de las primeras cosas que Tabaré Vázquez hizo cuando asumió como intendente, en 1990, fue ir al zoológico. Vázquez hizo una visita sorpresa y constató que más de la mitad de los funcionarios había faltado sin aviso, incluyendo a los 13 veterinarios de entonces. Vázquez se quitó el saco y la corbata y atendió a la elefanta. Fue todo un gesto: el nuevo intendente quiso decir que su administración no toleraría la decadencia del zoológico y el descuido de sus animales. Han pasado 11 años. Pasó toda la administración de Vázquez. Pasó todo el primer gobierno de su sucesor Mariano Arana. Y ya ha comenzado otro. Y la decadencia del zoológico no sólo no se detuvo sino que llegó a límites dolorosos.
Quien dude de esta afirmación puede ir y verlo con sus propios ojos. La entrada vale apenas ocho pesos, pero quizás el lector no tenga que pagarla.
A este cronista, 11 años después, le pasó lo mismo que a Vázquez. Llegó hasta la puerta del zoológico y no había nadie en la boletería. Tampoco en la entrada. El zoológico estaba abierto y había un gran cartel que decía: "Entrada 8 pesos". Pero no había nadie que la cobrara ni nadie que controlara la puerta.
Seguro que los funcionarios tenían algo importante que hacer.
Sábado 30 de diciembre del 2000, tres de la tarde.

Tres
Hoy el zoológico está dirigido por un interventor, Walter Cortazzo. El intendente Arana tomó la decisión de intervenirlo en noviembre, luego que varios ediles de la oposición denunciaron que el parque y sus animales estaban al borde de colapsar debido al grado de abandono reinante.
El edil nacionalista Osvaldo Abi Saab señaló entonces que existían jaulas en estado ruinoso, falta de limpieza y mantenimiento, sectores invadidos por los yuyos y las ratas, peligro para los visitantes debido a la existencia de alambrados rotos, focos de aguas servidas. También dijo que solía no haber funcionarios en la boletería y en la entrada.
A su vez, los trabajadores del zoológico nucleados en el sindicato Adeom denunciaron que los animales habían pasado ocho días sin comida. "Existe insensibilidad con los animales", dijo en noviembre Abi Saab.
La directora de entonces, Araceli Paleo, no concurría a su trabajo desde hacía varios meses en usufructo de una licencia por enfermedad. Arana decidió removerla del cargo. El intendente creó una comisión integrada por representantes de la Intendencia y técnicos universitarios para hacer un proyecto de reestructura total. Y nombró interventor a Cortazzo para que rescatara al zoológico de su degradación.

Cuatro
Viernes 5 de enero, 11 de la mañana. Le están dando de comer a los animales. Hay algunos funcionarios que reparten la comida con evidente cariño; otros la tiran como si fueran piedras.
Están esquilando una oveja criolla en medio de uno de los senderos. "¿Pasa algo?", pregunta prepotente el empleado municipal cuando alguien se acerca a mirar.
Sí, pasan varias cosas. Hay unos papagayos con un cartel que dicen que son palomas. Hay una rata comiéndole la comida al jabalí. Sale de un caño, corre, llega hasta donde hay unas zanahorias, agarra algo y vuelve corriendo a su caño. Repite la operación cada dos o tres minutos, a plena luz del día. Hay una caja de pescado tirada desde hace una semana en el estanque de patos y cisnes. El agua está muy sucia. Hay hojas y ramas tiradas en el suelo desde el temporal del 26 de diciembre. Hay bolsas de portland, nylon y pedazos de bloques tirados en los senderos. Hay que cortar el pasto. La puerta del cerco que rodea la jaula de los leopardos está abierta, cualquier niño puede llegar hasta las rejas y tratar de acariciar a las fieras. Hay una especie de perro que llora. No tiene cartel así que no se puede saber exactamente qué es. Parece un lobo, pero está rengo y tan flaco que parece que cualquier perro de barrio le puede dar una paliza. El interventor explicaría luego que es una loba vieja. Está encerrada en una jaula diminuta, de dos por dos. Se le notan los huesos. Está sola. Va de un lado a otro y llora. Se queda quieta en un rincón y llora. Se para otra vez. Llora.

Cinco
Jueves 4 de enero, 18 horas. Hace dos meses que Walter Cortazzo asumió como interventor del zoológico. "El intendente me pidió que comenzara a trabajar para recuperar el parque, que está muy deteriorado. Vine a aprender, pero soy parte del gobierno municipal. No me voy a fijar objetivos imposibles, pero la responsabilidad que me ha dado la intendencia voy a llevarla a cabo. Voy a recuperar el parque: esto es algo que se merecen los montevideanos, es responsabilidad de la Intendencia de Montevideo y es posible hacerlo".
Cortazzo dice que está trabajando en dos planos: uno a largo plazo, con la comisión que ya elaboró un anteproyecto para reformular el zoológico. Pero pasarán años antes de que ese proyecto pueda ser realidad. Así que su trabajo en lo inmediato es hacer que este zoológico recupere su dignidad largamente perdida.
"Estoy tratando de ver cómo son las cosas, las relaciones con los funcionarios. Va a llevar un tiempo y no será fácil. Como se puede ver, hay muchos lugares donde hace mucho tiempo no se realiza ningún tipo de mantenimiento. Acá parecería que no ha habido ninguna planificación, que no hubo conciencia de la importancia que este lugar tiene para la ciudad".

Seis
"En los últimos cuatro años, el zoológico ha cambiado cinco veces de director y ha sido cerrado tres veces por cuestiones graves", recuerda Abi Saab. En ese lapso se constató la muerte de patos, ñandúes y cisnes de cuello negro devorados por las ratas, una ñiña fue ataca por un mono, desaparecieron animales y la tigresa murió tras un desigual combate contra dos leones: fue un acto de sabotaje criminal, alguien abrió deliberadamente la reja que separaba a las fieras.
"Los directores se sucedieron --continúa el edil--pero nunca hubo una mejora ni una solución. Es un lugar que es visitado por un millón de personas al año, el paseo más visitado de todo el país. Vienen todas las escuelas, los liceos, pero cualquiera ve que no es un lugar adecuado para recibir visitas".
Es cierto: además del espectáculo deprimente que ofrecen los animales encerrados en condiciones indecorosas, en el zoológico faltan los bancos, no hay bebederos ni lugares donde arrojar los residuos, no hay donde comprar un refresco ni donde sentarse a tomarlo o a descansar.
El lugar destinado a ser parador está ocupado desde hace años por la Sociedad de Acuaristas, una institución privada que allí tiene sus peceras. El público, que perdió el parador, no gana nada con que los acuaristas estén allí: el lugar permanece cerrado a las visitas con gruesos candados.
Cortazzo reconoce que allí tiene otro problema. "Un padre que recorrió todo el parque llevando a sus niños y quiere sentarse a descansar unos minutos no puede, no tiene dónde. Si quiere comprar una coca cola, tiene que salir afuera del zoológico".

Siete
La escena se repite decenas de veces por día, siempre igual. Los niños arrastran a los padres hasta el rincón donde están las jaulas de los osos. Cuando llegan frente a las rejas, los niños señalan a los animales:
--Mirá papá, papá. ¡Los osos!
La inmensa mayoría de los padres y las madres se quedan invariablemente unos segundos en silencio: intentan asimilar lo que están viendo. Después, cuando recuperan la voz, le responden a sus hijos, hablando bajito:
--Pobres osos.

Ocho
El interventor informa que las ratas dejaron de ser un problema grave. "Ahora hay pocas", dice.
Pero las ratas se ven a plena luz del día, robándole la comida a los huéspedes del zoológico. Uno se pregunta cómo será de noche.
De todos modos, los animales de Villa Dolores mueren por causas más fáciles de prever y de combatir que los ataques de las ratas.
El temporal del 26 de diciembre dejó un reguero de muertes de animales aplastados por el granizo. "La tormenta nos mató cuatro espátulas rosadas, varias garzas y un lobito de río. Los mató el granizo. Eran animales nuevos en el zoológico, recién habían venido de Tacuarembó y todavía no se habían acostumbrado, no supieron encontrar refugio cuando empezó a granizar", explicó Cortazzo.
Peor todavía: días después otros animales murieron al explotarle literalmente el corazón debido al excesivo calor.
"El jueves 4 se nos murieron tres ovejas criollas. Estaban sin esquilar, con toda la lana, y cuando les hicimos la autopsia resultó que habían tenido un infarto: no habían aguantado el calor y se murieron. Según me dijeron, hasta ahora las ovejas no eran esquiladas en verano porque nunca había pasado nada", afirmó Cortazzo.
Usando el lenguaje de los empleados del zoológico: hasta este verano las ovejas sufrían, pero "aguantaban".
Tras la autopsia, Cortazzo mandó esquilar a las ovejas criollas sobrevivientes. Ahora mismo están esquilando una.
"¿Pasa algo?", pregunta prepotente el funcionario.

NueveLo que pasa, según el edil Abi Saab, es que "la Intendencia no ha sabido cómo hacer trabajar a los funcionarios. Algunos transpiran la camiseta, pero otros no".
Uno de los integrantes de la comisión que está proyectando el zoo del futuro, fue más drástico aun: "esto está en un estado lamentable porque es la Siberia de la Intendencia. Todo el que no sirve, lo mandan aquí".
Pero el interventor Cortazzo es cuidadoso cuando se le pregunta por sus funcionarios:
--Suele decirse que los funcionarios del zoológico no sirven, que son todos los que han sido descartados por otras dependencias de la Intendencia. ¿Usted está de acuerdo?
--Esa es una opinión generalizada, pero yo todavía no sé... yo no comulgo con la idea de que las cosas no se pueden cambiar. Yo he visto funcionarios que son muy buenos cuidando animales y otros que no. En el caso de los que no están preparados, ahora van a tener que hacer cursos para capacitarse como deben. Si son necesarias observaciones fuertes se harán. Si los cursos tienen que generalizarse, también se hará. Pero yo creo que el zoológico se puede recuperar con sus actuales trabajadores.
--Usted defiende la capacidad de los funcionarios. Eso hace pensar que los principales responsables del deterioro fueron los últimos directores.
--Es probable. No sé qué circunstancias impidieron que ellos hicieran bien las cosas.

DiezFelipe lleva más de 21 años encerrado en una celda muy pequeña, en la que apenas puede moverse. Con apenas dar unos pasos, llega de un extremo a otro. Felipe es inocente de todo crimen o pecado, pero la vida se la ha ido tras las rejas. Tiene 22 años y está en Villa Dolores desde los seis meses. Es uno de los tres osos del zoológico. Felipe, el oso baribal; Gallega, la osa parda y el oso tibetano, que no tiene nombre.
Cada uno tiene su jaula, las tres diminutas, desaseadas, despintadas, deprimentes. Cada una con su pileta, sucia, apretada, en la que apenas cabe el cuerpo del animal. Verlos da pena. "Ese es el comentario generalizado", reconoce Cortazzo.
Por algún extraño motivo, las jaulas de los osos son una de las pocas en todo el zoológico que tienen un cartel indicando la especie a la que pertenece el animal y algunas de sus características. Pero cuando uno lee lo que dicen los carteles de Felipe, Gallega y el oso tibetano, preferiría que no existieran.

Once
El sindicato Adeom responsabiliza de la decadencia de Villa Dolores a los intendentes: "La responsabilidad es política, es de la cabeza. Si las cosas no se hacen bien, ellos tiene la responsabilidad de corregirlas", señaló el dirigente Hugo Belli.
La última directora antes de la intervención, Araceli Paleo es ahora la subdirectora de la Escuela de Jardinería de la Intendencia. Fue imposible ubicarla para que explicara cómo su gestión desembocó en la actual crisis.
"Ella salió, se fue a la Intendencia, al centro, a hacer unos trámites para ella. Hoy no vuelve", dijo un día uno de sus funcionarios.
Otro día, el teléfono de la Escuela de Jardinería daba siempre "fuera de servicio", desde primera hora de la mañana hasta última la tarde. De mañana, también el teléfono del vecino Jardín Botánico daba "fuera de servicio". Pero pasado el mediodía alguien atendió allí.
--¿No sabe qué pasa con la Escuela de Jardinería que el teléfono da siempre "fuera de servicio?"
--Lo que pasa es que hoy tuvimos paro y asamblea hasta las 12. Descolgaron el teléfono y no deben haberlo vuelto a colgar.
Por fin un día, a las 10 de la mañana, una funcionaria atendió el teléfono en la Escuela de Jardinería. "La subdirectora no va a llegar hasta las 10 y media, pero deje su mensaje".
--Queremos hablar con ella sobre su gestión en el zoológico.
Araceli Paleo nunca respondió la llamada.

DoceEl zoológico tiene 90 funcionarios: 12 oficinistas (cantidad que parece más que suficiente para que siempre haya alguien en la boletería), cuatro maestros, cinco veterinarios y el resto obreros (cuidadores, carpinteros, herreros). "Quizás sí sea algo desproporcionada la cantidad de administrativos", admite Cortazzo.
Es tarde de sábado y hay muchos funcionarios, pero ninguno barre, corta el pasto o pinta las jaulas, todo lo que haría mucha falta. "Los que trabajan de tarde se dedican a la vigilancia", explica el interventor.
Varios de los empleados municipales están sentados en los bancos, tomando el sol, dejando que el tiempo pase. Ahora uno de ellos y el vendedor de pop mueven juntos el banco ubicado en la puerta del reptilario para ubicarlo bien bajo el sol:
--Parece que no, pero está fresco, che.

TreceQue fresco ni fresco, podría decir Gallega, si hablara. Porque el habitat propio de Gallega es la nieve y no este verano tropical, explica el cartel que la osa parda tiene frente a su celda. El letrero también dice que los osos pardos son muy amantes del agua y Gallega tiene apenas su mísera pileta. Agrega que los osos pardos son "fuertemente monógamos" y Gallega está sola.
El oso tibetano también debe sufrir mucho. Su cartel dice que come pescado, pero le dan pan y manzanas. Agrega que "sus cualidades para escalar y nadar son notables". Pero en su celda no hay nada que pueda escalarse --ni siquiera un tronco viejo-- ni tiene donde nadar tampoco.
Felipe también debe sufrir mucho. Su cartel dice que "es muy juguetón". Pero Felipe vive solo y en su jaula no hay nada --ni un tronco, ni una pelota, ni un palo o una rama. No tiene nadie ni nada para jugar.
Felipe se acerca a la reja y saca sus manos para afuera. Un niño grita:
--Mirá, mamá, ¡el oso!
La madre se queda callada unos segundos y luego con cara de tristeza murmura:
--Pobre oso...

Catorce
"Sí, nos hacen falta juegos. Todos los animales juegan, ahora pusimos una persona que está estudiando cuáles son los juegos mas adecuados para cada especie", reconoce Cortazo.
El interventor admite que existen muchas situaciones a corregir, reconoce su gravedad, pero pide tiempo y reclama que la prensa vuelva regularmente al zoológico para ver cómo van las cosas. "Estamos tratando de ir mejorando la situación de los animales, pero no se puede hacer todo a la vez. Comida no les falta. Y ya se notan algunas mejoras, estamos recuperando la estatuaria. Pintamos el cubo de la entrada. No sé hace cuántos años que no lo pintaban, era todo una mugre..."
Antes de despedirse el interventor señala un banco de plaza, ubicado cerca de la entrada. Está recién pintado y luce espectacular al lado de los bancos vecinos, que están decrépitos. "Mire ese banco cómo quedó. Yo sé que es poco, que con esto todavía no demuestro nada. Pero sí demuestro una cosa: que es posible mejorar el zoológico y que es posible hacerlo con sus trabajadores".
Salgo. Ahora hay un empleado en la boletería.
Me gustaría saber qué piensan Felipe, Gallega, la loba que llora y las ovejas criollas de todo esto.
Sí, las ovejas sobrevivientes, claro.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el suplemento Qué Pasa, del diario El País, el 20 de enero de 2001.

12.4.08

Montevideo: Casi el paraíso

En Montevideo no hay secuestros, no hay bombas, no hay balas perdidas. Nadie usa autos blindados.
En Montevideo no hay embotellamientos, no hay soldados en la calle. No hay guerrilla, no hay paramilitares, no hay escuadrones de la muerte. La ciudad no es permanentemente sobrevolada por helicópteros: no se necesitan.
En Montevideo los empresarios, los ricos, los famosos, los ministros y hasta a veces el presidente de la República andan sin escolta. A medianoche uno todavía puede detenerse en un semáforo en rojo sin miedo a ser asaltado. Mario Benedetti almuerza todos los días en el mismo bar del centro: no existe el más mínimo peligro de que alguien lo ataque o lo secuestre. Almuerza tranquilo junto a algunos veteranos amigos y una botella de buen vino al lado de un ventanal que da a la calle. La gente pasa, mira, reconoce a Benedetti y sigue. Muchos lo admiran y tienen todos sus libros, pero nadie interrumpe su almuerzo para saludarlo o para pedirle un autógrafo: el montevideano es respetuoso, tímido, vergonzoso y muy discreto.
Montevideo, paraíso, revista Gatopardo
Hay más cosas que Montevideo no tiene. Nunca hubo un terremoto, ni siquiera un modesto temblor de tierra. No hay huracanes, aludes, deslizamientos de tierra, inundaciones de importancia. La ciudad no conoce cataclismos naturales. En sus 280 años de vida, solo un par de veces cayó un poco de nieve.
Estos datos pueden explicar por qué Montevideo fue elegida como la ciudad de mejor calidad de vida de toda América Latina por la consultora suiza Mercer Human Resources. Seguramente su triunfo se debe más a todo lo que no tiene que a las cosas que sí tiene.
En el ranking suizo, Montevideo superó a Buenos Aires (en Montevideo no hay taxis truchos), a Santiago (en Montevideo no hay alarmas de smog), a Lima (en Montevideo no hay brotes de cólera), a Bogotá (en Montevideo nunca dispararon misiles contra el presidente), incluso a Rio de Janeiro (Montevideo no es tan bella, pero no tiene barrios en poder del Comando Vermelho).
“Que Montevideo sea elegida la ciudad de mayor calidad de vida del continente a uno le da mucho orgullo, pero también es un síntoma preocupante de cómo está América Latina”, me dijo el ex alcalde Mariano Arana.
Tiene razón. Arana fue intendente de Montevideo (así se llama el cargo aquí) durante diez años. Hoy es ministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. La entrevista que dio para esta nota es un buen ejemplo de cómo son las cosas aquí.
La secretaria del ministro me citó en su oficina a última hora de la tarde. El Ministerio, un edificio de cuatro plantas en la ciudad vieja, ya había cerrado. Un único policía montaba guardia en la recepción, sentado en una silla. Le hice señas. Se levantó y abrió la puerta, que estaba sin llave. Le dije que tenía una entrevista con el ministro. No me pidió ninguna identificación.
-La oficina es en el cuarto piso –me respondió.
Subí. La modesta sala de recepción estaba desierta. La secretaria ya se había ido, no había ningún guardia. Detrás de una mampara, el ministro hablaba por teléfono.
Luego me diría: “en un contexto mundial, Montevideo mantiene, comparativamente, cierta seguridad ciudadana”.
Supongo que por eso ganó la encuesta.

***

Claro que las cosas no son tan sencillas. Porque Montevideo no es sólo lo que no tiene, también es lo que sí tiene y lo que tuvo.
Para empezar por lo que tiene, primero está el mar.
Cuando los montevideanos decimos mar nos referimos al Río de la Plata, que en realidad no es mar pero tampoco es río. La verdad es que el Plata es un estuario, un lugar de encuentro de aguas dulces (de los ríos Uruguay y Paraná) y aguas saladas (del océano Atlántico). Llamarlo mar no es nuevo. Los indios ya lo llamaban “Río ancho como mar”, porque desde una orilla no se puede ver la otra. Y su descubridor, el español Juan Díaz de Solís, lo bautizó Mar Dulce antes de ser devorado por aquellos poéticos indios.
El Río de la Plata es el emblema de esta ciudad y nuestro bien más preciado. Buena parte de Montevideo está unida por una sinuosa rambla que corre más de 30 kilómetros a sus orillas, uniendo una decena de playas, muelles, puntas rocosas, un puerto, un faro y pequeños puestos de pescadores. Es el paseo preferido de los montevideanos, que allí vamos a hacer ejercicio, a pescar, a tomar mate, a enamorar, a jugar al fútbol y a caminar mirando el mar cuando estamos tristes. Desde la rambla se pueden ver el amanecer y el atardecer muchos de los días del año.
Claro que la costa de Montevideo no tiene la belleza del Caribe frente a Santo Domingo. La mayor parte de los días, el Plata luce de un rotundo color marrón. El escritor argentino Jorge Luis Borges, un enamorado de Montevideo, dijo que el río tiene color león. Sólo cuando el océano avanza sobre el estuario, el Plata se pone verde.
El paisaje de la costa montevideana no es exuberante como, por ejemplo, el de Rio de Janeiro. Más bien es de una belleza modesta y discreta, como los montevideanos.

***

El segundo gran bien de esta ciudad es su cielo, que es un verdadero cielo.
Montevideo no es una de esas ciudades de eterna primavera. Aquí sufrimos las cuatro estaciones: en otoño se caen las hojas de los árboles, en invierno hace frío y mucho, los jardines florecen en primavera, las playas se llenan en verano.
Montevideo no es una ciudad para ahorrar en vestimenta. En este lugar del mundo tenemos que tener ropa para todos los climas: buzos de lana, gorros, bufanda y sobre todo en invierno; short, camiseta y hawaianas brasileñas en verano. La temperatura varía mucho según la estación: en las noches del peor momento del invierno puede bajar a cero y más todavía; en el verano el termómetro alcanza y sobrepasa los 30.
Montevideo es la capital más austral del mundo y los vientos del sur, que vienen de las regiones antárticas, se hacen sentir con fuerza. Pero es gracias a ellos que la ciudad tiene su segundo tesoro natural: el cielo.
El resultado de tanto viento y de tener una ciudad totalmente abierta hacia el mar es que el cielo de Montevideo es un verdadero cielo. Las fuertes ráfagas barren el humo de los escapes de los autos y de las escasas industrias que han sobrevivido a las importaciones chinas. El cielo de Montevideo no es una nube de smog, no es una inamovible cortina gris, no es el humo que flota sobre tantas grandes ciudades. Aquí, cuando brilla el sol, el cielo es de un celeste resplandeciente, rutilante, refulgente. Y cuando hay tormenta, es negro, tan oscuro como el azabache. Arana dice que la “limpidez del cielo” montevideano es excepcional. Muchos que han viajado dicen que es uno de los más lindos del mundo.
La ciudad, además, es muy luminosa porque la mayor parte de los barrios están todavía formados por casas y no por de edificios. Cientos de miles de montevideanos preferimos irnos a vivir a lejanas urbanizaciones, a 20, 30 o 40 kilómetros del centro, para poder tener una casa con jardín y cerca del mar. Dicen que es una herencia cultural de los inmigrantes europeos que poblaron este país. Hay barrios céntricos que han quedado semi desiertos, y zonas costeras carentes de servicios que están superpobladas.
Esto provoca un fenómeno curioso. Hace muchos años que Montevideo mantiene a su población constante, pero el tamaño de la ciudad no para de crecer. Somos casi medio Uruguay, cerca de un millón y medio de personas. Sin embargo, esta capital todavía conserva cierto aire pueblerino imposible ya de encontrar en otras grandes ciudades.

***

En las calles de los barrios, en la costa, el tiempo corre lento. Aquí todavía hay gente que se sienta a charlar frente al mar o en la mesa de un bar, sin urgencias. A toda hora, todos los días, hay quienes caminan plácidamente por la rambla. En los muelles muchos matan el día pescando. Muchas veces me pregunto de dónde sale tanta gente que no trabaja. “Montevideo tiene un aire de pereza”, escribió hace casi un siglo el político y escritor Emilio Frugoni, y el enunciado sigue siendo cierto.
En su modesto escritorio de ministro, el ex alcalde Arana también me lo dijo: “felizmente todavía tenemos una ciudad con una escala humana y un relacionamiento humano muy importante”.
Montevideo es calma, tranquila, melancólica y con aire de tango. A algunos les gusta. Reneé Buoncristiano, una operadora turística dedicada a recibir a los pasajeros de lujosos cruceros que llegan al puerto, dijo en una entrevista que los turistas “a menudo nos confiesan que Montevideo es muy atractiva porque no aturde, no abruma por el gigantismo sino que es una ciudad intimista”.
A los nativos más jóvenes, en cambio, esa calma les sabe a tedio. La premiada película uruguaya 25 Watts trata sobre eso: cuatro jóvenes se aburren soberanamente en una ciudad en la que no pasa nada. Aquí no llegan los grandes espectáculos: los muchos montevideanos que quisieron ver a los Rolling Stones o a U2 debieron viajar a Buenos Aires o Rio de Janeiro. El mismísimo presidente Tabaré Vázquez declaró de interés nacional la visita de los Stones, pero ni siquiera así vinieron. En el mapa de los grandes espectáculos, Montevideo no existe.
Hace unos años, cuando diez pesos uruguayos alcanzaban para comprar un dólar (ahora se necesitan 25), aquí actuaron Rod Stewart, Paul Simon, B.B. King y Roxette. Hoy los jóvenes llenan los estadios cuando tocan las bandas uruguayas: Los Buitres, La Trampa, Sordromo, No Te Va Gustar, La Vela Puerca.
Rodrigo Gómez es el cantante de Sordromo. Vivió en Suecia, donde vive su madre. Vivió en Hollywood, donde estudió música. Tiene la ciudadanía sueca, pero eligió quedarse en Montevideo. No es una decisión sencilla. La ciudad le gusta, pero le pesa lo difícil que es mantenerse económicamente a flote. “Un limpiador de hospitales de Suecia se va todos los años de vacaciones a España. Y una estrella de rock de Uruguay no se va a ningún lado”, me dice, con ironía.
Salir de noche en Montevideo no es sencillo. El transporte público es escaso, los taxis son caros y las distancias largas. Metro no hay. Y, salvo en verano, las noches son frías.
Lo que más hay en la vida nocturna de la ciudad son obras de teatro: suele haber hasta 30 en cartel. Cines hay menos. Discotecas menos. Boliches donde a Gómez le gustaría tocar con su banda, menos.
El lugar preferido de los muchachos de Sordromo se llama La Ronda. Es un bar con mucha onda y gente cool, a pocos metros del río y frente a Fun Fun, la más clásica tanguería de Montevideo, con 109 años de historia y un mostrador de estaño en el que se supo acodar Carlitos Gardel.

***

Hay otros factores que hacen a la calidad de vida, que quizás son más importantes que el mar, el cielo y el tiempo, pero que lucen menos. Arana destaca que en Montevideo el 90% de la población está conectada al saneamiento: eso explica por qué aquí no ha habido brotes de cólera, ni de dengue, y el alto nivel sanitario que tiene la ciudad. Aquí el agua de la canilla se puede beber sin miedo: es agua potable.
El sistema político es estable: en toda la historia del país, los golpes de Estado han sido excepcionales. La democracia no se ha visto interrumpida una y otra vez como en Argentina o Bolivia. El historiador inglés Eric Hobsbawn retrató a Uruguay como “el único país sudamericano que podía describirse como una democracia auténtica y duradera”.
Hasta el Che Guevara lo dijo cuando visitó Montevideo en 1961 como ministro de Industria de Cuba. Habló en la Universidad rodeado de miles de jóvenes que querían oírlo exaltar la revolución. Pero les dijo: “Puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas (...) Ustedes tiene algo que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos”. Y todavía les advirtió: “cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.
Casi medio siglo después, hay libertad de prensa. El sistema judicial es confiable. Los presidentes uruguayos no modifican las reglas de juego de la Justicia, como Menem o Kirchner. Uno puede acercarse a un policía con relativa confianza.
Pero para muchos lo más importante es que Montevideo (y Uruguay en general) tiene el mejor índice de distribución del ingreso de América Latina. Eso no quiere decir que el reparto sea justo, pero en un continente que tiene el triste récord de ser el más desigual del mundo, Uruguay sigue siendo un modelo.
“Esa es la principal razón de que aquí exista una mejor calidad de vida”, me dijo el especialista en temas inmobiliarios Julio Cesar Villamide. “Esa distribución más justa se nota en todo: en lo cultural, en la mayor seguridad, en la interrelación que aquí todavía hay entre las distintas clases sociales, algo que en otros lugares de América Latina ya no existe. Todo eso lo aprecian mucho los que vienen de países que lo tuvieron y ya lo perdieron”.
Esa calma, esa ausencia de estrés, esa relativa seguridad, esa ciudad sin soldados ni helicópteros, atrae mucho a los extranjeros adultos con dinero. El ministro Arana me contó de un arquitecto colombiano que decidió mudarse aquí con toda su familia. También a dos ex embajadores, uno de Alemania y otro de Holanda, que una vez finalizada su carrera se radicaron en Montevideo para gozar de la calma y la tranquilidad que habían conocido aquí como diplomáticos.
Villamide, que edita una revista especializada en asuntos inmobiliarios, me informó que dos familias argentinas se radican en la capital uruguaya cada semana. También conoce a un empresario paulista que se vino a vivir acá luego del susto que se llevó al perder durante media hora a su hijo de 3 años en un shopping.
En las últimas semanas, tras los más de 170 muertos que dejó la espectacular ofensiva contra las instituciones que realizó en San Pablo el grupo criminal Primer Comando de la Capital, Villamide recibió varias llamadas desde esa ciudad. Eran ejecutivos interesados en mudarse a Montevideo. Le preguntaban por las condiciones para radicarse, los trámites legales, los precios de los colegios. “Es gente que siente que ya no puede vivir en ciudades con niveles de seguridad absolutamente insuficientes. La costa sur de Uruguay –Montevideo, Colonia y Punta del Este- se está transformando en el barrio alto de toda la región. Es un proceso que se ha iniciado y que seguramente se acentuará”.
Claro que a todos no les resulta fácil adaptarse. “Montevideo tiene carencias enormes en cuanto a la oferta cultural, gastronómica... para el que viene de una gran ciudad el impacto es enorme”, me dijo Villamide. “Pero alguno ya me ha dicho: ‘cuando sufro mucho me voy a Buenos Aires”. La capital argentina queda a apenas media hora en avión.

***

Viendo así las cosas ustedes creerán que es cierto el mito de que Montevideo es la capital de la Suiza de América. Pero no lo es.
El término “Suiza de América” se usó en las primeras décadas del siglo XX para designar el temprano estado de bienestar que Uruguay alcanzó en aquella época de la mano de las políticas impulsadas por el presidente José Batlle y Ordoñez: un país próspero, rico, socialmente integrado, educado, con leyes sociales de avanzada, una estabilidad política que parecía eterna, campeón del mundo en fútbol y con una abrumadora mayoría de clase media.
Aquel Uruguay mítico –si es que alguna vez fue cierto- hoy ya no existe.
La clase media ya no es más la abrumadora mayoría: la última crisis económica multiplicó la pobreza a límites nunca antes vistos. Los pobres que en Uruguay eran 478.600 en 2000, pasaron a ser 849.500 en 2003 y llegaron a casi un millón en 2004. Y el país apenas tiene tres millones de habitantes.
Montevideo no es todavía una ciudad dividida en guetos, pero la segregación social es cada vez mayor. Quedan pocos barrios en los que se mezclen las clases sociales. La escuela pública, a la que antes iban todos los niños, ahora es sólo para los pobres.
Hoy la mayor parte de los trabajos que se ofrecen en la ciudad son empleos precarios: vigilantes, limpiadores, obreros no calificados. Los sueldos, una vez descontados los impuestos, no superan los 80 dólares mensuales.
La capital del Uruguay creció con decenas de miles de inmigrantes que llegaron de todos los rincones del mundo porque aquí existía la promesa de un futuro. En los últimos años la ecuación se revirtió: miles de montevideanos han emigrado porque aquí el futuro ya no les prometía nada. La melancolía de la ciudad se multiplicó: no hay nadie que no tenga un hijo, un hermano, un amigo viviendo lejos.
La mendicidad se ha multiplicado. No es raro ver gente revolviendo la basura para conseguir un pedazo de comida: no es algo que asombre en América Latina, pero en Montevideo todavía nos choca. “Uno se pregunta cómo es que puede haber calidad de vida en una ciudad en la que hay niños mendigando en tantas esquinas”, me dijo Carlos Llovet, un amigo contador que se fue a vivir a Estados Unidos.
Los síntomas de desintegración social son palpables en cada pequeña cosa: los semáforos no se respetan, las motos circulan a contramano, ir al estadio Centenario se convirtió en una aventura peligrosa.
Incluso la tan mentada seguridad es relativa. En el hotel casino Radisson, el más lujoso de la ciudad, me dieron un folleto que dice que “Montevideo está catalogada después de Tokio como la ciudad más segura del mundo”. Pero los montevideanos ya no lo sienten así. Los robos a mano armada aumentaron 233% entre 1990 y 2002. Y desde entonces la estadística roja ha seguido creciendo. La gente ya no deja la puerta abierta.
Un vecino de Arana cercó su casa con alambradas de púas. Cada vez que el ministro las ve, le parece ver una imagen de Auschwitz. Ya hay más de 200 propiedades en la ciudad rodeadas por cercas electrificadas. El viceministro del Interior se refirió a ellas en una reciente conferencia: pensé que eso nunca iba a existir acá, dijo.
Ciertamente, Montevideo no es Suiza. En el ranking de la consultora Mercer, Montevideo fue la ciudad latinoamericana mejor clasificada. Pero no estuvo entre las primeras del mundo: apenas si ocupó el lugar 78. La número uno fue Zurich.
En cuanto a su calidad de vida, Montevideo hoy tiene que elegir con qué se compara: si se mide con el resto de las grandes ciudades de América Latina, es posible que gane. Si se compara con su propio pasado, es seguro que pierde.
En la frío invierno de Montevideo, Rodrigo Gómez duda. “¿Habré hecho bien en quedarme acá?”, se pregunta cuando compara Montevideo con su ciudad sueca. Le pesa la inseguridad económica, cierta chatura, la falta de aspiraciones de los jóvenes. Por momentos siente que no se puede quedar acá toda la vida.
En el eterno calor de Miami, Carlos Llovet extraña. No volvería a radicarse en Montevideo: no quiere repetir el horror de pasar meses y meses desempleado. Hoy tiene un trabajo que lo lleva con frecuencia a Ciudad de México, a Lima, a San Pablo. Todavía le duele Montevideo, pero cuando compara, lo reconoce: “sí, es posible”, me escribió. “Quizás Montevideo todavía sea la ciudad de mejor calidad de vida de América Latina”.
La casa de la alambrada ondulante de púas que impresiona al ministro Arana queda en un barrio de clase media, nada sofisticado. Allí no vive ningún paramilitara derechista. Vive una joven y simpática médica con su esposo y sus tres hijos. Laura Boccardo me cuenta que eligió esa alambrada de púas porque las cercas eléctricas son un peligro para la salud de sus hijos. Además, también ha colocado fuertes focos de luz, censores infrarrojos, una fotocélula automática y un botón de pánico que se conecta con la policía y una empresa de seguridad las 24 horas.
Le explico el motivo de la nota. Pienso que me va a decir que los que hicieron la encuesta están locos. Pero me dice lo contrario. Laura tiene un hermano que vive en San Pablo y que trabaja en un banco. Cada vez que quiere divertirse de noche hace salir de su casa una caravana de cuatro camionetas iguales a la suya, para tratar de evitar que lo secuestren.

Este artículo de Leonardo Haberkorn se publico originalmente en la edición 70 de la revista Gatopardo (julio de 2006). Luego fue reproducido por la revista italiana Internazionale (setiembre de 2006) y en un libro digital monográfico sobre Montevideo editado por la revista española Zona de Obras.

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