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21.4.15

Las venas abiertas y la noticia (no) deseada

"La noticia deseada" es un concepto patentado por el periodista argentino Miguel Wiñazki, quien sostiene que hay noticias que el público quiere oír y otras que no, y que muchas veces el periodismo, en su afán de vender y ganar audiencia, apela a "las noticias deseadas" en detrimento de la verdad. El rigor, la exactitud, los hechos, todo queda de lado para dar la noticia que la gente quiere oír.
Lo padecí con el libro sobre la carrera en Uruguay de Víctor Hugo Morales: una cantidad de papanatas salieron a condenarlo y a firmar solicitadas de repudio sin haberlo leído, solo porque iba contra su noticia deseada, contra el mundo tal como quieren que sea.
Con Eduardo Galeano pasa algo parecido en estos días.
El escritor, en su último período de vida, renegó del rigor de su obra más famosa, Las venas abiertas de América Latina.
En un congreso literario en Brasilia, en mayo de 2014, dijo respecto a su libro: 
"Yo no tenía la información necesaria. No estoy arrepentido de haberlo escrito, pero fue una etapa que, para mí, está superada. El libro fue escrito sin conocer debidamente de economía y política".
También agregó que no volvería a leer Las venas abiertas...:
“No sería capaz de leer el libro de nuevo. Para mí, esta prosa de la izquierda tradicional es pesadísima. Mi físico no lo aguantaría. Caería desmayado”.
No fue una "noticia deseada".
Es notable como en estos días, intelectuales, académicos, políticos, militantes y periodistas hacen como que el sinceramiento de Galeano nunca hubiera ocurrido.
En Twitter al miles de ejemplos al respecto:



En Bolivia, un director teatral inició una campaña para que "Las venas abiertas...." sea distribuido masivamente entre todos los estudiantes de Secundaria.



En Argentina, al morir Galeano, el diario La Nación dedicó un artículo a Las venas abiertas.... Su autora, Ana María Vara, escribió que Galeano "estaba cansado de hablar de Las venas... Ya no se sentía cerca de esa forma de escritura y, como todo artista que se renueva, quería cantar sus nuevas canciones".
Es decir, Galeano estaba un poco aburrido de su libro, como le pasa a las estrellas de rock que llevan décadas cantando los mismos temas. Pero eso no había sido todo lo que el escritor había dicho. Lo que había expresado era que no sabía lo suficiente de economía y de política cuando escribió un libro que trata esencialmente de economía y política.
La noticia deseada.
´
Hace muchos años, cuando trabajaba en la revista Tres, escribí un reportaje sobre la influencia de los charrúas en el Uruguay actual. Debí leer muchos libros, entrevistar a especialistas, historiadores, antropólogos y también a militantes de la causa indígena.
Entre todo lo que leí, había un texto de Galeano sobre el triste destino de los cuatro charrúas llevados a París para ser exhibidos como rarezas ante los europeos. Está incluido en Memorias del Fuego. Es un texto breve, contundente, conmovedor, con la prosa ágil y sugestiva tradicional de Galeano. Tiene el timing y el punch exactos, el golpe de efecto preciso, todos recursos que Galeano siempre manejó con maestría.
Pero lo que dice no es exactamente la realidad. Tampoco es falso o mentira. Pero en muchos datos hay un detalle, una conjetura, una omisión más o menos relevante. Al final, la suma de todas esos desajustes con la realidad, terminan por conformar una realidad diferente. No sé si soy claro. Pueden leer aquí lo que escribí entonces sobre ese pequeño texto y entenderán mejor a qué me refiero.
Años después, una editorial con la que yo ya había publicado un libro, me planteó que escribiera otro. Le propuse una idea a la editora, una mujer joven. Le mostré mi breve artículo sobre Galeano y los charrúas y le dije:
-Hagamos lo mismo con Las venas abiertas de América Latina. Tomemos el texto y busquemos si los datos están correctos, si hay imprecisiones, sesgos, omisiones pequeñas o importantes.
Me miró con cara de horror.
"Yo amo a Galeano", dijo. "Y vos estás loco. ¿Cuál sería el sentido de ese libro? ¿Querés que te odie todo el mundo?".
Pocas veces recibí un rechazo tan tajante. Si había una noticia allí, insistió la editora con otras palabras, sería una noticia no deseada.
Tenía mucha razón.
No se la han creído ni al propio Galeano.

4.11.13

"En términos de la cultura: ¿qué importa si uno de mis 32 choznos fue charrúa?"

"Ser indio en el Uruguay". Ese era el título de una mesa redonda en la Facultad de Humanidades, en el marco de las Primeras Jornadas "Pueblos Originarios: nuevas miradas y debates en torno al pasado indígena". Fue en octubre de 2011. Para dar una idea del tenor de la actividad, una de las ponencias que presentaron ese día se titulaba: "Mujeres Charrúas rearmando el gran quillapí de la memoria".
Fue la última vez que vi al profesor Renzo Pi Hugarte. La sala donde se desarrollaron las conferencias era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. El público era "charruísta". Muchos estaban vestidos de indios: llevaban coloridas prendas del Altiplano, vinchas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o piel roja.
Entre los expositores estaban los dos maestros de la antropología en Uruguay: Pi y Daniel Vidart.
Ya lo conté en una entrada anterior: Pi habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida etnia. Y que no alcanzaba con proclamarse "indio en el Uruguay" para serlo. Luego Vidart lo reafirmó a su turno con una conferencia titulada como una piña en el estómago: "No hay indios en el Uruguay contemporáneo".
Vuelvo sobre este tema porque, mientras buscaba otra cosa, encontré la grabación de aquella intervención de Pi, que creía haber perdido.
Vale la pena transcribirla. Es un ejercicio de honestidad intelectual y coraje totalmente fuera de lo común para un país que tiene demasiados intelectuales campeones de lo políticamente correcto, especialistas en cosechar aplausos de la tribuna, acomodaticios a más no poder.
La ponencia de Vidart de aquel día, de idéntica valentía, puede leerse aquí. La de Pi, que falleció el 15 de agosto de 2012, no estaba disponible hasta hoy. La reproduzco hoy aquí, gracias a la grabación encontrada.
Dijo Pi Hugarte:

"Lo que yo puedo decir todos ustedes lo saben porque lo he dicho muchas veces y lo he escrito. No siempre ha caído bien, sobre todo a aquellos que se sienten indígenas por una cuestión de corazón.
Lo que un individuo es desde el punto de vista étnico no depende exclusivamente de lo que él pueda decir que es, o creer que es. Depende también de cómo lo ven los otros. Porque sin estas dos cosas, no hay identificación étnica.
Yo he vivido tantos años en Ecuador y soy ciudadano ecuatoriano inclusive. Es un país multiétnico, multicultural, algo que la nueva Constitución ahora reconoce. Yo recuerdo una discusión que tenía con mis amigos en ese país, que me decían "somos todos ecuatorianos". Sí, es cierto, hasta yo que no nací aquí soy ecuatoriano, les respondía, pero hay salasacas, hay saraguros, hay cofanes, hay achuar. Sí, son todos ecuatorianos, pero no como ustedes, autodefinidamente blancos de clase media, universitaria. Es otra cosa.
indios, uruguay, Pi HugarteYo me enfrentaba con un saraguro o un salasaca y tanto yo como él sabíamos que era un saraguro o un salasaca. Porque tienen su lengua, sus tradiciones y hasta su manera de vestir distinta.
El asunto de la naturaleza étnica es una cuestión cultural. No interesa para nada en el orden de la cultura los genes que uno pueda tener, los genes no determinan nada. Esto puede ser incluso una carga lamentable del siglo XIX, cuando se pensaba que la cultura era una consecuencia de la raza, lo que llenó los museos europeos de colecciones de cráneos del mundo, porque se pensaba que dada la forma del cráneo se iba a poder determinar el tipo de cultura que esos individuos habrían generado. Hoy hemos dejado de lado todo eso, entre otras cosas porque el concepto de raza ha sido completamente devaluado científicamente y en términos de cultura nada significa.
Los países europeos ahora están sufriendo, por la gran inmigración que están teniendo, un proceso similar al que sufrieron algunos otros lugares del mundo, entre otros el Río la Plata, donde confluyeron individuos de todas partes. Realmente de todas partes y de culturas y aspectos físicos muy diversos.
Los del aspecto físico creo que es una cuestión muy menor. Siempre recuerdo a los que fueron los hermanos que no tuve en mi infancia y adolescencia ya lejanas, los García Gómez, que eran hijos de un exiliado republicano español y de la lavandera del pueblo, él perfectamente blanco y rubio y ella una mulata oscura. Los hijos de los mismos padres pueden salir con tintes diversos. Entre estos queridos amigos míos -que yo he tenido no sé si la suerte de vivir más que ellos-, la mayor, la Ñata, si uno le preguntaba qué era racialmente, ella respondía que era blanca, a pesar de que era la más oscura de los hermanos. Claro, se llamaba Blanca de nombre, porque su madre había querido "blanquearla" de esa manera. (Y ella se "blanqueó" después casándose con un italiano y tuvo hijos rubios). En cambio el hermano que era de mi edad, el más amigo mío, Fernando, era blanco como yo de piel, pero con la nariz platirrina y con motitas. Y si uno le preguntaba: Miope, ¿qué sos vos racialmente?, él decía: negro.
Entonces, la apreciación subjetiva puede ser muy variada y no da lugar a una certeza. No es por ese lado que vamos a llegar a nada. No es por ese lado. Por eso me llaman la atención algunas cosas que están en el programa de estas jornadas. Para que haya un grupo étnico tiene que haber un grupo. No tiene que haber un individuo aislado, que tenga un lejano antepasado cuya comprobación puede ser en gran medida mítica porque se basa en conversaciones de fogón y de cocina. En tanto que se borran los otros (antepasados), que sí tienen una historia concreta, un nombre concreto y una historia que se puede reconstruir perfectamente.
Todos tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 choznos. ¿Qué importa que yo haya tenido un chozno, uno de esos 32 que haya sido charrúa o minuán?  ¿Importa algo en los términos de la cultura? Ni siquiera importa lo más cercano. Yo tuve un abuelo catalán. ¿Qué tengo de catalán?  ¡Nada! Absolutamente nada. Y en esto desafío a cualquiera de ustedes que vaya a Cataluña, como a mí me pasó: fui a Cataluña y sentí que lo único que tenía era un apellido que me identificaba como tal:  no hablo la lengua, ni tengo la visión, ni los sentimientos ni las apreciaciones que un catalán crecido en Cataluña puede tener. Entonces yo insisto como he insistido siempre en el hecho de la cultura.
Suecia recogió gente perseguida de todo el mundo. No sólo había uruguayos en Suecia. Había malayos, indonesios, que físicamente son muy distintos a los suecos pero cuyos hijos aprendieron a hablar esa lengua, es la vida que han hecho. Si volvieran a Camboya o al lugar de donde salieron sus padres o sus abuelos, se sentirían totalmente perdidos, totalmente ajenos porque lo propio de ellos es el mundo y la cultura sueca que absorbieron.
Recuerdo que una guía en Versalles era descendiente de vietnamitas, con todo el aspecto físico oriental: el pelo negro chuzo, los ojos almendrados, el color atezado, la baja estatura. Y ella hablaba de la época de Luis XIV, del Rey Sol, de la época en que se había construido el palacio que se visitaba y hablaba de "nosotros".  Eso para ella era "nosotros": ella se identificaba con esa historia porque, claro, había crecido ahí. De vietnamita no tenía más que el aspecto y esto en términos de la cultura no importa absolutamente nada.
Esto yo lo he dicho muchas veces. Ha generado malestar en muchos. Recuerdo un charlista qué bombardeaba al rector de la época con notas descomunales. Una llegó a tener 45 páginas exigiéndole al rector de entonces -que era Brovetto- que me licenciara porque yo hablaba mal de los charrúas. ¡Y éste que decía eso era un criollo falsificado, un gringo chacarero de afuera recién llegado! ¡Qué me venía con cosas! Pero no, él se consideraba charrúa. Se creía charrúa no sé por qué razón, por qué historias de fogón y cocina de alguna lejana abuela. Tenía un apellido que lo identificaba perfectamente como lucano, el apellido es el nombre de un pueblo que está cerca de Potenza, y puedo hablar con todo conocimiento del hecho porque estuve allí, un pueblito bastante lindo que tiene una iglesia del siglo XIII que vale la pena verla. Si me hubiera dicho que era descendiente de italianos y qué entre sus dieciséis bisabuelos había una que era indígena, era un dato curioso y nada más. En todo lo demás, física y culturalmente, no tenía nada que ver. La última vez que lo vi se había pintado el pelo todo de rojo. No de un rojo natural, sino de un rojo forzado. Me quedé pensando si no sería una antigua cultura de guerra.
Insisto: la identificación étnica del individuo no depende sólo del individuo que dice ser esto o lo otro. depende también de cómo lo ven los otros.
Ahora, ¿qué diablos es una etnia? En la tradición cultural francesa se considera que lo definitorio de la etnia es la lengua. En la tradición intelectual alemana lo definitorio es la historia y la tradición. Ambas posiciones no son desde luego contradictorias. Es más, uno podría decir que si no se dan las dos cosas no tenemos una etnia.
Hay algo que los europeos del siglo XIX no pudieron ni siquiera sospechar. Acá en el Río de la Plata nuestra etnia es la rioplatense. Cuando yo me encontraba con mi amigo el Miope, hijo de un español y la mulata lavandera del pueblo, teníamos la misma etnia, no teníamos la misma raza tal vez. Cuando me encuentro con mi amigo Olivera Chirimini me pasa lo mismo, o con Romero Rodríguez: no tenemos la misma raza, ellos tienen un mestizaje africano. Pero sí tenemos la misma etnia: hablamos la misma lengua y tenemos las mismas tradiciones rioplatenses, nos gustan las mismas cosas: el candombe, el tango, tenemos ciertos principios éticos que se llevan nuestra conducta en la acción. Esto es lo que los europeos del siglo XIX no pudieron imaginar: se puede ser de razas distintas -si es que validamos el concepto de raza- y de etnia idéntica.
Claro que en un país como Ecuador, como les contaba, las cosas no son tan así. Porque ahí si se da una identidad entre la forma de la subraza americana y la cultura y la lengua que tiene. Un shuar no es lo mismo que un cofán: hablan lenguas tan distintas como puede ser el sánscrito del castellano, aunque tal vez tengan un origen lejano común y tengan un aspecto físico qué pueda hacerlos parecidos al menos a nuestros ojos, que tendemos a verlos más parecidos de lo que son.
No sé qué más decirles mis amigos. Tengo el temor de que estas cosas puedan llevar a una visión racista, no tenemos por qué explicar lo peligroso que es todo esto. Se ha hablado de Estados Unidos. ¿Vamos a caer en el mismo extremo, que si uno tiene uno de los cuatro abuelos de ascendencia africana necesariamente es negro? ¡Es un absurdo!"

19.4.13

Cuatro de los 33 orientales eran guaraníes

Muy de vez en cuando se recuerda que entre los 33 Orientales –que como se sabe no fueron 33 sino más probablemente 40– hubo cuatro paraguayos. Lo que nunca se dice de los 33 Orientales -entre otras cosas- es que esos cuatro paraguayos eran de origen guaraní.
Para el historiador Oscar Padrón Favre, "los 33 Orientales son un muestreo de lo que era la sociedad de entonces: había patricios como Manuel Oribe; caudillos, como Juan Antonio Lavalleja; gauchos, como Andrés Cheveste; negros esclavos, como Dionisio Oribe y Joaquín Artigas; y cuatro paraguayos de origen guaraní".
33 Orientales. Treinta y tres orientales. Juan Manuel Blanes
Los 33 según Juan Manuel Blanes.
Aníbal Barrios Pintos publicó en 1976 en El Día dos artículos destacando la estirpe guaraní de Pedro Antonio Areguatí, Felipe Patiño, Francisco Romero y Luciano Romero, todo integrantes de la cruzada que desembarcó en la playa de la Agraciada del río Uruguay, el 19 de abril de 1825, para liberar a la Provincia Oriental del Imperio del Brasil.
De los Romero se conoce poco, ni siquiera se sabe si eran hermanos. Se incorporaron a la expedición en las islas del Paraná, donde vivían. Francisco se cambió luego su apellido por el de Lavalleja. Luciano combatió con los patriotas en la batalla de Sarandí.
Felipe Patiño era conocido como "Carapé", voz guaraní que quiere decir petiso. También combatió en Sarandí.
En el caso de Areguatí su apellido no deja dudas respecto a su origen: En su acta de defunción, conservada en una parroquia de Paysandú, consta su origen misionero. El documento dice: "El 14 de julio de 1891 di sepultura a Pedro Antonio Arehuatí, natural de Misiones, donde era casado. Fue uno de los 33 que acompañaron al general Lavalleja. Recibió sacramentos. Doy Fe". Y firma el sacerdote Solano García.
Barrios Pintos cuenta que Areguatí había combatido antes en la campaña libertadora de Perú: durante 17 meses se negó a cobrar el sueldo de soldado por entender que la causa patriota necesitaba más del dinero. Luego fue prisionero de los portugueses entre 1816 y 1822. Pero una vez libre volvió a servir a la causa libertadora.
En 1842 Uruguay otorgó un premio en dinero en efectivo a todos los 33 Orientales. Areguatí no se presentó a cobrarlo.

Recuadro del reportaje Uruguay, tierra guaraní publicado el 19 de mayo de 2001 en el suplemento Qué Pasa del diario El País. La versión completa se encuentra en el libro Historias Uruguayas.

9.9.12

Pi Hugarte y las boleadoras

Conocí a Renzo Pi Hugarte en 1998. Por ese entonces yo trabajaba en la revista Tres y me habían llamado la atención ciertas publicaciones recientes sobre los charrúas. Una de ellas era una serie de fascículos escritos por el periodista Rodolfo Porley y editados por el diario La República con auspicio oficial (el gobierno era del Partido Colorado). Luego estaba el libro El pueblo jaguar, del geógrafo Danilo Antón.
Según estas publicaciones, los charrúas habían sido una nación de cientos de miles de individuos organizados en forma democrática, respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Poseían  importantes saberes éticos, científicos y técnicos: conocían la agricultura y sabían mucho de música, medicina y matemática. Tenían un calendario. Eran constructores y habían levantado decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto.
Estas aseveraciones habían provocado polvareda entre historiadores, arqueólogos y antropólogos porque hasta entonces lo que se sabía sobre los charrúas era que habían sido unos pocos miles, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, que no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria.
Decidí escribir sobre el tema. Leí libros sobre los indígenas, entrevisté a Porley y a  Antón, también a científicos destacados que habían estudiado el asunto.
La conclusión era clara. No existía pruebas científicas para sostener las afirmaciones de Porley y Antón. Su alucinada prédica, sin embargo, provocaba la simpatía de buena cantidad de gente deseosa de que los charrúas fueran lo que nunca habían sido.
Pi Hugarte y los charrúas
Pi Hugarte en 1998. Foto de Leo Barizzoni (revista Tres)
Fueron especialmente enfáticos y tajantes para desmentir aquella ola charrúa superstar quienes ya entonces eran los dos antropólogos más respetados del país, Daniel Vidart y Pi Hugarte. El final del artículo -que pude leerse aquí- fue una frase de Pi, una de esas que apenas te las dicen ya sabés que serán el título o el remate de tu nota. Yo le pregunté: "¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?". Él lo pensó en silencio unos segundos y luego respondió con seguridad: "Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada".
El artículo provocó el rechazo de los fanáticos de la tribu, que se ensañaron con Vidart y con Pi. Varias veces, en posteriores encuentros, Pi me comentó cómo le reprochaban aquella sentencia de las boleadoras. Pero era la verdad, se reafirmaba siempre.

***

La última vez que vi a Pi Hugarte fue hace un año, en octubre, en la Facultad de Humanidades, durante un seminario sobre culturas indígenas.
El primer impacto me lo llevé al entrar a la sala donde se desarrollaban las conferencias. Era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. Bastaba verlos para comprender que aquel público era cien por ciento charruísta. Muchos habían ido vestidos de indios: unos llevaban coloridas prendas del Altiplano, otros vinchas en la frente, peinados con largas trenzas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o pieles roja.
Pi, lo mismo que Vidart, habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Explicó las cosas que la antropología sabe sobre los charrúas. Habló de su legado mínimo en nuestra actual cultura. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida tribu.
Lo escucharon en silencio, en general con respeto. Alguien levantó la mano para dejar sentada su discrepancia.
Toda la conferencia fue un acto de valentía y de honestidad intelectual. Salí reconfortado y triste al mismo tiempo, sabiendo que ya entonces Uruguay no tenía casi intelectuales capaces de hacer algo semejante.

***

Renzo Pi Hugarte falleció el martes 15 de agosto a los 78 años.
Su partida constituye una pérdida irreperable en un país donde el debate de ideas ha cedido su lugar al marketing y la propaganda, un Uruguay en el cual la inmensa mayoría de los políticos decide cada mínimo gesto mirando las encuestas y los intelectuales solo saben nadar a favor de la corriente.
Nos harían falta muchos como Pi y no los tenemos.
Lo vamos a extrañar, maestro.

el.informante.blog@gmail.com

27.4.12

Gerardo Caetano: los disparates del Bicentenario


Uruguay celebró en 2011 el “Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental”, tal como lo definió la web oficial, con abundante inflación de mayúsculas. La fecha fue controvertida. Algunos señalaron que si lo que festejamos es el inicio de la revolución contra el poder español, la fecha elegida debió ser 2010, cuando el bicentenario de la Revolución de Mayo. En aquellos años la Provincia Oriental era una más del Virreinato del Río de la Plata, y fue la revolución criolla en Buenos Aires la que trajo la revuelta meses después a esta orilla del río. Otros hicieron notar que si lo que estamos celebrando es el bicentenario del Uruguay como país independiente (el logotipo oficial de los festejos dice “Uruguay Bicentenario 1811-2011”) se debió haber esperado al 2025, 2028 o 2030, según la fecha en la que se considere que Uruguay nació a la vida independiente. El historiador y politólogo GerardoCaetano, una de las voces más respetadas en esta materia, piensa que la celebración ha estado rodeada de muchos equívocos, disparates incluso, que no ha contribuido a que los uruguayos conozcamos mejor nuestra historia y que, de tanto mitificar nuestro relato histórico, hoy nos estamos perdiendo la mejor parte.

Gerardo Caetano, bicentenario, Uruguay
“Lo estamos haciendo peor que hace cien años”, afirmó el historiador y politólogo Gerardo Caetano sobre los actuales festejos del Bicentenario. Lo dijo durante la Feria del Libro, el 7 de octubre pasado en una enmudecida y repleta sala de la Intendencia de Montevideo. En esa oportunidad, Caetano se refirió en duros términos a la celebración organizada por el gobierno y a la confusión reinante entre los uruguayos respecto a nuestra propia historia.

“Creo que el centenario, en medio de muchos disparates y muchos dislates, tuvo mucho más rigor conceptual. Mucho más. Por ejemplo, en 1911 a nadie se le ocurrió decir que Uruguay cumplía 100 años. Y a nadie se le ocurrió que se celebraba el centenario del ejército nacional. Porque no hay un vínculo entre el Ejército y la montonera que peleó en Las Piedras, pero hoy hay quienes creen que el ejército uruguayo tiene 200 años”.
 
Caetano señaló que “es insostenible que el Uruguay celebre el bicentenario de su nacimiento como nación. Y que esto pueda provocar escándalo, realmente, habla muy mal de nosotros”.
 
El historiador fue especialmente duro con el manejo de los temas históricos que realizó el ex presidente Tabaré Vázquez.
 
“Al presidente se le ocurrió que en los feriados no haya actos oficiales. Luego dijo: ‘Que haya solo una fecha nacional, como pasa en los otros países’. Yo no conozco países donde haya solo una fecha nacional. ¡No conozco! Pero además después eligió: ¡Y que la fecha nacional sea el 19 de junio! ¡El natalicio de Artigas! Lo cual es un horror, porque elegir el natalicio de una persona como Artigas como la fecha nacional, incluso como la fecha artiguista, dice tan poco, tan poco. Es casi monárquico. Y para un republicano como fue Artigas, es una cosa asombrosa”.
 
Pocos días después de esa conferencia, Caetano respondió a la siguiente entrevista:
 
-¿Por qué Uruguay dejó de ser una de las Provincias Unidas y terminó siendo un país independiente? ¿Ese fue el deseo de los orientales o lo decidieron agentes extranjeros, como Inglaterra?
 
-El proceso de la emergencia de las repúblicas luego de las revoluciones iberoamericanas fue muy complejo y cualquier relato que trate de simplificarlo resulta equívoco. Sólo quiero señalar que las visiones más extremistas de la historiografía nacionalista clásica son igualmente equívocas. Una dice que la identidad nacional es un designio ineluctable que viene desde la colonia; la otra  sostiene que el Uruguay es una invención británica sin nada que la arraigara.  Las investigaciones más recientes cada vez sustentan menos estas dos teorías. Los orientales  poseían una identidad, que se reforzó especialmente durante los tiempos artiguistas. Pero hay muchos elementos que establecen dudas fuertes respecto a que esa identidad fuera de proyección nacional en sus orígenes. El propio Artigas es enfático en la idea de autonomía provincial dentro de la confederación de las Provincias Unidas.
 
-Y teniendo eso en cuenta, ¿hoy somos un país con todo el significado de la palabra? ¿Somos independientes? ¿Somos una nación?

-Yo en verdad creo que en la actualidad no pueden existir dudas que Uruguay es una nación, un Estado nacional con un sentido muy arraigado de pertenencia y de identificación nacional. Existe una evidencia abrumadora de esa identidad nacional de los uruguayos y de su arraigo emocional y racional. Sólo que esa identidad nacional sigue siendo un tema de debate complejo, cuando los uruguayos históricamente hemos discutido sobre la nación, discutimos muchas cosas. La diferencia semántica entre “orientales” y “uruguayos” no es trivial, refiere dos concepciones diferentes de entender la nación, con anclajes históricos diversos. Todo esto en el pasado ha estado fuertemente impregnado de posturas político-partidarias, como se puso tan en evidencia en los años 20, cuando durante el Centenario se debatió fuertemente sobre la fecha de la independencia nacional. En cuanto a las ideas actuales de independencia y soberanía, en el mundo globalizado de hoy esas nociones tienen otras implicaciones y exigencias que sería muy largo analizar. Pero en cuanto al fondo de la pregunta, no tengo dudas acerca de la fuerza de la identificación nacional de los uruguayos, más allá de las múltiples complejidades persistentes de esa identidad.
 
-¿Y Artigas? ¿Es el fundador de la nacionalidad? ¿El prócer del Uruguay independiente? ¿Un caudillo argentino? ¿Cuál es su justo lugar? ¿El lugar que ocupa hoy en la historia oficial es el adecuado?
 
-Artigas no quiso ni vislumbró el Uruguay (un Estado independiente y separado de las provincias vecinas en el territorio de la Provincia Oriental), pero luego los uruguayos lo han hecho “uruguayo” en sus relatos. Y yo creo que esa construcción es legítima y no se aparta de lo que la gran mayoría de las sociedades hacen con sus narrativas de la nación. El problema es que para eso no es necesario legitimar y banalizar gruesos errores de interpretación histórica. Ni tampoco violentar groseramente la documentación de época y leerla con un marcado anacronismo, proyectando nuestro concepto actual de voces como independencia, soberanía, patria o nación a los lenguajes que aparecen en documentos de hace 200 años. El rol de los historiadores frente a las celebraciones y las conmemoraciones es el de siempre: no manejamos ni administramos un discurso de la “verdad” sobre el pasado, lo que hacemos es producir conocimiento crítico sobre el pasado. Y eso hay que hacerlo siempre, incluso –y tal vez sobre todo- cuando va a contracorriente del discurso oficial y su manera de proyectar el relato de la nación. En el caso concreto de Artigas, creo que esa divinización del personaje en el que ha incurrido e incurre el discurso oficial, lejos de enaltecerlo lo aleja de los ciudadanos. Ese santón laico, ese “padre” y “dios” de la patria, no hace justicia al hombre de carne y hueso, al líder de una revolución popular, que con sus claros y oscuros resulta una figura mucho más atractiva y vigente. Y en particular lo digo en relación a la persuasión frente a los niños y jóvenes que hoy son “nativos digitales” y que no pueden encontrar persuasivo el Artigas “para la patria un dios”. Y por supuesto que existe también un Artigas argentino (en la acepción de hace 200 años, cuando la voz “argentino” quería decir “rioplatense”), que lejos de preocuparnos nos debe enorgullecer. 
 
-¿Los uruguayos conocemos nuestra historia? ¿O la hemos mitificado en exceso como denuncian algunas voces? ¿Estos festejos han ayudado a conocerla mejor?
 
- Tengo una visión crítica respecto al conocimiento histórico de los uruguayos. Creo en verdad que perdemos lo mejor de la “aventura uruguaya” tras esa pulsión mitificadora de personajes y procesos. Por cierto que ello ocurre en la mayoría de las sociedades, en la que hay brechas fuertes entre el relato de la memoria nacional (popular y oficial) y los avances críticos de la historiografía. Pero tiendo a pensar en que por muchas razones, en el Uruguay esa distancia es muy grande. Que la pulsión mitificadora es particularmente excesiva y, por lo visto en el discurso oficial durante este “Bicentenario”, lejos de amainar aumenta. Podría abundar en evidencias que me llevan a la convicción de que los festejos y celebraciones de 2011 no nos han ayudado a conocer mejor y más profundamente nuestra historia. Pero en todo caso, es un pleito eterno, en el que los historiadores tienen que jugar su rol, el que a menudo los lleva a ser “aguafiestas”. No es un rol necesariamente grato, pero lo juzgo insoslayable.
 
- Una vez oí decir a alguien que los orientales, al aceptar ser independientes, hicieron un voto de pobreza. ¿Es así? ¿Estamos condenados a ser pobres?
 
-Para nada. La cultura del pobrismo, que por cierto también está presente en nuestros relatos históricos, no tiene que ver con ninguna condena y mucho menos con los procesos complejos que finalmente convergieron en la independencia uruguaya. Se trata de una construcción ideológica y simbólica que nada tiene que ver con la independencia. Entre otras cosas, refiere a un capitalismo originalmente débil o a aquel “capitalismo de ausencias” del que hablaba hace ya muchos años Francisco Panizza. Pero trabajar este punto nos llevaría muy lejos. 
 
- En los años que tiene el país, que ciertamente no son 200, ¿cuánto hemos hecho?, ¿hemos avanzado poco o mucho?, ¿lo hemos hecho medianamente bien o bastante mal?
 
He escrito mucho sobre ello. Creo que el Uruguay encontró sus mejores versiones cuando supo anticipar, cuando miró más lejos y, desde un debate plural y conflictivo, resolvió sus rumbos de futuro en síntesis superadoras, no a través de hegemonías. Pero me parece que desde hace mucho tiempo se ha perdido esa capacidad anticipatoria. Su necesidad resulta particularmente acuciosa en tiempos de bonanza económica, luego de ocho años de crecimiento económico ininterrumpido y con las posibilidades (y las exigencias) del desarrollo frente a nosotros. Pero no creo que contradiga mi vocación por la crítica intelectual diciendo que hago un balance en general positivo (no “panglosiano” ni excepcionalista) de la historia uruguaya. No siento ningún rubor en decir que me gusta mucho el Uruguay, que con sus luces y sus sombras, este es un país cuya aventura vale la pena vivir.

Publicado en la edición de diciembre de 2011 de la revista Placer.









9.2.12

Uruguay, el país sin nombre

Uruguay es un país sin nombre. “República Oriental del Uruguay” significa que es la república al oriente del río Uruguay. Es por tanto la descripción de su ubicación geográfica y no un nombre en sí. Algo así como si Perú se llamara “República al norte de Chile”.
Esta ausencia nace de la Convención Preliminar de Paz, que decretó la independencia de la Provincia Oriental en 1828 pero olvidó bautizarla.
El asunto se consideró en 1829, cuando se discutió la primera Constitución.
Uno de los constituyentes, Manuel Errázquin, propuso llamar al país “Estado de Solís”. La idea se descartó porque no se vio conveniente bautizarlo con el nombre de una persona.
Luego ganó empuje el nombre de Estado de Montevideo. Pero el constituyente Lázaro Gadea hizo ver que esa denominación aludía solo a una parte del país y que eso molestaría a los habitantes de otros parajes. Gadea propuso el nombre de Estado Oriental.
José Ellauri le respondió que Provincia Oriental había estado bien, porque era la más oriental de las Provincias Unidas. Pero si ya no se pertenecía a esa unión, el nombre carecía de sentido. No se podía ser “oriental” de la nada.
Gadea replicó que bien podía llamarse al país Estado Oriental del Caudaloso Plata, o Estado Oriental del Uruguay.
El constituyente Domingo Costa le hizo ver a Gadea que era una “monstruosidad” sostener que el país estaba al oriente del Río de la Plata y le advirtió que toda Europa se mofaría si cometían tal error geográfico: el territorio nacional estaba, explicó, al norte del Plata. El país podía llamarse, en todo caso, Estado Septentrional del Caudaloso Plata.
Gadea tomó nota y apostó todas sus fichas a Estado Oriental del Uruguay.
Alguien propuso también el nombre de Estado Nord Argentino, como si más bien fuéramos Bolivia.
Finalmente se sometieron tres nombres a consideración de los constituyentes: Estado de Montevideo, Estado Nord Argentino y Estado Oriental del Uruguay.
Ganó este último. Cuando se sancionó la Constitución de 1830, fue nuestro primer nombre.
El gentilicio continuó siendo “orientales”, como antes de la independencia. La palabra “uruguayo” comenzó a usarse recién medio siglo después. El primero en emplearla, dijo el historiador Carlos Demasi, fue un poeta que no encontraba una rima para la palabra “rayo”.

Artículo de Leonardo Haberkorn, recuadro de un informe sobre el Bicentenario.
Publicado en la revista Construcción, de la Cámara de la Construcción del Uruguay. Edición noviembre-diciembre 2011 / enero 2012
el.informante.blog@gmail.com

14.1.12

200 años de qué

“Pero, cómo, ¿Artigas no es Dios?”, le preguntó un escolar a Gerardo Caetano. El historiador relató la anécdota como ejemplo del desconcierto que los niños sienten ante la historia que les inculcan. Lo peor es que, desde su punto de vista, los festejos del “Bicentenario” aumentaron la confusión reinante.
Uruguay bicentenario festejos 200 años
Tren de AFE con el eslogan "Bicentenario Uruguay"
 A Caetano le preocupa este asunto. En una repleta sala de la Intendencia de Montevideo durante la Feria del Libro, se preguntó qué pensarán los escolares y liceales “cuando oyen hablar permanentemente de los 200 años del Uruguay” y recordó varias piezas publicitarias que dicen que el país festeja su bicentenario.
“Es insostenible que el Uruguay celebre hoy el bicentenario de su nacimiento como nación”, agregó. “Son insostenibles muchas cosas que escuchamos a diario, resignándonos porque forman parte de ese discurso oficial que hay que soportar”.

De Napoleón a Buenos Aires

Esta historia comenzó con Napoleón Bonaparte, quien en 1807 ocupó España e intentó colocar a su hermano como rey. Los españoles rechazaron el intento y declararon la guerra a Francia.
Para 1810 el triunfo francés parecía seguro y los criollos en América comenzaron a cuestionarse el sentido de seguir obedeciendo a los virreyes de un reino que se desmoronaba. Los criollos venían reclamando mayor autonomía económica y política, y algunos ya soñaban con la independencia. España, que ahora luchaba por sobrevivir, ya no tenía fuerzas para asegurar sus colonias. Muchos en América comprendieron que la hora de rebelarse había llegado.
La revolución en el Virreinato del Río de la Plata estalló en mayo en Buenos Aires. La autoridad del virrey Cisneros fue desobedecida y, tras unos días de tensa agitación política que Inglaterra alentó, el 25 de mayo se instaló una junta criolla, “el primer gobierno autónomo del Río de la Plata, origen del proceso independentista que se desarrollaría a partir de ese momento”, según anota el historiador Lincoln Maiztegui en su libro Orientales.
Buenos Aires intentó que la revolución y su nueva autoridad alcanzaran a todo el virreinato, la Banda Oriental incluida.
En el actual territorio uruguayo ocurrieron dos cosas. En Montevideo los españoles se atrincheraron detrás de las zigzagueantes e inexpugnables murallas de casi 11 metros de altura, que ellos mismos habían levantado entre 1741 y 46. Todavía no aceptaban su derrota.
En la campaña, en cambio, el espíritu levantisco, el deseo de liberarse de la tutela europea, prendió como reguero de pólvora. El 18 de febrero de 1811 dos caudillos, Venancio Benavídez y Pedro Viera, se pronunciaron a orillas del arroyo Asencio en favor del gobierno criollo de Buenos Aires. La fecha es tomada, en la enseñanza oficial, como el inicio de la revolución oriental.
Sin embargo, el grito de Asencio fue un derivado de la revolución de Mayo, aunque hoy los festejos del bicentenario lo hayan ignorado. No siempre fue así: el 25 de mayo fue feriado en Uruguay hasta 1934. Y también lo fue en 1960, cuando se cumplieron sus 150 años.
En el Parlamento se discutió cuándo debía celebrarse el bicentenario. Tras un largo debate, se concluyó que se conmemorarían los 200 años de todos los sucesos históricos ocurridos entre 1810, cuando estalló la revolución, y 1815, cuando José Artigas alcanzó su máximo poder en la Provincia Oriental.
Pero el trámite legislativo fue tan largo, con tantas idas y venidas, que cuando por fin fue a votarse… el 25 de mayo de 2010 ya había pasado.
El senador Enrique Rubio dijo que el Parlamento había actuado en base a “la tesis –que compartimos– de que el Uruguay debe dar mucha importancia, en el marco del proceso de revolución de independencia en el Río de la Plata, al 25 de mayo de 1810”. Pero, mirando el almanaque, corroboró que ese aniversario ya se había cumplido antes de que la ley del Bicentenario fuera votada. “Ahora -sostuvo- estamos en junio; entonces, no podemos legislar sobre el pasado, porque sería poco sostenible desde el punto de vista de la técnica legislativa”.
El senador Ope Pasquet lo lamentó con iguales dosis de dolor y resignación: “Hace pocos días se celebró el feriado de los funcionarios del Banco de Previsión Social y también el de la industria láctea. Sin embargo, el Bicentenario del 25 de mayo quedó sin esa celebración y simplemente hay que seguir adelante”.
Para Oscar Padrón Favre, historiador radicado en Durazno, “fue un grave error el que se cometió el año pasado al no haber adherido más activamente a los festejos de ese Bicentenario, pues no es una fecha solo de Argentina sino de América”. Y agregó: “Durante el siglo XIX hubo una clara conciencia de su importancia, tal como lo demuestra el nomenclátor, pero luego un mal entendido nacionalismo la fue borrando y lo que pasó en 2010 muestra que, lamentablemente, sigue muy arraigado en ciertos sectores uruguayistas”.
Finalmente el Parlamento fijó los festejos en 2011, año “de la celebración del Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental”, según la web oficial del aniversario.
El objetivo es recordar “aquellos hechos que durante el año de 1811 formaron parte de los procesos regionales que determinaron, a través de distintos ensayos de organización política, la formación de nuestro país y de otras repúblicas en la región”.

Traición y redota

Si los paisanos que se levantaron en 1811 lo hicieron en apoyo de la Junta de Mayo de Buenos Aires, puede concluirse que ellos se sentían “argentinos”: querían liberarse del dominio español pero no perseguían la independencia de la Banda Oriental.
Aunque pocos uruguayos lo saben, y según la historia aprendida en la escuela les resulte difícil explicarlo, las batallas de San José y Las Piedras –ganadas en 1811 por las tropas de Artigas contra los españoles– son celebradas en el himno argentino.

“San José, San Lorenzo, Suipacha
Ambas Piedras, Salta y Tucumán
La Colonia y las mismas murallas
Del tirano en la Banda Oriental,
Son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó,
Aquí el fiero opresor de la Patria
Su cerviz orgullosa dobló”.

Es difícil encontrar un historiador que afirme que en 1811 los orientales buscaban la independencia.
Carlos Demasi dijo que es difícil precisar qué querían los hombres de un pasado tan lejano y distinto. Pero, hecha esa salvedad, agregó: “Todo parece indicar que los orientales no pensaban en la posibilidad de una independencia”.
Padrón Favre coincidió: “La independencia no fue el deseo inicial de la Revolución, pero el sentido autonómico y de destino propio se fue consolidando a lo largo de dos décadas muy turbulentas y sufridas”.
Las turbulencias y el sufrimiento a los que refiere Padrón comenzaron con el rápido desencuentro entre los orientales y las autoridades de Buenos Aires.
Tras el grito de Asencio, el gobierno porteño nombró a Artigas su comandante en la Provincia Oriental y le encomendó la lucha contra los españoles atrincherados en Montevideo.
Artigas se transformó así en líder militar pero también político. Pretendía echar a los españoles y al mismo tiempo que el nuevo país adoptara un régimen federal que diera autonomía a cada provincia. El gobierno porteño, en cambio, hubiera preferido que Artigas se atuviera a sus funciones como soldado. Buenos Aires quería un régimen centralista: sus ilustrados doctores sentían que dar poder al gauchaje y a los levantiscos caudillos provinciales era entregar el país a la barbarie.
Artigas derrotó a los españoles en San José y en Las Piedras, las batallas loadas en el himno argentino, y sitió Montevideo.
El gobierno central de Buenos Aires, mientras tanto, estaba en problemas. Había intentado llevar la revolución al Alto Perú, pero había sufrido dos duras derrotas. Además, la flota española con base en Montevideo les había bloqueado el puerto. Al gobierno porteño le faltaban recursos para batirse en tantos frentes. Por eso le plantearon un armisticio al virrey Elío, la máxima autoridad hispana en Montevideo. Según el acuerdo, los españoles levantarían el bloqueo naval a Buenos Aires. A cambio, recobrarían el control de toda la Provincia Oriental (comprometiéndose a no perseguir a quienes se habían rebelado contra ellos).
El pacto –alentado por Inglaterra– fue tomado por los orientales como una traición de su gobierno central. Artigas, pese a todo, lo acató, levantó el sitio a Montevideo y se retiró a Yapeyú, Entre Ríos, donde lo destinaron sus jefes porteños.
“En medio del dolor y la desazón –relata Maiztegui– todos proclamaron entones la voluntad de no abandonar las armas y reemprender la lucha cuando fuera posible […] La gran mayoría de los orientales marchó detrás de Artigas, pese a que el destino final era mucho más inseguro”.
Es la famosa “Redota”, elevada a la categoría de suceso bíblico por el historiador Clemente Fregeiro, que en 1882 la bautizó como “el Éxodo del Pueblo Oriental”. Maiztegui anota: “Tal vez sea el hecho social más importante de la historia del Uruguay”.
Miles de personas dejaron sus hogares, quemaron incluso sus viviendas para acompañar al caudillo. La travesía duró del 23 de octubre de 1811 a enero de 1812. El campamento final se instaló al otro lado del Uruguay, a orillas del arroyo Ayuí, en territorio entrerriano. Eran tantos, se habla de hasta 16.000 personas, que cruzar el río les insumió 20 días.
En la mayor pobreza, algunos se instalaron a vivir debajo de sus carretas, o incluso de los árboles.
Para muchos es el episodio más dramático de la gesta artiguista, el embrión de una nueva nacionalidad. Para Maiztegui “el sentimiento de ‘orientalidad’ surgió sin duda de esta doliente coyuntura como consecuencia de la tristísima peripecia que les tocaba vivir”.
“Enfrentados a los españoles, no podían sentirse tales; traicionados –así lo sentían– por el gobierno de Buenos Aires, no podrían jamás considerarlo como propio. Definitivamente eran otra cosa; eran los orientales”, escribe el historiador en su ya citado libro. Sin embargo, agrega: “No significa esto, desde luego, que estuviera en el ánimo de aquellos hombres la creación de un país distinto”.

Breve apogeo de Artigas

En 1812 se derrumbó la tregua entre los españoles de Montevideo y el gobierno de Buenos Aires. Los porteños permitieron a Artigas y sus hombres volver a la lucha, y enviaron refuerzos comandados por José Rondeau. En 1813 ambos militares sitiaron Montevideo por segunda vez.
Sin embargo, los desencuentros entre el caudillo oriental y Buenos Aires no amainaron.
En abril de ese año los orientales realizaron un congreso, el de Tres Cruces, en el cual Artigas brindó su mejor pieza oratoria: “Mi autoridad emana de vosotros, y ella cesa ante vuestra presencia soberana”, les dijo a los allí reunidos. También anunció su intención de reconocer a la Asamblea General que gobernaba en Buenos Aires siempre y cuando se garantizara la soberanía oriental. Pero aclaró: “Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional”.
Su proyecto seguía siendo la unión federal.
En 1814 se realizó un nuevo congreso, el de Capilla Maciel, Dirigido esta vez por Rondeau, el congreso eligió a dos hombres ajenos al federalismo como delegados ante la Asamblea de Buenos Aires. Artigas se molestó, abandonó el sitio de Montevideo y volvió a romper relaciones con el gobierno central. Se trasladó a Belén y desde allí buscó extender su idea federal al resto del país.
Su prédica tuvo éxito. Un año después se formó la Liga Federal, una coalición de seis provincias que propugnaban ese modelo político: la Provincia Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones y Córdoba.
La alianza significó un desafío a Buenos Aires, pero nunca llegó a ser una verdadera unión política. Artigas fue declarado “Protector de los pueblos libres”, pero ese honor no le otorgó ningún poder concreto fuera de la Provincia Oriental.
Montevideo, mientras tanto, cayó en manos de los ejércitos porteños comandados por Carlos María de Alvear: los españoles se fueron y ya no volverían. Sin embargo, Buenos Aires no quiso retirar a sus tropas de la provincia tras la victoria, lo que llevó a que porteños y orientales se enfrentaran en el campo de batalla. En enero de 1815 los artiguistas vencieron en Guayabos y todo el territorio oriental quedó en sus manos.
El apogeo político de Artigas se centra en 1815. Gobernó entonces la Provincia Oriental desde Purificación, un campamento militar en el litoral con tan solo dos construcciones de material: el rancho del caudillo y la iglesia. “La población civil –sostiene Maiztegui en Orientales– vivía en tolderías o ranchos de paja y terrón”.
Ya no era el mismo. Su carácter había cambiado en el fragor de la lucha. Aquello de “mi autoridad emana de vosotros y cesa ante vuestra presencia soberana” ya no corría. El caudillo había adquirido modos de autócrata: sus gestos eran autoritarios, sus posiciones cada vez más radicales. Sostiene Maiztegui: “Es difícil reconocer en él al jefe liberal del Congreso de abril”.
Nada sobre esta metamorfosis se dice en la historia oficial, que pinta a un Artigas siempre perfecto, un dios, como dice el himno que se canta en las escuelas.
“Esa divinización del personaje en la que incurre el discurso oficial, lejos de enaltecerlo lo aleja de los ciudadanos, en especial de los más jóvenes”, sostiene Gerardo Caetano. “Ese santón laico, ese ‘padre’ y ‘dios’ de la patria, alejado de la vida y de su tiempo, ese ‘Cristo uruguayo’ como hace 100 años le escribió Unamuno a Zorrilla a propósito de su Epopeya de Artigas, no hace justicia al hombre de carne y hueso, al líder de una revolución popular, que para mí, con sus claros y oscuros propios de toda humanidad, resulta una figura mucho más atractiva y vigente”.
Hubo luces y sombras en el breve período en que Artigas gobernó la Provincia.
De 1815 es su renombrado Reglamento de Tierras, cuando repartió propiedades entre los más desposeídos.
Para Demasi esa celebrada reforma agraria es un buen ejemplo de lo difícil que es analizar hoy los hechos históricos. “El reglamento de tierras, muy analizado, tiene dos partes: una de ‘fomento de la campaña’ y otra de ‘seguridad de los hacendados’. El análisis en general se queda en la primera, donde Artigas dice que los más infelices serán los más privilegiados. En la segunda dice que todo aquel que no tenga una papeleta de empleo irá a prestar servicios al ejército. ¿Cómo juntás las dos partes? Para Artigas evidentemente no eran contradictorias, para quienes lo leían en la época tampoco. Para nosotros es casi incomprensible. Entonces, ¿cómo descubrís la voluntad detrás de eso?”
Maiztegui anota otra contradicción en Artigas: su permanente preocupación por subsanar la situación de los indios y su indiferencia ante la de los negros esclavos.
Un capítulo aparte merecerían los abusos de su lugarteniente Fernando Otorgués en el gobierno de Montevideo y otros casos del estilo, que provocaron que muchos orientales cultos que antes habían apoyado a Artigas comenzaran a rechazarlo.
Otro dato que nunca es recordado en las escuelas: en junio de ese año, deseosa de no tener más problemas, Buenos Aires le ofreció a Artigas la independencia de la Provincia Oriental. La oferta no se quedaba allí: incluía también la garantía de que Entre Ríos y Corrientes elegirían libremente su destino político. Solo le pedían que ya no se metiera en las demás provincias.
Tal como se enseña la historia uruguaya hoy, el Artigas-Prócer-de-la-Independencia debería haber aceptado la propuesta con  entusiasmo. Sin embargo, la rechazó. Él quería la unión federal de todas las provincias. Todo o nada.
“Artigas –explicó Caetano- es especialmente enfático en la idea de autonomía provincial dentro de la confederación de las Provincias Unidas, con un celo muy marcado por la autonomía oriental pero con igual celo por la reunificación en clave federal o confederal de las Provincias Unidas”.

Invasión y unión

El gobierno artiguista fue efímero. Aprovechando la desunión rioplatense, el imperio portugués invadió la Provincia Oriental desde Brasil en 1816.
Artigas pidió entonces apoyo al gobierno central de Buenos Aires, liderado por el director supremo Juan Martín de Pueyrredón. El porteño prometió ayudar si Artigas reconocía la legitimidad de su gobierno.
El caudillo se negó. Incluso humilló a dos de sus delegados que firmaron un acuerdo reconociendo la autoridad de Pueyrredón a cambio de pertrechos militares: los acusó de sacrificar el “rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”, otra de sus más celebradas frases.
Maiztegui sostiene en Orientales que la historiografía nacional no ha sido del todo justa al dedicarle a Pueyrredón toda clase de “epítetos denigrantes” por no haber declarado la guerra a Portugal en apoyo de la Provincia Oriental. Aduce que otros elementos deben tomarse en cuenta para juzgar el caso. “Entre ellos, la intransigencia de Artigas, que se negó sistemática y firmemente a reconocer la autoridad del director supremo, lo que llevó a este a la convicción de que el caudillo oriental era intratable”.
En Montevideo, donde los abusos del gobierno artiguista habían enemistado a buena parte de la población, los portugueses fueron recibidos como libertadores en 1817.
En campaña, los orientales se batieron con valentía durante tres años. Abundan las historias que muestran el coraje de aquellos hombres. Juan Antonio Lavalleja fue capturado cuando arremetió con apenas seis u ocho paisanos contra todo un ejército que lo rodeaba. Lo iban a fusilar pero, conmovido ante tal muestra de bravura, el jefe portugués ordenó: “¡Nadie toque un pelo de este valiente!”. Sin embargo, más allá del heroísmo y de algunas victorias puntuales, el resultado global de la guerra fue una completa derrota.
En enero de 1820, tras la batalla de Tacuarembó, los portugueses se hicieron de toda la provincia. Artigas, vencido, cruzó el río Uruguay y ya nunca volvió.
El dominio luso-brasileño se extendió durante cinco años. El movimiento libertador se organizó desde Buenos Aires, dirigido, entre otros, por Lavalleja y Manuel Oribe.
El 19 de abril de 1825, habiendo conseguido fuertes contribuciones de armas y dinero para la causa, cruzaron el río Uruguay. Se llamaron a sí mismos “los 33”, aunque más probablemente fueron 40 o 42.
Blanes, historia Uruguay bicentenario, 33 orientales
Los 33 según Blanes.
“No eran los 33 Orientales, porque no eran todos orientales. Esa palabra se agregó más tarde”, afirmó el historiador Guillermo Vázquez Franco en una conferencia que ofreció el 29 de setiembre en el café Expreso Pocitos.
Desembarcaron en la playa hoy conocida como La Agraciada, donde Lavalleja leyó una proclama llamando a todos los vecinos a sumarse a la lucha: “Argentinos orientales: la gran Nación Argentina de que sois parte, espera vuestro pronunciamiento…”
Es una frase llena de significado que nunca es recordada. Deja en claro que los 33 no cruzaron el río para pelear por la independencia, sino para rescatar a la Provincia Oriental del dominio brasileño y reunificarla con las Provincias Unidas. Los 33 se sentían argentinos.
Lavalleja marchó sobre Montevideo, a la vez que alentó al pueblo de la provincia a que formara un gobierno provisorio. Este se reunió poco después en la ciudad de Florida, y el 25 de agosto sancionó tres leyes.
Las maestras hacen hincapié en la primera, la ley de Independencia, que declara “írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre” los lazos que unían a la provincia con Brasil y Portugal. Pero soslayan la segunda, la ley de Unión: “Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de ese nombre en el territorio de Sud América”. Es decir, la unión con Argentina, coincidiendo con la proclama inicial de Lavalleja.
Sin embargo, el 25 de agosto se celebra la independencia del país. Eso indigna al historiador Vázquez Franco. “El más violento contrasentido que tiene la historiografía que frecuentamos es el del 25 de agosto como fecha de la independencia, lo que es literalmente falso”, dijo en su conferencia en Pocitos. “Es una mentira flagrante”.

Aparece la independencia

Mientras tanto, en el campo de batalla, los orientales vencieron en Rincón, Sarandí y el Cerro. Poco después, el gobierno central de las Provincias Unidas en Buenos Aires reconoció al nuevo gobierno oriental. La respuesta del emperador brasileño Pedro I fue tajante: declaró la guerra a las Provincias Unidas y su flota bloqueó el puerto de Buenos Aires.
En enero de 1826, unos 1.500 soldados argentinos ingresaron a la Provincia para luchar contra los brasileños. Maiztegui anota que en los campamentos militares y pueblos dominados por los orientales se enarboló la bandera albiceleste argentina.
Mientras tanto, Inglaterra, que había influido de un modo u otro en cada suceso ocurrido en la región desde 1810, comenzó a actuar para que la guerra terminara. Ellos necesitaban paz para comerciar.
El plan de paz británico impulsado por el diplomático lord John Ponsomby tenía una prioridad: que el Río de la Plata fuera de libre navegación. Por eso una victoria argentina, que haría realidad el deseo oriental de unirse a las Provincias Unidas, era el peor escenario para Londres: porque hacía del Plata un río interior de la Argentina, país que controlaría su navegación. Ellos propugnaban dos alternativas que lo convertían en un río internacional. Por un lado el triunfo de Brasil y la consiguiente anexión de la Provincia Oriental a su imperio y, por otro, una solución novedosa, que casi nadie había manejado hasta ese momento: la independencia de la disputada Provincia Oriental.
Los brasileños fueron derrotados en Ituzaingó (por Alvear y Lavalleja, que a pesar de la victoria terminaron peleados entre sí) y en las Misiones orientales (por Fructuoso Rivera), lo que llevó a que el emperador Pedro I se decidiera a firmar la paz si la Provincia Oriental era declarada independiente. El gobierno de Buenos Aires, carente de recursos financieros para continuar la guerra y presionado por el mediador británico lord Ponsomby, aceptó el plan a pesar de su triunfo militar.
El 27 de agosto de 1828, en Rio de Janeiro se firmó la Convención Preliminar de Paz. Hasta allí viajó Ponsomby para controlar que todo saliera bien. Dos delegados del gobierno argentino y tres de Brasil firmaron la paz y declararon independiente a la Provincia. No fijaron sus límites definitivos. No le dieron moneda. Ni siquiera nombre. No hubo ningún oriental presente.
Así nació Uruguay como país.
Aunque nadie se lo preguntó, como anota Maiztegui, Lavalleja, la máxima autoridad de la Provincia, el mismo que tan solo tres años atrás había arengado a las paisanos al grito de “Argentinos orientales”, dio su visto bueno al acuerdo.
Según el historiador Carlos Demasi, los argentinos de ambas márgenes aceptaron la Convención Preliminar de Paz pensando, como su nombre lo indica, que no sería definitiva. “Se pensaba: las Provincias Unidas se recomponen financieramente, vuelven a armar un ejército, vuelven a atacar a Brasil y allí la situación vuelve a como estaba antes”.
Pero eso nunca ocurrió y la Provincia Oriental ya no volvió a unirse a las otras del Plata: quedó, hasta hoy, como la única trasmutada en país independiente.
El historiador Arturo Bentancur piensa que lo decidido en la Convención Preliminar de Paz debe haber sido un shock para los orientales: “Argentina no quería aceptar a un Brasil asomado al Río de la Plata, y Brasil a una Argentina dominando ambas costas. La aparición de Inglaterra como árbitro de la disputa hizo que se llegara a una solución lógica para los contendientes, pero que debe haber sorprendido mucho a los orientales. Pienso que les costó muchísimo aceptar esa realidad. Todo era muy precario. Basta ver que se designó un estado que ni siquiera tenía adjudicado un territorio”.
Vázquez Franco se niega a hablar de independencia. “No es independencia. La Provincia Oriental fue amputada al cuerpo político que integraba mediante una operación quirúrgica, una especie de biopsia, que le hizo el emperador de Brasil”.
El historiador se pregunta hoy cómo todo pudo cambiar de un modo tan radical en apenas tres años. Cómo todos los que propugnaban la reunificación con las Provincias Unidas terminaron acatando su separación. Piensa que fue un lineazo que bajó desde el centro de poder de la masonería en Londres. “En el año 28 la masonería, desde mi punto de vista, es la que decide la amputación de la Provincia Oriental. Los cinco ministros que firman la convención: dos por Argentina, por nosotros, y tres por Brasil, los cinco son masones”.
En cambio, la mayor parte de los historiadores no niega la influencia de Londres, pero rechazan un juicio tan tajante.
Para Caetano “las dos visiones más extremistas de la historiografía nacionalista clásica, la que suponía que la identidad nacional resultaba un designio ineluctable que venía desde la colonia y la opuesta que sostiene que el Uruguay fue una invención británica sin nada que la arraigara, una ‘Ponsombilandia’ como decía con mucho humor Reyes Abadie, ambas son igualmente equívocas e infértiles”. Para el historiador “los orientales poseían una identidad, que se reforzó durante el ciclo revolucionario, en especial durante los tiempos artiguistas”.
Padrón Favre no niega la influencia británica pero tampoco la cree la única explicación: “Su mediación fue muy importante, pero ella no operó en el aire pues informes diplomáticos ya señalaban que en un porcentaje importante de la población oriental, en especial los sectores populares, había un franco rechazo a la política de Buenos Aires, desde donde habían venido casi siempre los males”.
Bentancur coincide: “la explicación de nuestra independencia es política, pero no cae en un terreno poco fértil. Porque la identidad, la rivalidad que se había ido forjando con Buenos Aires es un sustento”.
Para Vázquez Franco otras provincias tuvieron problemas similares y no se separaron.

Un país sin murallas

Con la independencia que sus líderes no habían buscado, el nuevo país comenzó su marcha.
En 1829 se tiraron abajo las murallas de Montevideo, como signo de que ya no habría más guerras. Un año después se juró la primera Constitución. Recién en 1851 se fijaron los límites con Brasil.
Muchos todavía pensaban en la unión con el resto de la Argentina. En 1859 Juan Carlos Gómez propuso la reunificación con Montevideo como capital federal. (Imagine el lector el entusiasmo de Buenos Aires).
Para Demasi, los pobladores del nuevo Uruguay recién se resignaron a su destino independiente en 1879, cuando se inauguró el monumento de la Piedra Alta, en Florida. “Ese monumento es fundacional de la nación, es el primero a la independencia. Cuando se lo inauguró se recordó por primera vez el 25 de agosto, y Juan Zorrilla de San Martín recitó por primera vez La Leyenda Patria. Ahí se instituyó una realidad política llamada República Oriental del Uruguay”.
“Es el momento –agregó- en que la comunidad que habita este territorio abandona la idea de reunificarse con el resto del virreinato. Y en ese sentido, si ese fue el proyecto, resultó exitoso: el estado se mantuvo, no hubo reunificación y ya no imagino que pueda llegar a haberla”.
Para Vázquez Franco, cuando se instituyó el 25 de agosto como fecha de independencia se inició una saga de tergiversaciones  históricas: “Es una mentira flagrante que reclama más mentiras. Una vez uno comenzó a mentir tiene que seguir mintiendo porque si no la primera mentira queda al descubierto. Y la otra mentira, el otro mito grave que tenemos, es la de Artigas”.
Por esos años comenzó el rescate de la figura de Artigas y su transformación en prócer del Uruguay independiente, despreciando el hecho de que él nunca había aceptado tal idea.
En 1883 el Senado dispuso que se le levantara una estatua, y un año después el presidente Máximo Santos le encargó a Juan Manuel Blanes que lo pintara: “Buscaba elementos que pudieran unir a la gente. Quizás la conciencia de ser un país llegó allí”, sostuvo el historiador Bentancur.
En un caso sin igual en el mundo, Artigas se transformó “en el único prócer que representa a un país al que nunca quiso”, según ha resumido Maiztegui.
Padrón Favre anota otra paradoja: no solo la existencia del Uruguay es prueba de la derrota de la idea federal artiguista, sino que el propio Estado uruguayo actual está constituido en base a un fuerte centralismo montevideano, antítesis del modelo que soñó el caudillo: “Artigas se sintió profundamente sudamericano y se negó al fraccionamiento del amplio espacio rioplatense. Él hizo que los orientales fueran los heraldos del federalismo, pero, qué paradoja, su tierra natal se transformó en la encarnación de la utopía unitaria al extremo. El Uruguay moderno no fue construido según su ideario. El mejor homenaje sería la coherencia en el hacer y no la exaltación retórica”.

Aniversarios móviles

A nadie se le ocurrió festejar el centenario del Uruguay en 1911. Se celebró sí el de la batalla de Las Piedras con la inauguración del obelisco de esa ciudad, ante 4.000 escolares trasladados desde Montevideo.
El centenario de la independencia algunos querían celebrarlo en 1925 y otros en 1930. Nadie propuso 1928.
Los blancos, con pocas excepciones, abogaron por 1925. Esa fecha les permitía resaltar la figura del fundador de su divisa, Manuel Oribe, uno de los líderes de la Cruzada Libertadora.
El grueso del Partido Colorado, en cambio, propuso celebrar el 18 de julio de 1930, en el centenario de la primera Constitución. Ocurre que al momento del desembarco de los 33 en 1825, Rivera, el fundador del partido, estaba al servicio del gobierno brasileño, al cual pronto abandonaría. Pero si el aniversario se fijaba en el 30, se podía recordar que la conquista de las Misiones por parte de Rivera en 1828 había sido clave en el triunfo contra esos mismos brasileños.
Finalmente, aunque algo se hizo en 1925, la celebración oficial se realizó en 1930.
Copa del Mundo, Mundial, fútbol, Montevideo 1930
Afiche del Mundial de 1930
El 25 de agosto de 1925 se inauguró el Palacio Legislativo, pero se dejó constancia expresa de que no tenía nada que ver con el centenario de la patria.
En 1930 el festejo se extendió durante todo el año. Los fastos incluyeron la inauguración del estadio Centenario y la celebración del primer Mundial de fútbol.
La dictadura militar (1973-1985) dio una nueva vuelta de tuerca al asunto y festejó el sesquicentenario (el aniversario 150) en 1975, es decir que tomó como base los sucesos de 1825.
Con el actual festejo del bicentenario en 2011 se cerró el círculo perfecto de contradicciones: los 100, los 150 y los 200 años se celebraron todos a partir de fechas distintas. El centenario conmemoró los hechos de 1830, los 150 años recordaron lo acontecido en 1825 y ahora se festejaron los 200 años de 1811.
La única fecha que nunca se celebró es la verdadera, la del 27 de agosto de 1828, aquel día en que dos porteños, tres brasileños y un lord inglés se reunieron en la bella Rio de Janeiro y decretaron nuestra independencia.
Nadie lo había pedido, más bien todo lo contrario, pero ellos decidieron que desde allí en adelante deberíamos arreglarnos solos.
Hace 183 años que estamos en eso.


Historias uruguayas, reportajes y crónicas de Leonardo HaberkornArtículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la revista Construcción, de la Cámara de la Construcción del Uruguay. Edición noviembre-diciembre 2011 / enero 2012.
Es uno de los 14 artículos que componen el libro Historias uruguayas. El libro puede comprarse aquí:
Los recuadros que acompañaron al artículo en las páginas de Construcción no han sido incluidos.


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2.1.12

Padrón Favre: Un Uruguay mitológico y enanizado

Los uruguayos no tenemos conciencia histórica sino mitológica. Nuestras elites nos han hecho un país enano. Estos son algunos de los polémicos juicios que dispara el historiador duraznense Óscar Padrón Favre en esta entrevista, realizada durante la investigación para un reportaje sobre los festejos del Bicentenario, que se publicó en diciembre de 2011 en la revista Construcción

-¿Por qué Uruguay terminó siendo un país independiente?
 
-El Imperio Español fue, esencialmente, una red de ciudades con fuertes acentos autonómicos. La política de centralización  de los Borbones que creó el Virreinato del Río de la Plata, que no llegó a las cuatro décadas de vida, no logró superar esas tendencias centrífugas. La mezcla de un fuerte sentido autonomista alimentado por los repetidos errores en la conducción revolucionaria bonaerense, fueron factores que incidieron para el nacimiento de Uruguay, como antes sucedió con Paraguay y Bolivia. En nuestro caso se sumaron  las singularidades de ser una tierra de puertos y una frontera caliente. 

Padrón Favre historiador independencia bicentenario
Foto: Intendencia de Durazno
-¿Ese fue el deseo de los orientales?

-No fue el deseo inicial de la Revolución pero el sentido autonómico y de destino propio se fue consolidando a lo largo de dos décadas muy turbulentas y sufridas. Nunca existieron unanimidades, ni aún en los tiempos de Artigas. No se sentían orientales todos los habitantes de la Provincia, pues en realidad así se identificaban aquellos que integraban un movimiento político iniciado por el artiguismo. A muchos les disgustaba esa denominación. A su vez dentro de las propias fuerzas orientales había una tendencia más pro Provincias Unidas y otra más independentista, que terminó predominando. 
 
-¿Qué tan importante fue el peso de los agentes extranjeros en la decisión de que Uruguay se transformara en un país independiente?

-En el caso de Argentina y Brasil al firmar la Convención Preliminar de Paz sentían que eso era una tregua y no estaba en sus planes perder definitivamente este territorio estratégico. En el caso de Inglaterra la independencia le daba garantías sobre la internacionalización de los grandes ríos, pero ella no operó en el aire. La mediación británica fue muy importante pero, como decía, no actuó en el vacío, pues informes diplomáticos previos ya señalaban que en un porcentaje importante de la población, especialmente los sectores populares, había un franco rechazo a la política de Buenos Aires, desde donde habían venido casi siempre los males.

Más allá de cuál haya sido nuestro origen como país: ¿hoy somos uno con todo el significado de la palabra?

-Tuvimos oportunidad de serlo y en el siglo XIX íbamos hacia ello, pero en el siglo XX un centralismo irracional y un excesivo estatismo lo transformaron apenas en una Ciudad-Estado. El sueño de los constituyentes de 1829 que propusieron que el país se llamara Estado de Montevideo finalmente se cumplió. El Uruguay no nació chico, lo achicaron las malas políticas.

 -¿Somos independientes? ¿Somos una nación?

-Las equivocadas políticas con ausencia de dimensión auténticamente nacional y sin planificación estratégica del territorio, que predominaron en el siglo XX, terminaron por llevarnos a un nivel límite de debilidad demográfica y material. De hecho tocamos fondo en el 2002, de cuya situación salimos gracias a la avalancha de inversión extranjera que cayó sobre nosotros, pues en el mundo se corrió la voz que había un país en venta. El peso económico de la inversión brasileña, por ejemplo, nos pone en una situación de recisplatinización evidente. Aclaro que no me desagrada esa situación, solamente cuestiono la arrogancia de no reconocerla.
 
-¿Estas nociones han ido variando con el paso de los años en el sentir de los orientales/uruguayos?

-Los antiguos orientales constituyeron un “pueblo nuevo” mientras que los uruguayos un “pueblo transplantado”, según la terminología de Darcy Ribeiro. Para la dirigencia política montevideana –siguiendo a la bonaerense – el predominio del mestizaje entre los orientales los hacía no aptos para el progreso, por eso había que borrar esa mala herencia étnica trayendo europeos que encarnaban la civilización. Así buscaron hacer realidad la utopía cosmopolita del país sin nación y eso ha debilitado nuestro sentido de pertenencia, de arraigo y de destino común. 
 
-¿Y Artigas? ¿Es el fundador de la nacionalidad? ¿El prócer del Uruguay independiente? ¿Un caudillo argentino? ¿Cuál es su justo lugar? ¿El lugar que ocupa hoy en la historia oficial es el adecuado?

-Para hablar de nacionalidades en Hispanoamérica hay que hacerlo con un sentido muy diferente al europeo. Artigas fue un caudillo que se sintió profundamente sudamericano y que se negó al fraccionamiento del amplio espacio rioplatense. Él hizo que los orientales fueran los heraldos del federalismo, pero, qué paradoja, su tierra natal se transformó en la encarnación de la utopía unitaria al extremo. El Uruguay moderno no fue construido según su ideario. El mejor homenaje sería la coherencia en el hacer y no la exaltación retórica.  
 
-¿Los uruguayos conocemos nuestra historia? ¿O la hemos mitificado en exceso como denuncian algunas voces?

-Ya he manifestado otras veces que Uruguay no tiene conciencia histórica sino mitológica; no se vive del pasado como a veces se nos señala sino que se explica mitológicamente el pasado, como un atajo para no estudiarlo y que realmente nos pudiera servir  como orientación para salir de los círculos viciosos. Pero hay poderosos intereses para que el pasado no se estudie y predominen los estereotipos. Bien nos definió Mario Benedetti como “el país de la cola de paja”.
 
 -Una vez leí que alguien dijo que al aceptar ser independientes, los orientales hicieron un voto de pobreza. ¿Es así? ¿Estamos condenados a ser pobres?

-A diferencia de esa opinión que suele predominar, ya expresé que no nacimos chicos sino que nos achicamos. Si se estudia el Uruguay de 1860 a 1910 –la época de oro del país – se ve  claramente que no estábamos condenados a la pobreza, todo lo contrario. Fueron los errores del siglo XX lo que nos llevaron a ello. El país –que no debe confundirse con Montevideo- fue sufriendo un proceso de autoasfixia que lo enanizó. Para el 1900 nuestra relación poblacional con Argentina era de 1 a 5 y con Brasil de 1 a 17, ¡¡¡hoy es de 1 a 13 y de 1 a 61!!!  ¿Qué estuvieron mirando nuestras elites durante un siglo?
 
-¿Fue correcto festejar el Bicentenario en 2011? ¿No debería haberse tomado como fecha 1810 o 1808? ¿No debería haberse esperado al 2025, o al 28, o al 30? De hecho, el Centenario se festejó en el 30, el Sesquicentenario en 1975...

-Bueno, nuestra historia fue compleja y los aniversarios son muchos y todos relevantes. Es de desear que promuevan la reflexión y profundos cambios en las próximas dos décadas, porque nos jugamos mucho.
Lo de 1808 en Montevideo fue un episodio local y de reafirmación españolista y realista; lo de Mayo de 1810 fue profundamente americano y fue un grave error el que se cometió el año pasado al no haber adherido de una manera mucho más activa a los festejos de ese Bicentenario, pues no es una fecha solo de Argentina sino de América. Durante el siglo XIX hubo una clara conciencia de la importancia de la misma como fiesta continental, tal  como lo demuestra el nomenclátor,  pero luego un mal entendido nacionalismo la fue borrando y lo que pasó el año pasado muestra que, lamentablemente, sigue muy arraigado en ciertos sectores uruguayistas.

26.11.10

Tarigo: "Alguien tenía que pegar cuatro tiros. Irnos callados, como se fueron en el 73, no"


Tarigo, democracia, UruguayEnrique Tarigo fue un verdadero héroe democrático por su rol decisivo en el triunfo del NO en el plebiscito de 1980. Ya retirado de la vida política, lo entrevisté cuando se cumplieron 20 años de aquel momento histórico. Una década después, lo que sigue es un fragmento de aquella entrevista:



-¿Cómo ve a Uruguay 20 años después del plebiscito de 1980?

-Veinte años después usted ve un país democrático funcionando, con las dificultades y los problemas inherentes a la vida colectiva. No fueron 20 años de maravilla, pero fueron 20 años de absoluta libertad, de democracia. No hay nadie que haya sido preso injustamente, castigado, torturado o destituido arbitrariamente.

-¿Cuál es la principal cosa que todavía no se logró en estos 20 años?

-Falta cultura democrática. Aprender a gobernar no es sencillo, comprender que hay cosas que no se hacen no porque los gobiernos sean malvados, sino porque son difíciles de hacer.

-Usted, al asumir como vicepresidente, dijo que se había comprado un revólver que guardaba en un cajón por si en algún momento tenía que defender la democracia. ¿Existía el riesgo real de un nuevo golpe?

-Había que decirlo. Habíamos conquistado algo y no estábamos dispuestos a perderlo porque sí. Alguien tenía que pararse un poco y decir que si volvían a insistir íbamos a pelear. Que no fuera tan fácil entrar al Parlamento y avasallarlo, que todos los diputados y senadores hagan su discurso y media hora antes de que lleguen los tanques se vayan para la casa. Alguien tenía que quedarse a enfrentarlos si volvía a pasar. Alguien que pegue cuatro tiros, aunque después le peguen 25. Irnos callados, como se fueron en el 73, no. El 1 de marzo de 1985 yo no estaba seguro de si duraríamos cinco años. Cualquier cosa que hiciéramos podía molestar a los militares. E hicimos muchas. La primera fue la Ley de Amnistía, el 8 de marzo. Ocho días después de instalado el gobierno democrático, amnistiar a todos los tupamaros presos era un desafío, una mojada de oreja. No sabíamos cómo podían reaccionar los militares.







Fragmento de una entrevista de Leonardo Habekorn a Enrique Tarigo (1927-2002), publicada en el suplemento Qué Pasa del diario El País, el 25 de noviembre de 2000.

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