Lo había escuchado mucho de niño y adolescente en Hora 25, en radio Oriental. Lo distinguía por sus juicios categóricos y tajantes. La mayor parte de las veces, estaba de acuerdo con él. Con toda seguridad, su tarea periodística era mucho más rica de lo que yo entonces estaba capacitado para comprender. A mí lo que me impactaba de Juan Ángel Miraglia, el más veterano de aquel equipo radial, era su implacable crítica y su vocación de llamar las cosas por su nombre, doliera a quien pudiera dolerle.
Muchos, pero muchos, años después, yo era el editor del suplemento Qué Pasa. Un día de 2004 recibí una carta depositada en el correo en Maldonado.
Estaba firmada por un tal Juan Ángel Miraglia. No podía ser él, pensé. Hacía años que le había perdido la pista y que no tenía noticias suyas. Calculé que si estaba vivo tendría que haber pasado ya los 80 años. Era muy improbable que fuera él quien me escribía.Pero había en la carta algo que agitaba al Miraglia de mi memoria. Me felicitaba por algo que yo había escrito y protestaba contra el estado actual del periodismo.
"... si nos atenemos a la chatura, la incapacidad, la insulsez o la falta de valentía de los actuales 'comunicadores' radiales, escritos o televisivos, que en la mayoría de los casos son lamentables", escribía.
Ese parecía ser el Miraglia de mis recuerdos.
Decidí llamar al número de teléfono (fijo) que colocaba debajo de su firma. Y en efecto. ¡Aquel corresponsal era un jubilado Juan Ángel Miraglia, que seguía indignándose por las cosas mal hechas y que mantenía su pluma tan afilada como 40 o 30 años atrás.
Conversamos y le dije que para mí sería un honor publicarlo en Qué Pasa. Me dijo que estaba jubilado, pero no me costó convencerlo. Seguía las noticias con atención y todavía levantaba temperatura con las indignidades de todos los días. Pasó un tiempo y comencé a recibir, cada tanto, un sobre desde Maldonado con una columna del viejo periodista: siempre duras, siempre certeras, siempre afiladas, siempre dando en el blanco.
Juan Ángel Miraglia falleció el 18 de junio en Maldonado, a los 101 años de edad.
Para mí fue un honor haber publicado sus notas en el Qué Pasa. Nunca fueron sobre fútbol o deporte, sino sobre la realidad nacional. Copio aquí una de ellas, publicada el sábado 23 de octubre de 2004.
El derroche de siempre
Juan Ángel Miraglia
En el asunto que abordaré no temo las réplicas ni la descalificación a que pueda exponerme frente a un decadente periodismo al que asistimos todos los días a través de ese "eufemismo" que se ampara y que se define de un tiempo a esta parte, en la simple y condensada expresión de "medios de comunicación". En los que sobreabundan los que parece han asistido a la "sorbona" de la frivolidad, de la inconsistencia, de la ignorancia y hasta de la cobardía.
No se sabe a veces muy bien si porque no se tiene "eso que hay que tener" para llamarle a las cosas por su nombre o por desconocimiento grave de la obligación que impone el encarar una función llamada periodismo, que muy pocos saben ejercer.
Dentro de esos diplomados en la escuela de la frivolidad, están los que cortan "grueso", los que tienen como aliada permanente a la chabacanería o los que la van de audaces tomando siempre por el camino de la complacencia. También están los que se han especializado en "levantar centros" para que los entrevistados de turno salgan del paso en la forma más cómoda posible. O como no ven más allá de sus narices, no se les ocurre otra cosa que plantear sandeces a las gentes, resultando así exquisitos ejemplares del famoso "no te metás" que tiene abundantes cultores.
Están también los que la van de "intelectuales del quehacer y del pensamiento" que —so pretexto de una objetividad inquebrantable— se dedican a hacer reportajes o entrevistas a supuestos técnicos o entendidos en materia de política (nacional o internacional), de economía, de filosofía, de literatura o de arte o ciencia si viene al caso.
En los diarios, televisión y en particular en la radio, asistimos con excesiva frecuencia a los rebuznos (con perdón de los asnos), de quienes son considerados y se consideran a sí mismos, conductores de la opinión y de los intereses públicos.
No faltarán los que se preguntarán con qué derecho el firmante formula tantas severas críticas al periodismo de la actualidad. Simplemente por el derecho que me dan más de 40 años del ejercicio, responsable y serio, de un periodismo que la jubilación no ha podido impedirme que lo siga viviendo todos los días.
Todo este largo "introito" o prefacio, está originado en la gran interrogante que se me ha planteado en las últimas semanas a propósito de la fabricación o elaboración de nafta en el Uruguay.
Hasta hace muy poco teníamos entendido que eso estaba sólo a cargo de Ancap. Pero de acuerdo a las "grandes pautas" publicitarias mediante las cuales el cuestionado y problemático organismo (antes con plomo y ahora sin plomo), publicita las grandes ventajas de sus productos nafteros, concluimos que en nuestro país debe haber surgido una nueva empresa competidora. Porque, que se sepa, nadie gasta una fortuna en publicitar sus productos si no tiene competencia.
Es entonces que nos preguntamos: ¿qué otra productora de nafta existe en el Uruguay? ¿Dónde está ubicada? ¿Quién la autorizó a funcionar? ¿Cuál es su nombre o su marca? ¿Es que hay otra productora de nafta que explique y justifique la campaña publicitaria de Ancap? ¿A ningún periodista se le ocurrió preguntar por qué yo, él o el pueblo tenemos que pagar esa publicidad?
Hasta ayer mismo creíamos que Ancap tenía el monopolio de la elaboración de nafta. Seguramente estábamos equivocados. Porque el periodismo de la tontería, de la frivolidad y de la ignorancia de las cosas que importan, no supo enterarnos de esa equivocación.
Por último y por las dudas: no nos duelen prendas políticas de ninguna índole en el enfoque del tema. Nos duelen los dineros del pueblo que se dilapidan sin ninguna razón.