Políticamente incorrecto, Canessa sostiene que mucha gente pobre no se esfuerza, que el confort anestesia y que haber comido a los muertos no fue lo que lo salvó en los Andes. La entrevista se publicó en la revista chilena Veinte Mundos.
El mundo entero conoce la historia. Un avión se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972. El vuelo había sido fletado por un equipo de rugby de Uruguay que viajaba a Chile para jugar un partido. A bordo iban 45 personas, pero no todas murieron en el choque. Perdidos en medio de la cordillera helada, a miles de metros de altura y a 30 grados bajo cero, los sobrevivientes resistieron. Cuando se terminó la poca comida que tenían, para no morir debieron comer la carne de los que ya habían muerto. Dos meses después del accidente, perdida toda esperanza de ser rescatados, dos de ellos -Fernando Parrado y Roberto Canessa- emprendieron la imposible tarea de cruzar los Andes a pie, sin saber nada de montañismo y sin ningún equipo para escalar. Treparon, caminaron, escalaron, cayeron y se levantaron durante diez días. Al fin, contra toda lógica, lo lograron. Gracias a Canessa y Parrado, 16 jóvenes fueron rescatados con vida de aquella odisea.
Roberto Canessa es hoy un cardiólogo infantil que ganó tres veces el Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Lleva una vida intensa que no desmiente el coraje exhibido en la montaña.
-¿De dónde sacó fuerzas para atravesar la cordillera?
-De mi compromiso de no causarle a mi madre el dolor de tener que llorar un hijo muerto. No se lo merecía.
-¿Y de dónde saca fuerzas la gente cuando debe enfrentar una situación que la supera?
-Lo más habitual es el temor a la muerte. Pero a veces son tan insoportables las condiciones de la vida, que el temor a la muerte se ve sobrepasado. Entonces tenés que buscar algo por encima tuyo que te lleve a seguir luchando. Eso lo estudió Viktor Frankl, el psicólogo que sobrevivió a los campos de concentración nazis.
-¿Nunca pensó que era mejor morir en la cordillera?
- No. Morir allí era fácil, bastaba solo con aflojar los brazos. Pero nunca lo pensé así. En todo caso, pensé en morir caminando, en la demanda. No me gusta salir de la cancha antes de que termine el partido.
-Fue el primero que propuso comer la carne de los muertos. ¿Alguien se lo reprochó alguna vez?
-No. Mucha gente decía que ellos no lo habrían podido hacer, y me parece bien, porque si no estás ahí no lo podés entender. Es increíble que eso sea lo que le llama más la atención a la gente. Dicen que nos salvamos porque nos comimos a los muertos. Pero cuando los comimos quedamos en el mismo lugar, no nos acercamos ni un centímetro a la civilización. Nosotros nos salvamos porque tuvimos la suerte, la alegría, la osadía, la valentía, como quieras llamarlo, de lograr salir. En mi caso, sentí la ayuda de Dios, creía mucho en él, y estuve rodeado de un grupo que me dio la confianza para salir adelante.
-Lo que ustedes consiguieron es inspiración para miles de personas en todo el mundo. ¿Qué historias o figuras públicas lo inspiran a usted?
-Los músicos. Esa capacidad de los artistas de ver más allá me fascina, me transporta, me saca de los estados de ánimo, me lleva de lo mediocre a lo sublime. También los deportistas. Y la nobleza y generosidad de la gente humilde. Creo que el confort te anestesia.
-Pero usted nació en una familia acomodada, vive en un barrio rico. ¿El confort no lo anestesió?
-Mi mujer dice que yo me flagelo cuando hago deporte, cuando voy al campo y me pongo a hacer un pozo bajo el sol. Me gusta vivir intensamente. Yo busco la esencia de la vida, y el confort te la oculta. Es cierto, me pesa un poco haber nacido con recursos. Por eso creo que tengo la obligación de dar mucho más que la gente normal. Y eso lo logro a través de la medicina. Me doy cuenta de que le doy más a la sociedad de lo que puede dar una persona muy humilde, muy pobre. Por eso me siento mejor que ellas a veces, porque veo que esas personas no se esfuerzan.
-Siendo tan joven y considerado un héroe mundial, ¿cómo no se perdió?
-Porque entré a la Facultad de Medicina. Si yo había luchado por salir de la montaña y volver a mi casa, ¿por qué iba a cambiar mi sueño de ser médico? El súper hombre que me atribuía mucha gente, y que les quedaba cómodo porque les servía de inspiración, yo sabía que no era verdad. En la facultad al principio casi pierdo los exámenes, y eso me centró. Lo traté de aplicar a todo en mi vida: saber dónde está mi límite y saber que es un límite normal. Porque lo que sirve es el esfuerzo. Verlaine decía “la gloire c´est la merde”. Y tiene toda la razón. Quedarse en la posición de “soy un héroe” me parece lamentable, deprimente, muy triste. La vanidad es algo terrible.
- ¿Por qué eligió la cardiología infantil dentro de la medicina?
-Mi padre era cardiólogo. Al principio traté de tener una identidad propia como médico, pero luego sentí que si hacía cardiología con mi padre tenía la oportunidad de hacer cosas muy buenas. Después vi que se comenzaba a estudiar el corazón de los niños, era una ciencia nueva. Y fui creciendo con esa disciplina. Cuando me invitaban a España a dar una conferencia sobre los Andes, yo iba a los hospitales para ver cómo trabajaban en cardiología infantil. Así fui aprendiendo y conociendo muchos profesores. No faltó quien me dijera: vos sos muy famoso por lo de los Andes, pero en la medicina no te conoce nadie. Era un nuevo desafío. Yo pensaba, si fui capaz de salir adelante en los Andes, saldré adelante en esto también.
-En el libro Milagro en los Andes, Parrado cuenta como usted se fue sin recursos a Nueva York para traer a Uruguay un costoso equipo de cardiología infantil.
-El profesor Itzhak Kronson de Nueva York donó un aparato que era un gran avance para Uruguay. Yo fui, pero no tenía dinero para traerlo. De todos modos, decidí tomar el equipo y acercarlo hasta donde pudiera. Me cobraban 2.000 dólares solo por llevarlo al aeropuerto. En la calle vi un camión que decía “Pitón Argentina”. Lo paré y era un ex boxeador mendocino. Le dije que tenía que llevar al aeropuerto un aparato de cardiología para niños donado a Uruguay. Me dijo que me cobraba 300 dólares. Le dije que sí. Fuimos al aeropuerto diez horas antes de la salida del vuelo y les dije a los de Pan American que tenía que traer ese equipo, que era muy importante. Lo llevamos por unos ascensores, el mendocino Pitón hacía una fuerza brutal. Y cuando llegamos a Uruguay le pedí al director de Aduanas que me ayudara, que dejara pasar el equipo. Después dormí tres días seguidos, estaba totalmente agotado. Pero lo genial fue cuando lo enchufé y anduvo.
-¿Qué lo llevó a ser candidato a presidente en 1994?
-La gente decía que no había nadie a quien votar, y me pareció bueno usar la fama de los Andes al servicio de un movimiento nuevo. Pero descubrí que hay una relación perversa entre los políticos y la gente: los mismos que los critican son los que después les piden favores. Son ellos los que los corrompen. Y si uno no acepta esos códigos, no progresa en política.
-Su discurso también chocaba a mucha gente. Usted decía que los uruguayos se quejan pero que acá nadie pasa hambre de verdad.
-Así es. Hambre es cuando no hay nada para comer. Pero a veces la gente no está pronta para que les digas ciertas cosas. Todo tiene que ser políticamente correcto. Yo también decía que no me importa que los ranchos sean de barro mientras tengan computadora: quería apostar a la inteligencia. La gente se detiene en el consumo, el zapato de marca, se deslumbran con la burguesía. Persiguen lo que no es importante. Lo importante es el progreso de la mente, la inteligencia, los principios y los valores. Nadie es más que nadie si no hace más que nadie. Son las acciones las que cuentan.
-Usted dice que la cordillera le dejó algunas certidumbres respecto a cuáles son los principales valores. ¿Cuáles son?
-La honestidad, el coraje, la tenacidad, la inteligencia.
-¿La fe?
-La confianza. Son las cualidades al servicio de los valores y los principios éticos. Y una gran dosis de alegría de vivir. Lo importante es que cada noche puedas acostarte en paz.
Entrevista de Leonardo Haberkorn. Publicada en la revista digital chilena Veinte Mundos, en mayo de 2010
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1.10.10
Roberto Canessa: la vida sin anestesia
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