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30.3.15

Todos viajamos a Brasil

Buscando documentos para un libro que estoy preparando, di con un archivo digital muy interesante. En él figuran, entre muchos otros documentos, las visas para entrar a Brasil que se tramitaban en los años 40, 50 y 60.
Estaba, por ejemplo, el documento tramitado por mi abuelo, a quien no conocí, que viajó a Brasil cuando cumplió 25 años de casado.

Leon Haberkorn

Encontré también un dato que no había podido obtener cuando escribí Liberaij.  Entonces supe, porque así me lo contó su hija, que uno de los cuatro argentinos que protagonizaron aquella trágica historia policial, Roberto Dorda, había vivido un tiempo en Brasil durante su juventud. Pero las fechas exactas y la duración de la estadía de habían perdido de la memoria de la familia.
Pues bien, en esta base de datos, hallé el visado tramitado por Dorda para entrar a Brasil. Tenía 19 años.

Roberto Dorda , visa Brasil, Liberaij

Cuando salga una nueva edición de Liberaij, podré precisar este punto.
El hallazgo me llevó a muchos otros y a otros. Pasé muchas horas buscando. Entre los hallazgos abundan los deportistas, que viajaban con frecuencia a Brasil, como hoy, para participar de diversas competencias.
Por orden alfabético, según los apellidos, algunas de las personas cuyos documentos figuran en este curioso archivo:

Luis Artime
Luis Artime

Washington Cataldi
Washington Cataldi

José Pedro Damiani
José Pedro Damiani (I)

José Pedro Damiani
José Pedro Damiani (II)


Clemente Estable
Clemente Estable

Wilson Ferreira Aldunate
Wilson Ferreira
Schubert Gambetta
Schubert Gambetta

Alcides Edgardo Ghiggia
Alcides Edgardo Ghiggia

María Esther Gilio
María Esther Gilio (I)
María Esther Gilio
María Esther Gilio (II)
Dogomar Martinez
Dogomar Martínez

Roque Maspoli
Roque Máspoli
Tita Merello
Tita Merello
Zelmar Michelini
Zelmar Michelini

Oscar Moglia
Oscar Moglia

Carlos Páez Vilaró
Carlos Páez Vilaró

Renzo Pi Hugarte (I)
Renzo Pi Hugarte (I)
Renzo Pi Hugarte
Renzo Pi Hugarte (II)

José Piendibene
José Piendibene

Adela Reta
Adela Reta

Pedro Rocha
Pedro Virgilio Rocha

Juan Alberto Schaiffino
Juan Alberto Schaffino

Carlos Sole
Carlos Solé

Alberto Spencer
Alberto Spencer

Enrique Tarigo
Enrique Tarigo

Aníbal Trolio
Aníbal Troilo

Obdulio Varela
Obdulio Varela (I)

Varela
Obdulio Varela (II)

La dirección de la base de datos: https://familysearch.org/

31.10.14

La isla bonita

Se suele analizar lo que ocurre en Uruguay como si fuera una isla, dejando de lado una perspectiva regional. Por eso muchas veces no se lo entiende.

presidentes de Argentina, Brasil y Uruguay
Sarney, Alfonsín, Sanguinetti
Cuando Argentina y Brasil tuvieron dictaduras militares de derecha, nosotros también tuvimos una dictadura militar de derecha. Los tres países regresaron a la democracia en fechas similares y con presidentes que, aunque con matices, tenían un similar signo ideológico: Argentina con Raúl Alfonsín en diciembre de 1983, Brasil con José Sarney (ante la muerte de Tancredo Neves antes de asumir) en abril de 1985 y Uruguay con Julio M. Sanguinetti en marzo de 1985.
Luego los tres países giraron al neoliberalismo en forma casi simultánea: Carlos Menem asumió como presidente en Argentina en 1989, Fernando Collor de Mello en Brasil en 1990 y Luis Alberto Lacalle en Uruguay también en 1990.
Tras ese período, sucedió otro en el cual los presidentes no fueron exactamente iguales: en 1995 en Argentina continúa gobernando Menem mientras que en Brasil asume Fernando Henrique Cardoso, mucho más centrista que el riojano. En Uruguay regresa Sanguinetti. Pero en 1999 Argentina también se mueve hacia el centro, eligiendo la fórmula De la Rúa-Chacho Álvarez. Solo Uruguay, en este caso, marca una diferencia volviendo a apostar por un presidente liberal o neoliberal, según las definiciones: Jorge Batlle, que asume en el 2000.
Los ciclos se emparejaron muy pronto y los tres países giraron al mismo tiempo hacia la izquierda: Lula asumió como presidente de Brasil el 1 de enero de 2003, Néstor Kirchner en Argentina el 25 de mayo de 2003 y Tabaré Vázquez en Uruguay, algo retrasado, el 1 de marzo de 2005.
Es evidente que lo que pasa en Uruguay guarda mucha relación con lo que ocurre con nuestros dos grandes vecinos, de los que formamos parte en distintos momentos de nuestra historia, antes de terminar siendo un país independiente. La relación es clara y continua. Hay una clave regional para entender nuestra política.
Es curioso -y muy empobrecedor para el debate y el entendimiento- que la prensa, el público y los propios dirigentes de los partidos presten tan poca atención a lo que ocurre en países que nos influyen y explican tanto.
Analizar el Uruguay como una isla no ayuda a comprenderlo.

23.11.13

El Fantasma de 1950 nos persigue a nosotros

Por favor, que no se tomen estas líneas como falta de admiración por la hazaña de los campeones de 1950. No seré yo quien minimice en un blog la gloria que ganaron en la cancha. Tampoco quisiera que fueran tomadas como una falta de reconocimiento y cariño a la selección que en forma tan meritoria obtuvo el cuarto puesto en Sudáfrica 2010. De mi parte, todo lo contrario.
Sin embargo, y después de tanta celebración al Fantasma del 50, no puedo dejar de decir dos frases al respecto:

a) Después de Maracaná, Brasil ganó cinco Copas del Mundo. Uruguay ninguna.

b) El Fantasma de 1950 ya no persigue a Brasil. Nos persigue a nosotros.

Brasil sacó, es evidente, las lecciones correctas de aquella dolorosa derrota. Hoy sus equipos son temidos en todas las canchas del mundo, en el campeonato que sea. Aunque su liga no pueda mover el dinero de la española o la italiana, los brasileños son la principal potencia del mundo del fútbol. Se han aburrido de ganar Copas del Mundo. Han compensado con creces Maracaná.
Nosotros, en cambio, nunca más ganamos. Desde hace 63 años vivimos recordando aquel día. Como dijo Pablo Da Silveira cuando comenté esto mismo en Twitter:


Maracaná


Tiene razón Da Silveira. Maracaná -la culpa no la tienen los campeones- nos paralizó. Nos paralizamos, y no solo en fútbol. Llevamos décadas intentando que se repita, que vuelva Maracaná, que regrese el paraíso batllista (¿existió?), que otra vez seamos los campeones del mundo, sin entender siquiera por qué aquello tan maravilloso ocurrió.
Sacamos la lección incorrecta. Mientras las selecciones brasileñas cada vez jugaban mejor, nosotros creímos que la clave de aquella hazaña fue la pelota abajo del brazo del Negro Jefe. Apostamos a la "garra charrúa" mientras se repetía que el exquisito Juan Alberto Schiaffino era un pecho frío.
Soñando con nuevos Maracaná, creímos que ganar era así de fácil y caímos cuesta abajo en la rodada. Mientras los demás daban vueltas olímpicas, mientras otros países que no sabían jugar al fútbol aprendieron, la televisión mostraba en vivo al Tano Gutiérrez apretándole el cogote a un belga y al Pato Sosa despeinando a Cristino Ronaldo.
Aunque muchos se enojaron, entendí por qué Diego Lugano mandó al diablo al Fantasma de 1950. Porque esta última selección fue la primera en mucho tiempo que quiso sacarse de encima las cadenas de todos los fantasmas que el fútbol uruguayo viene arrastrando desde hace décadas. Estos futbolistas en Sudáfrica salieron a la cancha sabiendo que ganar no es así de fácil. Que no basta con apretarle el cogote a uno, despeinar a otro, meter un planchazo y meterse la pelota abajo del brazo. Con sacrificio, fueron a hacer lo mejor posible, a ganar o perder jugando al fútbol. Y no les fue mal. Lo que lograron en África y reafirmaron en la Copa América -y que pareció replicarse en algunas selecciones juveniles-, fue una gran alegría para todos y también la esperanza de un ciclo nuevo, no atado a los errores del pasado. Babosear, festejar nuestra supuesta viveza, ganar antes de salir a la cancha, creer que los demás nos tienen miedo, pensar que estamos destinados a la gloria por destino manifiesto, todo eso es parte del viejo repertorio. Es el tango que nos hizo mal. El pozo. El fantasma que nos persigue y no nos quiere soltar.


Pato Sosa Cristiano Ronaldo




14.1.12

200 años de qué

“Pero, cómo, ¿Artigas no es Dios?”, le preguntó un escolar a Gerardo Caetano. El historiador relató la anécdota como ejemplo del desconcierto que los niños sienten ante la historia que les inculcan. Lo peor es que, desde su punto de vista, los festejos del “Bicentenario” aumentaron la confusión reinante.
Uruguay bicentenario festejos 200 años
Tren de AFE con el eslogan "Bicentenario Uruguay"
 A Caetano le preocupa este asunto. En una repleta sala de la Intendencia de Montevideo durante la Feria del Libro, se preguntó qué pensarán los escolares y liceales “cuando oyen hablar permanentemente de los 200 años del Uruguay” y recordó varias piezas publicitarias que dicen que el país festeja su bicentenario.
“Es insostenible que el Uruguay celebre hoy el bicentenario de su nacimiento como nación”, agregó. “Son insostenibles muchas cosas que escuchamos a diario, resignándonos porque forman parte de ese discurso oficial que hay que soportar”.

De Napoleón a Buenos Aires

Esta historia comenzó con Napoleón Bonaparte, quien en 1807 ocupó España e intentó colocar a su hermano como rey. Los españoles rechazaron el intento y declararon la guerra a Francia.
Para 1810 el triunfo francés parecía seguro y los criollos en América comenzaron a cuestionarse el sentido de seguir obedeciendo a los virreyes de un reino que se desmoronaba. Los criollos venían reclamando mayor autonomía económica y política, y algunos ya soñaban con la independencia. España, que ahora luchaba por sobrevivir, ya no tenía fuerzas para asegurar sus colonias. Muchos en América comprendieron que la hora de rebelarse había llegado.
La revolución en el Virreinato del Río de la Plata estalló en mayo en Buenos Aires. La autoridad del virrey Cisneros fue desobedecida y, tras unos días de tensa agitación política que Inglaterra alentó, el 25 de mayo se instaló una junta criolla, “el primer gobierno autónomo del Río de la Plata, origen del proceso independentista que se desarrollaría a partir de ese momento”, según anota el historiador Lincoln Maiztegui en su libro Orientales.
Buenos Aires intentó que la revolución y su nueva autoridad alcanzaran a todo el virreinato, la Banda Oriental incluida.
En el actual territorio uruguayo ocurrieron dos cosas. En Montevideo los españoles se atrincheraron detrás de las zigzagueantes e inexpugnables murallas de casi 11 metros de altura, que ellos mismos habían levantado entre 1741 y 46. Todavía no aceptaban su derrota.
En la campaña, en cambio, el espíritu levantisco, el deseo de liberarse de la tutela europea, prendió como reguero de pólvora. El 18 de febrero de 1811 dos caudillos, Venancio Benavídez y Pedro Viera, se pronunciaron a orillas del arroyo Asencio en favor del gobierno criollo de Buenos Aires. La fecha es tomada, en la enseñanza oficial, como el inicio de la revolución oriental.
Sin embargo, el grito de Asencio fue un derivado de la revolución de Mayo, aunque hoy los festejos del bicentenario lo hayan ignorado. No siempre fue así: el 25 de mayo fue feriado en Uruguay hasta 1934. Y también lo fue en 1960, cuando se cumplieron sus 150 años.
En el Parlamento se discutió cuándo debía celebrarse el bicentenario. Tras un largo debate, se concluyó que se conmemorarían los 200 años de todos los sucesos históricos ocurridos entre 1810, cuando estalló la revolución, y 1815, cuando José Artigas alcanzó su máximo poder en la Provincia Oriental.
Pero el trámite legislativo fue tan largo, con tantas idas y venidas, que cuando por fin fue a votarse… el 25 de mayo de 2010 ya había pasado.
El senador Enrique Rubio dijo que el Parlamento había actuado en base a “la tesis –que compartimos– de que el Uruguay debe dar mucha importancia, en el marco del proceso de revolución de independencia en el Río de la Plata, al 25 de mayo de 1810”. Pero, mirando el almanaque, corroboró que ese aniversario ya se había cumplido antes de que la ley del Bicentenario fuera votada. “Ahora -sostuvo- estamos en junio; entonces, no podemos legislar sobre el pasado, porque sería poco sostenible desde el punto de vista de la técnica legislativa”.
El senador Ope Pasquet lo lamentó con iguales dosis de dolor y resignación: “Hace pocos días se celebró el feriado de los funcionarios del Banco de Previsión Social y también el de la industria láctea. Sin embargo, el Bicentenario del 25 de mayo quedó sin esa celebración y simplemente hay que seguir adelante”.
Para Oscar Padrón Favre, historiador radicado en Durazno, “fue un grave error el que se cometió el año pasado al no haber adherido más activamente a los festejos de ese Bicentenario, pues no es una fecha solo de Argentina sino de América”. Y agregó: “Durante el siglo XIX hubo una clara conciencia de su importancia, tal como lo demuestra el nomenclátor, pero luego un mal entendido nacionalismo la fue borrando y lo que pasó en 2010 muestra que, lamentablemente, sigue muy arraigado en ciertos sectores uruguayistas”.
Finalmente el Parlamento fijó los festejos en 2011, año “de la celebración del Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental”, según la web oficial del aniversario.
El objetivo es recordar “aquellos hechos que durante el año de 1811 formaron parte de los procesos regionales que determinaron, a través de distintos ensayos de organización política, la formación de nuestro país y de otras repúblicas en la región”.

Traición y redota

Si los paisanos que se levantaron en 1811 lo hicieron en apoyo de la Junta de Mayo de Buenos Aires, puede concluirse que ellos se sentían “argentinos”: querían liberarse del dominio español pero no perseguían la independencia de la Banda Oriental.
Aunque pocos uruguayos lo saben, y según la historia aprendida en la escuela les resulte difícil explicarlo, las batallas de San José y Las Piedras –ganadas en 1811 por las tropas de Artigas contra los españoles– son celebradas en el himno argentino.

“San José, San Lorenzo, Suipacha
Ambas Piedras, Salta y Tucumán
La Colonia y las mismas murallas
Del tirano en la Banda Oriental,
Son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó,
Aquí el fiero opresor de la Patria
Su cerviz orgullosa dobló”.

Es difícil encontrar un historiador que afirme que en 1811 los orientales buscaban la independencia.
Carlos Demasi dijo que es difícil precisar qué querían los hombres de un pasado tan lejano y distinto. Pero, hecha esa salvedad, agregó: “Todo parece indicar que los orientales no pensaban en la posibilidad de una independencia”.
Padrón Favre coincidió: “La independencia no fue el deseo inicial de la Revolución, pero el sentido autonómico y de destino propio se fue consolidando a lo largo de dos décadas muy turbulentas y sufridas”.
Las turbulencias y el sufrimiento a los que refiere Padrón comenzaron con el rápido desencuentro entre los orientales y las autoridades de Buenos Aires.
Tras el grito de Asencio, el gobierno porteño nombró a Artigas su comandante en la Provincia Oriental y le encomendó la lucha contra los españoles atrincherados en Montevideo.
Artigas se transformó así en líder militar pero también político. Pretendía echar a los españoles y al mismo tiempo que el nuevo país adoptara un régimen federal que diera autonomía a cada provincia. El gobierno porteño, en cambio, hubiera preferido que Artigas se atuviera a sus funciones como soldado. Buenos Aires quería un régimen centralista: sus ilustrados doctores sentían que dar poder al gauchaje y a los levantiscos caudillos provinciales era entregar el país a la barbarie.
Artigas derrotó a los españoles en San José y en Las Piedras, las batallas loadas en el himno argentino, y sitió Montevideo.
El gobierno central de Buenos Aires, mientras tanto, estaba en problemas. Había intentado llevar la revolución al Alto Perú, pero había sufrido dos duras derrotas. Además, la flota española con base en Montevideo les había bloqueado el puerto. Al gobierno porteño le faltaban recursos para batirse en tantos frentes. Por eso le plantearon un armisticio al virrey Elío, la máxima autoridad hispana en Montevideo. Según el acuerdo, los españoles levantarían el bloqueo naval a Buenos Aires. A cambio, recobrarían el control de toda la Provincia Oriental (comprometiéndose a no perseguir a quienes se habían rebelado contra ellos).
El pacto –alentado por Inglaterra– fue tomado por los orientales como una traición de su gobierno central. Artigas, pese a todo, lo acató, levantó el sitio a Montevideo y se retiró a Yapeyú, Entre Ríos, donde lo destinaron sus jefes porteños.
“En medio del dolor y la desazón –relata Maiztegui– todos proclamaron entones la voluntad de no abandonar las armas y reemprender la lucha cuando fuera posible […] La gran mayoría de los orientales marchó detrás de Artigas, pese a que el destino final era mucho más inseguro”.
Es la famosa “Redota”, elevada a la categoría de suceso bíblico por el historiador Clemente Fregeiro, que en 1882 la bautizó como “el Éxodo del Pueblo Oriental”. Maiztegui anota: “Tal vez sea el hecho social más importante de la historia del Uruguay”.
Miles de personas dejaron sus hogares, quemaron incluso sus viviendas para acompañar al caudillo. La travesía duró del 23 de octubre de 1811 a enero de 1812. El campamento final se instaló al otro lado del Uruguay, a orillas del arroyo Ayuí, en territorio entrerriano. Eran tantos, se habla de hasta 16.000 personas, que cruzar el río les insumió 20 días.
En la mayor pobreza, algunos se instalaron a vivir debajo de sus carretas, o incluso de los árboles.
Para muchos es el episodio más dramático de la gesta artiguista, el embrión de una nueva nacionalidad. Para Maiztegui “el sentimiento de ‘orientalidad’ surgió sin duda de esta doliente coyuntura como consecuencia de la tristísima peripecia que les tocaba vivir”.
“Enfrentados a los españoles, no podían sentirse tales; traicionados –así lo sentían– por el gobierno de Buenos Aires, no podrían jamás considerarlo como propio. Definitivamente eran otra cosa; eran los orientales”, escribe el historiador en su ya citado libro. Sin embargo, agrega: “No significa esto, desde luego, que estuviera en el ánimo de aquellos hombres la creación de un país distinto”.

Breve apogeo de Artigas

En 1812 se derrumbó la tregua entre los españoles de Montevideo y el gobierno de Buenos Aires. Los porteños permitieron a Artigas y sus hombres volver a la lucha, y enviaron refuerzos comandados por José Rondeau. En 1813 ambos militares sitiaron Montevideo por segunda vez.
Sin embargo, los desencuentros entre el caudillo oriental y Buenos Aires no amainaron.
En abril de ese año los orientales realizaron un congreso, el de Tres Cruces, en el cual Artigas brindó su mejor pieza oratoria: “Mi autoridad emana de vosotros, y ella cesa ante vuestra presencia soberana”, les dijo a los allí reunidos. También anunció su intención de reconocer a la Asamblea General que gobernaba en Buenos Aires siempre y cuando se garantizara la soberanía oriental. Pero aclaró: “Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional”.
Su proyecto seguía siendo la unión federal.
En 1814 se realizó un nuevo congreso, el de Capilla Maciel, Dirigido esta vez por Rondeau, el congreso eligió a dos hombres ajenos al federalismo como delegados ante la Asamblea de Buenos Aires. Artigas se molestó, abandonó el sitio de Montevideo y volvió a romper relaciones con el gobierno central. Se trasladó a Belén y desde allí buscó extender su idea federal al resto del país.
Su prédica tuvo éxito. Un año después se formó la Liga Federal, una coalición de seis provincias que propugnaban ese modelo político: la Provincia Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones y Córdoba.
La alianza significó un desafío a Buenos Aires, pero nunca llegó a ser una verdadera unión política. Artigas fue declarado “Protector de los pueblos libres”, pero ese honor no le otorgó ningún poder concreto fuera de la Provincia Oriental.
Montevideo, mientras tanto, cayó en manos de los ejércitos porteños comandados por Carlos María de Alvear: los españoles se fueron y ya no volverían. Sin embargo, Buenos Aires no quiso retirar a sus tropas de la provincia tras la victoria, lo que llevó a que porteños y orientales se enfrentaran en el campo de batalla. En enero de 1815 los artiguistas vencieron en Guayabos y todo el territorio oriental quedó en sus manos.
El apogeo político de Artigas se centra en 1815. Gobernó entonces la Provincia Oriental desde Purificación, un campamento militar en el litoral con tan solo dos construcciones de material: el rancho del caudillo y la iglesia. “La población civil –sostiene Maiztegui en Orientales– vivía en tolderías o ranchos de paja y terrón”.
Ya no era el mismo. Su carácter había cambiado en el fragor de la lucha. Aquello de “mi autoridad emana de vosotros y cesa ante vuestra presencia soberana” ya no corría. El caudillo había adquirido modos de autócrata: sus gestos eran autoritarios, sus posiciones cada vez más radicales. Sostiene Maiztegui: “Es difícil reconocer en él al jefe liberal del Congreso de abril”.
Nada sobre esta metamorfosis se dice en la historia oficial, que pinta a un Artigas siempre perfecto, un dios, como dice el himno que se canta en las escuelas.
“Esa divinización del personaje en la que incurre el discurso oficial, lejos de enaltecerlo lo aleja de los ciudadanos, en especial de los más jóvenes”, sostiene Gerardo Caetano. “Ese santón laico, ese ‘padre’ y ‘dios’ de la patria, alejado de la vida y de su tiempo, ese ‘Cristo uruguayo’ como hace 100 años le escribió Unamuno a Zorrilla a propósito de su Epopeya de Artigas, no hace justicia al hombre de carne y hueso, al líder de una revolución popular, que para mí, con sus claros y oscuros propios de toda humanidad, resulta una figura mucho más atractiva y vigente”.
Hubo luces y sombras en el breve período en que Artigas gobernó la Provincia.
De 1815 es su renombrado Reglamento de Tierras, cuando repartió propiedades entre los más desposeídos.
Para Demasi esa celebrada reforma agraria es un buen ejemplo de lo difícil que es analizar hoy los hechos históricos. “El reglamento de tierras, muy analizado, tiene dos partes: una de ‘fomento de la campaña’ y otra de ‘seguridad de los hacendados’. El análisis en general se queda en la primera, donde Artigas dice que los más infelices serán los más privilegiados. En la segunda dice que todo aquel que no tenga una papeleta de empleo irá a prestar servicios al ejército. ¿Cómo juntás las dos partes? Para Artigas evidentemente no eran contradictorias, para quienes lo leían en la época tampoco. Para nosotros es casi incomprensible. Entonces, ¿cómo descubrís la voluntad detrás de eso?”
Maiztegui anota otra contradicción en Artigas: su permanente preocupación por subsanar la situación de los indios y su indiferencia ante la de los negros esclavos.
Un capítulo aparte merecerían los abusos de su lugarteniente Fernando Otorgués en el gobierno de Montevideo y otros casos del estilo, que provocaron que muchos orientales cultos que antes habían apoyado a Artigas comenzaran a rechazarlo.
Otro dato que nunca es recordado en las escuelas: en junio de ese año, deseosa de no tener más problemas, Buenos Aires le ofreció a Artigas la independencia de la Provincia Oriental. La oferta no se quedaba allí: incluía también la garantía de que Entre Ríos y Corrientes elegirían libremente su destino político. Solo le pedían que ya no se metiera en las demás provincias.
Tal como se enseña la historia uruguaya hoy, el Artigas-Prócer-de-la-Independencia debería haber aceptado la propuesta con  entusiasmo. Sin embargo, la rechazó. Él quería la unión federal de todas las provincias. Todo o nada.
“Artigas –explicó Caetano- es especialmente enfático en la idea de autonomía provincial dentro de la confederación de las Provincias Unidas, con un celo muy marcado por la autonomía oriental pero con igual celo por la reunificación en clave federal o confederal de las Provincias Unidas”.

Invasión y unión

El gobierno artiguista fue efímero. Aprovechando la desunión rioplatense, el imperio portugués invadió la Provincia Oriental desde Brasil en 1816.
Artigas pidió entonces apoyo al gobierno central de Buenos Aires, liderado por el director supremo Juan Martín de Pueyrredón. El porteño prometió ayudar si Artigas reconocía la legitimidad de su gobierno.
El caudillo se negó. Incluso humilló a dos de sus delegados que firmaron un acuerdo reconociendo la autoridad de Pueyrredón a cambio de pertrechos militares: los acusó de sacrificar el “rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”, otra de sus más celebradas frases.
Maiztegui sostiene en Orientales que la historiografía nacional no ha sido del todo justa al dedicarle a Pueyrredón toda clase de “epítetos denigrantes” por no haber declarado la guerra a Portugal en apoyo de la Provincia Oriental. Aduce que otros elementos deben tomarse en cuenta para juzgar el caso. “Entre ellos, la intransigencia de Artigas, que se negó sistemática y firmemente a reconocer la autoridad del director supremo, lo que llevó a este a la convicción de que el caudillo oriental era intratable”.
En Montevideo, donde los abusos del gobierno artiguista habían enemistado a buena parte de la población, los portugueses fueron recibidos como libertadores en 1817.
En campaña, los orientales se batieron con valentía durante tres años. Abundan las historias que muestran el coraje de aquellos hombres. Juan Antonio Lavalleja fue capturado cuando arremetió con apenas seis u ocho paisanos contra todo un ejército que lo rodeaba. Lo iban a fusilar pero, conmovido ante tal muestra de bravura, el jefe portugués ordenó: “¡Nadie toque un pelo de este valiente!”. Sin embargo, más allá del heroísmo y de algunas victorias puntuales, el resultado global de la guerra fue una completa derrota.
En enero de 1820, tras la batalla de Tacuarembó, los portugueses se hicieron de toda la provincia. Artigas, vencido, cruzó el río Uruguay y ya nunca volvió.
El dominio luso-brasileño se extendió durante cinco años. El movimiento libertador se organizó desde Buenos Aires, dirigido, entre otros, por Lavalleja y Manuel Oribe.
El 19 de abril de 1825, habiendo conseguido fuertes contribuciones de armas y dinero para la causa, cruzaron el río Uruguay. Se llamaron a sí mismos “los 33”, aunque más probablemente fueron 40 o 42.
Blanes, historia Uruguay bicentenario, 33 orientales
Los 33 según Blanes.
“No eran los 33 Orientales, porque no eran todos orientales. Esa palabra se agregó más tarde”, afirmó el historiador Guillermo Vázquez Franco en una conferencia que ofreció el 29 de setiembre en el café Expreso Pocitos.
Desembarcaron en la playa hoy conocida como La Agraciada, donde Lavalleja leyó una proclama llamando a todos los vecinos a sumarse a la lucha: “Argentinos orientales: la gran Nación Argentina de que sois parte, espera vuestro pronunciamiento…”
Es una frase llena de significado que nunca es recordada. Deja en claro que los 33 no cruzaron el río para pelear por la independencia, sino para rescatar a la Provincia Oriental del dominio brasileño y reunificarla con las Provincias Unidas. Los 33 se sentían argentinos.
Lavalleja marchó sobre Montevideo, a la vez que alentó al pueblo de la provincia a que formara un gobierno provisorio. Este se reunió poco después en la ciudad de Florida, y el 25 de agosto sancionó tres leyes.
Las maestras hacen hincapié en la primera, la ley de Independencia, que declara “írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre” los lazos que unían a la provincia con Brasil y Portugal. Pero soslayan la segunda, la ley de Unión: “Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de ese nombre en el territorio de Sud América”. Es decir, la unión con Argentina, coincidiendo con la proclama inicial de Lavalleja.
Sin embargo, el 25 de agosto se celebra la independencia del país. Eso indigna al historiador Vázquez Franco. “El más violento contrasentido que tiene la historiografía que frecuentamos es el del 25 de agosto como fecha de la independencia, lo que es literalmente falso”, dijo en su conferencia en Pocitos. “Es una mentira flagrante”.

Aparece la independencia

Mientras tanto, en el campo de batalla, los orientales vencieron en Rincón, Sarandí y el Cerro. Poco después, el gobierno central de las Provincias Unidas en Buenos Aires reconoció al nuevo gobierno oriental. La respuesta del emperador brasileño Pedro I fue tajante: declaró la guerra a las Provincias Unidas y su flota bloqueó el puerto de Buenos Aires.
En enero de 1826, unos 1.500 soldados argentinos ingresaron a la Provincia para luchar contra los brasileños. Maiztegui anota que en los campamentos militares y pueblos dominados por los orientales se enarboló la bandera albiceleste argentina.
Mientras tanto, Inglaterra, que había influido de un modo u otro en cada suceso ocurrido en la región desde 1810, comenzó a actuar para que la guerra terminara. Ellos necesitaban paz para comerciar.
El plan de paz británico impulsado por el diplomático lord John Ponsomby tenía una prioridad: que el Río de la Plata fuera de libre navegación. Por eso una victoria argentina, que haría realidad el deseo oriental de unirse a las Provincias Unidas, era el peor escenario para Londres: porque hacía del Plata un río interior de la Argentina, país que controlaría su navegación. Ellos propugnaban dos alternativas que lo convertían en un río internacional. Por un lado el triunfo de Brasil y la consiguiente anexión de la Provincia Oriental a su imperio y, por otro, una solución novedosa, que casi nadie había manejado hasta ese momento: la independencia de la disputada Provincia Oriental.
Los brasileños fueron derrotados en Ituzaingó (por Alvear y Lavalleja, que a pesar de la victoria terminaron peleados entre sí) y en las Misiones orientales (por Fructuoso Rivera), lo que llevó a que el emperador Pedro I se decidiera a firmar la paz si la Provincia Oriental era declarada independiente. El gobierno de Buenos Aires, carente de recursos financieros para continuar la guerra y presionado por el mediador británico lord Ponsomby, aceptó el plan a pesar de su triunfo militar.
El 27 de agosto de 1828, en Rio de Janeiro se firmó la Convención Preliminar de Paz. Hasta allí viajó Ponsomby para controlar que todo saliera bien. Dos delegados del gobierno argentino y tres de Brasil firmaron la paz y declararon independiente a la Provincia. No fijaron sus límites definitivos. No le dieron moneda. Ni siquiera nombre. No hubo ningún oriental presente.
Así nació Uruguay como país.
Aunque nadie se lo preguntó, como anota Maiztegui, Lavalleja, la máxima autoridad de la Provincia, el mismo que tan solo tres años atrás había arengado a las paisanos al grito de “Argentinos orientales”, dio su visto bueno al acuerdo.
Según el historiador Carlos Demasi, los argentinos de ambas márgenes aceptaron la Convención Preliminar de Paz pensando, como su nombre lo indica, que no sería definitiva. “Se pensaba: las Provincias Unidas se recomponen financieramente, vuelven a armar un ejército, vuelven a atacar a Brasil y allí la situación vuelve a como estaba antes”.
Pero eso nunca ocurrió y la Provincia Oriental ya no volvió a unirse a las otras del Plata: quedó, hasta hoy, como la única trasmutada en país independiente.
El historiador Arturo Bentancur piensa que lo decidido en la Convención Preliminar de Paz debe haber sido un shock para los orientales: “Argentina no quería aceptar a un Brasil asomado al Río de la Plata, y Brasil a una Argentina dominando ambas costas. La aparición de Inglaterra como árbitro de la disputa hizo que se llegara a una solución lógica para los contendientes, pero que debe haber sorprendido mucho a los orientales. Pienso que les costó muchísimo aceptar esa realidad. Todo era muy precario. Basta ver que se designó un estado que ni siquiera tenía adjudicado un territorio”.
Vázquez Franco se niega a hablar de independencia. “No es independencia. La Provincia Oriental fue amputada al cuerpo político que integraba mediante una operación quirúrgica, una especie de biopsia, que le hizo el emperador de Brasil”.
El historiador se pregunta hoy cómo todo pudo cambiar de un modo tan radical en apenas tres años. Cómo todos los que propugnaban la reunificación con las Provincias Unidas terminaron acatando su separación. Piensa que fue un lineazo que bajó desde el centro de poder de la masonería en Londres. “En el año 28 la masonería, desde mi punto de vista, es la que decide la amputación de la Provincia Oriental. Los cinco ministros que firman la convención: dos por Argentina, por nosotros, y tres por Brasil, los cinco son masones”.
En cambio, la mayor parte de los historiadores no niega la influencia de Londres, pero rechazan un juicio tan tajante.
Para Caetano “las dos visiones más extremistas de la historiografía nacionalista clásica, la que suponía que la identidad nacional resultaba un designio ineluctable que venía desde la colonia y la opuesta que sostiene que el Uruguay fue una invención británica sin nada que la arraigara, una ‘Ponsombilandia’ como decía con mucho humor Reyes Abadie, ambas son igualmente equívocas e infértiles”. Para el historiador “los orientales poseían una identidad, que se reforzó durante el ciclo revolucionario, en especial durante los tiempos artiguistas”.
Padrón Favre no niega la influencia británica pero tampoco la cree la única explicación: “Su mediación fue muy importante, pero ella no operó en el aire pues informes diplomáticos ya señalaban que en un porcentaje importante de la población oriental, en especial los sectores populares, había un franco rechazo a la política de Buenos Aires, desde donde habían venido casi siempre los males”.
Bentancur coincide: “la explicación de nuestra independencia es política, pero no cae en un terreno poco fértil. Porque la identidad, la rivalidad que se había ido forjando con Buenos Aires es un sustento”.
Para Vázquez Franco otras provincias tuvieron problemas similares y no se separaron.

Un país sin murallas

Con la independencia que sus líderes no habían buscado, el nuevo país comenzó su marcha.
En 1829 se tiraron abajo las murallas de Montevideo, como signo de que ya no habría más guerras. Un año después se juró la primera Constitución. Recién en 1851 se fijaron los límites con Brasil.
Muchos todavía pensaban en la unión con el resto de la Argentina. En 1859 Juan Carlos Gómez propuso la reunificación con Montevideo como capital federal. (Imagine el lector el entusiasmo de Buenos Aires).
Para Demasi, los pobladores del nuevo Uruguay recién se resignaron a su destino independiente en 1879, cuando se inauguró el monumento de la Piedra Alta, en Florida. “Ese monumento es fundacional de la nación, es el primero a la independencia. Cuando se lo inauguró se recordó por primera vez el 25 de agosto, y Juan Zorrilla de San Martín recitó por primera vez La Leyenda Patria. Ahí se instituyó una realidad política llamada República Oriental del Uruguay”.
“Es el momento –agregó- en que la comunidad que habita este territorio abandona la idea de reunificarse con el resto del virreinato. Y en ese sentido, si ese fue el proyecto, resultó exitoso: el estado se mantuvo, no hubo reunificación y ya no imagino que pueda llegar a haberla”.
Para Vázquez Franco, cuando se instituyó el 25 de agosto como fecha de independencia se inició una saga de tergiversaciones  históricas: “Es una mentira flagrante que reclama más mentiras. Una vez uno comenzó a mentir tiene que seguir mintiendo porque si no la primera mentira queda al descubierto. Y la otra mentira, el otro mito grave que tenemos, es la de Artigas”.
Por esos años comenzó el rescate de la figura de Artigas y su transformación en prócer del Uruguay independiente, despreciando el hecho de que él nunca había aceptado tal idea.
En 1883 el Senado dispuso que se le levantara una estatua, y un año después el presidente Máximo Santos le encargó a Juan Manuel Blanes que lo pintara: “Buscaba elementos que pudieran unir a la gente. Quizás la conciencia de ser un país llegó allí”, sostuvo el historiador Bentancur.
En un caso sin igual en el mundo, Artigas se transformó “en el único prócer que representa a un país al que nunca quiso”, según ha resumido Maiztegui.
Padrón Favre anota otra paradoja: no solo la existencia del Uruguay es prueba de la derrota de la idea federal artiguista, sino que el propio Estado uruguayo actual está constituido en base a un fuerte centralismo montevideano, antítesis del modelo que soñó el caudillo: “Artigas se sintió profundamente sudamericano y se negó al fraccionamiento del amplio espacio rioplatense. Él hizo que los orientales fueran los heraldos del federalismo, pero, qué paradoja, su tierra natal se transformó en la encarnación de la utopía unitaria al extremo. El Uruguay moderno no fue construido según su ideario. El mejor homenaje sería la coherencia en el hacer y no la exaltación retórica”.

Aniversarios móviles

A nadie se le ocurrió festejar el centenario del Uruguay en 1911. Se celebró sí el de la batalla de Las Piedras con la inauguración del obelisco de esa ciudad, ante 4.000 escolares trasladados desde Montevideo.
El centenario de la independencia algunos querían celebrarlo en 1925 y otros en 1930. Nadie propuso 1928.
Los blancos, con pocas excepciones, abogaron por 1925. Esa fecha les permitía resaltar la figura del fundador de su divisa, Manuel Oribe, uno de los líderes de la Cruzada Libertadora.
El grueso del Partido Colorado, en cambio, propuso celebrar el 18 de julio de 1930, en el centenario de la primera Constitución. Ocurre que al momento del desembarco de los 33 en 1825, Rivera, el fundador del partido, estaba al servicio del gobierno brasileño, al cual pronto abandonaría. Pero si el aniversario se fijaba en el 30, se podía recordar que la conquista de las Misiones por parte de Rivera en 1828 había sido clave en el triunfo contra esos mismos brasileños.
Finalmente, aunque algo se hizo en 1925, la celebración oficial se realizó en 1930.
Copa del Mundo, Mundial, fútbol, Montevideo 1930
Afiche del Mundial de 1930
El 25 de agosto de 1925 se inauguró el Palacio Legislativo, pero se dejó constancia expresa de que no tenía nada que ver con el centenario de la patria.
En 1930 el festejo se extendió durante todo el año. Los fastos incluyeron la inauguración del estadio Centenario y la celebración del primer Mundial de fútbol.
La dictadura militar (1973-1985) dio una nueva vuelta de tuerca al asunto y festejó el sesquicentenario (el aniversario 150) en 1975, es decir que tomó como base los sucesos de 1825.
Con el actual festejo del bicentenario en 2011 se cerró el círculo perfecto de contradicciones: los 100, los 150 y los 200 años se celebraron todos a partir de fechas distintas. El centenario conmemoró los hechos de 1830, los 150 años recordaron lo acontecido en 1825 y ahora se festejaron los 200 años de 1811.
La única fecha que nunca se celebró es la verdadera, la del 27 de agosto de 1828, aquel día en que dos porteños, tres brasileños y un lord inglés se reunieron en la bella Rio de Janeiro y decretaron nuestra independencia.
Nadie lo había pedido, más bien todo lo contrario, pero ellos decidieron que desde allí en adelante deberíamos arreglarnos solos.
Hace 183 años que estamos en eso.


Historias uruguayas, reportajes y crónicas de Leonardo HaberkornArtículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la revista Construcción, de la Cámara de la Construcción del Uruguay. Edición noviembre-diciembre 2011 / enero 2012.
Es uno de los 14 artículos que componen el libro Historias uruguayas. El libro puede comprarse aquí:
Los recuadros que acompañaron al artículo en las páginas de Construcción no han sido incluidos.


el.informante.blog@gmail.com

15.12.10

Hugo Bianchi: el gerente bolche


Esta entrevista a Hugo Bianchi, dirigente histórico de los metalúrgicos y del PIT-CNT, luego devenido gerente, se publicó en el diario Plan B, el 14 de setiembre de 2007. Aquí se reproduce un fragmento.





Hugo Bianchi, Untmra, PIT-CNTHugo Bianchi integró durante más de diez años (1990-2001) el Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT. Entre 1972 y 2006 fue uno de los principales dirigentes de la Unión Nacional de Trabajadores Metalúrgicos y Ramas Afines, la combativa Untmra. Por eso a muchos les sorprende que hoy sea gerente. Y gerente nada más y nada menos que de Umissa, la polémica empresa que exporta casas prefabricadas a la Venezuela de Hugo Chávez.


Bianchi comenzó a trabajar a los 12 años, cuando su padre dejó el hogar y él tuvo que ayudar a su madre a sacar adelante a la familia. Ella y su hermana cocinaban, él repartía las viandas. Pero con el tiempo Hugo comenzó a acunar otros sueños.


-Yo quería ser metalúrgico, porque Lenin decía que eran la vanguardia del proletariado mundial. Además, ganaban bien, y yo quería casarme.


Lo consiguió en enero de 1963 y no se arrepiente. Dice que su trabajo le dio todo en una vida que lo llevó de Montevideo a Moscú y que le permitió hacer muchos amigos, el presidente Lula entre ellos.


Comunista desde siempre, Bianchi abandonó el PCU tras el derrumbe del bloque soviético. Sin embargo, durante muchos años siguió sintiéndose comunista y siempre votante del Frente Amplio. Curiosamente, con esas credenciales, comienza la entrevista hablando con entusiasmo El doctor Figari, el libro del político más rechazado por el frenteamplista promedio, el ex presidente Julio María Sanguinetti.


-Lo van a querer matar. ¡Leer a Sanguinetti y todavía citarlo!


-Nunca estuve a favor de la inquisición. El libro es muy interesante; Sanguinetti cuenta las ideas que tenía Figari para el desarrollo técnico del Uruguay, para desarrollar la innovación, el trabajo, el arte, la enseñanza. Son todas cosas que Uruguay no ha superado y no son de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Es la búsqueda de una cultura diferente. Por desgracia nunca se les dio ni cinco de bolilla. Ni entonces y ni ahora.


-Ni siquiera en las presidencias del propio Sanguinetti.


-Es cierto, es una contradicción.


-Usted, en los años 90, como integrante de la dirección del PIT-CNT, buscaba un acuerdo entre sindicatos, empresarios y gobierno, un pacto social. ¿Por qué lo hacía?


-Este país no sale adelante si pensamos que el conocimiento está embotellado. El saber no es propiedad de determinado sector social o profesional: está en todos lados. Lo tiene la academia, pero también los trabajadores por su conocimiento acumulado, los empresarios, los funcionarios. Lo que yo planteaba era eso: acumular todo ese conocimiento a favor de la industria nacional. Si se lo llamaba acuerdo social o de otra manera, no tenía importancia. El problema es que, aún hoy, sin eso, no se avanza.


-¿Y por qué no se logran esos acuerdos en Uruguay?


-Es difícil. A veces parece que tenemos un diálogo de sordos. Recuerdo una reunión entre empresarios, sindicatos y gobierno en época en que Ana Lía Piñeyrúa, de la que tengo una excelente opinión, era ministra. La posición que llevaron los empresarios fue que se rebajaran ¡42 impuestos! Me acuerdo que Davrieux, que estaba en representación de la OPP, me miró con los ojos desorbitados. No podía creer lo que oía. ¿Y con qué vamos a pagar la enseñanza y la salud pública?, les respondió. Recuerdo que nosotros queríamos discutir el tema de la competitividad de la industria nacional, pero Davrieux dijo que no. Yo quedé patitieso, porque eso se estaba discutiendo en todo el mundo y Davrieux, que es muy inteligente, no lo quería discutir.


-¿Cómo concilia el pacto social con la lucha de clases, a la que se afilia el movimiento sindical?


-La lucha de clases existe. Existe la lucha de intereses y muchas otras cosas. Pero también existe esta sociedad y hay que sacarla adelante. Hoy el capitalismo no está dando soluciones a la humanidad, la globalización no está al servicio del hombre. El mundo es rehén de los capitales financieros. Sólo el 8% de la riqueza que se genera se aplica en producir riqueza verdadera, en beneficio a la gente: el resto es todo movimiento financiero. Así no se puede seguir. ¿Cuál será el mundo nuevo? Ojalá pudiéramos hablar y ponernos de acuerdo.


-Usted pasó parte de su exilio en Brasil. No fue uno de los destinos más comunes de los exiliados. ¿Cómo terminó allí?


-Yo salí para Argentina, porque tenía parientes. En 1982 el Partido Comunista decidió que fuera a Brasil. Allí no pedí asilo, estuve todo el tiempo bajo la protección del Partido de los Trabajadores, hasta 1990.


-¿Y qué le dejó Brasil?


-Es una sociedad con todo lo bueno y lo malo del ser humano. Quizás por influencia africana, las relaciones humanas son diferentes, más abiertas, no está presente la noción del pecado como aquí. Es un país joven. Tiene una mayor cultura de debate. Tiene relaciones productivas, tecnología e industria más avanzadas; eso genera un sentimiento profesional en cada trabajador, incluso en el que limpia la vereda. Yo iba una vez por mes a Bahía. El bahiano es famoso por ser alegre y divertido, pero las discusiones del sindicato petroquímico eran de una seriedad profesional y una disciplina admirables.


-¿Acá no existe esa seriedad profesional?


-No, no hay esa autoestima profesional en las personas. Es una cosa a construir si queremos conseguir innovación tecnológica. Porque no vamos a conseguir innovar en tecnología importando la última máquina japonesa. El gran tema es cómo lograr nuestros propios avances, avanzar en lo que nosotros podemos producir, en nuestra escala, con nuestros socios...


-¿Y el sindicalismo aporta algo en ese sentido?


-Francamente, puede quedar antipático que lo diga ahora que no estoy en el movimiento sindical. Pero veo que se está perdiendo la gran oportunidad de avanzar en aspectos importantes. Veo al PIT-CNT con poca iniciativa y muy crítico. Más que en gobiernos anteriores.


-¿Y usted qué opina de este gobierno?


No estoy de acuerdo con muchas cosas. Creo que no hay una política de desarrollo productivo. Quizás la haya en el sector agropecuario, pero seguro que no la hay en la industria. Algunas cosas valiosas se han hecho, pero podría hacerse mucho más. No es solo cuestión del gobierno. Habría que ver si la Cámara de Industrias y el PIT-CNT están dispuestos a ayudar. Yo más bien veo otro diálogo de sordos.


-Quizás le digan que critica porque hoy la ve de afuera.


-No es así. Nunca la vi de afuera, ni de un lado ni del otro. Cuando estaba en la dirección del sindicato, conocí a industriales que me podían merecer críticas, pero también mucho respeto, porque laburaban desde la cinco de la mañana hasta la medianoche y para ellos la fábrica no era sólo una manera de hacer dinero, era su realización, su obra en la vida, su creación. Por eso los respetaba, y a algunos hasta les he tenido afecto.


-Entre que lee a Sanguinetti y esto, lo van a matar.


-Una vez dije en una asamblea que yo apreciaba a Jorge Soler Garmendia, un empresario que lamentablemente murió. Un compañero me dijo: ¡no lo podés apreciar! Le contesté: por favor, vos decidís lo que digo en nombre del sindicato, pero sobre mis afectos resuelvo yo. Soler era un hombre muy capaz que sabía cómo hacer plata. Él metía millones de dólares en la industria cuando podía hacer mucho más dinero en la especulación. ¡En este país, una persona así se merecía el mayor de los respetos! Y, además, conmigo siempre fue leal. Muchas veces no estuvimos de acuerdo, pero nunca me vendió espejitos. ¡Cómo no me voy a sentar en una mesa con una persona como Soler, o como su hermano Ernesto, para discutir cómo desarrollar la industria!


-En una entrevista en 1998, dijo que no adhería a ningún partido, pero que todavía se sentía comunista. ¿Hoy también?


-Yo no me hice comunista por odio a nadie. Me hice para que mi madre y mi hermana no tuvieran que vivir cocinando, quemándose las entrañas. Me hice comunista por amor a la humanidad. Entonces desde el punto de vista de tener ideales solidarios, fraternales, de creer en una sociedad sin opresión, sigo siendo el mismo. En cambio si el comunismo es eso llamado “socialismo real”, entonces no. Porque lo viví de cerca. Vi morir a la Unión Soviética y de muerte natural.


-¿Se sorprendió entonces?


No, porque uno iba viendo el deterioro, la represión. Capaz que lo de hoy es todavía peor, en aquel régimen algunas cuestiones sociales estaban resueltas. Una vez, caminando por Moscú, una amiga periodista, que estudiaba, trabajaba y tenía su apartamento, me preguntó: ¿al final la vida es sólo esto? Yo le dije que no, pero que en nuestros países tener todo eso nos llevaba el 90% de la vida. 


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