27.11.24

Lo que Gustavo Salle no dijo sobre su ingreso a la Fiscalía durante la dictadura

Gustavo Salle Lorier consiguió un puesto en la Fiscalía durante la dictadura, colocado a dedo por el abogado Fernando Bayardo Bengoa, uno de los civiles más notorios que apoyó el régimen militar. Tanto que fue, durante la presidencia de facto de Aparicio Méndez, el ministro de Justicia del régimen.

Eso fue lo que dije hace un par de semanas en Séptimo Día, en Teledoce.

Pocos días después, Salle respondió en el programa en el cual participa como columnista. Más allá de una catarata de opiniones, prejuicios y falacias de todo tipo (ayudado por un amanuense que le soplaba al oído), Salle reconoció la exactitud de lo informado.

Dijo:

“Efectivamente, el mejor profesor de derecho penal que ha existido en el país, que era Bayardo Bengoa, era el ministro de Justicia de la dictadura militar. Como yo era su mejor alumno –ya conté la anécdota de haber dado una clase, de haberle pedido para pasar al frente- querían formar un fiscal, un buen fiscal, entonces ellos mismos, para perfeccionarme, me invitaron a formar parte de la fiscalía del doctor Langón, Fiscalía del Crimen de 4to. turno”.

Luego fue más preciso, porque eso de "formar parte" podría llegar a interpretarse como algún tipo de participación honoraria, y no fue ese el caso.

Salle agregó:

“Sí, efectivamente, entré en la dictadura, entré a dedo. Y con el decurso de la historia, agradezco la decisión de haberme formado profesionalmente”.

Luego señaló que su devoción por Bayardo Bengoa, de la cual dos por tres da cuenta en sus redes sociales, es “una admiración sobre su técnica jurídica, su técnica docente y pedagógica” y no ideológica.

Agregó que en una clase discutió con Bayardo Bengoa porque su mentor sostenía que el terrorismo era un delito común y no político.

Y hasta ahí llegó.  Es notable como Salle, tan obsesivo y detallista para algunas cosas, pasa tan rápido por Bayardo Bengoa.

¡Una vez discutió con él sobre el concepto de terrorismo! ¿Y sobre los temas centrales de la democracia?

No parece haber discutido mucho.

Es cierto que Bayardo Bengoa fue un gran penalista. Pero su participación primordial en el más oscuro período de la dictadura no fue casual, ni un mero detalle.

Bayardo ni siquiera creía en la separación de poderes. La consideraba un dogma, un “mito negativo” y un “defecto radical”. Creía que tomar a la Justicia por un poder era “una sobreestimación”. Y que al mismo tiempo las democracias occidentales subestimaban la importancia del Poder Ejecutivo. Con seguridad, por eso se sentía tan cómodo en la dictadura, cuando el Ejecutivo avasalló y clausuró a los otros poderes.

Bayardo estuvo detrás de la redacción, como autor o coautor, del nefasto Acto Institucional Nº8, que creó el Ministerio de Justicia con el fin de sojuzgar a la Justicia al Poder Ejecutivo.

Dicen los considerandos de esa pieza clave de la dictadura:

"Hubo pues una sobreestimación del concepto de Poder referido a la Justicia y una subestimación del mismo referido al Poder Ejecutivo (...) Es pues, la separación de Poderes un defecto radical que parcela la unidad en el goce y ejercicio de la conducción del gobierno y limita la responsabilidad (…) Desvanecido lo que puede considerarse hoy un mito negativo, resultante del dogma de separación de poderes, el Ejecutivo recobra la primacía natural que le corresponde”.

Una vez sancionado el Acto Institucional Nº8, en enero de 1977, Bayardo Bengoa fue ungido ministro de Justicia, cargo en el que permaneció hasta agosto de 1981.

Así como no fue casual su designación como ministro, tampoco lo fue su remoción. Lo sacaron cuando los militares despidieron a Aparicio Méndez y en su lugar asumió el teniente general Gregorio Álvarez, el Goyo, con la promesa de comenzar las negociaciones políticas y la transición a la democracia.

Para dar una imagen de apertura, el Goyo cambió a varios de sus ministros, buscando nombres algo más potables para la etapa que se avecinaba.

Uno de los despedidos fue el mentor de Salle y su padrino en la Fiscalía.

La remoción de Bayardo Bengoa fue celebrada por los políticos democráticos. Enrique Tarigo escribió en el semanario Opinar, el 13 de agosto de 1981: “La sustitución que en nuestra opinión ha de ser más importante y significativa” es la “del hasta ahora ministro de Justicia, Dr. Bayardo Bengoa, de triste memoria sin duda por lo que respecta a la organización de la Justicia en nuestro país, coautor, por lo menos, del desgraciadísimo acto institucional Nº8”.

El 14 de agosto de 1981, el semanario La Democracia también celebró el relevo de Bayardo: “Dicha sustitución se imponía pues el Dr. Bayardo fue el autor intelectual y material del Acto Institucional N° 8 que despojó al Poder Judicial de su independencia. Principio artiguista levantado en las siempre vigentes Instrucciones del año XIII, consagrado en nuestra primera Constitución de 1830, ratificado y ampliado en todas las constituciones posteriores. La independencia del Poder Judicial es pilar básico del Uruguay porque es la máxima garantía de la seguridad de sus habitantes. Restablecer dicha independencia, dejando sin efecto el Acto Institucional Nº8 es pues deber insoslayable del nuevo ministro”.

 “Gravitaciones” en vez de tortura

El fanatismo y las aberraciones mentales de Bayardo no se limitaron a sus conceptos ultramontanos sobre la separación de poderes y al Acto Institucional Nº8.

En su edición de julio-agosto de 1981, Cuadernos de Marcha publicó un informe redactado por Bayardo Bengoa a pedido de la entonces Caja de Jubilaciones donde laudaba que a los procesados por delitos políticos se les debía negar el pago de la jubilación, más allá de que cumplieran con todos los requisitos para acceder a ella.

Como todos los mandos de la dictadura, Bayardo Bengoa miró para el costado ante el uso generalizado de la tortura.

En una de sus célebres contratapas en el semanario Jaque, Manuel Flores Mora se refirió a Bayardo. Fue el 14 de setiembre de 1984. Maneco relató entonces que en los últimos días habían sido liberados cinco presos comunes porque se había probado que eran inocentes. Sus confesiones habían sido obtenidas mediante “apremios”.

En su columna, que se atrevía a plantear el tema en plena dictadura, Flores Mora se molestaba porque, en vez de tortura, los periodistas hablaban de “apremios”. Pero, anotaba, que Bayardo Bengoa había llevado el cinismo verbal mucho más allá todavía.

“Lo de apremio físico, sin embargo, resulta nada frente al inefable giro verbal utilizado por mi ex-compañero de Facultad, el Dr. Bayardo Bengoa, quien se hace acreedor al Premio Nobel de la lenidad verbal cuando, preguntado por un periodista a qué atribuye éstas ‘confesiones’ de inocentes. dice que 'pudiera existir alguna suerte de gravitaciones sobre la faz síquica que pueden llevar a aceptar como reales hechos que no lo son'.

Supremo.

(Incorporo esta palabra “gravitación”, que ni Newton hubiera usado con semejante sentido, al archivo de las hipocresías lexicográficas)”.

Es interesante repasar el esquema mental de Bayardo Bengoa para comprender mejor a Salle y a sus planteos políticos, sus propuestas y sus esquemas mentales. Por ejemplo, su permanente discurso de odio hacia los políticos y los partidos.

Gustavo Salle, fiscalía, dictadura
Un último apunte. Salle tampoco ha dicho toda la verdad sobre su participación en la Fiscalía, la cual limita a su relación con Bayardo Bengoa, su profesor preferido.

Fue colocado allí a dedo en 1980 y no en 1982, como algunas veces ha dicho.

Y en noviembre de 1984, cuando el régimen militar ya tenía los días contados y Bayardo ya había dejado de ser el ministro de Justicia, Salle Lorier fue ascendido en el escalafón de la Fiscalía, tal como demuestra esta publicación del Diario Oficial.

Premio seguramente a su buen desempeño, según los muy especiales criterios que reinaban en aquella época oscura.

*** 



13.11.24

El presidente argentino Javier Milei y sus insultos recurrentes

Todavía no hace un año desde que Javier Milei asumió la Presidencia argentina y la lista de insultos que ha proferido a diestra y siniestra es interminable.

En una nota que escribió en La Nación, el abogado Roberto Gargarella listó algunos de esos agravios:

Javier Milei y sus insultos

“Excusándome por la vergüenza ajena que generan sus términos, cito algunos ejemplos, como forma de dejar en claro el tipo de expresiones a las que me refiero. El Presidente ha aludido, muy habitualmente, al Congreso como un “nido de ratas”; ha dicho que los políticos son “una mierda que la gente desprecia”; se ha referido a los periodistas como “corruptos, soretes y ensobrados” (en el acto de Parque Lezama –y es importante recordar este dato– el Presidente arengó e incitó al público, cuando algunos participantes empezaron a gritar “hijos de puta” contra los periodistas); describió el Estado como “un pedófilo con los nenes encadenados y bañados en vaselina”; se dirigió a las personas de izquierda (“la mayoría del país”, según sus dichos) gritando “detesto a los comunistas: zurdos, hijos de puta tiemblen”; señaló al Papa como un “impresentable” y “comunista”, que “representa al maligno en la tierra” (aunque afirmó esto antes de asumir el cargo y después se desdijo). Y un largo etcétera”.

A la lista de Gargarella habría que sumar que Milei ha llamado “cucarachas” a sus detractores, ha dicho que a los que operaban para la suba de dólar “les dejamos el culo como a un madril” y se ha enorgullecido de que a la prensa ("pedazos de sorete", "corruptos, sucios, prostituidos, mentirosos y extorsivos") le “cerró el orto”.

La catarata escatológica de Milei no se detiene ante fronteras ni investiduras Al presidente de México Andrés Manuel López Obrador lo llamó “patético”, “lamentable”, “repugnante y “zurdo de mierda”. A Lula “zurdo salvaje”. Al presidente de Colombia, Gustavo Petro, “comunista asesino” y “plaga letal”. En España definió al socialismo como “oscuro, negro, satánico, atroz, espantoso, cancerígeno”.

Tampoco la consideración al otro y el respeto básico frenan a Milei. Con frecuencia usa el vocablo minusválido como insulto. A los ancianos los llama “viejos meados”. Hace pocos días, en un acto público, al hablar del exministro de Salud Ginés González, que había fallecido apenas un día antes, lo definió como “impresentable y repugnante” e “hijo de remil putas”.

El efecto de sus palabras es inmediato. Al llamar así a Ginés González recibió una inmediata ovación y gritos de apoyo.

No es sorpresa. En campaña, y también en un acto público, había llamado a su rival político Horacio Rodríguez Larreta como “zurdo de mierda” y “sorete” y le había advertido que podría “aplastarlo”. Los presentes lo ovacionaron.

El círculo se retroalimenta. Milei replica en las redes los insultos que vierten sus partidarios y ellos replican los de su líder.

El fenómeno ha valido unas cuantas notas en medios de prensa de prestigio y algunos análisis políticos respecto a cómo Milei usa la injuria como arma propagandística.

Sin embargo, quizás haga falta un análisis más mundano y familiar. ¿Cómo harán los padres argentinos para educar a sus hijos en el respeto hacia el otro, cuando todos los días aparece en televisión el presidente, la máxima autoridad, llamando “excremento humano” y “ratas” a gente que solo piensa distinto?

¿Cómo harán en sus aulas las maestras y los profesores?

Si fuera un dictador, las respuestas serían más fáciles.

Pero, ¿qué dirán los padres cuando tengan que explicarle a un niño, a sus hijos, cómo y por qué ese señor, que hace todo lo contrario a los que ellos le han enseñado, llegó a ese lugar tan importante?

Cuando -ante cualquier diferencia- el niño señale a otro en la escuela o en el barrio, cuando le diga “sorete” o “hijo de puta”, cuando lo trate de "cucaracha", cuando lo quiera “aplastar”, cuando los demás aplaudan, ¿cuál será el consejo y la explicación?

¿Y si el señalado, el “excremento humano”, la “rata”, el “aplastado” es el hijo de uno?

El experimento está en marcha.

 

P.d. (En diez años todos serán inocentes).

31.10.24

Gabriel Sosa (1966-2024)

Escribía bien. Tenía una mirada lúcida, aguda y cáustica. Una pluma precisa y filosa potenciaba el efecto, que podía ser demoledor. El contrapeso era su siempre presente sentido del humor.

Fue uno de los periodistas del suplemento Qué Pasa, en los años en que supo ser una publicación autónoma.

Tenía una gran cultura general, sabía mucho de literatura y de cine, pero también estaba bien informado de política, fútbol y todo aquello que le interesara a la gente. Creo que no es necesario que diga que queda muy poca gente así en las redacciones. 

Podía desempeñarse en múltiples frentes, pero sus virtudes de narrador lo hacían ideal para escribir crónicas. Teníamos una sección llamada "Yo estuve ahí", donde alguien contaba en primera persona su experiencia en algún lugar o circunstancia. Me encantaba enviar a Sosa a lugares donde chantas de todo tipo --manosantas, predicadores, pseudo artistas o científicos-- pretendían engañar a la gente. Su crónica siempre ponía las cosas en su lugar: si no podíamos derrotar a los malos, al menos podíamos reírnos de ellos.

A él también le gustaba ir al interior, retratar lugares alejados y desconocidos para los montevideanos, aparentes pueblos apacibles que en realidad no lo eran tanto. Recuerdo un excelente informe suyo sobre la noche en José Enrique Rodó, Soriano, desnudando situaciones de abuso y explotación de menores que ocurrían a ojos vistas, pero nadie se atrevía a contar.

Gabriel escribió también en muchas otras publicaciones: Posdata, el Cultural, más recientemente en Búsqueda y La Diaria.

Los libros, como el periodismo, fueron parte central de su vida. Tenía una gran biblioteca, fundó su propia editorial y escribió media docena de ellos.

Falleció ayer, a causa de un infarto, a los 58 años de edad. Se van a extrañar su mirada, su escritura y sus crónicas.


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