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21.5.12

Cuatro testimonios sobre los cuatro soldados

Dediqué varias páginas del libro Milicos y tupas al atentado del MLN-T que le costó la vida a cuatro soldados el 18 de mayo de 1972.
Lo hice porque uno de sus protagonistas, el hoy coronel retirado Luis Agosto, cuenta en el libro que él había mirado con simpatía al MLN hasta ese día, y que lo mismo le había pasado a muchos de sus camaradas de armas. Por eso, si el episodio había enterrado en forma definitiva las pretendidas esperanzas tupamaras de captar para su causa a una parte de las Fuerzas Armadas, me pareció importante llegar al fondo de la verdad de cómo habían muerto los cuatro soldados: Saúl Correa, Ramón Ferreira y Osiris y Gaudencio Núñez.
Me costó, pero logré entrevistar a un protagonista del atentado y a tres testigos directos. Nada de fuentes anónimas: los cuatro dieron la cara y hablaron con nombre y apellido.
Todos coincidieron: no hubo ningún enfrentamiento ese día. Lo que hubo fue un vulgar asesinato: los soldados estaban adentro de un jeep tomando mate y fueron acribillados por un comando tupamaro.
Uno de los testigos es el hoy coronel retirado Washington Bertrand, que vivía a poco más de media cuadra de lugar del atentado, y apenas escuchó los disparos bajó corriendo con su ropa de cama y un arma de fuego para intentar repeler el ataque.
Los otros dos testigos son aún más directos. Gerardo Ruiz vivía en la calle Abacú, enfrente mismo a la casa del comandante del Ejército, general Florencio Gravina, que los cuatro soldados custodiaban. Su padre vio pasar la camioneta del MLN y ametrallar el jeep. Gerardo estaba en el baño, el estruendo de la balacera lo hizo tirarse al suelo. Luego, inmediatamente, salió a la calle.
La otra testigo es todavía más directa. La señora María Santo, que vivía en la casa contigua al comandante del Ejército, estaba en la vereda cuando la camioneta del MLN pasó por allí. Ella vio con sus propios ojos asomar los caños de las ametralladoras, y su propia casa recibió decenas de impactos de bala. Algunas de las huellas de esos impactos todavía eran visibles cuando yo visité la casa.
El protagonista que accedió a hablar del episodio es el hoy director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano, viceministro de Educación y Cultura en el gobierno del primer presidente frenteamplista Tabaré Vázquez,
Liscano preparó y llevó las armas con las que se realizó el atentado. En una entrevista que le hizo La Diaria declaró: "Cuento cosas en el libro de Haberkorn que el 99% de los tupamaros no sabían o no querían saber. Porque yo sé cómo fueron, y creo que debo tener una actitud de lealtad con la verdad".
¿Qué es lo que cuenta Liscano en Milicos y tupas?
Lo mismo que vieron o escucharon los tres testigos directos entrevistados.
Dice Liscano en el libro:
Tupamaros, Ejército, 18 de mayo de 1972
Saúl Correa
"Había un milico en el balcón y le iban a dar al milico. Pero como el auto se demoró, llegaron casi una hora tarde. Y a esa hora los milicos estaban en el jeep tomando mate. El MLN tiene otra versión y desmiente que estuvieran tomando mate. Pero es cierto. Estaban tomando mate. Los milicos estaban tomando mate adentro de jeep. Entonces cuando llegaron y vieron esa situación dijeron ¿y ahora qué hacemos? Y el jefe del operativo dijo: dale. Y les dieron. Y el del balcón apenas tiró un tiro al aire. No hubo enfrentamiento. No hubo nada".
Una coincidencia exacta con los testigos. Y por otra parte: ¿por qué mentirían los vecinos? Alguien podría dudar de Bertrand por ser militar. Pero ¿y los otros dos? ¿Por qué mentiría una anciana vecina como la señora Santo? ¿Y Ruiz? 
Todo esto está en el capítulo 6 de Milicos y tupas, entre las páginas 79 y 94, donde hay más información y detalles y el jefe tupamaro Henry Engler explica por qué se decidió esta operación. 
Tal parece que el periodista Roger Rodríguez, a quien valoro y aprecio mucho, y que tanto ha hecho en la búsqueda de información sobre los horrores ocurridos en la dictadura, no lo leyó. En la nota que escribe en el último número de la revista Caras y Caretas dice que el caso es polémico y que hay dos versiones: una del Ejército y otra tupamara. Ni una mención a los testimonios de Liscano, Betrand, Santo y Ruiz.
Y más ignora a estos testigos un artículo publicado en la última edición del semanario Brecha. Allí el periodista Samuel Blixen escribe que los cuatro soldados "murieron en un combate con tupamaros".
Blixen, que integró el MLN, suscribe así la versión tradicional de la guerrilla, muchas veces repetida y que también sostiene que la famosa y dramática foto de los cuatro solados fue preparada por los militares.
El problema es que hoy entre la versión tradicional tupamara y la realidad se interponen cuatro personas llamadas Bertrand, Santo, Ruiz y Liscano.
Milicos y tupas - 18 de mayo de 1972 - atentado jeep cuatro soldados¿Piensa Blixen que yo inventé sus testimonios? ¿Piensa que los cuatro entrevistados mienten? ¿Y por qué lo harían? ¿Por qué mentiría la señora Santo? ¿Y Ruiz, que es tan o más izquierdista que el propio Blixen? ¿Y Liscano? El escritor comprometido, preso, torturado, funcionario leal del primer y del segundo gobierno del Frente Amplio, ¿también miente? ¿O quizás piensa Blixen que los cuatro testigos no mienten, pero se equivocan? Pero, ¿cómo podrían equivocarse si estaban allí cuando todo ocurrió?


13.6.11

Respuesta a Caballero y a Liscano

1
El señor Caballero, secretario de Fernández Huidobro, arremete contra Milicos y tupas por segunda vez desde La República. Su artículo se titula “Los insultos de Haberkorn 2”.
Ahora básicamente me achaca dos cosas.
La primera es no poner el nombre del teniente V., quien según relatan varios de mis entrevistados mató al tupamaro Nelson Berreta cuando intentaba fugar, y poco tiempo después hizo lo mismo con el amante de su mujer.
Un reclamo similar me hizo el escritor Carlos Liscano en un mail privado que decidió hacer público y terminó en las páginas de… El Bocón.
De un modo más directo uno (Caballero) y más sinuoso el otro (Liscano), ambos dan a entender que yo protejo al teniente V.
“Haberkorn mantiene oculto el apellido de este doble asesino, lo protege como Agosto y se hace cómplice del pacto de silencio que impide a la Justicia avanzar en el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura cívico-militar”, escribió Caballero.
El secretario de Fernández Huidobro, en su desesperado afán por desacreditar el libro, se equivoca. Es imposible decir con un mínimo de honestidad que el libro sea “cómplice” de cualquier pacto de silencio.
La principal (y obvia) razón por la que no pude nombrar en el libro el apellido completo del teniente V. es porque dos de mis entrevistados no lo dijeron: uno no quiso nombrarlo (y yo no pude obligarlo; soy periodista, no torturador) y otro no lo recordaba.
Dudé si eliminar la historia, pero opté por mantenerla sin el nombre del teniente.
Milicos y tupas - respuesta a Roberto Caballero y Carlos LiscanoPero ahora que otros han llamado al teniente por su apellido, ya no tengo ningún problema en citarlo.
Caballero escribe en La República: “El apellido del teniente, según me han informado, era Velazco”.
Liscano, en El Bocón, es más preciso: “Velasco (lo escribe con s) le disparó a Fructuoso con una Thompson 45. No le dio en la pierna, como dice el mentiroso de Agosto. A nosotros nos hicieron levantar a las seis de la mañana en La Paloma para decirnos que lo habían matado de un tiro en el omóplato. Es decir, el gordo Velasco tiró a matar contra un hombre que ni siquiera podía correr porque estaba esposado en la espalda. Fructuoso quería que lo mataran. Velasco, su compañero de escuela, le hizo el favor”.
Como se ve, no tengo ningún inconveniente en nombrar al teniente Velasco o Velazco una vez que una fuente se hace cargo.
Es más: a partir de la próxima edición de Milicos y tupas, la quinta, incluiré las citas de Caballero y de Liscano con el nombre completo del teniente Velasco o Velazco en las páginas donde se alude al caso.
Ahora la información quedará completa. Mucho más completa de lo que nunca estuvo. Porque -aunque Caballero y Liscano omitan decirlo- nunca nadie antes publicó tanta información sobre los casos que involucraron al teniente Velasco o Velazco.
Lejos de favorecer cualquier pacto de silencio, Milicos y tupas aporta al respecto nuevos y categóricos testimonios de testigos directos. El libro es lo contrario a lo que pregona el secretario de Fernández Huidobro en su desesperado intento por desacreditarlo.
“Esta es una virtud del libro: Leonardo recoge testimonios, pero testimonios de actores que por lo general no hablan, no dan testimonio. Hay pactos de silencio respecto a acontecimientos absolutamente claves que no involucran solo a los 'combatientes', con grandes comillas, sino que involucraron a la sociedad toda. Pero, sin embargo, los 'combatientes' no hablan. Este pacto de silencio, al menos parcialmente, es roto por alguno de los protagonistas. Y esto es importante. Es muy importante”.

2
Caballero y Liscano confunden al público en otro punto. Ambos omiten decirle a los lectores de La República y El Bocón que hay muchas otras personas que no son nombradas en el libro, no solo el teniente Velasco o Velazco.
Muchos no son militares, sino que por el contrario son tupamaros. No son nombrados, en algunos casos, porque mis entrevistados no quisieron o no pudieron hacerlo, como ya dije. En otros casos por no haber podido ser ubicados para que dieran su versión de la historia.
En cambio, tuve un criterio más flexible con gente que hizo cosas corajudas, admirables, valientes. Nombro, a pesar de no haberla podido ubicar, a una señora tupamara llamada Cristina Arnábal, que hizo frente a los militares cuando torturaban al contador León Buka. Nombro al teniente Ronchera, ya fallecido, que es recordado por nunca haber torturado ni abusado de nadie dentro del cuartel. Y así a muchos otros. Traté de nombrar a los que de un lado y del otro tuvieron actitudes valerosas, íntegras, virtuosas.
“En el libro hay, sobre todo, muchos relatos de humanidad inesperada”, dice la crítica que Brecha le dedicó al libro, escrita por el periodista Salvador Neves.
Agrega: “Esas memorias faltaban para que el relato de nuestro pasado reciente vaya dejando de ser cantar de gesta y empiece a ser historia”.
Guillermo Zapiola en El País anotó: “la revisión de la historia reciente parece haber salido, definitivamente, de la infantil etapa de la ‘literatura de las virtudes’ o el mero denuesto, para tratar de entender lo que pasó realmente y ayudar a pensar”.
Eso es lo que, con mayor o menor acierto, procuré hacer.
Relatos en blanco y negro, historias sin grises ni matices, cuentos de hadas, denuestos, cantares de gesta, teorías de uno o dos demonios, chapoteos en el barro, escritos llenos de manija, odio, rencor, cálculos y medias verdades, ya hay suficientes. 
Y siempre hay un pasquín dispuesto a publicar uno más.

3
Caballero llega al ridículo al afirmar que “Haberkorn también defiende al Goyo Álvarez”.
El ex dictador está preso y yo me alegro de que así sea. Ya fue condenado por 37 casos de homicidios especialmente agravados.
Además, también enfrenta un procesamiento por el homicidio del tupamaro Roberto Luzardo. Lo acusan de haber ordenado que no se le brindara asistencia médica en el Hospital Militar.
Resulta que uno de mis entrevistados, el contador Carlos Koncke, una persona que habla dando la cara, poniendo su nombre y apellido, que estuvo allí internado y que pagó su adhesión al MLN con la cárcel y la tortura, me declaró que él vio como Luzardo sí era atendido en ese hospital.
¿Qué tenía yo que hacer como periodista? En base al rechazo y la aversión que me provoca el Goyo Álvarez (y estoy seguro de que Koncke comparte el sentimiento) ¿tenía que borrar esa parte del testimonio? ¿Tenía que mentir? ¿Pretende Caballero que publique o oculte las cosas que me declaran, según me caigan simpáticas o antipáticas?
No, Caballero. El buen periodismo tiene otros códigos. No se cambia lo que declaran los entrevistados. No se clasifican las verdades. No se edifican castillos de arena contando lo que conviene y enterrando lo que no.
No soy secretario de nadie. No tengo que atenerme a verdades oficiales. No le debo lealtad a ninguna leyenda rosa.  

4
Caballero cita en mi contra una carta del tupamaro Juan Pedro Montero, que vive en España.
Es una carta muy curiosa: por un lado Montero se muestra enojado por el libro pero admite que no lo leyó y que solo lo comenta de oídas (lo cual ya lo dice todo). Aduce que yo debí intentar contactarlo en España, pero yo sí le escribí un mail en 2009, del cual conservo copia disponible para cualquier interesado. Fue Montero quien prefirió no responderme. Si lo hubiera hecho, su testimonio estaría hoy en Milicos y tupas.
Por lo demás, Montero confirma en su carta los puntos básicos que relata el libro respecto a las cosas que ocurrieron en el cuartel de La Paloma durante la tregua entre militares y tupamaros.
En su primer artículo contra mi libro (Los insultos de Haberkorn 1), Caballero señalaba que era una “infamia”, una “mentira rastrera”, una “basura”, una “inmundicia”, una “cloaca”, una “calumnia”, una “canallada” y una “bazofia literaria” sostener que hubo tupamaros que torturaron junto con los militares.
¡Ahora cita la carta de Montero que precisamente confirma que esa dura realidad sí existió!
Montero escribe: “Entre los centenares de prisioneros torturados presuntos integrantes o colaboradores del MLN (T), sólo un reducido grupo —menor a cinco personas— participaron en ese juego maléfico de colaboración para la tortura”.
Es lo mismo que dice el libro. Hubo tupamaros que torturaron. El libro nunca dice que fueran la mayoría ni mucho menos. Yo siempre pensé en un par de casos. Montero lleva ahora la cifra a cinco.
Lo que resta ahora es que Caballero explique cómo, en los días que transcurrieron entre “Los insultos de Haberkorn 1” y “Los insultos de Haberkorn 2”, lo que era una “infamia”, una “mentira rastrera”, una “basura”, una “inmundicia”, una “cloaca”, una “calumnia”, una “canallada” y una “bazofia literaria”, pasó a ser una realidad.
Quizás lo aclare en “Los insultos de Haberkorn 3”.
Yo ya no le responderé.
Punto final.

3.5.11

"Milicos y tupas": de qué se trata

EMilicos y tupas, por primera vez, un oficial del Ejército cuenta su experiencia en la lucha contra el MLN. El libro se centra en la historia de ese militar y en la de dos tupamaros, que también dan su testimonio respecto a la guerra. Lo interesante es que los tres se permiten hablar de su pasado y del presente saliéndose del repetitivo discurso oficial de sus respectivos grupos.
El militar, el hoy coronel retirado Luis Agosto, dice que habla como un aporte a la reconciliación nacional. Durante el conflicto fue capitán, es decir que estuvo en la primera línea del combate. Lo entrevisté decenas de veces y no omití ninguna pregunta. Relata su experiencia durante los años de violencia política, el uso que entonces hizo el gobierno de las Fuerzas Armadas como rompehuelgas, su ilusión con las primeras acciones tupamaras, el posterior combate, el miedo a morir, los interrogatorios, los apremios, la tortura, los excesos. Admite que sometió al "submarino" a varios de sus detenidos. Dice que se arrepiente.
De qué se trata Milicos y tupas

Uno de los dos tupamaros que protagonizan el libro es el profesor de historia Armando Miraldi. Fue un cuadro medio del MLN, con responsabilidades en la organización. No se arrepiente de haber sido guerrillero, pero lamenta los muchos errores cometidos y las vidas que costaron. Vivió de cerca episodios dolorosos: la muerte de amigos queridos y el asesinato por parte del MLN de Roque Arteche, sobre el que aporta nuevos elementos.
El tercer protagonista es un contador hoy jubilado, Carlos Koncke, un hombre que toda su vida soñó con hacer la revolución. Por eso cuando el general Velasco Alvarado estableció una dictadura militar de izquierda en Perú en 1968, allá fue. Su entusiasmo se vio recompensado y llegó a encargarse de una radical reforma agraria. El MLN lo fue a buscar a Perú: querían aprovechar su experiencia una vez que fueran gobierno. El contador volvió pero el MLN que descubrió no se parecía en nada a lo que había imaginado. En lugar de ponerlo a dirigir una reforma agraria lo mandaban a hacer de chofer y a hacer pintadas.
Estos tres hombres coincidieron en 1972 en un cuartel del Ejército. El militar era un capitán del servicio de Inteligencia. El profesor y el contador eran tupamaros presos. Los tres participaron de la tregua entre el Ejército y el MLN que se dio durante varios meses ese año. Investigué mucho ese episodio, que dio lugar a situaciones que muy sorprendentes en el cuartel donde se desarrolla el relato. Hasta clases de marxismo de dictaron dentro de esa unidad del Ejército.
Además del testimonio de los tres protagonistas, el libro recoge la visión de otros militares, guerrilleros, políticos, ciudadanos que fueron testigos de episodios clave. Entre ellos están el líder tupamaro Henry Engler y el hoy director de la Biblioteca Nacional, Carlos Liscano. Cartas, documentos y diarios personales completan la documentación de la obra.
La corrupción política, las diferencias y coincidencias entre tupamaros y militares, la participación de cuadros del MLN en los interrogatorios a los detenidos por delitos económicos durante la tregua, el uso de la tortura, los distintos límites que se fijaron los oficiales del Ejército, la existencia de nazis dentro de las Fuerzas Armadas, la cárcel, la dictadura, las respectivas historias oficiales establecidas por cada bando, los falsos mitos y la vida posterior de los "veteranos de guerra" son algunos de los temas que plantea el libro, ganador del Premio Bartolomé Hidalgo 2011, al mejor libro político-periodístico.

Críticas en la prensa: click aquí.


29.10.10

Suerte, Liscano

Sepultada entre las toneladas de artículos sobre la ley de caducidad, nadie parece haber reparado en una entrevista publicada dos viernes atrás en Brecha al director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano.
El artículo, del periodista Roberto López Belloso, mueve al asombro primero y al alivio luego. Su origen está en el conflicto sindical que se vive en la Biblioteca con motivo de la decisión de Liscano de negarle a un grupo de funcionarios una compensación en dinero que el resto sí recibió por su “compromiso con la gestión”.
“Los que están más comprometidos con las tareas de la institución reciben una compensación económica, que es muy pequeña (en su mayor parte, inferior a los 2.000 pesos), pero que me parece estimulante, que señala un camino, una política: acá se compensa el compromiso con el trabajo”, explica el director en la entrevista.
El sindicato reclama que ese dinero se reparta en partes iguales entre todos los empleados, más allá de su rendimiento. "O se lo merece todo el mundo, o no lo cobra nadie", declara uno de sus dirigentes. Liscano se aferra a su criterio y sostiene que el gremio pretende (como es norma en el sindicalismo uruguayo), “un cogobierno donde compartiríamos los derechos pero no las responsabilidades”.
El asombro llega cuando Liscano cuenta algunos casos concretos. El sindicato quiere que una funcionaria que se fue seis meses de mochilera tras solicitar una licencia sin goce de sueldo reciba la partida por “compromiso con la gestión”. Liscano no.
El sindicato también quiere que le den la partida a Luis Bazzano, dirigente sindical, quien según el director faltó al trabajo 123 días en siete meses “o sea que faltó 17,15 días por mes. Como el mes tiene 20 días laborables, trabajó poco más de dos días por mes”.
Amparado en que es dirigente gremial y en las generosas leyes laborales, Bazzano trabaja doce horas por mes, lo mismo que muchos uruguayos trabajan en un solo día. Bazzano labora tres horas por semana. Y, claro, además quiere la compensación por compromiso con la institución.
El alivio viene luego, cuando Liscano, analiza esta situación y el reiterado choque de los privilegiados y poderosos sindicatos de empleados públicos con el actual gobierno de José Mujica.
“Creo que la izquierda está recibiendo una parte de su propia medicina. Esto pasó siempre, lo que pasa es que ahora le tocó a la izquierda. Antes la izquierda apoyaba cualquier conflicto, independientemente de la justicia o no de las reivindicaciones, o de si la medida era proporcionada al conflicto. Y los gobiernos blancos y colorados fueron cediendo. Acá tenemos gente trabajando cuatro horas por día, pero que tienen contrato por 40 horas semanales, así que en los hechos ganan el doble. Pero lo que pasó fue que cuando trabajaban ocho les bajaron a seis porque no se les podía aumentar el salario, después con otra reivindicación salarial les bajaron a cuatro horas, y ahora es un derecho adquirido. Todo eso ocurrió antes del año 2005. Ahora estamos recibiendo eso que nosotros mismos apoyamos”.
La "herencia maldita" al revés.
El periodista de Brecha siente el evidente mazazo de las palabras de Liscano y le dice:
-Para el pensamiento tradicional de izquierda, eso que está diciendo es muy duro.
Liscano responde:
-Sí, sí, es muy duro, pero es lo que yo pienso. Cuando yo he criticado a Sanguinetti, a Jorge Batlle, a los militares, no me estaba conteniendo.
Uno siente verdadero alivio de ver a alguien que desde el gobierno habla con honestidad y sin ese cinismo que hoy parece haber ganado a tantos dirigentes del Frente Amplio y a sus voceros, capaces hoy de los más inconcebibles saltos mortales con tal de defender lo indefendible. Hacen acordar a los peores tiempos del Foro Batllista.
“Yo no soy candidato a nada, no estoy haciendo carrera política”, dice Liscano en otro pasaje de la entrevista, que vale la pena leer completa. “A los 61 años no puedo estar jugando a que administro una cosa pero en realidad no la administro yo, sino que se administra sola o es coadministrada o cogestionada, y es algo que yo no puedo aceptar”.
Ojalá tenga mucha suerte.
Le va a hacer falta.

Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción sin autorización del autor.
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