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24.12.10

Accidente en Young: el pueblo que quiso salir en televisión

Nada en la pequeña ciudad de Young recuerda que, hace un año, ocurrió una tragedia que por grotesca fue noticia en el mundo.
Nada recuerda que ocho personas murieron cuando un programa de televisión "solidario" convocó al pueblo a remolcar una locomotora en apoyo del hospital local.
Donde ocurrió la masacre el 17 de marzo de 2006 no hay flores que recuerden a los muertos. La gente pasa por allí como si nunca hubiera sucedido nada. En todo Young no hay ni siquiera un graffiti que mencione la tragedia. Es como si el pueblo hubiera decidido que nunca ocurrió.

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Tragedia de Young. Accidente en Young. Desafío al corazón.
Estación de trenes de Young.
Portadilla con la que fue presentado el artículo
en la revista Gatopardo 

Young, en el departamento de Río Negro, tiene 15.000 habitantes, teléfonos de cuatro cifras y una sola esquina con semáforo. Young –a la que llaman Yung- no es capital departamental, no es sede de ninguna fiesta de renombre y carece de atractivos turísticos. Quizás por eso fue tan impactante que uno de los principales canales de televisión de Uruguay decidiera hacer un programa allí.
La idea fue de Griselda Crevoisier, una administrativa del hospital de 51 años, que cada semana miraba en Canal 10 el programa Desafío al Corazón. En él, distintas instituciones eran conminadas a cumplir con una prueba insólita y recibían como premio el dinero donado por los televidentes, sensibilizados a través de la pantalla.
En 2004 el hospital no tenía ambulancia. Crevoisier convenció al director de entonces de participar en Desafío y así poder comprar una. Como ella conocía a uno de los dueños de Canal 10, logró que el hospital fuera anotado en la lista de espera del programa.
Hoy Crevoisier no cree haberse equivocado. Casi todo lo que hay en el hospital, explica, fue conseguido gracias a donaciones que han suplido el aporte siempre insuficiente del Estado.
Celia González, otra funcionaria, cuenta una historia ocurrida años atrás: un día hubo una emergencia y a la ambulancia le faltaba un neumático. El director del hospital no sabía qué hacer. Entonces, contra los reglamentos, llamaron por teléfono a radio Young y pidieron por favor una cubierta. En pocos minutos consiguieron cuatro.
Así se hicieron siempre las cosas.

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Cómo a los creativos de Desafío al Corazón –Ernesto Depauli, de 38 años, y Fernando Seriani, de 30-, se les ocurrió que la gente remolcara una locomotora se explica en el expediente judicial de la tragedia.
Dos años después de la gestión realizada por Crevoisier, al hospital de Young le llegó el turno de participar en Desafío. Depauli y Seriani visitaron el pueblo en febrero de 2006 y se reunieron con el nuevo director del hospital, Juan Pablo Apollonia, y su comisión de apoyo. Los locales sugirieron realizar una prueba con caballos, pero eso no convenció a los capitalinos. Depauli y Seriani recorrieron Young y, al ver las vías del ferrocarril, se inspiraron.
De regreso en Montevideo, Depauli le envió un mail a Apollonia:
"Te mando el desafío que pensamos (...): un grupo de personas de Young deberá arrastrar un convoy formado por un vagón de tren, un camión y un tractor, con los motores apagados, una distancia de por lo menos 56 metros, utilizando una cuerda o similar. Es importante que sea un vagón de pasajeros porque es mucho más vistoso. Cuantas más personas haya, mejor, cuanto más larga sea la cuerda, mejor. Si pueden conseguir una locomotora, mucho mejor".

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Young hierve en verano. Los tanques de agua se recalientan tanto que, en el hotel, incluso de la canilla fría sale un líquido que quema.
La ciudad nació alrededor de una estación de tren, en una de las zonas agrícolas más ricas del país. El intenso movimiento de carga dio origen al pueblo, en medio del campo. "Acá no tenemos río, ni nada parecido. En otros lugares la gente sale a caminar por la costanera. Acá se mira mucha televisión", dice Ricardo Fontana, empleado del canal de cable local.
Uno de los programas más vistos en Young era Desafío al Corazón. Alba Lemes, 68 años y herida en la tragedia, cuenta: "Todos lo mirábamos. Es tan lindo". Lemes habla en su pequeño living, con el televisor encendido. Participar en Desafío le costó siete costillas fracturadas, el omóplato partido en tres, el peroné quebrado, una fisura en el tobillo, lesiones en el hígado y 300 centímetros cúbicos de sangre del pulmón. Estuvo a punto de morir y aún le duele, pero dice que volvería a hacerlo todo de nuevo.
Jonathan Muñoz, que tenía 14 años cuando la televisión visitó el pueblo, tampoco se perdía Desafío al Corazón. "Siempre lo mirábamos", relata su madre, Ivanna Gómez, en la puerta de su mísero rancho de madera. "Jonathan se ponía muy contento cuanto se cumplía una meta".
Ivanna es fuerte. Sólo al recordar lo bien que Jonathan jugaba al fútbol, y que unos días antes del programa lo había contratado San Lorenzo, el campeón local, las lágrimas asoman a sus ojos.


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Cuando Apollonia, el director del hospital, recibió el mail en el que los creativos del programa le proponían remolcar un tren, un camión y un tractor, respondió en otro mensaje: "Nos parece una muy buena idea".
En ese mail, Apollonia le sugirió al canal que sería mejor tirar de una locomotora y dos vagones. El canal aceptó. El director cambió también el objetivo del "desafío": había reparado tres viejas ambulancias y ahora quería dotar de calefacción al hospital. Necesitaba 30.000 dólares.
"El frío en invierno es terrible", cuenta. "Compré estufas eléctricas, pero se rompían porque no están hechas para estar prendidas todo el día".
Apollonia es enfermero. Fue designado director del hospital por el Frente Amplio, la coalición izquierdista que gobierna Uruguay desde 2005. Admite que la calefacción debería se provista por el Estado, pero no culpa a la actual administración. "Los gobiernos anteriores dejaron caer los hospitales. Las cosas no pueden cambiar de un día para otro y yo no puedo esperar a que el Estado tenga plata".
Cuando se le hace ver que una cosa es recaudar fondos para un hospital haciendo sorteos y otra es que la gente tire de una locomotora en la televisión, Apollonia lo acepta. "La idea fue de la anterior comisión de apoyo. Cuando llegó la propuesta, yo tenía que decidir... y me enganché".

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La noticia entusiasmó porque combinaba dos pasiones de Young: la televisión y el hospital.
"Hay una identificación muy fuerte con el hospital", explica Apollonia. "Hasta hace pocos años, cuando abrió un sanatorio privado, aquí todos nacían y morían en él. El programa iba a permitir demostrar el cariño que se le tiene".
Yolanda Faccio, a quien la locomotora le arrancó un brazo, se sintió feliz al enterarse. "Yo miraba el programa siempre. ¡Y que emoción cuándo dijeron que venían a Young!". Faccio sonríe mientras levanta la manga izquierda de su blusa para mostrar su muñón.
Una vez aceptado el "desafío", Canal 10 se desentendió de toda la organización. Por norma, el canal sólo graba las pruebas, pone los conductores y vende la publicidad. Los televidentes, conmovidos por los "desafíos", son los que llaman por teléfono para donar el dinero. Organizar, conseguir lo necesario para cumplir con el reto, solventar los gastos, todo corre por cuenta de la institución necesitada. Son las reglas de la televisión "solidaria".
Lo primero que hicieron Apollonia y la comisión de apoyo fue gestionar una locomotora ante el Ministerio de Transporte y AFE, la ferroviaria estatal. La consiguieron, sin demasiadas preguntas ni condiciones.
También eligieron a la profesora de educación física Adriana Borba, de 44 años, para dirigir la "cinchada", como se llama en Uruguay al acto de remolcar un objeto con cuerdas.
Como Borba no sabía cuánta gente se necesitaba para arrastrar un tren, propuso llamar al pueblo vecino de Algorta porque allí, una vez en una fiesta popular, habían remolcado siete vagones. La llamada la hizo Gustavo Meyer, secretario de la Junta de Young, el gobierno local, pero no permitió aclarar nada. Interrogado por el juez, Meyer afirmó: "La secretaria de aquella junta no tenía mucho conocimiento, no sabía cuántas personas habían cinchado (...) No pudimos saber eso".
Borba dio otra versión en el juzgado. Dijo que de esa llamada concluyó que se necesitaban 60 personas para tirar de la locomotora. Para obtener 80 voluntarios (los titulares y 20 suplentes) invitó a empresas e instituciones locales. Los bomberos, por ejemplo, comprometieron diez "cinchadores".
El número exacto de personas necesarias para remolcar el tren nunca quedó del todo claro. No hubo cálculos científicos ni ensayos. El pastor Gustavo Muñíz, un religioso luterano que se entusiasmó con el "desafío", llegó a creer que se requerían "por lo menos mil personas", relata hoy Marina, su esposa.
Mientras tanto, Apollonia y los integrantes de la comisión se entrevistaron con el comisario Julio Sosa, jefe policial del pueblo. Hay dos versiones opuestas sobre la reunión: según Apollonia, el comisario aseguró que se encargaría de la seguridad del "desafío". Según Sosa, él sólo aceptó controlar el "orden público" pero no la seguridad de la prueba televisiva. Un integrante de la comisión de apoyo que participó de la reunión le dijo al juez que Sosa advirtió que, como mucho, podía aportar ocho agentes.
Apollonia y Sosa acordaron, eso sí, que un grupo de desempleados, integrantes de un plan laboral de emergencia que reciben del Estado el equivalente a 112 dólares por mes a cambio de trabajos poco calificados, ayudarían a controlar la seguridad.

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Nada fue tan publicitado en Young. Los escolares pintaron decenas de carteles. Se pusieron pasacalles en las principales esquinas. Se avisó en la prensa del pueblo. Los organizadores fueron entrevistados en cada programa periodístico local. Se abrió una página en internet para que participaran los younguenses emigrados. Y, con la melodía de un viejo aviso televisivo de salchichas, se compuso un jingle que se irradió una y otra vez con altoparlantes: "No se quede en casa / Ni en la oficina / Venga usted y la vecina / Venga usted y la vecina / Vengan todos y todos juntos lucharemos / Y la meta cumpliremos".
La constante apelación a la palabra "todos" hizo que muchos creyeran que cuánta más gente "cinchara" del tren, mejor.
Pese a su imprecisión, la campaña publicitaria fue un éxito a la hora de generar expectativa. Cuando llegó el día, el entusiasmo era enorme. En la calle algunos se saludaban diciendo "todo por el hospital"; esperaban que por fin llegara la hora. Yolanda Faccio estaba segura: ella tiraría del tren. Ramón Bacino, que trabajaba en una hacienda fuera del pueblo, le anunció a su esposa que viajaría especialmente para ayudar al hospital. Yamila Racouky, de 15 años, quería estar ahí. "Era algo nuevo, acá nunca pasan cosas así", dice. Yamila pensó en invitar a la "cinchada" a Jonathan, su compañero de liceo, el chico que jugaba bien al fútbol. El pastor Muñíz también se despertó ilusionado y le preguntó a Marina, su esposa:
-¿Qué hago? Si puedo cinchar del tren, ¿cincho?
-Sí, claro, mi amor. Si eso es lo que querés.

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La locomotora llegó a Young a las 13 horas del 17 de marzo, una hora y media antes de la hora fijada para grabar la "cinchada".
Recién al ver con sus propios ojos esa gigantesca mole de 56.000 kilos algunos organizadores tuvieron una idea más certera del "desafío" que habían aceptado. Eduardo Quintana, un miembro de la comisión de apoyo al hospital, le dijo a María Emma Reggio, otra integrante: "¡Pah, está gorda esta muchacha! Me parece que no la vamos a poder mover".
La locomotora trajo dos vagones y cuatro empleados ferroviarios: administrativo, inspector, conductor y ayudante. Ellos no habían recibido ninguna instrucción especial de la compañía. El de mayor rango era el administrativo Héctor Parentini y su superior no le había explicado nada. "Sólo me dijo que viniera a Young a ponerme a las órdenes de los organizadores del hospital", le contó al juez.
Los ferroviarios dejaron la máquina en una de las tres vías que pasan frente a la estación, la que corre pegada al andén. Nadie ha podido explicar por qué se eligió esa vía, un detalle clave en la tragedia.
No se hizo ningún ensayo del "desafío".
Mientras la estación se llenaba de gente enfervorizada, la profesora de gimnasia Adriana Borba tuvo un breve diálogo con el ferroviario Parentini sobre cómo comenzaría la prueba. Borba le dijo a que a las 14.30 le ordenaría sacar el freno de la locomotora, pero no le dijo cómo lo haría y él no le preguntó. Parentini debía dar, a su vez, la orden a sus compañeros, que permanecerían en la cabina y manejarían el freno.
Más o menos a esa hora, el equipo de Desafío al Corazón llegó a Young. Pensaban ir a almorzar, pero se quedaron en la estación. "Vimos tanto movimiento, tanta buena onda que decidimos quedarnos a filmar", le dijo al juez Fernando Seriani, uno de los creativos del programa. "Había una euforia indescriptible, lo que vimos en Young nunca lo habíamos visto".

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Yamila Racouky, la compañera de liceo de Jonathan Muñoz, no quería perderse eso por nada del mundo. Young no ofrece mucha diversión para los jóvenes. "Vamos al ciber, al baile, nos sentamos en la vereda a tomar mate. No hay mucho que hacer". Para peor, las últimas salidas habían terminado en peleas entre sus amigos "planchas" (adolescentes pobres y reacios al estudio y al trabajo) y los "conchetos" (adolescentes ricos).
"Acá están muy marcadas las clases sociales, es horrible", dice Yamila. Cuenta que sus amigos "planchas" salen "y como no tienen plata para emborracharse, empiezan a apedrear las casas, a insultar a la gente...". Luego vienen las riñas.
Yamila tiene sus uñas cortas pintadas de rosa. Aquella tarde pasó a buscar a Jonathan para ir a la "cinchada". Jonathan era pobre pero no "plancha". "Era muy sociable, le encantaba la gente".
En el rancho de madera donde vivía, Jonathan le dijo a Yamila que su padre no quería que fuera al "desafío". Pero ella insistió y Jonathan le mintió a su padre: le pondrían falta en el liceo si no iba. Su padre le creyó.
En la estación los chicos se encontraron con multitud enfervorizada. Estaban todos los escolares, sus compañeros de liceo, el pueblo entero. Desde los altoparlantes sonaba a todo volumen, una y otra vez, el pegadizo jingle: todos juntos lucharemos, todos juntos lucharemos. Por sobre la música, Ariel Pérez, un periodista local, y otros dos comunicadores del pueblo animaban la fiesta. Subida al tren estaba Paola Bianco, estrella de la tele, conductora de Desafío al Corazón. Jonathan se entusiasmó y le dijo a su amiga que él tiraría de la locomotora. Yamila le recordó que en el liceo les habían advertido que sólo los adultos podían, pero Jonathan no la escuchó.
Yamila también vio a muchos de sus amigos "planchas" frente a la máquina, buscando un sitio para "cinchar". "Uno de ellos dijo: ‘cuando empiece, me voy a tirar debajo de las ruedas, así me muero de una vez’". Yamila le pidió a Jonathan que se quedara, pero no hubo caso.

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Adriana Borba, la profesora de gimnasia, le contó al juez de su vasta experiencia en conducir eventos sociales exitosos. Organizó, por ejemplo, el certamen Reina de la Piscina ante 500 personas. Pero esta vez las cosas no salieron tan bien.
Había comenzado a llover. La multitud reunida era gigantesca y no se veía ningún policía. El cordón humano que debía separar al público de las vías estaba formado sólo por los desempleados del plan asistencial del gobierno y nadie les hacía caso. Tampoco se respetaban las cintas amarillas colocadas para que la gente no se acercara al borde del andén. "Había gente que se les paraba arriba para que otros pasaran. Yo los vi", cuenta María Emma Reggio, integrante de la comisión de apoyo. Una multitud se apiñaba al borde mismo del andén y cientos de personas estaban en la vía, delante la locomotora.
Borba, que había previsto que cuatro cuerdas bastarían para los 60 tiradores, hizo atar otras dos. A las 14.10 convocó a los "cinchadores" a una charla para explicarles cómo debían tirar del tren, pero sólo 20 fueron a escucharla. Ella había calculado que, para no ser atropellados, todos debían ubicarse a más de diez metros de la locomotora. Pero según Francisco Lafourcade, que participó de esa reunión, ese dato no les fue comunicado. "En ningún momento se nos explicó a cuántos metros de la locomotora debíamos estar", le dijo al juez. "No nos dijo cómo iba a dar la orden, pero sí que íbamos a empezar a las dos y media". Borba también les advirtió que si uno caía, los otros tenían que levantarlo rápido. Por seguridad, la profesora quería que los bomberos fueran los "cinchadores" más cercanos a la locomotora, pero ellos entendieron lo contrario y se ubicaron en la punta de las sogas, los más alejados de la máquina.
El jingle sonaba a todo volumen, los escolares cantaban, los animadores decían que Young podía, la gente aplaudía. Pasadas las 14, Seriani, uno de los productores de Desafío al Corazón, llamó a sus compañeros a Montevideo. Quería que escucharan el bullicio, le dijo al juez: "Era hermoso el ruido".

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María López, empleada de comercio, se emocionó en la estación. Pensó: "Este pueblo es muy individualista, pero acá estamos todos juntos para ayudar al hospital".
Casi todos en Young se definen como solidarios e individualistas al mismo tiempo. Y en la estación se notó: muchos querían ayudar al hospital y decidieron "cinchar", aunque sabían que no debían.
Pasadas las 14.10, cientos de personas buscaban tomar un pedacito de cuerda y así poder participar de la "cinchada", ayudar al hospital, salir en la tele, demostrarle a todo Uruguay que Young existe. El entusiasmo era indescriptible. Los que estaban frente a la máquina llamaban a sus amigos que permanecían en el andén para que bajaran a tirar.
Adriana Borba revive hoy la desesperación que comenzó a ganarla en esos momentos. "Todos manotearon las cuerdas. No estaba previsto. Eran las ganas de ayudar, de decir yo estoy, yo estuve, yo tiré. Les pedí que salieran y nadie me hizo caso. Me pasaron por arriba".
Selva Carballo, de 57 años, no había pensado participar, pero allí le vinieron ganas. "Todo era una fiesta, y como nadie me dijo nada y como veía que otros lo hacían yo fui a cinchar y le dije a unas conocidas: vengan, vengan".
Alba Lemes, la mujer de 68 años que se partió siete costillas, el peroné y el omóplato en tres, bajó a las vías y tomó una de las cuerdas junto con su amiga Silvia Porcal. Se sentía feliz. "Era tanta la euforia, la algarabía". Lemes todavía recuerda cuando Jonathan se acercó y les dijo: "Señoras, ¿no me dejan agarrar la cuerda acá?".

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Algunos percibieron que las cosas no iban del todo bien. El ferroviario Héctor Parentini advirtió a los organizadores que existía un desnivel peligroso en el piso, bajo los durmientes y contra el andén, donde se iba a realizar el "desafío". Apollonia, el director del hospital, llamó a la comisaría para protestar por la ausencia de policías. Susana Estigarribia, otra profesora de educación física, sacó de las vías a varios chicos y a un adulto que quería tirar del tren con una niña en brazos. Sin embargo, nadie propuso detener la prueba.
"Había gente que decía ‘esto va a terminar mal’, pero la inmensa mayoría de los que estábamos viviendo esa fiesta no nos queríamos dar cuenta", lamenta Ariel Pérez, el periodista local que animaba de la jornada.
En las vías, tomando las cuerdas frente a la locomotora, había ancianos, enfermos, rengos, mujeres con tacos, chicos en hawaianas. A Eliseo Silva, de 57 años, que tenía un by pass, una amiga le dijo "vos no podés tirar", pero él no hizo caso y se quedó allí con su esposa. En total, unas 400 personas estaban listas para remolcar el tren.
Faltaban quince minutos para la hora fijada, las 14.30. Pero muchos ya estaban "cinchando".
El pastor Muñíz le decía a la gente a su alrededor: "no tiren, no tiren, todavía falta", y no le hacían caso. Las cuerdas estaban tensas, pero la locomotora no se movía porque tenía el freno puesto. "Ojalá caiga una lluvia muy fuerte para que cinchen sólo los que tienen que cinchar", pidió el pastor. Pero el cielo no lo escuchó.

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Quién y cómo debía dar la orden para comenzar la prueba es el punto clave del caso judicial. Los funcionarios de Canal 10 dijeron que la orden la darían ellos. El director del hospital, Apollonia, sostuvo que hizo alquilar el mejor equipo de audio de Young para que todo el mundo escuchara la orden. La profesora Borba dijo que ella iba a impartir la orden con un megáfono y una señal a Parentini, que iba a estar sobre la locomotora. Parentini, el ferroviario que debía indicarle al conductor cuándo sacar el freno, no estaba arriba de la máquina, sino abajo, entre la multitud enloquecida. Él esperaba la orden de Borba, pero no sabía cómo se la iba a dar.
Parentini miraba a Borba, que iba y venía entre la muchedumbre enfervorizada.
Borba intentaba sacar de las vías a los no que debían tirar. Se había juntado tanta gente que, en lugar de diez metros entre los "cinchadores" y la locomotora, apenas había dos. "¡Suelten la cuerda", gritaba, pero nadie le hacía caso. Faltando unos doce minutos para la hora fijada, decidió ir a buscar el megáfono, que tenía una colega. Quería avisar a todos que la prueba así no comenzaría. No se le ocurrió recurrir al poderoso equipo de audio que seguía atronando el jingle (¡todos juntos lucharemos!) y el aliento de los conductores (¡vamos que podemos!).
Por fin Borba encontró el megáfono. Eran las 14.20. La profesora gesticula mucho cuando cuenta su historia. Es posible que en aquel momento de nerviosismo también gesticulara. Ella jura que no hizo ninguna seña, pero Parentini dice que sí, que toda la gente empezó a gritar "¡Vamos!" y que entonces vio a Borba hacer la señal que estaba esperando. Faltaban diez minutos, pero el ferroviario dice que a él nadie le dijo la hora exacta en que comenzaría la prueba. "Estaba toda la gente tirando y era un grito unísono ‘vamos, vamos’ y todos tiraban. Primero fue el grito y luego la señora me levanta la mano", dijo Parentini en el juzgado. "¿Qué más se podía esperar? Yo interpreté que la señora me daba el o.k."
Entonces le dijo al maquinista que sacara el freno.

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La locomotora arrancó. Borba dijo: "la puta que lo parió, ¿quién dio la orden?". La gente del canal prendió las cámaras. El conductor Ariel Pérez, dudó un instante. Sabía que no era la hora fijada, pero no quiso arruinar el momento así que gritó, según quedó registrado en un video aficionado: "¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos que se puede! ¡Sí, sí, sí!".
La alegría duró poco. Cuando Pérez pronunció su quinto "vamos", ya
había ocurrido todo lo que tenía que ocurrir.
Tanta gente tiró de las cuerdas que la máquina arrancó a una velocidad impensada. Los rieles mojados potenciaron el efecto. Los que estaban demasiado cerca debían correr para que la locomotora no los alcanzara; había niños, viejos, gente en sandalias. El desnivel que había marcado Parentini fue una trampa mortal. Allí resbaló y cayó una mujer que tiraba de la soga más cercana al andén. Fue el fin de la fiesta: los que venían detrás empezaron a caer, uno arriba del otro. La máquina se acercaba y ellos no podían salir de la vías porque el andén les impedía rodar o tirarse al costado. "Corríamos, pero alguien se cayó y no nos dio tiempo a nada", dice la abuela Lemes. "La locomotora era una plumita y cuando nos quisimos acordar fue horrible", recuerda Selva Carballo.
Unos fueron aplastados por el gentío, otros destrozados por la máquina.
"Una multitud cayó encima mío", recuerda Silvia Porcal. "Yo sentía que la columna se me quebraba y las costillas se me clavaban en los pulmones. Era un dolor horrible. Sentía también como el tren iba chupando gente. Yo gritaba ¡auxilio, auxilio! Pensaba que me estaba muriendo. No tenía aire. La conciencia se me iba. Me prendí a la tierra para que el tren no me chupara, el cuerpo se me retorcía..."
A Yolanda Faccio la embistió la locomotora. "Vi que se me venía encima, venía más rápido de lo que yo podía avanzar, me caí y me levanté sin el brazo", relató en el juzgado.
Parada en el andén Yamila Racouky, la amiga de Jonathan, vio cómo de golpe todo quedó en silencio. Vio a una mujer sin un brazo y una amiga que estaba con ella, sobrina de Yolanda Faccio, empezó a llorar.


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Ariel Pérez, el animador, quedó mudo. "Vi salir a una persona caminando sin un brazo, no me olvido más. Al rato vino alguien y me dijo: ‘Un desastre lo que hicieron. Hay gente muerta ahí abajo’".
Pensó que le tomaban el pelo, pero no. Había muertos, sangre, pedazos de cuerpo.
El pastor Muñíz había muerto. Eliseo Silva, el hombre que quiso tirar a pesar de tener un by pass, había fallecido de un infarto al ver como la máquina mataba a su esposa. Ramón Bacino, que había venido especialmente a "cinchar" por el hospital, había muerto. También el ex comisario Elbio Recoba, de 77 años, y Selva Real, de 56. A Jonathan Muñoz la locomotora lo había abierto al medio. Había heridos graves como Faccio, Porcal, Lemes, Carballo y una anciana irreconocible por las laceraciones sufridas.
Panchito Portela, de 14 años, que jugaba al fútbol con Jonathan, no soltaba el cuerpo de su amigo. Cuando sonó su celular y su madre le preguntó dónde estaba, él respondió: "Mamá, estoy al lado de Jonathan y la gente está loca. Dicen que está muerto y está sólo dormido".
Mientras algunos alejaban a los niños, el rescate era caótico. No había camillas ni ambulancia. Alguien consiguió unas tablas y, sobre ellas, los heridos fueron llevados al hospital por el cual se había hecho el Desafío al Corazón.

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Néstor Díaz es dueño de una inmobiliaria frente a la estación. Pensaba cerrar a las 14.30 para ir a la "cinchada", pero no le dieron tiempo. A las 14.20 empezó a llegar gente llorando y pidiendo agua para los heridos. "Me puse nervioso por mi esposa y mi hija, que estaban allí. Por mi madre no, con casi 80 años, ¡qué me iba a imaginar!".
La mujer y la hija de Díaz estaban bien, pero su madre era la anciana irreconocible por las heridas. Agonizante, Ramona Gallay logró balbucear su nombre y así supieron quien era.
Ni bien Díaz llegó al hospital supo que había pasado algo muy malo: "todo el mundo lloraba, hasta las enfermeras lloraban, la situación las había superado totalmente". La madre de Jonathan también estaba ahí. Había ido a donar sangre para los heridos y le informaron que su hijo había muerto.
Díaz no encontró a su madre. "La habían trasladado porque estaba muy grave. El tren le había abierto el cráneo, le había borrado la cara, le había destrozado todo un lado del cuerpo".
Ramona Gallay, de 79 años, murió dos días después. Fue la octava víctima fatal del Desafío al Corazón.

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Canal 10 dio la primicia. Apollonia, el director de hospital, dijo en la pantalla que lo ocurrido era fruto del "entusiasmo que se contagia cuando estamos todos juntos por un esfuerzo común". El juez de Young, Mario Suárez, afirmó: "fue un accidente".
El 18 de marzo seis víctimas del Desafío fueron enterradas en Young. Canal 10 llevó allí a todos sus famosos y muchos en el pueblo aprovecharon para pedir autógrafos.
En el cementerio, el sacerdote Fernando Pigurina, principal de la Iglesia católica local, dijo que todo había ocurrido "por un exceso de amor, no le busquemos más vueltas. La gente quiso dar tanto que dio todo". Una monja definió a los muertos como "mártires de la solidaridad".
Ese fin de semana, un vecino rico donó los 30.000 dólares que el hospital necesitaba.
El 2 de abril Canal 10 emitió un programa llamado "Todos por Young". Los televidentes donaron 100.000 dólares: las familias de los muertos y heridos graves recibieron unos 7.000 dólares cada una (1).
El municipio le dio un empleo al padre de Jonathan, que era desocupado.
Psicólogos de Montevideo llegaron para atender a la población, que estaba en shock. Apollonia, Borba, los integrantes de la comisión de apoyo al hospital, todos estaban entre la gente más querida del pueblo, al igual que muchos de los muertos. Comenzó a ganar terreno la versión dada por la televisión y por el sacerdote Pigurina: no había culpables.
En la prensa y en especial en la televisión, la tragedia pronto perdió espacio. Durante algunas semanas, Canal 10 no se pronunció sobre la suerte que correría Desafío al Corazón. Ya tenían grabado otro programa, en apoyo del hospital de la ciudad de Tacuarembó. En él un "mentalista" manejaba un auto con los ojos vendados entre gente sentada en la calle. También partía de un machetazo una sandía en la cabeza de un voluntario.
El 21 de marzo, los fieles de una iglesia evangélica de Young oraron para que Desafío no fuera sacado del aire.
El programa volvió el 25 de abril, aunque nunca se emitió el capítulo grabado en Tacuarembó.

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En el juzgado del pueblo se inició la investigación penal de la tragedia. Pero al revés de lo habitual en estos casos, en Young hubo una cruzada para que no se hiciera justicia. La encabezó Silvia Sosa, de 46 años, viuda de Ramón Bacino, muerto en el Desafío. Sosa visitó a cada familia alcanzada por la tragedia y les pidió que firmaran una carta para que la Justicia abandonara el caso. Sosa lleva una gran cruz en el pecho. Dice que superó lo que le tocó vivir gracias a la fuerza de Dios y muchos amigos. "Quedate tranquila que Ramón estaba feliz cinchando", le han dicho algunos que estuvieron allí.
-¿Por qué hizo la carta?
-Acá no hay culpables. Nadie tiene que ir preso, porque en todo caso todos tendrían que ir. Si alguien iba preso, iba a ser muy triste. Los involucrados son gente muy querida. ¿Yo me iba a sentir mejor si iban presos? No, me iba a sentir peor. Ramón nunca volverá.
-¿Nunca piensa por qué ocurrió la tragedia?
-Sólo una vez, el mismo día. Después me mentalicé para no hacer ningún drama. Hace 25 años que soy catequista, no puedo echar por tierra todo en lo que yo creo. Sé que Ramón está bien, murió por otros, para salvar vidas. Siento tristeza, pero una gran paz interior. No podemos vivir buscando culpables. Sucedió, se terminó.
Los padres de Jonathan firmaron. "Fue un accidente. No se puede culpar a nadie, porque fuimos todos culpables", dice la madre, que ni siquiera estuvo en la "cinchada". "El padre Pigurina fue el portavoz de la comunidad. No vamos a hacerle juicio a nadie. Acá siempre se necesita del hospital y Canal 10 quiso ayudarnos, ¿cómo vamos a hacerles algo así? Y por más plata, a mi hijo no me lo van a devolver".
También firmaron la familia de Ramona Gallay y la mayoría de los heridos, como Faccio, la mujer que perdió su brazo.
El juez Suárez jura que nunca recibió un pedido así en su vida.

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La carta promovida por Silvia Sosa no fue firmada por los hijos del matrimonio Silva, la familia del ex comisario Recoba, la viuda del pastor Muñíz, ni por Silvia Porcal, una herida grave. Ella sabe lo difícil que es sostener en Young una verdad distinta a la oficial. El 23 de marzo su esposo Pablo Benítez y la abogada Jacqueline Portela anunciaron una demanda civil contra los organizadores por el daño que ella había sufrido. Porcal, que trabajaba como empleada doméstica, se quebró tres vértebras lumbares, dos costillas y tuvo fracturas expuestas de tibia y peroné. Estuvo cuatro meses enyesada de pies a cabeza. Pasó el peor día de su vida cuando la pusieron en un aparato llamado "la cruz de Cristo" para enyesarla. Aún no puede trabajar.
La noticia provocó una ola de repudio en Young. "No querés al hospital", le decían a Benítez. "A vos nadie te obligó a cinchar", acusaban a Porcal. Una radio local los criticó con saña y el asunto terminó sólo cuando Porcal llamó a la emisora desde el sanatorio en el que estaba internada y dijo que no haría ningún reclamo.
Benítez, un obrero metalúrgico, está indignado. "Si yo hubiera provocado una tragedia así, estaba preso en una tarde. ¡Que no hay culpables! Es fácil hablar, pero Silvia no va a poder trabajar más".
Silvia Porcal, de 38 años, cuenta que pasó de trabajar todo el día a estar en la casa de sol a sol. "Estoy despierta a las dos, tres de la mañana y el accidente me vuelve: siento el ruido, el dolor. Me miro mucho al espejo: hay veces que pienso ‘estoy toda vieja, rota, quebrada: ya no sirvo para nada’".
La abogada Portela aún les aconseja demandar y ellos lo creen posible. "¿Dónde estaba la policía?", dice Benítez. "¿Cómo dejaron tirar del tren a un nene de 14 años? Dicen que los muertos fueron ‘mártires de la solidaridad’ ¡Cómo van a ser mártires! ¿Fueron ahí a morir? No, fueron a colaborar y encontraron la muerte por la desorganización. Hubo negligencia... ¿nadie va a hacer un mea culpa?"

***

"Tu madre es una hija de puta", le dicen a Panchito en la escuela. Panchito es el chico que lloraba al lado del cuerpo de Jonathan. Su madre es la abogada Portela.
"Me siento vapuleada. Es triste ver que la gente que uno conoce es tan ignorante", dice la abogada. Cree que en Young nadie dice lo que piensa porque la Iglesia es poderosa y hay mucho miedo.
"El cura Pigurina realizó una campaña a favor de quienes organizaron el evento. Obvió las leyes y le lavó el cerebro a los younguenses. Hizo reuniones en las que se decía que hay que olvidar. Pero no puede ir contra el derecho de las personas que deben ser reparadas por un evento que les cercenó las vidas".
Portela critica a Canal 10 por proponer un desafío tan inútil como riesgoso y a los organizadores por realizarlo sin la mínima seguridad. Según ella, haber creado esa mezcla de fervor incontrolable y desinformación provocó la catástrofe: "El jingle fue tan irradiado que hoy los niños lo siguen cantando. La gente creía que todos tenían que ir a cinchar. El jingle lo repetía todo el día: tiremos todos, tiremos todos".

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Apollonia, el director del hospital, dice tener la conciencia en paz.
Mientras toma mate, sostiene: "Una comisión de apoyo de un hospital de un pueblo chico no tiene más remedio que hacer las cosas artesanalmente. Todo lo que estaba a nuestro alcance, se hizo. Hubo un entusiasmo colectivo ingobernable, sin explicación racional".
A la profesora Borba no le molesta pasar por el lugar de la tragedia. Piensa que preverla hubiera sido como anticipar el atentado contra las Torres Gemelas. "Todavía no puedo encontrar una explicación lógica. Actuaron por sentimientos. La gente estaba totalmente eufórica. Era una gran fiesta. Creo que sí hubiera habido más gente cuidando, también los hubiesen pasado por arriba".
El mea culpa que quiere Benítez no existe. Apollonia sigue siendo el director del hospital. Sosa, el jefe de policía del pueblo. Borba dirige el sindicato municipal. Los miembros de la comisión de apoyo al hospital son los mismos. Los que tuvieron la idea de remolcar una locomotora siguen en Canal 10, pensando nuevos éxitos.

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El cura Pigurina fuma en pipa. Mientras una veterinaria atiende a su perro basset, dice que tiene ideas opuestas sobre programas como Desafío al Corazón: no deberían existir, pero si no existieran ¿quién atendería demandas como la del hospital de Young?
Sabe que la televisión exacerbó el entusiasmo del pueblo: "Era una forma de decirle al Uruguay: ¡acá están los younguenses!". Y cree que, de un modo aciago, ese objetivo se cumplió, que hoy los uruguayos –incluso el mundo- ven con respeto y admiración a Young por su reacción ante la tragedia, por "haber conservado la unidad, no culpar gente, defender que fue un accidente, estar de acuerdo en que a los que participaron y a los que murieron los animaba la buena intención".
Cuando se le pregunta si aún cree que todo pasó por "exceso de amor", responde: "No sé si hoy usaría la misma expresión, pero sí hay mucho amor por el hospital. Ese amor en exceso provocó el desastre organizativo que disparó la tragedia".
El sacerdote admite que no es fácil que alguien en Young se atreva a pedir responsabilidades, cuando la mayoría exige lo contrario. "Se cerraron filas en torno a una interpretación y zafar de ella es muy difícil. Hay una presión interna, que no es violenta, pero es muy fuerte".

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En Uruguay los jueces no pueden encausar a quienes no son acusados por los fiscales, que dependen del Poder Ejecutivo. La fiscal Silvia Blanc sólo pidió procesar al ferroviario Parentini, el único implicado que no vive en Young.
El día que Parentini fue llamado al Juzgado de Young para oír su suerte, 400 personas se reunieron allí para reclamar que nadie fuera preso. Llevaban carteles que decían "somos todos culpables". Estaban los padres de Jonathan, Yolanda Faccio sin su brazo y los otros firmantes de la carta.
En su sentencia, el juez Suárez afirmó que es evidente que Parentini no fue el único responsable de la tragedia. Por eso lo procesó, pero sin prisión. Quiso evitar la injusticia de que uno solo pagara en la cárcel lo que muchos provocaron. "Había dos o tres responsables más", dice hoy.
Como sea, nadie fue preso. En Young hubo una caravana de festejo.

***

Dos hijos del ex comisario Recoba que viven en Montevideo son los únicos que hoy acusan a los promotores del "desafío" en la justicia civil, culpándolos por la muerte de su padre. Gustavo Salle, su abogado, ha dicho que Canal 10 y varias oficinas estatales son responsables. También que "la convocatoria se hizo para un fin que, en definitiva, es esencial del Estado, que no cumple" y que en Uruguay "existe una verdadera involución cultural, educativa, intelectual que también explica la tragedia de Young".
En la pequeña ciudad insisten en lo contrario. Ana Portela, periodista local y abanderada del "no hay culpables", porfía que todo ocurrió por ser un pueblo tan bueno. "De tan solidarios que somos, no nos dimos cuenta que era una barbaridad lo que íbamos a hacer".

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Ramón Díaz llora cuando recuerda a su madre, la anciana de 79 que el tren desfiguró. Sabe que hubo errores de organización, pero no quiere pensar en eso: "Prefiero proteger la vida familiar, trato de olvidar".
Díaz trabajó más de 20 años en otras comisiones de apoyo. Una vez una horda le arrebató los juguetes que repartía durante un beneficio infantil. "La gente se atropella, pierde la compostura. El día de la tragedia había gente muy acelerada, querían salir en televisión. Había muchos jóvenes que no tienen nada que perder, esos que pelean todas las noches sólo para hacerse notar...Y muy poca guardia policial. Los organizadores se quedaron cortos, pero no fue adrede. Los que participaron se sienten culpables y yo también. Con mi experiencia pude haber ayudado".

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Ariel Pérez, el animador que gritó "Vamos, vamos" cuando el tren arrancó, ahora trabaja en Montevideo. Muchas veces allí escuchó que la gente, al ver el video de la tragedia y oír sus gritos, comenta: "A ese tipo hay que matarlo".
"Mi trabajo era ése", explica. "Si hay culpables somos los 3.000 o 4.000 que estábamos ahí. Todos vimos que eso estaba mal hecho: cinchar una locomotora con los rieles mojados, con niños... era una prueba hecha por el hospital y ni siquiera había una ambulancia. Todos lo vieron: las autoridades, la gente del Canal 10 y nadie reaccionó. Yo lo vi y no me di cuenta. Yo fui uno de los que estuvo en la gran masacre que hicimos, y me duele".
El dolor no deja vivir a Ruben Muñoz, el padre de Jonathan. "No lo puedo aguantar", le dijo a un diario. En su rancho se apilan los ladrillos que compró para levantar una casita con el dinero que le dieron.
Yamila Racouky cuenta que la tragedia cambió a sus amigos: uno se está construyendo una casita, otro se puso a trabajar, ella quiere irse a estudiar a Montevideo.
Marina Rodríguez, la viuda del pastor Muñíz, una argentina de 34 años, pensó en irse, pero se quedó. "Fue doloroso, pero a mis hijas Young les habla de su papá y Buenos Aires no". Llora cuando cuenta que suele ir a la estación a "hablar" con su esposo. No firmó la carta pidiendo el archivo del caso. "Estoy de acuerdo con que nadie vaya preso, es agregar dolor al dolor. Pero es importante que la Justicia coloque las cosas en su lugar".
Silvia Sosa, la mujer que lideró la cruzada para que la Justicia abandonara el caso, está satisfecha con lo que hizo. "Sólo quiero que esto pase de una vez. Al accidente lo trato de minimizar: ya lo minimicé todo lo que pude y voy a tratar de que desaparezca".
Yolanda Faccio tampoco quiere recordar. Tras la tragedia, siguió mirando Desafío al Corazón. Su sueño es recibir un brazo ortopédico que sustituya al que le arrancó la locomotora, y con él ir a Montevideo y aparecer, esta vez sí, en la pantalla de Canal 10.


 

(1) El 21 de octubre de 2015 recibí un mensaje de Julio Recoba, hijo del ex comisario fallecido en el "Desafío al corazón", informándome que su madre nunca aceptó recibir los 7.000 dólares que se le ofrecieron como recompensa a los familiares de los muertos. "Mi madre a pesar de tener hasta 2do de primaria TUVO LA DIGNIDAD DE  NEGARSE a recibir ese dinero recaudado por unos de los causantes de la masacre", dice Recoba en su mensaje.

En 2018 la familia Recoba logró ganarle un juicio civil a Canal 10 y a AFE. Con el dinero que recibieron compraron una ambulancia y la donaron a Pueblo Grecco, otra localidad del departamento de Río Negro. Más información en el enlace.



Accidente en Young, tragedia, reportaje Haberkorn

Artículo de Leonardo Haberkorn Publicado en la edición de mayo de 2007 de la revista colombiano-mexicana Gatopardo. Reproducido en el diario uruguayo La Diaria el 22 de mayo de 2007.
Este es uno de los 15 reportajes del autor que integran el libro Un mundo sin gloria (Fin de Siglo, 2023). Puede encargarse escribiendo a libroshaberkorn@gmail.com

3.12.10

Adiós a Ramón Mérica

Hoy falleció Ramón Mérica, un brillante periodista que nació en Salto en fecha imprecisa y que fue un referente para muchos y una influencia muy importante en lo que a mí respecta.
Mi tristeza tiene un único consuelo. En el prólogo de Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el libro que publiqué hace un año, dediqué la introducción a agradecerle todo lo que me inspiró y le debo. 
Vuelvo a publicar ahora ese pasaje de Crónicas en su honor y memoria. 


No recuerdo con exactitud cuántos años tenía. El libro se publicó en 1976, pero quizás lo leí dos o tres años después, siendo un adolescente, una tarde en la casa de la calle Ferrari. Se lo había regalado mi madre a mi padre.
Ramón Mérica, Agonistas y protagonistasLa tapa no decía el título de la obra y solo exhibía una foto en blanco y negro, algo azulada, de un viejo aparato grabador, un modelo gigante propio de los años 70, con un cassette Philips dentro. El título solo se indicaba en el lomo y no decía mucho: Agonistas y protagonistas. Era una recopilación de doce entrevistas realizadas por el periodista Ramón Mérica, todas publicadas en el suplemento de los domingos del diario El País. En ese entonces yo no conocía a Mérica.
Un día, hojeando aquel libro, descubrí que entre los entrevistados estaba la persona a quien más admiraba en el mundo: Fernando Morena, el Nando, el Potrillo, el goleador de Peñarol.
Empecé por la página 95. El impacto que me provocó aquella entrevista fue enorme. A pesar de que acostumbraba a leer el diario, en especial las páginas de deportes, nunca había visto nada igual. Lo que estaba leyendo iba más allá de todas mis anteriores lecturas periodísticas. No se parecía en nada a cualquier entrevista que hubiera conocido: Mérica se introducía en la casa de Morena, en su dormitorio, describía los posters colgados en las paredes, hablaba con su madre, contaba cómo había sido el parto del Potrillo, charlaba con su padre, con los vecinos, lo despertaba, lo subía a un Fitito, lo llevaba a la playa, lo hacía hablar de Peñarol, de Nacional, de política, de mujeres, de su madre, de cine, de sexo, de dinero. Había toneladas de información y todo eso se leía como si fuera un cuento. Era periodismo y literatura juntos, al mismo tiempo.
Había otra cosa muy impactante. Mérica lo explicaba al comienzo del artículo:

De haber salido de mi casa apenas un minuto antes, la mañana en que iba a encontrarme con Fernando Morena, esta nota hubiera sido completamente diferente. Porque fue justo en el momento de salir, y con la mano ya puesta sobre el botón para apagar la radio, que un informativista lamentó: ‘El deporte uruguayo, y particularmente el fútbol, está de duelo: acaba de fallecer el otrora ídolo nacionalófilo Atilio García…’

Ramón Mérica, periodista uruguayoMérica había tomado aquella coincidencia como una clave a seguir en su trabajo. Por eso, además de Morena, también entrevistó a la viuda de Atilio García. Y luego intercaló en el mismo artículo el resultado de las dos conversaciones. Había una proeza técnica: uno pasaba de un relato al otro sin perder nunca el hilo de la historia. Pero no era solo un alarde de virtuosismo; había allí un logro informativo de primer orden: al combinar las entrevistas, Mérica lograba explicarnos cómo había ido cambiando el mundo del fútbol desde los tiempos de Atilio García a los de Morena, el primer futbolista uruguayo que fue tasado en un millón de dólares. Y no solo eso. La combinación de las historias del recién fallecido Atilio García y el esplendor de un jovencísimo Nando Morena era también una reflexión sobre el paso del tiempo (“el Tiempo”, según Mérica lo nombra en el prólogo del libro), sobre lo efímero de la juventud, el inevitable ciclo de la vida y el ocaso de toda gloria. Todo eso gratis junto con la mayor cantidad de información que yo hubiera leído u oído jamás sobre aquel goleador que alegraba cada uno de mis fines de semana.
No sé si todo eso lo racionalicé la primera vez que leí aquella maravillosa entrevista, o luego, con los años, las decenas de veces volví a leer esas páginas memorables y a usarlas para intentar despertar  la imaginación y la pasión de los estudiantes de periodismo.
Pero sí sé que aquella lectura me marcó para siempre. De un modo, supongo que al principio inconsciente, comprendí que el periodismo podía volar alto, mucho más alto que lo habitual.
Por supuesto, luego leí muchos otros reportajes, crónicas, entrevistas que me maravillaron, empezando por la recopilación que realiza el genial cronista estadounidense Tom Wolfe en El nuevo periodismo. Pero la entrevista de Mérica a Morena fue la primera y el descubrimiento de un mundo. En todos estos años he hecho el esfuerzo por tratar de estar a la altura de esas grandes páginas. (...)
En Uruguay ya no abundan los dueños o directores de medios dispuestos a financiar el buen periodismo, las semanas de investigación y las muchas horas de fina artesanía que conlleva un trabajo periodístico realizado en profundidad, con rigor y amor por la palabra escrita. Es un proceso que comenzó hace diez o 15 años y no ha dejado de agravarse día a día. Hoy la norma es llenar los espacios de la manera más económica posible, la calidad del producto que se le ofrece al público no importa. Los resultados están a la vista.
Quienes así conciben a los medios de prensa se justifican señalando que el público no reclama calidad. Es un argumento cínico, una verdad a medias, que oculta la enorme responsabilidad que tienen estos empresarios y muchos comunicadores en el progresivo empobrecimiento de los medios y, a través de ellos, de la sociedad toda. Porque lo que no dicen es que la oferta también condiciona a la demanda. Si al lector solo se le da basura, si en el informativo de televisión solo aparecen rapiñas y choques, si los buenos periodistas son desplazados por algún gracioso y una legión de pseudo graciosos, si la mayor apuesta para conquistar al público es mostrar sangre a las ocho y culos a las diez, si en la radio solo se roban las noticias de los diarios y si en los diarios nunca se investiga nada, la gente termina por acostumbrarse. El público no puede reclamar lo que no conoce. Nadie reclamó nunca la aparición de los Beatles, ni la de Picasso, ni que alguien escribiera A sangre fría. Es imposible pedir lo que jamás se intuyó siquiera. Por eso hoy nadie exige encontrar en la prensa uruguaya un trabajo como aquella entrevista memorable de Mérica. Después de años y años de degradación de la calidad, en Uruguay ya nadie recuerda que la información, la profundidad y la calidad literaria pueden darse la mano en el periodismo. Encontrar hoy en un medio de prensa uruguayo un trabajo como aquel reportaje a Fernando Morena es una rareza extrema, por no decir un imposible.

Parte de la introducción del libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, reeditado luego, ampliado, como Un mundo sin Gloria.
Vale la pena leer también la crónica De cómo Ramón perdió los nombres, escrita por el periodista Gabriel Sosa, publicada en 2009 en la revista Bla y reproducida hoy en Cursos para/lelos: http://www.cursosparalelos.com/2010/12/de-como-ramon-perdio-los-nombres.html
el.informante.blog@gmail.com

10.12.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: críticas, reseñas y entrevistas



Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad. Entre ellos se incluyen:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Libro. Crónicas. Reportajes. Leonardo Haberkorn“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, cuyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en la prensa. Este artículo inspiró la canción "Un mundo sin Gloria" del músico Garo Arakelian, incluida en su disco que lleva el mismo título.
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
Otros tres reportajes y una introducción del autor completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro ha recibido las siguientes críticas, reseñas y comentarios:


Crítica en El País Cultural a cargo de Elvio E. Gandolfo

Crítica en la página de libros del diario La República:

Comentario en el blog Libreame:
 

El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT. Se puede leer un resumen de la presentación aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.


 


19.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: "El alma de las cosas"

Marcello Figueredo, Leonardo Haberkorn, Gabriel Pereyra
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el nuevo libro de Leonardo Haberkorn, fue presentado el martes 17 de noviembre por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra.
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
"A pesar de la variedad de temas, a pesar de la variedad de personajes, detrás de todas estas crónicas hay un gran denominador común, que es la capacidad de retratar desde costados muy distintos al mismo país, al Uruguay, que es la sociedad que está detrás de todas estas historias y de todos estos personajes".
"Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
La presentación se realizó en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT.

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Marcello Figueredo. Gabriel Pereyra. Leonardo Haberkorn


9.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas


Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nombre de mi nuevo libro.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad, todos en la línea del periodismo narrativo. Ellos son:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, suyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en los diarios. Esta historia le sirvió de inspiración al músico Garo Arakelian para componer la canción "Gloria", de su disco que lleva el nombre, justamente, de "Un mundo sin Gloria".
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
"El Gladiador": una semblanza del polémico director técnico de fútbol Julio Ribas.
"Kohen versus Kohen": la increíble historia de un hombre que desafió y venció a la naturaleza solo para demostrarle que era tan inteligente como su hermano.
"Regusci contra el petróleo": la peripecia del inventor uruguayo que lucha por fabricar un motor que funciona con aire comprimido.
Una introducción en la cual reflexiono sobre el periodismo actual completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT:
Las críticas recibidas pueden leerse aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.
 

 

8.8.09

Julio Ribas, el gladiador

Julio Ribas, Gladiador, Peñarol
Todas las mañanas bien temprano, aún en invierno, cuando llueve y hay helada, Julio Ribas sale al jardín de su casa en traje de baño, se para en el borde de la piscina y grita bien fuerte: «¡¡¡ESTOY EN GUEEERRAAA!!!». Luego se zambulle en las gélidas aguas.
Silvana, su esposa, le pide que no lance esos alaridos, porque teme que los vecinos se quejen. Pero Ribas no le hace caso. Para él, todas las personas del mundo están en guerra, sólo que algunos tienen la valentía de asumirlo y otros no. Él lo asume.
Ribas es el director técnico de Peñarol. Para muchos es el entrenador más polémico del país. A pesar de sus éxitos o precisamente por ellos. Se hace llamar El Gladiador. Hoy, cuando el fútbol se ha transformado poco menos que en una ciencia de laboratorio, él sostiene que es una guerra. Donde un técnico como el argentino Marcelo Bielsa ve un tablero de ajedrez lleno de estrategias por tramar, Ribas ve un campo de batalla. Él piensa que para ganar lo más importante es que sus “gladiadores” estén convencidos de que son invencibles. Y que sean capaces de dar lo máximo en cada jugada.
«Lo más parecido al deporte profesional está en el Coliseo romano», me dijo Ribas en Los Aromos. «Los que entran a un estadio no son ni azafatas ni modelos, son guerreros. ¡Guerreros! El fútbol es vida o muerte, deportivamente. Es uno u otro. No existe un gris».
Viéndolo así, su carrera es una suma de muertes y resurrecciones, triunfos y derrotas. Quizás todo dependa de lo motivados que estén los jugadores con su discurso.
Mi primer encuentro con Ribas fue en abril. Entonces Peñarol iba en las primeras posiciones y el objetivo de reconquistar el Campeonato Uruguayo -tras cinco años de fracasos con otros entrenadores- parecía cercano.
Ribas reunió a los futbolistas en la mitad de la cancha. No había público. Sólo se escuchó su arenga:
–¿Qué precio están dispuestos a pagar para ser campeones? ¡Yo pagaría lo que fuera! Siempre hay un precio por lo que querés y nosotros lo pagamos en cada entrenamiento. ¡Cada uno tiene que ser como si fuera el último!
Comienza la práctica. Hay que correr más, grita Ribas:
–¡Vamos que son jóvenes, les tienen que salir las tripas de la boca!
Un jugador falla en una jugada y agacha la cabeza, apesadumbrado. Es el tipo de cosas que Ribas no acepta en un «gladiador». Su voz truena:
–¡No agaches la cabeza! ¡La vida no es para lamentarse! ¡Es para buscar otra oportunidad!
Ahora ordena un ejercicio: los suplentes deben retener la pelota; los titulares, quitársela. Con el cuello de la remera levantado como malevo de tango, Ribas ordena comenzar. El arquero suplente le pasa el balón a uno de sus jugadores. Ribas empieza a gritar como si aquello fuera la final de la Copa del Mundo:
–¡Presione! ¡Presione! ¡Presione!, ¡Presiónalo! ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo ya!, ¡Presiónalo ya!, ¡PRESIÓNALO YA!, ¡PRESIÓNALO A MUERTE!
Antes de irse a bañar, los futbolistas practican tiros al arco. Ribas se para detrás de la portería. A cada uno que va a patear, lo desafía:
–¡Acá estoy yo, el monstruo! ¡Soy el ogro y no pueden soportar esta presión!
Ribas confía más en sus mensajes que los esquemas de juego o en las complicadas jugadas de laboratorio. «Si al jugador le llegás al alma, vas a ganar con la táctica y la estrategia que sea, el sistema sale solo», le dijo a un joven admirador que fue a Los Aromos a pedirle consejo sobre cómo entrenar a un club infantil. Si el escritor y periodista mexicano Juan Villoro escribió que los equipos que dirige el holandés Cruyff son como un cuadro expresionista abstracto en el que cada futbolista incorpora un color, de los equipos de Ribas podría decirse que son como un ejército medieval en el cual cada jugador ayuda con toda su fuerza a impulsar el ariete que golpea una y otra vez contra la fortaleza enemiga. Ribas lo llama «fútbol vertical». La pelota siempre es impulsada hacia adelante, contra el arco rival. Nada de elaboradas jugadas ni de sucesivos pases laterales de pelota. Siempre al frente, nunca para el costado.
Por entonces, Peñarol había ganado los últimos dos partidos que había jugado. Y luego ganó otro. Pero de todas maneras su juego había sido horrible según la mayor parte de la prensa. Sin embargo, Ribas no acepta ese tipo de críticas. A él le parece ridículo pretender que el fútbol tiene una dimensión estética.
–La estética es muy subjetiva, agradar a todos es imposible. Lo que cuenta, en la vida y el deporte, es la eficacia: hacer goles y que no te los hagan.
En su blog hay una frase que lo resume todo: “Ganar no es lo más importante. Es lo único”.
Uno de sus libros de cabecera es El arte de la guerra, del chino Sun Tzu, un clásico con 2.500 años de antigüedad. Tiene un ejemplar en su mesa de luz, junto con una biografía de Jesús, el Manual del Guerrero de la Luz, de Paulo Coelho, y otra media docena de libros a los que vuelve una y otra vez. «Sun Tzu dice algunas verdades universales», me explicó al término de un entrenamiento. «Una de ellas es que la invencibilidad está en uno mismo y la vulnerabilidad en el adversario. Los guerreros en la antigüedad primero se tornaban invencibles, para después ir por la victoria. Vos primero tenés que forjarte un hombre con una autoestima increíble. Y ella te va a dar la capacidad de jugar al fútbol de la mejor manera. Ése es el camino».
–¿Qué piensa cada mañana cuando se mira al espejo? –le pregunté.
–Que soy el mejor. No podría luchar por mi familia, por mis hijos, por mi equipo que es tricampeón del mundo y pentacampeón de América, si no lo sintiera.
En su blog Ribas se presenta como «el Gran DT», «¡Multicampeón!» y «¡Hombre récord!». Su ambición es llegar un día a ser campeón del mundo. «Hasta que no lo consiga no va a parar», me dijo su esposa.

Primer bloque del reportaje sobre Julio Ribas escrito por Leonardo Haberkorn. Fue publicado en la edición de agosto de 2009 de la revista Bla. Integra el libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
el.informante.blog@gmail.com

11.5.08

Hablan las familias de los fallecidos en los Andes

Hasta la publicación de este reportaje en 2006, nadie se había interesado en contar cómo habían vivido la tragedia/milagro de los Andes las familias de los que no volvieron de la montaña. Se publicó en la revista Gatopardo, así:
 

Los otros sobrevivientes de los Andes

La historia es conocida. Los libros, el cine y los medios la cuentan, una y otra vez, como un ejemplo de coraje, inteligencia, espíritu de equipo y amor a la vida: el triunfo del hombre ante la adversidad. Pero hay una parte de la historia que nunca fue contada y que, a diferencia de la otra, no tiene un final feliz.
Todo comenzó el 13 de octubre de 1972 cuando un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, fletado por un club de rugby que iba a jugar un partido amistoso en Chile, se estrelló en la cordillera de los Andes.
Llevaba cuarenta y cinco personas, pero no todas murieron. Perdidos a miles de metros de altura y a treinta grados bajo cero, un grupo de sobrevivientes -que al principio eran treinta y dos- resistió.
Cuando se terminó la poca comida que tenían,para no morir debieron comer la carne de los que ya habían muerto. El 12 de diciembre dos de ellos -Fernando Parrado y Roberto Canessa- emprendieron la imposible tarea de cruzar los Andes a pie, sin saber nada de montañismo y sin equipo para escalar. Contra toda lógica, lo lograron. Al fin, entre el 22 y el 23 de diciembre, dieciséis jóvenes (todos entre 18 y 26 años, excepto uno de 36) volvieron de aquellos setenta y dos días de infierno helado.
Hoy, universidades y empresas multinacionales les pagan miles de dólares para que cuenten cómo se sobrepusieron a tamaña adversidad y tomaron una de las decisiones más traumáticas que puedan imaginarse. Fernando Parrado, que actualmente es dueño de una gran cadena de ferreterías y tiene un programa televisivo de automovilismo, acaba de publicar Milagro en los Andes (Editorial Planeta, 2006), donde da su visión de aquellos días en la montaña. El libro, que firma como Nando Parrado, fue presentado al mundo en Nueva York y ya vendió 400 mil copias.
No es la primera obra sobre la epopeya de la cordillera y sus sobrevivientes. Antes ya se habían escrito diez libros, filmado dos películas, decenas de documentales y publicado miles de artículos de prensa.
Pero la historia de los veintinueve que habían muerto en la montaña seguía siendo desconocida. Mientras el mundo entero festejaba la aparición de los heroicos sobrevivientes, para las familias de los que no volvieron no hubo milagro. Lloraban la muerte de sus hijos. No sólo debieron asumir que ya no volverían a verlos: tuvieron que aceptar que sus cuerpos habían sido alimento. Detrás de su silencio hay muchas cosas: resignación, rabia, dolor. Algunos quieren a los sobrevivientes: los ven como la continuación de sus propios hijos.Otros los rechazan: no pueden entender cómo se atreven a hacer dinero con la tragedia.
Las familias de los que murieron en los Andes también tienen sus historias, pero su voz llevaba, hasta hoy, treinta y cuatro años de silencio.

***
En el avión, un Fairchild, viajaban cinco tripulantes y cuarenta pasajeros. Dieciséis eran jugadores de rugby de Old Christians, un club nacido en un colegio católico, selecto y conservador, orientado por religiosos irlandeses. Fernando Parrado y Roberto Canessa eran dos de ellos. También había parientes, amigos y otros pasajeros.
Gustavo Nicolich viajaba porque a sus 17 años era uno de los mejores jugadores de Old Christians. Era también uno de los más populares. La noche antes de partir, su casa fue una fiesta. “Sus amigos eran muy unidos y se reunían en casa. Y esa noche vinieron a ver qué ponía cada uno en el equipaje. Para ellos ir a Chile era como cruzar el océano”, recuerda Alejandro, su hermano, entonces de 15 años.
Enrique Platero, en cambio, no era un crack, pero era grandote y siempre daba el máximo esfuerzo, lo que en el rugby no es poco. Tenía 22 años. “Era muy fuerte, criado en el campo, ni una carie tenía”, recuerda Hélida Platero, su madre.
Marcelo Pérez del Castillo era el capitán del equipo y, como tal, había organizado el partido en Chile y contratado al avión.
Carlos Roque tenía 24 años, una esposa joven y un bebé de un año. Le gustaban los aviones y por eso había entrado a la Fuerza Aérea como mecánico. Solía volar con los Fairchild, pero no le correspondía hacer aquel vuelo a Chile. Su hijo, Alejandro, hoy un ingeniero en sistemas de 34 años, cuenta: “No le tocaba a él, sino a un compañero que le cambió el turno porque ese día cumplía años su hijo”.
A Rafael Echavarren le daban todos los gustos. Tenía 22 años y, como sus padres estaban en el campo, mientras estudiaba vivía en casa de sus abuelos en Montevideo junto con dos tías solteras. Rafael no era un Old Christians, pero un amigo lo había invitado a sumarse al viaje.
También Numa Turcatti, de 25 años, voló por invitación. Él no jugaba al rugby, sino al futbol. “Era un puntero izquierdo muy ágil y rápido”, recuerda su hermano Daniel, un abogado de 57 años.
El piloto era Julio César Ferradás, un experimentado coronel de 39 años. De su familia cercana, hoy sólo vive Elena, la viuda de un hermano también piloto que murió en 1974 cuando su avión cayó tras despegar de la ciudad uruguaya de Artigas y mató a cuarenta personas. “Trato de no enterarme”, dice Elena cuando se le pregunta si conoce el nuevo libro de Parrado. Tajante, afirma que su familia nunca habló del accidente y no lo hará ahora. “Él había cruzado 29 veces la cordillera. Siempre decía que los buenos pilotos se mueren de viejos. Estaba convencido de que así moriría él. Es todo lo que voy a decir en su honor”, declara y pone fin a la charla telefónica. Cinco minutos después llama y dice que quiere agregar una frase: “El tema sigue y sigue porque da dinero”.

***
Alejandro Nicolich, hermano de Gustavo, estaba en casa de su novia cuando escuchó la noticia: “Era 13 de octubre. Mi madre, Raquel, cumplía años. Ahí oí en la radio que un avión militar uruguayo se había perdido en los Andes”. Con la esperanza de que el avión fuera otro, llamó a su padre:
—Papá, ¿los chicos se fueron en un avión militar o de línea?
—Militar, ¿por qué?
“Le conté lo que acababa de escuchar. Me dijo: ‘Andá a casa, no le digas nada a tu madre que yo voy para allá’.” Pero cuando Alejandro llegó, el cumpleaños de su madre ya era un velorio. “Ya se lo habían dicho: estaba histérica, llorando, rezando, arrodillada en su cuarto.”
La noticia fue sembrando el dolor por todo Montevideo. Sara, la mamá de Rafael Echavarren, aquel joven mimado por abuelos y tías, miraba televisión y de pronto sintió que se le encogía el cuerpo. El televisor decía: “Se desconoce el destino del Fairchild...”.
Unas horas después, la novia chilena de Guido Magri, uno de los Old Christians que formaba parte del grupo, llamó a Montevideo y, para calmar a los Magri, dijo que el avión había aparecido. La noticia era falsa —Guido había muerto— pero corrió rápido.
“Aquello era una locura —recuerda Raquel, la madre de Gustavo Nicolich—. El teléfono no paraba de sonar y mucha gente venía a casa. Me decían: ‘Raquel, terminá bien tu cumpleaños, los chicos se salvaron’. Después supimos que no era cierto.”
Luego de escuchar la noticia en la televisión, la noche de Sara Echavarren se hizo muy larga. Su esposo Ricardo estaba de viaje con su hija mayor, Sarucha. Sus dos hijas menores, Pilar y Beatriz, estaban en clase de baile. Cuando volvieron, Sara les contó y cenaron sin hablar. Después las mandó a la cama. “Mañana hay que ir al colegio, como todos los días. ¿O se van a quedar todo el día oyendo a la radio repetir siempre lo mismo?”
A esa altura de la noche, el teniente Juan Maruri, un piloto de la misma promoción que el coronel Ferradás, estaba seguro de no volver a ver a su amigo. Sabía que se tardan años en hallar aviones perdidos en mares, selvas o montañas. “El gordo Ferradás era buen piloto, pero nunca creí que alguien hubiera sobrevivido.”


***
El avión había salido el 12 de octubre de Montevideo con rumbo a Santiago, pero debido al mal tiempo en la cordillera, debió aterrizar en Mendoza. Todos durmieron allí y, al otro día, los jóvenes pasajeros presionaron a los pilotos para reanudar el viaje. Uno de ellos, Roberto Canessa, les preguntó si eran cobardes. Julio César Ferradás respondió: “¿Quieren que sus padres lean
mañana en los diarios que cuarenta y cinco uruguayos se perdieron en los Andes?”.
Los pilotos estaban ante un dilema. La ley argentina impedía que un avión militar extranjero permaneciera más de 24 horas en su suelo: el avión debía seguir viaje a Santiago o volver a Montevideo. El tiempo había mejorado, pero aún no era ideal. Mientras ellos decidían, los muchachos no ocultaban su enojo. “Ninguno de nosotros comprendió a difícil decisión a la que se enfrentaban los pilotos”, admite Fernando Parrado en su libro. Por fin Ferradás y su copiloto anunciaron: partirían hacia Chile.
Aunque el Fairchild era nuevo, no podía volar sobre los picos de la cordillera: debía cruzarla por uno de sus “pasos”, corredores de menor altitud entre las montañas. Pero algo ocurrió —un error humano, de instrumental, o ambos— y el avión perdió el rumbo. Rodeados de densas nubes y sacudidos por fuertes turbulencias, los pilotos descubrieron, de pronto, que estaban volando entre las cumbres más altas.
El teniente Maruri, que además de piloto es historiador de la Fuerza Aérea Uruguaya, reconstruye el accidente: “Cuando vieron que se iban a estrellar contra una montaña, forzaron los motores e intentaron subir. El avión iba a su máxima potencia, paralelo a la ladera, tratando de remontarla. Los pasajeros veían la nieve a uno o dos metros de las ventanillas. Me imagino lo que habrá sido ese momento, la tensión, los gritos desesperados de los pilotos... Por un pelo, por unos metros, no lo lograron. El avión tocó la montaña, se partió la cola y el resto del fuselaje comenzó a deslizarse por la otra ladera hacia abajo. Si hubieran chocado de frente, hubieran muerto todos”.
Ni bien el avión se detuvo, Marcelo Pérez del Castillo, el capitán de Old Christians, asumió la tarea de organizar al grupo. Había trece muertos, entre ellos el piloto Julio César Ferradás. La madre de Fernando, Eugenia Parrado, había muerto, y su hermana, Susana, agonizaba.
Canessa y Gustavo Zerbino,un jugador de Old Christians de 19 años, comenzaron a atender a los heridos: ambos estaban en los primeros años de la Facultad de Medicina.
Enrique Platero tenía un tubo de acero clavado en el estómago. Fingiendo tranquilidad, Zerbino se lo arrancó y, con el tubo, salió parte del intestino. Enrique vivió así las siguientes dos semanas.
A Rafael Echavarren, el consentido, se le veían los huesos de la pierna porque los músculos se le habían desgarrado hasta quedar colgando. Zerbino se los ató con una camisa.
Fernando Parrado estaba inconsciente, pero se recuperaría.
Roberto Canessa, Gustavo Nicolich y Numa Turcatti no tenían heridas. Carlos Roque estaba en estado de shock, pero sano.

***

El día siguiente a la desaparición del avión, por la mañana, Hélida Platero, la mamá de Enrique, el joven herido en el estómago, fue a la casa de un radioaficionado de Carrasco, el barrio de clase alta donde vivía la mayoría de los que iban en el avión, en busca de noticias.
Otros decidieron volar a Santiago de Chile. Parrado cuenta en su libro que uno de ellos fue su padre y que, viendo la cordillera desde el avión, asumió que su esposa, su hija y su hijo habían muerto.
En Montevideo, Sara Echavarren pensaba lo contrario. "Alguien se salvará y vendrá a contar esta historia”, le decía a Ricardo, su marido. Sara se impuso no perder la alegría y el ánimo. Su hija mayor, Sarucha, recuerda: “Esos días no los vivimos en un clima de tragedia: si había que
salir, salíamos; si había que bailar, bailábamos”. Chicos y chicas llegaban de visita para acompañar a las hermanas Echavarren y Sara les compraba tortas y Coca-Cola.
En lo de los Nicolich, en cambio, el clima era de velorio. Alejandro recuerda que durante días se puso el plato para su hermano ausente en el comedor.

***

Mientras, en la cordillera hacía un frío de muerte y los sobrevivientes casi no tenían qué comer: la ración diaria era un trocito de chocolate, algo de mermelada y el vino que entraba en una tapa de desodorante. Tenían noticias del mundo por una radio portátil, que todavía funcionaba. El capitán del equipo, que había organizado al grupo, mantenía la moral repitiendo que serían
rescatados, pero la situación era dramática. Los dos primeros días murieron cinco personas más y, de los tripulantes, sólo quedaba vivo el mecánico Carlos Roque.
El tercer día vieron aviones y creyeron que el rescate era inminente, pero nada sucedió. El octavo día murió Susana, la hermana de Parrado, y se quedaron sin comida. Y el décimo día, los veintiséis que quedaban decidieron comer la carne de los muertos.
Parrado había pensado en eso por primera vez viendo la herida de un compañero. Según narra en su libro: “El centro de la herida estaba húmedo y en carne viva y había una capa de sangre seca en los bordes. No podía dejar de mirar esa capa seca y, mientras olía el débil hedor a sangre en el aire, noté que aumentaba mi apetito”. Parrado cuenta que, cuando salió de su trance y levantó la vista, otros sobrevivientes famélicos estaban viendo y pensando lo mismo.
Lo decidieron en una asamblea. El primero que se animó a hablar fue Roberto Canessa: “Nos estamos muriendo de hambre. Nuestros cuerpos se están consumiendo. A menos que ingiramos pronto proteínas, moriremos, y la única proteína que hay aquí está en los cadáveres de nuestros amigos”.
Más de uno se horrorizó y discutieron toda la tarde. Al fin, quedó claro que no había otra opción si querían vivir. Nadie se opuso, aunque cuatro, entre ellos Numa Turcatti, anunciaron que no serían capaces de hacerlo.
El undécimo día y tras aquella decisión, un grupo escuchó en la radio que, como era imposible que hubiera sobrevivientes, la búsqueda se había dado por terminada. Era su sentencia de muerte.
Los que permanecían dentro del fuselaje no habían escuchado y nadie se atrevía a contarles. Al fin, Gustavo Nicolich anunció la mala noticia: habían suspendido la búsqueda y, por tanto, nadie los rescataría. Pero, les dijo, había una buena: saldrían de allí por sus propios medios.
Saber que no habría rescate hizo que los que se resistían a comer los cadáveres, aceptaran que no tenían otro camino.
Hacía diecisiete días que estaban en la montaña cuando, la noche del 29 de octubre, un alud sepultó al avión y mató a Gustavo Nicolich, Enrique Platero, Carlos Roque, Marcelo Pérez del Castillo y otros cuatro sobrevivientes.

***
 
Suspendida la búsqueda oficial, los padres continuaron con la suya. Tras mucho insistir, lograron
que la Fuerza Aérea Uruguaya les diera un viejo avión para seguir buscando. Pero aquel C-47 no funcionaba bien. “Ya sobre el Río de la Plata se le paró un motor. Tres veces en un viaje a Chile tuvimos que aterrizar por lo mismo —recuerda el padre de Nicolich—. A la Fuerza Aérea hay que reconocerle el esfuerzo, pero fue peligroso. Igual se los agradezco, porque pudimos haberlos encontrado: más de una vez pasamos sobre ellos.”
Ricardo Echavarren, papá de Rafael, también voló en aquel avión sobre el Fairchild accidentado, pero no pudo verlo. Fue durante uno de esos vuelos que se descubrió una cruz en la montaña, y corrió la noticia de que estaban vivos.
“Hasta los de La Cachila, el club archienemigo de Old Christians, vinieron a casa a saludar”, recuerda Alejandro Nicolich. Pero la cruz la habían hecho unos científicos que estudiaban los deshielos. “Al otro día todo era de vuelta un velorio.”
La sucesión de noticias falsas hizo que Hélida Platero dejara de leerlas. Sin embargo, nunca dejó de creer que su hijo vivía: “Enrique se salvó”, repetía. Lo mismo sentía Ricardo Echavarren: “Volando sobre Chile, siempre creí que mi hijo estaba vivo”, y Sarucha, la hermana mayor de
Rafael Echavarren, llora al recordar la fe que tenían. Muchos les decían: “Un accidente aéreo, en los Andes, después de tantos días, semanas, meses, ¿cómo pueden creer que están vivos?”. Pero eso creían.
Al padre de Gustavo Nicolich le sucedió todo lo contrario: volando sobre la cordillera perdió la esperanza. Era imposible que hubiera sobrevivientes en ese desierto helado. De regreso, intentó que su familia asumiera la muerte de su hijo. “Papá nos decía: ‘Tenemos que ir para adelante,
olvídense, Gustavo ya se fue, no va a volver’ —recuerda Alejandro—. Pero yo no paraba de llorar. Le decía ‘No, papá, están vivos’.”


(Continúa)


Sobrevivientes de los Andes, Fallecidos en los Andes, tragedia de los Andes, reportaje Leonardo Haberkorn

Fragmento de un reportaje publicado por Leonardo Haberkorn en la revista colombiana Gatopardo (setiembre de 2006). Luego fue reproducido por el diario uruguayo Plan B (28 de diciembre de 2007). El artículo completo se puede leer en el libro Un mundo sin gloria (Fin de Siglo, 2023). Se puede comprar en librerías de Uruguay o escribiendo a libroshaberkorn@gmail.com











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