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17.7.12

¿Cómo Astori pudo equivocarse así?

Los mismos argumentos. Las mismas excusas. La misma falta de pudor y autocrítica. Confirmado: tenemos tres partidos tradicionales. Esa es la triste conclusión de la sesión de la Cámara de Diputados en la que se discutió el cierre de Pluna. Allí, el gran argumento de los representantes del Frente Amplio fue recordar a los legisladores colorados y blancos viejos escándalos de los gobiernos de sus partidos. "Miren que ustedes también hicieron cosas horribles, eh". De todo aquello que el Frente Amplio presumió durante décadas que lo distinguía de sus adversarios políticos hoy ya no queda nada.
Ya se había visto antes. Había sido grotesco, por ejemplo, el final del caso de la corrupción en los casinos municipales, con el fiscal llegando fuera de plazo -porque tuvo problemas con su computadora- a presentar su apelación al no procesamiento de varios importantes ex jerarcas del gobierno del Frente Amplio.
Pero el caso Pluna, que terminó por borrar del mapa a la histórica línea aérea uruguaya, lo sobrepasó todo.
Durante días los tres principales responsables políticos de este desastre -Víctor Rossi, Danilo Astori y Tabaré Vázquez- ni siquiera dieron la cara. Ahora, tras muchos días de silencio, Astori escribió una columna en el portal Uy.press donde dice "me equivoqué", pero al mismo tiempo elude todas las grandes interrogantes que deja el caso. Preguntas que el Parlamento tampoco podrá investigar ya que el Frente Amplio, traicionando otro más de sus postulados históricos, se negó a abrir una comisión investigadora.
Lo más insólito, lo que tendría que empezar por explicar Astori, es cómo Campiani llegó a hacerse de Pluna.
Según han admitido varios dirigentes del propio Frente Amplio (el senador comunista Eduardo Lorier por ejemplo) el gobierno del presidente Tabaré Vázquez a través de Astori, que entonces era ministro de Economía, recurrió al broker Paul Elberse, uno de los responsables de la compañía Ficus Capital, para que "encontrara" un inversor interesado en la compañía aérea uruguaya. Fue Elberse quien presentó a Matías Campiani, un hombre de opacos antecedentes empresariales sin la más mínima experiencia en compañías de aviación o cualquier cosa que se le parezca mínimamente. Y el gobierno -el presidente Vázquez, el ministro de Economía Astori y el de Transporte, Víctor Rossi- aceptó la propuesta de Elberse, con los resultados nefastos que hoy conocemos. No hubo licitación. Elberse cobró por su tarea de asesoramiento y búsqueda de un inversor entre 900.000 y 1.000.000 de dólares, según han manifestado diferentes actores políticos.
Astori Elberse Pluna
¿Cómo fue posible que Astori seleccionara a Elberse para esa tarea? ¿Cómo fue posible que el presidente Tabaré Vázquez lo aceptara? ¿Es que acaso sufrieron una poderosa amnesia que les hizo olvidar los antecedentes de este banquero nacido en Holanda y engordado en Uruguay? Esa es una de las grandes preguntas que nadie del Frente Amplio ha logrado responder hasta el momento.

Sueldo presidencial

El "empresario" Elberse apareció en la escena uruguaya en 2002, como vicepresidente y gerente general del "rescatado" Nuevo Banco Comercial, propiedad del estado uruguayo. designado por el entonces ministro de Economía Alejandro Atchugarry. En junio de 2003 Atchugarry dijo en el Parlamento que se le había fijado a Elberse un sueldo de 20.000 dólares, aunque él y Gustavo Licandro, el presidente del NBC, "estaban habilitados a percibir premios vinculados al éxito de su gestión" que cobrarían ¡cuando ellos mismos lo determinaran!
Al parecer Elberse fue muy generoso con sus propios premios porque meses después estalló un escándalo al trascender que, en momentos de enormes penurias para el país, el banquero holando uruguayo estaba cobrando un salario mensual de unos 33.000 o 35.000 dólares por mes, una paga tres veces superior a la del actual presidente Mujica y equivalente a la del presidente de los Estados Unidos, la principal potencia mundial.
Elberse pidió por carta al gobierno que no divulgara su salario oficial, pero el ministro del Tribunal del Cuentas Ariel Álvarez, informó que entre abril y julio de 2003 el banquero había cobrado más todavía: 180.000 dólares (45.000 dólares por mes, en promedio) .
La noticia de los descomunales haberes que se embolsaba Elberse provocó entonces fuertes críticas al gobierno de Jorge Batlle de parte de los legisladores de la oposición. Uno de los más críticos fue el entonces diputado Víctor Rossi.
El ministro de Economía de la época, Isaac Alfie, fue convocado al Parlamento por este tema. Rossi denunció que los haberes de Elberse eran "excesivos e inconvenientes". En medio de fuertes presiones, Alfie le pidió la renuncia. Pero el broker holandés se negó a abandonar su privilegiado cargo y sus surrealistas ingresos. Finalmente Alfie lo despidió, noticia que Rossi celebró por estar en el "camino correcto". Elberse realizó entonces un acción contra el Estado uruguayo ya que su contrato establecía que si era despedido antes de un año se le debía abonar una fuerte suma. Elberse reclamó que se le pagaran... 3,5 millones de dólares. El caso le fue confiado a un tribunal integrado por Julián Moreno, Arturo Caumont y el ex ministro y senador blanco Ignacio de Posadas, este último en representación de Elberse. El laudo llegó a fines de 2004. Moreno votó en contra del holandés, pero Caumont y De Posadas lo hicieron a favor y decidieron que el fundido Estado uruguayo debía pagarle a Elberse la suma de 1,2 millones de dólares.
Aunque parezca mentira, a este señor fue a buscar Danilo Astori para salvar Pluna. No alcanza un "me equivoqué" para explicar cómo pudo ser posible. Astori escribió en su columna autocrítica que todo lo hizo "buscando una salida pensando en el interés nacional". ¿Fue a buscar a Elberse pensando en la patria? Con todo respeto, parece un chiste de humor negro.
¿Y Rossi? ¿Será casualidad su participación en ambos episodios elbersianos?
Está visto que en este país falta memoria. Mucha memoria y bastante vergüenza.
Elberse estudió en Stanford. En Stanford debe existir una materia llamada "Cómo Joder al Uruguay con el Gobierno del Partido que Sea".
Algún día Vázquez, Astori y Rossi deberán explicar por qué confiaron la suerte de Pluna y le pagaron un millón de dólares (¡otro más!) al mismo señor Elberse, a quien antes habían repudiado por sus descarados manejos monetarios con el Estado uruguayo.

8.12.11

Nuestro problema con el delito

Ya nadie discute que Uruguay tiene un problema de seguridad. Lo que se discute ahora son las razones, las responsabilidades y el eventual modo de salir de esta locura que cada día nos depara una noticia peor que la otra.
Como ocurre con todo problema complejo, en la crisis de la seguridad pública las causas son múltiples y variadas. El calamitoso estado de las cárceles, la decadencia de la Policía, la corrupción tolerada y escandalosa en el INAU sin duda son algunas de ellas. Son problemas que décadas y décadas de desidia política han agravado hasta los límites intolerables del presente.
Pero sin desmerecer la influencia de estos y otros fenómenos, existe otro ingrediente que juega un rol muy importante en la crisis de la seguridad y del cual no se habla. Es una causa obvia y oculta a la vez: ocurre que un número muy grande de uruguayos, un porcentaje mayor al que nadie está dispuesto a admitir, no siente que el robar sea algo necesariamente condenable. Dicho en otras palabras: muchos, demasiados, uruguayos no condenan el delito. Ser delincuente no está necesariamente mal visto en Uruguay.
Las razones por las cuales esto es así tiendo a creer que son complejas. Por un lado, algo de eso hay en nuestro ADN histórico. Fuimos tierra de conquistadores que llegaron con la ilusión de llevarse mucho y construir poco. En nuestra historia, además, hay mucho bandolerismo maquillado, oculto, incluso glorificado. Los malones charrúas, el gauchaje que vivía de lo que podía tomar aquí y allá, los abusos de las tropas de Artigas cuidadosamente borrados de los libros de texto, los paisanos que en Rocha prendían fogatas en la costa para engañar a los barcos, hacerlos encallar y robar las pertenencias de los náufragos. Sin olvidar las “expropiaciones”, eufemismo con el cual el MLN llamó y llama a los asaltos con los que financió su fallida revolución.
La idea central implícita que justifica todos estos abusos es que los pobres, los desamparados, tienen derecho a robar. Es un discurso histórico que sigue vivo porque lejos de combatírselo se lo ha alimentado y reforzado. Durante décadas ciertos grupos políticos han insistido en la idea de que la pobreza justifica el delito. A lo largo de muchos años desde el regreso de la democracia, mientras la vida en  el Uruguay iba poco a poco perdiendo su histórica calma, se insistía con el mismo argumento: ¡cómo no va a aumentar el delito si cada vez hay más pobres! El vicepresidente Danilo Astori admitió en una reciente entrevista que el Frente Amplio propaló durante mucho tiempo esa idea “equivocada”.
Lo cierto es que el efecto de ese discurso ha impregnado la mente y el corazón de los uruguayos: el delito no se condena porque lo cometen los pobres desgraciados que nada tienen. Así se piensa.
Por supuesto, el argumento era falso en 1985, en 1995, en 2005 y lo es hoy también como –más vale tarde que nunca- Astori acaba de reconocer. Si fuera así, en  países como Haití, Nepal y Burkina Faso todos serían ladrones. Sin embargo, en Uruguay esta manera de pensar prendió con tanta fuerza que algunos recién se desayunan ahora de su falsedad. ¿Cómo es posible que la pobreza haya caído notoriamente y los delitos sigan subiendo?  ¿Cómo puede ser que Uruguay tenga el menor índice de desempleo en muchas décadas y día por medio maten a un comerciante, un vigilante, un policía o un taxista en un asalto? El ministro Bonomi, que como buen tupamaro ayudó militantemente en estos últimos años a instalar la idea de que la pobreza justificaba el delito, ahora ensaya triples saltos mortales en un intento imposible de conciliar su viejo discurso con la actual realidad: la gente -ha dicho- antes robaba para comer, y ahora para tener championes.
Mirá vos. Qué lindo que es ser tupamaro para encontrarle siempre una explicación sencilla a todas las cosas.
Pero el problema no es Bonomi. El problema es que la gente no le sigue el paso a Bonomi. La mayoría continúa pensando que el delito no es algo condenable. Que ser pobre lo justifica. Es la reedición de la lucha de clases en su versión más decadente y resentida: pobres planchas contra ricos chetos, con música de los Wachiturros de fondo. Por eso hubo tantos uruguayos que gozaron (sí, gozaron) al enterarse que un padre de Carrasco había matado a su hija creyendo estar disparando contra un ladrón. Es triste y es penoso, pero es así.
Este “estado del alma” del país nos trae varios problemas. Por un lado, muchos uruguayos sienten que no hay nada de malo en incursionar en el delito, las pruebas están a la vista.
Otros no salen a robar con revólver, pero se llevan todo lo que pueden de su lugar de trabajo. Hace unos meses vimos a un sindicato importante del PIT-CNT ir al paro en defensa de uno de sus trabajadores que había sido filmado robando. Pocas semanas atrás dos jueces de Maldonado fallaron en favor de dos trabajadores que habían sido despedidos del hotel Conrad, uno por llevarse a su casa alimentos de la cocina del establecimiento; el otro por quedarse con una pertenencia de un huésped. Dos casos que para el diccionario entran en la categoría de robo. Pero que para la Justicia uruguaya ni siquiera configuraron una notoria mala conducta.
De los bienes públicos que están en la calle, ni hablemos. Tenemos el récord mundial de robo de cables. Se llevan las canillas, las tapas de OSE, la arena de las playas, las plantas de los canteros, las letras de bronce de los monumentos, las placas de los cementerios.
Otros no roban directamente, pero como el delito no les parece algo condenable, para ellos no es un ningún problema comprar cosas robadas. Nadie ve al celular ajeno como un objeto de horror. Nadie ve miedo, pánico, sangre, muerte en un plasma que llegó al mercado a través de un asalto. No. Es tan solo una oportunidad, una oferta, la posibilidad de sumarme yo mismo a la cadena de viveza criolla. Si todos roban, los políticos son corruptos, los ricos son explotadores, ¿por qué yo, que soy más pobre que ellos, no voy a tomar mi pequeña tajada? Ni que decir que un razonamiento similar utilizan muchos para justificar sus evasiones impositivas.
Así funciona el círculo infernal en el que estamos metidos.
Si el delito no está mal visto, quizás eso explique por qué existe tan poca preocupación por sus víctimas. La Policía muchas veces arroja sospechas sobre los asaltados, los muertos, los desaparecidos de la democracia, como Nadia Cachés, de la que nadie habla y ningún equipo busca: gente imprudente que andaba con dinero, o con un reloj caro, o con vidrios polarizados, o en bicicleta como Nadia, o con armas, o sin armas, que quiso defenderse, o que no tomó lecciones de cómo enfrentar a un delincuente justiciero. La prensa cada vez más  reproduce cualquier cosa que le dice la Policía sin ponerse un segundo en la piel de la víctima o de su familia.
La sociedad uruguaya defiende a las víctimas de la dictadura, de la violencia doméstica, incluso a los animales maltratados, porque la dictadura, la violencia doméstica y el maltrato animal están mal vistos, por suerte. Pero al mozo de Los Francesitos que quedó casi parapléjico porque un delincuente le pegó un balazo con una bala preparada para hacer más daño, a él, como a cientos de víctimas de los delitos de cada jornada, a ellos no los defiende nadie. Nadie.
Y no los defiende nadie porque el delito común no está mal visto por una enorme cantidad de uruguayos. Esa es la verdad. Ése es nuestro terrible ADN. Esa es nuestra desgracia, la prueba de nuestra brutalidad, de nuestro atraso.
Podrán cambiar mil veces los ministros. Pero hasta que eso no cambie, no cambiará nada.


el.informante.blog@gmail.com


20.4.08

Astori debe una materia

Hace 20 años Danilo Astori era decano de la Facultad de Ciencias Económicas, mi amigo X estudiaba en una universidad de Texas y yo era periodista en el semanario Aquí.
Por su excelente rendimiento como estudiante, X había impresionado a las autoridades de aquella universidad estadounidense. Como X provenía de la Facultad de Ciencias Económicas de Montevideo, los texanos quisieron becar a otros estudiantes como él. El decano en persona vino a Uruguay a ofrecer las becas.
Astori, que en aquellos años no era precisamente un izquierdista renovador, nunca recibió a su colega estadounidense. El académico estuvo esperando ser atendido, pero finalmente se fue de Montevideo sin nunca haber podido siquiera ofrecer las becas. El hombre partió con la idea de que no había sido recibido por ser estadounidense. Otra razón no había.
Cuando conocí esta historia pensé que era una noticia que el público debía conocer. Llamé a Astori pero no quiso hacer declaraciones. “Es un tema de los colorados”, me dijo. Le insistí, sólo quería saber si aquello era cierto, si no había recibido al emisario de una universidad de Texas que venía a regalar becas. Astori se enojó. “Es un tema de los colorados”, repitió y me pasó un largo sermón: un semanario de izquierda como Aquí debía ocuparse de otros asuntos, como reclamar más dinero para la enseñanza.
Escribí la nota con los datos que tenía y los dichos de Astori. El secretario de redacción la editó y quedó pronta. Pero el artículo no fue publicado. A último momento fue levantado por orden de una autoridad del Partido Demócrata Cristiano, dueño del semanario.
Hoy Astori es ministro de Economía y mi amigo X, que volvió a Uruguay, se ha transformado en un referente en su especialidad y en una importante autoridad académica. En su caso, los beneficios de haberse especializado en la universidad de Texas han sido notorios. Otros pudieron haber tenido la misma suerte y no la tuvieron.
Astori cambió mucho desde entonces. Ya no defiende, por ejemplo, las virtudes del “socialismo real”. Ahora aboga por otros puntos de vista, como el de estrechar vínculos con Estados Unidos. Todos pudimos verlo en la televisión muy satisfecho con haber recibido al presidente George W. Bush, un texano que sí pudo estrecharle la mano.
Astori enumeró en la pantalla todo lo bueno que se logró con la visita de Bush. Destacó, entre otros puntos, que se firmó un acuerdo que permite el intercambio de estudiantes entre Uruguay y Estados Unidos.
La gente tiene derecho a cambiar de opiniones y siempre es positivo vencer los prejuicios. Pero los políticos deberían tener la humildad de explicarle al público las razones de sus virajes, ya sea sobre el comunismo, Estados Unidos, el Mercosur o el impuesto a los sueldos, ese espantoso tema de los colorados que ahora volvió de la mano de Astori.
Es una materia que Astori, que fue decano, todavía tiene pendiente.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 15 de marzo de 2007

5.4.08

Uruguay 2007: razones para escapar

Todos los días se conoce una nueva noticia respecto a los uruguayos que emigran. Cada día se agrega un dato nuevo. En las últimas semanas, El País informó que debido a la baja natalidad y a la emigración, Uruguay se ha convertido en el país más envejecido de América Latina. El Espectador entrevistó a una economista estadounidense que estudia las remesas que envían los uruguayos radicados en Estados Unidos. El ex ministro Alejandro Atchugarry hizo notar que el bajo desempleo se debe en parte a la constante emigración. El canciller Reinaldo Gargano dijo que la emigración es una “sangría tremenda”. El Observador informó a toda primera plana que hay una gran emigración dentro de la colectividad judía. Varias emisoras de radio y televisión entrevistaron al responsable de la oficina que otorga los pasaportes: el ritmo de entrega es frenético, se ven obligados a trabajar los sábados, casi como en la crisis de 2002. Este miércoles se conoció un informe del Instituto Nacional de Estadísticas: desde 1963 emigraron más de 600.000 uruguayos y el fenómeno está lejos de detenerse, más bien todo lo contrario: los uruguayos se siguen yendo de a miles.
Lo curioso es que estas noticias comparten la agenda informativa con una catarata de anuncios sobre la buena marcha de la economía. Tal como ocurría durante la segunda presidencia de Julio M. Sanguinetti no hay día en que no se divulgue un nuevo y alentador indicador económico. Los uruguayos se van, pero Uruguay avanza.
La edición de El País del viernes 22 es un buen ejemplo de esta dicotomía tan difícil de conciliar. En la página 11 el título principal dice: “Cancillería procura estrechar lazos con migración calificada”. El artículo indica que “el gobierno está preocupado porque la perspectiva de emigración va en aumento” y que “las informaciones disponibles indican que es probable que la situación en el futuro cercano empeore”. Sin embargo, uno da vuelta la hoja y en página 12 aparece una gran foto de un sonriente ministro de Economía Danilo Astori, acompañado por sus sonrientes colaboradores Fernando Lorenzo y Mario Bergara. ¿A qué se debe tanta alegría? A la colocación de una nueva partida de deuda externa. Quizás el modo en que “Uruguay avanza” tenga que ver con la decisión de miles de uruguayos de irse lejos.
Ese mismo día, en un teatro Solís colmado durante una ceremonia de graduación, el rector de la universidad ORT, Jorge Grünberg, se preguntó por qué si la economía marcha tan bien, si el gobierno tiene índices de popularidad tan altos, por qué tantos jóvenes uruguayos siguen emigrando o soñando con emigrar.
Algunas pistas para responder a ese dilema pueden encontrarse en Importante pero urgente. Políticas de población en Uruguay, un libro recientemente editado por Juan José Calvo y Pablo Mieres.
La obra incluye un completo informe sobre migración realizado por las demógrafas Wanda Cabella y Adela Pellegrino y un equipo de colaboradores. De él, la prensa recogió un único dato, muy preocupante: los uruguayos que emigran son los más calificados. Pero muchos otros aspectos, igualmente reveladores, no fueron consignados.
Por ejemplo: aunque todos conocemos casos de uruguayos que retornan, el estudio revela que desde 1963 siempre son más los que se van que los que regresan o llegan. Dicen las demógrafas: “En ningún tramo intercensal la emigración dejó de constituir un fenómeno dominante, ni siquiera en el período cercano a la reinstalación del sistema democrático, que implicó el regreso al país de los exiliados políticos”.
Contra lo que se suele decir, las especialistas sostienen que las cifras derivadas de las entradas y salidas del Aeropuerto Internacional de Carrasco son de una “confiabilidad aceptable” para estudiar el flujo migratorio. Y las cifras del aeropuerto demuestran que, pese a las sonrisas del equipo económico, la emigración sigue siendo muy alta. En 2004, el saldo negativo de entradas y salidas fue de 7.292, en 2005 subió a 9.593. En 2006, según informó la prensa, llegó a 17.000.
Las cifras del estudio son contundentes. De acuerdo con el perfil de los emigrados en 2002, el 54,3% de los que se van son menores de 29 años. Y el 27,1% tiene entre 30 y 44. Quiere decir que el 81,4% de los uruguayos que emigran tiene menos de 44 años. Sonrían para la foto.
Hay mucho más en el informe de Cabella y Pellegrino. El nivel educativo de los que se van es muy superior al de los que se quedan. Entre los emigrantes el 34,2% tiene educación terciaria. Entre los que permanecen en Uruguay sólo el 20,3% la tiene. Es decir: se van los más preparados. Entre los que se quedan el 31,2% apenas terminó la escuela, entre los que se van sólo el 6,7% está en esa condición.
En 1982 el 49,8% de los que se iban emigraban a Argentina y el 7,2% a Brasil, dos países desde los cuales es más fácil volver y mantener los lazos con Uruguay. En 2002, según Cabella y Pellegrino, la emigración a Argentina cayó al 8,5% del total y la que tiene como destino Brasil bajó al 1,5%. En cambio los que se van a España eran sólo el 5,1% en 1982 y pasaron a ser el 32,6%. Los que se van a Estados Unidos se triplicaron: del 11 al 33,3%. Cuanto más lejos, mejor.
En 2000 había 24.500 uruguayos censados en España. En 2004 llegaron a 70.000.
Confirmando que se van los más preparados, las demógrafas citan un estudio oficial de Estados Unidos según el cual el 30% de los uruguayos censados en ese país están en los estratos más altos de la escala laboral: profesionales, directores, gerentes.
Al respecto hay un dato sorprendente que no ha sido recogido por la prensa. En promedio, los emigrantes uruguayos de mayor nivel educativo no son los radicados en España y Estados Unidos, sino los que se fueron a Brasil y México.
¿Por qué ocurre algo tan sorprendente? Cabella y Pellegrino anotan dos razones: por un lado, Brasil y México son dos países que invierten en investigación científica y tecnológica, lo que estimula la llegada de gente preparada. Por otro lado, como “la desigualdad en la distribución del ingreso es importante en ambos países, los retornos de la educación son significativamente más altos que en Uruguay y, por lo tanto, se convierten en destinos atractivos para los trabajadores calificados”.
El dato es fundamental para entender por qué los más preparados se siguen –y se seguirán- yendo a pesar de los grandes éxitos del gobierno y las sonrisas del equipo económico. Con una reforma tributaria cuyo gran objetivo es igualar hacia abajo, que dinamitará la capacidad de ahorro de los que habiéndose preparado hoy son “ricos” (¡ganan más de 15.000 pesos!), ¿qué razones puede encontrar un joven que estudió para quedarse en Uruguay?
Los sonrientes señores del equipo económico deberían leer el trabajo de Cabella y Pellegrino. Entre los emigrantes que tienen entre 18 y 29 años, un brutal 47,5% se va porque no tiene trabajo. Pero hay otros dos indicadores igualmente chocantes: el 21,3% de los jóvenes emigra por los bajos ingresos que recibe y el 19,5% lo hace por la baja calidad de vida que tienen: mucho estudio, muchas horas de trabajo, poca capacidad de consumo y ahorro nulo. Es decir que el 40,8% de los jóvenes se va porque gana poco y vive mal. ¿La reforma tributaria soluciona este problema o lo agrava?
La respuesta viene con el siguiente dato: a medida que el nivel educativo avanza, crece el porcentaje de los que deciden irse del Uruguay debido a los bajos ingresos que se reciben: 26,8% de los universitarios emigra porque aquí ganan muy poco, aunque el ministro Astori los considere ricos. Sumados a los que huyen de la baja calidad de vida, el porcentaje llega al 43,9%.
Hay más datos interesantes en el completo estudio de Cabella y Pellegrino.
Los más pobres emigran menos. ¿Ellos confían en que las cosas irán mejor para ellos? No. Simplemente no tienen el dinero necesario para irse. “Dado que los destinos atractivos son distantes, las personas pertenecientes a hogares pobres desean abandonar el país pero no cuentan con los recursos necesarios (para) concretar su proyecto migratorio”, dice el informe.
En total, en el 30% de los hogares uruguayos hay alguien que quiere emigrar. La cifra sube a 34% entre los más pobres. El dato es tan monstruoso que ya cuesta siquiera esbozar una sonrisa para la foto. Pero peor es enterarse que el 83,6% de ingenieros en computación quiere irse apenas después de recibirse y también el 75% de los biólogos. Es así como Uruguay avanza.
¿Entonces nadie quiere quedarse?
Sí, el estudio de Cabella y Pellegrino constata que el deseo de irse del Uruguay es menor “entre los empleados públicos y los patrones”. Claro, es de suponer que entre los que tienen cuentas en Suiza el deseo de emigrar debe ser más bajo. También entre los 600 gerentes de Antel. O entre los protegidos por Adeom. Si uno es gerente de Ancap y ante el error más garrafal el castigo es ser relevado de toda responsabilidad y seguir ganando 5.000 dólares por mes, es raro que uno quiera emigrar.
Tenemos el país que hemos construido. El gobierno con sus reformas sólo está profundizando el modelo. Emparejemos hacia abajo. Haremos un Uruguay muy justo. Lástima que nadie quiera quedarse para verlo.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 29 de junio de 2007.

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