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29.7.24

Pablo Álvarez debe creer que somos idiotas

"Mirando el proceso electoral de Uruguay, y mirando este proceso, te diría que me parece más transparente, o más seguro que el nuestro", dijo Pablo Álvarez al programa radial Así nos va.

Se refería al proceso electoral de Venezuela. 

Las declaraciones mueven al asombro ya que Álvarez es el presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales del Frente Amplio.

Álvarez debe creer que todos somos idiotas: que no sabemos que en la elección venezolana hubo candidatos proscriptos, que no sabemos que se prohibió el ingreso de decenas de observadores internacionales, que no sabemos que el presidente Maduro prometió un baño de sangre si ganaba la oposición.

Álvarez parece no haberse percatado que 24 horas después de cerrados los comicios las actas de los circuitos siguen ocultas y nadie puede realmente auditar el resultado.

¿Y a título de qué tiene la osadía de comparar ese proceso grotesco con las elecciones uruguayas? Y no solo, también el tupé de decir que el nuestro sistema electoral es peor que esa caricatura de una democracia.

Acá en Uruguay, Álvarez, la única vez que hubo candidatos proscriptos fue porque así lo puso como condición una dictadura.

Pablo Alvarez. Nicolás Maduro

Acá no ha habido un solo reclamo sobre los resultados electorales desde 1985.

Acá su partido, Álvarez, ha ganado tres veces en forma consecutiva, y luego ha perdido y no se sabe de nadie que haya protestado nada.

Acá nadie ha prometido baños de sangre. Todos han ganado y todos han perdido. Todos han entregado el poder. Por lo menos hasta ahora.

Las declaraciones de Álvarez son tan transparentes como las elecciones venezolanas. Él conocerá sus razones para defender un proceso electoral truculento y, en definitiva, a un régimen que, según Amnistía Internacional, practica la tortura y la desaparición forzada.

No cualquiera sale a dar lecciones de democracia poniendo como ejemplo al Gavazzo del Caribe.

Lo preocupante es que, con tales criterios, Álvarez sea el presidente de la comisión de asuntos internacionales del Frente Amplio.


P.D.

Recibimos la siguiente respuesta de Pablo Álvarez:

Estimado Leonardo Haberkorn. Recién pude ver la nota de tu blog referido a mis comentarios sobre el proceso electoral de Venezuela. Lamento utilizar este medio, tan incómodo para escribir (celular) como para leer, pero es lo que ahora tengo a mano. 

Mi opinión a la que haces referencia central en tu texto, hizo o pretendió hacer referencia al componente "tecnológico" del procedimiento del voto, su registro y la posibilidad de su auditoría en una operativa correcta. En ningún momento puse ni quise poner, directa o indirectamente, en tela de juicio el sistema electoral de Uruguay, porque lo conozco bien y porque su fortaleza ha sido demostrada a lo largo del tiempo y en diversas circunstancias, tal como señalas y comparto. Incluso recuerdo al profesor Bottinelli comentando algo similar hace algunos años, sin pretender compararme con el profesor naturalmente. Es claro que, además, en el funcionamiento general de un sistema y un proceso electoral no solo importan los "procedimientos" técnicos del voto, sino que también importan y mucho la credibilidad y la legitimidad que los propios partícipes del proceso le confieren (votantes y partidos), y el cuidado que hacen de él a lo largo de todo el proceso. Y esto último jamás lo puse en comparación.

Tampoco pretendí con mis comentarios referirme ni valorar al largo y complejo proceso político a través del cual se llegó finalmente al día de la elección, sino centrarme en lo que pude apreciar durante ese día en que finalmente se realizaron las elecciones, incluso a pesar de todas las dificultades.

Las valoraciones  de lo que pude ver y evaluar durante todo la jornada electoral (razon de mi asistencia) fueron presentadas ante el Frente Amplio, el cual emitió una declaración al respecto que me representa.

Volviendo a lamentar y disculpándome por hacerte leer en este espacio, tan incómodo para escribir a las apuradas (celular) y leer, te hago llegar un saludo. Espero que, al menos, aunque puedas  mantener tu opinión ante estas palabras, sí puedas aceptar de mi parte que estoy lejos de creer lo que el título de tu blog señala.

Pablo Álvarez


Otras entradas: Caraguatá: una tatucera, dos vidas.

3.5.22

Abrazados a las redes sociales

La pérdida de confianza en las instituciones es una tendencia mundial.

Una reciente encuesta de Equipos, que divulgó Subrayado, mostró que 60% de los uruguayos tiene poca o ninguna confianza en la Iglesia, un 57% se siente igual respecto a los sindicatos y un 50% descree de los partidos políticos.

Equipos no midió la desconfianza hacia los medios de comunicación, pero otros ya lo han hecho otras veces. Un informe de Reuters, por ejemplo, mostró que entre 2017 y 2020 la confianza en los medios informativos experimentó notorias caídas en Argentina y Chile.

Algunas de las razones por las cuales los medios hipotecan la confianza del público son bastante obvias: medios que priorizan un proyecto político-partidario por sobre la información, medios que han desertado de territorios enormes (investigación, debate, cultura), medios que han sacrificado la calidad en pro de una reducción de costos sin fin.

Hay medios que quieren, pero no pueden. La publicidad migró a los gigantes de internet. La prensa –de cuyos contenidos se valen los nuevos ricos de la web- cada vez es más pobre. Sin dinero, la calidad informativa cae en picada. Y sin información no hay democracia.

Ante ese panorama, muchos han visto en las redes sociales una esperanza.

En las redes –dicen- todas las voces tienen un lugar, todos podemos decir lo que queremos, no hay censura ni filtros. Muchos las han abrazado con un fervor sin límites.

Es una nueva religión y Elon Musk es uno de sus profetas.

Muchos que descreen por igual de políticos, partidos, sindicatos y periodistas, tienen una fe ciega en lo que hará un multimillonario del que apenas conocen unos pantallazos de su vida.

Es cierto que en Twitter uno puede oír todas las campanas. Todas, incluyendo la de millones de cuentas creadas por quién sabe quién, operadas quién sabe dónde, que replican discursos destinados a diseminar el odio, la información falsa o a acabar con el prestigio de personas inconvenientes: políticos, jueces, científicos, periodistas.

¿Cómo se ha aprovechado este menú súper plural?

Muchos de los que han desertado de los medios por entender que les falta apertura e imparcialidad se han volcado a las redes donde –algoritmo mediante- se han encerrado en burbujas mucho menos plurales.

Lejos de favorecer la diversidad de puntos de vista, las redes sociales, a través del “me gusta” y sus algoritmos, promueven que uno se enclaustre cada vez más en un círculo viciado y vicioso. ¡Es tan lindo oír lo que quieren nuestros oídos!

Millones que huyeron de los medios porque los entienden sesgados, hoy se empachan en las redes leyendo y oyendo una y otra vez a los que piensan igual que ellos. Es la nueva plaza pública, dice el profeta Musk. Una plaza pública donde cada día se lapida al que piensa distinto.

Hace unas semanas, la senadora colorada Carmen Sanguinetti fue objeto de una furibunda campaña de denostación en las redes por haber expuesto en el Parlamento como las mujeres se ven más perjudicadas por el cambio climático.

La furia con que fue atacada resultó difícil de entender. La senadora apenas si habló de ese tema en lo que se llama la “media hora previa”, un espacio que tienen los legisladores para plantear ideas o pensamientos propios, sin ninguna consecuencia ulterior.

Tras el bullying recibido, Juan Moreno, un diputado colorado, presentó un proyecto para castigar penalmente a los que insultan y atacan en las redes.

En Argentina, algo similar había propuesto días antes un representante del gobierno.

El secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, anunció un plan para que las redes sean usadas “para el bien común” y “dejen de intoxicar el espíritu de nuestra democracia”.

Ambas iniciativas fueron sepultadas en un mar de críticas. Regular las redes sociales es un problema, porque la libertad de expresión está en juego.

En la reciente cumbre de la Unesco, el presidente Lacalle Pou se manifestó por no regular nada relacionado con estos temas. Admitió que ve como un problema que la gente viva inmersa en burbujas donde todos piensan lo mismo. Reconoció que ese fenómeno es alentado y potenciado por las empresas mediante la inteligencia artificial. Sin embargo, propuso combatir ese mal tan solo con “educación”.

No creo que la educación pueda tanto. Los centros de estudio en Uruguay -y en menor medida, en todo el mundo- tienen enormes problemas para enseñar a escribir, leer y multiplicar. Es demasiado pretender que, además, logren desbaratar los esquemas montados por los especialistas que trabajan para las empresas más poderosas del mundo.

En la divulgación de discursos de odio a través de las redes, la creación y distribución de información falsa a través de ellas, la generación de burbujas informativas y en la agonía de la prensa, la democracia tiene un problema de primer orden. No es admisible que los gobiernos miren para el costado y le tiren semejante fardo a la educación. O al mercado.

Otros creen que la solución vendrá para todo el mundo de la mano de un multimillonario generoso y benefactor.

Prefiero apostar por la república y la democracia.


Tomado de Pink Floyd The Wall

13.6.17

El efecto Tarmezano

Laura Tarmezano tenía 28 años y la asesinaron el 11 de mayo, delante de su hijo de 6 años y de dos amigos.
“¿Qué hacés, ñery? Esto te pasa por alcahueta”, le dijo su matador antes de dispararle en la cabeza.
Tarmezano había declarado como testigo ante el Poder Judicial por el homicidio de un hombre de 24 años, al que habían matado el 4 de abril y que apareció semienterrado en la zona de la Cachimba del Piojo.
Por eso, había pedido que le pusieran protección policial. El juez de la causa accedió, pero cuando la mataron la custodia policial no estaba: había desaparecido.
El ministro Eduardo Bonomi y el juez Ricardo Míguez dieron versiones opuestas y contradictoras respecto a las razones por las cuales Tarmezano estaba desprotegida cuando llegaron a matarla.
Bonomi dijo que no tenía custodia porque se había mudado. La familia de la víctima lo negó. Ahora reclaman 200.000 dólares del estado, que no les devolverán a Laura y que no pagarán ni Bonomi, ni Míguez, ni ningún otro jerarca. Pagaremos nosotros, como ocurre con todos los juicios que el estado pierde todo el tiempo por la ineptitud y la desidia de sus funcionarios.
Pero eso no es lo más grave. Lo más grave lo dijo el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Jorge Chediak:
"La posibilidad de que el Estado efectivamente asegure la integridad física de quienes sean testigos en hechos protagonizados por personas vinculadas a bandas de narcomenudeo o al crimen organizado, es el resorte indispensable para motivarlas a declarar. Si no podemos asegurar su integridad física, lo más probable es que desestimulemos que se quiera declarar o hacer reconocimientos en audiencia por miedo a sufrir represalias".
Lo que dijo Chediak es cierto, pero sus palabras llegaron demasiado tarde. Tarde para Tarmezano por lo menos. Y quizás tarde para el Uruguay también.
El 17 de mayo hinchas de Cerro dispararon contra el director técnico e hirieron a otro funcionario de Rampla Juniors.
Las actuaciones judiciales quedaron estancadas porque  a pesar de que había mucha gente presente cuando el atentado, nadie vio nada.
El abogado de Rampla Juniors dijo que todo se debía a lo que podríamos llamar el efecto Tarmezano: “Hay mucho temor en los testigos”.
Un día antes de las declaraciones del abogado, en el atardecer de San José, asesinaron en la calle a Susana Odriozola, una alguacil de la justicia, hermana de una jueza penal.
Da la casualidad que la jueza María Noel Odriozola había procesado en agosto a tres personas por un asesinato cometido en una guerra entre bandas de narcotraficantes.
La urgencia de las autoridades por determinar que la alguacil fue asesinada por “una rapiña fallida” no hizo más que acrecentar las dudas.
La versión oficial dice que a Odriozola la mataron porque se habría resistido a ser robada, que el asesino la mató para poder consumar su asalto. Pero, curiosamente, una vez que le disparó no se llevó nada: ni el teléfono, ni la cartera. La mató y se fue.
El Ministerio del Interior dijo que el homicida solo tenía antecedentes por delitos menores. Sin embargo, periodistas de San José han difundido su prontuario, en el que consta que también fue procesado por balear a una persona en un bar, y fue sospechoso de una ejecución nunca aclarada.
El dueño de la moto que utilizó el homicida de Odriozola dijo al diario El País que se la prestó para no tener problemas. “Se sabe que él anda armado, que anduvo a los tiros”.
Agregó: “Yo a veces intento no discutir porque soy laburante y trato de esquivar los problemas”.
Pocos días después, un matón a sueldo fingió ejecutar al abogado penalista Gustavo Bordes y se informó de amenazas de muerte recibidas por jueces y fiscales.
En este punto estamos hoy. Que la gente que trabaja tiene miedo de decirle que no a un delincuente. Que el que declara en un juzgado contra un asesino, es asesinado pocos días después. Que la justicia y el gobierno se pasen la pelota y por lo menos uno de los dos mienta respecto a por qué el testigo estaba sin custodia policial. Que de decenas de personas que vieron como una barra brava baleó a un dirigente de otro cuadro, ninguno se anima a declarar en un juzgado. Que la hermana de una jueza que se metió por los narcos es asesinada en plena calle, en una “rapiña frustrada” en la que los ladrones no robaron nada.
Ajustes de cuenta, narco, Uruguay
Los diarios de hoy informan de los cuerpos de tres jóvenes que aparecieron calcinados adentro de un auto.
Dos eran una pareja de novios. Al parecer, uno de los dos muchachos muertos había sido testigo de un asesinato de una banda de narcos.
Durante meses, desde el Ministerio del Interior se quitó trascendencia a muchos asesinatos señalando que eran “ajustesde cuentas”.
La idea subyacente que se buscaba -y que se busca- transmitir a la población es que estos “ajustes de cuentas” son crímenes que se producen entre delincuentes, unos se matan a los otros, no es un verdadero problema: sería casi un beneficio para la sociedad.
Luego, ante la cifra creciente de muertes, se dijo que habíamos pasado de los “ajustes de cuentas” a una guerra entre bandas.
La idea siempre es la misma: hay que estar tranquilos, estas son cosas que solo afectan a los que se meten en el narcotráfico o el delito.
Mentira. La realidad es la opuesta: estos asesinatos de bandas, estos supuestamente benignos “ajustes de cuentas”, afectan a mucha otra gente, como Tarmezano, como la joven calcinada adentro de un auto y cualquiera que se interponga en el camino del nuevo poder emergente. Lejos de ser benignos, los "ajustes de cuentas" son gravísimos y solo permiten temer lo peor: son los signos que anuncian un cáncer que una vez que comienza a comerse a la sociedad se lo traga todo, como ocurre -por ejemplo- en México.
El primer paso para solucionar los problemas es reconocerlos.
Se perdió mucho tiempo negando.
Ningún negador solucionó nunca nada.

22.3.17

El secretismo del Uruguay y un juez republicano

En otro país podría ser considerado un fallo histórico, aunque acá seguramente pasará desapercibido.
Se trata de un dictamen del juez Gabriel Ohanian fechado el 26 de noviembre y conocido a través de la prensa en los últimos días.
El objeto central del juicio era considerar si la Administración de los Servicios de Salud del Estado persiguió en forma injusta a una funcionaria del Instituto del Cáncer, la asistente social Gladys González, acusada del grave pecado de haber hecho declaraciones a la prensa.

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Ohanian establece que González "es una muy capacitada profesional (...) que generó inigualable empatía con los pacientes del INCA a quienes organizó para procurar mejoras en el servicio, encolumnando tras sí a otros funcionarios con igual cometido".
"Esta militancia en pro de los usuarios terminó enfrentándola a la dirección del Instituto que comenzó a perseguirla, denostándola y sancionándola con vehemencia".
Como ejemplo, baste con relatar que una de las medidas tomadas fue la de tapiar una puerta por la que González ingresaba al INCA. Un funcionario citado como testigo declaró ante el juez: "Tuve que cerrar la puerta de 8 de Octubre con clavos y maderas y llamar al cerrajero Maldonado para que pusiera un pasador y llave, y llevar la llave a la dirección. Esa puerta que (se) clausuró era la puerta por la que entraba la actora. Lo hice por mandato de la dirección integrada por la doctora Valles, la nurse Aristimuño y el doctor Luongo".
poder judicial, Uruguay, secretismo, Gabriel OhanianLas sanciones fueron incrementándose hasta que en 2011 González dio una entrevista al diario El País relatando diversas situaciones negativas que ocurrían en el INCA.
Eso motivó que la dirección iniciara una "investigación administrativa" que determinó que a González se la suspendiera durante un mes con retención total de sus haberes.
"A la actora, en verdad, no se le cuestionó el acierto o desacierto de sus dichos en la prensa, sino la violación a un deber de 'reserva', es decir el haber permitido que un periodista la entrevistara", dice el fallo del juez Ohanian.

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Producto de las medidas en su contra, González relata que debió mudarse al campo debido al estrés que padecía, tuvo que sacar a su hija del colegio al que la enviaba y anotarla en un liceo público ya que no tenía dinero para pagar la mensualidad, le cortaron la luz, el agua, el teléfono, debió hipotecar una casa de su familia, tuvo depresión, angustia, ataques de pánico y perdió 15 kilos de peso.

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Respecto al fondo de la cuestión -que González habría violado un deber de "reserva" que afectaría al los funcionarios públicos- Ohanian es concluyente.
Primero recuerda que la norma que establece esa mentada "reserva" está fijada por el artículo 29, numeral 7 de la ley 19.121, pero solo afecta a los funcionarios de la administración central. E inmediatamente acota y limita los alcances de tal "reserva".
"No puede referir a una opinión respecto de la marcha del servicio público (...) En todo caso esa 'reserva' únicamente abarcaría datos sensibles que el funcionario conoce por el desempeño de su cargo (ejemplo: no divulgar la enfermedad de un paciente determinado) cuya comunicación, además, no contribuye en nada al interés público".
Ohanian es categórico, claro y contundente:
"La Administración no puede pretender regimentar la opinión de sus dependientes y las críticas públicas que de ellos provienen han sido, son y deberán ser toleradas por los gobernantes. El secretismo es ajeno por completo al sentido republicano. Que no sea del gusto de los directores del INCA el hecho de que trascienda una determinada situación interna, no les concede el derecho de sancionar a una funcionaria cercenando su libertad de expresión, pretendiendo de este modo silenciarla".
"El sentenciante -escribe el juez- no concibe que un funcionario público encuentre limitado su derecho constitucional a expresar su pensamiento en un medio de prensa bajo apercibimiento de ser objeto de una sanción administrativa, como le ocurrió a la actora".
Y agrega que no hay nada que limite el derecho del funcionario público "a expresarse personalmente en forma negativa respecto a la gestión de los directores o cargos políticos si está en desacuerdo; o bien denunciando lo que a su entender son fallas del servicio, porque ello conviene al interés general de toda la sociedad de tomar conocimiento de eventos de gran trascendencia".

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Según la dirección del INCA -los mismos que mandaron tapiar la puerta por la que entraba la funcionaria- González debió verter sus críticas y sus denuncias en forma interna, comunicándolas "a sus superiores".
"La sede no comparte en absoluto estas afirmaciones", dice Ohanian en su fallo. "En el Estado de Derecho cualquier funcionario puede dar opinión respecto de lo que entiende es el mal funcionamiento del servicio en el que trabaja. Lo hacen los sindicatos todos los días. Entender que ello está vedado en aras de una 'reserva' inexistente, únicamente tienda a tutelar la buena imagen de los dirigentes, para que su gestión no sea controvertida en público".

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Ohanian estableció que la dirección del INCA tuvo una "actitud dolosa negligente y temeraria" en este caso y falló a favor de la funcionaria: ASSE deberá pagarle 1.200.000 pesos para compensar el daño moral sufrido.

***

En un país donde el secretismo reina, el fallo de Ohanian es histórico y merece el mayor reconocimiento.
Habría que enmarcarlo y colgarlo en cada oficina pública. Habría que entregarle una copia a cada funcionario del Estado, empezando por el presidente de la República y siguiendo por los ministros y cada uno de aquellos que dirigen alguna oficina.
Todos los periodistas hemos chocado mil veces contra el muro del miedo y la censura impuesta desde la burocracia estatal. Miles de funcionarios tienen prohibido por sus superiores hablar con la prensa, incluso de las cosas más nimias: sienten pavor ante la mera presencia de un periodista, temerosos de las sanciones que recaen sobre ellos si hablan, como le pasó a González en el Instituto del Cáncer.
Para hablar, son obligados a tramitar permisos excepcionales con sus superiores, con todo lo que ello implica.
Lo maravilloso del fallo de Ohanian es que establece que esa censura no se basa en nada legal y que, por el contrario, viola las más elementales normas de la República.
Con todo, y luego de la enorme alegría y satisfacción que provoca leer esta sentencia de un juez uruguayo, el fallo deja un triple sabor amargo.
Primero, porque los funcionarios que en este caso actuaron en forma "dolosa, negligente y temeraria", siguen allí, dirigiendo el Instituto del Cáncer u otras dependencias de la salud pública.
Segundo, porque el dinero que se le pagará a la funcionaria perseguida en forma ilegal e injusta no saldrá de los bolsillos de sus perseguidores, como debería ser, sino del nuestro, del de todos los uruguayos. (¿Hasta cuándo seguiremos todos nosotros pagando la irresponsabilidad de la burocracia que mal dirige el estado?).
Y tercero, porque el secretismo -a pesar del notable fallo de Ohanian- vive y lucha. Pocas semanas después, un decreto de la propia Presidencia, firmado por el vicepresidente Sendic y todos los ministros de gobierno, estableció que los funcionarios deben mantener la "discreción" respecto a "datos, hechos y documentos" que conocen como empleados públicos y que es una "falta muy grave, pasible de destitución" filtrar documentos a la prensa.
Es contra la República.
Lean el fallo del juez Ohanian.

20.2.17

Alejandro Atchugarry

Lo solía ver haciendo las compras en el supermercado. Flaco, desgarbado, vestido como uno más, de short y zapatillas en verano, desaliñado a veces. Pero no para hacer bulla con eso o para hacerse el pobre o el popular, sino porque era así: sencillo, austero, sin la más mínima pose.
Para quien no lo conocía, los jóvenes o los turistas, nada transmitía que ese hombre era uno de los políticos más respetados del país, uno de los poquísimos políticos apreciados por casi toda la ciudadanía.
A pesar de que intentaba pasar desapercibido, algunas personas lo saludaban. Él siempre respondía con pudor y una sonrisa.
La última vez que lo vi fue hace unas pocas semanas en la Tienda Inglesa de Lagomar. La misma pinta de siempre. Un hombre se acercó, le dio la mano y le dijo "Gracias".
Yo se lo mostré a mi hija:
-¿Ves ese flaco ahí, vestido así nomás? Ese hombre, aunque no parezca, fue diputado, senador y ministro. Fue el ministro de Economía en el peor momento de la peor crisis que pasó el Uruguay. Parece increíble, en este país siempre tan dividido, pero lo aprecian en todos los partidos.
Quería que ella viera en la figura de ese flaco, que todo eso es posible.

alejandro atchugarry

8.10.16

Campeones de Guarapirú

Tres uruguayos muy reconocidos -Álvaro Moré, Gabriel Pereyra y Juan Salgado- nacieron en la misma calle, en el mismo barrio pobre, a pocos metros de un cantegril. Los tres salieron adelante apostando a una misma cosa: el trabajo. Hice esta nota para la revista Select y el texto completo se reproduce aquí.

Álvaro Moré, Gabriel Pereyra, Juan SalgadoTres de la tarde. Una joven de piel morena y el pelo pintado de amarillo camina trabajosamente por la calle Guarapirú, desde General Flores hacia el bulevar Aparicio Saravia. Lleva una vaga sonrisa y la mirada perdida.
La chica avanza en zigzag, da la impresión de que tropezará en cualquier momento. En línea ondulante,  caminando por la calle, pasa frente a una casa deshabitada cuyo jardín está tapizado de cajas de vino vacías. Lleva la ropa desarreglada, pero no se da cuenta. Cruza Galvani y sigue rumbo al cantegril que oficialmente se llama “barrio Plácido Ellauri” y que comienza a tres cuadras de allí.
Cuarenta años atrás, en esa misma esquina de Maroñas, Guarapirú y Galvani, vivían Gabriel Pereyra, uno de los periodistas más reconocidos del país, y Álvaro Moré, director de la agencia de publicidad Young & Rubicam. A una cuadra, en Guarapirú y Niágara, residía Juan Salgado, hoy presidente de Cutcsa. Los tres habitaron durante décadas ese barrio. Los tres llegaron arriba arrancando de allí abajo.
Parado en la misma esquina por donde recién pasó la joven de pelo amarillo, Pereyra muestra el que fue su hogar, una casita de fondos, a la cual no podemos acceder porque una reja que antes no existía nos cierra el paso. También el jardín de una casa donde sus amigos solían tirarse a conversar. Hoy también está enrejado, inaccesible.
Su primer recuerdo es para el agua sucia que bañaba día y noche las calles del barrio: “No había saneamiento y siempre corría agua podrida. Agua de las cocinas de las casas”.
Moré también se acuerda. Frente a su hogar había un gigantesco bache nunca reparado, siempre rebosante de agua grasienta. “En los 20 años que viví allí, a la vereda de enfrente nunca pude cruzar porque siempre estuvo la calle rota y el agua podrida llenaba ese pozo. Tenía que caminar media cuadra para cruzar”.
Pereyra vivió allí hasta los 13 años y luego volvió un par de años, después de cumplir los 20. Moré vivió hasta los 20. Salgado hasta los 24.
La vida del periodista no fue fácil. Su padre, un obrero de Funsa, dejó la familia cuando Gabriel tenía 10 años. “Recién nos volvimos a reencontrar cuando yo tenía 19. Y retomamos una relación. Fría, pero una relación al fin”. Su madre sacó la familia adelante. Trabajó en Tata, en la fiambrería del Disco, como empleada doméstica y cuidando niños.
El padre de Moré tenía una vidriería, donde laboraba de lunes a sábados y también muchos domingos. “Quedaba en Minas y Miguelete y él todos los días iba en ómnibus. Falleció a los 55 años. Mi madre era una ama de casa con una cantidad de inquietudes: era modista, daba clases de corte y confección, organizaba ajuares para embarazadas en el asentamiento”.
El padre de Salgado era empleado de Cutcsa y con los años logró comprar la cuarta parte de un ómnibus. La modesta casa de los Salgado era la más linda del barrio. Tenían huerta, frutales, gallinas y hacían su propio vino.
Aquellos niños jugaban en la vereda a la pelota, a las escondidas, o corrían carreras a ver quién daba la vuelta manzana más rápido, uno disparaba en un sentido y el otro en el inverso. También jugaban en las canchitas que había al lado del “expendio”, donde se vendía leche, carne y cigarros a precios rebajados.

Al paraíso en ómnibus

Los tres fueron a la escuela pública. Salgado iba a jugar a la casa de compañeros de clase cuyas viviendas no tenían otro piso que la propia tierra. “Pero si alguien veía a esos niños en la escuela, nadie notaba la diferencia. Eran gente que cuidaba su higiene, su presencia, de una pobreza muy digna”.
Pereyra soñaba ser futbolista. “Cuando tenía 14 años eso era lo que me gustaba, no me hacía planteos materiales. El futuro no existía. Llegué a jugar dos años en Cerro. Caminaba ocho cuadras para tomar el ómnibus y después tenía una hora de viaje. Iba al liceo y jugaba. Después quise ir a Danubio, pero Cerro no aceptó darme el pase, y yo ya no quería seguir ahí, porque no me daban un mango. Así que dejé el fútbol y me puse a laburar”.
Su viaje al periodismo incluyó escalas muy diversas. “Antes de dejar el fútbol yo limpiaba mimbre, limpiaba mates, con otro amigo del barrio vendía cigarros en la feria. Pero después agarré trabajos más formales. Mi vieja me hizo el contacto para entrar al supermercado cuando tenía 16 años. Después entré en la yuyería La Selva. Cuando cumplí 18 pude sacar libreta y empecé a manejar un camión que hacía el reparto”.
Un curso de periodismo -que tomó inspirado en su admiración de entonces por Víctor Hugo Morales- le abrió las puertas de su profesión, primero en el semanario Las Bases y luego en el diario La República.
Tampoco fue sencillo ni directo el camino de Moré hacia la publicidad.
Álvaro leía mucho y eso hacía volar sus sueños: “Como en mi casa recién compraron un televisor cuando tenía 12 años, yo leía mucho. Me gustaba mucho la arquitectura y la medicina. Después tuve una vocación muy grande por la electrónica, me hubiera encantado ser ingeniero”.
En verano, su madre lo llevaba a la playa Pocitos en el 122. Se bajaban en avenida Brasil y Ellauri y caminaban hacia la rambla. Álvaro nunca lo comentó en voz alta, pero aquellas caminatas le provocaron una impresión tan fuerte que no se borró nunca.
“Ese trayecto me impactaba, yo veía que ese barrio era exactamente lo opuesto al lugar en el que yo vivía. Me impactaba que no hubiera agua podrida corriendo contra el cordón. Y en voz baja me decía: yo quiero vivir acá”.
Nunca se pudo quitar esa idea de la cabeza. “Empecé a ver que había una posibilidad de salir hacia un lado mejor. Y que para salir a ese lado mejor había que tener dinero. Y que el dinero se conseguía con trabajo”.
Salgado está de acuerdo. Su gran impacto lo recibió cuando su madre, también en ómnibus, lo llevó a la playa Malvín. “Fue como conocer el paraíso”, recuerda. Y siempre supo que para llegar al paraíso había que laburar. “La cultura del trabajo existía. A partir del trabajo venía todo, tener una familia, tener dinero para comprarse una bicicleta, una moto, soñar con algún día tener un auto. Y uno veía en el barrio que el trabajo era posible: todo el mundo trabajaba”.
Recordando lo que aprendió en el barrio, a Moré no le gustó que el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, dijera una vez que la delincuencia se explica por el consumo.
“Él dijo que un chico veía una bicicleta y lo que tenía que hacer era robarla, o robar el dinero para comprarla. Y no manejó la variable auténtica, que es trabajar para comprar la bicicleta. Eso fue lo que hicieron Juan y Gabriel, y lo que hice yo. Y los tres salimos adelante por el camino del trabajo”.
Moré empezó a ayudar a su padre a los 8 años. “A los 14 empecé a trabajar en una ferretería, después coloqué parabrisas en la calle y trabajé en una barraca. Y a los 17 entré  a la agencia de publicidad Capurro, como cadete”.
La publicidad le gustó tanto que empezó a estudiar por su cuenta. Trabajaba hasta la una o dos de la madrugada. Los compañeros le decían que algún día sería dueño de su agencia.
Salgado siempre se imaginó trabajando en Cutcsa. A veces su padre hacía dos turnos como chofer del 199. Y entre turno y turno iba a almorzar a su casa con algún guarda. Había uno que, sin que nadie supiera, dejaba que el niño Salgado manejara el ómnibus a lo largo de una cuadra. Lo tenía que hacer parado, para poder llegar a los pedales. Ese siempre fue el sueño de su vida.

Tomate verde

En el barrio casi no había teléfonos ni televisores, autos menos que menos. Por eso el ómnibus de los Salgado era como el coche del pueblo. Se usaba para las mudanzas, para llevar gente a los velorios o heridos al hospital después de alguna pelea en el cantegril. Nunca nadie quiso robarlo.
“Había solo dos días en el año en que el ómnibus paraba, el 1° de enero y el 1° de mayo. Y como forma de mostrar el agradecimiento al barrio, porque a veces se prendía el ómnibus de madrugada y molestaba, nos íbamos para afuera en el ómnibus a pasar todo un día de campamentos con todo el que quisiera venir. Y el ómnibus se llenaba hasta la puerta. El 1° de enero íbamos al parque Roosevelt. ¡Era como ir hoy a La Paloma! Y para el otro lado hacíamos el viaje que más nos gustaba a los chiquilines, que era ir a Santiago Vázquez. Nos gustaba porque de tarde, antes de volver, pasábamos por el parque Lecocq. ¡Veíamos los animales! Era un día de fiesta que esperábamos todo el año”.
Pereyra recuerda un cumpleaños de Moré. Toda la barra le estaba tirando huevos. Él fue a su casa para buscar uno, pero abrió la heladera y solo había un tomate verde. Lo tomó, salió corriendo a la calle y se lo arrojó en la cabeza a Álvaro, que se enojó porque aquello fue como recibir una pedrada.
“Era lo único que había en la heladera”, explica el periodista.
“No teníamos nada, pero nos teníamos entre nosotros”, dice Moré. “Era una época de carencias, pero uno tenía al otro, y al otro, y entre todos nos sentíamos protegidos”.
Salgado, recordando aquellos tiempos en el barrio, no puede evitar que los ojos se le llenen de lágrimas.
¿Puede volver a ocurrir el milagro? ¿Podrán salir adelante los chicos que hoy caminan por donde acaba de pasar la tambaleante joven de pelo amarillo?
Todo ha cambiado mucho. Hay cosas buenas: el agua podrida ya no corre por la calle, porque hay saneamiento. Tener un teléfono dejó de ser un privilegio para unos pocos. Televisor todos tienen.
Otros cambios no ayudan tanto. “No tomábamos, ni nos drogábamos. Porros no había. Y creo que el primer trago me lo tomé a los 18 años”, dice Moré.
Cuarenta años atrás, en el cantegril del barrio vivía el Chueco Maciel, un ladrón con fama de Robin Hood, al que Daniel Viglietti propuso como modelo e inmortalizó en una canción. Hoy la delincuencia se ha multiplicado.
Beto, un amigo de Pereyra, sigue viviendo en el barrio desde aquel tiempo. Pide que no den su nombre porque a los vecinos “buchones” los atacan. Trabaja en el Ministerio de Transporte. Hace un enorme esfuerzo para pagarle un colegio privado a su hijo de 15 años porque a los que van al liceo 13, al que fueron Pereyra, Moré y Salgado, los pasan robando. “Les roban los útiles, la ropa, el calzado”, dice Rama. Hace unos días, manejando por el barrio, un grupo de menores rodeó su auto, lo obligaron a parar, le abrieron una puerta e intentaron robar. Logró acelerar y escapar, pero sus padres, que iban en el asiento de atrás, se llevaron un susto enorme y su madre se ligó un golpe.
“Para ser justo con los chicos de hoy,  creo que es más difícil”, dice Moré. “Pero no deberíamos pintarlo como imposible. El tema es que vean un horizonte. Si siendo niños les enseñamos que no lo hay, ningún esfuerzo va a servir”.
Salgado piensa parecido. “Creo que se puede lograr, pero no con la facilidad que nosotros tuvimos. Hoy cuesta más. Es necesario que los padres estén cerca y apoyen a los maestros. Para nuestros padres la maestra siempre tenía razón en primer lugar. Después se veía. Ahora es al revés. Y eso no ayuda”.
Contra viento y marea, muchas familias lo siguen intentando.
Parada en la vereda de la esquina de Guarapirú y Galvani, la misma por donde 10 minutos atrás pasó la chica de pelo amarillo, ahora está Sabrina Duarte. Tiene 15 años. Luce un uniforme liceal impecable. Está esperando a una amiga. Se encuentran allí y caminan juntas al liceo 13.
La amiga, Florencia Cardozo, también lleva un uniforme inmaculado. Para ellas, el principal problema del barrio es la inseguridad, los arrebatos, por eso caminan juntas y a la salida del liceo alguien de sus familias las pasa a buscar.
Sus sueños de salir adelante son tan grandes como los que un día tuvieron Pereyra, Moré y Salgado. Sus ambiciones vuelan todavía más alto.
Florencia quiere ser neuróloga “para ayudar a curar el mal de Parkinson”.  Sabrina, cuya madre trabaja en una casa de familia y su padre en un sindicato, quiere ser psicóloga: “No me imagino siendo otra cosa”.
Les cuento la historia de Pereyra, Moré y Salgado. Les pregunto si ellas podrán repetirla.  No lo dudan ni un segundo.
“Claro”, responde Sabrina, sonriendo. “No tiene nada que ver el barrio. Siempre se puede”.
Las chicas se dan vuelta.
Caminando por Guarapirú, se van al liceo.



8.2.16

Lo que no se dice del "ajuste de cuentas"

Hace dos noches, frente a la pizzería más concurrida de Solymar, una adolescente murió aplastada por una camioneta fuera de control, porque su conductor, lo mismo que su esposa, acababa de morir acribillado a balazos disparados desde otro automóvil en marcha.
La chica tenía 16 años y estaba esperando a sus amigas para ir a un baile, según dijo la prensa.
La persecución del auto desde el cual se disparaban armas automáticas contra la camioneta que finalmente terminó matando a la adolescente se prolongó a lo largo de casi un kilómetro, por la súper transitada y comercial avenida Giannattasio. Que no muriera más gente fue una mera casualidad.
Tras la tragedia, en forma casi inmediata, se conocieron declaraciones de Johnny Diego, subjefe de Policía de Canelones, quien declaró a El País "que los primeros indicios muestran que puede tratarse de 'un ajuste de cuentas' por narcotráfico".
Es probable que así haya sido, ya que el hombre acribillado tenía antecedentes judiciales por esa causa. De todos modos, eso no le quita magnitud a la tragedia.
No conozco el tono en que el subjefe Diego se refirió al "ajuste de cuentas". Pero en muchas otras ocasiones he escuchado a otros funcionarios hablar de los asesinatos por "ajustes de cuentas" como si se tratara de un atenuante, como si por ello fueran menos graves y no del todo malos: los criminales se matan entre ellos.
La idea fue resumida a la perfección en 2014 por el subsecretario del Ministerio del Interior, Jorge Vázquez: “La mayoría de los uruguayos, si no están en el mundo del narcotráfico, del crimen organizado, o tienen un problema familiar grave, es muy probable o casi seguro que no sean víctimas de homicidio”.
armas drogas ajuste de cuentas
Armas, drogas y dinero encontrados por la policía en un auto
en Maldonado. Foto: Unicom
Una sentencia que, una vez más, no se cumplió en el caso de la adolescente de 16 años muerta en la avenida Giannattasio.
El error de todos los que esgrimen la teoría del atenuante por "ajuste de cuentas" es no ver que, lejos de ser tranquilizante que las mafias de narcotraficantes pululen y anden a los balazos por la ciudad, es un signo de que algo está muy mal y pronto quizás esté mucho peor.
Basta conocer un poco lo que pasa en otros lugares del mundo.
Con el auge de las mafias del narco no solo se multiplican los "ajustes de cuentas" y los homicidios de criminales por parte de criminales. También se multiplica el uso de la violencia desatada y sin límites, que lleva a atentados salvajes como el que costó la vida a la chica de la avenida Giannattasio. Crece el número de sicarios. Aumenta el poder de fuego de las armas que se emplean. El narco quizás no quiera matarte, pero no tendrá problemas en abrir fuego con una ametralladora en una avenida o en la puerta de un baile.
Pero eso no es lo más grave. Lo peor, y hay que ser muy frívolo o desinformado para no asumirlo, es que el narcotráfico tiene la capacidad de corromper a todas las instituciones de la sociedad, incluyendo gobierno, sistema judicial y policía. Y cuando eso ocurre, el costo en vidas suele ser gigante. Para empezar, porque los que no aceptan la ley de la mafia son asesinados, no importa si es un humilde trabajador, el director de un diario o un juez.
La versión buenita del narco que difunden los funcionarios uruguayos -delincuentes que solo matan delincuentes- no se comparece con la experiencia mundial.
En México la actividad de las bandas narcotraficantes y la guerra en su contra ha costado entre 60.000 y 165.000 personas muertas entre 2007 y 2014, según quien haga la cuenta. Hay más de 26.000 personas desaparecidas por causas relacionadas con el narco. El país se transformó en el peor y más peligroso lugar para ser periodista, solo superado por Siria.
Ese es el verdadero mundo detrás de los "ajustes de cuentas".
No logro entender: ¿de qué son atenuantes?

7.12.15

Algunas aclaraciones y respuestas

Las repercusiones de la entrada anterior de este blog han superado en mucho lo que yo esperaba.
He cancelado cinco entrevistas que ya tenía agendadas en radio y televisión, y rechazado otras tantas porque no quiero ganar popularidad con esto.
Sin embargo, siento que en el debate que se ha generado se está tergiversando lo que escribí.
Trataré entonces de aclarar algunos puntos y responder a algunas preguntas  interesantes que se me hacen.
Si alguno tiene alguna interrogante más, puede hacerla llegar y, en la medida de lo posible, trataré de responder.

-¿Qué grado de responsabilidad tiene usted en esto? ¿No debió haber una autocrítica en el artículo?
-Escribí: "Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal". Creo que ambas frases son claras y siempre estuvieron allí, aunque algunos no quisieron ni quieren verlas. Por supuesto, asumo mi cuota parte de responsabilidad.
-¿No será que le faltan conocimientos pedagógicos?
-Seguramente, sí. Soy periodista, esa es mi profesión, mi oficio y mi principal medio de vida. Llegué a dar clases a través del periodismo, sin estudios docentes. Obviamente, no es el ideal. De todos modos, creo que los más indicados para calificarme como docente son los que han sido mis estudiantes.
-¿No podría sencillamente prohibir que usen las computadoras y los teléfonos?
-Las computadoras son imprescindibles en un curso de periodismo, porque se práctica escribiendo en clase, simulando los plazos y tiempos de una redacción, y se leen noticias. También las correcciones las hacemos en la pantalla, de modo que todos puedan aprender de los trabajos de todos. Entonces tenemos la computadora, le sacamos mucho jugo, pero al mismo tiempo está encendida y es una tentación muy grande usarla en otro sentido. Más de una vez pensé en dictar clase en un aula sin computadoras, pero siempre lo descarté por considerarlo un retroceso y un sinsentido.
-¿Y los celulares?
-Los teléfonos no tienen una aplicación concreta en el curso, salvo cuando hacemos ejercicios en la calle, cuando les pido que los usen para grabar y sacar fotos. La regla es que los teléfonos no pueden sonar en la clase, y eso se respeta. Pero, unos más desimuladamente que otros, comienzan a usarlos en el salón para chatear y responder mensajes. Y son un porcentaje alto. Podría echar a quien los usa en clase, es cierto. Pero me resisto a ser docente en esos términos.
-¿No se puede implementar que se los deje en una canasta al ingresar al aula y que los recogieran al salir?
-Sí, se podría. En algunos lugares se hace. A mí me parece una buena idea. Pero considero que no corresponde que la imponga un docente aislado, sino la institución, para todas las clases.
-¿Por qué estudiantes de periodismo están tan desinformados?
-Estos dos cursos eran del ciclo básico de la carrera, donde los estudiantes aun no optaron por la orientación que seguirán: periodismo, publicidad, audiovisual o comunicación corporativa. Es decir, no todos, ni siquiera la mayoría, quiere ser periodista. Eso podría justificar en algo el asunto de la desinformación. De todos modos, no creo que una sociedad democrática sea viable con ciudadanos tan desinformados, sean o no periodistas o futuros periodistas. Y el bache que los muchachos arrastran en este sentido es alarmante.
-¿No generaliza respecto a los estudiantes? ¿No hay algunos con deseos de aprender? ¿No hay algunos por los que vale la pena seguir esforzándose?
-Sí, siempre hay. Los grupos no son homogéneos. También en mis dos grupos de este semestre hubo jóvenes que demostraron mayor compromiso y curiosidad. Lo dramático es verlos tan en minoría.
-¿Es un problema de la ORT?
-Hace muchos años que no doy clase en otro lado. Pero soy periodista y hablo con la gente. Hay cientos de profesores en secundaria y en las universidades lidiando con situaciones similares. Ahora me he trasformado en una antena y tengo, literalmente, cientos de mensajes que me describen situaciones como las que yo relaté y mucho peores, en muchas otras instituciones educativas, fuera de Uruguay también. Querer centrar el problema en ORT es una visión ridícula que evidentemente responde a otros intereses.
-¿Las redes sociales tienen la culpa? ¿Acaso no tienen elementos positivos?
-Claro, son herramientas maravillosas. Yo las uso en mi vida personal y profesional, como periodista y también como docente en las clases. Desde hace muchos años siempre creo un grupo de Facebook del curso, donde compartimos materiales de interés y se cuelgan los trabajos, que luego todos pueden ver en la pantalla y corregir en conjunto. Pero, claro, tener el Facebook abierto refuerza la tentación de prestar atención a otras cosas.
-¿Usted culpa a las maestras?
-No. Es evidente que el problema está en muchos lados al mismo tiempo y eso es lo que lo hace difícil de solucionar. Solo aludí a aquellas maestras que no corrigen las faltas de ortografía, por nombrar a uno de los muchos eslabones de la cadena que no están funcionando. Pero hay maestras que corrigen las faltas y otras que no. Las que yo más conozco, porque han sido las de mi hija, siempre las corrigieron. Y cuando en algún momento tuve dudas, inmediatamente fui a hablar a la escuela. Pero hay otras que no lo hacen: cuando dirigía el suplemento Qué Pasa hicimos un informe sobre este tema, con datos alarmantes. Sobre todo porque hay una corriente intelectual que defiende este tipo de posturas, con la justificación de no estigmatizar a los niños.

Ver también: Qué lo parió, Mendieta.

6.8.15

Otra historia épica de los tupamaros

El libro de Amodio Pérez (Palabra de Amodio) de Jorge L. Marius está estructurado en tres partes.
En el primer tercio Marius cuenta la historia del MLN-Tupamaros. Para hacerlo se basa en algunas de las versiones ya conocidas, pero en forma fundamental incorpora el punto de vista de Amodio Pérez. Se puede decir que esa primera parte del libro es la historia del MLN tal como la contaría hoy Amodio.
Amodio Pérez, tupamaros, MLN, milicos y tupas, historias tupamaras
El segundo tercio del libro lo constituye una larga entrevista de Marius al exguerrillero, acusado de traidor por sus ex compañeros. El autor lo interroga sobre temas de la historia del MLN y le pide su opinión sobre los tupamaros más notorios: Mujica, Fernández Huidobro, Zabalza, Engler, Rosencof, etc.
Por último, el libro se cierra con un apéndice documental donde la pieza principal es la historia del MLN que Amodio escribió en 1972.
El efecto general es algo redundante. En líneas generales, podría decirse que OTRA historia épica del MLN, un movimiento que fracasó porque Sendic, Fernández Huidobro y otros no supieron escuchar sus consejos, lineamientos y advertencias.
No hay en el libro una autocrítica seria sobre los efectos que tuvo para la historia del Uruguay y para la vida de los uruguayos (¡hasta hoy!) la decisión tomada en 1963 de alzarse en armas contra la la democracia uruguaya de los años 60, a pesar de que les aconsejó que no lo hicieran.
Amodio no dice estar arrepentido al respecto.
Un ejemplo de esta falta de reflexión sobre las consecuencias de la violencia política es cuando Marius analiza, con la óptica de Amodio Pérez, la toma de Pando, una acción de 1969 que le costó la vida a cinco personas -tres guerrilleros, un policía y un civil- pero que los tupamaros todavía festejan.
En el libro se critica que la dirección del MLN priorizara el efecto de "marketing" del golpe por sobre su seguridad militar: por eso se decidió usar coches fúnebres en lugar de vehículos preparados y veloces.
Más de dos páginas del libro se van en este asunto: con autos veloces -que por supuesto Amodio aconsejó usar- se podrían haber evitado las muertes de los tres tupamaros que cayeron en la operación.
Sin embargo, ni Marius ni Amodio dedican una sola línea a Carlos Burgueño, un ciudadano inocente que había salido de su casa para inscribir en el Registro Civil a a su hijo recién nacido y murió por el tiroteo generado entre policías y tupamaros. Es decir: murió en vano porque el MLN decidió tomar Pando, con marketing o sin marketing, con seguridad militar o sin ella. Lo mató la violencia política, de la cual Amodio es tan responsable como los otros líderes del MLN con los que hoy se enfrenta.
Vale la pena recordar que José Mujica, en la biografía Mujica escrita por el periodista Miguel Ángel Campodónico, también se explaya a lo largo de tres páginas sobre los errores que él cree que se cometieron en Pando y tampoco siquiera menciona a Burgueño.
Podemos concluir que si se sentaran a discutir Mujica y Amodio sobre la toma de Pando, estarían horas hablando de errores tácticos y militares y no dirían una palabra sobre el inocente que perdió la vida por culpa de la aventura en la que embarcaron al país entero.

***

Lo mismo que en los relatos oficiales del MLN, Marius mitifica acciones del MLN que en realidad fueron más patéticas que heroicas. Así por ejemplo se destaca la toma del aeropuerto de Paysandú.
Se ignora, en beneficio de seguir mitificando a los tupamaros, el testimonio de Aníbal de Lucía en el libro Historias tupamaras:
"El aeropuerto de Paysandú lo tomé yo. Había un milico, su mujer y su nenita, solos en el medio del campo. El otro milico de la guardia se había ido al estadio porque esa noche jugaban Salto y Paysandú. El pueblo estaba vacío. Esa fue la gran toma del aeropuerto de Paysandú. ¡Ahí declaramos la guerra!"

***
Amodio dice que comenzó a hacer la autocrítica  de su pasado guerrillero en 1997. Para los 18 años que han pasado el resultado parece escaso.
Sin embargo, al menos reconoce que fue un horror el haber reinstaurado la pena de muerte en el Uruguay, un demérito que el MLN comparte con el fascista Escuadrón de la Muerte y que hoy casi nadie se atreve a recordar.
Dice Amodio al respecto: "Creímos que por poner nuestras vidas al servicio de una causa que creíamos justa teníamos derecho a disponer de las vidas de los que valorábamos como enemigos y eso nos llevó a no valorar la vida de nadie, ni tan siquiera las de nuestros propios compañeros. Eso es para mí uno de los mayores horrores, con h y con o, que hemos cometido".
Lamentablemente, no se profundiza en el tema. El libro elude referirse la mayor parte de las víctimas del MLN. Se dice, por ejemplo, que las armas se conseguían por "expropiaciones". Se omite relatar todos los policías y hasta coleccionistas de armas que fueron asesinados para robarles un revólver o una pistola vieja.

***
Amodio desliza datos que dejan mal parados a todos los próceres tupamaros y también a varios políticos, entre ellos a Wilson Ferreira a quien pinta como un golpista desesperado por llegar al poder.
Algunas de las historias que cuenta ya eran conocidas, otras no. Algunas tienen más sustento que otras.
A Sendic lo retrata como un líder torpe y belicista. Lo hace responsable indirecto del asesinato de los cuatro soldados del jeep.
A Rosencof y Engler los acusa de haber integrado la dirección del MLN que ordenó ejecutar a Roque Arteche y a Pascasio Báez.
A Fernández Huidobro lo acusa de haber delatado ante los militares cuáles eran los tupamaros que habían cometido delitos de sangre.
Sin embargo, sus acusaciones flaquean y su relato todo pierde credibilidad al no lograr explicar en forma convincente las acusaciones que pesan sobre sí mismo. Sobre las desaparecidas libras de Mailhos reconoce que las escondió, pero no tiene una explicación cierta sobre su desaparición.
Sobre las acusaciones de traición que le pesan dice que son una leyenda negra urdida por sus enemigos dentro de la organización. Quien de verdad delató a todo el mundo fue Píriz Budes, señala una y otra vez.
Píriz Budes es el Amodio Pérez de Amodio Pérez.
Sobre la acusación de que salía a la calle junto a unidades militares para ayudar a detener a otros tupamaros, afirma que  lo confundían con Donato Marrero y Rodolfo Wolf, que eran de físico parecido.
Sobre lo que se ha relatado en este blog, que ayudó a apresar a Enrique Rodríguez Larreta en el cine Arizona, sostiene que no puede ser, ya que ni siquiera conocía a Rodríguez Larreta, que militaba en otro grupo político. (Pero en otro lugar del libro, sin embargo, admite que Rodríguez Larreta sí integró el MLN y cuenta que lo tuvieron cinco días secuestrado en medio de una pugna interna. Tal parece que lo conocía...)
En definitiva, insiste, él no delató a nadie; solo se limitó a ordenar información que los militares ya tenían y a "asesorarlos".
No queda claro, entonces, por qué fue el único tupamaro al que se le permitió salir casi inmediatamente del país, con su pareja, con una nueva identidad, para recomenzar una nueva vida libre de toda carga en la dorada Europa.
¿Tanta generosidad a cambio de casi nada?

2.11.14

Diez apuntes sobre las elecciones

Diez cosas que me atrevo a decir sobre las elecciones.
1) Un porcentaje importante de uruguayos nace a la vida política con una camiseta y muere con ella, a pesar de todo. Se quejan, se escandalizan incluso, pero al final votan lo mismo. Eso reduce los costos que los gobiernos pagan por sus errores y horrores.
2) Los que no tienen la camiseta puesta, deciden su voto según motivos varios, pero el principal en el mundo entero es el económico. Desde que asumió el Frente Amplio, crecieron los salarios de empleadas domésticas, obreros de la construcción, maestros, policías, trabajadores rurales y un largo etcétera. Todavía hay muchos salarios muy modestos, demasiados, más de los que algunos dirigentes del Frente Amplio gustan admitir, menos aún en esta hora de euforia. Pero, en promedio, antes eran peores. ¿Alguien que hoy vive mejor cambiará su voto por el escándalo de Pluna? No creo.
Mujica elecciones Uruguay
Vota el presidente Mujica. Foto: Presidencia del Uruguay.
3) Lo anterior explica también el triunfo del Frente Amplio en departamentos donde antes arrasaban los blancos. Un colega que recorre el interior me dijo sobre la alta votación del Frente Amplio en pueblos del interior profundo. "Ahí votan los trabajadores rurales que ahora tienen una ley que reduce a ocho horas su jornada de trabajo, que multiplicaron su sueldo, que ahora se pueden comprar una moto y un teléfono celular, acceden a internet y conocen lo que pasa en el resto del país y en el mundo. De esos pueblos, además, salen muchas de las empleadas domésticas del país".
4) Además de la gente que mejoró su salario, están los que reciben ayuda económica directa. Esos menos que menos van a cambiar de voto.
5) A la hora de definir el sufragio, el único asunto capaz de competir en un plano de cierta igualdad con el económico es el de la seguridad ciudadana. Ese tema también importa y es notorio que una buena parte del electorado no está conforme con la situación actual. Muchos apoyaron el plebiscito para que los adolescentes de 16 y 17 fueran juzgados como adultos si cometían delitos graves no tanto por el proyecto concreto en sí, sino porque reclaman más seguridad.
El plebiscito permitió una cosa curiosa: se podía votar al mismo tiempo al partido que reparte ayudas sociales y mejoró los salarios (Frente Amplio) y por un aumento de la seguridad pública (papeleta del Sí). Hubo miles de estos votos.
Quizás, entonces, el plebiscito terminó por ayudar al Frente Amplio y le dio una válvula de escape al mayor problema que tenía en la elección (y que sigue teniendo hoy todavía).
6) Las encuestadoras y algunos politólogos dicen que la educación es la otra gran preocupación de los uruguayos. Pero la educación, cuyo desbarranque comenzó con los partidos tradicionales y continuó con el Frente Amplio, en el fondo no le importa mucho a nadie. Los padres no marchan por 18 de Julio protestando porque su hijo atravesó todo el liceo y no sabe escribir una carta en castellano, de hablar inglés ni hablamos. Los padres nunca se quejan cuando sus hijos se quedan sin clases porque faltan los docentes ni por el enésimo paro de profesores. Darle una educación de calidad a los pobres para que sus hijos puedan mejorar más allá de los modestos horizontes que hoy se festejan es un enorme debe del Frente Amplio. Pero, mientras haya dinero para parar la olla, nadie lo piensa en esos términos. No nos engañemos: en Uruguay nadie cambia su voto por la educación.
7) Los casos de corruptela y corrupción le importan mucho solo a un electorado ilustrado, minoritario, que sigue las noticias al detalle todos los días. Dentro de ese mundo, hay gente que se molesta y patalea, pero no cambia su voto (ver punto 1). Fuera de ese sector informado, mucha gente ni se entera, más aún si la mayor parte de la oposición decide no hablar de ellos.
Hay muchos ejemplos de como estos casos no deciden las elecciones, no solo en Uruguay sino en el mundo. Menem fue reelecto en Argentina. Berlusconi ganó mil veces. El matrimonio K lo mismo, a pesar de su enriquecimiento. El PT acaba de ganar en Brasil por cuarta vez, a pesar de tener un rosario sin fin de escándalos mayúsculos y muchos importantes dirigentes presos por corruptos.
8) Se habla de que el Frente Amplio tiene una hegemonía cultural que aprovecha en las urnas. Creo que es una verdad a medias. La hegemonía cultural en Uruguay la tiene la izquierda, el progresismo, el igualitarismo, el viejo batllismo original de Don Pepe, el que Jorge Batlle anunció que enterraría y por supuesto no pudo, la idea de que el Estado tiene que ser el escudo de los pobres, como decía José Batlle y Ordóñez. Ese ideal lo aprovechó durante décadas el Partido Colorado, que lentamente, lustro a lustro, se fue corriendo hacia la derecha hasta llegar a la posición que hoy ocupa: es la opción electoral más derechista disponible y por eso vota tan mal. Hoy el partido que más sintoniza el ideal progresista e igualitarista del uruguayo promedio es el Frente Amplio, y los votantes de centroizquierda que resisten en minoría dentro de los partidos tradicionales cada vez son menos. Pero esta elección también mostró una brecha en esa lógica: quedó claro que se puede ser de centroizquierda o de izquierda y no votar al Frente: hubo muchos votos nuevos al Partido Independiente, a la Unidad Popular y al PERI. Hasta el Partido de los Trabajadores, que nunca llegaba a mil votos, esta vez pasó los 3.000. El PI y la UP también resultaron victoriosos en esta elección, en la que todos los que honestamente pueden decir que ganaron están a la izquierda del centro.
9) Los partidos tradicionales hoy no entienden el punto 8.
10) Tomando las palabras del politólogo Daniel Chasquetti "el problema de buena parte del Frente es que tiene poco republicanismo". Es un problema importante y de difícil solución, porque esa falta de republicanismo está en los genes de algunos -no todos- los grupos que componen la coalición. Pero si el Frente no tuviera ese problema, y en vista de los puntos anteriores, le podría ir todavía mejor.

25.10.14

Vamos a votar

Que todos los defectos, vacíos e imperfecciones;
que todas nuestras decepciones y frustraciones, nuestros desencantos;
que todas las injusticias, los abusos y desvergüenzas;
que todos los engaños: el doble discurso, la demagogia y la hipocresía; 
que todas las verdades a medias y las mentiras a secas;
que todas las agachadas y la vanidad disfrazada de falsa modestia;
que todas las limosnas, la pobreza y la miseria;
que toda la ignorancia, la estupidez y la soberbia;
que todas las estafas, los acomodos, la corrupción y el clientelismo;
que todo lo que tenemos en el debe no nos haga perder de vista que nuestra democracia chata es un privilegio;
que nos fue mucho peor cuando no la tuvimos;
muchísimo peor;
que costó dolor,
sangre,
muerte,
heridas que todavía duelen.
Que nunca nos vuelva a faltar.
Que nunca volvamos a dejarnos ganar por los que creen que no sirve para nada.
Que nunca más oigamos los cantos de sirena de los visionarios, los maniqueos, los totalitarios.
Vamos a votar.
Parece poca cosa, pero es mucho, mucho, mucho.

Golpe de estado, dictadura



17.10.14

Dejen vivir

No veo hordas de colorados persiguiendo a Glenda Rondán o a Alberto Scavarelli por haber abandonado su partido y adherido al Frente Amplio, y por haberlo hecho público y haber participado de actos de propaganda de su nuevo partido.
Y supongo que a todos los que leen les parece bien que así sea, que nadie castigue a Rondán o a Scavarelli por ejercer su legítimo derecho de elegir lo que creen mejor para el país y de hacer lo que se les canta la gana.
Scavarelli al Frente Amplio
Sendic, Vázquez, Scavarelli
Entonces, ¿por qué no dejan que Hoenir Sarthou también elija libremente lo que desea votar? ¿Por qué no aceptan que comunique sus decisiones a quién quiera y del modo que más le guste, lo mismo que los buenos de Glenda y Alberto?
Obviamente, las decisiones políticas de una persona pública como Sarthou pueden ser discutidas. Pero lo que no se puede aceptar es la descalificación moral, el agravio personal, las amenazas y la presión para que se calle.
Ya bastante malo es andar por la vida considerando tener el monopolio de la verdad y la ética, creyendo que el cien por ciento de la verdad se acumula en una sola opción (la propia), como para además erigirse en censor de lo que deciden todos los demás.
Lo que algunos están haciendo con Hoenir Sarthou me recuerda lo muy triste que algunos hicieron, años atrás, con Hugo Batalla.
El fanatismo talibán no sirve para la democracia.
Acepten que la verdad no es una sola, que está repartida.
Crezcan.
Y si no pueden, por lo menos dejen que la gente sea libre.

10.10.14

Un país que no debate

Algún día Uruguay alcanzará la madurez política para tener un verdadero debate presidencial, con todos los candidatos. Hoy no la tiene.
El "ateneo" organizado ayer por los canales privados de televisión estuvo lejos de ser un debate. El formato elegido aportó poco: no hubo preguntas y cada candidato pudo decir cualquier cosa, incluso la más disparatada, sin que nadie tuviera la oportunidad de rebatirla, discutirla, matizarla o apoyarla. Eso, que es la gracia de la democracia, estuvo ausente.
Para peor, faltó el expresidente Tabaré Vázquez, el candidato que marcha primero en las encuestas.
Las razones por las que Vázquez se ausentó son difíciles de entender. Había dicho antes que no participaría de debates, pero sí de exposiciones del tipo del ateneo de ayer. Andebu -con su facilidad histórica para acomodarse- cambió el formato por el meramente expositivo. Pero Vázquez igual no fue, a pesar de que el programa no presentaba ningún riesgo.
La única jugada política del monocorde ateneo fue el desafío de Pedro Bordaberry a Luis Lacalle Pou para debatir en serio entre ellos. Ante cámaras, lo retó a discutir ellos dos solos, porque una polémica entre todos los candidatos sería imposible. "Tantos no podríamos hacerlo, no daría el tiempo", dijo Bordaberry.
Es muy curioso, pero yo vi la semana pasada el debate presidencial de Brasil, en la TV Globo. Participaron los SIETE candidatos presidenciales. Y sí dio el tiempo. Los candidatos discutieron, polemizaron, se hicieron preguntas unos a otros: se recordaron aciertos, errores, promesas electorales incumplidas, casos de corrupción, políticos procesados y presos.
El de Brasil fue un debate en serio. Los candidatos se dijeron cosas duras, pero ninguno se negó a responder o le pidió un aparte a otro para que moderara sus dichos. Nadie se escudó en su posición en las encuestas.
Acá es muy distinto.
Debate 1980 - Si -No
Viana Reyes, Bolentini, Tarigo y Pons Echeverry 
Vázquez no quiere debatir con Lacalle porque le va ganando.
Lacalle no quiere hacerlo con Bordaberry porque le va ganando.
Bordaberry quiere debatir con Lacalle, pero no con los que vienen abajo, a los que les va ganando.
Ningún debate se concreta porque negarse sale gratis. La ley no obliga a aceptar el desafío y el electorado tampoco. Los uruguayos del partido que sean no castigan al candidato que rehuye la confrontación de ideas. ¿Qué sentido tiene debatir entonces?
Los debates se hacen en todas las democracias maduras. En Uruguay los hubo y varios de ellos fueron memorables, incluso en la dictadura: el coronel Bolentini y el consejero de estado Viana Reyes debatieron frente a las cámaras de televisión con dos políticos -Enrique Tarigo y Eduardo Pons Etcheverry- que sostenían la heroica posición del No en el plebiscito de 1980. En Brasil, en estas elecciones, hubo CINCO debates presidenciales, sin contar los que se hicieron para las elecciones a gobernador. Acá no se pudo organizar uno.
Eso sí: mucha propaganda electoral.
Esa no se le escapa a Andebu.


El último de los debates presidenciales en Brasil.


23.9.14

Pobre Seregni

Escribí esto hace ya diez años, luego del entierro de los restos del general Líber Seregni.

En estos días se habla mucho del legado de Líber Seregni. Pero, en parte por la admiración que despierta el fallecido y en parte por la tradicional autocomplacencia uruguaya, se soslaya lo poco que su ejemplo es hoy tomado en cuenta.
Seregni había sido desplazado del liderazgo de su propio partido, el Frente Amplio. Su visión de la realidad era rechazada por la mayoría de sus dirigentes. Cuando el Frente cumplió 30 años le impidieron subir al estrado. Hace pocas semanas se le negó el honor de encabezar todas las listas en las elecciones internas. Antes, el diputado socialista Roberto Conde lo menospreció, llamándolo "otrora gran conductor". Los radicales lo acusaron de ser "servicial" y "colaboracionista" con el gobierno. Llegaron a insinuar que estaba chocho y preparando su regreso al Partido Colorado. El diputado Raúl Sendic preguntó: "¿no tiene algún amigo que le diga que se calle?". Ahora debe estar contento. Seregni no lo incomodará más.
Tantos agravios fueron producto de la sinceridad de Seregni, de su osadía de buscar el beneficio del país por sobre intereses electorales menores. Como la mayor parte del Frente Amplio, Seregni apoyó la redacción de la ley que permitía asociar a Ancap con capitales privados. Pero cuando vino la embestida sindical no se dio vuelta, como sí hizo la plana mayor de la coalición. Por ejemplos como ése fue que Seregni dijo más de una vez que el Frente Amplio no estaba preparado para gobernar.
Algunos de esos dichos fueron festejados por dirigentes de los partidos tradicionales, con una miopía que ya parece ceguera. No veían que el ejemplo de Seregni también los dejaba a ellos en falsa escuadra. ¿Qué partido tiene hoy políticos capaces de ir contra la corriente, de hablar con sinceridad de los problemas propios, de buscar la verdad sin consultar antes lo que dicen las encuestas? Los poquísimos que hay están tan aislados y en minoría en sus propios partidos como lo estaba Seregni en el Frente.
Seregni dedicó sus últimos años a su Centro de Estudios Estratégicos 1815, pero antes de morir tuvo la precaución de cerrarlo. Quizás sintió la certeza de que no habría nadie capaz de dirigirlo: la palabra "estrategia" provoca pavor en nuestros políticos. La nota de tapa de esta edición, que explica cómo décadas de desidia, improvisación y derroche terminaron en el actual desastre energético, es buena prueba de esta afirmación.
El Centro de Estudios Estratégicos 1815 hizo en 2001 un seminario sobre la reforma de las empresas públicas. Allí Tabaré Vázquez dijo que aceptaba la asociación de estas compañías con capitales privados. Después apoyó los plebiscitos de Ancap y OSE. Allí el presidente Jorge Batlle dijo que muchos de los que dirigían las empresas públicas no sabían nada. Después los dejó en sus puestos tres años más, hasta hoy. Allí todos los grandes dirigentes de los tres grandes partidos mostraron una gran coincidencia sobre cómo modernizar nuestro gran Estado; la prensa festejó con grandes titulares. Después no se pusieron de acuerdo en nada. Y no modernizaron nada.
Pobre Seregni. Le habría ido mejor si en lugar de un centro de estudios estratégicos hubiera creado uno de estudios para el clientelismo, o de marketing y fomento de las encuestas.
Líber Seregni
El frustrado aporte del Centro 1815 es apenas una faceta de la prolífica vida del general. Pero, por sobre sus luces y sombras, hay algo que eleva a Seregni a una categoría de héroe que ningún otro político de hoy puede aspirar. Fue aquel día de 1984, en el balcón de bulevar Artigas, cuando tras diez años de injusta prisión y ante la multitud excitada, Seregni usó un megáfono para pedir por la paz, por la construcción de un país mejor, por la democracia, y no por la revancha. "Ni una sola palabra negativa, ni una sola consigna negativa", exhortó. Y la multitud le hizo caso.
El gran ejemplo de la vida de Seregni es el de la tolerancia, el de haber dejado en un segundo plano sus dramáticas peripecias personales para ayudar a conseguir el bien común.
De eso hablaba Leonardo Guzmán en el cementerio cuando lo hicieron callar. El ministro había señalado que Seregni hizo "uno de los sacrificios más grandes y más notablemente llevados que hayan visto las generaciones hoy vigentes". Luego, quizás con algún rodeo excesivo pero en perfecta consonancia con el espíritu de Seregni, alcanzó a decir: "todos tenemos para perder en la confrontación". Entonces la silbatina y los cantos de miles de intolerantes lo obligaron a callar. Antes, algunos habían intentado que Stirling no pudiera entrar al cementerio. Otros le pegaron a Yamandú Fau y a su esposa.
El sectarismo es una plaga que mina la democracia uruguaya. Existe en todos los sectores y en todos los partidos. No puede sorprender que esa intolerancia aflore en el Frente Amplio, cuyos militantes de La Teja llegaron al repugnante extremo de obligar a abandonar el barrio a Hugo Batalla, el abogado que tuvo el coraje de defender a Seregni y a Sendic frente a la Justicia Militar en los tiempos más tenebrosos de la dictadura.
Pero que la intolerancia aflorara en el entierro de Seregni fue doblemente doloroso. Fue triste, como todo acto de fanatismo. Fue penoso porque mostró hasta qué punto el extraordinario ejemplo de Seregni no es comprendido, ni siquiera por los que se dicen sus seguidores.
Cuando Guzmán fue acallado, la televisión dejó de transmitir desde el cementerio. Ya no pudimos ver las imágenes de los políticos amontonados en primera fila para tratar de ganar un puntito en la encuesta de mañana. En los estudios de TV Libre, y con cara de consternación, el periodista Antonio Ladra dijo: la memoria del general Seregni no merecía un final así. Es cierto.
Que Seregni se haya muerto es triste. Pero lo que más duele es que nadie recoja su herencia.

Columna publicada en el suplemento Qué Pasa del diario El País el 7 de agosto de 2004.

15.8.14

Lo que nos tenía podridos

Esta columna la escribí en el suplemento Qué Pasa, del diario El País, en la edición del 1 de noviembre de 2003, en pleno gobierno de Jorge Batlle (Partido Colorado).
La recuerdo para algunos desmemoriados. Y para que quien así lo desee se ejercite y vea si el Uruguay cambió mucho o cambió poco en los casi once años que pasaron desde entonces.

Lo que nos tiene podridos

El título de tapa de esta edición de Qué Pasa choca. Y duele. Su origen está en la expresión del ex ministro y precandidato presidencial del Partido Nacional, Sergio Abreu, que dijo estar "podrido" del hueco debate sobre el plebiscito de Ancap. Su sentido es claro: no es EL Uruguay lo que nos tiene podridos, sino UN Uruguay.

Suplemento Qué Pasa tapa Uruguay
Ilustración de Noelí Seveso.
El Uruguay que nos tiene podridos no es todo el Uruguay, sino el Uruguay de las batallas electorales vacías, el Uruguay que no se puede poner de acuerdo en nada, el de los corporativismos salvajes. Un Uruguay cuya agenda política la fijan las encuestas y un sindicato de empleados públicos.

Nos tiene podridos el Uruguay del doble, del triple discurso. Un Uruguay donde el mismo senador que redacta una ley junta firmas para derogarla. Un Uruguay en el que los mismos que hablan de la eficiencia del Estado lo han llenado, clientelismo político mediante, de miles de empleados que sobran. El Uruguay de los ñoquis. El Uruguay donde hay funcionarios públicos que cobran su sueldo 11 años sin pasar por el trabajo. El Uruguay que tiene presidentes que le ponen la firma a tamañas aberraciones, y después ni siquiera dignan explicarse.

Nos tiene podridos el Uruguay que gasta sus escasos recursos sin prioridades. Un Uruguay que es incapaz de enseñar a leer y escribir correctamente a sus jóvenes. Un Uruguay con partidos políticos gobernados eternamente por los mismos. Un Uruguay donde las empresas del Estado las dirigen los políticos fracasados. Donde los que realizan negocios ruinosos para el Estado siguen tan campantes.

Nos tiene podrido el Uruguay donde a los que vacían un banco les dan otro para que lo intenten de nuevo. Nos tiene podridos un Uruguay donde siempre todo está mal, incluso pretender llevar 30 turistas a la isla de Lobos. Un Uruguay donde los que bloquean cada oportunidad, después se quejan del desempleo.

Nos tiene podridos el Uruguay frivolón de las lágrimas de cocodrilo. El Uruguay de los intelectuales plagiadores que dictan cátedra. El Uruguay donde el mérito nunca es nadar, sino hacer la plancha.

Es un Uruguay que no invierte en ciencia, que no investiga, que se resigna a que su energía sea siempre el petróleo importado. (Eso sí, nos arrancamos los ojos para ver quién es el dueño de la refinería).

En Qué Pasa no nos resignamos a ese Uruguay.

Hay dos notas centrales en esta edición. Una está hecha en Montevideo y la otra en el lejano pueblo de Pepe Núñez, en Salto. A primera vista, los dos artículos pueden parecer distintos. Pero los dos dicen lo mismo.

21.2.14

"La verdad resplandece y resplandecerá"

El 20 de agosto de 1968 tropas soviéticas ingresaron a Checoslovaquia con el fin de terminar con el socialismo democrático y "de rostro humano" que intentaba florecer en la "Primavera de Praga". El Pacto de Varsovia, controlado por la URSS, envió a ese pequeño país 600.000 soldados, 6.300 tanques, 500 aviones de combate y 2.000 cañones y lanzamisiles para aplastar el movimiento democratizador. Checoslovaquia tenía apenas 150.000 soldados. Por orden de su dirigencia política, no opusieron resistencia a los invasores.
La gente, en especial los jóvenes estudiantes, sí resistieron en la calle. El primer día de la ocupación murieron 58 checoslovacos, incluida una niña de ocho años.


El mayor número de muertos y heridos se registró el 21 de agosto de 1968, ante el edificio de la Radiodifusión Checoslovaca. Los habitantes de Praga intentaron defender la radio estatal. Tres cayeron bajo el fuego de los soldados soviéticos, 12 murieron al explotar un carro de municiones de los invasores y dos al saltar por la ventana de una casa incendiada durante el enfrentamiento.
Ese mismo día El Popular, el diario del Partido Comunista del Uruguay, informaba a sus lectores:
"A pedido de la mayoría del Presidium del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia y del gobierno checoslovaco, han entrado a dicho país tropas del Tratado de Varsovia, pertenecientes a la URSS, Polonia, Bulgaria y Hungría, para salvar las conquistas socialistas del pueblo checoslovaco y la paz mundial gravemente amenazada por los planes del imperialismo yanqui y de los nazis revisionistas de Bonn que querían transformar a Checoslovaquia en una base imperialista.
Se trata de hechos dolorosos pero que resultan imperativamente insoslayables. Los servicios informativos yanquis y sus peleles de la 'gran prensa' en el Uruguay han lanzado una campaña calumniosa para tergiversar el sentido de los acontecimientos".
Tres días después, el 24 de agosto, El Popular publicó un editorial sobre lo que estaba ocurriendo en Checoslovaquia:
"Otra vez más los comunistas uruguayos, enfrentando la grita de los agentes del imperialismo, al apoyar la acción de los países del Pacto de Varsovia, somos fieles a los principios, sin ceder al chantaje de la gran burguesía internacional (...) La decisión de la URSS y los otros estados socialistas es justa porque se ha hecho para frustrar el golpe reaccionario (...) Algunos de estos dirigentes han llegado a decir que en Checoslovaquia se iba a nuevo socialismo, a un 'socialismo democrático'. Pero bien se sabe que cualquier régimen socialista es un millón de veces más democrático que un régimen burgués; que entre uno y otro hay diferencias radicales de principio (...) Aquí se trata de la ayuda al pueblo checoslovaco para derrotar a la contrarrevolución. También hubo que hacerlo en Hungría en 1956 y si no se hubiera hecho hoy habría un estado burgués reaccionario.
Pero la verdad resplandece y resplandecerá. El socialismo en Checoslovaquia será salvado, para bien de toda la humanidad progresista".

Mucha gente joven ni siquiera oyó hablar de Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968, pero quizás les suenen las palabras.
La historia se repite, dijo Marx. La primera vez como tragedia, la segunda como farsa.

Primavera de Praga



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