21.7.24

Los abusos sexuales del cura Antelo

Tercera -y última- entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.


E
l caso de la Comunidad Jerusalén tuvo un cierre categórico el 2 de octubre de 1996, cuando el juez José Balcaldi determinó que existían elementos de convicción suficientes para procesar y recluir a su líder, el sacerdote Antelo. "Decrétase el procesamiento y prisión de Adolfo Antelo, imputado de un delito continuado de violencia privada y un delito de lesiones graves", decía el auto de procesamiento firmado por el magistrado.

El podcast del diario El País induce a error al señalar que Antelo "nunca estuvo en prisión. Murió de cáncer, sin condena, unos días después de que un tribunal de apelaciones confirmada su procesamiento".

Padre Adolfo Antelo, cura Adolfo Antelo.
Antelo sí estuvo preso, aunque no en una cárcel. El mismo dictamen del juez Balcaldi agregaba que "en virtud del mal estado de salud del procesado" y de que su enfermedad "requiere tratamiento permanente y es de gravedad", se disponía que permaneciera recluido en el lugar que el arzobispo de Montevideo, José Gottardi, entendiera "más adecuado". Algo parecido a la prisión domiciliaria.

Ese lugar donde Antelo pasó el último tramo de su vida, privado de su libertad, fue un hogar religioso salesiano.

Por lo demás, el auto de procesamiento con prisión del juez Balcaldi fue de tal contundencia que a partir de ese momento los defensores del cura violento se llamaron a silencio. 

Además de múltiples pruebas de las brutales golpizas que el líder de la Comunidad Jerusalén propinaba a sus integrantes, el juez reunió gran cantidad de testimonios respecto a sus abusos sexuales. La nota de la revista Tres que había terminado por llevar el caso a la Justicia tenía respecto a ese punto un único y valiente testimonio, el de Ana Coutinho, pero ante el juez las voces se multiplicaron.

Antelo vivía obsesionado con el sexo. La testigo M. S. declaró que "el padre Antelo en todas las charlas decía malas palabras, los ejemplos que ponía eran permanentemente obscenos, de relaciones sexuales, de homosexualismo". "Un día nos gritaba, nos insultaba y al otro día andaba a los abrazos y un poco más, digo, manoseos, caricias, abrazos, besos, todas esas cosas que uno no esperaba en un sacerdote".

L.T. relató que varias de las integrantes del grupo dormían con Antelo. "Había una cama chica, ellas decían que dormían en un colchón en el piso. Entraban dos o tres, pero pasaba la noche una. Siempre se turnaban". 

"Antelo -mientras hablaba- abrazaba a A.y permanentemente le pasaba la mano por debajo de la pollera. A mí me pasó estar sentada y que me tocaba las piernas, las ponía sobre las suyas estando ambos sentados y me las acariciaba levantándome la pollera, adelanta de todos (...) También era habitual que Antelo les tocara los senos a las chicas para sacarles el mal del cuerpo...".

M.G. declaró que oyó como Antelo le dijo a R. "Qué linda estás hoy, qué tetas lindas tenés y ella se reía como halagada. En esta oportunidad también me dijo: 'A ver cómo las tenés vos'. A mí me molestó tanto que me di vuelta y me fui". Varias veces vio como le tocaba los senos a R. y también a I,

A.P. vio como le tocaba los senos a C. "porque así la sanaba con el amor de Dios".

A.C. relató que una vez la integrante Y. estaba con fiebre en la cama. "Yo iba a entrar al cuarto a buscar algo y en el mismo momento salía Antelo y Y. estaba pálida y mal. Le pregunté qué le pasaba y ella me dijo: 'No sé por qué me hace esto'. Le pregunté: '¿Por qué te hace qué?'. Y me dijo que le había empezado a dar besos recorriéndole la cara, el cuello y todo por dentro del camisón. Y. era una de las chicas que dormía asiduamente con él".

La misma testigo agregó que "se cansó de ver actos obscenos, personas del sexo femenino que pasaban la noche en el dormitorio de Antelo, pero no que las hermanas, por lo menos a ella, le manifestaran ninguna reprobación y que fuera contra su voluntad".

A veces abuso físico y sexual se combinaban. R.G. declaró que vio como a M., antes de someterla a una brutal golpiza, la desnudó.

"Yo me saqué toda la ropa porque tenía miedo", le confirmó M. al juez Balcaldi.

Una vez, Antelo le ordenó a M.G.que se bronceara. "Dejó la orden de que usara un dos piezas para tomar sol, que era prácticamente un tres tiras, o si no que tomara sol desnuda (...) En esta ocasión, por obediencia y presión de las consagradas me dediqué a tomar sol, tanto que tuve quemaduras de segundo grado". Otra vez, Antelo sorprendió a esta integrante regresando de la playa y le ordenó que se quitara la remera y el short. Ante su negativa, le ordenó: "Sacate la ropa que quiero verte la malla". 

 A.V. declaró en el juzgado que "Antelo le tocó a S. la vagina por encima de la pollera y lo hizo para explicar una situación de forma jocosa". También le tocó la vagina a Y. delante de todos, relató D.K.

Antelo era muy consciente de que su conducta era inadmisible. L.T. narró que "nos informaba que eso no debía trascender porque ni en el Vaticano podrían entender (...) la relación que él tenía con las mujeres".

A Antelo también le gustaba tocarle los órganos sexuales a los hombres. 

A.V. y A.P, dos de los hombres del grupo, relataron que Antelo les toqueteó sus genitales.

"En una ocasión Antelo me invitó a que yo tomara sus órganos genitales (con mi mano por arriba de la ropa) y él hizo lo propio conmigo", declaró M.D.L.

A otro de los varones, P.G., lo hizo vivir una situación humillante delante de buena parte de la comunidad, hombres y mujeres. "Antelo me exigió que le mostrara el pene delante de él, en un rincón de la sala donde estaba el resto de las personas observando la espalda del cura. Él me lo exigió una, dos, tres veces. Al final yo le muestro mi pene y luego él mismo saca el suyo y me dice: 'Ves, esto es un macho'. Experiencia por demás humillante y que demuestra el estado de obnubilación en que yo me encontraba entonces, que no le llegué a pegar una trompada".

 



3.7.24

Entrevista a propósito de Caraguatá

El suplemento Sábado Show del diario El País me dedicó el 29 de junio una generosa entrevista a propósito de la publicación del libro Caraguatá. Una tatucera, dos vidas. Reproduzco aquí algunos pasajes. La entrevista completa puede leerse en la web de El País, en este enlace.

Entrevista Leonardo Haberkorn
 (...)

—Usted ha enfrentado el discurso oficial del MLN, ¿es el que triunfó teniendo perspectiva histórica?
—Hay un discurso casi hegemónico que minimiza la violencia previa al golpe de estado. Mucha gente dice que el MLN luchó contra la dictadura lo cual es mentira. (Mauricio) Rosencof dice en un libro que si tenían que desarmar a un policía lo hacían a las piñas, pero la verdad es que mataron a una cantidad de policías. Los que establecieron ese discurso oficial fueron Rosencof y (Eleuterio) Fernández Huidobro en sus libros y (José) Mujica en las entrevistas y libros que le hicieron. Había verdades que estaban escritas en mármol y no se podían discutir. Mi libro Historias tupamaras las discutió. Lo hice apoyándome en entrevistas a otros tupamaros que tenían una visión diferente de los hechos. Nunca nadie los desmintió. Pero es justo decir que también hay otros relatos que “acomodan” la historia. Los políticos minimizan el golpe de febrero, por ejemplo. Siempre hablan de junio, y ese es otro relato muy instalado. Lo que pasa es que en febrero no hicieron nada para enfrentar el golpe y dejaron que los militares se hicieran con el poder. El Partido Comunista lo apoyó. Ese también es un relato exitoso.
—Hay quienes dicen que poner el foco en relativizar el discurso del MLN puede ser funcional al discurso de la dictadura.
—Son comentarios que te aplican para intentar silenciarte. Como el acusarte de promover la teoría de los dos demonios. Son simples extorsiones. Conmigo no corren. Mi primera militancia política fue salir en bicicleta con mis amigos a pegar volantes por el No en las columnas y teléfonos públicos, en el plebiscito de 1980. Toda mi obra periodística es anti dictadura. Hay tres libros muy específicos, que son Gavazzo. Sin Piedad, La Muy Fiel y Reconquistadora y Herencia Maldita, pero también Milicos y tupas es una denuncia muy fuerte contra la tortura. Publiqué las actas del Tribunal de Honor donde Gavazzo admitía haber desaparecido a Roberto Gomensoro, un documento que entre Tabaré Vázquez, Miguel Ángel Toma y Guido Manini Ríos habían ocultado por motivos que aún nadie sabe. Obtuve con un pedido de acceso a la información pública y publiqué en La Diaria un documento clave para aclarar el asesinato de Vladimir Roslik.
—¿Su nuevo libro Caraguatá: una tatucera, dos vidas puede leerse como una continuación de toda esa saga?
—Sí. Pero no es una continuación de Historias Tupamaras, como se planteó en una reseña en La Diaria. En Historias tupamaras yo discuto, en base a testimonios de exintegrantes, los grandes postulados de la historia oficial del MLN. En este libro no me interesó recorrer ese camino. Por el contrario, reconstruyo la vida de dos tupamaros importantes como Ismael Bassini, fundador del MLN, y de Enrique Osano, con sus claroscuros. Recojo sus puntos de vista sobre hechos importantes y graves. Y, en este libro, nunca discuto ni doy mi punto de vista. No juzgo. Todo el juicio lo dejo en manos del lector. Son dos libros muy distintos. En Caraguatá, además, dediqué mucho esfuerzo y espacio a investigar y contar cómo el Ejército mató al tupamaro Walter Sanzó, también en la misma tatucera. Fue una muerte que también pudo evitarse. Y se incluye un testimonio que yo entiendo muy relevante de un militar, el capitán Dyver Núñez, un oficial del Ejército que habla de la tortura y de qué ocurría cuando un militar se negaba a practicarla. Todo eso se ignora y se escatima. Ocurre que diciendo que es una continuación de Historias tupamaras se busca que el público de izquierda no lo lea. Ya estoy acostumbrado a ese tipo de mezquindades.
—El libro habla del asesinato de Pascasio Báez y de Walter Sanzó, del cual no se conocía mucho. ¿Qué le llamó la atención de ese episodio en particular?
—En mis trabajos anteriores varios entrevistados me habían hablado de Bassini, como un militante especialmente bueno, sensible, incluso ante sus enemigos. Y esa persona especialmente buena termina matando a Pascasio Báez. Ese dilema, ese misterio, siempre me había hecho querer entrevistarlo, llegar al fondo, entender qué paso. Cuando aceptó recibirme y empezamos a charlar me di cuenta de que su cosmovisión era interesante y excedía lo de Pascasio Báez. Leyendo sobre el Caraguatá, supe que el Ejército había matado a una persona, que era Sanzó. Descubrí que cuando lo mataron el tema llegó al Parlamento de la mano de Zelmar Michelini y Juan Pablo Terra en el 72. Advirtieron que estaban matando gente, que el Ejército actuaba sin control pero no pasaba nada. Me pareció una historia digna de ser investigada y contada, y no me defraudó.
-En el libro se cuenta la vida de Bassini, pero también de otro tupamaro: Enrique Osano.
-Cuando Bassini llegó al tema de Pascasio Báez me dijo que Osano había tenido un rol importante en ese desenlace trágico. Y decidí entonces ir a buscar su punto de vista. Resultó que su versión era distinta a la de Bassini. Entonces Caraguatá es la historia de Bassini, Osano, y de Pascasio Báez y Sanzó.

(...)

—¿Militares y tupamaros desterraron el terrorismo como opción?
—Pienso que hoy no es una opción para nadie. Pero el Ejército debería hacer un reconocimiento explícito de cosas que ocurrieron y que no ha hecho, como que se uso la tortura de manera generalizada. La Fuerza Aérea admitió que trajo un avión lleno de detenidos desde Buenos Aires, que están desaparecidos. Y ese sigue siendo el gran tabú: ¿hubo un ajusticiamiento masivo de esos detenidos? ¿Dónde están los cuerpos? Del lado de los tupamaros puede haber alguno suelto en la casa que piense que hay que volver a la lucha armada, pero hoy no es una alternativa. Mujica hoy es un demócrata convencido pero no ha sido explícito en asumir que se equivocó.
—¿Por qué?
—Yo he tratado de hablar de este tema con Mujica y no lo he conseguido. En la película de Kusturica él dice que todo lo que sufrió por estar preso en condiciones espantosas valió la pena y que lo hizo mejor persona. En Desayunos Informales le pregunté que aunque para él hubiera sido mejor, qué pasaba con la gente que lo seguió, la que fue víctima del MLN y para el Uruguay todo. La respuesta fue evasiva. Él sabe la respuesta y su accionar político lo demuestra, porque se alineó a la democracia, pero no lo explicita. Ocurre que la verdad va en contra del discurso que cree Kusturica y que cree el mundo. Es difícil ir contra eso, aunque le haría un gran favor al Uruguay si lo dijera con todas las letras.
—¿Qué lectura hace del reclamo de María Topolansky, que dijo que su hermana Lucía y su cuñado José Mujica no fueron “hasta el hueso” en la búsqueda de desaparecidos?
—Salvo algunas excepciones que han servido para ubicar algunos de los cuerpos que se han hallado, quienes tienen los datos de los enterramientos no los han compartido. Siguen guardando el secreto. Son sordos a las apelaciones a contribuir a sanar esta herida y llevarle paz a esas familias y al país. Eso ha dificultado la tarea a todos los presidentes que buscaron a los desaparecidos, desde Tabaré Vázquez hasta Lacalle Pou. Quizás Mujica tuvo un resorte adicional al cual apelar: los nexos establecidos entre el MLN-T y los Tenientes de Artigas. Quizás Topolansky cree que, con esa relación o con otros resortes, Mujica pudo haber hecho más. Pero es ella la que puede aclararlo.
—Hace dos meses protagonizó un fuerte cruce con Manini Ríos en Desayunos Informales cuando él lo acusó de haber puesto el tema de Gavazzo sobre la mesa en 2019 para opacar el surgimiento de Cabildo Abierto, ¿cómo le cae ese señalamiento?
—Manini tuvo la oportunidad en el Tribunal de Honor de Gavazzo de establecer que la tortura y que matar a un prisionero indefenso era condenable para el Ejército. Sin embargo fue por un camino de castigar a Gavazzo por una cosa infinitamente menos grave que es haber permitido que un militar estuviera preso por un asesinato que no había cometido. Gavazzo en el Tribunal de Honor dijo que él había tirado a Gomensoro en el río Negro, pero Manini no presentó el caso en la Justicia y después le llevó las actas a Tabaré Vázquez sin destacar esto, adosándole un documento de críticas a la justicia. Eso estuvo un año dando vueltas y ni Manini ni Vázquez ni Toma llevaron el caso a la Justicia ni lo hicieron público. Todo el paquete estaba escondido. Y a todos los que esperaban que eso quedara así para siempre les dio bronca que yo lo destapara. Desde que salió eso el semanario de Cabildo Abierto, La Mañana, y Manini en persona me han atacado de todas las maneras posibles. Todo lo que publiqué era verdad y merecía saberse. Nunca recibí tantas felicitaciones por una nota como el día que publiqué lo que decía en ese Tribunal de Honor: desde Pedro Bordaberry hasta Daniel Martínez, que entonces era el referente del Frente Amplio, me escribieron. Manini sigue sangrando por la herida, lo lamento por él. 

(...)

20.6.24

Un teniente Duarte, dos tenientes Duarte, cien tenientes Duarte

Desde que en diciembre de 2021 publiqué el caso de un suboficial de la Armada enviado a prestar servicios a una tapera en la mitad de la nada como castigo por haber denunciado a sus jefes corruptos ante la justicia, comencé a recibir decenas de denuncias de casos similares en las fuerzas armadas.

El del teniente Nelson Duarte fue uno de ellos. 

Hoy en Desayunos Informales hablé largo y tendido del tema. Vaya como disculpas para todos aquellos que no he podido atender todavía.


19.6.24

Cuando reencontré a Juan Ángel Miraglia (1922-2024)

Lo había escuchado mucho de niño y adolescente en Hora 25, en radio Oriental. Lo distinguía por sus juicios categóricos y tajantes. La mayor parte de las veces, estaba de acuerdo con él. Con toda seguridad, su tarea periodística era mucho más rica de lo que yo entonces estaba capacitado para comprender. A mí lo que me impactaba de Juan Ángel Miraglia, el más veterano de aquel equipo radial, era su implacable crítica y su vocación de llamar las cosas por su nombre, doliera a quien pudiera dolerle.

Muchos, pero muchos, años después, yo era el editor del suplemento Qué Pasa. Un día de 2004 recibí una carta depositada en el correo en Maldonado.

Juan Ángel Miraglia
Estaba firmada por un tal Juan Ángel Miraglia. No podía ser él, pensé. Hacía años que le había perdido la pista y que no tenía noticias suyas. Calculé que si estaba vivo tendría que haber pasado ya los 80 años. Era muy improbable que fuera él quien me escribía.

Pero había en la carta algo que agitaba al Miraglia de mi memoria. Me felicitaba por algo que yo había escrito y protestaba contra el estado actual del periodismo.

"... si nos atenemos a la chatura, la incapacidad, la insulsez o la falta de valentía de los actuales 'comunicadores' radiales, escritos o televisivos, que en la mayoría de los casos son lamentables", escribía.

Ese parecía ser el Miraglia de mis recuerdos.

Decidí llamar al número de teléfono (fijo) que colocaba debajo de su firma. Y en efecto. ¡Aquel corresponsal era un jubilado Juan Ángel Miraglia, que seguía indignándose por las cosas mal hechas y que mantenía su pluma tan afilada como 40 o 30 años atrás.

Conversamos y le dije que para mí sería un honor publicarlo en Qué Pasa. Me dijo que estaba jubilado, pero no me costó convencerlo. Seguía las noticias con atención y todavía levantaba temperatura con las indignidades de todos los días. Pasó un tiempo y comencé a recibir, cada tanto, un sobre desde Maldonado con una columna del viejo periodista: siempre duras, siempre certeras, siempre afiladas, siempre dando en el blanco.

Juan Ángel  Miraglia falleció el 18 de junio en Maldonado, a los 101 años de edad.

Para mí fue un honor haber publicado sus notas en el Qué Pasa. Nunca fueron sobre fútbol o deporte, sino sobre la realidad nacional. Copio aquí una de ellas, publicada el sábado 23 de octubre de 2004.

El derroche de siempre

Juan Ángel Miraglia

En el asunto que abordaré no temo las réplicas ni la descalificación a que pueda exponerme frente a un decadente periodismo al que asistimos todos los días a través de ese "eufemismo" que se ampara y que se define de un tiempo a esta parte, en la simple y condensada expresión de "medios de comunicación". En los que sobreabundan los que parece han asistido a la "sorbona" de la frivolidad, de la inconsistencia, de la ignorancia y hasta de la cobardía.

No se sabe a veces muy bien si porque no se tiene "eso que hay que tener" para llamarle a las cosas por su nombre o por desconocimiento grave de la obligación que impone el encarar una función llamada periodismo, que muy pocos saben ejercer.

Dentro de esos diplomados en la escuela de la frivolidad, están los que cortan "grueso", los que tienen como aliada permanente a la chabacanería o los que la van de audaces tomando siempre por el camino de la complacencia. También están los que se han especializado en "levantar centros" para que los entrevistados de turno salgan del paso en la forma más cómoda posible. O como no ven más allá de sus narices, no se les ocurre otra cosa que plantear sandeces a las gentes, resultando así exquisitos ejemplares del famoso "no te metás" que tiene abundantes cultores
.

Están también los que la van de "intelectuales del quehacer y del pensamiento" que —so pretexto de una objetividad inquebrantable— se dedican a hacer reportajes o entrevistas a supuestos técnicos o entendidos en materia de política (nacional o internacional), de economía, de filosofía, de literatura o de arte o ciencia si viene al caso.

En los diarios, televisión y en particular en la radio, asistimos con excesiva frecuencia a los rebuznos (con perdón de los asnos), de quienes son considerados y se consideran a sí mismos, conductores de la opinión y de los intereses públicos.

No faltarán los que se preguntarán con qué derecho el firmante formula tantas severas críticas al periodismo de la actualidad. Simplemente por el derecho que me dan más de 40 años del ejercicio, responsable y serio, de un periodismo que la jubilación no ha podido impedirme que lo siga viviendo todos los días.

Todo este largo "introito" o prefacio, está originado en la gran interrogante que se me ha planteado en las últimas semanas a propósito de la fabricación o elaboración de nafta en el Uruguay.

Hasta hace muy poco teníamos entendido que eso estaba sólo a cargo de Ancap. Pero de acuerdo a las "grandes pautas" publicitarias mediante las cuales el cuestionado y problemático organismo (antes con plomo y ahora sin plomo), publicita las grandes ventajas de sus productos nafteros, concluimos que en nuestro país debe haber surgido una nueva empresa competidora. Porque, que se sepa, nadie gasta una fortuna en publicitar sus productos si no tiene competencia.

Es entonces que nos preguntamos: ¿qué otra productora de nafta existe en el Uruguay? ¿Dónde está ubicada? ¿Quién la autorizó a funcionar? ¿Cuál es su nombre o su marca? ¿Es que hay otra productora de nafta que explique y justifique la campaña publicitaria de Ancap? ¿A ningún periodista se le ocurrió preguntar por qué yo, él o el pueblo tenemos que pagar esa publicidad?

Hasta ayer mismo creíamos que Ancap tenía el monopolio de la elaboración de nafta. Seguramente estábamos equivocados. Porque el periodismo de la tontería, de la frivolidad y de la ignorancia de las cosas que importan, no supo enterarnos de esa equivocación.


Por último y por las dudas: no nos duelen prendas políticas de ninguna índole en el enfoque del tema. Nos duelen los dineros del pueblo que se dilapidan sin ninguna razón.

8.6.24

1989: en Israel y Cisjordania en la primera Intifada

 

Israel. territorios ocupados. Punto y aparte
En 1989, durante la primera Intifada palestina, escribí esta crónica tras pasar varios días recorriendo la región y entrevistando israelíes y palestinos en Jerusalén, Belén, Kiriat Arba, Hebrón y en un ómnibus rumbo a El Cairo. 
Se publicó en la edición de abril de 1990 en la revista Punto y Aparte con el título: "Los territorios ocupados, las ruinas circulares". Tal como fue publicada entonces, salvo un par de correcciones, se reproduce hoy aquí.

 

Territorios ocupados, ruinas circulares

En 1948 las Naciones Unidas votaron la partición de Palestina en dos estado: uno árabe y uno judío. El plan, que tuvo el apoyo de 33 países -Estados Unidos y la Unión Soviética incluidos- y la oposición de 13 -la mayoría pertenecientes a la Liga Árabe- excluía la ciudad de Jerusalén del reparto, manteniéndola como zona internacional.

Los judíos lo aceptaron.

Los árabes de Palestina, no. Eran mayoría en el país (los judíos lo habían sido siglos atrás antes de que los romanos los dispersaran por el mundo) y sostenían tener derecho a un estado soberano propio en toda Palestina. Los países árabes vecinos les prometieron arreglar el problema con una rápida victoria militar. Muchos palestinos dejaron sus casas pensando en volver muy pronto. 

El 15 de mayo de 1948 Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Arabia Saudita e Irak mandaron sus tropas a cumplir sus promesas. Tenían todo -incluyendo una abrumadora superioridad numérica- para ganar la guerra, pero la perdieron. El estado árabe palestino no llegó nunca a conformarse. Tras la guerra los judíos victoriosos retuvieron parte de la tierra consolidando la existencia de Israel. El resto quedó en manos de estado árabes: Egipto retuvo la Franja de Gaza, donde se habían refugiados 190.000 palestinos. Jordania se quedó con Cisjordania, incluyendo la parte sagrada de Jerusalén y otros 280.000 refugiados.

En 1967, tras una brillante gesta militar, Israel conquistaría conquistará ambos territorios. Seis días apenas llevó a los israelíes ganar aquella guerra. En cambio, para comprender lo duro que puede ser el peso de algunas victorias, han demorado 22 años.
 

"Ciudad de mierda"

Jerusalén. Declarada "capital eterna" de Israel por su parlamento. Como en cualquier otro lugar del país, los chicos y chicas de 18 años no llevan libros sino una ametralladora en la espalda. En Tel Aviv, sin embargo, uno casi puede olvidarse de la guerra. Basta salir a pasear por su centro tan europeo, basta no prender el televisor, no leer el diario. En Jerusalén no. No se puede olvidarla.

"Esta es una ciudad de mierda", dice Mónica, una joven judía proveniente de América del Sur. "No veo la hora de irme Hace dos años que vivo acá y nunca pude entrar a la ciudad antigua. Tenés miedo. La situación es horrible, vivís pensando cuántas bombas, cuántos muertos va a haber cada día". 

Un impresionante despliegue militar garantiza la seguridad de los judíos que van a rezar al Muro de los Lamentos. En el resto de la ciudad antigua casi no se ve un solo israelí, excepción hecha, claro, de las patrullas del ejército.
 

Signos

Una milenaria muralla divide la ciudad árabe antigua de la judía moderna. Entre 1948 y 1967 ese fue el límite entre Israel y Jordania. 

Es última hora de la tarde. Dentro de la antigua ciudad amurallada no hay nadie. Solo silencio. Demasiado silencio. Cualquiera que hubiera estado allí un par de años antes no podría reconocer la vieja Jerusalén. El bullicio oriental de sus callejuelas ya no existe, las tiendas están cerradas al igual que el mercado árabe. Ya no se escuchan los gritos, el regateo de precios, el árabe, el inglés ni el hebreo. De los miles de turistas parece no quedar ninguno.

Las amarillentas paredes están tapadas de graffitis. Los tacharon y los volvieron a pintar varias veces. Son frases indescifrables en árabe. Sin embargo hay dos signos que se repiten una y otra vez y que son fácilmente identificables: uno es la bandera Palestina; el otro es la V de la victoria.
 

Centímetros sagrados

Las callejuelas serpentean. Apenas un recodo divide una zona judía de una árabe. Los judíos rezan con fervor en el Muro de los Lamentos. A menos de 100 metros, en la mezquita de cúpula dorada de Omar, los musulmanes le piden a Alá las mismas cosas para sus familias, las opuestas para el país. Es una guerra por distancia de centímetros. 

A pocas cuadras de allí, tres jóvenes dejan pasar el tiempo contra una pared. Uno que sabe hablar inglés señala uno de sus compañeros.
-El hermano de él está preso.Se lo llevaron de esta casa. Lo acusaron de hacer bombas y ponerlas del otro lado de la ciudad.
-¿Y era cierto?
 Se miran. El hermano del preso desconfía. Está muy serio.
 -Sí, trabajaba para la OLP.
 La conversación se ve interrumpida por una patrulla de tres soldados. Dos llevan ametralladoras, el otro un lanzagranadas. Los cinturones y los bolsillos van repletos de municiones. Les pidan los documentos. Preguntan qué están haciendo. Ellos responden en perfecto hebreo.

Buena vecindad

No importa cuánto se odien. Ambos pueblos conviven bajo este sistema desde 1967. Decenas de miles de palestinos abandonan todos los días los territorios ocupados para ir a trabajar a Israel. En sus pueblos arrojan cócteles molotov y piedras a los israelíes; fuera de Gaza y Cisjordania trabajan para ellos. Como mozos, en la construcción, en todos aquellos trabajos que los israelíes desprecian.

-Mirá, éste es nuestro mercado de esclavos -dice irónico David, un israelí de 27 años, uno de los que sostienen que "los palestinos tienen razón".

A pocas cuadras del centro de la Jerusalén judía, una decena de palestinos muy pobremente vestidos esperan parados en una vereda que algún israelí se acerque para contratarlos para una mudanza, cargar bolsas de arena o cualquier otra cosa. La paga invariablemente será miserable.

Los que tienen más suerte pueden escapar del mercado de esclavos y conseguir en Tel Aviv un empleo algo mejor.
"Yo trabajo en un salón de fiestas en Te Aviv y tengo muy buenos amigos judíos, buenos tipos que van al ejército solo porque los obligan", dice un chico musulmán de 16 años. Como todos los palestinos, teme dar su nombre. Recostado contra una pared de la ciudad vieja, participa de una escena poco común para los tiempos que corren. Despreocupadamente él, un chico árabe cristiano y otro joven judío hablan de fútbol. 

En la conversación se mezclan amigablemente el árabe y el hebreo. El musulmán habla: "La situación es mala muy mala. El hermano de él -señala al cristiano- está preso desde hace un mes porque estaba sin cédula en la calle. Esa es la razón de la Intifada: te llevan preso por nada. Entonces es mejor que nos lleven por tirar piedras", dice. "Los soldados israelíes son lo peor, pero no todos los judíos son así. Nosotros solo queremos vivir en igualdad. Con eso bastaría para que todo estuviera bien, pero las diferencias son demasiadas: ellos pueden tener armas, nosotros no; nosotros trabajamos para ellos, pero ellos no trabajan para nosotros". 

El judío tiene 16 años, es inmigrante colombiano. Escucha lo que dicen sus amigos sin hablar. 

"Qué querés que te diga. Yo estoy acá, vos ves que no hago diferencia con mis amigos. Pero yo no decido a nada. Es el gobierno, es su asunto. El día que me llamen al ejército voy a ir".

El color de mi cédula

-¿Cómo te llamas? 

-No, el nombre no. Poné Mohammed, el nombre del profeta,

Se ríe. Tiene 20 años. Su inglés es excelente. Era estudiante universitario, pero desde el comienzo de la Intifada, todas las universidades en los territorios ocupados cerraron. Sus calificaciones -recuerda- eran sobresalientes. Ha intentado continuar su carrera en Estados Unidos, pero no consiguió la visa. "Nunca se la dan un palestino", se resigna. 

-Nosotros le debemos todo a la Intifada. Muchas veces, de muchos modos, habíamos intentado conseguir nuestra liberación sin éxito. La Intifada ha cambiado la opinión pública mundial. Ahora son muchos los que están de nuestro lado. Entienden que luchamos por lo que nos corresponde. Somos un pueblo, una nación, no podemos estar siempre bajo el gobierno de otro. Creo que hemos encontrado el camino. La OLP ofrece ahora la paz. Pese a lo duro que la Intifada está golpeando a los judíos, dice: queremos la paz, queremos compartir esta tierra con ustedes. Porque queremos la paz. Quiero vivir en un lugar donde no me paren todos los días los policías que pasan por la calle, donde no tenga una cédula de un color distinto, donde no sea un ciudadano de segunda. En una verdadera democracia. No sé quién tiene más derecho sobre esta tierra. Ya no importa. Podemos compartirla sí es en igualdad.

-La ONU en 1948 dividió el país en dos estados. ¿No era una buena solución?

- Sí, era buena. No sé qué pasó entonces que nos quedamos sin nada.
 

Tatuaje falso 

Mohammed nos guía entre el laberinto de calles. Quedamos en volvernos a encontrar. En un comercio, extrañamente abierto, un hombre mira el noticiero en un pequeño televisor. Empieza con la fórmula habitual: el informe de los muertos del día. Hoy: dos palestinos muertos y nueve heridos en Nablús. Mohammed se despide. "Si querés ver la Intifada tenés que ir ahí a Belén o Hebrón, Esta es la capital y hay demasiado soldados. Tratan de conservar el poco turismo que va quedando. Y acá casi no hay piedras en la calle".

Antes de seguir el consejo, consulté al corresponsal de la agencia EFE en Jerusalén, el experiente periodista Elías Zardívar. "yo antes iba mucho a los territorios ocupados. Ahora ya no. Los palestinos desconfían mucho, incluso de los periodistas. Hace poco fueron a Belén cuatro soldados israelíes disfrazados de periodistas: carnés, grabadores, cámara de fotos. Nadie sospechó. Después sacaron una ametralladora y mataron a uno en el mercado. Ya no creen en los periodistas. Tenés que tener mucho cuidado. 

-¿Vos sabés hablar hebreo? 

-Algo.

-No se te vaya a escapar una palabra.

Bienvenidos

Los soldados me interrogan. Tantas vueltas en espera de Mohammed, que ha prometido acompañarme a Belén ("conviene que ahí andes con un árabe") han llamado su atención. Desconfían de mí. Luego de largos minutos de preguntas me devuelven el pasaporte y tratan de ser corteses.

-¿Toda su familia vive allá en África?

Mohammed ha faltado a la cita. Debo ir a Belén solo. La terminal de ómnibus árabes está a pocas cuadras. De allí parten los coches a sus pueblos en los territorios ocupados. Son vehículos viejos, notoriamente peores que los ómnibus israelíes.

El coche que va a Betlehem -nombre árabe y hebreo de Belén- arranca. Su destino final es Beith Saur, una pequeña localidad árabe cristiana sitiada por el ejército y vedada a cualquier visitante, incluida la prensa. Allí han inventado un método no violento y especialmente temible de rebelión contra la administración israelí: no pagan sus impuestos.

Por fin arranca. No hay en todo el pasaje una sola persona con aspecto occidental. Al pasar frente a una iglesia la mayoría se persigna: son cristianos. En pocos minutos el vehículo llega al límite de Jerusalén. Hacia un costado se puede ver uno de los barrios más nuevos de la ciudad: zona judía. Por la ventanilla del conductor ya se vislumbra Belén. Menos de diez kilómetros separan el fin de la capital eterna hebrea del comienzo de uno de los principales focos de la Intifada palestina.

La mínima "tierra de nadie" termina pronto. El árido paisaje muestra ahora las primeras casas de Belén. Al llegar a algo parecido a una terminal de ómnibus, bajo. La puerta del coche se abre solo para mí. Me recibe el cañón de una ametralladora.

-Andate de acá.

El soldado mueve su arma frente a mi cuerpo, reforzando el sentido de sus palabras. Contra una pared cuatro compañeros suyos tienen a diez o doce árabes con las piernas y los brazos extendidos.

-Andate de acá.

-Soy periodista.

-Andate.

 Obedezco y cruzo la vereda. La terminal de ómnibus es una desierta explanada de concreto. No hay ningún coche. Ningún pasajero. A unos 150 metros un fotógrafo rubio dispara nervioso su cámara. Un cartel anuncia unos lugares más sagrados del cristianismo: "Iglesia de la Natividad a 500 metros". De pronto, una lluvia de piedras empieza a caer sobre los soldados. No se ve a nadie en la calle. Por sobre las azoteas solo se ve el cielo celeste y el abrumador sol del desierto. Pero las piedras siguen cayendo. Bienvenido a la Intifada.

El rebaño

El lugar donde nació Cristo se encuentra en una plaza. No es una plaza cualquiera, es casi una fortaleza. A su frente se ubica el el cuartel de la policía israelí. Está rodeado por una enorme alambrada de unos tres metros de altura. En un costado hay un camión del ejército, rodeado de soldados armados a guerra. Varias casas que rodean la plaza tienen, en sus azoteas, puestos del ejército con hombres armados.

Las excursiones con turistas llegan a la plaza. Los pasajeros reciben instrucciones claras: deben bajar en fila. Sin salirse de ella, entrar a la iglesia. Terminado el paseo, retornar, todos juntos al ómnibus. El conductor arrancará rápidamente de regreso a Jerusalén.

La mayoría de los comercios que rodean la plaza están cerrados desde hace mucho tiempo. Los turistas ya no se acercan, ni visitan tampoco el resto de la ciudad.

-Mire, mire lo que están haciendo de este país.

Una monja me habla y señala la gigante valla de alambre. "Mire lo que han hecho, mire esos pobres muchachos..."

En la comisaría, detrás de las rejas, cuatro jóvenes están arrodillados en el piso. Tienen las manos atadas a su espalda. Los ojos mirando a una pared gris. El sol cayéndoles a plomo sobre sus cabezas. Un soldado monta guardia.

"Usted mire, mire y cuente. Yo ahora no puedo hablar. Pero usted hágalo por nosotros".

La monja se va.

Un vehículo del ejército, mezcla de jeep y camión, llega.

Los detenidos son sacados de la comisaría y llevados hacia él. Uno de ellos tiene como mucho 10 años, quizás 9, quizás 8. Los van subiendo de a uno. El carro militar es alto, y sin poder utilizar sus manos -las tienen atadas- los detenidos tienen problemas para subir. Hay cinco mujeres árabes que se han parado a unos diez metros de la escena y la contemplan, rígidas. Los pocos habitantes de Belén que están en las calles miran en silencio. Solo los turistas siguen cumpliendo, sin cambios, su ritual de folletos y cámaras de fotos. Ahora llega el turno del niño. Con las manos atadas, va rodeado por los soldados. Diez, nueve, quizás ocho años. Las mujeres explotan: 

-Animales.

-Animales.

-¡Animales  animales, animales!

El límite

Los israelíes han atravesado muchas guerras. En cada una de ellas murieron cientos de sus soldados, a veces miles. Sin embargo, nunca un joven se había cuestionado la prestación del servicio militar. Debían ir al ejército, y también a la guerra, por causas justas, moralmente superiores, porque sus enemigos no les daban más remedio, entendían.

Desde el comienzo de la Intifada eso ha cambiado. Por primera vez jóvenes israelíes prefieren la cárcel a tener que cumplir con su servicio en los territorios ocupados.Rami Hasson ha pasado 140 días en la cárcel desde diciembre de 1987, en que se negó por primera vez a tomar parte en la represión de la Intifada. Ahora ha sido convocado nuevamente para ser carcelero en Hebrón. "Prefiero ser un prisionero en una cárcel militar que un carcelero en los territorios ocupados", dice. Es activista de un movimiento llamado Yesh Gvul, que en hebreo quiere decir "hay un límite". 

De todos modos la gran mayoría del país sigue cumpliendo con sus servicios militares.

"Es un trabajo sucio. Yo me siento como un monstruo de dos cabezas. Con una hago todo aquello para lo que he recibido órdenes y con la otra hago todo lo que tengo que hacer para que no me maten. Se supone que tenemos que correr a los chicos que nos tiran piedras. Cuando lo hago, las botas me pesan, y la ropa, y el fusil. Ojalá siempre lograran escaparse. No me gusta eso de tener que arrestar nenes de 10 años". 

La prensa israelí sigue siendo independiente. El testimonio lo recogió, de boca de un oficial del ejército, el periodista Mijail Myron en la Franja de Gaza en los mismos días en Punto y Aparte estuvo en Cisjordania. 

Pero no todos los soldados se muestran tan contemplativos. El mismo periodista israelí recogió otro caso. Un hombre palestino llevaba en Gaza un tatuaje con la V de la victoria. Los soldados lo detuvieron.

"Me hicieron tirar al piso. Me palparon de armas. Uno pisó mi codo izquierdo, mientras el otro buscaba algo en su bolsillo. Creí que buscaba una lapicera, que me iba a pedir el nombre, documentos o algo así. Pero sacó una navaja y comenzó a arrancarme el tatuaje, con carne y músculos. Grité del dolor, que era horrible. Mi hija me miraba desde el umbral. Y decía: 'Papá, papá'. Salió mi mujer y también se puso a gritar. La golpearon con un bastón de madera".

Myron fue enviado a Gaza dos días después de que un niño palestino muriera baleado en el campo de Shati. Un niño de 3 años.

Error

El jeep se ha ido. El silencio vuelve a Belén. Uno de los soldados que monta guardia en la plaza se acerca, mira mi carné de periodista y me canta: "hijo de puta, hijo de puta". Llega un oficial. Con calma despliega un papel escrito en hebreo ante mis ojos.

-Desde hoy a las 11 Belén ha sido declarada zona militar cerrada a la prensa. Debe irse. No puede estar acá.

Pegado a las paredes bordeo la plaza alejándome del oficial, del puesto militar y de la Iglesia de la Natividad. La ciudad se abre, al otro lado de la plaza. Tratando de disimular, escondiéndome de la vista de los soldados, dejo la plaza y me meto en una callecita. El aspecto es desolador. Las calles mugrientas y abandonadas. Casi no hay nadie. Algunos, escondidos detrás de una esquina, siguen mirando el lugar desde donde recién partió el camión militar con sus presos.

Camino solo. La tensión se respira en el aire. Las ropas me denuncian. Cualquier soldado sabrá que soy un no residente violando el estado de sitio. Los árabes saben que no soy uno de ellos: solo puedo ser un periodista o un agente israelí. Espero no convertirme en un "error" de la Intifada. Los Comités Populares y de Choque que la conducen han ordenado el asesinato de presuntos colaboradores con las autoridades. Pocas pruebas, ningún juicio y acciones rápidas. Muchas ejecuciones luego fueron admitidas como "errores".

El quinto hijo

Hay dos mujeres árabes en la esquina. Al verme empiezan a hablar con nerviosismo. Gesticulan. Creo reconocer entre sus frases la palabra sahafi, que en árabe quiere decir periodista. Es imposible estar seguro. Una se va. La otra queda parada en una esquina. Yo enfrente.

La mujer vuelve con una chica. Ésta intenta hablar en inglés, pero apenas si sabe algunas palabras: soldados, madre, muertos. Me pregunta si quiero ir.

Ellas van adelante. En cada esquina miran para los dos lados. No hay casi autos en Belén. Esquivan soldados. Llegamos a una puerta. Entran. Entro.

Es una pieza casi vacía. Una cama, una mesita, algunas sillas. En una pared, la foto de un joven con una leyenda en árabe. Hay una mujer que llora. Nunca había visto llorar así. Grita. Sacude los brazos y llora siempre otra vez. En la cama hay tres muchachos jóvenes. Al lado de la mujer, hay otra. En un costado hay un anciano. Me quedo parado en un rincón. Me ofrecen un banquito. Quieren hablar pero no saben inglés. Quiero hablar pero no sé árabe. Los gritos de la mujer no escuchan los consuelos de quienes la acompañan. A veces dice algo y la otra mujer también se pone a llorar.

Miro impotente las paredes y la única foto que adorna el cuarto y espero. Cada minuto es eterno. Una joven de unos 20 años, morocha y bastante bonita, llega a la casa. Dice algo y los otros me señalan. Después sonríe y saluda en perfecto inglés.

Hablan. Los jóvenes sentados en la cama son tres de los cinco hijos de la mujer que todavía llora. Uno de los muchachos que se acaba de llevar el camión del ejército israelí es uno de los dos hijos que no están presentes.

Descargan todas unas palabras atragantadas y la chica casi no puede traducir tantas cosas que le dicen. Las palabras se mezclan con los llantos. "Mire lo que es esta casa, acá acá vivimos 14 personas". Llanto. "Los muchachos no pueden salir a trabajar porque cualquier joven que anda por la calle termina preso". Llanto. "Entran a las casas, le pegan a las mujeres. Dicen que son una democracia, pero qué democracia es esta que se lleva a niños presos". Llanto.

La mujer se seca las lágrimas y señala la foto que está en la pared. El coro de familiares y vecinos se detiene un segundo. "Este era mi otro hijo, el quinto. Tenía 18 años. Lo llevaron preso. Una semana antes de que terminara la condena... una semana antes... en la cárcel, lo mataron".

Uno de sus hijos vivos trata de consolarla. Los otros bajan la vista con impotencia. Las venas de los brazos parecen a punto de estallar. La mujer apenas recupera el aliento para agregar, llorando de nuevo: -Y al que se llevaron hoy también me lo van a matar...

Círculo I

"El problema acá es que pasan los meses pasan los años y las soluciones no llegan. Medio país está dispuesto a negociar con la OLP y el otro medio país lo impide. Estamos estancados en ese punto. Indefectiblemente, negociar con la OLP implica la creación, a corto plazo o mediano plazo, de un estado palestino independiente. Y acá nadie está seguro de lo que eso puede implicar. Porque ya tuvieron un estado en 1948 y no les sirvió y nos invadieron siete países. Porque en el 67 quedaron bajo gobierno de Jordania Y tampoco fue la solución y vino el terrorismo. Quizás ahora, después de vivir tantos años de miseria y de opresión, haya comprendido que la paz se encuentra siempre en alguna solución intermedia. El dilema de Israel es cómo saber si realmente es así. Mientras tanto la Intifada sigue y nuestro desgobierno también. Si la derecha pudiera hacer lo que quiere, ya habría matado a todos los que tiran piedras. ¿Y qué? El problema reaparecería con mayor violencia dentro de unos años. Si la izquierda fuera gobierno, ya les habría dado su estado independiente. ¿Sería esa la solución definitiva o el comienzo de un nuevo conflicto? Eso es lo que te deprime de vivir acá: ver que no hay soluciones, que no hay salida", dice angustiado un israelí de 30 años.

Círculo II

Después de unos minutos los ánimos en la habitación de Belén se han tranquilizado algo. Una niña trae un refresco envasado en Cisjordania (los palestinos realizan un monolítico boicot a la industria israelí). Ellos toman café. Son hospitalarios. La mujer ha dejado de llorar. Le digo a la chica traductora que les pregunte si aceptarían, como solución de paz, compartir el país con los israelíes. Ella traduce. Lamento haber hecho la pregunta. La mujer explota otra vez en su locura de gritos y lágrimas. 

-Después de que han matado a mi hijo, ¿cómo puedo compartir el país con ellos? No tienen alma.

Descansa en paz 

Jerusalén, Tiberíades, Safed y Hebrón son las cuatro ciudades santas para los hebreos. En ellas la vida judía no sufrió interrupción alguna desde la época bíblica

El 24 de agosto de 1929 Hebrón quedó sin judíos por primera vez en 5000 años. Una revuelta árabe mató a 59 de ellos, incluyendo mujeres y niños. De ellos al menos 23 fueron torturados, mutilados, y luego, descuartizados. Los pocos sobrevivientes escaparon

Tras la independencia israelí, Hebrón quedó en mano jordanas. Cuando los israelíes volvieron a la región en 1967 fundaron, a un kilómetro de ella, una nueva ciudad: Kiriat Arba. 

Hebrón sigue siendo sagrada, tanto para los musulmanes como para los judíos: allí está la tumba de Abraham, el primer monoteísta de la humanidad.

El ómnibus para Kiriat Arba sale desde Jerusalén. Como todos los ómnibus israelíes es confortable y moderno. Sin embargo tiene un detalle curioso: todos los vidrios de las ventanas están rajados.

La temperatura es alta, el sol cae a plomo sobre el coche. A pesar de ello, apenas abandona los límites de Jerusalén y se interna de los territorios ocupados, los pasajeros cierran sus ventanillas. La temperatura sube. Espero que las piedras se estrellen de un momento a otro punto, que los vidrios vuelen. Esta vez no lo hacen.

Kiriat arba es una ciudad de edificios todos iguales. Una especie de Parque Posadas en la mitad del desierto. Está completamente rodeada de altas alambradas y torretas de vigilancia. Desde su entrada principal se ven las primeras casas de Hebrón.

-Antes vivíamos en buena vecindad con los árabes. Tenía amigos árabes que venían a mi casa. Después empezó la Intifada y todo se arruinó. Si ellos tiran piedras, ¿qué podemos hacer nosotros?

La ciudad aplasta. El calor es insoportable. Caminar no tiene sentido. Hacia cualquier lado solo se ven los mismos, idénticos, edificios y se adivina el desierto y un alto enrejado entre él y nosotros.

Las calles de la ciudad son todas son recorridas una y otra vez por jeeps del ejército. Sus radios no dejan de transmitir claves. Los soldados se detienen a comer algo en un bar. Su dueña lo tiene decorado un modo particular. Un cartel dice: "Amo a todos los judíos". Otro muy grande pregunta: "¿Qué bandera prefiere para su país?" Las opciones son dos: la bandera de Israel o la Palestina con una calavera en el medio.

Dos chicas están sentadas en la vereda. No sienten especial placer en hablar para un periodista extranjero acerca de la Intifada

-¿Intifada? Ellos tiran piedras y nosotros contestamos. Que no se quejen. ¿Qué quieren Si antes tenían de todo.

-No tenían independencia. 

-Este es nuestro país. Si quieren independencia que se vayan a otro.

Los soldados del puesto de vigilancia miran extrañados. No es común que alguien cruce las alambradas de Kiriat Arba para ir caminando a Hebrón. Yo apenas espero que ningún árabe me haya visto salir de la ciudad judía.

Apenas un kilómetro separa una ciudad de otra. El estado de Hebrón es todavía más calamitoso que el de Belén; recuerda, dicen los que han estado allí, a Beirut. Las calles están vacías y llenas de escombros. No hay un solo comercio abierto. Es la desolación absoluta. El grueso de los soldados israelíes en la ciudad están atrincherados en una plaza frente a la mezquita de Abraham, por si algún turista o fiel judío quiere visitar su tumba. Adentro del lugar santo, a pesar de ello y salvo los soldados, todos son musulmanes.

La tumba está recubierta por un lienzo de terciopelo bordado con una leyenda en árabe. Dice: "Esta es la tumba del profeta Abraham, que descanse en paz".

Difícilmente alguien puede hacerlo en Hebrón.
 

El velorio

El abandono de Hebrón es indescriptible. Escombros. Casas ruinosas. Una pintada en cada centímetro de pared disponible. Como siempre: tachadas y vueltas a pintar. Tantas veces como sea necesario.

Por algún altoparlante suena el llamado a la oración de los musulmanes. Lo reciben las calles desiertas.

El carné de periodista colgado de mi cuello no alcanza. Las pocas personas que andan por la calle me miran con desconfianza. Sus miradas aterran. 

"Hey, periodista".

Cinco o seis muchachos, de unos 20 años, se me acercan. Me preguntan qué hago.

-Sahafi

En inglés me invitan a ver al padre de uno que mataron.

Lo sigo. Subimos y subimos por calles bíblicas y estrechas. "Acá nos animan a venir los soldados", dicen. Espero una escena parecida a la de Belén: una casa, una madre llorando. Pero al dar vuelta el enésimo recodo de una esquina, el espectáculo es bien distinto. Cientos de personas están reunidas alrededor de una casa. Banderas palestinas flamean en su techo y en los de las casas vecinas. Un gigantesco pasacalle, con letras árabes, cuelga desafiante. La casa tiene más banderas en sus ventanas. Hay fotos de Yasser Arafat y del asesinado líder palestino Abu Nidhal. Sobre la puerta hay una foto de un chico muy joven, desconocido.

Cincuenta, sesenta palestinos me rodean. Los muchachos que me habían llevado hasta allí discuten con ellos. Las voces de los otros suenan más altas. Por fin uno me habla.

-Tiene que irse de acá.

-¿Usted quién es?

-El tío.

Imbécil. Espero que no sea tarde para haber entendido. Los muchachos me habían llevado a ver al padre de "uno que mataron". Pues ahí estoy: en su velorio. Es el chiquilín de la foto. Me disculpo lo más amablemente posible. Ninguno de los hombres que me rodean se mueve. Unos me miran por sobre los hombros de los otros. Las banderas palestinas flamean sobre nosotros. Por fin el tío me habla.

-Tiene que irse -dice.

Y agrega: 

-No queremos a nadie de Israel acá.

Busqué con la vista a los jóvenes que me habían llevado allí. Así. ¿Qué habían dicho de mí? No los vi. Saqué tan rápido como pude el pasaporte uruguayo y los carné de periodista. Fueron de mano en mano. El tío los miró largo rato. Todos esperaron el veredicto en silencio. Lo pronunció mirándome a los ojos.

-Eres bienvenido.

Italia '90

Dentro de la casa cubierta de banderas palestinas solo hay hombres. El cuerpo ya fue enterrado. Las mujeres -me explican- se reúnen en casa del asesinado para acompañar a su madre. El chico tenía solo 15 años.

El padre del joven muerto saluda a los presentes. Es un hombre mayor con la piel oliva curtida por el sol del Medio Oriente. Está vestido del modo tradicional árabe. Tiene los ojos llenos de lágrimas.

Cuando me voy los muchachos que me habían llevado allí me acompañan.

"Lo mataron ayer. Estaba pintando un graffiti. Un auto con chapa árabe se le acercó. (Las matrículas de los autos israelíes son amarillas mientras que los residentes de los territorios ocupados son celestes). Uno sacó una ametralladora y lo mató. Iban vestidos de civil. 

El Jerusalén Post, un diario independiente, publicó al otro día las dos versiones del caso. El ejército negó los cargos, dijo que no hubo muertos ese día en choques con sus tropas y que solo conocía el caso de un chico herido durante un enfrentamiento con los soldados. Fuentes militares dijeron al post que chicos enmascarados habían tirado piedras a una patrulla. Los soldados dispararon al aire y luego las piernas de los atacantes de sus atacantes. Uno de los jóvenes habría sido herido en una pierna.

La versión recogida por el diario de boca de residentes locales coincidía con la del velorio. Cerca de su casa, un auto Subaru llevando soldados vestidos de civil se acercó al chico y le disparó en una pierna cuando cayó herido los soldados bajaron y dispararon al menos dos veces a quemarropa.

Caminamos. Ahora estamos en el lugar donde el joven cayó muerto. Alguien ha dejado unas piedras y una flor de plástico.

-¿No les da miedo andar por la calle? -les pregunto.

-Miedo tienen ellos.

El espectáculo es deprimente. Las calles están en muchos casos tapiadas por murallas hechas con barriles. "Las hace el ejército para que los que tiran piedras no puedan escaparse tan fácil". Ahora estamos en la casa del chico muerto sobre la que también flamea la bandera palestina. "Ayer dejamos ciego a un soldado tirándole ácido en los ojos"; "cada día matamos a uno acuchillándolo"; "acá el 70% de los jóvenes somos de Hamás", dicen. Hamás es una organización antiisraelí más radical que la OLP que se alimenta de un creciente fundamentalismo islámico y de los pocos éxitos concretos que la nueva estrategia de la OLP ha conseguido. Su crecimiento es mayor cada día, mientras los israelíes se niegan a dialogar con Arafat.

-¿Qué les parece que la OLP haya reconocido la existencia de Israel y busque un acuerdo de paz?

-No creemos en la paz con Israel. La OLP lucha bajo las órdenes de Arafat. Nosotros combatimos bajo las órdenes de Alá. El Corán dice que debemos matar a todos los judíos. Y los vamos a matar.

Caminamos en silencio por calles vacías. Tras una barricada de barriles aparece una desierta canchita de fútbol. Su aspecto resume una insondable tristeza. Es imposible imaginarse a un niño corriendo con la única preocupación de fusilar al golero. El piso es de arena. Uno de mis acompañantes, que me asesinaría apenas adivinara mi origen familiar, me pregunta, sonriendo: 

-¿Uruguay se clasificó al Mundial?

Fin


Un ómnibus de Israel a Egipto, de Jerusalén a El Cairo. Algo que fue impensable y hoy es posible.

El pasaje es variado. Desde dos rubios soldados finlandeses, cascos azules de la ONU de vacaciones de su servicio en el Líbano, hasta un matrimonio uruguayo de origen árabe que por primera vez va a Egipto.

Hay egipcios e israelíes. Hay un grupo de chicas y muchachos árabes israelíes, de la ciudad de Haifa. Van impecablemente vestidos. Viven la Intifada como algo lejano. "¿Es cierto que les pegan?"

Hay un profesor palestino. Viaja a El Cairo invitado por la Unesco para dar una conferencia. Vive cerca de Nablús y asegura que allí es todavía peor que en Hebrón. Estuvo en Jordania cuando su ejército atacó a los palestinos. "Fue muy duro, muy duro", dice, pero prefiere no agregar más y mirar por la ventanilla.

Cuando se llega a la frontera hay que dejar el ómnibus israelí y pasar a uno egipcio. Antes hay que pasar por el control de pasaportes todos toman el suyo. Estamos en Rafah, Rafíah en hebreo.

El pasaporte del profesor palestino es de un país que ya no administra el territorio donde fue expedido. Lo consiguió cuando Cisjordania era parte de Jordania, antes de 1967.


Rafah, Rafiah, Israel, Gaza, Palestina
Los finlandeses, ingleses, uruguayos, egipcios e israelíes, incluidos los chicos árabes de Haifa, cruzan la frontera sin problemas. El profesor, en cambio, es retenido. Su origen, su domicilio, su viejo documento, hacen que deba someterse a mil revisaciones e interrogatorios. Él es distinto a todos nosotros. Su país no existe en los mapas. Por fin, los israelíes lo dejarán cruzar la frontera pero su demora ha sido muy larga. Nuestro ómnibus ha partido rumbo a El Cairo. Él deberá viajar en el próximo.

El nuevo ómnibus tiene asientos reclinables, pero nadie puede dormir ya que por los altoparlantes no deja de sonar música árabe a todo volumen. Todos viajan felices. Un guía egipcio da la bienvenida a todos en árabe y en inglés. Luego se disculpa frente a los israelíes por no poder darla en hebreo: no conoce el idioma. Es un muchacho de unos 18 años, muy simpático. Un turista israelí intenta enseñarle. El guía lo intenta y le sale mal. El israelí vuelve a ayudarlo y el guía lo intenta otra vez. Casi, casi. Al tercer intento el egipcio da a los israelíes una cálida bienvenida en un casi perfecto hebreo. Los israelíes aplauden. 

Ha sido un reconfortante espectáculo. Lástima que el profesor no estuviera para verlo.

28.5.24

Amelia Sanjurjo: mentiras verdaderas

El fiscal militar Héctor Borgatto envió el 22 de julio de 1987 un oficio al director general de Información de Defensa, preguntándole si el 31 de octubre o el 1 de noviembre de 1977 habían detenido a la ciudadana Amelia Sanjurjo. Cumplía con un mandato emanado del artículo 4to de la Ley de Caducidad, que exigía al Poder Ejecutivo investigar el destino de los desaparecidos.
El oficio de Borgatto, quien también tenía encomendada la investigación de la desaparición de Eduardo Pérez Silveira, fue respondido apenas un día después, el 23 de julio de 1987. El país llevaba más de dos años de recuperada la democracia.
La respuesta tenía la firma del director general de Información de Defensa, general Juan A. Zerpa. El documento está en el rollo 814 de los llamados Archivos del Terror y se reproduce aquí. Dice que “la persona no fue detenida por personal de esta Dirección General "ni en esas fechas ni en ninguna otra oportunidad". Y agrega:“Asimismo se deja constancia que en esta Dirección General no existe información que la persona mencionada anteriormente hubiese estado detenida en alguna otra repartición militar”.
El 6 de junio de 2023, 36 años después, un esqueleto fue hallado en el Batallón 14. Hoy se supo que eran los restos de Amelia Sanjurjo, la mujer que el Ejército había desaparecido en 1976 y sobre la que había mentido en 1987.


Amelia Sanjurjo


29.4.24

Los defensores del cura Antelo

Segunda entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.

Tras la publicación del reportaje de la revista Tres que evidenció la magnitud de la violencia y los abusos que habían padecido y padecían los integrantes de la Comunidad Jerusalén, se desató una batalla informativa.

Desde el grupo religioso y sus allegados se buscó desacreditar a los exintegrantes que habían dado testimonio de las situaciones de violencia que habían visto y padecido.

“Estoy convencido de que son calumnias, salvando la buena voluntad de los que las dicen, que tal vez creen que están diciendo la verdad”, había declarado el obispo emérito de Mercedes, Andrés Rubio, uno de los principales soportes de Antelo.

Y esa fue la tónica: acusar a los acusadores de mentirosos y calumniadores, una versión que encontró amplio espacio en muchos medios.

Una semana después del informe, en los diarios La Mañana y El País, se publicó una carta firmada por decenas de padres y madres de integrantes de la Comunidad que insistían en definir a las denuncias como “calumnias”. Todo era una “campaña difamatoria”, decían.

En los días siguientes, me dediqué a conseguir testimonios que reforzaran lo que ya estaba claro: la Comunidad Jerusalén se había transformado en una secta en la que su líder, el sacerdote Antelo, violentaba y abusaba sexualmente de muchos de los que eran captados.

Casi en todas las ediciones de la revista Tres desde enero hasta mayo, se publicaron novedades sobre el caso.

En la del 2 de marzo se reprodujo el testimonio completo de un exintegrante, recogido en la investigación interna que la Iglesia uruguaya había realizado sobre el grupo. El testimonio no se conocía porque la Iglesia nunca había hecho públicas aquellas actuaciones.

 

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo


Una semana después se publicó el testimonio de Eduardo Bello, que había estado en Jerusalén entre 1985 y 1993: “Estábamos en la casa que la comunidad tiene en San Leopoldo, Brasil, y Antelo me empezó a interrogar para que confesara que había hecho un pacto con el demonio para destruirlo a él y a la comunidad. Como eso nunca había ocurrido, empecé a inventar cosas. Como eso no lo convenció empezó a pegarme. Primero me pegó con las manos. Me partió el labio, todavía se ve la cicatriz. Cuando ya estaba en el suelo, empezó a darme patadas. Después siguió con un palo de escoba. En un momento levanté la mano para protegerme y me la quebró de un golpe”.

Bello conservaba las placas radiográficas que atestiguaban aquella fractura. Las publicamos en la revista.

En la edición del 29 de marzo, agregamos el testimonio de Solis Vidarte, un hombre que había trabajado como cocinero de la comunidad en 1993. Por primera vez un testigo que no había formado parte del grupo confirmaba la veracidad de las denuncias.

Vidarte había oído fuertes golpes, había visto jóvenes con la cara amorotanada  y “manchas de sangre en las paredes”.

“Ahí fui dejando de ir -recordó- porque creo que a nadie le gusta ver cosas anormales”.

El 27 de abril, Tres publicó el testimonio de Carlos Villar, un exintegrante que relataba como Antelo los había obligado a mentir en el juicio interno de la Iglesia. También había sido testigo de cómo para esa ocasión se limpiaron las manchas de sangre que regaban la sede de la avenida Suárez.

Villar también había sido golpeado. “Antelo se quebró las dos manos pegando. Casi siempre empezaba pegando piñas, ganchos de izquierda y de derecha. Por eso se quebró. Cuando ya le dolían las manos, pegaba con la pata ortopédica, con un palo de escoba, con un tronco de leña, lo que tuviera a mano”. También había presenciado como el sacerdote tocaba los órganos sexuales de los hombres del grupo para “sanarlos”.

Defensores de Antelo

Pero más allá de lo concluyente de los testimonios, Antelo seguía teniendo defensores.

El 12 de abril, El Observador publicó una carta de Rodolfo Katztenstein, ex secretario general de la Asociación Cristina de de Dirigentes de Empresa, en la que decía: “Me duele en el alma toda esta guerra contra el querido Padre Adolfo Antelo”.

“Me duele en el alma porque en estos momentos todo se ha borrado; parece de mal gusto recordar y evocar todo lo bueno que hizo en nuestro medio, en nuestra Iglesia, en el marco de una óptica distinta –y ese fue su pecado más grave- una óptica alegre, contagiosa".

El 17 de abril se publicó otra carta de padres de integrantes de la Comunidad. Decían que las acusaciones venían de “fuentes cuestionables” y que "ciertos medios" de prensa habían transformado rumores en verdades.

Dos días después, la Comunidad publicó un librillo para su propia defensa, con prólogo de Rubio, el obispo emérito de Mercedes.

El librillo incluía un artículo laudatorio sobre Jerusalén y Antelo firmado por el historiador y filósofo Alberto Methol Ferré.

El escrito era de diciembre de 1994, antes de la aparición del reportaje de la revista Tres, pero cuando las denuncias sobre la violencia y abusos de Antelo ya habían estallado en el seno de la Iglesia.

Methol explicaba así “la animadversión” que existía contra el grupo: “Hay una hostilidad profunda porque la consagración absoluta de hombres y mujeres a Dios es una realidad intolerable para la sociedad secularista. De tal modo, que todo es interpretado de modo perverso. Una interpretación perversa solo puede generar perversiones, actos hipócritas”.

Agregaba: “Durante un tiempo los miembros dela Comunidad eran, con el Padre Antelo, el rostro más visible de la Iglesia, por la Misa en televisión los domingos. Ningún cura era más visto en el pueblo uruguayo que Antelo. Adquiría entonces importancia para los sectores eclesiásticos enemigos y para los enemigos de la Iglesia ‘que Antelo muriera’”.

También desde las páginas de La República, el periodista Carlos Santiago fue otro defensor de Antelo. El 20 de marzo de 1996 definió lo que estaba ocurriendo como “una caza de brujas desembozada” favorecida por el supuesto silencio de los integrantes de la Comunidad que no se defendían ante la opinión pública.

“Con medias palabras, con acusaciones sin responsables que las avalen, con campañas periodísticas con objetivos poco claros, no es que se construye una sociedad plural”, decía Santiago.

Pero más sorprendente fue la posición que tomó el líder tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro desde las páginas de Mate Amargo, la publicación oficial del MLN-T.

El 15 de febrero de 1996, dos semanas después del reportaje de Tres, Fernández Huidobro publicó un extenso artículo denigrando a la revista y su trabajo periodístico. El título era “Carroñeros”.

Acostumbrado a hacer de la conspiración su método histórico de acción política, el líder tupamaro veía una rebuscada trama detrás del reportaje de Tres. Para Fernández Huidobro el artículo era al mismo tiempo una operación del Partido Colorado contra la Iglesia, una disputa por el poder eclesiástico entre blancos y colorados, y un lío interno de la Comunidad Salesiana. Se explayaba en dos largas páginas, pero no lograba explicar las razones ni los procedimientos del afiebrado complot.

En su nota, que nunca condenaba a Antelo, Fernández Huidobro se mofaba del periodista Emiliano Cotelo que había dado seguimiento a las denuncias de Tres en su programa En Perspectiva, en radio El Espectador: “CX 14 por obra de Emiliano quedó escorada y anda comprando quilos de vaselina”, escribía, elegante.

Fernández Huidobro se reía en varios pasajes de las denuncias de abusos sexuales. Escribía: “En este país hay culitos y culitos. Algunos más que otros. Y hay cuernos y cuernos. Lo que nadie admite es llevarlos de garrón a favor de un cura rengo”. Y también: "Si esto sigue así los orientales terminaremos discutiendo (...) un asunto que en realidad está fuera de discusión: si se fornicaba o no en la Comunidad Jerusalén. Asunto importantísimo. ¿Qué duda cabe?". La verborragia, sin embargo, se le terminaba cuando llegaba el momento de hablar de las denuncias de las víctimas de Antelo. Entonces Fernández Huidobro se limitaba a decir que ya las conocía y que analizarlas era “entrar en el juego de los fariseos”.

Mate Amargo continuó en sucesivas ediciones con su prédica conspirativa sobre el tema. El grado de delirio llegó a su máxima expresión cuando en un artículo publicado el 21 de marzo, el periodista Rolando W. Sasso sostuvo que equipos de inteligencia del gobierno habían robado de una caja fuerte de la Universidad Católica toda la información sobre la investigación interna que la Iglesia había hecho a la Comunidad Jerusalén. Y sugería que ese dossier había sido entregado a la revista Tres.

Mi trabajo de meses, llamando a decenas y decenas de personas, rastreando por todo el país a posibles víctimas dispuestas a hablar, había sido reducido por el tal Sasso a la entrega de un sobre por un espía. El refrán lo anticipó: cree el ladrón que todos son de su condición.

Para ese entonces, el caso ya estaba en la órbita de la Justicia. El categórico auto de procesamiento con prisión de Antelo, dictado por el juez José Balcaldi, terminaría por poner las cosas en su lugar.

24.4.24

Comunidad Jerusalén: el infierno de san Antelo


El podcast Los demonios del padre Antelo, recientemente difundido por El País, ha vuelto a recordar la historia de la Comunidad Jerusalén.

Una de las entradas de este blog ya refería a aquel episodio. Pero el gran interés despertado por el podcast sobre el tema y varias consultas recibidas, me decidieron a hacer públicos diversos materiales sobre aquel episodio.

En los días que siguen publicaré artículos y documentos -algunos ya divulgados en aquel 1996, otros inéditos- sobre Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo.

Comienzo por un extenso fragmento del reportaje que publiqué en la revista Tres en su primera edición, el 27 de enero de 1996. Se titulaba El infierno de san Antelo y provocó tal revuelo que la justicia inició una investigación sobre las denuncias y Antelo terminó preso. 

Padre Antelo. Adolfo Antelo. Comunidad Jerusalen
Tapa de la revista Tres.

 

 EL INFIERNO DE SAN ANTELO



“Yo nací en España, en una aldeíta allá por la montaña”. Así comenzó a contar su historia el sacerdote Adolfo Antelo, el 15 de abril de 1992, cuando en el canal 5 el periodista Ignacio Suárez le dedicó su programa Un día en la vida. Antelo narró que llegó al Uruguay a los 2 años junto con su familia y que su madre murió cuando tenía 9. Luego, se detuvo en lo que definió como “un gran acontecimiento en mi vida, quizás el más grande”. Era 1972, tenía 22 años y le diagnosticaron cáncer en un pie. Ante las cámaras de televisión, Antelo afirmó que un sacerdote le anunció que moriría en 40 días. “¿Por qué a mí? ¿Por qué no a esos tarados de Pocitos, que no sirven para nada?”, dijo que pensó entonces.
En el hospital escribió una carta a sus amigos, luego reproducida repetidamente en los folletos de la Comunidad Jerusalén, hoy Misioneras de Cristo Resucitado. “Me han dicho que voy a morir. ¡Pero no moriré! (...) No tengan miedo, porque Cristo resucitó y ya todo es posible en nosotros”.
No murió. Los médicos le amputaron el pie y sobrevivió. “¿Hubo un milagro?”, le preguntó Suárez en el programa de televisión. En la pantalla, el rostro del sacerdote se fundió detrás de paisajes paradisíacos y una música celestial invadió los hogares de los televidentes. Antelo dijo:
-No me gusta hablar de la palabra milagro porque hay gente que identifica milagro con cosa rara, superstición y lo que fuera. Creo que hubo un gran don, un gran regalo de Dios. Creo que esos son los verdaderos milagros.

***

Antelo fue ordenado sacerdote el 16 de agosto de 1975, pese a no haber terminado sus estudios religiosos. Quien lo ordenó, el obispo Andrés Rubio, afirmó entonces que con Antelo había sucedido algo divino. “Todos sentimos que se trata de una ordenación especial”, manifestó en la homilía y aseguró que en aquel joven“el amor del Padre (...) se ha expresado en forma divinamente original, humanamente desconcertante”.
-¿Por qué dijo que aquella ordenación fue muy especial?- le pregunté a Rubio, quien me recibió sonriente pero precavido en una de las sedes de la Comunidad Jerusalén.
-Porque era un joven al que se le adelantaba la ordenación, en previsión de una posible muerte próxima. Y porque él había hecho, en el momento en que se vio frente a la muerte, una experiencia de Cristo fortísima.
-Usted también afirmó que Dios se manifestó en Antelo de una manera “divinamente original”.
-Porque fue a través del dolor, cuando le cortaron una pierna, con el peligro de que apareciera en cualquier momento una metástasis y se muriera. Para los creyentes, el camino del dolor es original pero efectivo, porque Cristo nos redime sufriendo y muriendo en la cruz.
Rubio estaba muy orgulloso de haber realizado aquella ordenación.
El nuevo sacerdote se mostró pronto como un cura que podía sortear las barreras generacionales. Su fama creció en el colegio Juan XXIII. Capaz de celebrar una misa incluso en la escollera del puerto, Antelo comenzó a nuclear a su alrededor a muchos jóvenes. También generó sus primeros detractores.
El 25 de enero de 1982, el sacerdote Carlos Techera, superior salesiano, le ordenó, según el propio Antelo ha relatado, “crear un centro de espiritualidad donde comunicara a todos los jóvenes la experiencia de Dios que Él me regaló en el hospital”.
Antelo cumplió el mandato. “Salimos al encuentro de los adolescentes y de los jóvenes donde están: a la salida del liceo, en la casa, en el barrio, en la parroquia, en los grupos”, explicó una de las integrantes de la Comunidad Jerusalén en un reciente video promocional del grupo.
Esas campañas proselitistas fueron un éxito.
“Yo tenía 18 años y me enganché buscando a Dios, un sentimiento que lo tiene cualquier ser humano”, dijo Leonardo Silveira, de 25 años, resumiendo el sentir de la mayoría de los que entraron a la comunidad.

***
Los jóvenes que comienzan a aproximarse a la comunidad -los “participantes”- y los matrimonios que toman parte en sus actividades de fin de semana conocen una Comunidad Jerusalén. Pero quienes dejan sus hogares, se consagran y pasan a vivir dentro de ella, conocen otra muy diferente.
“Antes de ser consagrada todo era muy distinto. Luego, cuanto más tiempo vivís en la comunidad, más te das cuenta de la realidad. Cuando sos un ‘participante’ no te das cuenta de nada”, explicó la ex integrante Ana Coutinho, de 26 años, cuatro de ellos vividos dentro de Jerusalén.
Coutinho cree haber sido presionada para consagrarse. “A través de la dirección espiritual te hacen creer que tu única salvación es entrar a Jerusalén. Después te hacen sentir que la manera de ser fiel a Dios es que te consagres. Y como vos querés ser fiel a Dios, tenés que entrar. No sé cómo, pero lo hacen”, relató, ya liberada, en la plaza de comidas del shopping de Punta Carretas.
Una vez en la comunidad los jóvenes recorren lo que llaman “Proceso de Transformación en Cristo” y que supone “un proceso de diferenciación con la mentalidad que uno había tenido antes y con la del resto del mundo”, explicó Álvaro Vázquez, de 29 años, que vivió durante siete años en Jerusalén y hoy trabaja en la empresa médica de su padre.
Los nuevos integrantes son llevados con frecuencia a las residencias que la comunidad tiene en Buenos Aires o en la ciudad de San Leopoldo, en Río Grande del Sur. Los jóvenes cuyas familias aceptan de buen grado que vivan en la comunidad son alentados a no cortar los lazos familiares. Pero aquellos en cuyos hogares se atisba alguna resistencia son impulsados a separarse.
Vázquez recordó que “Antelo me hizo ir a decirles a mis padres que estaban en contra mío y que eran culpables de todo lo malo que me pasaba”.
Otro día el cura le dijo a Coutinho:
-    Anita, te hace mal ver a tus padres, porque te hacen dudar de tu vocación. No vayas más a tu casa.

 

***
 

Padre Antelo. Adolfo Antelo. Comunidad Jerusalén
En la comunidad la vida es rigurosa. El cronograma diario incluye rígidos horarios para rezar, estudiar, recibir la “dirección espiritual”, escuchar las charlas del líder, grabarlas, desgrabarlas y escribir un diario íntimo que el sacerdote y los directores espirituales pueden revisar en cualquier momento. “Dormíamos poco, era bastante agotador”, dijo Marisol Cedrés, de 28 años, otra ex integrante.
Las charlas toman muchas horas. “Antelo puede hablar seis horas sin parar, sin problema -explicó Álvaro Vázquez-; cuando terminaba todos quedábamos convencidos de lo que había dicho. Tiene un gran poder de convencimiento. Mientras lo oís hablar, es muy difícil ser crítico”.
Coutinho relató que “se tiene un régimen de reuniones permanentes, eternas. A veces se sigue un día entero. Antelo habla, habla, habla, habla, horas y horas”. Otro ex integrante, que prefirió no revelar su nombre, explicó que “si uno se pierde una charla, tiene que escucharla después en un walkman, porque todo se graba. Escuchar todo eso, habiendo dormido poco, va cambiando tu mente”.

Adolfo Antelo Comunidad Jerusalén
Desgrabando a Antelo
A ese régimen agotador se suma una alimentación irregular, a veces deficiente. En algunos hogares de la comunidad se come mejor que en otros, pero en todos ellos las comidas se saltean, ya sea para oír a Antelo o porque se ha descubierto que algún miembro está “endemoniado”.
“Se suponía que se comía todos los días, pero surgían estas crisis y olvidate”, contó Marisol Cedrés.
“La alimentación nunca fue balanceada”, agregó Vázquez. “Antelo decía que no había dinero para la comida, pero después uno se enteraba del dinero que la comunidad tenía en el banco y veía que no era así. El debilitamiento físico terminaba influyendo en tu personalidad”.
Los reglamentos son para todos, menos para Antelo que duerme, come y bebe en abundancia. “Se acuesta a las cinco de la mañana y se levanta a la una de la tarde”, recordó Vázquez. “Toma mucho, mucho vino”, dijo el ex integrante Leonardo Silveira. Coutinho lo vio con sus propios ojos: “Toma whisky, vino, cerveza. Lo vi tomarse dos litros de cerveza de corrido”.
Tales testimonios concuerdan con el que una ex integrante brindó a un grupo de laicos de la Iglesia que, a su vez, lo remitió al arzobispo José Gottardi y a otras autoridades religiosas. En esa declaración se dice que Antelo “en todas las comidas come carne y tiene comida especial porque es enfermo (...) También toma alcohol. A veces le dan de comer en la boca, pero no es lo común”.

***

El miedo comenzó en 1988. “Hasta entonces se había vivido un clima de cierto respeto -si bien muy anormal para lo que es cualquier comunidad de la Iglesia, porque era muy sectario- pero todavía podíamos vivir sin tanto miedo”, recordó Álvaro Vázquez.
Ese año Antelo comenzó a decir que un ex miembro de la comunidad -Mauricio Sampietro- estaba endemoniado y que varios integrantes de la Comunidad Jerusalén seguían sus pasos.
“A raíz de eso empezaron los golpes de Antelo, porque ésa era la forma de terminar con la influencia de Sampietro”, explicó Vázquez.
Para establecer cuáles miembros de la comunidad están creyendo la palabra demoníaca de Sampietro, se realizan extensos interrogatorios destinados a arrancar una confesión.
Cuando Antelo comienza a preguntar “todo el mundo tiembla, porque no sabés si lo que vas a decir le va a gustar o no. De repente, ‘descubre’ que estás ‘endemoniado’ y te cae ahí mismo”, explicó Coutinho.
La tesis a confirmar en los interrogatorios es que Sampietro violó a los miembros de la comunidad -hombres y mujeres- y que por esa vía les inculcó “la palabra del demonio”.
“No puedo creer la barbaridad que llegamos a creer: que Mauricio nos había violado a través de la mirada”, recordó Coutinho. “A mí Antelo me lo hizo creer luego de un interrogatorio de tres o cuatro o cinco horas. Fue tan largo que perdí la noción del tiempo”.
“Al principio decía que Sampietro te había dañado a través de la mirada: te había mirado de arriba abajo. Después era que te había mirado y su pene... pero no hablaba de violación física real... ¡era rarísimo!”, agregó.
Otro joven explicó que “la violación era con la mirada, primero Sampietro te miraba a los ojos, después bajaba la mirada y te hacía mirarle la pija... esa es la palabra que usa Antelo. Entonces con la mirada te hacía sentir que te penetraba y te reventaba... toda una historia. Las mujeres quedaban traumadas y entonces iban a buscar su protección. Ahora me da vergüenza habérmelo creído”.
El asunto obsesionaba a Antelo. En un retiro espiritual que se realizó en Buenos Aires en 1991 hizo que todos contaran cómo Sampietro los había violado. “Tenías que inventar, no había otra”, relató Coutinho.
Vázquez pasó por aquella experiencia antes de escapar de la comunidad: “De cualquier forma hacía que te ‘acordaras’ de la supuesta violación. Podían estar 14 horas interrogándote. Si Antelo salía, otros seguían. Terminábamos inventando cualquier cosa. Eso pasó una y mil veces. Todos sabíamos que inventábamos todo para liberarnos de esa situación”.

***

Cuando los interrogatorios no dan resultado, Antelo recurre a una técnica conocida en psicología como “ensueño dirigido”.
El psicólogo Daniel Corlazolli, de 44 años, ha atendido a cuatro ex integrantes de Jerusalén, algunos de los cuales aún continúan en tratamiento.
“El padre Montes le enseñó a Antelo técnicas de hipnosis y ensueño dirigido... dos armas peligrosísimas en manos de una persona que no sabe usarlas”, explicó Corlazolli. “Lo sabemos por los relatos de las víctimas, porque el ensueño dirigido es consciente. La persona yace tendida, se la van surgiendo fantasías, tiene que elevarse cada vez más a un punto luminoso y después se le van sugiriendo contenidos”.
“Exacto, esa era la técnica que utilizaba -señaló Marisol Cedrés-. En eso se basaban los famosos ‘encuentros con Cristo’. Él te dirigía hacia lo que quería. Es algo muy inteligente... te vas condicionando... tiene una fuerza que hace que vos sientas lo que él te dice, y a la vez te hace idolatrarlo”.
“Era una forma de hacer la dirección espiritual”, dijo Álvaro Vázquez que, al ascender en la comunidad y empezar a dirigir espiritualmente a los más jóvenes, también empleó esa técnica. “Me tocó hacerlo con algunos de los gurises, ahora veo que fue algo totalmente irresponsable”.
(…)
Corlazolli explicó que el ensueño dirigido se usó, por ejemplo, con aquellos que se negaban a aceptar que Sampietro los había violado. “Se le inducía la fantasía de que realmente de una manera mágica, no se sabe muy bien cómo, Sampietro los había poseído con un enorme falo”. El psicólogo dijo que según los casos que conoce los resultados de esta práctica fueron “muy peligrosos”.
El ex integrante de la comunidad Leonardo Silveira relató que jamás en su vida vio a Sampietro pero, ensueño dirigido mediante, acabó por reconocer el daño que aquel le había hecho.
(…)
Mauricio Sampietro tiene 35 años e integró la comunidad durante cinco, hasta 1989. Desde entonces vive en otra comunidad religiosa, en Colombia.
-¿Tú violaste a alguien?- le pregunté en una entrevista telefónica.
-Noooo, imagínate... de allí hasta acá (risas). Evidentemente que no, es ridículo, inverosímil. Es una calumnia, una de las más graves. Pueden preguntarle a cualquiera y cualquiera puede comprobarlo. Quizás haya algunos que no hablen por presión psicológica, por miedo y terror. Hay que comparar la situación que se vive en la comunidad con la tortura. Yo, por suerte, salí en el momento preciso.
Sampietro cree que Antelo “construyó de mí un antimito, porque así, enfrentándose a un antimito, reforzaba su propia imagen mítica”.
Uno de los entrevistados mostró una carta que el propio Antelo le envió años atrás. En ella le decía que Sampietro nunca podría volver a integrarse a la Iglesia uruguaya porque “aquí el ambiente está picado por nuestras calumnias”.

***

Lo peor comienza cuando los miembros de la comunidad, extenuados tras extensos interrogatorios o inducidos psicológicamente, confiesan haber sido violados por Mauricio Sampietro.
“Vi cómo le pegó a mucha gente. Pega cuando dice que la persona no quiere denunciar a Mauricio y al demonio. Porque cuando la persona se pierde en esos interrogatorios eternos, ya no sabe qué decir. Ahí empiezan los golpes”, dijo Coutinho.
“Claro que lo vi pegar y ponerse como loco. Todos lo vieron”, sostuvo Silveira.
Coutinho relató: “Pegaba golpes de puño, patadas y durante mucho rato. Vi dejar gente marcada, con la cara verde de los golpes. Él decía que el Espíritu Santo lo asistía, porque sus golpes no rompían los huesos ni hacían sangrar. Pero yo vi gente a la que le rompió un brazo. Pegaba golpes tremendos. Él mismo llegó a tener las manos quebradas y enyesadas por los golpes que daba” .
Otro entrevistado, un ex integrante del grupo que fue víctima de esas golpizas y hoy es empleado de un comercio, afirmó: “Tiene mucha fuerza, pega con las manos, con las rodillas, con palos o da codazos en la espalda. Una vez le partió la cabeza con un mortero a un muchacho. Cuando te caías te pegaba patadas en los riñones, patadas fortísimas con la pata de palo, con la que puede patear con toda la fuerza sin que le duela. Es el sadismo extremado. A mí me cagó a palos, varias veces me rompió la boca y otra vez me reventó la cabeza contra una pared”.
“No era un juego. Quedaban manchas de sangre en las paredes. Se quebró las manos pegando, y hay que pegar mucho para quebrarse uno mismo”, agregó.
La última noche de Álvaro Vázquez en la comunidad fue pesadillesca. “Vine desde Buenos Aires a un retiro en Montevideo y me encontré con el panorama de siempre: gente con los ojos negros, algún endemoniado de turno. Nos fuimos a otro retiro en Punta del Este. Ahí me tocó a mí. De noche todos comenzaron a interrogarme. Antelo empezó a pegar a las seis de la tarde. Pegó hasta las tres de la mañana. Paró porque se fue a dormir. Cuando terminó, varios estábamos muy golpeados, con las piernas lastimadas y más de uno con los dos ojos negros. Me hicieron dormir en el balcón, a la intemperie. Otras veces había sido peor”.

***
Pero hay otra manera de terminar con la influencia del demonio y de sanar las heridas provocadas por las violaciones de los “endemoniados”.
“Con la excusa de sanar el daño que Sampietro les había hecho, Antelo toca descaradamente a las mujeres. Les toca los senos, la vagina, les mete la mano. A los hombres nos chocaba horriblemente, pero viniendo de él que era tan puro, parecía que estaba más allá de eso. Estábamos ciegos”, dijo un ex miembro.
Álvaro Vázquez explicó que según Antelo “el demonio que tienen las mujeres de la comunidad es muy extraño. Ellas manifiestan cierta aversión hacia su cuerpo y hacia su condición de mujeres. Y entonces... el Manosanta lo cura todo”.
Ana Coutinho tuvo que pasar por aquello. “Hay abrazos, manoseos y besos en la boca. Toca los senos de las mujeres, sin ningún problema. La cola también. Es lo que yo vi y viví. Me lo hizo a mí”.
“En momentos de liberación deja a las mujeres en bombacha y soutien. A mí me dijo que me sacara la ropa, pero no lo hice. Otras chicas lo hicieron porque insistió e insistió. Decía que vos sentías tu cuerpo como malo, porque fuiste violada. Tenías que desvestirte para ver que no era así. A veces –agregó- le pedía a alguna chica que se tocara los senos, para que viera que no eran malos”.
El testimonio recogido y hecho llegar a las autoridades eclesiásticas por el citado grupo de laicos interesados en aclarar la situación de Jerusalén coincide con los de Coutinho y Vázquez: “Mientras el padre Antelo está reunido con algún grupo, en la comunidad, está permanentemente manoseando a una mujer, le mete las manos por debajo de la pollera, le acaricia los senos, es para ayudarla a que el demonio la deje tranquila”.
Ana Coutinho y otros entrevistados dijeron que las mujeres son clasificadas por Antelo de acuerdo al tamaño de sus senos: “Vos los tenés de ping-pong”, “los tuyos son de tenis”, “los tuyos son de básquetbol”.
Los hombres también son tocados. “Te tocaba el traste, o te metía la mano adentro del pantalón, pero los varones siempre saltábamos para atrás”, dijo uno de los afectados.
Para las chicas que pasaron por esa experiencia, no es fácil asumirla. Decenas de ex integrantes de la Comunidad Jerusalén declinaron dar su testimonio. “Lo que me pasó se lo conté sólo a mi psicólogo y a mi confesor. Si hablo contigo voy a ponerme a llorar”, me dijo una ex integrante de Jerusalén que se excusó por no estar en condiciones de compartir sus vivencias dentro del grupo.
Ana Coutinho, en cambio, se atrevió a relatar lo que le hizo Antelo. “Cuando una termina convenciéndose de que realmente fue violada, se siente lo peor del mundo. Entonces ahí él te abraza y te empieza a tocar, como supuesta forma de cariño”, relató. “Hoy veo que me degradó, que me hirió y me da mucha bronca. Pero ahí dentro, la atmósfera de miedo y de tensión es tan grande que, aunque sea difícil de comprender, eso era gratificante. Era estar bien con Dios. Era como si Antelo fuera asexuado, un ángel, un santo. Es increíble. A mí eso me hizo mucho mal. Cuando salí no podía recibir cariño, me sonaba a otra cosa". 

(...)

Continúa.


Fragmento del reportaje El infierno de san Antelo. Publicado originalmente en la revista Tres, el 27 de enero de 1996. La versión completa se encuentra en el libro Un mundo sin Gloria.

Comunidad Jerusalén. Padre Antelo. Adolfo Antelo

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