Hay dos cosas irritantes en la campaña publicitaria de Ancap que tiene como eslogan: “se mueve Uruguay, se mueve Ancap”.
La idea que se transmite es que el avance del Uruguay y el de la empresa Ancap van juntos, que uno implica el otro y viceversa. Que el bien de esta empresa pública conlleva necesariamente el bien nacional.
Ancap fue fundada en 1931. Desde entonces a la fecha, la compañía ha llevado, en general, una línea de fuerte crecimiento, sumando industrias, actividades, funcionarios y privilegios para esos funcionarios.
Todo eso ocurrió a pesar de que Ancap nunca logró cumplir con algunos de sus más importantes objetivos: no encontró petróleo en Uruguay ni pudo producir un combustible alternativo basado en el alcohol que le diera independencia energética al país. Pero semejantes fracasos no impidieron que la empresa creciera para su propio beneficio y el de sus integrantes. Avanzó Ancap. ¿Avanzó el Uruguay?
Cuando fue fundada Ancap, Uruguay era un país privilegiado en el mundo. En 1930 Uruguay recibió 14.600 inmigrantes, personas que se radicaban aquí porque acá existía la promesa de un horizonte mejor. La población crecía: en 1922 Uruguay tenía 1.560.000 habitantes; en 1930 ya eran 1.900.000. Hoy, luego de todos los avances de Ancap, el Uruguay no recibe prácticamente a nadie. Al contrario, miles se van porque acá no tienen un futuro. Hace décadas que la población es siempre la misma.
En 1930 la balanza comercial uruguaya tenía un fuerte superávit. Uruguay era un país digno de ser elegido para organizar la primera Copa del Mundo. El estadio Centenario se levantó en apenas seis meses. La obra fue realizada por uruguayos y para dirigir un proyecto tan ambicioso y urgente se recurrió simplemente al director de Paseos Públicos de la intendencia de Montevideo, el arquitecto Juan Scasso.
Hoy el Uruguay no puede levantar ni siquiera un edificio cualquiera en seis meses. Acabamos de inaugurar el Palacio de Justicia, ahora Torre Ejecutiva, una obra que demoró 46 años. Y hasta una simple reforma, como la del hotel Carrasco, nos paraliza durante lustros.
Así avanzó Uruguay mientras Ancap importaba petróleo y edificaba su propia gloria.
Con todo, lo más irritante no es la falsedad del eslogan. Eso puede llegar a comprenderse.
Lo que no se tolera es la manifiesta inutilidad de tanta publicidad, ahora sepultada (¿por un rato?) por el aluvión electoral. ¿Para qué necesita una empresa pública y monopólica realizar una campaña tan intensa y, en consecuencia, tan costosa? El siempre escaso dinero del Estado uruguayo, ¿es necesario gastarlo así?
Una de las pocas cosas rescatables del anterior gobierno fue la decisión del presidente Jorge Batlle de abatir los gastos de publicidad oficial. Esa política, supuestamente, fue mantenida por el actual gobierno. El ministro de Industria, Daniel Martínez, por ejemplo, dijo en un seminario organizado por el grupo Medios y Sociedad, que la publicidad oficial debe asignarse en función de las necesidades de los organismos públicos y no en base a intereses políticos partidarios.
La actual campaña de Ancap, sin embargo, parece ser todo lo contrario. Es imposible no acordarse de algunos ex directores de empresas públicas que quisieron lanzar su carrera política desde sus despachos y en ancas de la publicidad oficial. Ninguno llegó. Ninguno tiene influencia en la vida política del Uruguay. Ni siquiera para eso sirvió el derroche.
Ancap va a seguir avanzando, así haga bien o mal las cosas. Los monopolios estatales son así.
Uruguay, en cambio, con suerte algún día dejará de retroceder. Ayudaría dejar de repetir eslóganes baratos. Y que el dinero público dejara de tirarse a la marchanta.
Artículo de Leonardo Haberkorn
Blog El informante
el.informante.blog@gmail
27.6.09
15.6.09
Hackenbruch con faldas
Daisy Tourné quería ser la Mujica femenina, dijeron a El País voceros del Partido Socialista. Pero terminó siendo la Tabaré Hackenbruch del Frente Amplio.
Lo peor del triste show que Daisy Tourné ofreció para los jóvenes socialistas no fue lo ordinario y soez de su lenguaje. Lo peor fue la extrema frivolidad con la que abordó un problema que angustia legítimamente a tantos ciudadanos.
Lo peor de Hackenbruch en su último período como intendente de Canelones no era el abandono extremo al que nos había condenado a quienes vivimos en la Ciudad de la Costa. Lo peor era verlo reírse de nuestros justos reclamos en los noticieros de la TV, sonreírse con sarcasmo ante las quejas de los que sufríamos su pésima tercera gestión. "Están desesperados haciendo política ahora porque saben que en el 2005 les gano de vuelta", decía. "En la Costa de Oro siempre hubo pozos", repetía.
Le salió caro el chiste: en un solo período pasó de ser el político más popular del departamento a ser un cadáver político irrecuperable. También le salió muy caro al Partido Colorado no haber sabido frenar a tiempo sus desbordes. Al menos una parte de actual desastre colorado y la virtual extinción del Foro Batllista son responsabilidad de esa explosiva mezcla que conforman una pésima gestión y una sonrisa socarrona en el informativo de las siete de la tarde.
Tourné hizo lo de Hackenbruch. Al parecer, nunca llegó a comprender lo que significa estar al frente del Ministerio que debe garantizar la seguridad de la gente. Donde se atienden violaciones y asesinatos no es el lugar ideal para andar haciendo chistes.
Sin embargo, mientras cientos de ciudadanos sufrían la gama más variada de atentados a su integridad, Tourné colgaba fotos y comentarios de doble sentido en Facebook. Lo intolerable, sin embargo, llegó cuando llevó su burla a las pantallas de televisión. "El sueño dorado del uruguayo no es tener la casa propia; es tener el policía propio”, dijo, mofándose de quienes, con todo derecho y legitimidad, reclaman vivir en una sociedad con mayores niveles de seguridad.
Como a Hackenbruch, a Tourné le salió caro el chiste. Habla bien del presidente Tabaré Vázquez la rapidez con que envió a la ministra a divertirse a su casa. Ahora el pitorreo podrá seguir en Facebook, para los más íntimos.
El Partido Socialista, en cambio, exhibe la misma vocación suicida del Foro Batllista. Tres de sus ministros salieron a defender a la ex ministra.
El secretario de Industria, Daniel Martínez, dijo: “Acá no hay que payar, tirar bolazos o tirar efectismos para radicalizar las posiciones”. Y agregó que la culpa de la inseguridad la tiene el neoliberalismo. "Por eso este gobierno en vez de darle un chumbo a cada ciudadano ha preferido darle un laptop a cada niño uruguayo".
Sigamos repartiendo laptops y un día ya no habrá más delito. El pensamiento naif-progresista es enternecedor. Así le ha ido a este gobierno tratando con delincuentes.
Sería bueno que Martínez explicara lo que pasa en Venezuela, donde desde hace más de diez años hay un gobierno de izquierda revolucionaria.
La ola de violencia en la Venezuela de Hugo Chávez es mucho peor que la de Uruguay, y eso que aquí la influencia “neoliberal” duró hasta mucho más recientemente.
Cifras de la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de la Violencia, citadas por AFP, sostienen que en ese país en 2008 las muertes violentas llegaron a 50 por cada 100.000 habitantes, frente a un promedio mundial de 8,8. Se estima que 14.000 venezolanos fueron asesinados en 2008. La cifra es consistente con la última estadística oficial conocida que registró 9.653 asesinatos de enero a setiembre de 2008. Una ONG destinada a monitorear la violencia en el país dijo que en el primer trimestre de 2009 hubo 844 homicidios, lo que representa un aumento del 31% respecto al mismo período de 2008.
En 2008 los venezolanos gastaron 30 millones de dólares en blindar autos. En 2005, cuando Chávez llevaba seis años como presidente, se blindaban 30 autos al mes. Hoy, con cuatro años más de Revolución Bolivariana, se blindan 200 por mes. Los asesinatos de jóvenes son algo tan frecuente, que los entierros se han transformado en fiestas sociales con reggeaton, acrobacias en motos, partidos de básquetbol y baile alrededor del ataúd de la víctima.
Sería bueno que Martínez explicara cómo si la violencia que hoy vivimos tiene como causa principal el neoliberalismo, en la Venezuela de Chávez, luego de más de diez años de pretendidas políticas de izquierda, la situación es ésta.
Quizás abordar con éxito la creciente ola de violencia y delincuencia de nuestra sociedad requiera de un enfoque más científico y menos ideológico. Quizás repartir laptops no tenga ningún efecto concreto sobre este tema. Quizás soltar a los presos antes de tiempo no sea una buena idea. Quizás ya baste de igualar pobreza a delincuencia, y de justificar a los que roban. Quizás necesitemos ministros que asuman que, en un asunto tan grave, “no hay que payar, tirar bolazos o tirar efectismos para radicalizar las posiciones”. Y si no pueden llegar a tanto, por lo menos que no se rían de la gente.
el.informante.blog@gmail.com
Lo peor del triste show que Daisy Tourné ofreció para los jóvenes socialistas no fue lo ordinario y soez de su lenguaje. Lo peor fue la extrema frivolidad con la que abordó un problema que angustia legítimamente a tantos ciudadanos.
Lo peor de Hackenbruch en su último período como intendente de Canelones no era el abandono extremo al que nos había condenado a quienes vivimos en la Ciudad de la Costa. Lo peor era verlo reírse de nuestros justos reclamos en los noticieros de la TV, sonreírse con sarcasmo ante las quejas de los que sufríamos su pésima tercera gestión. "Están desesperados haciendo política ahora porque saben que en el 2005 les gano de vuelta", decía. "En la Costa de Oro siempre hubo pozos", repetía.
Le salió caro el chiste: en un solo período pasó de ser el político más popular del departamento a ser un cadáver político irrecuperable. También le salió muy caro al Partido Colorado no haber sabido frenar a tiempo sus desbordes. Al menos una parte de actual desastre colorado y la virtual extinción del Foro Batllista son responsabilidad de esa explosiva mezcla que conforman una pésima gestión y una sonrisa socarrona en el informativo de las siete de la tarde.
Tourné hizo lo de Hackenbruch. Al parecer, nunca llegó a comprender lo que significa estar al frente del Ministerio que debe garantizar la seguridad de la gente. Donde se atienden violaciones y asesinatos no es el lugar ideal para andar haciendo chistes.
Sin embargo, mientras cientos de ciudadanos sufrían la gama más variada de atentados a su integridad, Tourné colgaba fotos y comentarios de doble sentido en Facebook. Lo intolerable, sin embargo, llegó cuando llevó su burla a las pantallas de televisión. "El sueño dorado del uruguayo no es tener la casa propia; es tener el policía propio”, dijo, mofándose de quienes, con todo derecho y legitimidad, reclaman vivir en una sociedad con mayores niveles de seguridad.
Como a Hackenbruch, a Tourné le salió caro el chiste. Habla bien del presidente Tabaré Vázquez la rapidez con que envió a la ministra a divertirse a su casa. Ahora el pitorreo podrá seguir en Facebook, para los más íntimos.
El Partido Socialista, en cambio, exhibe la misma vocación suicida del Foro Batllista. Tres de sus ministros salieron a defender a la ex ministra.
El secretario de Industria, Daniel Martínez, dijo: “Acá no hay que payar, tirar bolazos o tirar efectismos para radicalizar las posiciones”. Y agregó que la culpa de la inseguridad la tiene el neoliberalismo. "Por eso este gobierno en vez de darle un chumbo a cada ciudadano ha preferido darle un laptop a cada niño uruguayo".
Sigamos repartiendo laptops y un día ya no habrá más delito. El pensamiento naif-progresista es enternecedor. Así le ha ido a este gobierno tratando con delincuentes.
Sería bueno que Martínez explicara lo que pasa en Venezuela, donde desde hace más de diez años hay un gobierno de izquierda revolucionaria.
La ola de violencia en la Venezuela de Hugo Chávez es mucho peor que la de Uruguay, y eso que aquí la influencia “neoliberal” duró hasta mucho más recientemente.
Cifras de la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de la Violencia, citadas por AFP, sostienen que en ese país en 2008 las muertes violentas llegaron a 50 por cada 100.000 habitantes, frente a un promedio mundial de 8,8. Se estima que 14.000 venezolanos fueron asesinados en 2008. La cifra es consistente con la última estadística oficial conocida que registró 9.653 asesinatos de enero a setiembre de 2008. Una ONG destinada a monitorear la violencia en el país dijo que en el primer trimestre de 2009 hubo 844 homicidios, lo que representa un aumento del 31% respecto al mismo período de 2008.
En 2008 los venezolanos gastaron 30 millones de dólares en blindar autos. En 2005, cuando Chávez llevaba seis años como presidente, se blindaban 30 autos al mes. Hoy, con cuatro años más de Revolución Bolivariana, se blindan 200 por mes. Los asesinatos de jóvenes son algo tan frecuente, que los entierros se han transformado en fiestas sociales con reggeaton, acrobacias en motos, partidos de básquetbol y baile alrededor del ataúd de la víctima.
Sería bueno que Martínez explicara cómo si la violencia que hoy vivimos tiene como causa principal el neoliberalismo, en la Venezuela de Chávez, luego de más de diez años de pretendidas políticas de izquierda, la situación es ésta.
Quizás abordar con éxito la creciente ola de violencia y delincuencia de nuestra sociedad requiera de un enfoque más científico y menos ideológico. Quizás repartir laptops no tenga ningún efecto concreto sobre este tema. Quizás soltar a los presos antes de tiempo no sea una buena idea. Quizás ya baste de igualar pobreza a delincuencia, y de justificar a los que roban. Quizás necesitemos ministros que asuman que, en un asunto tan grave, “no hay que payar, tirar bolazos o tirar efectismos para radicalizar las posiciones”. Y si no pueden llegar a tanto, por lo menos que no se rían de la gente.
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Política uruguaya
8.6.09
Whisky Ancap: una metáfora del desarrollo latinoamericano
Hace cien años que el estado uruguayo se propuso inventar un carburante nacional en base a alcohol. Nunca lo logró y en su lugar terminó fabricando whisky.
"Una manga de ladrones del primero hasta el último". En aquella entrevista que se hizo famosa en 2002 por aquel exabrupto luego enjuagado en lágrimas, el entonces presidente de Uruguay Jorge Batlle también dijo otra cosa: no podía ser que el Estado uruguayo perdiera millones de dólares por fabricar whisky.
Ese año el déficit fue de 2,7 millones de dólares.
La historia de cómo el Estado oriental llegó a tener su propio whisky es toda una metáfora del desarrollo al estilo latinoamericano. En ella se destilan tres ingredientes principales: los vaporosos anhelos de un presidente que soñó con que Uruguay tuviera un combustible propio, el brazo todopoderoso de las multinacionales del petróleo y el gusto por el whisky que distingue a los uruguayos.
Movido a alcohol
Todo comenzó casi cien años atrás, cuando el presidente era el tío abuelo del explosivo Jorge Batlle.
José Batlle y Ordóñez, el más influyente de los gobernantes uruguayos, creía que el alcohol sería el combustible del futuro. Pensaba que sustituiría al petróleo. Soñaba con un "carburante nacional" que le diera independencia económica al Uruguay.
En 1912 creó el Instituto de Química industrial, una dependencia estatal a la que le encomendó desarrollar un combustible en base a alcohol. La misión era clave para un país que hasta hoy nunca encontró una gota de petróleo propio.
Entrevistada en su escritorio de la Facultad de Humanidades de Montevideo, la historiadora María Laura Martínez relató que en 1917 se comenzaron a hacer pruebas de diversos combustibles que mezclaban alcohol y nafta, y ya en 1923 se consiguió fabricar uno que funcionaba. Ese año se hicieron diversos ensayos exitosos: el auto del propio presidente Batlle y Ordóñez, un Renault, y los de otros importantes políticos (un Buick, un Ford y un Studebaker) fueron movidos con un carburante local que mezclaba alcohol y nafta en mitades.
Sin embargo, cuando el éxito estaba al alcance de la mano, las experiencias se suspendieron. La historiadora Martínez dice: "El proceso se diluyó a pesar de que los resultados parecían haber sido satisfactorios".
Una idea brillante
En 1931, Batlle y Ordóñez (que había fallecido en 1929) tuvo más suerte con otro de sus sueños. Ese año se creó Ancap, una empresa estatal a la que se le confiaron tres monopolios: la refinación de petróleo, la destilación de alcohol y la elaboración de portland.
Que el Estado tuviera el monopolio alcoholero era un viejo sueño de Batlle y Ordóñez, quien creía con enorme entusiasmo en las virtudes de las empresas públicas. Pretendía que las ganancias del negocio no escaparan al exterior, y también mejorar el precio que se le pagaba a los agricultores por los cultivos empleados para hacer alcohol.
Cuando se creó Ancap, se le volvió a encomendar que desarrollara un combustible uruguayo que, basándose en el alcohol, fuera capaz de sustituir al petróleo.
Como esas investigaciones se suponían caras y deficitarias, se tuvo una idea explosiva: que Ancap fabricara bebidas alcohólicas cuya venta dejara ganancias que permitieran financiar el desarrollo del carburante nacional.
El tema se discutió en el Parlamento. El entonces diputado y futuro presidente Luis Batlle Berres (sobrino de Batlle y Ordóñez, padre de un niño llamado Jorge Batlle) dijo en la Cámara que había que apostar al alcohol, "un combustible líquido cuya producción depende únicamente de la capacidad agrícola del país".
Pero el diputado socialista Emilio Frugoni exhibió su temor de que el alcoholismo -ese "terrible flagelo social"- se propagara como consecuencia de que el Estado fabricara y promocionara sus propias bebidas alcohólicas.
A Frugoni le respondió el diputado Arturo González Vidart: con el Estado controlando la industria alcoholera, se podría llevar al público a una "evolución de las costumbres" en el beber. El Estado haría que los orientales comenzaran a tomar más vino, cerveza y jugos de fruta "en lugar de líquidos destilados de alta graduación alcohólica".
Carburante no, whisky sí
Una parte del plan se cumplió a la perfección. En 1932 Ancap ya estaba fabricando sus propias bebidas alcohólicas. Se empezó por la grapa. En 1934 se sumó la caña. Las bebidas eran de buena calidad, una novedad en el mercado uruguayo. En 1936 ya se fabricaba toda la caña y la grapa que se consumían en el país y hasta se exportó a la Argentina.
Pero la segunda parte del plan se olvidó por completo. La historiadora Martínez, que ha estudiado el asunto, explicó que Ancap nunca intentó desarrollar un combustible basado en el alcohol. En 1939, el gobierno intervino la empresa y el interventor, el coronel José Trabal, fue categórico en su dictamen: "Ni siquiera se ha estudiado jamás, con alguna base seria, el problema vital del Carburante Nacional". Trabal, según recoge Martínez en sus investigaciones, acusó a Ancap de haber "defraudado el interés nacional".
Pero la intervención de Trabal concluyó y nada cambió. Ancap siguió importando petróleo y refinándolo, repartiéndose el mercado con las grandes empresas petroleras, con las cuales había firmado acuerdos secretos. "Uno tiene que ser cuidadoso con las conclusiones que saca, pero yo creo que aquí hubo un problema de intereses", dice la historiadora.
En 1942, el gobierno volvió a reclamarle a Ancap que hiciera un carburante nacional en base a alcohol porque el petróleo escaseaba como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero el entonces gerente general de la compañía, Carlos Vegh Garzón, consideró que no valía la pena. Sus excusas se revelan hoy como falsas para el análisis histórico. Dijo que faltaba materia prima, pero bien se podía plantar más cereales o comprarle maíz a la Argentina, que tenía grandes excedentes que vendía a bajo precio.
"A uno le queda la sensación de que siempre hubo un entramado de intereses que no dejaron que el carburante nacional funcionara", insiste la historiadora Martínez.
En aquellos años un uruguayo llamado Alejandro Muzzolón había inventado un carburador especialmente diseñado para funcionar con una mezcla de alcohol y nafta. Este ingenio fue probado con éxito, pero nunca pudo ser fabricado en serie debido a la oposición de las petroleras y la desidia de las autoridades uruguayas. Muzzolón escribió un libro contando su pesadilla. Allí narra que un jerarca de Ancap le confió una vez: "No podemos hablar del alcohol carburante porque es mala palabra".
En cambio, lo que nunca se detuvo fue la fabricación de bebidas alcohólicas. Convertida ya en un fin en sí misma y sin ninguna vinculación con el olvidado carburante nacional, la producción siguió adelante.
Whisky sanitario
La tercera parte del plan tampoco salió del todo bien. Si bien el estándar de calidad que se fijó Ancap ayudó a que la producción local de licores mejorara, el Estado no logró que los uruguayos bajaran su alto consumo de bebidas de alta graduación alcohólica, whisky en particular, un hábito que aún hoy continúa.
Hoy se bebe más whisky en Uruguay que en cualquier otro país del Cono Sur. En América del Sur, los uruguayos solo son superados por Colombia y Venezuela, que hoy compite por el primer puesto en todo el mundo.
En promedio cada uruguayo toma bastante más de un litro de whisky por año. El país tiene tres millones de habitantes y en 2008 se vendieron 4,4 millones de litros de whisky en almacenes, autoservicios, supermercados y bares en localidades de más de 5.000 habitantes, dijo Gustavo Rodríguez, de la consultora Id Retail, que monitorea el mercado de bebidas espirituosas.
Pero Rodríguez explicó que el consumo real es aún mayor, porque estas cifras no toman en cuenta lo que se vende en los free shops de las localidades fronterizas, como el Chuy. Estas tiendas tienen prohibido vender a los uruguayos, pero lo hacen en forma habitual. "Y por cada botella que se vende en un bar o un supermercado, se venden diez en los free shops", dice Rodríguez.
Este altísimo consumo de whisky tiene una explicación lógica según Celso Domínguez, propietario de la licorería Los Domínguez, la más tradicional de Montevideo.
"Las bebidas alcohólicas que se fabricaban en Uruguay siempre fueron de muy mala calidad, insalubres en muchos casos. El vino era malo, artificial. Los padres y los abuelos de los bodegueros que hoy ganan medallas iban presos dos por tres por las chanchadas que se mandaban", relata. "Entonces, ante ese panorama, el público se refugió históricamente en el whisky importado".
Por eso, el consumo de whisky en Uruguay es mucho mayor que en el resto de los países de la región. "En Argentina –continúa Domínguez- siempre hubo buen vino, buena ginebra, buen fernet, por eso el consumo de whisky siempre fue mucho más bajo".
Con ese panorama, no fue raro que Ancap comenzara a fabricar whisky, además de caña, grapa y cognac. La primera partida se vendió en 1946. (Un par de años más tarde también se comenzó a producir ron).
Hubo algunas críticas, pero la empresa siguió adelante. Silvio Moltedo, vicepresidente de la compañía en 1953, dijo entonces: "A veces se toma el término de ‘bebidas destiladas’ como una mala palabra para la institución, pero debemos hablar claro. Si la Ancap no fabrica bebidas destiladas, las bebidas destiladas vienen del extranjero y se venden dentro del país, y si no vienen del extranjero por la aduana, vienen de contrabando, sin tener más finalidad que la del lucro. Por el contrario, si las bebidas destiladas las hacemos desde el Estado, tienen como finalidad básica y primordial que (…) sean higiénicas porque nos interesa primero la salud del consumidor y después evitar que haya fuga de divisas".
En aquellos años de vacas gordas, la fabricación de brebajes alcohólicos estatales no era una rareza: era la expresión de un modelo que veía al Estado participando en toda actividad económica. El hoy diputado del Frente Amplio Juan José Bentancor trabajó décadas en la refinería de petróleo de Ancap. "Fabricar whisky hoy puede parecer exótico, pero para nosotros no lo era. Ancap tenía también una estupenda bodega que hacía vinos y hasta una zapatería que nos reparaba el calzado a todos los empleados".
Partidas distintas
La aparición de un whisky barato y condiciones sanitarias garantizadas por el Estado fue un éxito comercial y las ventas crecieron: de 3.000 litros en 1960 se pasó a 332.000 en 1970.
Había dos marcas: el Añejo se hacía con maltas uruguayas, el Mac Pay con escocesas.
No era fácil hacer whisky en una dependencia del Estado. Respetando las normas que rigen a la administración pública, las maltas escocesas usadas para elaborar el Mac Pay se importaban mediante licitaciones a quien ofrecía el mejor precio en cada ocasión.
"Eso hacía que tuviéramos muchos altibajos, no lográbamos la uniformidad del producto, las partidas no eran todas iguales", recuerda Ricardo Petrone, quien trabajó en la fábrica entre 1983 y 2008, primero como gerente de comercialización, luego como gerente general.
Petrone recordó que en los años 80 se firmó un acuerdo con una firma escocesa para que siempre proveyera a Ancap de la misma malta para hacer el Mac Pay. La calidad del producto se uniformizó y mejoró. Las ventas en 1988 llegaron al récord de 2.076.000 litros. "Pero –recuerda Petrone- teníamos unos líos tremendos con el Tribunal de Cuentas, que pretendía que volviéramos a comprar por licitación".
Para ese entonces, el whisky ya había superado a la grapa y a la caña, y se había transformado en la bebida alcohólica más vendida por Ancap. El Mac Pay llegó a ser líder del mercado.
"No es un mal whisky, su calidad es aceptable, e incluso es mejor que los escoceses más baratos", dice Celso Domínguez. "Pero la marca se impuso como líder gracias a una campaña publicitaria muy intensa y muy costosa, que pagamos todos los uruguayos con el precio de nafta de Ancap". En la voz todavía se le nota un poco de bronca.
Caipirinha estatal
El orgullo de ser el número uno no duró mucho. En los años 90 pasaron muchas cosas: el precio del dólar bajó y los whiskys escoceses se hicieron más accesibles; se crearon los free shops en la frontera; otras marcas uruguayas irrumpieron en el mercado; el Mercosur hizo que el whisky argentino Criadores entrara a Uruguay con arancel cero. Cada uno de esos factores jugó en contra y la fábrica estatal de bebidas alcohólicas comenzó a dar pérdidas.
En un intento por recuperar terreno, la compañía apeló al marketing: la grapa Ancap fue rebautizada San Remo y la caña pasó a llamarse "de los Treinta y Tres". Además, Ancap lanzó al mercado nuevos productos, como Bella Flor, con seguridad la única caipirinha estatal del mundo.
Pero los números siguieron siendo rojos. En 2002, cuando Jorge Batlle era presidente y la crisis económica puso al Uruguay al borde de la bancarrota, la fábrica de bebidas alcohólicas fue separada de Ancap y con el nombre de CABA (Compañía Ancap de Bebidas y Alcoholes) pasó a ser administrada por el derecho privado. No fue, sin embargo, una privatización ya que Ancap conservó el 100% de las acciones.
"Lo hicimos para aumentar la eficiencia", dice Pablo Abdala, entonces integrante del directorio de Ancap y hoy diputado del opositor Partido Nacional. "Además relanzamos al Mac Pay con una campaña publicitaria que anduvo bárbaro. Nos ayudó mucho que el dólar había subido mucho y encarecía mucho a los whiskys escoceses. Dejamos de dar pérdidas y hasta tuvimos alguna ganancia".
Pero en los últimos dos años el dólar volvió a bajar y los whiskys importados recuperaron terreno. Hoy, según la consultora Id Retail, Ancap retiene apenas el 8% del mercado whiskero uruguayo. Son unos 350.000 litros anuales, una sexta parte de lo que se llegó a vender en los años 80. Según Domínguez, la mayor parte de los actuales clientes de Mac Pay son bebedores que han visto caer sus ingresos y "tienen que bajar un cambio".
Petrone, el ex gerente general, se siente muy orgulloso de la calidad de cognac Juanicó que fabrica Ancap, una bebida a la que considera de primer nivel en cualquier lugar del mundo. El Mac Pay, en cambio, le parece un producto correcto y "competitivo". Sabe que cuando se creó Ancap la idea era destinar las ganancias que dieran las bebidas para financiar el elusivo carburante nacional. "Pero el propio devenir de las cosas fue modificando ese propósito. Es muy difícil obtener fondos con el margen que dejan unas bebidas que están en el mercado y deben competir con otras marcas".
"¿Este tema le interesa a alguien?, pregunta a través de su celular el presidente de la empresa, Raúl Sendic (hijo del fallecido líder tupamaro de igual nombre). Le asombra que un periodista lo interrogue por la fábrica de bebidas alcohólicas. De todos los negocios que tiene Ancap, explica, CABA es el menor. En una época trabajaron en esa dependencia casi 1.200 personas, hoy quedan apenas 60.
Pero Sendic asegura no hay intenciones de cerrar ni de vender la fábrica. "Hemos logrado estabilizarla. Venía dando pérdidas, pero el año pasado dio un pequeño superávit. Nuestro plan es seguir adelante, sin grandes inversiones".
Para el presidente de Ancap el esfuerzo por introducir un 5% de alcohol en la nafta que se vende en Uruguay es un asunto más interesante que los avatares de la pequeña fábrica de whisky.
Hace mucho tiempo que un tema dejó de estar relacionado con el otro. Para bien o para mal, Ancap ya sabe que puede fabricar whisky. Lo del alcohol carburante, en cambio, hace un siglo que está por verse
Reportaje de Leonardo Haberkorn publicado el domingo 12 de abril de 2009 en la revista C, suplemento dominical del diario Critica de Buenos Aires, y en la edición de mayo del mismo año de la revista uruguaya Bla. Incluido en el libro Historias uruguayas
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"Una manga de ladrones del primero hasta el último". En aquella entrevista que se hizo famosa en 2002 por aquel exabrupto luego enjuagado en lágrimas, el entonces presidente de Uruguay Jorge Batlle también dijo otra cosa: no podía ser que el Estado uruguayo perdiera millones de dólares por fabricar whisky.
Ese año el déficit fue de 2,7 millones de dólares.
La historia de cómo el Estado oriental llegó a tener su propio whisky es toda una metáfora del desarrollo al estilo latinoamericano. En ella se destilan tres ingredientes principales: los vaporosos anhelos de un presidente que soñó con que Uruguay tuviera un combustible propio, el brazo todopoderoso de las multinacionales del petróleo y el gusto por el whisky que distingue a los uruguayos.
Movido a alcohol
Todo comenzó casi cien años atrás, cuando el presidente era el tío abuelo del explosivo Jorge Batlle.
José Batlle y Ordóñez, el más influyente de los gobernantes uruguayos, creía que el alcohol sería el combustible del futuro. Pensaba que sustituiría al petróleo. Soñaba con un "carburante nacional" que le diera independencia económica al Uruguay.
En 1912 creó el Instituto de Química industrial, una dependencia estatal a la que le encomendó desarrollar un combustible en base a alcohol. La misión era clave para un país que hasta hoy nunca encontró una gota de petróleo propio.
Entrevistada en su escritorio de la Facultad de Humanidades de Montevideo, la historiadora María Laura Martínez relató que en 1917 se comenzaron a hacer pruebas de diversos combustibles que mezclaban alcohol y nafta, y ya en 1923 se consiguió fabricar uno que funcionaba. Ese año se hicieron diversos ensayos exitosos: el auto del propio presidente Batlle y Ordóñez, un Renault, y los de otros importantes políticos (un Buick, un Ford y un Studebaker) fueron movidos con un carburante local que mezclaba alcohol y nafta en mitades.
Sin embargo, cuando el éxito estaba al alcance de la mano, las experiencias se suspendieron. La historiadora Martínez dice: "El proceso se diluyó a pesar de que los resultados parecían haber sido satisfactorios".
Una idea brillante
En 1931, Batlle y Ordóñez (que había fallecido en 1929) tuvo más suerte con otro de sus sueños. Ese año se creó Ancap, una empresa estatal a la que se le confiaron tres monopolios: la refinación de petróleo, la destilación de alcohol y la elaboración de portland.
Que el Estado tuviera el monopolio alcoholero era un viejo sueño de Batlle y Ordóñez, quien creía con enorme entusiasmo en las virtudes de las empresas públicas. Pretendía que las ganancias del negocio no escaparan al exterior, y también mejorar el precio que se le pagaba a los agricultores por los cultivos empleados para hacer alcohol.
Cuando se creó Ancap, se le volvió a encomendar que desarrollara un combustible uruguayo que, basándose en el alcohol, fuera capaz de sustituir al petróleo.
Como esas investigaciones se suponían caras y deficitarias, se tuvo una idea explosiva: que Ancap fabricara bebidas alcohólicas cuya venta dejara ganancias que permitieran financiar el desarrollo del carburante nacional.
El tema se discutió en el Parlamento. El entonces diputado y futuro presidente Luis Batlle Berres (sobrino de Batlle y Ordóñez, padre de un niño llamado Jorge Batlle) dijo en la Cámara que había que apostar al alcohol, "un combustible líquido cuya producción depende únicamente de la capacidad agrícola del país".
Pero el diputado socialista Emilio Frugoni exhibió su temor de que el alcoholismo -ese "terrible flagelo social"- se propagara como consecuencia de que el Estado fabricara y promocionara sus propias bebidas alcohólicas.
A Frugoni le respondió el diputado Arturo González Vidart: con el Estado controlando la industria alcoholera, se podría llevar al público a una "evolución de las costumbres" en el beber. El Estado haría que los orientales comenzaran a tomar más vino, cerveza y jugos de fruta "en lugar de líquidos destilados de alta graduación alcohólica".
Carburante no, whisky sí
Una parte del plan se cumplió a la perfección. En 1932 Ancap ya estaba fabricando sus propias bebidas alcohólicas. Se empezó por la grapa. En 1934 se sumó la caña. Las bebidas eran de buena calidad, una novedad en el mercado uruguayo. En 1936 ya se fabricaba toda la caña y la grapa que se consumían en el país y hasta se exportó a la Argentina.
Pero la segunda parte del plan se olvidó por completo. La historiadora Martínez, que ha estudiado el asunto, explicó que Ancap nunca intentó desarrollar un combustible basado en el alcohol. En 1939, el gobierno intervino la empresa y el interventor, el coronel José Trabal, fue categórico en su dictamen: "Ni siquiera se ha estudiado jamás, con alguna base seria, el problema vital del Carburante Nacional". Trabal, según recoge Martínez en sus investigaciones, acusó a Ancap de haber "defraudado el interés nacional".
Pero la intervención de Trabal concluyó y nada cambió. Ancap siguió importando petróleo y refinándolo, repartiéndose el mercado con las grandes empresas petroleras, con las cuales había firmado acuerdos secretos. "Uno tiene que ser cuidadoso con las conclusiones que saca, pero yo creo que aquí hubo un problema de intereses", dice la historiadora.
En 1942, el gobierno volvió a reclamarle a Ancap que hiciera un carburante nacional en base a alcohol porque el petróleo escaseaba como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero el entonces gerente general de la compañía, Carlos Vegh Garzón, consideró que no valía la pena. Sus excusas se revelan hoy como falsas para el análisis histórico. Dijo que faltaba materia prima, pero bien se podía plantar más cereales o comprarle maíz a la Argentina, que tenía grandes excedentes que vendía a bajo precio.
"A uno le queda la sensación de que siempre hubo un entramado de intereses que no dejaron que el carburante nacional funcionara", insiste la historiadora Martínez.
En aquellos años un uruguayo llamado Alejandro Muzzolón había inventado un carburador especialmente diseñado para funcionar con una mezcla de alcohol y nafta. Este ingenio fue probado con éxito, pero nunca pudo ser fabricado en serie debido a la oposición de las petroleras y la desidia de las autoridades uruguayas. Muzzolón escribió un libro contando su pesadilla. Allí narra que un jerarca de Ancap le confió una vez: "No podemos hablar del alcohol carburante porque es mala palabra".
En cambio, lo que nunca se detuvo fue la fabricación de bebidas alcohólicas. Convertida ya en un fin en sí misma y sin ninguna vinculación con el olvidado carburante nacional, la producción siguió adelante.
Whisky sanitario
La tercera parte del plan tampoco salió del todo bien. Si bien el estándar de calidad que se fijó Ancap ayudó a que la producción local de licores mejorara, el Estado no logró que los uruguayos bajaran su alto consumo de bebidas de alta graduación alcohólica, whisky en particular, un hábito que aún hoy continúa.
Hoy se bebe más whisky en Uruguay que en cualquier otro país del Cono Sur. En América del Sur, los uruguayos solo son superados por Colombia y Venezuela, que hoy compite por el primer puesto en todo el mundo.
En promedio cada uruguayo toma bastante más de un litro de whisky por año. El país tiene tres millones de habitantes y en 2008 se vendieron 4,4 millones de litros de whisky en almacenes, autoservicios, supermercados y bares en localidades de más de 5.000 habitantes, dijo Gustavo Rodríguez, de la consultora Id Retail, que monitorea el mercado de bebidas espirituosas.
Pero Rodríguez explicó que el consumo real es aún mayor, porque estas cifras no toman en cuenta lo que se vende en los free shops de las localidades fronterizas, como el Chuy. Estas tiendas tienen prohibido vender a los uruguayos, pero lo hacen en forma habitual. "Y por cada botella que se vende en un bar o un supermercado, se venden diez en los free shops", dice Rodríguez.
Este altísimo consumo de whisky tiene una explicación lógica según Celso Domínguez, propietario de la licorería Los Domínguez, la más tradicional de Montevideo.
"Las bebidas alcohólicas que se fabricaban en Uruguay siempre fueron de muy mala calidad, insalubres en muchos casos. El vino era malo, artificial. Los padres y los abuelos de los bodegueros que hoy ganan medallas iban presos dos por tres por las chanchadas que se mandaban", relata. "Entonces, ante ese panorama, el público se refugió históricamente en el whisky importado".
Por eso, el consumo de whisky en Uruguay es mucho mayor que en el resto de los países de la región. "En Argentina –continúa Domínguez- siempre hubo buen vino, buena ginebra, buen fernet, por eso el consumo de whisky siempre fue mucho más bajo".
Con ese panorama, no fue raro que Ancap comenzara a fabricar whisky, además de caña, grapa y cognac. La primera partida se vendió en 1946. (Un par de años más tarde también se comenzó a producir ron).
Hubo algunas críticas, pero la empresa siguió adelante. Silvio Moltedo, vicepresidente de la compañía en 1953, dijo entonces: "A veces se toma el término de ‘bebidas destiladas’ como una mala palabra para la institución, pero debemos hablar claro. Si la Ancap no fabrica bebidas destiladas, las bebidas destiladas vienen del extranjero y se venden dentro del país, y si no vienen del extranjero por la aduana, vienen de contrabando, sin tener más finalidad que la del lucro. Por el contrario, si las bebidas destiladas las hacemos desde el Estado, tienen como finalidad básica y primordial que (…) sean higiénicas porque nos interesa primero la salud del consumidor y después evitar que haya fuga de divisas".
En aquellos años de vacas gordas, la fabricación de brebajes alcohólicos estatales no era una rareza: era la expresión de un modelo que veía al Estado participando en toda actividad económica. El hoy diputado del Frente Amplio Juan José Bentancor trabajó décadas en la refinería de petróleo de Ancap. "Fabricar whisky hoy puede parecer exótico, pero para nosotros no lo era. Ancap tenía también una estupenda bodega que hacía vinos y hasta una zapatería que nos reparaba el calzado a todos los empleados".
Partidas distintas
La aparición de un whisky barato y condiciones sanitarias garantizadas por el Estado fue un éxito comercial y las ventas crecieron: de 3.000 litros en 1960 se pasó a 332.000 en 1970.
Había dos marcas: el Añejo se hacía con maltas uruguayas, el Mac Pay con escocesas.
No era fácil hacer whisky en una dependencia del Estado. Respetando las normas que rigen a la administración pública, las maltas escocesas usadas para elaborar el Mac Pay se importaban mediante licitaciones a quien ofrecía el mejor precio en cada ocasión.
"Eso hacía que tuviéramos muchos altibajos, no lográbamos la uniformidad del producto, las partidas no eran todas iguales", recuerda Ricardo Petrone, quien trabajó en la fábrica entre 1983 y 2008, primero como gerente de comercialización, luego como gerente general.
Petrone recordó que en los años 80 se firmó un acuerdo con una firma escocesa para que siempre proveyera a Ancap de la misma malta para hacer el Mac Pay. La calidad del producto se uniformizó y mejoró. Las ventas en 1988 llegaron al récord de 2.076.000 litros. "Pero –recuerda Petrone- teníamos unos líos tremendos con el Tribunal de Cuentas, que pretendía que volviéramos a comprar por licitación".
Para ese entonces, el whisky ya había superado a la grapa y a la caña, y se había transformado en la bebida alcohólica más vendida por Ancap. El Mac Pay llegó a ser líder del mercado.
"No es un mal whisky, su calidad es aceptable, e incluso es mejor que los escoceses más baratos", dice Celso Domínguez. "Pero la marca se impuso como líder gracias a una campaña publicitaria muy intensa y muy costosa, que pagamos todos los uruguayos con el precio de nafta de Ancap". En la voz todavía se le nota un poco de bronca.
Caipirinha estatal
El orgullo de ser el número uno no duró mucho. En los años 90 pasaron muchas cosas: el precio del dólar bajó y los whiskys escoceses se hicieron más accesibles; se crearon los free shops en la frontera; otras marcas uruguayas irrumpieron en el mercado; el Mercosur hizo que el whisky argentino Criadores entrara a Uruguay con arancel cero. Cada uno de esos factores jugó en contra y la fábrica estatal de bebidas alcohólicas comenzó a dar pérdidas.
En un intento por recuperar terreno, la compañía apeló al marketing: la grapa Ancap fue rebautizada San Remo y la caña pasó a llamarse "de los Treinta y Tres". Además, Ancap lanzó al mercado nuevos productos, como Bella Flor, con seguridad la única caipirinha estatal del mundo.
Pero los números siguieron siendo rojos. En 2002, cuando Jorge Batlle era presidente y la crisis económica puso al Uruguay al borde de la bancarrota, la fábrica de bebidas alcohólicas fue separada de Ancap y con el nombre de CABA (Compañía Ancap de Bebidas y Alcoholes) pasó a ser administrada por el derecho privado. No fue, sin embargo, una privatización ya que Ancap conservó el 100% de las acciones.
"Lo hicimos para aumentar la eficiencia", dice Pablo Abdala, entonces integrante del directorio de Ancap y hoy diputado del opositor Partido Nacional. "Además relanzamos al Mac Pay con una campaña publicitaria que anduvo bárbaro. Nos ayudó mucho que el dólar había subido mucho y encarecía mucho a los whiskys escoceses. Dejamos de dar pérdidas y hasta tuvimos alguna ganancia".
Pero en los últimos dos años el dólar volvió a bajar y los whiskys importados recuperaron terreno. Hoy, según la consultora Id Retail, Ancap retiene apenas el 8% del mercado whiskero uruguayo. Son unos 350.000 litros anuales, una sexta parte de lo que se llegó a vender en los años 80. Según Domínguez, la mayor parte de los actuales clientes de Mac Pay son bebedores que han visto caer sus ingresos y "tienen que bajar un cambio".
Petrone, el ex gerente general, se siente muy orgulloso de la calidad de cognac Juanicó que fabrica Ancap, una bebida a la que considera de primer nivel en cualquier lugar del mundo. El Mac Pay, en cambio, le parece un producto correcto y "competitivo". Sabe que cuando se creó Ancap la idea era destinar las ganancias que dieran las bebidas para financiar el elusivo carburante nacional. "Pero el propio devenir de las cosas fue modificando ese propósito. Es muy difícil obtener fondos con el margen que dejan unas bebidas que están en el mercado y deben competir con otras marcas".
"¿Este tema le interesa a alguien?, pregunta a través de su celular el presidente de la empresa, Raúl Sendic (hijo del fallecido líder tupamaro de igual nombre). Le asombra que un periodista lo interrogue por la fábrica de bebidas alcohólicas. De todos los negocios que tiene Ancap, explica, CABA es el menor. En una época trabajaron en esa dependencia casi 1.200 personas, hoy quedan apenas 60.
Pero Sendic asegura no hay intenciones de cerrar ni de vender la fábrica. "Hemos logrado estabilizarla. Venía dando pérdidas, pero el año pasado dio un pequeño superávit. Nuestro plan es seguir adelante, sin grandes inversiones".
Para el presidente de Ancap el esfuerzo por introducir un 5% de alcohol en la nafta que se vende en Uruguay es un asunto más interesante que los avatares de la pequeña fábrica de whisky.
Hace mucho tiempo que un tema dejó de estar relacionado con el otro. Para bien o para mal, Ancap ya sabe que puede fabricar whisky. Lo del alcohol carburante, en cambio, hace un siglo que está por verse
Reportaje de Leonardo Haberkorn publicado el domingo 12 de abril de 2009 en la revista C, suplemento dominical del diario Critica de Buenos Aires, y en la edición de mayo del mismo año de la revista uruguaya Bla. Incluido en el libro Historias uruguayas
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