23.11.11

La manzana mecánica

Se ha hablado mucho de Steve Jobs, su muerte, su legado, su talento. Pero nadie habla de esto. 
Los famosos iPods, iPads y iPhones del mundo no los fabrica Apple, sino Foxconn, la mayor productora del mundo de aparatos electrónicos. La empresa tiene su sede en Taiwán, pero la mayor parte de sus plantas industriales están en China.
Una de ellas es la enorme fábrica de Longhua, cerca de la ciudad de Shenzen, en el sur del país. Es tan grande que para ir de una de sus puertas a otra se necesita media hora de viaje en auto. Allí trabajan, comen y duermen entre 300.000 y 400.000 obreros.
En 2010 el diario británico The Telegraph visitó Longhua. En la crónica que escribió el periodista Malcolm Moore se cuenta que sus empleados la llaman, haciendo un juego de palabras en chino, “Corre hacia tu muerte”.
Moore fue enviado allí porque en 2010 hubo una ola de suicidios. En mayo, el total de empleados que había muerto tras saltar al vacío desde los edificios del complejo fabril ya llegaba a 12. Otros cuatro habían sobrevivido a su intento, y otros 20 habían sido detenidos por personal de seguridad cuando se aprestaban a saltar.
Luego de los suicidios, Terry Gou, el multimillonario fundador de la compañía, anunció que trasladaría a 60.000 empleados a otras de sus fábricas para que pudieran estar más cerca de sus familias. Por las dudas, también se colocaron redes alrededor de todos los edificios, se clausuraron ventanas y las puertas que dan a los balcones.
En mayo de 2011 el diario británico The Daily Mail informó que Foxconn había comenzado a exigir que sus trabajadores firmaran un papel en el cual aceptan que no tienen derecho a matarse. También deben firmar que, si se suicidaban, sus familiares solo tendrán derecho a una indemnización mínima.
Redes anti suicidios en una fábrica de Foxconn
Por esas fechas, Steve Jobs ofreció una conferencia de prensa en Estados Unidos donde declaró, según la BBC: "Foxconn no es una fábrica donde se explote a los obreros".
Sin embargo, El Daily Mail citó un informe de una ONG que estudió el caso de la empresa y concluyó que sus operarios eran sometidos a condiciones de trabajo degradantes tales como:
1) Abuso en las horas extras. A pesar de que existe un límite legal que prohíbe realizar más de 36 al mes, se consiguió el recibo de un trabajador que había hecho 98.
2)    Durante temporadas de zafra, los obreros solo tomaban un día de descanso tras 13 jornadas consecutivas de trabajo.
3)    Quienes no alcanzaban un buen rendimiento eran humillados frente al resto.
4)    Los trabajadores tenían prohibido hablar entre sí y permanecían de pie durante 12 horas seguidas.
La misma investigación demostró que algunos empleados solo salían de la fábrica para visitar a sus familias una vez al año. El director del relevamiento, Zhu Guangbing, le dijo al Telegraph: “Los trabajadores no tienen permitido hablarse entre ellos. Si hablas, se te hace una anotación negativa en tu foja de servicios y tu supervisor te grita. También te pueden multar”. Guanbing agregó que para mejorar la eficiencia y cumplir con el alto número de pedidos los obreros son conminados a repetir la misma tarea, los mismos movimientos rápidos y exactos en la línea de montaje, un mes tras otro. “Los trabajadores con los que hemos hablado dicen que sus manos siguen temblando en la noche, o que cuando están caminando por la calle no puede dejar de hacer el movimiento que hicieron en el trabajo. Nunca son capaces de relajar sus mentes”.
Una obrera le dijo al Daily Mail: “A veces algunos de mis compañeros de dormitorio lloran cuando vuelven de una larga jornada de trabajo”.
La empresa, que también fabrica para otras grandes compañías-Nokia, Samsung, Sony y Dell entre ellas-, admitió violar las normas vigentes sobre horas extras, pero adujo que quienes habían excedido los límites lo habían hecho en forma “voluntaria”.
El promedio de horas semanales trabajadas por cada trabajador en Foxconn en 2010 fue de 70, lo que supone diez horas de labor los siete días de la semana, o casi 12 horas durante seis jornadas, con una sola de descanso.
Tras la crisis de los suicidios, los sueldos de Foxconn recibieron aumentos de entre el 50 y 100%. Sin embargo, continúan siendo bajísimos. El diario chileno Publimentro visitó Chengdu, otras de las fábricas chinas gigantes de Foxconn, y comprobó que un operario que trabaja 12 horas al día, seis días a la semana, cobra unos 315 dólares al mes, horas extras incluidas.
La empresa sostiene que los empleados de Longhua tienen comida y alojamiento sin costo en las gigantescas torres de apartamentos que hay dentro del mismo predio de la fábrica. Hay un servicio de transporte público y lavandería. Hay canchas de tenis y piscinas de uso gratuito. Hay clubes que ofrecen actividades tales como ajedrez, pesca o alpinismo.
Pero los trabajadores que entrevistó el señor Zhu Guanging le dijeron que ellos no tenían tiempo de aprovechar ninguno de esos beneficios. “Los obreros con los que hablamos nos dijeron que nunca habían usado las piscinas. De todos modos, son solo dos para 300.000 empleados y dicen que están bastante sucias”.
Entre mayo de 2008 y agosto de 2009, para incrementar la productividad, Foxconn hizo que sus obreros usaran n-hexane, un químico. Este líquido servía para limpiar las pantallas táctiles de los aparatos inventados por Jobs, y como se evaporaba más rápido que el alcohol, lograba incrementar el ritmo de trabajo y la productividad de las líneas de montaje.
El químico aumentó en millones de dólares los beneficios de Foxconn y Apple, pero resultó ser tóxico para los operarios. Apple reconoció que 137 fueron hospitalizados. Oficialmente todos fueron dados de alta.
Un grupo de intoxicados, sin embargo, aduce que hasta hoy padece secuelas del envenenamiento. Le escribieron varias cartas a Jobs solicitando dinero para medicamentos y una indemnización por el tiempo que han debido pasar sin trabajar. Nunca obtuvieron respuesta.
Jia Jingchuan fue uno de los intoxicados. Desde que fue internado en 2009 se dedicó a enviar cartas a Jobs en las que relataba las patéticas condiciones en las que laboran y viven los operarios de Foxconn. El empresario nunca contestó.
"Siento mucho la muerte de Jobs", le dijo Jia a Yahoo news. "Su empresa ha hecho más fácil la vida de la gente y ha cambiado toda la industria; pero mi salario era tan bajo que no podía pagarme los productos que yo mismo construía".
Un trabajo publicado por un equipo de investigadores estadounidenses, entre ellos dos profesores de la Universidad de Oregon, sostiene que los trabajadores de Foxconn reciben apenas el 3,6% de lo que el público paga por cada iPhone. El margen de beneficio para la empresa por cada teléfono vendido en 2009 fue del 64%.
Steve Jobs murió dejando 6.790 millones de dólares. Un chino de los que fabrica sus iPads debería trabajar 1.800.000 años, 12 horas por día, seis días a la semana, y no gastar un peso, para poder reunir esa fortuna. O dicho de otro modo: si una persona trabajara fabricando los productos de Apple seis días a la semana, 12 horas por día, desde su nacimiento hasta su muerte a los 70 años, y lo mismo su hijo, su nieto, su bisnieto y así sucesivamente, y ninguno nunca gastara un centavo, se necesitarían 25.661 generaciones para poder acumular la fortuna de este talentoso hombre que, dicho sea de paso, siempre desdeñó la filantropía y nunca le donó un peso a causa alguna.
Así de pornográfico es el mundo hoy.
Lo más asombroso es el afán por ocultarlo.
¿O será que el trabajo esclavo ya no conmueve a nadie?

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
Sobre este tema ver también: China, el imperio de las mentiras

18.11.11

Una estudiante de primero hizo lo que toda la prensa no pudo

Traigan una noticia por semana. Eso es lo que les encargo a los estudiantes que toman su primer curso de periodismo. Les pido que las busquen en sus barrios, lejos de la Presidencia, el Palacio Legislativo y del estadio Centenario, los tres lugares donde los periodistas uruguayos gastan el 90 por ciento de sus energías.
Hace poco más de una semana, una estudiante de primer año de la licenciatura en Comunicación de ORT me entregó una noticia que me dejó con la boca abierta. Un grupo de alumnos del Liceo Francés había atacado su propio colegio. Habían agredido a un docente, destrozado el mobiliario, arrojado objetos desde el cuarto piso. Habían roto los vidrios y una cámara de seguridad, habían golpeado y abollado los autos estacionados en la vereda y tirado bombas de humo dentro de los salones donde tomaban clase alumnos más chicos. Entraron al colegio por una puerta trasera gracias a una llave robada y copiada en forma clandestina. Se habían preparado para el ataque consumiendo todo tipo de bebidas alcohólicas, marihuana y LSD. Colgaron carteles burlándose de la sexualidad de otros compañeros y de funcionarios del colegio.
Los hechos habían ocurrido el 17 de octubre y la estudiante Camila Ginés me entregó su trabajo dos semanas más tarde.
Habían pasado 15 días y ningún medio de prensa había publicado la noticia. ¿Cómo era posible?
Las posibles explicaciones son varias y todas ellas igualmente inquietantes.
No puede aducirse que el tema no interesa, ya que el estado actual del sistema educativo es casi el principal asunto del momento. Es frecuente incluso que la prensa informe sobre pequeños hechos violentos que ocurren en los liceos públicos. ¿Cómo es posible entonces que una simple pelea en un liceo del Estado salga en diarios, radio y televisión, y una asonada mucho más generalizada y violenta en un colegio privado pase desapercibida?
Tampoco puede aducirse que el Liceo Francés tapara el asunto. El colegio envió a todas las familias involucradas, que fueron muchas, un duro comunicado donde en forma detallada y explícita se da cuenta de los hechos y las medidas tomadas luego. Eso no es ocultamiento. Ginés lo comprobó: ni los estudiantes, ni los vecinos, ni las autoridades del colegio se negaron a hablar cuando ella llamó para consultarlos.
Mucha gente sabía lo que había pasado, pero ninguno de los cientos de periodistas profesionales que tiene el país nos enteramos.
El caso genera muchas dudas respecto a cómo trabajamos hoy en la prensa del Uruguay y cómo se informa la gente.
Por un lado, plantea una evidente dualidad sobre cómo se cubren las noticias según sus protagonistas sean ciudadanos más o menos acomodados. Parece que los ojos de demasiados periodistas miran hacia el mismo lado.
Por otro, el episodio arroja dudas respecto a al modo en que se selecciona hoy la agenda informativa.
Como siempre, o quizás incluso más que nunca, el menú de noticias hoy se basa en las líneas que bajan directamente del gobierno. El presidente dice que va a hacer un plebiscito para decidir qué hacer con la minería y todos los medios hablan del plebiscito de la minería. El presidente dice que no va a hacer el plebiscito y todos los medios dejan de hablar del plebiscito de la minería. Así de fácil.
Se hacen grandes olas con temas huecos: un video militar que nadie vio y ni siquiera se sabe si existió o no ocupó horas y horas de radio y televisión. Ahora todos comentan acaloradamente un comunicado del ministro Fernández Huidobro con insultos contra un anónimo fantasma como si fuera la primera vez que Fernández Huidobro insulta a alguien y como si de verdad algo pudiera cambiar en el país según lo que los fantasmas digan o no digan sobre su persona.
Esa agenda también es dictada, en menor parte, por los partidos de oposición y por los sindicatos. Ahí se termina la cosa.
Hay un periodismo que desde hace años se ha vendido por bueno y que lo único que sabe hacer es noticiar lo que dicen los políticos, los sindicalistas y los funcionarios. Si un diputado hubiera hablado en el Parlamento de lo que pasó en el Liceo Francés ellos lo hubieran noticiado. Si no, no. Fue necesario que un portal de noticias universitario reportara el caso para que el público pudiera enterarse.
Lo malo es que mientras la prensa se ocupa de lo que dicen y twittean los legisladores y de las idas y venidas de Gran Hermano, en Uruguay ocurren cosas verdaderas. Cosas que afectan a la gente. Cosas que deberíamos saber si pretendemos solucionar nuestros problemas. Pero como no las sabemos, los problemas siguen, se perpetúan, se agravan.
Hace poco otra estudiante me contó una noticia que vio con sus propios ojos: estaba en un restaurante y un hombre tuvo un infarto. Entre  los comensales había un médico que se molestó cuando le pidieron ayuda. La emergencia médica demoró más de diez minutos. El hombre estaba muerto cuando la ayuda llegó.
Es una lástima que lo que de verdad le ocurre a los uruguayos, lo que de verdad pasa, esté ausente en los medios.
La información que tenemos no nos permite entender: si pensamos que los problemas de la educación, o lo que ocurre con la droga, son solo un conflicto de la (espantosa) enseñanza pública, nunca podremos comenzar  a solucionarlos.
El periodismo tiene una responsabilidad en esa tarea. Pero su menú principal -la ensalada de choques, rapiñas, desnudos femeninos, ensueños filosóficos del presidente, riñas entre diputados, ecos de la tv chatarra y goles de uruguayos por el mundo- aporta poco, muy poco.
Habría que retomar la esencia del periodismo, tan olvidada, sacrificada en el altar de la reducción de costos (los empresarios) y de la pereza (los periodistas). Hay mucha gente que trabaja mucho, es cierto. Pero a la pereza física de algunos hay que sumarle la pereza intelectual de otros. Incluso ética. Hay que mirar mejor, pensar más, salir a la calle, dejar solos a Twitter y Facebook aunque sea una hora por día. Hay que darle más batalla a la rutina, discutir más con los jefes, con los editores, con los dueños de los medios. Hay que hablar más con la gente. Hay que preguntar. Hay que investigar. Para conseguir que alguien les ponga un micrófono delante de la boca, los legisladores tienen su rubro de gastos de secretaría.
Hay que trabajar mejor.
Una estudiante de primer año pudo.


Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

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