A partir del miércoles 30 de octubre estará en las librerías Hugo Batalla. Las luchas más duras, un gran libro del periodista Leonel García. Tuve el honor de que se me pidiera escribir el prólogo. Éste fue el resultado:
Conocí a Hugo Batalla a mediados de los años 80, cuando él ya era uno de los hombres más prestigiosos y más queridos en todo Uruguay y yo apenas un muchacho que empezaba en el periodismo.
No recuerdo con precisión cuándo fue la primera vez que lo vi en persona, pero pienso que debe haber sido en la redacción de la revista Zeta, la publicación oficial de la lista 99.
Yo buscaba hacerme un lugar el mundo del periodismo, era colaborador del semanario Aquí y, en el afán por publicar también en Zeta, había presentado a los responsables de la revista la idea de escribir una sección de humor. Proponía hacer una especie de “frases de la semana” pero con frases falsas, que provocaran la risa. Se trataba de parodiar refranes, discursos políticos, eslóganes partidarios y avisos comerciales. Todavía no sé cómo aceptaron mi idea, pero la sección comenzó a publicarse. A falta de un nombre mejor, alguien le puso “Las frases de Leonardo”.
Nunca nada de lo que hice en el periodismo me provocó tanta angustia. Pasaba las semanas pensando oraciones y me costaba encontrar alguna que de verdad hiciera reír. Hoy recuerdo aquella sección como muy mala y espero que a nadie se le ocurra rescatarla del olvido.
Lo bueno fue que allí, en la redacción de Zeta, entregando mis frases y algunas notas serias que también escribí, comencé a ver a Hugo Batalla.
Yo sentía cierta desconfianza de la aureola que lo rodeaba: el tal Hugo no podía ser tan fenómeno, tan crack, tan buen tipo como todo el mundo decía.
Pero me llevé una sorpresa. Es cierto que, conforme me fui formando como periodista, comencé a conocer más la historia reciente y con ella todo lo que Batalla había hecho en la dictadura. Pero lo que me hizo cambiar mi primer prejuicio de desconfianza no fue aquello, sino el modo en que Batalla me trataba cuando me veía en la revista. ¡Leonardo!, decía y yo casi que no podía créelo. Yo era el último orejón del tarro en aquella redacción pero Batalla siempre me saludaba por mi nombre, ¡y hasta me felicitaba por mi sección! Y no era falso: me constaba porque me comentaba las frases, las repetía, se reía a carcajadas y me preguntaba qué tenía para la próxima entrega.
Ni que decir tengo que empecé a sentirme halagado. Pero lo que más me sorprendía era que ese hombre con miles y miles de votos fuera de tan fácil acceso, tan sencillo, tan llano, tan poco agrandado y tan distinto a todos los políticos que yo ya había comenzado a conocer.
Una cosa me llamaba mucho la atención: Batalla no tenía idea de si yo lo votaba o no. Nunca jamás me lo preguntó, ni se interesó por saberlo, lo que no lo influía para nada en el trato que me dispensaba.
Me salteo unos años. Estamos en enero de 1989. El Frente Amplio está en crisis y a punto de quebrarse. La 99 -el Partido por el Gobierno del Pueblo- se apresta a abandonar la coalición junto con el Partido Demócrata Cristiano. Yo ya logré ingresar a la plantilla fija del semanario Aquí y me encargan que entreviste a Batalla, sobre este tema, el asunto político del momento.
Es difícil concretar la entrevista, porque la mitad de los periodistas del país están detrás suyo y porque las reuniones políticas que lo tienen como protagonista se suceden día tras día.
No existía el teléfono móvil en 1989. Lo llamo a Batalla a su despacho, a su casa, y siempre acepta ponerse al teléfono. Nunca dice que no está. Sin embargo, no tiene un espacio libre en su agenda y es verdad.
Al fin me dice que vaya al Parlamento a las cinco menos diez, conversaremos antes del comienzo de la sesión del Senado. Pero llega tarde y la sesión ya comenzó. Lo acompaño a su despacho. A cada dos pasos alguien lo detiene. Hay periodistas que le preguntan qué novedades hay de la crisis del Frente. Batalla responde. Un movilero de un informativo de televisión (en aquellos años esa palabra no se usaba) le pide que le explique qué se está decidiendo en el Senado, porque no sabe qué va a decir cuando salga al aire. El senador Batalla, el político del momento, le explica como si fuera un maestro de escuela. Una secretaria la avisa que una organización social lo invita a un almuerzo. Batalla le dice que no tiene tiempo y pide si el almuerzo se puede cambiar por un café, porque no quiere fallarle a esa gente.
La entrevista la hice así, acompañándolo por los pasillos del Palacio y hasta en el baño, siendo interrumpido decenas de veces por decenas de personas con decenas de motivos diferentes, y Batalla siempre atendiéndolos a todos.
Sonriendo, a pesar de que aquellos días no eran sencillos.
Días atrás, en una conferencia de prensa, alguien le había preguntado si era agente de la CIA. Conforme se hacía evidente que la 99 se iría del Frente Amplio (¡las cosas que decía entonces Batalla se parecen tanto a las que dice hoy Asamblea Uruguay!) habían comenzado a aparecer los carteles de “traidor”.
“Tengo toda una vida detrás, y quiero que se me juzgue por toda una vida. No quiero que se me juzgue por solo un acto”, pidió Batalla en aquella entrevista.
Le dije que muchos decían que era un buen tipo, honesto, macanudo, pero que no servía para líder político.
Respondió: “Un hombre inteligente es siempre importante. Un hombre bueno es siempre mucho más importante”.
Salto otra vez en el tiempo. Vamos al 3 de octubre de 1998, el día de la muerte de Hugo Batalla. A la tristeza que me provoca su fallecimiento, se suma el dolor de notar demasiadas ausencias en su entierro.
Qué país de mierda.
Este libro de Leonel García salda parte de la deuda que Uruguay tiene con ese gran hombre que fue Hugo Batalla.
Se trata de una obra completa, documentada y escrita con las mejores características del buen lenguaje periodístico.
Leyendo estas páginas, volví a ver al Batalla que veía en Zeta. Disfruté de la lectura y reí a carcajadas con las ocurrencias del Hugo, sus chistes y su humor absurdo y volví a sentir aquella felicidad que sentía cuando me comentaba “las frases de Leonardo”.
Recordé al Batalla político, al hombre que prefería tender puentes que dinamitarlos. Cómo no sentir indignación, al leer el libro, ante aquellos que impulsados por la nefasta lógica del todo o nada boicotearon el proyecto Zumarán-Batalla para castigar las violaciones más graves a los derechos humanos durante la dictadura. Ellos también son corresponsables de la espantosa ley de Caducidad, aunque no lo admitan.
El libro entero vale la pena ser leído. Pero me gustaría destacar una frase. El capítulo que cuenta la vida de Batalla durante la dictadura militar lleva un gran título. Son apenas cuatro palabras que lo dicen todo: “Brilló en la oscuridad”.
Porque Hugo Batalla alumbró con su coraje nuestra noche más oscura. Eso es algo que nunca debió ser olvidado, más allá de los vaivenes de la política.
Los testimonios que recoge al respecto Leonel García mueven a conmoverse ante la generosidad y la valentía de un gran hombre que nunca posó de tal.
Porque Leonel García es un buen periodista también fue a buscar la otra campana. Y allí aparece otra vez, todavía, irracional, desagradecida, tan vacía de cariño como de argumentos, la helada mezquindad que terminó por expulsar a Batalla de su querido barrio de La Teja.
Los hechos, relatados con precisión y detalle en el libro, hablan por sí solos y ponen la historia en su justo lugar.
En aquella entrevista que le realicé yendo de aquí para allá por el Palacio Legislativo, Batalla respondió a los que ya comenzaban a negarlo:
“Muchos confunden blandura con tolerancia. Yo soy un hombre tolerante, y me honro y enorgullezco de serlo. ¿Blando? ¡La puta! Acá hay que ver si todos pusieron lo que tiene que poner un hombre sobre la mesa en la dictadura. Ahora es facilísimo ser revolucionario. Y yo estuve en la primera línea de lucha. Y a nadie le pedía clemencia. Nunca. Acá me jugué las cartas, porque entendí que era mi obligación de hombre, más que como ciudadano o como abogado. ¿Te das cuenta? Por eso estoy en paz con mi conciencia. De noche me acuesto y duermo”.
el.informante.blog@gmail.com
28.10.13
12.10.13
Fabián O´Neill: una historia triste y la previa perfecta
Me preparé para leer el libro sobre Fabián O´Neill como para ir a una fiesta. Porque sé que sus autores son cultores del buen periodismo. Y porque esperaba leer de la vida de un crack capaz de dejar de lado los famosos "códigos del fútbol" para contar algunas verdades y hacerme reír con sus anécdotas.
Sin embargo, conforme avanzaba las páginas, me invadió una enorme tristeza. Hasta la última gota, de Federico Castillo y Horacio Varoli, es un libro triste, muy triste.
Quiero explicarme bien. El libro no es malo, al contrario: está muy bien escrito y es un buen resumen de la vida de O'Neill. Pero lo que te angustia es lo que se cuenta, porque la vida de este crack es un catálogo de penurias, no falta casi ninguna.
El resumen podría ser así: Fabián O´Neill era un muchacho bueno y dotado de una doble condición tan rara como extraordinaria: una impresionante fuerza física y una notable habilidad para jugar al fútbol, la mezcla perfecta, una combinación improbable, casi imposible, entre Messi y el Indio Olivera.
Pero no resultó bien. No obtuvo grandes títulos ni grandes triunfos. Las anécdotas que se recuerdan de su carrera, la mayoría, son más patéticas que risueñas: jugar un partido borracho y rogarle al técnico para salir por no poder tenerse en pie, por ejemplo. Pasó por Italia sin conocer el país y sus maravillas, prefería quedarse encerrado en los hoteles. Tampoco aprendió el italiano: otros futbolistas uruguayos, de origen tan humilde como el suyo, sí aprendieron y le traducían. Se retiró a los 29 años cuando los cracks están en su esplendor. Hoy tiene 39 y ya perdió los diez millones de dólares acumuló como futbolista profesional. También las propiedades. Fue procesado por la Justicia. Tiene dos hijas adolescentes a las que casi no ve y con las que tiene un trato frío, lejano, distante.
La vida entera sacrificada en el altar del alcohol. Todo muy triste para un muchacho que, además, todos dicen que es un gran tipo.
El libro, por suerte, termina con una luz de esperanza. O´Neill tiene una esposa que lo quiere, un hijo chico al que está criando y, lo más importante, dice que no está tomando más.
Esperanza que se encargaron de destruir un sinfín de programas televisivos que, como buitres, corrieron presurosos detrás de O´Neill para mostrarlo una y otra vez, sin pudor y sin piedad, tomado, contando historias de borrachos y explicando que nunca dejará la bebida. ¿No tienen vergüenza en ganar puntitos de rating de un modo tan bajo?
Hasta la última gota debería usarse como texto en los liceos. Porque no hay mejor retrato de los peligros del alcoholismo. La lectura deja en claro que ser borracho no es divertido, tal como parecen sugerir los conductores televisivos que se matan de risa mientras curran en forma alevosa mostrando hoy al ex futbolista.
O´Neill tuvo una infancia díficil, según cuenta el libro, y comenzó a beber a los 9 años. Vamos camino a tener muchas historias como la suya. Las estadísticas de la Junta Nacional de Drogas dicen que cada vez los chicos se inician antes en el alcohol. Ahora estamos en los 12 años. A los 14 años los que beben llegan al 54%. El 60% de los liceales que toma (o el 29% del total) bebió al menos una vez en el último mes una cantidad peligrosa de alcohol: eso implica meterse en el cuerpo, en una misma ocasión, más de dos litros de cerveza, o 3/4 litros de vino o cuatro o más medidas de bebidas destiladas. Toman para emborracharse. Los comas alcohólicos entre adolescentes uruguayos son casi tan frecuentes como la gripe. Las muertes por accidentes de tránsito debidas al alcohol son una epidemia. Mientras tanto, hay empresas que hacen avisos como éste, pregonando con alevosía que "la previa 100% perfecta" (los chicos de 12 y 13 ya hacen previas) es con vodka, sobre todo, y también con whisky.
Responsabilidad empresarial. Autorregulación publicitaria. Infotainment televisivo. Hay muchos cretinos alrededor nuestro.
Ojalá O´Neill no dé más entrevistas.
Ojalá deje la bebida.
Ojalá tenga suerte con su hijo chico.
Ojalá su historia no se repita.
La noche es de los que salen, pero la vida es un drama para los niños que beben y para todos los alcohólicos.
Sin embargo, conforme avanzaba las páginas, me invadió una enorme tristeza. Hasta la última gota, de Federico Castillo y Horacio Varoli, es un libro triste, muy triste.
Quiero explicarme bien. El libro no es malo, al contrario: está muy bien escrito y es un buen resumen de la vida de O'Neill. Pero lo que te angustia es lo que se cuenta, porque la vida de este crack es un catálogo de penurias, no falta casi ninguna.
El resumen podría ser así: Fabián O´Neill era un muchacho bueno y dotado de una doble condición tan rara como extraordinaria: una impresionante fuerza física y una notable habilidad para jugar al fútbol, la mezcla perfecta, una combinación improbable, casi imposible, entre Messi y el Indio Olivera.
Pero no resultó bien. No obtuvo grandes títulos ni grandes triunfos. Las anécdotas que se recuerdan de su carrera, la mayoría, son más patéticas que risueñas: jugar un partido borracho y rogarle al técnico para salir por no poder tenerse en pie, por ejemplo. Pasó por Italia sin conocer el país y sus maravillas, prefería quedarse encerrado en los hoteles. Tampoco aprendió el italiano: otros futbolistas uruguayos, de origen tan humilde como el suyo, sí aprendieron y le traducían. Se retiró a los 29 años cuando los cracks están en su esplendor. Hoy tiene 39 y ya perdió los diez millones de dólares acumuló como futbolista profesional. También las propiedades. Fue procesado por la Justicia. Tiene dos hijas adolescentes a las que casi no ve y con las que tiene un trato frío, lejano, distante.
La vida entera sacrificada en el altar del alcohol. Todo muy triste para un muchacho que, además, todos dicen que es un gran tipo.
El libro, por suerte, termina con una luz de esperanza. O´Neill tiene una esposa que lo quiere, un hijo chico al que está criando y, lo más importante, dice que no está tomando más.
Esperanza que se encargaron de destruir un sinfín de programas televisivos que, como buitres, corrieron presurosos detrás de O´Neill para mostrarlo una y otra vez, sin pudor y sin piedad, tomado, contando historias de borrachos y explicando que nunca dejará la bebida. ¿No tienen vergüenza en ganar puntitos de rating de un modo tan bajo?
Hasta la última gota debería usarse como texto en los liceos. Porque no hay mejor retrato de los peligros del alcoholismo. La lectura deja en claro que ser borracho no es divertido, tal como parecen sugerir los conductores televisivos que se matan de risa mientras curran en forma alevosa mostrando hoy al ex futbolista.
O´Neill tuvo una infancia díficil, según cuenta el libro, y comenzó a beber a los 9 años. Vamos camino a tener muchas historias como la suya. Las estadísticas de la Junta Nacional de Drogas dicen que cada vez los chicos se inician antes en el alcohol. Ahora estamos en los 12 años. A los 14 años los que beben llegan al 54%. El 60% de los liceales que toma (o el 29% del total) bebió al menos una vez en el último mes una cantidad peligrosa de alcohol: eso implica meterse en el cuerpo, en una misma ocasión, más de dos litros de cerveza, o 3/4 litros de vino o cuatro o más medidas de bebidas destiladas. Toman para emborracharse. Los comas alcohólicos entre adolescentes uruguayos son casi tan frecuentes como la gripe. Las muertes por accidentes de tránsito debidas al alcohol son una epidemia. Mientras tanto, hay empresas que hacen avisos como éste, pregonando con alevosía que "la previa 100% perfecta" (los chicos de 12 y 13 ya hacen previas) es con vodka, sobre todo, y también con whisky.
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