Hay dos cosas irritantes en la campaña publicitaria de Ancap que tiene como eslogan: “se mueve Uruguay, se mueve Ancap”.
La idea que se transmite es que el avance del Uruguay y el de la empresa Ancap van juntos, que uno implica el otro y viceversa. Que el bien de esta empresa pública conlleva necesariamente el bien nacional.
Ancap fue fundada en 1931. Desde entonces a la fecha, la compañía ha llevado, en general, una línea de fuerte crecimiento, sumando industrias, actividades, funcionarios y privilegios para esos funcionarios.
Todo eso ocurrió a pesar de que Ancap nunca logró cumplir con algunos de sus más importantes objetivos: no encontró petróleo en Uruguay ni pudo producir un combustible alternativo basado en el alcohol que le diera independencia energética al país. Pero semejantes fracasos no impidieron que la empresa creciera para su propio beneficio y el de sus integrantes. Avanzó Ancap. ¿Avanzó el Uruguay?
Cuando fue fundada Ancap, Uruguay era un país privilegiado en el mundo. En 1930 Uruguay recibió 14.600 inmigrantes, personas que se radicaban aquí porque acá existía la promesa de un horizonte mejor. La población crecía: en 1922 Uruguay tenía 1.560.000 habitantes; en 1930 ya eran 1.900.000. Hoy, luego de todos los avances de Ancap, el Uruguay no recibe prácticamente a nadie. Al contrario, miles se van porque acá no tienen un futuro. Hace décadas que la población es siempre la misma.
En 1930 la balanza comercial uruguaya tenía un fuerte superávit. Uruguay era un país digno de ser elegido para organizar la primera Copa del Mundo. El estadio Centenario se levantó en apenas seis meses. La obra fue realizada por uruguayos y para dirigir un proyecto tan ambicioso y urgente se recurrió simplemente al director de Paseos Públicos de la intendencia de Montevideo, el arquitecto Juan Scasso.
Hoy el Uruguay no puede levantar ni siquiera un edificio cualquiera en seis meses. Acabamos de inaugurar el Palacio de Justicia, ahora Torre Ejecutiva, una obra que demoró 46 años. Y hasta una simple reforma, como la del hotel Carrasco, nos paraliza durante lustros.
Así avanzó Uruguay mientras Ancap importaba petróleo y edificaba su propia gloria.
Con todo, lo más irritante no es la falsedad del eslogan. Eso puede llegar a comprenderse.
Lo que no se tolera es la manifiesta inutilidad de tanta publicidad, ahora sepultada (¿por un rato?) por el aluvión electoral. ¿Para qué necesita una empresa pública y monopólica realizar una campaña tan intensa y, en consecuencia, tan costosa? El siempre escaso dinero del Estado uruguayo, ¿es necesario gastarlo así?
Una de las pocas cosas rescatables del anterior gobierno fue la decisión del presidente Jorge Batlle de abatir los gastos de publicidad oficial. Esa política, supuestamente, fue mantenida por el actual gobierno. El ministro de Industria, Daniel Martínez, por ejemplo, dijo en un seminario organizado por el grupo Medios y Sociedad, que la publicidad oficial debe asignarse en función de las necesidades de los organismos públicos y no en base a intereses políticos partidarios.
La actual campaña de Ancap, sin embargo, parece ser todo lo contrario. Es imposible no acordarse de algunos ex directores de empresas públicas que quisieron lanzar su carrera política desde sus despachos y en ancas de la publicidad oficial. Ninguno llegó. Ninguno tiene influencia en la vida política del Uruguay. Ni siquiera para eso sirvió el derroche.
Ancap va a seguir avanzando, así haga bien o mal las cosas. Los monopolios estatales son así.
Uruguay, en cambio, con suerte algún día dejará de retroceder. Ayudaría dejar de repetir eslóganes baratos. Y que el dinero público dejara de tirarse a la marchanta.
Artículo de Leonardo Haberkorn
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