Cada tanto ocurre: vuelve a circular, como si fuera nuevo, el texto de 2015 en el cual anuncié que no daría más clases de periodismo en la universidad.
Eso está ocurriendo en estos días.
Ante eso, dos puntualizaciones. La primera, la ya dicha: aquella catarsis ya tiene unos cuantos años. No me envíen el pésame ahora porque aquello ya está muy asumido, masticado y procesado.
La segunda anotación es más novedosa: el año pasado, un exalumno me pidió que fuera el tutor de su proyecto final para licenciarse.
La propuesta me tomó por sorpresa. Salvo algunos talleres realizados en empresas o por mi cuenta, llevaba ya siete años alejado de la docencia formal. Aceptar ser tutor en una instancia tan importante, suponía un gran desafío.
Mi primera reacción fue la de decir que no. Pero aquel joven, que hoy ya ejerce el periodismo, siempre había sido un buen estudiante y su proyecto era interesante y desafiante. No encontré ninguna razón para negarme.
Ser tutor implicaba volver a ser registrado como docente. Y di el paso. No me resultó fácil el retorno al ruedo académico. Pero por suerte, mérito del estudiante, el proyecto final fue aprobado.
La Universidad ORT, con gran generosidad, me incorporó además a dos tribunales que debían analizar otros dos proyectos finales.
Resumiendo, no volví a dar clases del modo tradicional, en un aula repleta de estudiantes. Pero de algún modo volví a la docencia. Dado que el texto de renuncia anda circulando en su enésima viralización, me pareció importante compartirlo.