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21.7.24

Los abusos sexuales del cura Antelo

Tercera -y última- entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.


E
l caso de la Comunidad Jerusalén tuvo un cierre categórico el 2 de octubre de 1996, cuando el juez José Balcaldi determinó que existían elementos de convicción suficientes para procesar y recluir a su líder, el sacerdote Antelo. "Decrétase el procesamiento y prisión de Adolfo Antelo, imputado de un delito continuado de violencia privada y un delito de lesiones graves", decía el auto de procesamiento firmado por el magistrado.

El podcast del diario El País induce a error al señalar que Antelo "nunca estuvo en prisión. Murió de cáncer, sin condena, unos días después de que un tribunal de apelaciones confirmada su procesamiento".

Padre Adolfo Antelo, cura Adolfo Antelo.
Antelo sí estuvo preso, aunque no en una cárcel. El mismo dictamen del juez Balcaldi agregaba que "en virtud del mal estado de salud del procesado" y de que su enfermedad "requiere tratamiento permanente y es de gravedad", se disponía que permaneciera recluido en el lugar que el arzobispo de Montevideo, José Gottardi, entendiera "más adecuado". Algo parecido a la prisión domiciliaria.

Ese lugar donde Antelo pasó el último tramo de su vida, privado de su libertad, fue un hogar religioso salesiano.

Por lo demás, el auto de procesamiento con prisión del juez Balcaldi fue de tal contundencia que a partir de ese momento los defensores del cura violento se llamaron a silencio. 

Además de múltiples pruebas de las brutales golpizas que el líder de la Comunidad Jerusalén propinaba a sus integrantes, el juez reunió gran cantidad de testimonios respecto a sus abusos sexuales. La nota de la revista Tres que había terminado por llevar el caso a la Justicia tenía respecto a ese punto un único y valiente testimonio, el de Ana Coutinho, pero ante el juez las voces se multiplicaron.

Antelo vivía obsesionado con el sexo. La testigo M. S. declaró que "el padre Antelo en todas las charlas decía malas palabras, los ejemplos que ponía eran permanentemente obscenos, de relaciones sexuales, de homosexualismo". "Un día nos gritaba, nos insultaba y al otro día andaba a los abrazos y un poco más, digo, manoseos, caricias, abrazos, besos, todas esas cosas que uno no esperaba en un sacerdote".

L.T. relató que varias de las integrantes del grupo dormían con Antelo. "Había una cama chica, ellas decían que dormían en un colchón en el piso. Entraban dos o tres, pero pasaba la noche una. Siempre se turnaban". 

"Antelo -mientras hablaba- abrazaba a A.y permanentemente le pasaba la mano por debajo de la pollera. A mí me pasó estar sentada y que me tocaba las piernas, las ponía sobre las suyas estando ambos sentados y me las acariciaba levantándome la pollera, adelanta de todos (...) También era habitual que Antelo les tocara los senos a las chicas para sacarles el mal del cuerpo...".

M.G. declaró que oyó como Antelo le dijo a R. "Qué linda estás hoy, qué tetas lindas tenés y ella se reía como halagada. En esta oportunidad también me dijo: 'A ver cómo las tenés vos'. A mí me molestó tanto que me di vuelta y me fui". Varias veces vio como le tocaba los senos a R. y también a I,

A.P. vio como le tocaba los senos a C. "porque así la sanaba con el amor de Dios".

A.C. relató que una vez la integrante Y. estaba con fiebre en la cama. "Yo iba a entrar al cuarto a buscar algo y en el mismo momento salía Antelo y Y. estaba pálida y mal. Le pregunté qué le pasaba y ella me dijo: 'No sé por qué me hace esto'. Le pregunté: '¿Por qué te hace qué?'. Y me dijo que le había empezado a dar besos recorriéndole la cara, el cuello y todo por dentro del camisón. Y. era una de las chicas que dormía asiduamente con él".

La misma testigo agregó que "se cansó de ver actos obscenos, personas del sexo femenino que pasaban la noche en el dormitorio de Antelo, pero no que las hermanas, por lo menos a ella, le manifestaran ninguna reprobación y que fuera contra su voluntad".

A veces abuso físico y sexual se combinaban. R.G. declaró que vio como a M., antes de someterla a una brutal golpiza, la desnudó.

"Yo me saqué toda la ropa porque tenía miedo", le confirmó M. al juez Balcaldi.

Una vez, Antelo le ordenó a M.G.que se bronceara. "Dejó la orden de que usara un dos piezas para tomar sol, que era prácticamente un tres tiras, o si no que tomara sol desnuda (...) En esta ocasión, por obediencia y presión de las consagradas me dediqué a tomar sol, tanto que tuve quemaduras de segundo grado". Otra vez, Antelo sorprendió a esta integrante regresando de la playa y le ordenó que se quitara la remera y el short. Ante su negativa, le ordenó: "Sacate la ropa que quiero verte la malla". 

 A.V. declaró en el juzgado que "Antelo le tocó a S. la vagina por encima de la pollera y lo hizo para explicar una situación de forma jocosa". También le tocó la vagina a Y. delante de todos, relató D.K.

Antelo era muy consciente de que su conducta era inadmisible. L.T. narró que "nos informaba que eso no debía trascender porque ni en el Vaticano podrían entender (...) la relación que él tenía con las mujeres".

A Antelo también le gustaba tocarle los órganos sexuales a los hombres. 

A.V. y A.P, dos de los hombres del grupo, relataron que Antelo les toqueteó sus genitales.

"En una ocasión Antelo me invitó a que yo tomara sus órganos genitales (con mi mano por arriba de la ropa) y él hizo lo propio conmigo", declaró M.D.L.

A otro de los varones, P.G., lo hizo vivir una situación humillante delante de buena parte de la comunidad, hombres y mujeres. "Antelo me exigió que le mostrara el pene delante de él, en un rincón de la sala donde estaba el resto de las personas observando la espalda del cura. Él me lo exigió una, dos, tres veces. Al final yo le muestro mi pene y luego él mismo saca el suyo y me dice: 'Ves, esto es un macho'. Experiencia por demás humillante y que demuestra el estado de obnubilación en que yo me encontraba entonces, que no le llegué a pegar una trompada".

 



29.4.24

Los defensores del cura Antelo

Segunda entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.

Tras la publicación del reportaje de la revista Tres que evidenció la magnitud de la violencia y los abusos que habían padecido y padecían los integrantes de la Comunidad Jerusalén, se desató una batalla informativa.

Desde el grupo religioso y sus allegados se buscó desacreditar a los exintegrantes que habían dado testimonio de las situaciones de violencia que habían visto y padecido.

“Estoy convencido de que son calumnias, salvando la buena voluntad de los que las dicen, que tal vez creen que están diciendo la verdad”, había declarado el obispo emérito de Mercedes, Andrés Rubio, uno de los principales soportes de Antelo.

Y esa fue la tónica: acusar a los acusadores de mentirosos y calumniadores, una versión que encontró amplio espacio en muchos medios.

Una semana después del informe, en los diarios La Mañana y El País, se publicó una carta firmada por decenas de padres y madres de integrantes de la Comunidad que insistían en definir a las denuncias como “calumnias”. Todo era una “campaña difamatoria”, decían.

En los días siguientes, me dediqué a conseguir testimonios que reforzaran lo que ya estaba claro: la Comunidad Jerusalén se había transformado en una secta en la que su líder, el sacerdote Antelo, violentaba y abusaba sexualmente de muchos de los que eran captados.

Casi en todas las ediciones de la revista Tres desde enero hasta mayo, se publicaron novedades sobre el caso.

En la del 2 de marzo se reprodujo el testimonio completo de un exintegrante, recogido en la investigación interna que la Iglesia uruguaya había realizado sobre el grupo. El testimonio no se conocía porque la Iglesia nunca había hecho públicas aquellas actuaciones.

 

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo


Una semana después se publicó el testimonio de Eduardo Bello, que había estado en Jerusalén entre 1985 y 1993: “Estábamos en la casa que la comunidad tiene en San Leopoldo, Brasil, y Antelo me empezó a interrogar para que confesara que había hecho un pacto con el demonio para destruirlo a él y a la comunidad. Como eso nunca había ocurrido, empecé a inventar cosas. Como eso no lo convenció empezó a pegarme. Primero me pegó con las manos. Me partió el labio, todavía se ve la cicatriz. Cuando ya estaba en el suelo, empezó a darme patadas. Después siguió con un palo de escoba. En un momento levanté la mano para protegerme y me la quebró de un golpe”.

Bello conservaba las placas radiográficas que atestiguaban aquella fractura. Las publicamos en la revista.

En la edición del 29 de marzo, agregamos el testimonio de Solis Vidarte, un hombre que había trabajado como cocinero de la comunidad en 1993. Por primera vez un testigo que no había formado parte del grupo confirmaba la veracidad de las denuncias.

Vidarte había oído fuertes golpes, había visto jóvenes con la cara amorotanada  y “manchas de sangre en las paredes”.

“Ahí fui dejando de ir -recordó- porque creo que a nadie le gusta ver cosas anormales”.

El 27 de abril, Tres publicó el testimonio de Carlos Villar, un exintegrante que relataba como Antelo los había obligado a mentir en el juicio interno de la Iglesia. También había sido testigo de cómo para esa ocasión se limpiaron las manchas de sangre que regaban la sede de la avenida Suárez.

Villar también había sido golpeado. “Antelo se quebró las dos manos pegando. Casi siempre empezaba pegando piñas, ganchos de izquierda y de derecha. Por eso se quebró. Cuando ya le dolían las manos, pegaba con la pata ortopédica, con un palo de escoba, con un tronco de leña, lo que tuviera a mano”. También había presenciado como el sacerdote tocaba los órganos sexuales de los hombres del grupo para “sanarlos”.

Defensores de Antelo

Pero más allá de lo concluyente de los testimonios, Antelo seguía teniendo defensores.

El 12 de abril, El Observador publicó una carta de Rodolfo Katztenstein, ex secretario general de la Asociación Cristina de de Dirigentes de Empresa, en la que decía: “Me duele en el alma toda esta guerra contra el querido Padre Adolfo Antelo”.

“Me duele en el alma porque en estos momentos todo se ha borrado; parece de mal gusto recordar y evocar todo lo bueno que hizo en nuestro medio, en nuestra Iglesia, en el marco de una óptica distinta –y ese fue su pecado más grave- una óptica alegre, contagiosa".

El 17 de abril se publicó otra carta de padres de integrantes de la Comunidad. Decían que las acusaciones venían de “fuentes cuestionables” y que "ciertos medios" de prensa habían transformado rumores en verdades.

Dos días después, la Comunidad publicó un librillo para su propia defensa, con prólogo de Rubio, el obispo emérito de Mercedes.

El librillo incluía un artículo laudatorio sobre Jerusalén y Antelo firmado por el historiador y filósofo Alberto Methol Ferré.

El escrito era de diciembre de 1994, antes de la aparición del reportaje de la revista Tres, pero cuando las denuncias sobre la violencia y abusos de Antelo ya habían estallado en el seno de la Iglesia.

Methol explicaba así “la animadversión” que existía contra el grupo: “Hay una hostilidad profunda porque la consagración absoluta de hombres y mujeres a Dios es una realidad intolerable para la sociedad secularista. De tal modo, que todo es interpretado de modo perverso. Una interpretación perversa solo puede generar perversiones, actos hipócritas”.

Agregaba: “Durante un tiempo los miembros dela Comunidad eran, con el Padre Antelo, el rostro más visible de la Iglesia, por la Misa en televisión los domingos. Ningún cura era más visto en el pueblo uruguayo que Antelo. Adquiría entonces importancia para los sectores eclesiásticos enemigos y para los enemigos de la Iglesia ‘que Antelo muriera’”.

También desde las páginas de La República, el periodista Carlos Santiago fue otro defensor de Antelo. El 20 de marzo de 1996 definió lo que estaba ocurriendo como “una caza de brujas desembozada” favorecida por el supuesto silencio de los integrantes de la Comunidad que no se defendían ante la opinión pública.

“Con medias palabras, con acusaciones sin responsables que las avalen, con campañas periodísticas con objetivos poco claros, no es que se construye una sociedad plural”, decía Santiago.

Pero más sorprendente fue la posición que tomó el líder tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro desde las páginas de Mate Amargo, la publicación oficial del MLN-T.

El 15 de febrero de 1996, dos semanas después del reportaje de Tres, Fernández Huidobro publicó un extenso artículo denigrando a la revista y su trabajo periodístico. El título era “Carroñeros”.

Acostumbrado a hacer de la conspiración su método histórico de acción política, el líder tupamaro veía una rebuscada trama detrás del reportaje de Tres. Para Fernández Huidobro el artículo era al mismo tiempo una operación del Partido Colorado contra la Iglesia, una disputa por el poder eclesiástico entre blancos y colorados, y un lío interno de la Comunidad Salesiana. Se explayaba en dos largas páginas, pero no lograba explicar las razones ni los procedimientos del afiebrado complot.

En su nota, que nunca condenaba a Antelo, Fernández Huidobro se mofaba del periodista Emiliano Cotelo que había dado seguimiento a las denuncias de Tres en su programa En Perspectiva, en radio El Espectador: “CX 14 por obra de Emiliano quedó escorada y anda comprando quilos de vaselina”, escribía, elegante.

Fernández Huidobro se reía en varios pasajes de las denuncias de abusos sexuales. Escribía: “En este país hay culitos y culitos. Algunos más que otros. Y hay cuernos y cuernos. Lo que nadie admite es llevarlos de garrón a favor de un cura rengo”. Y también: "Si esto sigue así los orientales terminaremos discutiendo (...) un asunto que en realidad está fuera de discusión: si se fornicaba o no en la Comunidad Jerusalén. Asunto importantísimo. ¿Qué duda cabe?". La verborragia, sin embargo, se le terminaba cuando llegaba el momento de hablar de las denuncias de las víctimas de Antelo. Entonces Fernández Huidobro se limitaba a decir que ya las conocía y que analizarlas era “entrar en el juego de los fariseos”.

Mate Amargo continuó en sucesivas ediciones con su prédica conspirativa sobre el tema. El grado de delirio llegó a su máxima expresión cuando en un artículo publicado el 21 de marzo, el periodista Rolando W. Sasso sostuvo que equipos de inteligencia del gobierno habían robado de una caja fuerte de la Universidad Católica toda la información sobre la investigación interna que la Iglesia había hecho a la Comunidad Jerusalén. Y sugería que ese dossier había sido entregado a la revista Tres.

Mi trabajo de meses, llamando a decenas y decenas de personas, rastreando por todo el país a posibles víctimas dispuestas a hablar, había sido reducido por el tal Sasso a la entrega de un sobre por un espía. El refrán lo anticipó: cree el ladrón que todos son de su condición.

Para ese entonces, el caso ya estaba en la órbita de la Justicia. El categórico auto de procesamiento con prisión de Antelo, dictado por el juez José Balcaldi, terminaría por poner las cosas en su lugar.

24.4.24

Comunidad Jerusalén: el infierno de san Antelo


El podcast Los demonios del padre Antelo, recientemente difundido por El País, ha vuelto a recordar la historia de la Comunidad Jerusalén.

Una de las entradas de este blog ya refería a aquel episodio. Pero el gran interés despertado por el podcast sobre el tema y varias consultas recibidas, me decidieron a hacer públicos diversos materiales sobre aquel episodio.

En los días que siguen publicaré artículos y documentos -algunos ya divulgados en aquel 1996, otros inéditos- sobre Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo.

Comienzo por un extenso fragmento del reportaje que publiqué en la revista Tres en su primera edición, el 27 de enero de 1996. Se titulaba El infierno de san Antelo y provocó tal revuelo que la justicia inició una investigación sobre las denuncias y Antelo terminó preso. 

Padre Antelo. Adolfo Antelo. Comunidad Jerusalen
Tapa de la revista Tres.

 

 EL INFIERNO DE SAN ANTELO



“Yo nací en España, en una aldeíta allá por la montaña”. Así comenzó a contar su historia el sacerdote Adolfo Antelo, el 15 de abril de 1992, cuando en el canal 5 el periodista Ignacio Suárez le dedicó su programa Un día en la vida. Antelo narró que llegó al Uruguay a los 2 años junto con su familia y que su madre murió cuando tenía 9. Luego, se detuvo en lo que definió como “un gran acontecimiento en mi vida, quizás el más grande”. Era 1972, tenía 22 años y le diagnosticaron cáncer en un pie. Ante las cámaras de televisión, Antelo afirmó que un sacerdote le anunció que moriría en 40 días. “¿Por qué a mí? ¿Por qué no a esos tarados de Pocitos, que no sirven para nada?”, dijo que pensó entonces.
En el hospital escribió una carta a sus amigos, luego reproducida repetidamente en los folletos de la Comunidad Jerusalén, hoy Misioneras de Cristo Resucitado. “Me han dicho que voy a morir. ¡Pero no moriré! (...) No tengan miedo, porque Cristo resucitó y ya todo es posible en nosotros”.
No murió. Los médicos le amputaron el pie y sobrevivió. “¿Hubo un milagro?”, le preguntó Suárez en el programa de televisión. En la pantalla, el rostro del sacerdote se fundió detrás de paisajes paradisíacos y una música celestial invadió los hogares de los televidentes. Antelo dijo:
-No me gusta hablar de la palabra milagro porque hay gente que identifica milagro con cosa rara, superstición y lo que fuera. Creo que hubo un gran don, un gran regalo de Dios. Creo que esos son los verdaderos milagros.

***

Antelo fue ordenado sacerdote el 16 de agosto de 1975, pese a no haber terminado sus estudios religiosos. Quien lo ordenó, el obispo Andrés Rubio, afirmó entonces que con Antelo había sucedido algo divino. “Todos sentimos que se trata de una ordenación especial”, manifestó en la homilía y aseguró que en aquel joven“el amor del Padre (...) se ha expresado en forma divinamente original, humanamente desconcertante”.
-¿Por qué dijo que aquella ordenación fue muy especial?- le pregunté a Rubio, quien me recibió sonriente pero precavido en una de las sedes de la Comunidad Jerusalén.
-Porque era un joven al que se le adelantaba la ordenación, en previsión de una posible muerte próxima. Y porque él había hecho, en el momento en que se vio frente a la muerte, una experiencia de Cristo fortísima.
-Usted también afirmó que Dios se manifestó en Antelo de una manera “divinamente original”.
-Porque fue a través del dolor, cuando le cortaron una pierna, con el peligro de que apareciera en cualquier momento una metástasis y se muriera. Para los creyentes, el camino del dolor es original pero efectivo, porque Cristo nos redime sufriendo y muriendo en la cruz.
Rubio estaba muy orgulloso de haber realizado aquella ordenación.
El nuevo sacerdote se mostró pronto como un cura que podía sortear las barreras generacionales. Su fama creció en el colegio Juan XXIII. Capaz de celebrar una misa incluso en la escollera del puerto, Antelo comenzó a nuclear a su alrededor a muchos jóvenes. También generó sus primeros detractores.
El 25 de enero de 1982, el sacerdote Carlos Techera, superior salesiano, le ordenó, según el propio Antelo ha relatado, “crear un centro de espiritualidad donde comunicara a todos los jóvenes la experiencia de Dios que Él me regaló en el hospital”.
Antelo cumplió el mandato. “Salimos al encuentro de los adolescentes y de los jóvenes donde están: a la salida del liceo, en la casa, en el barrio, en la parroquia, en los grupos”, explicó una de las integrantes de la Comunidad Jerusalén en un reciente video promocional del grupo.
Esas campañas proselitistas fueron un éxito.
“Yo tenía 18 años y me enganché buscando a Dios, un sentimiento que lo tiene cualquier ser humano”, dijo Leonardo Silveira, de 25 años, resumiendo el sentir de la mayoría de los que entraron a la comunidad.

***
Los jóvenes que comienzan a aproximarse a la comunidad -los “participantes”- y los matrimonios que toman parte en sus actividades de fin de semana conocen una Comunidad Jerusalén. Pero quienes dejan sus hogares, se consagran y pasan a vivir dentro de ella, conocen otra muy diferente.
“Antes de ser consagrada todo era muy distinto. Luego, cuanto más tiempo vivís en la comunidad, más te das cuenta de la realidad. Cuando sos un ‘participante’ no te das cuenta de nada”, explicó la ex integrante Ana Coutinho, de 26 años, cuatro de ellos vividos dentro de Jerusalén.
Coutinho cree haber sido presionada para consagrarse. “A través de la dirección espiritual te hacen creer que tu única salvación es entrar a Jerusalén. Después te hacen sentir que la manera de ser fiel a Dios es que te consagres. Y como vos querés ser fiel a Dios, tenés que entrar. No sé cómo, pero lo hacen”, relató, ya liberada, en la plaza de comidas del shopping de Punta Carretas.
Una vez en la comunidad los jóvenes recorren lo que llaman “Proceso de Transformación en Cristo” y que supone “un proceso de diferenciación con la mentalidad que uno había tenido antes y con la del resto del mundo”, explicó Álvaro Vázquez, de 29 años, que vivió durante siete años en Jerusalén y hoy trabaja en la empresa médica de su padre.
Los nuevos integrantes son llevados con frecuencia a las residencias que la comunidad tiene en Buenos Aires o en la ciudad de San Leopoldo, en Río Grande del Sur. Los jóvenes cuyas familias aceptan de buen grado que vivan en la comunidad son alentados a no cortar los lazos familiares. Pero aquellos en cuyos hogares se atisba alguna resistencia son impulsados a separarse.
Vázquez recordó que “Antelo me hizo ir a decirles a mis padres que estaban en contra mío y que eran culpables de todo lo malo que me pasaba”.
Otro día el cura le dijo a Coutinho:
-    Anita, te hace mal ver a tus padres, porque te hacen dudar de tu vocación. No vayas más a tu casa.

 

***
 

Padre Antelo. Adolfo Antelo. Comunidad Jerusalén
En la comunidad la vida es rigurosa. El cronograma diario incluye rígidos horarios para rezar, estudiar, recibir la “dirección espiritual”, escuchar las charlas del líder, grabarlas, desgrabarlas y escribir un diario íntimo que el sacerdote y los directores espirituales pueden revisar en cualquier momento. “Dormíamos poco, era bastante agotador”, dijo Marisol Cedrés, de 28 años, otra ex integrante.
Las charlas toman muchas horas. “Antelo puede hablar seis horas sin parar, sin problema -explicó Álvaro Vázquez-; cuando terminaba todos quedábamos convencidos de lo que había dicho. Tiene un gran poder de convencimiento. Mientras lo oís hablar, es muy difícil ser crítico”.
Coutinho relató que “se tiene un régimen de reuniones permanentes, eternas. A veces se sigue un día entero. Antelo habla, habla, habla, habla, horas y horas”. Otro ex integrante, que prefirió no revelar su nombre, explicó que “si uno se pierde una charla, tiene que escucharla después en un walkman, porque todo se graba. Escuchar todo eso, habiendo dormido poco, va cambiando tu mente”.

Adolfo Antelo Comunidad Jerusalén
Desgrabando a Antelo
A ese régimen agotador se suma una alimentación irregular, a veces deficiente. En algunos hogares de la comunidad se come mejor que en otros, pero en todos ellos las comidas se saltean, ya sea para oír a Antelo o porque se ha descubierto que algún miembro está “endemoniado”.
“Se suponía que se comía todos los días, pero surgían estas crisis y olvidate”, contó Marisol Cedrés.
“La alimentación nunca fue balanceada”, agregó Vázquez. “Antelo decía que no había dinero para la comida, pero después uno se enteraba del dinero que la comunidad tenía en el banco y veía que no era así. El debilitamiento físico terminaba influyendo en tu personalidad”.
Los reglamentos son para todos, menos para Antelo que duerme, come y bebe en abundancia. “Se acuesta a las cinco de la mañana y se levanta a la una de la tarde”, recordó Vázquez. “Toma mucho, mucho vino”, dijo el ex integrante Leonardo Silveira. Coutinho lo vio con sus propios ojos: “Toma whisky, vino, cerveza. Lo vi tomarse dos litros de cerveza de corrido”.
Tales testimonios concuerdan con el que una ex integrante brindó a un grupo de laicos de la Iglesia que, a su vez, lo remitió al arzobispo José Gottardi y a otras autoridades religiosas. En esa declaración se dice que Antelo “en todas las comidas come carne y tiene comida especial porque es enfermo (...) También toma alcohol. A veces le dan de comer en la boca, pero no es lo común”.

***

El miedo comenzó en 1988. “Hasta entonces se había vivido un clima de cierto respeto -si bien muy anormal para lo que es cualquier comunidad de la Iglesia, porque era muy sectario- pero todavía podíamos vivir sin tanto miedo”, recordó Álvaro Vázquez.
Ese año Antelo comenzó a decir que un ex miembro de la comunidad -Mauricio Sampietro- estaba endemoniado y que varios integrantes de la Comunidad Jerusalén seguían sus pasos.
“A raíz de eso empezaron los golpes de Antelo, porque ésa era la forma de terminar con la influencia de Sampietro”, explicó Vázquez.
Para establecer cuáles miembros de la comunidad están creyendo la palabra demoníaca de Sampietro, se realizan extensos interrogatorios destinados a arrancar una confesión.
Cuando Antelo comienza a preguntar “todo el mundo tiembla, porque no sabés si lo que vas a decir le va a gustar o no. De repente, ‘descubre’ que estás ‘endemoniado’ y te cae ahí mismo”, explicó Coutinho.
La tesis a confirmar en los interrogatorios es que Sampietro violó a los miembros de la comunidad -hombres y mujeres- y que por esa vía les inculcó “la palabra del demonio”.
“No puedo creer la barbaridad que llegamos a creer: que Mauricio nos había violado a través de la mirada”, recordó Coutinho. “A mí Antelo me lo hizo creer luego de un interrogatorio de tres o cuatro o cinco horas. Fue tan largo que perdí la noción del tiempo”.
“Al principio decía que Sampietro te había dañado a través de la mirada: te había mirado de arriba abajo. Después era que te había mirado y su pene... pero no hablaba de violación física real... ¡era rarísimo!”, agregó.
Otro joven explicó que “la violación era con la mirada, primero Sampietro te miraba a los ojos, después bajaba la mirada y te hacía mirarle la pija... esa es la palabra que usa Antelo. Entonces con la mirada te hacía sentir que te penetraba y te reventaba... toda una historia. Las mujeres quedaban traumadas y entonces iban a buscar su protección. Ahora me da vergüenza habérmelo creído”.
El asunto obsesionaba a Antelo. En un retiro espiritual que se realizó en Buenos Aires en 1991 hizo que todos contaran cómo Sampietro los había violado. “Tenías que inventar, no había otra”, relató Coutinho.
Vázquez pasó por aquella experiencia antes de escapar de la comunidad: “De cualquier forma hacía que te ‘acordaras’ de la supuesta violación. Podían estar 14 horas interrogándote. Si Antelo salía, otros seguían. Terminábamos inventando cualquier cosa. Eso pasó una y mil veces. Todos sabíamos que inventábamos todo para liberarnos de esa situación”.

***

Cuando los interrogatorios no dan resultado, Antelo recurre a una técnica conocida en psicología como “ensueño dirigido”.
El psicólogo Daniel Corlazolli, de 44 años, ha atendido a cuatro ex integrantes de Jerusalén, algunos de los cuales aún continúan en tratamiento.
“El padre Montes le enseñó a Antelo técnicas de hipnosis y ensueño dirigido... dos armas peligrosísimas en manos de una persona que no sabe usarlas”, explicó Corlazolli. “Lo sabemos por los relatos de las víctimas, porque el ensueño dirigido es consciente. La persona yace tendida, se la van surgiendo fantasías, tiene que elevarse cada vez más a un punto luminoso y después se le van sugiriendo contenidos”.
“Exacto, esa era la técnica que utilizaba -señaló Marisol Cedrés-. En eso se basaban los famosos ‘encuentros con Cristo’. Él te dirigía hacia lo que quería. Es algo muy inteligente... te vas condicionando... tiene una fuerza que hace que vos sientas lo que él te dice, y a la vez te hace idolatrarlo”.
“Era una forma de hacer la dirección espiritual”, dijo Álvaro Vázquez que, al ascender en la comunidad y empezar a dirigir espiritualmente a los más jóvenes, también empleó esa técnica. “Me tocó hacerlo con algunos de los gurises, ahora veo que fue algo totalmente irresponsable”.
(…)
Corlazolli explicó que el ensueño dirigido se usó, por ejemplo, con aquellos que se negaban a aceptar que Sampietro los había violado. “Se le inducía la fantasía de que realmente de una manera mágica, no se sabe muy bien cómo, Sampietro los había poseído con un enorme falo”. El psicólogo dijo que según los casos que conoce los resultados de esta práctica fueron “muy peligrosos”.
El ex integrante de la comunidad Leonardo Silveira relató que jamás en su vida vio a Sampietro pero, ensueño dirigido mediante, acabó por reconocer el daño que aquel le había hecho.
(…)
Mauricio Sampietro tiene 35 años e integró la comunidad durante cinco, hasta 1989. Desde entonces vive en otra comunidad religiosa, en Colombia.
-¿Tú violaste a alguien?- le pregunté en una entrevista telefónica.
-Noooo, imagínate... de allí hasta acá (risas). Evidentemente que no, es ridículo, inverosímil. Es una calumnia, una de las más graves. Pueden preguntarle a cualquiera y cualquiera puede comprobarlo. Quizás haya algunos que no hablen por presión psicológica, por miedo y terror. Hay que comparar la situación que se vive en la comunidad con la tortura. Yo, por suerte, salí en el momento preciso.
Sampietro cree que Antelo “construyó de mí un antimito, porque así, enfrentándose a un antimito, reforzaba su propia imagen mítica”.
Uno de los entrevistados mostró una carta que el propio Antelo le envió años atrás. En ella le decía que Sampietro nunca podría volver a integrarse a la Iglesia uruguaya porque “aquí el ambiente está picado por nuestras calumnias”.

***

Lo peor comienza cuando los miembros de la comunidad, extenuados tras extensos interrogatorios o inducidos psicológicamente, confiesan haber sido violados por Mauricio Sampietro.
“Vi cómo le pegó a mucha gente. Pega cuando dice que la persona no quiere denunciar a Mauricio y al demonio. Porque cuando la persona se pierde en esos interrogatorios eternos, ya no sabe qué decir. Ahí empiezan los golpes”, dijo Coutinho.
“Claro que lo vi pegar y ponerse como loco. Todos lo vieron”, sostuvo Silveira.
Coutinho relató: “Pegaba golpes de puño, patadas y durante mucho rato. Vi dejar gente marcada, con la cara verde de los golpes. Él decía que el Espíritu Santo lo asistía, porque sus golpes no rompían los huesos ni hacían sangrar. Pero yo vi gente a la que le rompió un brazo. Pegaba golpes tremendos. Él mismo llegó a tener las manos quebradas y enyesadas por los golpes que daba” .
Otro entrevistado, un ex integrante del grupo que fue víctima de esas golpizas y hoy es empleado de un comercio, afirmó: “Tiene mucha fuerza, pega con las manos, con las rodillas, con palos o da codazos en la espalda. Una vez le partió la cabeza con un mortero a un muchacho. Cuando te caías te pegaba patadas en los riñones, patadas fortísimas con la pata de palo, con la que puede patear con toda la fuerza sin que le duela. Es el sadismo extremado. A mí me cagó a palos, varias veces me rompió la boca y otra vez me reventó la cabeza contra una pared”.
“No era un juego. Quedaban manchas de sangre en las paredes. Se quebró las manos pegando, y hay que pegar mucho para quebrarse uno mismo”, agregó.
La última noche de Álvaro Vázquez en la comunidad fue pesadillesca. “Vine desde Buenos Aires a un retiro en Montevideo y me encontré con el panorama de siempre: gente con los ojos negros, algún endemoniado de turno. Nos fuimos a otro retiro en Punta del Este. Ahí me tocó a mí. De noche todos comenzaron a interrogarme. Antelo empezó a pegar a las seis de la tarde. Pegó hasta las tres de la mañana. Paró porque se fue a dormir. Cuando terminó, varios estábamos muy golpeados, con las piernas lastimadas y más de uno con los dos ojos negros. Me hicieron dormir en el balcón, a la intemperie. Otras veces había sido peor”.

***
Pero hay otra manera de terminar con la influencia del demonio y de sanar las heridas provocadas por las violaciones de los “endemoniados”.
“Con la excusa de sanar el daño que Sampietro les había hecho, Antelo toca descaradamente a las mujeres. Les toca los senos, la vagina, les mete la mano. A los hombres nos chocaba horriblemente, pero viniendo de él que era tan puro, parecía que estaba más allá de eso. Estábamos ciegos”, dijo un ex miembro.
Álvaro Vázquez explicó que según Antelo “el demonio que tienen las mujeres de la comunidad es muy extraño. Ellas manifiestan cierta aversión hacia su cuerpo y hacia su condición de mujeres. Y entonces... el Manosanta lo cura todo”.
Ana Coutinho tuvo que pasar por aquello. “Hay abrazos, manoseos y besos en la boca. Toca los senos de las mujeres, sin ningún problema. La cola también. Es lo que yo vi y viví. Me lo hizo a mí”.
“En momentos de liberación deja a las mujeres en bombacha y soutien. A mí me dijo que me sacara la ropa, pero no lo hice. Otras chicas lo hicieron porque insistió e insistió. Decía que vos sentías tu cuerpo como malo, porque fuiste violada. Tenías que desvestirte para ver que no era así. A veces –agregó- le pedía a alguna chica que se tocara los senos, para que viera que no eran malos”.
El testimonio recogido y hecho llegar a las autoridades eclesiásticas por el citado grupo de laicos interesados en aclarar la situación de Jerusalén coincide con los de Coutinho y Vázquez: “Mientras el padre Antelo está reunido con algún grupo, en la comunidad, está permanentemente manoseando a una mujer, le mete las manos por debajo de la pollera, le acaricia los senos, es para ayudarla a que el demonio la deje tranquila”.
Ana Coutinho y otros entrevistados dijeron que las mujeres son clasificadas por Antelo de acuerdo al tamaño de sus senos: “Vos los tenés de ping-pong”, “los tuyos son de tenis”, “los tuyos son de básquetbol”.
Los hombres también son tocados. “Te tocaba el traste, o te metía la mano adentro del pantalón, pero los varones siempre saltábamos para atrás”, dijo uno de los afectados.
Para las chicas que pasaron por esa experiencia, no es fácil asumirla. Decenas de ex integrantes de la Comunidad Jerusalén declinaron dar su testimonio. “Lo que me pasó se lo conté sólo a mi psicólogo y a mi confesor. Si hablo contigo voy a ponerme a llorar”, me dijo una ex integrante de Jerusalén que se excusó por no estar en condiciones de compartir sus vivencias dentro del grupo.
Ana Coutinho, en cambio, se atrevió a relatar lo que le hizo Antelo. “Cuando una termina convenciéndose de que realmente fue violada, se siente lo peor del mundo. Entonces ahí él te abraza y te empieza a tocar, como supuesta forma de cariño”, relató. “Hoy veo que me degradó, que me hirió y me da mucha bronca. Pero ahí dentro, la atmósfera de miedo y de tensión es tan grande que, aunque sea difícil de comprender, eso era gratificante. Era estar bien con Dios. Era como si Antelo fuera asexuado, un ángel, un santo. Es increíble. A mí eso me hizo mucho mal. Cuando salí no podía recibir cariño, me sonaba a otra cosa". 

(...)

Continúa.


Fragmento del reportaje El infierno de san Antelo. Publicado originalmente en la revista Tres, el 27 de enero de 1996. La versión completa se encuentra en el libro Un mundo sin Gloria.

Comunidad Jerusalén. Padre Antelo. Adolfo Antelo
Leer también: Los abusos sexuales del cura Antelo.

3.1.17

Adiós a una joven valiente

Los meses previos a la salida al mercado de la revista Tres, entre 1995 y 1996, fueron increíbles: a una cantidad de periodistas se nos pagó el sueldo durante varios meses sin que la revista se publicara todavía. La idea es que empleáramos ese lapso para crear fuentes, investigar, preparar notas.
Yo dediqué ese tiempo a investigar a la Comunidad Jerusalén, un grupo de la Iglesia católica que orientaba el sacerdote salesiano Adolfo Antelo, un cura carismático, muy popular por oficiar misa por televisión, a través de Canal 4.
Por una casualidad, a comienzos de 1993 me había tocado cubrir ese tema en el semanario Búsqueda, a pesar de que yo era el cronista sindical y pasaba mis semanas confinado en la sede del PIT-CNT, que entonces estaba en la avenida 18 de Julio, y en el bar de enfrente, el Molto Bene, donde siempre había algún dirigente sindical con quien hablar.
En 1993, después de años de recibir denuncias y no darles curso, la Iglesia por fin había decidido investigar lo que ocurría dentro de la Comunidad Jerusalén. Eso motivó el interés de Búsqueda y, como el periodista que se ocupaba de temas eclesiásticos estaba de licencia, me tocó a mí escribir sobre el asunto.
Hice un par de notas sobre el tema. Conté que la investigación abierta se centraba en denuncias de "malos tratos" que algunos ex integrantes de la Comunidad Jerusalén habían realizado. En el segundo artículo, se incluyeron testimonios de varios jóvenes que habían estado en el grupo y habían sufrido los famosos "malos tratos" de Antelo. Quedaba claro que el cura los golpeaba.
Dos años después yo ya no trabajaba en Búsqueda y estaba en el plantel que preparaba Tres.
Cuando llegaron esos meses soñados por todo periodista en los que podía cobrar un sueldo sin las urgencias de publicar todos los días o todas las semanas, le propuse a los directores de la revista, que eran Alejandro Bluth y Juan Miguel Petit, mi intención de investigar a la Comunidad Jerusalén, porque estaba seguro que aun quedaba mucho que contar.
Sucesivas entrevistas con ex integrantes me sumergieron en un mundo de terror alucinante creado por Antelo dentro de la propia Iglesia y ocultado durante años: las golpizas que sufrían los integrantes del grupo eran tremendas. Antelo les pegaba piñazos y golpes brutales con una pata de palo que llevaba como consecuencia de una amputación y que -parece cómico pero no lo es- oportunamente se quitaba para reventar a sus discípulos. Muchos habían sido fracturados. Las paredes de los locales de la comunidad tenían manchas de sangre. (La reciente publicación del libro El reino del padre Antelo, de Marcelo Di Lorenzo, otro ex integrante de la comunidad, me permitió conocer un nuevo detalle en aquel mundo de horror: Antelo también practicaba el "submarino" con sus víctimas, lo mismo que los torturadores de la dictadura).
Volvamos a 1995. A medida que seguía entrevistando gente y a profundizar en mis preguntas, comenzó a aparecer un asunto nuevo: Antelo también abusaba sexualmente de las mujeres de su comunidad.
Un día se lo conté a Bluth. Me preguntó si alguna de las jóvenes abusadas me había dado su testimonio. Le dije que no, que por el momento lo que tenía era el relato de algunos hombres que habían presenciado manoseos en los genitales y habían visto a Antelo pasar la noche en su dormitorio acompañado de algunas de sus "princesas".
Bluth me respondió tajante, palabras más, palabras menos:
-Si no conseguís una mujer que diga, con nombre y apellido, que Antelo abusó de ella, no vamos a publicar nada de abusos sexuales. El tema es muy grave como para basarnos en fuentes anónimas o testimonios de terceras personas.
A partir de ese momento, mi investigación entró en una fase desesperada. La revista ya tenía fecha de salida para fin de mes y no quedaba mucho tiempo para seguir investigando.
Yo tenía una larga lista de mujeres que habían dejado el grupo y sabía con certeza que varias de ellas habían sido abusadas por Antelo.
Las fui llamando una por una. Ninguna quería hablar. Además de las amenazas de condenarse al infierno eterno que Antelo y sus cómplices lanzaban a todos los disidentes, en este caso se sumaba la vergüenza de tener que contar en público una experiencia traumática y humillante: "Esto no lo puedo hablar con nadie". "No se lo conté ni a mis padres". Algunas me decían que necesitaban pensarlo bien y me pedían que las llamara otra vez en tres o cuatro días. Cuando volvía a telefonearles, me decían que lo habían meditado mucho y que, a pesar de que querían hacerlo o sabían que eso era lo correcto, preferían no hablar.
Ana Coutinho. Comunidad Jerusalén. Revista Tres. AnteloYo iba tachando uno a uno los nombres de mi lista. Tenía tantas jóvenes tachadas que parecía que nunca podría contar las cosas terribles que habían pasado en Comunidad Jerusalén. Comencé a deprimirme.
Un día llamé a una tal Ana Coutinho, otro de los nombres de mi lista. Lo mismo que otras, también me pidió unos días para pensarlo. La volví a llamar por teléfono unos días después, con pocas expectativas.
Me dijo:
-Lo estuve pensando mucho y no es fácil para mí, pero voy a dar mi testimonio...
Quería que a nadie más le pasara lo mismo. Pensaba en las chicas que seguían dentro de la Comunidad.
Por un momento quedé en shock. Cuando reaccioné, nos citamos en la plaza de comidas de un shopping, donde ella dio su testimonio en primera persona, con nombre y apellido.
Recuerdo bien el momento. Ana hablaba sin la excitación que suelen tener los que buscan contar algo en la prensa por ansias de figurar, de ganarse sus 15 minutos de fama. Tampoco estaba apesadumbrada. Contó todo con sobriedad y seriedad, sin aspavientos y sin rehuir preguntas, consciente de los efectos que tendría su declaración. Aceptó pasar unos días después por la redacción de la revista para que se le tomara una foto.
La nota, que se publicó en el primer número de Tres, incluida años después en el libro Un mundo sin Gloriaprovocó un gran impacto. A pesar de que Antelo nunca perdió el apoyo del Vaticano (ni de un variopinto conjunto de influyentes uruguayos que fue desde Canal 4 al semanario tupamaro Mate Amargo), los testimonios en su contra eran categóricos. Fue procesado con prisión y murió en régimen de prisión domiciliaria en un hogar selesiano.
El gesto valiente de Ana Coutinho fue clave para el justo desenlace de esta historia. Me han dicho en la Iglesia que todas aquellas que fueron las "princesas" de aquel hombre enfermo hoy están recuperadas.
Que yo sepa, luego de haber dado aquel testimonio, Ana no volvió a ser noticia. Se dedicó a rehacer su vida y formó una familia. Salvo un par de encuentros casuales, pasaron los años y no supe más de ella.
En diciembre, recibí la llamada de un ex integrante de la Comunidad Jerusalén. Me contó que Ana Coutinho acababa de fallecer, víctima de una enfermedad que se la había llevado en forma muy prematura.
No puedo decir mucho sobre ella. Apenas la conocí. Solo hablé con Ana largo y tendido una única vez, en la plaza de comidas de un shopping. Pero sí puedo decir una cosa: cuando la vida la puso en una encrucijada, por sobre un coro de admoniciones y amenazas, Ana Coutinho tuvo mucho coraje. En medio de una tempestad donde muchos flaquearon, ella desechó la salida fácil y prefirió lo que era mucho más complicado: hacer lo correcto.
Es una medalla que pocos pueden colgarse.

Comunidad Jerusalén. Adolfo Antelo. Padre Antelo


 


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