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3.7.24

Entrevista a propósito de Caraguatá

El suplemento Sábado Show del diario El País me dedicó el 29 de junio una generosa entrevista a propósito de la publicación del libro Caraguatá. Una tatucera, dos vidas. Reproduzco aquí algunos pasajes. La entrevista completa puede leerse en la web de El País, en este enlace.

Entrevista Leonardo Haberkorn
 (...)

—Usted ha enfrentado el discurso oficial del MLN, ¿es el que triunfó teniendo perspectiva histórica?
—Hay un discurso casi hegemónico que minimiza la violencia previa al golpe de estado. Mucha gente dice que el MLN luchó contra la dictadura lo cual es mentira. (Mauricio) Rosencof dice en un libro que si tenían que desarmar a un policía lo hacían a las piñas, pero la verdad es que mataron a una cantidad de policías. Los que establecieron ese discurso oficial fueron Rosencof y (Eleuterio) Fernández Huidobro en sus libros y (José) Mujica en las entrevistas y libros que le hicieron. Había verdades que estaban escritas en mármol y no se podían discutir. Mi libro Historias tupamaras las discutió. Lo hice apoyándome en entrevistas a otros tupamaros que tenían una visión diferente de los hechos. Nunca nadie los desmintió. Pero es justo decir que también hay otros relatos que “acomodan” la historia. Los políticos minimizan el golpe de febrero, por ejemplo. Siempre hablan de junio, y ese es otro relato muy instalado. Lo que pasa es que en febrero no hicieron nada para enfrentar el golpe y dejaron que los militares se hicieran con el poder. El Partido Comunista lo apoyó. Ese también es un relato exitoso.
—Hay quienes dicen que poner el foco en relativizar el discurso del MLN puede ser funcional al discurso de la dictadura.
—Son comentarios que te aplican para intentar silenciarte. Como el acusarte de promover la teoría de los dos demonios. Son simples extorsiones. Conmigo no corren. Mi primera militancia política fue salir en bicicleta con mis amigos a pegar volantes por el No en las columnas y teléfonos públicos, en el plebiscito de 1980. Toda mi obra periodística es anti dictadura. Hay tres libros muy específicos, que son Gavazzo. Sin Piedad, La Muy Fiel y Reconquistadora y Herencia Maldita, pero también Milicos y tupas es una denuncia muy fuerte contra la tortura. Publiqué las actas del Tribunal de Honor donde Gavazzo admitía haber desaparecido a Roberto Gomensoro, un documento que entre Tabaré Vázquez, Miguel Ángel Toma y Guido Manini Ríos habían ocultado por motivos que aún nadie sabe. Obtuve con un pedido de acceso a la información pública y publiqué en La Diaria un documento clave para aclarar el asesinato de Vladimir Roslik.
—¿Su nuevo libro Caraguatá: una tatucera, dos vidas puede leerse como una continuación de toda esa saga?
—Sí. Pero no es una continuación de Historias Tupamaras, como se planteó en una reseña en La Diaria. En Historias tupamaras yo discuto, en base a testimonios de exintegrantes, los grandes postulados de la historia oficial del MLN. En este libro no me interesó recorrer ese camino. Por el contrario, reconstruyo la vida de dos tupamaros importantes como Ismael Bassini, fundador del MLN, y de Enrique Osano, con sus claroscuros. Recojo sus puntos de vista sobre hechos importantes y graves. Y, en este libro, nunca discuto ni doy mi punto de vista. No juzgo. Todo el juicio lo dejo en manos del lector. Son dos libros muy distintos. En Caraguatá, además, dediqué mucho esfuerzo y espacio a investigar y contar cómo el Ejército mató al tupamaro Walter Sanzó, también en la misma tatucera. Fue una muerte que también pudo evitarse. Y se incluye un testimonio que yo entiendo muy relevante de un militar, el capitán Dyver Núñez, un oficial del Ejército que habla de la tortura y de qué ocurría cuando un militar se negaba a practicarla. Todo eso se ignora y se escatima. Ocurre que diciendo que es una continuación de Historias tupamaras se busca que el público de izquierda no lo lea. Ya estoy acostumbrado a ese tipo de mezquindades.
—El libro habla del asesinato de Pascasio Báez y de Walter Sanzó, del cual no se conocía mucho. ¿Qué le llamó la atención de ese episodio en particular?
—En mis trabajos anteriores varios entrevistados me habían hablado de Bassini, como un militante especialmente bueno, sensible, incluso ante sus enemigos. Y esa persona especialmente buena termina matando a Pascasio Báez. Ese dilema, ese misterio, siempre me había hecho querer entrevistarlo, llegar al fondo, entender qué paso. Cuando aceptó recibirme y empezamos a charlar me di cuenta de que su cosmovisión era interesante y excedía lo de Pascasio Báez. Leyendo sobre el Caraguatá, supe que el Ejército había matado a una persona, que era Sanzó. Descubrí que cuando lo mataron el tema llegó al Parlamento de la mano de Zelmar Michelini y Juan Pablo Terra en el 72. Advirtieron que estaban matando gente, que el Ejército actuaba sin control pero no pasaba nada. Me pareció una historia digna de ser investigada y contada, y no me defraudó.
-En el libro se cuenta la vida de Bassini, pero también de otro tupamaro: Enrique Osano.
-Cuando Bassini llegó al tema de Pascasio Báez me dijo que Osano había tenido un rol importante en ese desenlace trágico. Y decidí entonces ir a buscar su punto de vista. Resultó que su versión era distinta a la de Bassini. Entonces Caraguatá es la historia de Bassini, Osano, y de Pascasio Báez y Sanzó.

(...)

—¿Militares y tupamaros desterraron el terrorismo como opción?
—Pienso que hoy no es una opción para nadie. Pero el Ejército debería hacer un reconocimiento explícito de cosas que ocurrieron y que no ha hecho, como que se uso la tortura de manera generalizada. La Fuerza Aérea admitió que trajo un avión lleno de detenidos desde Buenos Aires, que están desaparecidos. Y ese sigue siendo el gran tabú: ¿hubo un ajusticiamiento masivo de esos detenidos? ¿Dónde están los cuerpos? Del lado de los tupamaros puede haber alguno suelto en la casa que piense que hay que volver a la lucha armada, pero hoy no es una alternativa. Mujica hoy es un demócrata convencido pero no ha sido explícito en asumir que se equivocó.
—¿Por qué?
—Yo he tratado de hablar de este tema con Mujica y no lo he conseguido. En la película de Kusturica él dice que todo lo que sufrió por estar preso en condiciones espantosas valió la pena y que lo hizo mejor persona. En Desayunos Informales le pregunté que aunque para él hubiera sido mejor, qué pasaba con la gente que lo seguió, la que fue víctima del MLN y para el Uruguay todo. La respuesta fue evasiva. Él sabe la respuesta y su accionar político lo demuestra, porque se alineó a la democracia, pero no lo explicita. Ocurre que la verdad va en contra del discurso que cree Kusturica y que cree el mundo. Es difícil ir contra eso, aunque le haría un gran favor al Uruguay si lo dijera con todas las letras.
—¿Qué lectura hace del reclamo de María Topolansky, que dijo que su hermana Lucía y su cuñado José Mujica no fueron “hasta el hueso” en la búsqueda de desaparecidos?
—Salvo algunas excepciones que han servido para ubicar algunos de los cuerpos que se han hallado, quienes tienen los datos de los enterramientos no los han compartido. Siguen guardando el secreto. Son sordos a las apelaciones a contribuir a sanar esta herida y llevarle paz a esas familias y al país. Eso ha dificultado la tarea a todos los presidentes que buscaron a los desaparecidos, desde Tabaré Vázquez hasta Lacalle Pou. Quizás Mujica tuvo un resorte adicional al cual apelar: los nexos establecidos entre el MLN-T y los Tenientes de Artigas. Quizás Topolansky cree que, con esa relación o con otros resortes, Mujica pudo haber hecho más. Pero es ella la que puede aclararlo.
—Hace dos meses protagonizó un fuerte cruce con Manini Ríos en Desayunos Informales cuando él lo acusó de haber puesto el tema de Gavazzo sobre la mesa en 2019 para opacar el surgimiento de Cabildo Abierto, ¿cómo le cae ese señalamiento?
—Manini tuvo la oportunidad en el Tribunal de Honor de Gavazzo de establecer que la tortura y que matar a un prisionero indefenso era condenable para el Ejército. Sin embargo fue por un camino de castigar a Gavazzo por una cosa infinitamente menos grave que es haber permitido que un militar estuviera preso por un asesinato que no había cometido. Gavazzo en el Tribunal de Honor dijo que él había tirado a Gomensoro en el río Negro, pero Manini no presentó el caso en la Justicia y después le llevó las actas a Tabaré Vázquez sin destacar esto, adosándole un documento de críticas a la justicia. Eso estuvo un año dando vueltas y ni Manini ni Vázquez ni Toma llevaron el caso a la Justicia ni lo hicieron público. Todo el paquete estaba escondido. Y a todos los que esperaban que eso quedara así para siempre les dio bronca que yo lo destapara. Desde que salió eso el semanario de Cabildo Abierto, La Mañana, y Manini en persona me han atacado de todas las maneras posibles. Todo lo que publiqué era verdad y merecía saberse. Nunca recibí tantas felicitaciones por una nota como el día que publiqué lo que decía en ese Tribunal de Honor: desde Pedro Bordaberry hasta Daniel Martínez, que entonces era el referente del Frente Amplio, me escribieron. Manini sigue sangrando por la herida, lo lamento por él. 

(...)

29.4.24

Los defensores del cura Antelo

Segunda entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.

Tras la publicación del reportaje de la revista Tres que evidenció la magnitud de la violencia y los abusos que habían padecido y padecían los integrantes de la Comunidad Jerusalén, se desató una batalla informativa.

Desde el grupo religioso y sus allegados se buscó desacreditar a los exintegrantes que habían dado testimonio de las situaciones de violencia que habían visto y padecido.

“Estoy convencido de que son calumnias, salvando la buena voluntad de los que las dicen, que tal vez creen que están diciendo la verdad”, había declarado el obispo emérito de Mercedes, Andrés Rubio, uno de los principales soportes de Antelo.

Y esa fue la tónica: acusar a los acusadores de mentirosos y calumniadores, una versión que encontró amplio espacio en muchos medios.

Una semana después del informe, en los diarios La Mañana y El País, se publicó una carta firmada por decenas de padres y madres de integrantes de la Comunidad que insistían en definir a las denuncias como “calumnias”. Todo era una “campaña difamatoria”, decían.

En los días siguientes, me dediqué a conseguir testimonios que reforzaran lo que ya estaba claro: la Comunidad Jerusalén se había transformado en una secta en la que su líder, el sacerdote Antelo, violentaba y abusaba sexualmente de muchos de los que eran captados.

Casi en todas las ediciones de la revista Tres desde enero hasta mayo, se publicaron novedades sobre el caso.

En la del 2 de marzo se reprodujo el testimonio completo de un exintegrante, recogido en la investigación interna que la Iglesia uruguaya había realizado sobre el grupo. El testimonio no se conocía porque la Iglesia nunca había hecho públicas aquellas actuaciones.

 

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

 

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo

Comunidad Jerusalén, Adolfo Antelo, Cura Antelo


Una semana después se publicó el testimonio de Eduardo Bello, que había estado en Jerusalén entre 1985 y 1993: “Estábamos en la casa que la comunidad tiene en San Leopoldo, Brasil, y Antelo me empezó a interrogar para que confesara que había hecho un pacto con el demonio para destruirlo a él y a la comunidad. Como eso nunca había ocurrido, empecé a inventar cosas. Como eso no lo convenció empezó a pegarme. Primero me pegó con las manos. Me partió el labio, todavía se ve la cicatriz. Cuando ya estaba en el suelo, empezó a darme patadas. Después siguió con un palo de escoba. En un momento levanté la mano para protegerme y me la quebró de un golpe”.

Bello conservaba las placas radiográficas que atestiguaban aquella fractura. Las publicamos en la revista.

En la edición del 29 de marzo, agregamos el testimonio de Solis Vidarte, un hombre que había trabajado como cocinero de la comunidad en 1993. Por primera vez un testigo que no había formado parte del grupo confirmaba la veracidad de las denuncias.

Vidarte había oído fuertes golpes, había visto jóvenes con la cara amorotanada  y “manchas de sangre en las paredes”.

“Ahí fui dejando de ir -recordó- porque creo que a nadie le gusta ver cosas anormales”.

El 27 de abril, Tres publicó el testimonio de Carlos Villar, un exintegrante que relataba como Antelo los había obligado a mentir en el juicio interno de la Iglesia. También había sido testigo de cómo para esa ocasión se limpiaron las manchas de sangre que regaban la sede de la avenida Suárez.

Villar también había sido golpeado. “Antelo se quebró las dos manos pegando. Casi siempre empezaba pegando piñas, ganchos de izquierda y de derecha. Por eso se quebró. Cuando ya le dolían las manos, pegaba con la pata ortopédica, con un palo de escoba, con un tronco de leña, lo que tuviera a mano”. También había presenciado como el sacerdote tocaba los órganos sexuales de los hombres del grupo para “sanarlos”.

Defensores de Antelo

Pero más allá de lo concluyente de los testimonios, Antelo seguía teniendo defensores.

El 12 de abril, El Observador publicó una carta de Rodolfo Katztenstein, ex secretario general de la Asociación Cristina de de Dirigentes de Empresa, en la que decía: “Me duele en el alma toda esta guerra contra el querido Padre Adolfo Antelo”.

“Me duele en el alma porque en estos momentos todo se ha borrado; parece de mal gusto recordar y evocar todo lo bueno que hizo en nuestro medio, en nuestra Iglesia, en el marco de una óptica distinta –y ese fue su pecado más grave- una óptica alegre, contagiosa".

El 17 de abril se publicó otra carta de padres de integrantes de la Comunidad. Decían que las acusaciones venían de “fuentes cuestionables” y que "ciertos medios" de prensa habían transformado rumores en verdades.

Dos días después, la Comunidad publicó un librillo para su propia defensa, con prólogo de Rubio, el obispo emérito de Mercedes.

El librillo incluía un artículo laudatorio sobre Jerusalén y Antelo firmado por el historiador y filósofo Alberto Methol Ferré.

El escrito era de diciembre de 1994, antes de la aparición del reportaje de la revista Tres, pero cuando las denuncias sobre la violencia y abusos de Antelo ya habían estallado en el seno de la Iglesia.

Methol explicaba así “la animadversión” que existía contra el grupo: “Hay una hostilidad profunda porque la consagración absoluta de hombres y mujeres a Dios es una realidad intolerable para la sociedad secularista. De tal modo, que todo es interpretado de modo perverso. Una interpretación perversa solo puede generar perversiones, actos hipócritas”.

Agregaba: “Durante un tiempo los miembros dela Comunidad eran, con el Padre Antelo, el rostro más visible de la Iglesia, por la Misa en televisión los domingos. Ningún cura era más visto en el pueblo uruguayo que Antelo. Adquiría entonces importancia para los sectores eclesiásticos enemigos y para los enemigos de la Iglesia ‘que Antelo muriera’”.

También desde las páginas de La República, el periodista Carlos Santiago fue otro defensor de Antelo. El 20 de marzo de 1996 definió lo que estaba ocurriendo como “una caza de brujas desembozada” favorecida por el supuesto silencio de los integrantes de la Comunidad que no se defendían ante la opinión pública.

“Con medias palabras, con acusaciones sin responsables que las avalen, con campañas periodísticas con objetivos poco claros, no es que se construye una sociedad plural”, decía Santiago.

Pero más sorprendente fue la posición que tomó el líder tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro desde las páginas de Mate Amargo, la publicación oficial del MLN-T.

El 15 de febrero de 1996, dos semanas después del reportaje de Tres, Fernández Huidobro publicó un extenso artículo denigrando a la revista y su trabajo periodístico. El título era “Carroñeros”.

Acostumbrado a hacer de la conspiración su método histórico de acción política, el líder tupamaro veía una rebuscada trama detrás del reportaje de Tres. Para Fernández Huidobro el artículo era al mismo tiempo una operación del Partido Colorado contra la Iglesia, una disputa por el poder eclesiástico entre blancos y colorados, y un lío interno de la Comunidad Salesiana. Se explayaba en dos largas páginas, pero no lograba explicar las razones ni los procedimientos del afiebrado complot.

En su nota, que nunca condenaba a Antelo, Fernández Huidobro se mofaba del periodista Emiliano Cotelo que había dado seguimiento a las denuncias de Tres en su programa En Perspectiva, en radio El Espectador: “CX 14 por obra de Emiliano quedó escorada y anda comprando quilos de vaselina”, escribía, elegante.

Fernández Huidobro se reía en varios pasajes de las denuncias de abusos sexuales. Escribía: “En este país hay culitos y culitos. Algunos más que otros. Y hay cuernos y cuernos. Lo que nadie admite es llevarlos de garrón a favor de un cura rengo”. Y también: "Si esto sigue así los orientales terminaremos discutiendo (...) un asunto que en realidad está fuera de discusión: si se fornicaba o no en la Comunidad Jerusalén. Asunto importantísimo. ¿Qué duda cabe?". La verborragia, sin embargo, se le terminaba cuando llegaba el momento de hablar de las denuncias de las víctimas de Antelo. Entonces Fernández Huidobro se limitaba a decir que ya las conocía y que analizarlas era “entrar en el juego de los fariseos”.

Mate Amargo continuó en sucesivas ediciones con su prédica conspirativa sobre el tema. El grado de delirio llegó a su máxima expresión cuando en un artículo publicado el 21 de marzo, el periodista Rolando W. Sasso sostuvo que equipos de inteligencia del gobierno habían robado de una caja fuerte de la Universidad Católica toda la información sobre la investigación interna que la Iglesia había hecho a la Comunidad Jerusalén. Y sugería que ese dossier había sido entregado a la revista Tres.

Mi trabajo de meses, llamando a decenas y decenas de personas, rastreando por todo el país a posibles víctimas dispuestas a hablar, había sido reducido por el tal Sasso a la entrega de un sobre por un espía. El refrán lo anticipó: cree el ladrón que todos son de su condición.

Para ese entonces, el caso ya estaba en la órbita de la Justicia. El categórico auto de procesamiento con prisión de Antelo, dictado por el juez José Balcaldi, terminaría por poner las cosas en su lugar.

16.12.23

Caraguatá. Una tatucera. Dos vidas.

El Caraguatá fue el mayor refugio subterráneo del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y su historia quedó signada por dos episodios trágicos. Allí fue asesinado por el MLN-T el peón rural Pascasio Báez. Y allí fue herido de muerte por el Ejército el integrante del MLN-T, Walter Sanzó. El libro reconstruye la historia del "Caragua" en base a documentos históricos y a los testimonios de protagonistas de estos y otros hechos allí ocurridos, y pone especial foco en ambos casos. Hay dos testimonios que sobresalen por sobre los demás: los de Ismael Bassini Campiglia y Enrique Osano Larrosa. Tanto es así que el subtítulo "Una tatucera. Dos vidas" puede entenderse como una alusión a las muertes de Pascasio Báez y Walter Sanzó, pero también a las vidas de Bassini y Osano. El libro es una historia del Caraguatá y al mismo tiempo es una biografía de estos dos militantes históricos del MLN que nunca antes habían hablado en público de estos temas.
Libro Caraguatá, de Leonardo Haberkorn

  Texto de la contratapa En Caraguatá. Una tatucera. Dos vidas, Leonardo Haberkorn presenta una rigurosa investigación periodística sobre los trágicos hechos ocurridos en el mayor de los refugios del MLN-T, la joya de la corona tupamara, el escondite subterráneo construido en la cabaña Spartacus, cerca de Pan de Azúcar. El libro ilumina como nunca antes dos casos funestos que ensombrecen la historia del Caraguatá. Uno de ellos es un episodio central en el periplo del MLN-T: el asesinato del peón rural Pascasio Ramón Báez Mena. El otro es un acontecimiento hoy casi olvidado: la muerte del tupamaro Walter Sanzó a manos de los militares durante el asalto a la tatucera. Dos de los tupamaros implicados directamente en estos eventos, Ismael Bassini y Enrique Osano, quienes hasta ahora habían guardado un silencio absoluto sobre lo que vivieron en la cabaña Spartacus, toman la palabra. Sus versiones contrapuestas se entretejen aquí con las voces de otros implicados —entre los que se cuentan varias fuentes militares— que Haberkorn ordena para elaborar un relato coral, tan lúcido e incisivo como revelador y necesario.

24.8.22

Mercader y el último golpe tupamaro

Antes de ser político, Antonio Mercader fue un muy buen periodista. Siendo joven llegó a estar al frente de la redacción del vespertino El Diario, en una época en que cada tarde se vendían 150.000 ejemplares o más, cifra utópica para la prensa uruguaya desde hace ya muchos años.

Mercader, que falleció en 2019, solía decir que el periodismo es una gran profesión para saber dejarla a tiempo.

Él presumía de haberlo hecho. Pronto abandonó la prensa y se dedicó a la publicidad. Luego pasó a la política. Pero en su libro póstumo editado en 2021, El último golpe tupamaro, “Manino” volvió a usar aquellas herramientas de su primer oficio, y lo hizo con una gran calidad y destreza.

El libro tiene como epígrafe una frase de Hannah Arendt: “Ninguna filosofía, análisis o aforismo, por profundo que sea, puede compararse en intensidad y riqueza de significado, con una historia bien narrada”.

Y eso es lo que Mercader logró con esta obra.

El último golpe tupamaro es un libro ágil y muy bien escrito, que se lee muy rápido. Claro, ordenado e inteligente, es un trabajo muy serio, pero con algunos toques de humor irónico que lo enriquecen. Es una obra muy útil como fuente de consulta ya que resume muy bien un hecho importante al que cada tanto vuelve el debate público: la tragedia del Filtro.

La culminación del relato son los violentos sucesos de la noche del 24 de agosto de 1994, cuando una multitud resistió la extradición a España de tres miembros del grupo terrorista vasco ETA, y el joven Fernando Morroni, de 24 años, murió baleado por la policía.

 

País tupper

 “El último golpe tupamaro” es un libro muy documentado. Mercader revisó la prensa uruguaya y la española, los libros ya publicados sobre el tema y los documentos fundamentales, incluyendo las sentencias de la justicia. Sumó alguna entrevista propia, la principal de ellas al hoy también fallecido Eleuterio Fernández Huidobro.

La fortaleza del trabajo no está en nuevas grandes revelaciones. Que el MLN hizo en el Filtro su último ensayo de lucha callejera, de asonada violenta, ya lo ha admitido Jorge Zabalza y lo han documentado académicos como Fito Garcé.

Lo que hizo Mercader en esta obra fue unir todos los puntos dispersos, darles una hilación y un sentido. Vincular lo ocurrido con los antecedentes, con las consecuencias, con el contexto uruguayo, español e internacional, para hacer que todo el episodio adquiera un sentido completo. Narrar la historia como pedía Hannah Arendt.

En el centro de la trama están la ETA y el MLN, la relación entre ambas organizaciones y cómo esas vinculaciones confluyeron en el Filtro. Aquel día de 1994, casi una década después de recuperada la democracia, los tupamaros todavía seguían sin renunciar del todo a la violencia como herramienta política.

Mercader buceó en los archivos de la prensa española para historiar las actividades de ETA en Uruguay, su nexo con el MLN y otras organizaciones. Al respecto el libro documenta mucho y al mismo tiempo deja la sensación de que todavía hay piezas que faltan.

Los etarras en Uruguay intercambiaban mensajes secretos con un código cifrado. En esos crípticos telegramas a Argentina le decían Asia; a Estados Unidos, Estocolmo; a Venezuela, Valencia. Siempre tomaban la primera letra de cada nombre para buscar la palabra alternativa. Sin embargo, a Uruguay, no se sabe por qué, le decían Tupperware. A partir de esa revelación, Mercader -con humor- pasa a llamar Tupperware a Uruguay, el país-tupper, la comarca cerrada donde la información que el mundo tiene por buena no cuenta. No asumimos los hechos a veces porque los desconocemos, y otras porque –a pesar de conocerlos- elegimos ignorarlos para no violentar la corrección política.

Los datos de la realidad indicaban que ETA no era ni nunca había sido la genuina representante del pueblo vasco. Que asesinaba sin piedad. Y que en España, un país con separación de poderes, los etarras tendrían un juicio justo. Pero la propaganda pro ETA de esos días machaba con todo lo contrario. Y en el país tupper algunos prefirieron hacerse los otarios.

Cuarenta y ocho parlamentarios de todos los partidos firmaron una solicitada que reclamaba el asilo político para los etarras. El senador blanco Alberto Zumarán hizo gestiones por ellos. Hugo Batalla fue a darles apoyo. Seregni y Tabaré Vázquez también.

Ante un episodio clave, la política oriental no supo discernir entre dictadura y democracia. España era una democracia, como lo es hoy, pero muchos políticos uruguayos actuaron como si no lo fuera. Igualaron la voz del Estado español con la de una organización terrorista.  

También la Universidad de la República se sumó a la confusión. El PIT CNT decretó con una huelga general por tiempo indeterminado. Se organizó una marcha que encabezó José D´Elía y que culminó en un acto en el que habló Juan José Bentancor.

No se me ocurren dos sindicalistas con mejores credenciales democráticas que D´Elía y Bentancor, un dirigente al que traté y siempre fue ejemplo de caballerosidad, mesura, tolerancia y pluralismo.

¿Cómo dos personas así pudieron involucrarse en un acto en favor de tres integrantes de un grupo terrorista que ya había asesinado a más de 700 personas?

 

El “otro” muerto

Aunque el foco del libro está puesto sobre el MLN, la policía es otro de sus temas. Aquella noche, ante la violencia organizada, las fuerzas de seguridad abrieron fuego sobre la multitud en forma indiscriminada. Las balas mataron a Morroni, pero pudieron haber matado a muchos más. El homicidio del muchacho permanece impune hasta hoy.

Mercader retrata en el libro a una policía atrasada y con una falta de preparación lindante con lo criminal. No tenía ni carros lanza agua ni munición no letal. Enfrentadas a la asonada, las fuerzas policiales reaccionaron como un malón, disparándole a quemarropa a la multitud.

El libro es también una denuncia sobre el Uruguay de hoy. Cuando Mercader lo terminó de escribir, durante la presidencia de José Mujica, ninguna editorial se animó a publicarlo. Eso dice mucho sobre el país en que vivimos.

Mujica formó parte del accionar planificado por el MLN en apoyo de los etarras, un ingrediente central del cóctel que terminó en tragedia.

Tengo dos historias personales sobre esa noche.

Los sucesos ocurrieron una noche de miércoles. Yo trabajaba en el semanario Búsqueda y ese era el día de cierre. Por eso, aunque ya hubiéramos terminado nuestro trabajo, los miércoles todos los periodistas debíamos permanecer en la redacción hasta la medianoche, cuando la edición entraba en la imprenta. Nos quedábamos llamando a nuestras fuentes, buscando alguna noticia de último momento.

Recuerdo muy claro cuando el cronista judicial regresó del Filtro y contó de los violentos incidentes. Lo habían enviado a cubrir la extradición de los vascos porque aquello era un procedimiento judicial: pedido por la justicia española y ordenado por la uruguaya, no por el gobierno de Uruguay.

A todos los que estábamos en la redacción nos encargaron alguna tarea vinculada a conseguir información sobre lo que había ocurrido. Se decía que había dos muertos, Morroni y Roberto Facal.

Me encomendaron ir al velorio de Facal. Se presumía que podía ocurrir allí algún incidente violento.

Llegué. No había manifestantes. Entré a la sala velatoria. Había poca gente, mucho silencio y un lógico ambiente de pesar. Me senté. Nadie hablaba. Un familiar se me acercó y me preguntó qué hacía allí. Le dije que era periodista. Me manifestó que esa muerte no tenía nada que ver con el Filtro y me pidió que por favor me retirara.

Años después entrevisté a otro allegado a Facal que me dijo lo mismo: su muerte, apuñalado, no tuvo que ver con la represión policial.

Mercader publica en su libro la sentencia judicial del caso Facal, en la que se condenó a dos personas ajenas a los episodios político-policiales.

Pero la insistencia en decir que hubo un segundo muerto persiste.

 

Las bases del PIT-CNT

El otro episodio personal tiene que ver con la huelga decretada por el PIT-CNT en favor de los vascos. Tras las primeras 24 horas de paro general se convocó a una Mesa Representativa. Se hizo en la sede de la federación del transporte. Yo era el cronista sindical de Búsqueda y ahí estuve. El clima era muy tenso. Se vetó la presencia de periodistas. Pero varias fuentes me contaron lo que ocurrió: muchos sindicalistas relataron que sus bases no entendían por qué el PIT-CNT estaba haciendo esa huelga a favor de tres etarras. Si el paro seguía, se corría el riesgo de que muchos trabajadores lo desacataran. Se votó darlo por concluido.  

A propósito del libro de Mercader, Martín Aguirre escribió en El País que los episodios del Filtro demuestran que “la grieta” en 1994 era mayor que ahora.

Creo que no. La mayoría de la gente, incluyendo a miles de trabajadores afiliados al PIT-CNT, no querían hacer un paro por ETA. Nadie lo entendía. Pero la política había sido ganada por un microclima ajeno a la realidad.

Más allá de la asonada del MLN y su apoyo a la ETA, ese es el gran tema del libro: cómo una eficaz mezcla de desinformación y propaganda, mucha manija bien atizada con sentimientos de justicia y defensa del más débil, puede llevar a un país por caminos insospechados y trágicos.

También pesó el silencio de todos los que callaron para no llevarle la contra a los abanderados de la corrección política.

Mercader cita una frase autocrítica del exdiputado y ministro socialista José Díaz: “Todos los que, como en mi caso, no participamos de las manifestaciones, tenemos nuestra cuota parte de culpa por no habernos explicado con más contundencia y (no) haber generado ámbitos de debate sobre el tema de fondo que consiste en señalar que la causa de los etarras no es la del pueblo vasco”.

Salvando las distancias, hoy pasa algo parecido con los anti vacunas: desinformación, manija, apelaciones a dictaduras que no son tales, líderes de grupos minoritarios azuzando las aguas y mandando a otra gente al muere. Mañana, ¿cuál será el tema?

En ese sentido, el libro de Mercader deja una sensación de angustia. Somos manipulables y también lo son nuestros líderes. Pasó y puede volver a pasar.

La verdad, el debate, la información, el no callarse por miedo a la reacción de la propia tribu, son los mejores antídotos.

 

Nota publicada en diario El Este, 13 de noviembre de 2021 


MLN ETA FILTRO
Tapa del libro


13.3.22

Jorge Vázquez: elogio de un pacto de silencio

 ¿Eduardo Bonomi mató al inspector Rodolfo Leoncino en 1972?

La discusión volvió con fuerza ante la muerte del exministro, en un escenario cada vez más polarizado respecto al “pasado reciente”.

En grupos de WhatsApp de militares y de derecha circuló una foto de Bonomi con una imaginaria frase de Leoncino: “Después de 50 años y 25 días te espero, pero de frente no por la espalda”.

Leoncino era el jefe de seguridad del Penal de Punta Carretas. Fue asesinado el 27 de enero de 1972 por un comando tupamaro, en Maroñas, mientras esperaba el ómnibus para ir a trabajar. Tenía 50 años.

Las versiones de por qué el MLN decidió asesinarlo son varias. Oficialmente, la guerrilla señaló que Leoncino fue “ajusticiado” por maltratar a presos tupamaros. Samuel Blixen, en su libro Sendic, lo define como “un vigilante sanguinario que gozaba con las golpizas”. Jorge Zabalza, en Cero a la izquierda de Federico Leicht, sostiene que Leoncino impidió que un compañero recibiera asistencia médica, lo que habría derivado en su fallecimiento. En ese libro, Zabalza dice haber tomado la decisión de matar a Leoncino junto con José Mujica y Efraín Martínez Platero.

El guerrillero Alejandro Pereira Mena, en cambio, dio otra versión: Leoncino no había aceptado los sobornos que el MLN repartía a otros policías para que hicieran la vista gorda ante los preparativos de la fuga de Punta Carretas. En el libro Historias tupamaras Luis Nieto cuenta que tras haber matado a Leoncino el MLN se adueñó de esa cárcel por el terror que ganó al resto de los policías. Zabalza también declaró algo similar al respecto.

Bonomi fue acusado de integrar el comando que mató a Leoncino y de haber disparado la ráfaga mortal.

En 2009 el entonces senador Luis Alberto Heber, hoy ministro del Interior, lo dijo en una entrevista en el semanario La Democracia:

 “El candidato del Frente ha designado como futuro ministro del Interior nada más ni nada menos que al senador Bonomi, quien asesinó por la espalda en una parada de ómnibus a un policía, el Jefe de la Cárcel de Punta Carretas”.

Entrevistado por Emiliano Cotelo en radio El Espectador, Bonomi respondió que las cosas no habían sido así. “Fui procesado por algo parecido, para nada igual a lo que dice el senador Heber”, declaró. Dijo que todo se basó en declaraciones extraídas bajo tortura a otros integrantes del MLN y que él las terminó aceptando, también bajo tortura. Asumió su “responsabilidad política” por las acciones realizadas por el grupo guerrillero, pero agregó que eso “no significa ser materialmente responsable”.

Sin embargo, años después el asunto volvió. En 2018 el periodista Sergio Israel, en su libro Tabaré Vázquez, compañero del poder, cuenta que al asumir su primera presidencia Vázquez quería designar a Bonomi como ministro del Interior, pero que no lo hizo porque había matado a un policía.

Dice el libro: “Otra idea que tuvo que ser cambiada a último momento fue la designación de Eduardo Bonomi en Interior. El Bicho advirtió a Vázquez que había sido acusado de la muerte de dos policías durante su militancia en el MLN-Tupamaros antes de la dictadura y que en uno de los casos era verdad. Fue entonces que Vázquez decidió que (José) Díaz, que iba a ser ministro de Trabajo, se ocupara de Interior y Bonomi pasara a lidiar con empresarios y trabajadores…”.

Bonomi recién sería designado en Interior en 2010, cuando José Mujica llegó a la presidencia.

Basado en lo relatado por Israel, en el programa televisivo Séptimo Día, en 2019, le pregunté a Bonomi si se arrepentía de haber matado a un policía.

Respondió que no podía arrepentirse de algo que no había hecho. Le cité el libro de Israel y respondió que el periodista se había equivocado.

Días atrás, tras la muerte de Bonomi y con este tema escalando temperatura en las redes sociales, el colega Nicolás Delgado entrevistó para Montevideo portal a Jorge Vázquez, exviceministro del Interior, cercanísimo colaborador de Bonomi y hermano del fallecido presidente Vázquez. Delgado le preguntó a Vázquez por este tema y el relato de Sergio Israel.

La respuesta de Jorge Vázquez resultó reveladora. Dijo:

 “Yo fui el que hizo el acuerdo con Bonomi. Lo hicimos en la sede del MLN en la calle Tristán Narvaja. Estaban ‘El Bicho’ y varios compañeros más de la dirección. Tabaré quería que ‘El Bicho’ fuera ministro del Interior y hace la propuesta. Y ‘El Bicho’ pide una reunión y Tabaré me manda a mí. Lo que se me dice a mí, y yo no miento, es: ‘Tabaré quiere a El Bicho como ministro del Interior, y El Bicho está acusado de tal cosa y no es una buena señal que con esa acusación él vaya a un ministerio donde puede generar muchas rispideces’. Y esto le transmití a Tabaré. Él dijo: ‘Bueno, corremos el riesgo igual’, porque estaba convencido que Bonomi podía ser un buen ministro del Interior. Pero frente a la situación de que la propia dirección dijo que podía generar rispideces, mejor era ponerlo en otro lado y evitarnos un problema. Tabaré lo entendió así y lo nombró ministro de Trabajo.  Y le fue muy bien”.

Vázquez agregó que las acusaciones contra Bonomi nunca cesaron, pero él nunca le preguntó sobre el tema.

“En mi relación personal con Bonomi, él nunca me dijo qué era lo que había hecho. Lo que sí me dijo es que lo que ha dicho en otras instancias: ‘Yo asumo políticamente la responsabilidad de todas las acciones que hizo el MLN’.  Si lo acusaban y fue cierto o no, no sé. Lo que sé es que en la tortura a veces es más fácil decir ‘fui yo’ que acusar a un compañero.  Y a veces el torturador se queda con la tranquilidad de que descubrió quién fue que cometió el delito y no le interesa indagar más”.

Es muy cierto lo que señala Vázquez: los militares “investigaron” torturando. Ese uso sistemático de la tortura y la falta de garantías de la justicia militar, terminaron por invalidar -en los hechos- todas sus conclusiones y sus condenas. No hay garantías ni certezas de que los condenados por los crímenes tupamaros hayan sido los verdaderos responsables. Muchos fueron presos muchos años por esos delitos, pero ¿fueron ellos?

Mediante la tortura los militares enviaron a la cárcel a miles. Mediante la tortura lograron que todos, incluyendo a los verdaderos culpables, se volvieran inocentes para siempre. Es una paradoja sobre la cual no he oído reflexionar a los grupos que hoy defienden a los militares presos por crímenes de la dictadura.

Por eso mismo y volviendo a Leoncino, no hay certeza de que su matador haya sido Bonomi. Pero lo que sí es seguro, es que el MLN lo asesinó, lo mismo que a decenas de otras personas.

Eduardo Bonomi, Rodolfo Leoncino, tupamaros

¿Nunca le preguntó a Bonomi qué pasó? – le preguntó el periodista Delgado a Jorge Vázquez en la reciente entrevista.

“Jamás, porque hay una especie de regla de oro entre los que estuvimos presos y es que nunca nos preguntamos qué hicimos. Hay un respeto por el compañero. Hay un respeto por el compañero que pasó por la tortura y dijo lo que dijo y no dijo lo que no dijo y aguantó lo que aguantó y no aguantó lo que no aguantó. Ahí pasamos todos por la tortura. Entonces, lo que yo no dije en la tortura no se lo voy a decir a nadie, y lo que dije en la tortura, tampoco”.

Y agregó, por si no hubiera quedado claro el concepto:

“A pesar de que muchos delitos ya prescribieron y que ahora podríamos abrirnos y decir ‘yo sé que fulano hizo tal cosa’, hay un código de oro, que no lo implantó nadie, lo implantamos nosotros por la convivencia de 13 años de cárcel, tortura, apremio físico, psicológico, etcétera, que lleva a que hay cosas que nosotros no nos contamos”.

En su respuesta, Vázquez parece no percatarse de que está describiendo con orgullo un código de silencio que se parece muchísimo al que han esgrimido los militares para justificar su falta de aportes a la verdad histórica.

Es claro que el terrorismo de Estado es más grave que los atropellos de una organización armada privada. Pero eso no rebaja la gravedad de muchos crímenes que cometieron el MLN y otros grupos menores, incluyendo la ejecución de gente inocente y prisioneros inermes.

Los responsables de esos homicidios siguen guardando silencio, por las razones que Vázquez esgrime. La tortura militar los volvió inocentes y ellos no hacen nada para despejar las dudas. Que haya familias sufriendo, a las que nadie les explicó, con las que nadie se disculpó, ni les contó exactamente qué pasó, no parece tener importancia.

Así como indigna que los militares que tienen información sobre los desaparecidos no comprendan de una vez que la guerra interna terminó, ¿no cree Jorge Vázquez que ya terminó también el tiempo de los calabozos y la tortura? ¿No piensa que el país hoy no necesita silencio, sino verdad para sanar las heridas? ¿No asume que el dolor que provoca un asesinato es idéntico para cualquier familia?

En la entrevista Vázquez condenó, con toda razón, a los militares que no dan datos para ubicar a los desaparecidos, la mayor herida de todas. Y luego propuso un modo de superarlo: “¿Sabés cómo? Que entre la gente que participó en esas cosas o que estuvo en esos años -porque hubo mucho personal de tropa que participó, yo sé de cabos, de sargentos que participaron en la tortura, que estaban a cargo de los calabozos, a cargo de los presos, te llevaban al cuarto de tortura, te esposaban, te ataban, te tiraban en un colchón, llamaban al médico… eso lo hacía personal de tropa-, si todos aportan un poquito de algo, es muy probable que se reconstruya una verdad. Lo que pasa es que nadie quiere aportar un poquito de nada”.

Y de vuelta el asombro.

Porque Vázquez quiere que ese aporte de verdad lo pongan otros, mientras él admite, promueve y pregona un pacto de silencio casi idéntico en motivos y sustancia al que critica y propone levantar.

Es muy difícil que la verdad avance así.

El caso Leoncino, con todos sus eufemismos y opacidades, es un buen ejemplo.

3.6.16

Gavazzo. Sin Piedad: reseñas, críticas y entrevistas

Después de más de dos años de trabajo, se presentó el libro Gavazzo. Sin piedad. La presentación fue radial, realizada en el programa No toquen nada, con el periodista Joel Rosenberg, el historiador José Rilla y el politólogo Daniel Chasquetti. Lo dicho fue resumido en esta nota del portal 180.

Crítica y reseñas

Crítica en La Diaria.

Crítica en el semanario Brecha: (compartida con autorización). 

Reseña en El País.

Opinión de los lectores:


 

Entrevistas a propósito del libro:

Con Edmundo y Estefanía Canalda en 2030, en radio El Espectador.

Con Nicolás Lussich, en radio Carve.

Con Efraín Chury Iribarne, en radio Centenario.

Con Álvaro Carballo, en Televisión Nacional

Con Aldo Silva en Fuentes confiables, radio Universal

Aldo Silva, Haberkorn, Gavazzo. Gavazzo sin piedad
Foto: radio Universal












Con Daniel Figares y Pablo Alfano en Rompkbezas, de radio El Espectador.

Con Elio García Clavijo, en Carmelo Portal.

Con María Inés Obaldía, en La Mañana en Casa, en Canal 10.

Con Christian Font, Soledad Ortega y Federico Paz, en Buen día Uruguay, Canal 4.
.
Contratapa escrita por el periodista Jaime Clara:

Gavazzo, libro de Haberkorn, Jaime Clara

10.10.15

Corrección a Jorge Zabalza

Jorge Zabalza fue entrevistado por el periodista Gerardo Tagliaferro, en su ya tradicional espacio en Montevideo.com llamado "Las 40". Allí el periodista le hace 40 preguntas a su entrevistado y en este caso la pregunta 18 fue:
-En el marco de la llamada "tregua" del año 72 estuvieron los trabajos conjuntos de militares y tupamaros en el Florida contra los "ilícitos económicos", por los cuales se llegó a detener gente. ¿Tenés constancia de que tupamaros hayan participado en torturas a detenidos por este motivo?
Zabalza respondió:
-No tengo testimonio directo de eso. Hubo gente que participó en el levantamiento y análisis de las declaraciones. Eso sí lo tengo claro. El que dice eso es el coronel Agosto (en el libro Milicos y tupas, de Leonardo Haberkorn). No he oído a ninguno de los compañeros que estuvo detenido en esos lugares -que fueron el Batallón Florida, el cuartel de La Paloma, el 9.º de Caballería y el Ingenieros I- hablar de que hayan participado en la tortura.
Milicos y tupas, de Leonardo HaberkornLa respuesta de Zabalza es equivocada, lo que dice no es cierto, y eso me obliga a escribir esta aclaración.
Milicos y tupas no fue escrito para denunciar que hubo tupamaros torturadores, que los hubo.
El libro ha tenido lectores atentos y críticos que han captado bien su espíritu general. Invito a los que tengan curiosidad a leer aquí las críticas de Guillermo Zapiola en El País y de Salvador Neves en Brecha, por ejemplo. O la presentación que hizo del libro el historiador Gerardo Caetano.
Pero el tema de los tupamaros torturados-torturadores vuelve una y otra vez.
Y entonces Zabalza dice lo que dice. Y lo que dice no es verdad.
Lo que el hoy coronel retirado Luis Agosto, que en 1972 era capitán, afirma en el libro respecto a la colaboración de tupamaros a la hora de interrogar a los detenidos por supuestos "ilícitos económicos" está en la página 156 del libro.


Cito en forma textual:
"Según el coronel Agosto varios tupamaros ayudaron en la tarea de teatralizar la tortura:
-Los tupas se prestaban para estar en celdas cercanas y gritar en esos momentos. Desde la pieza de al lado a la que usábamos para interrogar a los ilícitos, los tupas gritaban: '¡No, no me mates!, ¡no me mates!', y los tipos se asustaban y declaraban sin que les hiciéramos nada. Los tupas gritaban y los tipos se cagaban y pedían para confesar".
Es decir, lo que Agosto recordó en el libro es que hubo tupamaros que colaboraron para interrogar a los supuestos delincuentes económicos, pero él no dijo que hayan torturado junto con los militares.
Los que sí dijeron eso, y no puedo entender cómo Zabalza lo olvidó, fueron otros tupamaros, asqueados por los recuerdos de aquella situación.
En Milicos y tupas se recoge el testimonio del contador Carlos Koncke, preso en aquel entonces por tupamaro. Su testimonio está en la página 157:

"A mí los militares quisieron llevarme a interrogar, pero yo les dije que de ninguna manera, que eso era cosa de ellos. Pero recuerdo a un tupa que sí aceptó interrogar a los ilícitos, y fue. Yo lo vi. ¡Lo vi yo mismo! Era un tipo muy especial, un verdadero rico tipo. Y cuando volvió se ufanaba: '¡Yo le metí la cabeza en el tacho, sí!'. Estaba orgulloso de lo que había hecho".

También en el libro se incluye el testimonio de una tupamara que no quiso presentarse con su nombre verdadero, el único caso en el libro. Yo acepté su anonimato porque conozco los problemas que le sobrevendrían si se presentara en público con su nombre, Ojalá se hubiera atrevido a hacerlo, pero no se animó.
La llamé "Mónica" en el libro y su testimonio coincide con el de Koncke. Sus dichos refieren al trato que recibió en el cuartel de La Paloma el contador León Buka, uno de los detenidos durante la tregua entre militares y tupamaros.
El testimonio de "Mónica" está en la página 158:

"Buka fue torturado por gente del MLN. La idea era mostrarle al resto de los compañeros que la cosa iba en serio, que eso era una nueva revolución que se estaba llevando adelante. 'A estos hijos de puta les va a pasar esto de ahora en más'. Ese era el mensaje. Cuando lo devolvían de la tortura, una compañera que sacaba medicamentos de la enfermería le daba analgésicos y Valiums a Buka. '¿Qué estás haciendo?', le decían. 'Estoy ayudando a un pobre tipo' -respondía ella; la tortura nunca es admisible'".

En Milicos y tupas se recoge también el testimonio del tupamaro Pedro Montero, incluido en el libro Ecos revolucionarios (2003), de Rodrigo Vescovi.
Montero coincide con Koncke y con Mónica.
La cita está en la página 158 de Milicos y tupas. Le dijo Montero a Vescovi:

"Después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la tortura. Recuerdo que dentro del batallón Artillería 2 viví la tortura de civiles de derecha y a eso me opuse. El contador de Peirano fue defenido por mí dentro de Artillería 2 (...) Y lo que no puede ser es que hubiese compañeros nuestros haciendo, digamos, de soporte asistencial a los torturadores y preguntando. Y eso para mí, que me disculpen, no lo paso ni lo dejo pasar, lo denuncio. (...) Era infame".

Espero que la memoria de Zabalza se haya refrescado.
No es el coronel Agosto quien dice en mi libro que hubo tupamaros torturadores.
Son otros tupamaros quienes lo cuentan.

15.9.15

Cuando tupamaros torturaron con militares

Milicos y tupas, tregua, ejército, MLNEn Milicos y tupas cuento la vida de dos tupamaros y un militar que coincidieron en 1972 en Artillería N°1, el cuartel conocido como "La Paloma".
Esa fue una de las unidades donde prendió fuerte la tregua alcanzada entre el Ejército y el Movimiento de Liberación-Tupamaros, que en aquel año trabajaron juntos, se prepararon para un eventual gobierno que los tendría como aliados y emprendieron una campaña de captura de supuestos delincuentes económicos, los famosos "ilícitos".
Los tupamaros que en el cuartel de Artillería N°1 trabajaron codo a codo con los militares lo hicieron siguiendo una orden de la dirección tupamara. Como en todos los puntos que trata el libro, hay testimonios con nombre y apellido que lo relatan.
Es una historia incómoda, que a ninguna de las dos partes le gusta reconocer. Pero que es tan sorprendente como verdadera.

Cuando los supuestos delincuentes económicos comenzaron a llegar al cuartel fueron interrogados con los mismos métodos que se habían empleado contra los tupamaros. Fueron torturados. Se les aplicó el "submarino", un tormento que consiste en sumergir la cabeza al interrogado en un tanque de agua hasta que siente que se ahoga.
En la aplicación del submarino a los supuestos delincuentes económicos participaron algunos tupamaros detenidos. Hay testimonios con nombres y apellidos en Milicos y tupas. Gente que lo vio con sus propios ojos.
La denuncia de que tupamaros torturaron junto con los militares ya la había hecho antes otro tupamaro, Juan Pedro Montero en el libro Ecos Revolucionarios (2003), escrito por Rodrigo Vescovi.
"Después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la tortura", dice en ese libro Montero, que estuvo preso en otra unidad militar.
Montero cuenta que se indignó y denunció la situación. Luego de la publicación de Milicos y tupas, agregó que los tupamaros que él vio torturar donde él estuvo preso fueron "menos de cinco".
En el libro de Vescovi también el hoy ministro de Defensa y líder histórico tupamaro, Eleuterio Fernández Huidobro, cuenta como él mismo presenció una sesión de tortura a la que fue sometido un "ilícito". "Nosotros -relata- vimos torturar horriblemente al contador de varias empresas".
Vale la pena recordar todo a raíz de la polémica generada por el procesamiento de Amodio Pérez.

 



21.5.12

Cuatro testimonios sobre los cuatro soldados

Dediqué varias páginas del libro Milicos y tupas al atentado del MLN-T que le costó la vida a cuatro soldados el 18 de mayo de 1972.
Lo hice porque uno de sus protagonistas, el hoy coronel retirado Luis Agosto, cuenta en el libro que él había mirado con simpatía al MLN hasta ese día, y que lo mismo le había pasado a muchos de sus camaradas de armas. Por eso, si el episodio había enterrado en forma definitiva las pretendidas esperanzas tupamaras de captar para su causa a una parte de las Fuerzas Armadas, me pareció importante llegar al fondo de la verdad de cómo habían muerto los cuatro soldados: Saúl Correa, Ramón Ferreira y Osiris y Gaudencio Núñez.
Me costó, pero logré entrevistar a un protagonista del atentado y a tres testigos directos. Nada de fuentes anónimas: los cuatro dieron la cara y hablaron con nombre y apellido.
Todos coincidieron: no hubo ningún enfrentamiento ese día. Lo que hubo fue un vulgar asesinato: los soldados estaban adentro de un jeep tomando mate y fueron acribillados por un comando tupamaro.
Uno de los testigos es el hoy coronel retirado Washington Bertrand, que vivía a poco más de media cuadra de lugar del atentado, y apenas escuchó los disparos bajó corriendo con su ropa de cama y un arma de fuego para intentar repeler el ataque.
Los otros dos testigos son aún más directos. Gerardo Ruiz vivía en la calle Abacú, enfrente mismo a la casa del comandante del Ejército, general Florencio Gravina, que los cuatro soldados custodiaban. Su padre vio pasar la camioneta del MLN y ametrallar el jeep. Gerardo estaba en el baño, el estruendo de la balacera lo hizo tirarse al suelo. Luego, inmediatamente, salió a la calle.
La otra testigo es todavía más directa. La señora María Santo, que vivía en la casa contigua al comandante del Ejército, estaba en la vereda cuando la camioneta del MLN pasó por allí. Ella vio con sus propios ojos asomar los caños de las ametralladoras, y su propia casa recibió decenas de impactos de bala. Algunas de las huellas de esos impactos todavía eran visibles cuando yo visité la casa.
El protagonista que accedió a hablar del episodio es el hoy director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano, viceministro de Educación y Cultura en el gobierno del primer presidente frenteamplista Tabaré Vázquez,
Liscano preparó y llevó las armas con las que se realizó el atentado. En una entrevista que le hizo La Diaria declaró: "Cuento cosas en el libro de Haberkorn que el 99% de los tupamaros no sabían o no querían saber. Porque yo sé cómo fueron, y creo que debo tener una actitud de lealtad con la verdad".
¿Qué es lo que cuenta Liscano en Milicos y tupas?
Lo mismo que vieron o escucharon los tres testigos directos entrevistados.
Dice Liscano en el libro:
Tupamaros, Ejército, 18 de mayo de 1972
Saúl Correa
"Había un milico en el balcón y le iban a dar al milico. Pero como el auto se demoró, llegaron casi una hora tarde. Y a esa hora los milicos estaban en el jeep tomando mate. El MLN tiene otra versión y desmiente que estuvieran tomando mate. Pero es cierto. Estaban tomando mate. Los milicos estaban tomando mate adentro de jeep. Entonces cuando llegaron y vieron esa situación dijeron ¿y ahora qué hacemos? Y el jefe del operativo dijo: dale. Y les dieron. Y el del balcón apenas tiró un tiro al aire. No hubo enfrentamiento. No hubo nada".
Una coincidencia exacta con los testigos. Y por otra parte: ¿por qué mentirían los vecinos? Alguien podría dudar de Bertrand por ser militar. Pero ¿y los otros dos? ¿Por qué mentiría una anciana vecina como la señora Santo? ¿Y Ruiz? 
Todo esto está en el capítulo 6 de Milicos y tupas, entre las páginas 79 y 94, donde hay más información y detalles y el jefe tupamaro Henry Engler explica por qué se decidió esta operación. 
Tal parece que el periodista Roger Rodríguez, a quien valoro y aprecio mucho, y que tanto ha hecho en la búsqueda de información sobre los horrores ocurridos en la dictadura, no lo leyó. En la nota que escribe en el último número de la revista Caras y Caretas dice que el caso es polémico y que hay dos versiones: una del Ejército y otra tupamara. Ni una mención a los testimonios de Liscano, Betrand, Santo y Ruiz.
Y más ignora a estos testigos un artículo publicado en la última edición del semanario Brecha. Allí el periodista Samuel Blixen escribe que los cuatro soldados "murieron en un combate con tupamaros".
Blixen, que integró el MLN, suscribe así la versión tradicional de la guerrilla, muchas veces repetida y que también sostiene que la famosa y dramática foto de los cuatro solados fue preparada por los militares.
El problema es que hoy entre la versión tradicional tupamara y la realidad se interponen cuatro personas llamadas Bertrand, Santo, Ruiz y Liscano.
Milicos y tupas - 18 de mayo de 1972 - atentado jeep cuatro soldados¿Piensa Blixen que yo inventé sus testimonios? ¿Piensa que los cuatro entrevistados mienten? ¿Y por qué lo harían? ¿Por qué mentiría la señora Santo? ¿Y Ruiz, que es tan o más izquierdista que el propio Blixen? ¿Y Liscano? El escritor comprometido, preso, torturado, funcionario leal del primer y del segundo gobierno del Frente Amplio, ¿también miente? ¿O quizás piensa Blixen que los cuatro testigos no mienten, pero se equivocan? Pero, ¿cómo podrían equivocarse si estaban allí cuando todo ocurrió?


14.5.11

Gerardo Caetano: "Milicos y tupas" rompe los pactos de silencio

Milicos y tupas fue presentado por el historiador y politólogo Gerardo Caetano el miércoles 11 en el programa radial No toquen nada, de Océano FM.
En diálogo con el periodista Joel Rosenberg y el propio autor del libro, Caetano destacó el aporte de Milicos y tupas al conocimiento de nuestro pasado reciente:
Gerardo Caetano - Milicos y tupas
“Esta es una virtud del libro: Leonardo recoge testimonios, pero testimonios de actores que por lo general no hablan, no dan testimonio. Hay pactos de silencio respecto a acontecimientos absolutamente claves que no involucran solo a los 'combatientes', con grandes comillas, sino que involucraron a la sociedad toda. Pero, sin embargo, los 'combatientes' no hablan. Este pacto de silencio, al menos parcialmente, es roto por alguno de los protagonistas. Y esto es importante. Es muy importante”.
En ese mismo sentido, Caetano destacó que muchos de quienes dieron su testimonio en el libro "lo hacen con los ojos bien abiertos y sabiendo que sus dichos van a ser objeto de condenas".
"La sociedad uruguaya necesita muchas cosas, y una de ellas es verdad. Verdad radical", señaló el historiador y politólogo. 
Gerardo Caetano, Milicos y tupasCaetano listó algunos de los temas de los cuales se ocupa Milicos y tupas: "el asesinato de Arteche, la tragedia terrible del 18 de mayo con el vil asesinato de los cuatro soldados, la tortura, la inadmisibilidad de la tortura". Y señaló que en estos tópicos "Leonardo interpela bien, como debe interpelar un ciudadano. Acá el periodista habla en nombre del ciudadano".
Además, "el libro -continuó el historiador- contribuye a derrumbar la teoría de los dos demonios, que es una teoría absolutamente infértil, una teoría muy cómoda para muchos que tienen muchas responsabilidades, y es una teoría falsa". 



Entrevistas, reseñas y comentarios a propósito de Milicos y tupas.

16.8.09

Hilaria Quirino, Fernández Huidobro, Gustavo Zerbino y la bomba en el bowling

En mi libro Historias tupamaras menciono el trágico atentado con bombas contra el bowling de Carrasco, realizado por el MLN el 29 de setiembre de 1970.
Aquella violenta acción fue las más trágica del “Cacao”, un plan llevado adelante con el propósito de aterrorizar a la “burguesía” uruguaya.
Nada en el bowling salió como se había pensado, y dos de los integrantes del comando tupamaro que atentó contra el local murieron sepultados por los escombros del bowling derruido.
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A raíz de aquel fracaso, la dirección del MLN decidió que en adelante sus bombas tendrían un mecanismo de retardo: así quienes las colocaran tendrían tiempo para escapar. La tarea de hacer esos artefactos le fue ordenada a un joven que hasta ese momento solo sabía fabricar equipos de audio. Ese joven era Juan José Cabezas y cumplió con su misión hasta que una bomba le explotó en sus manos, mutilándolo y dejándolo casi ciego. Cabezas cuenta su historia en el libro.
Basándome en múltiples fuentes documentales y testimonios, escribí en Historias tupamaras que en el atentado al bowling también murió Hilaria Ibarra, la cuidadora del local. El dato está consignado en libros y numerosos artículos de prensa.
Sin embargo, el 27 de febrero en el diario La República y polemizando con el diputado Daniel García Pintos, el senador Eleuterio Fernández Huidobro declaró que la cuidadora del bowling no murió en aquel atentado. Sostuvo que los militares incluyeron ese dato erróneo en su libro La subversión y otros lo tomaron de allí:
“Yo me preocupé de averiguar eso, se llamaba Hilaria, su segundo apellido era Ibarra y fue lo que yo pude averiguar, quedó herida en esa operación, estuvo internada en el Hospital Militar, cuando salió obtuvo un empleo público y murió hace cinco años en el Museo Pedagógico donde se desempeñaba como portera”.
La declaración de Fernández Huidobro pasó desapercibida entre las noticias de actualidad. Sin embargo, decidí intentar desentrañar el misterio. ¿Había muerto o no la cuidadora del bowling?
Visité el Museo Pedagógico, pero ningún funcionario recordaba a una empleada llamada Hilaria. Hablé con una persona que ya lleva seis años en el museo: nunca había oído hablar de una sobreviviente del atentado del bowling.
Los funcionarios del Museo Pedagógico me sugirieron que averiguara en una oficina administrativa de Primaria, de la cual ellos dependen. Allí me atendió un hombre amable que me contó que su carrera funcional se había visto frenada durante la dictadura. No recordaba a ninguna Hilaria, pero me anunció que hablaría con un compañero jubilado que sin dudas la recordaría. “Lo felicito por ocuparse de estos temas”, me dijo, me estrechó la mano y prometió llamar cuando supiera algo. Nunca llamó.
Decidí revisar los diarios de la época en busca de una pista que permitiera avanzar en la resolución del misterio.
Lo primero que descubrí fue que la cuidadora no se llamaba Hilaria Ibarra. El diario El País la llamaba así en una de sus crónicas, pero en otras la llamaba Hilaria Quirino, y éste último era su verdadero nombre. Tenía 48 años cuando explotó la bomba, decía el diario. No había muerto en la explosión, pero había resultado herida de gravedad. El diario añadía un detalle sorprendente: quien había rescatado a la pobre mujer de debajo de los escombros había sido un joven llamado Gustavo Zerbino. ¿Era el mismo muchacho que pocos años después sería uno de los héroes de la tragedia de los Andes?
Durante cuatro días, El País informó sobre la evolución del estado de salud de Hilaria Quirino, aunque cada vez dedicándole un espacio menor. Fue operada varias veces. Los médicos confiaban en que pudiera sobrevivir. Pero luego otras noticias, otras "operaciones" tupamaras, hicieron que la cuidadora del bowling desapareciera de las páginas del diario. Revisé las ediciones de los siguientes dos meses. No había una sola palabra más sobre Hilaria. ¿Había sobrevivido? ¿Había muerto en el hospital?
Necesitaba encontrar a alguien que la hubiera conocido. Sabiendo ahora su nombre verdadero la misión fue más sencilla. Al fin di con la hija y el yerno de la finada cuidadora del bowling.
Supe que Hilaria Quirino sufrió heridas terribles cuando explotó la bomba. “Quedó toda abierta”, me dijo su yerno David Walter Cohen. “Pasó ocho meses internada en el hospital Militar. Nunca se recuperó ni física ni mentalmente. Como mujer, le arruinaron la vida”.
En esos ocho meses, Hilaria debió volver a aprender a caminar, porque no podía. Dos veces creyó reconocer entre los enfermeros a integrantes del comando tupamaro que había volado el bowling. Pensó que procuraban matarla.
Su hija, María Rita, tenía 15 años y con su madre internada no tenía de qué vivir. No recuerda si fue en la prensa o hablando con los vecinos, pero ella pidió que alguien le facilitara una máquina de tejer para así poder ganarse la vida. Pocos días después un auto se detuvo frente a su casa y unos jóvenes bajaron y, en forma furtiva y sin decir una palabra, le dejaron una máquina de tejer. ¿A quién tengo que agradecerle?, preguntó ella. No respondieron y se fueron rápido.
“La pasamos muy mal. No somos rencorosos, pero tenemos memoria”, me dijo Cohen.
María Rita no quiso hablar mucho. “Mi madre nunca se recuperó, sobre todo mentalmente. Su cuerpo parecía un mapa de tantos injertos que tuvieron que hacerle. A mí me costó mucho sobreponerme y ya no quiero hablar de eso. Yo no soy quién para perdonar, es el de arriba el que tiene que perdonar”.
Hilaria Quirino –hoy fallecida- nunca pudo volver a hacer un trabajo normal. Por eso el Estado le dio un empleo público de mínima exigencia: portera del Museo Pedagógico.
También llamé a Gustavo Zerbino. Efectivamente, quien rescató a Hilaria de debajo de los escombros es el mismo Gustavo Zerbino de los Andes. El día que los tupamaros volaron el bowling tenía 17 años. Vivía a una cuadra del edificio, y cuando la explosión sacudió al barrio –se rompieron todos los vidrios, los pedazos del bowling llegaron hasta la rambla, a 300 metros- salió a la calle y fue a ver qué había pasado.
El panorama que encontró era dantesco. Un edificio de tres pisos había quedado reducido a nada, dos pisos enteros se habían desplomado sobre quienes estaban allí. No había bomberos ni policías. Se escuchaban gritos. Los restos del bowling se estaban incendiando.
Zerbino rescató de los escombros a seis personas, Hilaria fue la más difícil.
“Se estaba prendiendo fuego y me gritaba: ‘sacame, sacame’”, recuerda.

(Continúa)

Fragmento del artículo Hilaria Quirino, Fernández Huidobro y la bomba en el bowling. La versión completa se encuentra en el libro Herencia maldita. Historias de los años duros.

Herencia Maldita, Leonardo Haberkorn



Bowling antentado MLN tupamaros
Artículo en el vespertino El Diario, 2 de mayo de 1971.












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