Alto, muy serio y con cara de pocos amigos, la primera impresión que te causaba Miguel Ángel Campodónico era la de un hombre hosco y huraño. Yo lo conocí a mediados de los 80 en la redacción del semanario Aquí. Yo tenía apenas más de 20 y el casi 50. No me llevó mucho tiempo descubrir que detrás de esa fachada seria y dura había un hombre muy generoso, con una ética intachable y un compromiso total con el trabajo periodístico.
Siempre ponía la lupa en los problemas sociales. Sus notas solían denunciar las carencias de asilos, hospitales públicos o barrios olvidados. Se ponía en la piel de los más pobres y tenía poca paciencia para las excusas y explicaciones de los políticos funcionarios implicados.
Era duro para juzgar esas injusticias, a las que el periodismo muchas veces termina por resignarse, por la fuerza de los hechos.
Miguel Ángel no. “El periodismo es una máquina de hacer enemigos”, decía, con cierta pesadumbre, no comprendiendo por qué algunos de los implicados se enojaban tanto con sus notas, si él había dicho la verdad.
Nunca olvidé esa frase y hasta hoy me sirve de apoyo, por su evidente exactitud.
Era generoso y abierto a desafiar sus propios esquemas. Signo de aquellos tiempos, la sección cultural de Aquí tenía dos espacios diferentes, con editores distintos. Una de las secciones estaba volcada a la literatura, con un enfoque más tradicional. El otro, con gente más joven, hacía énfasis en el rock. Miguel Ángel escribía en el sector tradicional. Yo, de vez en cuando, en el del rock.
Cuando murió Luca Prodan, publiqué una semblanza basada en una entrevista que le había hecho cuando vino al primer Montevideo Rock. Era la típica nota que solía ser recibida con mucha frialdad en la sección de cultura “tradicional”. Por eso temí cuando Miguel Ángel me dijo que quería hablar conmigo. Pero lo que quería decirme es que Luca Prodan le había resultado alguien muy interesante, con “algo especial”.
Era hincha de Peñarol. Recuerdo una tarde que trabajamos en el mismo escritorio. La radio estaba prendida con el relato de un partido entre Nacional y Progreso, en el Paladino. No le dábamos mucha importancia, hasta que -para nuestra felicidad- los goles de Progreso comenzaron a sucederse uno tras otro, hasta encajarle un histórico 6 a 1 a Nacional. El puntero Johnny Miqueiro hizo tres goles esa tarde. Luego del partido declaró que había jugado casi en ayunas, porque le dolía el estómago. Cada vez que nos veíamos, Miguel Ángel recordaba aquella anécdota a las risas.
Era un hombre de izquierda en sus ideas, pero no se casaba con nadie. Publicó muchas biografías, de Mauricio Rosencof a Julio Sánchez Padilla, pero la más popular, traducida y vendida fue la de José Mujica. Eso no le impidió opinar en 2016 que la presidencia del extupamaro había sido la peor desde 1985 hasta ese momento.
Hace pocos años lo recomendé como columnista para el portal Ecos. Ya tenía casi 80 años, pero su impronta seguía siendo la misma: la denuncia de la injusticia, el olvido de los postergados, la frivolidad y el doble discurso político.
En el gesto y en la pluma, fue un duro hasta el final.
Un gran periodista y un gran tipo.
Gentileza de la familia |
Publicado en el semanario Brecha, edición del 12 de agosto de 2022, acompañando una nota de Alicia Torres sobre la obra literaria de Campodónico.