Columnas en portal Ecos

Entre 2016 y 2019 trabajé en el portal Ecos, donde tenía una sección de entrevistas llamada "Yo pregunto" y además escribía columnas de opinión. 

El portal cerró en 2020 y todo lo publicado desapareció de la web.

En esta página se recuperan algunas de las columnas que publiqué en Ecos en esos años.


The Post: todavía peleamos

12 de febrero de 2018

En 1971 se filtraron documentos oficiales que mostraban que el gobierno de Estados Unidos llevaba décadas mintiéndole a la opinión pública sobre la guerra de Vietnam.

Parte de esos papeles llegaron primero al diario The New York Times, que publicó un extracto. Lejos de minimizar el hallazgo de su rival (como suele hacerse acá), The Washington Post redobló esfuerzos por hacerse de todos los documentos y publicarlos en extenso, a pesar de la presión del gobierno y de algunos jueces por silenciar el caso.

Esa es la historia que cuenta la película The Post, protagonizada por Meryl Streep, en el papel de Katherine Graham, dueña del Washington Post, y por Tom Hanks, en el papel de Ben Bradlee, su director periodístico.

Es una gran película que emociona a cualquier periodista con sangre en las venas, imprescindible en estos tiempos en los que muchos medios de prensa han olvidado cuál es su verdadera razón de existir y andan por allí, como espectros, entregados a buscar clicks con pedorreces virales.

The Post también es imprescindible en estos tiempos en los que tantos gobernantes, funcionarios, políticos y militantes rentados están entregados día a día a una crítica demoledora de la prensa, a denostarla y menoscabarla en cada oportunidad, no porque quieran un mejor periodismo, sino porque quieren un mundo sin periodismo, sin prensa, sueñan afiebrados con un realidad en la que solo su voz repique, amplificada por sus agencias de publicidad y propaganda.

Es imprescindible, además, en estos tiempos que en el discurso posmoderno ha equiparado verdad y mentira como meras “construcciones” y “relatos”.

La película es una inyección de optimismo y un mensaje para los enemigos de la prensa: la tarea no les será fácil.

No les será fácil a los cínicos que buscan reducir al periodismo al mero entretenimiento, rebajando contenidos, mensajes y audiencias. Tampoco les será fácil a los que buscan amordazar a la prensa y someter a la sociedad a su discurso único e incuestionable, casi siempre enmascarados en la supuesta defensa de la moral, la ética y el amor al pueblo.

No son buenos tiempos para el periodismo, es cierto. La era de oro que retrata The Post quizás nunca vuelva. La crisis económica se ha ensañado con la prensa y los medios aún no han encontrado el modo de adaptar sus cuentas a las nuevas tecnologías. El periodismo, además, está pagando caro sus propios errores: sensacionalismo, superficialidad, falta de rigor, autocensura, embanderarse con partidos, gobiernos o grupos económicos. Y los buscadores de clicks están minando el prestigio que va quedando.

Como si fueran pocas calamidades, a todo esto hay que sumarle la permanente diatriba, la propaganda en contra de gobiernos enteros y todo su ejército de amanuenses.

El resultado de todas estas fuerzas adversas y simultáneas es devastador. El periodismo hoy está rodeado y, en más de un frente, se bate en retirada.

Pero la batalla aún no termina. La bandera blanca no la levantó nadie: hay una historia; hay una mística; las armas son las mismas de siempre. La misión -la única que puede salvar al periodismo- todavía no ha sido olvidada.

El periodismo tiene que ir detrás de las historias importantes.

Tiene que ir detrás de los hechos y sacar a la luz la verdad ocultada por el doble discurso, los embustes y los engaños de los poderosos políticos o económicos.

El periodismo, como se dice en The Post, debe servir a los gobernados y no a los gobernantes.

Nunca van a faltar periodistas que levanten estas banderas.

Por eso los cínicos, los corruptos y los mentirosos siempre ven a la prensa como su enemigo.

Tienen razón.

Lo somos.


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No matarás

8 de abril de 2018

Tenía que contar la vida de un muchacho que acababa de matar a su ex pareja, un crimen horrendo por sus detalles que había conmovido a un país al que tanta violencia y tantos asesinatos ya tienen casi anestesiado.

Además de consultar documentos judiciales y policiales y en busca de testimonios sobre su vida previa, recorrí sus perfiles de Facebook para ubicar a parientes y amigos que pudieran dar su testimonio.

Me llamó la atención uno de esos contactos. Era una joven que tiempo atrás había comentado con cariño algunas fotos de quien luego se transformaría en feroz homicida. Pero una breve mirada sobre la propia página de Facebook de esta joven me permitió saber que ella, a su vez, era familiar directo de un asesinado reciente, otro caso que había conmovido a la gente.

Es decir, la ola de violencia había golpeado a esta chica dos veces. Primero, hace unos meses, en forma directa: un rapiñero había asesinado a un integrante de su familia más cercana e íntima. Luego, apenas unos meses después, un amigo suyo había matado a su ex pareja.

Me pareció interesante saber su opinión. De algún modo, estaba parada de los dos lados del horrible mostrador de nuestra violencia diaria.

No fue lo que yo esperaba. Me confirmó que uno de sus parientes más queridos había sido muerto por un asaltante. Pero de ese caso no quiso decir nada. También conocía al homicida del momento, pero tampoco quiso hablar sobre él. Me insistió en dos conceptos: el homicida era un muchacho “sano” y “bueno”.

Su declaración me golpeó. Alguien que había perdido a un familiar muy directo en manos de la actual ola de violencia, calificaba como sano y bueno a otro homicida que acababa de matar de un modo horrendo a una mujer joven como ella misma.

Su desconcertante declaración me vino a la memoria cuando leí los comentarios de los habitantes de Quebracho calificando también como “sano” y “bueno” al asesino que, despechado por su ex pareja, mató a su ex suegra y a un policía, incendió la casa de la familia del nuevo novio de su ex, y luego se suicidó.

En la página de un periodista local de Quebracho, leí a mujeres llorando y calificando de “pobrecito Martín” al asesino. Otra escribió: “El que esté libre de culpa que arroje la primera piedra”, como si se estuviera hablando de excederse en un límite de velocidad y no de haber matado a dos personas.

Todo el episodio dejó en evidencia que hay machismo sí, pero también muchas otras taras: ignorancia, resentimiento, dificultades serias para razonar, entender de proporciones, de causas y consecuencias, para distinguir lo sano de lo enfermo y lo bueno de lo malo.

Porque andar asesinando gente y luego matarse nunca es sano ni bueno.

Parece una idea sencilla, pero está claro que hoy no se la entiende. Tal parece que si volviéramos 3.500 años atrás y Moisés se apareciera con las tablas de la ley y sus diez mandamientos en la cima del cerro Batoví, sería de una enorme utilidad para el Uruguay de hoy.

Con todo, es injusto castigar a la gente de Quebracho por un problema que es nacional.

Otros, con mucha más cultura, mucho mayor conocimiento de las leyes y muchos más recursos que los habitantes de ese pequeño pueblo, se han aburrido de minimizar y justificar asesinatos horribles.

Así como muchos habitantes de Quebracho disminuyeron el horror del doble crimen por la traición amorosa sufrida por el matador, son una legión los que todos los días en Montevideo rebajan la culpa de otros asesinos porque solo fue “un ajuste de cuentas”, porque eran pobres, porque “el sistema” los llevó a matar, porque nacieron en 2002 o porque sus padres nacieron en 2002.

La versión progre del “Pobrecito Martín”.

En esta neo tierra purpúrea que hoy somos, hemos llegado al punto en que cada asesino tiene la tranquilidad y la seguridad que al otro día de haber matado, podrá entrar a la prensa y a las redes sociales y leer a una parte importante de la sociedad justificando, minimizando o relativizando su crimen.

Así estamos.

 

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Un libro que te mata a piñazos

29 de abril de 2018

Leer en estos días el libro Pensadores uruguayos de Carlos Pacheco es como recibir un piñazo en el estómago. De los que duelen. Aunque también, es cierto, hay una posible lectura optimista.

En el libro, una de las novedades del mercado editorial, Pacheco eligió nueve filósofos y políticos nacidos en Uruguay y de cada uno nos cuenta su vida y sus ideas.

Son Carlos Vaz Ferreira, José Pedro Varela, Pedro Figari, José Enrique Rodó, Domingo Arena, Carlos Real de Azúa, José Luis Rebellato, Alberto Methol Ferré y Ramón Díaz.

Es un libro ameno, didáctico y ágil. Pacheco alterna la descripción de los respectivos idearios con las historias de vida, incluyendo peleas políticas, viajes y romances.

El lado optimista deviene de comprobar que en esta tierra nacieron, además de grandes futbolistas, hombres que fueron capaces de pensar más allá de las ideas dominantes en su momento histórico, que imaginaron un país distinto y, en algunos casos, supieron concretar los cambios que habían soñado.

El piñazo en el estómago viene cuando uno, inevitablemente, compara los debates en los que participaron aquellos nueve hombres, en algunos casos no hace tanto tiempo, con la discusión política a la que asistimos hoy, cada día, en el Parlamento, la academia, los medios y las redes sociales.

Hoy en Uruguay el debate se agota en quién usó de modo más irregular y deshonesto su tarjeta corporativa estatal, quién metió más parientes en el estado o quién devolvió o no viáticos de algún viaje burocrático e inútil. La resolución tampoco importa mucho: ya se sabe que ninguno irá preso nunca. Y hasta ahí llegamos. Más que política, parece contabilidad. Más que un país, una oficina de cuarta.

Los intelectuales del libro de Pacheco, o unos cuantos de ellos, fueron corajudos, desafiaron a los grandes caudillos del momento, fueron capaces de romper con sus partidos, no tuvieron miedo de quedarse solos con sus ideas.

Hoy, salvo excepciones, los intelectuales son meros aplaudidores de aparatos políticos. Son capaces de aplaudir lo que venga: desde una dictadura a un presidente coimero. Viene el lineazo del caudillo de turno y ellos se tragan el sapo. No importa lo feo que sea.

El libro de Pacheco nos pega un piñazo en el estómago al exhibir que hoy todo el debate discurre por falacias que fueron descriptas por Vaz Ferreira hace muchas décadas. Y esos falsos argumentos se usan sin pudor y una población embrutecida los repite y aumenta en las redes sociales. “Unos y otros defienden sus posiciones como si la otra parte fuera el enemigo”, dice Pacheco, a propósito del actual modo de polemizar, tan alejado de las lecciones del filósofo. Y pone a la ley de marihuana como ejemplo de esa manera estéril de discutir en blanco y negro: “Unos ven todas las virtudes de la legalización y no ven ningún inconveniente. Y otros ven todos los inconvenientes de la legalización y ninguna virtud”.

Así es con todo. Cualquier cosa que se señale que funciona mal, obtendrá como respuesta que antes también estaba mal o peor, como si eso exculpara a los que hoy son ineficientes, ineptos, corruptos o ladrones. Una calesita sin fin de reproches que anula el debate y torna muy difícil avanzar hacia alguna solución.

Lo peor es que ni siquiera les da vergüenza.

Deberían leer el libro de Carlos Pacheco y bancarse los piñazos que te asaltan a cada página.

Nos pega un piñazo Pacheco cuando nos recuerda que Rodó, que era colorado, no dudó en controvertir al mismísimo Batlle y Ordóñez. Y comenta: “Si hoy observamos la realidad política nacional, no hay un Rodó dentro del partido gobernante, no hay un intelectual que con rigor se enfrente a los líderes dominantes”.

Nos pega un piñazo Pacheco cuando escribe, recordando a Real de Azúa, que “una sociedad trabada, con escasa movilidad, no puede aspirar a mucho”.

Nos pega un piñazo Pacheco cuando recuerda que Methol escribió: “La ausencia de dinámica y esperanza colectiva se configura en el desgranamiento de vidas individuales obturadas”.

Nos pega un piñazo Pacheco cuando recuerda que Figari sostenía que para que el individuo mejore no alcanza con que tenga voluntad, sino que también necesita “el grado de cultura requerido para la vida superior de asociación solidaria”. Y que eso solo se logra con una educación que funcione.

Nos pega un piñazo Pacheco cuando nos recuerda que José Pedro Varela “observó que una democracia con personas sin educación, no preparadas, conlleva un riesgo para la propia democracia”.

Son golpes oportunos y que deben agradecerse. Capaz que alguno se despierta.

 

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Mejor un burro que un gran profesor

13 de mayo de 2018

Cuando se habla de la necesidad de mejorar el sistema educativo hay tres o cuatro temas que son recurrentes: unificar primaria y secundaria, darle más autonomía a cada centro de enseñanza, reducir el número de materias en el liceo, actualizar sus programas.

Sobre este último punto, el exsubsecretario de Educación y Cultura, Fernando Filgueira, ha dicho que tenemos “estudiantes del siglo XXI, profesores del siglo XX y programas del siglo XIX”.

Con seguridad todos estos son temas importantes. Pero hay un problema que antecede a todos los anteriores, cuyos efectos sobre la educación de los jóvenes es mucho más grave y cuya solución debería ser más urgente. Y, sin embargo, de ese problema casi nadie habla.

Una excepción es Adriana Marrero, profesora grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales, doctora en sociología de la educación, que una y otra vez vuelve a insistir con un tema que parece ser tabú en Uruguay: la cantidad de gente no capacitada que imparte clases en Secundaria.

Dos viernes atrás en Brecha, Marrero recordó que nuestro nivel de docentes se ve seriamente afectado por los reglamentos que rigen en la ANEP, según los cuales “un estudiante del IPA tiene prioridad para elegir horas, incluso sobre académicos consolidados, lo que permite que jóvenes sin preparación dicten clases en Secundaria sin dominar la asignatura”.

Marrero se refiere a que en Secundaria solo el 67% de quienes dictan clase son profesores recibidos en el IPA, según datos del Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Es decir que un tercio de los docentes no están titulados.

Pero la realidad es más grave, ya que esa cifra es un promedio de situaciones muy distintas. En algunas materias como historia y literatura, el 90% de los docentes están recibidos. Pero en otras como matemáticas, apenas el 33% de los profesores del ciclo básico son egresados del IPA. Y en informática, solo el 13%.

También es bajo el porcentaje en materias como física y química.

Entonces, ¿quién da clase en los dos tercios de los grupos de matemática del ciclo básico que no pueden tener un profesor recibido en el IPA?

El reglamento vigente en la ANEP, según ha denunciado Marrero, marca que la prioridad para tomar esos grupos la tienen los estudiantes del IPA que hayan terminado apenas primer año.

Es decir que en muchas materias los profesores que los liceales tienen al frente de sus clases no son profesores, ni siquiera son estudiantes avanzados. ¡Son estudiantes que pueden haber terminado solo primero!

“Es como si fueras a la mutualista a atenderte con un médico que te receta. Y cuando salís te enterás que ese que te atendió está estudiando en segundo año de Medicina”, dijo Marrero el año pasado en una entrevista en el programa Contexto de Nuevo Siglo TV.

La diferencia sería que en este caso ni siquiera te enterás. Porque esto es algo que, además, se oculta a los estudiantes y a sus padres. Una estafa cotidiana que se comete en la clandestinidad. El joven cree que va a clase con un profesor, pero en realidad va a una especie de simulacro, una puesta en escena.

No es cierto que tengamos “docentes del siglo XX”. Eso podrá ser cierto en algunos casos, pero en muchos otros tenemos gente dando clase que, al decir de Marrero, “trabajan como si fueran docentes, tienen horas asignadas, pero no son nada”.

Son estudiantes del IPA con primero terminado.

¡Cómo no nos va a ir mal en las pruebas Pisa!

En el colmo del absurdo, según ha denunciado la socióloga, esos estudiantes de segundo no tienen ni siquiera que estar preparándose para la materia a la que se postulan, pueden ser estudiantes de cualquier otra disciplina.

El reglamento de la ANEP es tan ridículo en su exacerbado corporativismo que si un ingeniero o un doctor en matemáticas o física quisiera dar clases en los liceos por vocación o por necesidad, no puede recibir un grupo hasta tanto no se le haya adjudicado uno a todos los estudiantes que quieran tenerlo. En los hechos, los universitarios no pueden dar clases en la enseñanza secundaria pública.

“El rector de la Universidad, que es doctor en matemática grado 5, si quisiera dar clase de matemática en el ciclo básico para transmitir lo que él sabe, hoy no podría hacerlo. Tendría que elegir horas después que hubiera elegido el último estudiante, que ni siquiera tiene que ser de matemáticas”, dijo Marrero en la entrevista televisiva. “Si viene alguien formado en Harvard en matemáticas, esa persona no puede aspirar en nuestro sistema educativo a dar clase en un liceo”.

Otro efecto de este sistema es que los estudiantes, como ya pueden comenzar a trabajar y a cobrar con solo tener primero terminado, tienen un estímulo muy bajo para avanzar en la carrera. ¡Para qué van a matarse estudiando y dando exámenes si ya pueden dar clases!

La tasa de egresados del IPA es ridícula: apenas el 5% (cinco por ciento) de los que ingresan se reciben, denunció la especialista.

Todo este absurdo Reino del Revés está consagrado en el estatuto del personal docente de la ANEP.

Es evidente que se podrán hacer miles de reformas, unificar primaria y secundaria, cambiar los programas, modernizarlos, darle autonomía a los directores y mil otros firuletes de colores, pero nada funcionará mientras un estudiante que lo desconoce prácticamente todo sea puesto al frente de una clase.

“La formación docente es la piedra angular de todo el sistema educativo”, escribió Marrero en la última edición de Brecha. “No puede encararse reforma alguna en ninguno de los niveles previos, Inicial, Primaria, Media, sin contar con docentes de la más alta calificación, actualizados, e investigadores en sus propias áreas de conocimiento”.

Y destacó lo que es obvio pero nadie parece tomar en cuenta: “Si no se emprendiera reforma alguna, bastaría un cambio cualitativo en la formación docente para que sus efectos se hicieran sentir en todos los niveles de la enseñanza”.

Llevamos, en cambio, el rumbo exactamente inverso. Se propone cambiarlo todo, pero nadie se anima a terminar con un sistema que permite que los que no saben estén dictando clases.

Y todavía queremos que los muchachos aprendan.

 

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Cavani, el jabalí y la plaga de lo políticamente correcto

30 de mayo de 2018

Que las fotos de Cavani con el jabalí recién cazado provocaran un escándalo en las redes sociales no puede sorprender.

Tampoco que los defensores a ultranza de los animales pusieran el grito en el cielo.

En cambio, fueron bastante sorpresivos los dichos del director nacional de Medio Ambiente, Alejandro Nario.

Nario se paró en la mitad de la cancha. Dijo que Cavani no había violado ninguna ley, porque el jabalí es plaga nacional y su caza está permitida. Pero criticó al futbolista por herir con las imágenes del animal muerto la sensibilidad de quienes se oponen a todo tipo de caza.

“Hemos cambiado como sociedad y conviven dos miradas diferentes. Hoy mucha gente siente herida su sensibilidad al ver imágenes como las que trascendieron, donde hay una especie de juego con el animal muerto”, dijo el jerarca.

Las declaraciones de Nario pueden ser criticadas desde dos puntos de vista.

Por un lado, llamó la atención el interés por este asunto menor.

El ambientalista Eduardo Gudynas se asombró: “Si el director de Dinama reacciona por un jabalí, temas mucho más graves como la crisis de contaminación de los ríos requerirían declaraciones muchísimo, pero muchísimo, más enérgicas para mantener la proporcionalidad”.

Gudynas tiene razón, pero no se trata solo de eso. También está en juego el rol que en una democracia debe tener un gobernante.

El jabalí fue declarado plaga nacional por un decreto de 1982.

 El decreto establece que “es una especie introducida al país hace varias décadas y que se ha adaptado y reproducido en forma alarmante, aumentando año a año su área de dispersión” y que “está provocando graves daños, especialmente en los cultivos y majadas”.

En 1987, la Ley Forestal, estableció que “todo propietario de bosques está obligado a adoptar las medidas de lucha contra las plagas, alimañas y predadores que causen daño a los plantíos, a las aves de corral y a los animales domésticos de predios vecinos”.

En 2004, el jabalí fue declarado plaga nacional para la agricultura. El texto legal se basa en “los daños que los jabalíes ocasionan a la producción nacional” y “los perjuicios, que para la economía del país, resultan de los daños provocados por los jabalíes en los cultivos y majadas”.

Y mandata a los dueños de los campos a matar a estos animales al establecer que “los propietarios, arrendatarios y tenedores o responsables a cualquier título de los predios que presenten jabalíes, deberán efectuar a su costo, la eliminación de los mismos”.

Todo ese cuerpo legal no se basa en que los uruguayos tengan una animosidad especial contra esta especie exótica, sino en los daños concretos que ella provoca en la ganadería y la agricultura, además de la fauna nativa (no mencionada en la normativa).

Cuantificar ese perjuicio no es fácil. La única vez que se estudió a fondo el asunto fue en una encuesta nacional realizada en 1996 que arrojó que ese año los jabalíes habían matado 180.000 ovejas.

La situación cambió porque en aquel momento en Uruguay había 24 millones de ovinos y hoy hay 7.000.000. Además los productores mejoraron sus defensas. “Aún así, sigue siendo un problema importante”, dijo Javier Frade, ingeniero agrónomo del Secretariado Uruguayo de la Lana.

En resumen: el jabalí es una plaga nacional decretada por el estado uruguayo no una, sino dos veces. El cuerpo legal vigente establece que los productores tienen la obligación de matarlo para mantener controlada su población y los daños que provoca.

En épocas en que los que no respetan la ley son legión (desde rapiñeros a políticos que pagan sus cuentas con tarjetas corporativas estatales), Nario debió felicitar a Cavani por ser un ciudadano que actúa de acuerdo al ordenamiento legal vigente y cumple con sus obligaciones.

Es cierto que hay gente que no quiere ningún tipo de caza. Nario tuvo una oportunidad magnífica de explicarles por qué el estado uruguayo mandata y obliga a matar jabalíes.

Se supone que es una decisión racional y tomada en beneficio de todos.

Si algo hubiera cambiado desde que establecieron estas normas, Nario o quién sea debería aclararlo y abogar para modificar el ordenamiento legal vigente.

Si faltan estudios, la Dinama debería hacerlos. En un estado racional se supone que las políticas deben tomarse en base a hechos y datos comprobados, y no en base a “sensibilidades” que arden en Facebook.

Lo mismo vale para todas las demás especies invasoras: animales o vegetales que no son propios de un lugar, pero llegan a él, o alguien los trae, se expanden sin control y se transforman en un dolor de cabeza.

La Dinama lidera el Comité de Especies Exóticas Invasoras de Uruguay, que estudia qué hacer con “42 especies no nativas que requieren de atención prioritaria dado su impacto sobre la biodiversidad y la salud”, según la web del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente.

En estos momentos, se trabaja en un plan para exterminar del territorio nacional a la rana toro, un voraz batracio norteamericano que se trajo aquí para criarlo como fuente de alimento. La explotación no resultó, las ranas toro se escaparon y hoy -como son mucho más grandes y más agresivas- están exterminando a las ranas nativas.

¿Habrá protestas por cada rana toro sacrificada?

Es probable que sí. Lo “políticamente correcto” y la “sensibilidad” de los gobernantes para contemplarlo se expanden con la voracidad de una piara de jabalíes. Pero tendría que existir un límite.

Nario es el director del Medio Ambiente del estado uruguayo y, en los asuntos grandes y los asuntos chicos, debería atenerse a sus leyes.

 

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El duro camino de la memoria completa

5 de julio de 2018

Un militar retirado fue condenado por la Justicia en los últimos días por vandalizar dos “placas de la memoria” que recuerdan episodios de violación a los derechos humanos en la dictadura.

Una de ellas estaba ubicada en el Hospital Militar y otra en el Centro General de Instrucción para Oficiales de Reserva. En ambos casos, el militar las pintarrajeó de verde.

Este tipo de placas se han sumado a un proyecto original llamado “Marcas de la memoria de la resistencia”.

Las “marcas de la memoria” recuerdan 29 lugares de Montevideo emblemáticos por haber ocurrido allí hitos de la resistencia a la dictadura. Se las distingue porque cada una de ellas está compuesta por tres especies de banquetas de cemento, que invitan a sentarse allí, más una placa de mármol incrustada en el suelo, que explica el significado del lugar.

Lejos de replicar el tradicional sectarismo con el que se suele abordar este tema, la elección de los 29 lugares ha sido extrañamente plural y reconoce el aporte de distintos partidos y sensibilidades a la lucha contra la dictadura: hay marcas de la memoria en lugares emblemáticos para la izquierda como el que fue el apartamento de Líber Seregni, pero también en la que fue la casa del senador colorado Amílcar Vasconcellos y en la farmacia del dirigente blanco Oscar López Balestra, famosa por ser un lugar de permanente actividad a favor del regreso de la democracia.

Hay una marca de la memoria en la casa de la rambla de Punta Gorda donde tantos fueron torturados con saña, pero también en el teatro El Galpón, la iglesia Tierra Santa y donde funcionó el semanario Jaque, dando a entender que las formas de resistir fueron muchas y diversas.

La buena idea de las “marcas de la memoria” fue replicada por la colocación de muchas “placas de la memoria”, con una selección más homogénea y menos plural: casi todas ellas fueron colocadas en unidades militares y policiales donde hubo presos, torturas y detenidos desaparecidos.

Una de ellas se colocó, por ejemplo, en el Hospital Militar donde entre otros desapareció el tupamaro Eduardo Pérez Silveira, el Gordo Marcos, al que unas horas antes José Nino Gavazzo -por lo menos- le había arrojado una granada de gas dentro de un espacio cerrado, según él mismo relata en el libro Gavazzo. Sin Piedad.

¿Puede haber algo más bajo que hacer desaparecer a alguien internado en un hospital?

Recordar y machacar con un pasado oprobioso es necesario para que no vuelva a repetirse nunca más.

En ese sentido, solo puede celebrarse la colocación de cada una de estas placas y condenar su vandalización.

Sin embargo, qué bien le haría al Uruguay que el espíritu plural de las primeras “marcas de la memoria” pudiera ampliarse y extenderse en las placas a todos los que fueron asesinados en los años en que el Uruguay cayó en el abismo de la violencia política. Y qué bueno sería que todas fueran iguales: las que recuerdan el horror del terrorismo del estado y las que deberían recordar a los muertos de la guerrilla mesiánica. Que todas llevaran la firma de la misma dependencia del estado uruguayo. No cada una colocada por los deudos de su bando.

Hay una placa, excepcional y también varias veces vandalizada, que rinde homenaje a los cuatro soldados asesinados por el MLN en la calle Abacú en 1972. Pero faltan muchas otras.

¿Qué impide que se coloque una placa de la memoria donde los tupamaros mataron al inocente chofer de Cutcsa Vicente Oroza?

¿Qué impide recordar el lugar donde un humilde sereno de la fábrica NiboPlast llamado Juan Bentancor fue asesinado por el MLN?

¿Y donde era el bowling de Carrasco, en el que una bomba mató a dos muchachos tupamaros y arruinó para siempre la vida de una modesta limpiadora?

Que se entienda: no se discute que el terrorismo de estado reviste una gravedad mayor que los crímenes cometidos por individuos o una organización particular muy importante hasta hoy. Pero eso no quiere decir que aquellos crímenes no sean también repudiables, sucesos sangrientos que marcaron toda una época, que arrastraron a la sociedad a la violencia y que tampoco deberían repetirse nunca más.

Este era un país orgulloso de haber abolido la pena de muerte, un orgullo que hoy por suerte hemos recuperado.

Los militares violaron esa ley sagrada, pero no fueron los únicos.

¿No ha pasado tiempo suficiente para comenzar a construir una memoria completa?

Nos haría bien como sociedad.

No sería sal, sino bálsamo sobre la herida.

 

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Carcamanes de ayer y hoy

12 de agosto de 2018

 Mientras dirigí el suplemento Qué Pasa entre 2000 y 2006 dos por tres solía tener problemas con algunos carcamanes -hoy retirados o fallecidos- que escribían columnas y editoriales en El País.

Entre ellos reinaba un pensamiento único: las ideas de izquierda eran malas y lo malo era de izquierda. Los sindicatos eran malos. Si Uruguay llegaba a ser gobernando un día por el Frente Amplio sería la peor de las catástrofes.

Todo lo que no coincidía con sus puntos de vista ultramontanos era marxismo leninismo. Uno de estos carcamanes llegó a escribir -y salió publicado- que yo inoculaba la semilla del comunismo a través del suplemento Qué Pasa.

Una percepción tan alejada de la realidad se consigue con años y años de cultivo del pensamiento único: uno se rodea de gente que piensa igual que uno, solo escucha argumentos de gente que piensa lo mismo que uno ya piensa, y descalifica y ridiculiza a priori cualquier argumento que ponga en riesgo las certezas asumidas. Al final se vive en un mundo ficticio. Cómodo, pero irreal.

El pensamiento único dominante hoy cambió de vereda, pero el esquema mental de quienes lo sostienen es el mismo que el de aquellos viejos carcamanes de El País. El campo mental es igual de angosto. El maniqueísmo, idéntico: “Si es de izquierda no es corrupto y si es corrupto no es de izquierda”. Seguramente han llegado a ese punto por el mismo camino: siempre escuchando los mismos argumentos de los que piensan igual que ellos.

Lo triste es que el pensamiento único hoy se ha multiplicado como una plaga y se ha tornado más militante y virulento.

Lo ha padecido, algunas semanas atrás, Petru Valenski por haber osado firmar a favor de la propuesta de reforma constitucional que propone el senador Jorge Larrañaga como modo de combatir la ola de inseguridad.

Fue linchado en las redes sociales porque el pensamiento único tiene establecido que usar militares para tareas de seguridad interna es siempre dictadura y Plan Cóndor. Y que la cadena perpetua es un castigo impensable, aunque exista en decenas de países mucho más civilizados que el nuestro.

La verdad única nunca admite discusiones ni matices. En el pensamiento único, gay es progre. Por eso tanta saña con Petru.

Lo mismo pasó con el actor Franklin Rodríguez y toda la andanada de declaraciones y castigos en su contra, que todavía continúan, solo por las opiniones que dio en una entrevista en el semanario Voces.

No se lo castiga por el exabrupto que tuvo para con la exfiscal Mirtha Guianze, por el cual ya se disculpó. Se lo persigue porque habiendo sido un notorio votante del Frente Amplio osó hablar mal de Mujica, del desastre de Ancap, del fracaso educativo y de Venezuela. Y también de inseguridad, lo que ya sabemos es de facho.

Se salió del pensamiento único.

Lo mismo pasó con la directora del INISA, Gabriela Fulco. En una entrevista con el semanario Búsqueda, sostuvo que hay menores delincuentes que ya no podrán recuperase.

De inmediato, los sindicatos del INAU y del INISA le exigieron la renuncia porque la funcionaria “se despacha con declaraciones que no sólo no compartimos sino que nos preocupan”.

El pensamiento único expuesto en todo su esplendor: ¡cómo alguien osa decir cosas que no compartimos y nos preocupan!

El algoritmo de Facebook hecho país.

Me gusta. Me asombra. Me enfada.

Hasta ahí llega el nivel de debate en un pueblo que una vez alguien soñó tan ilustrado como valiente.

En un artículo que escribió en el blog Razones y personas: repensando Uruguay, el sociólogo y doctor en criminología Nicolás Trajtenberg denunció que este mismo clima reina en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, donde no se admiten otras verdades que las del nuevo pensamiento único y todo lo demás es fascista.

Lo que contó no es novedad para nadie que siga con cierta atención la prensa y las redes sociales. Pero Trajtenberg se animó a hacerlo público. Obviamente incorporó de inmediato a su currículum el título de Facho.

“Hubo gente que me dijo que mi planteo era muy fascista, cuando solo estaba planteando que a quien discrepa o marca otra posición ya se lo tilda de facho”, se explicó Trajtenberg en una entrevista posterior que le hizo el periodista Tomer Urwicz para el diario El País.

Trajtenberg también contó que algunos sus estudiantes tienen miedo de exponer en clase alguna idea no incluida en el recetario de la corrección política: “Se me han acercado estudiantes luego de una clase y me plantean un buen ejemplo. Les pregunto por qué no lo compartieron con todo el grupo y me dicen: ‘Es que suena muy conservador’. Me preocupa la autocensura y que no pueda haber un debate intelectual puro, genuino”.

Cuando alguien lanza una idea y otro la discute, el primero se ve obligado a mejorarla. El debate enriquece, obliga a pensar, a replantearse las cosas. De la síntesis de argumentos suelen emerger verdades mejoradas. El debate enriquece una sociedad, la potencia, la embellece, la hace fuerte.

Nuestro problema es que el camino inverso también existe, y es más rápido porque es en bajada. Hace ya muchos años que lo venimos recorriendo.

A veces parece que hemos tocado fondo, pero es una ilusión.

Siempre se puede caer más bajo.

Hacia allá estamos yendo.


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