14.2.15

Los códigos del periodismo no son los del fútbol

Mientras todo Uruguay discutía y la prensa se inundaba de cartas y comunicados por el caso Da Silveira-Jonhatan Rodríguez, otra noticia deportiva merecía el trato opuesto: se la minimizaba o se la ridiculidizaba, de modo que quedara sepultada lo antes posible.
Ocurrió el 26 de enero, en el partido de Uruguay contra Brasil por el Sudamericano Sub20, cuando el joven futbolista brasileño Marcos Guilherme denunció que el uruguayo Facundo Castro lo había insultado durante el partido con epítetos racistas, al llamarlo varias veces "macaco".
La denuncia se conoció apenas terminado el partido, cuando el director técnico de Brasil, Alexandre Gallo, llegó a la conferencia de prensa con cara de pocos amigos y dijo: “Estamos muy shockeados con esto. (...)  Yo trato de sacar lo bueno de cada cosa mala que sucede, pero de esto no tengo nada bueno que sacar. Es algo ruin, algo que no podemos admitir”.


***

Como un calco de lo que ocurrió con la mordida de Luis Suárez en el Mundial, los dirigentes uruguayos se aferraron a negar todo.
No sabemos. No vimos nada. El árbitro no escuchó nada.
Entrevistado por Mario Bardanca en radio Uruguay, el secretario general de la AUF Alejandro Balbi dijo que no podía "afirmar ni desmentir” la denuncia. Pero a continuación arrojó sospechas sobre la conducta de Marcos Guilherme: "me llama poderosamente la atención que un jugador uruguayo use un término que es netamente portugués, netamente brasileño, me cuesta entenderlo”.
¿Le llama la atención a Balbi que un uruguayo llame "macaco" a un brasileño?
El argumento es increíble, ya que el insulto es repetido y común y corriente desde las luchas de la independencia hasta nuestros días.
Ese tipo de argumentación le costó muy caro a Uruguay en el caso Suárez, pero tal parece que la lección no fue aprendida.
Balbi agregó luego que "los brasileños le hacían acordar al cuento del pastor mentiroso". Y manifestó que en Brasil el tema del racismo está a flor de piel luego de un episodio padecido por el golero del Gremio, pero en Uruguay no. "Es un tema de ellos. Afortunadamente el Uruguay no está metido en ese tema como lo está Brasil".
¿En Uruguay no hay racismo? ¿En el fútbol uruguayo no lo hay?
A propósito del caso, el diario El Observador recordó algunos antecedentes:
- En 2011 los jugadores de la selección uruguaya sub 17 fueron acusados por el técnico de Congo, Eddie Hudanski, por burlarse de sus dirigidos haciendo señas referidas a simios.
- En 2012 la hinchada de Central Español le tiró bananas al golero de Progreso, Jorge Rodríguez, además de dirigirle insultos racistas. Ya le habían pasado cosas similares antes.
-En 2013 Danubio fue sancionado por los insultos racistas que su hinchada le dirigió al colombiano Flavio Córdoba.
Ninguna de las afirmaciones del dirigente mereció una repregunta de parte del periodista.

***


Tras el partido, las cámaras de televisión buscaron la palabra del chico acusado, Facundo Castro:
“La verdad que ellos estaban muy preocupados por lo que no era el tema futbolístico, siempre apelaban a cosas extrafutbolísticas. Espero que se preocupen un poquito más por jugar, que por la cosa extrafutbolística", dijo, sin responder si le había dicho macaco a Marcos Guilherme o no.
-¿No pasó eso? -le preguntó un periodista, pretendiendo aclarar el asunto.
-No, no tengo idea -respondió Castro, poniendo más énfasis en el "no tengo idea" que en el no.
Como la respuesta no había sido del todo clara, otro periodista (al que me gustaría felicitar porque fue de los pocos en este caso que cumplió con lo que se espera de un periodista) repreguntó:
-Guilherme apuntó específicamente a que fuiste vos (el que dijo) eso. ¿Qué podés decir al respecto?
-No, no, no tengo idea.

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Marcos Guilherme, Facundo Castro, racismo, macaco
Marcos Guilherme, número 11
En mi trabajo me habían encomendado que escribiera cuatro semblanzas de cuatro de los chicos que disputaban el sub20, valorando su nivel de juego, pero sobre todo su historia de vida. Uno de los que elegí fue justamente Marcos Guilherme, y su historia puede leerse aquí. Cuando ocurrió la denuncia yo ya había tenido cuatro entrevistas con Marquinhos, como lo llaman sus compañeros, un muchacho muy tímido pero de sonrisa fácil, muy humilde, hijo de un policía y una profesora que a los 12 años partió de su hogar detrás del sueño de triunfar en el fútbol.
No habían sido largas entrevistas, porque el ritmo que le imponen a estos jovencitos hace difícil conseguir media hora para charlar con ellos. Hay que negociar las entrevistas con el encargado de prensa, que a su vez necesita autorización del director técnico. Insistiendo mucho había logrado conversar con Marcos Guilherme tres veces en el Campus de Maldonado, en lo que se llama la "zona mixta", un espacio donde se permite que los periodistas aborden a los jugadores, entre la salida del vestuario y el ómnibus que los espera para llevarlos al hotel. La cuarta vez, la más larga, fue al término de un entrenamiento, en la cancha del hotel del Lago, en Solanas.
Pero, aunque breves, cuatro charlas son cuatro charlas y a esa altura Marcos Guilherme me conocía. Cuando terminó la conferencia de Alexandre Gallo y luego de recoger las declaraciones de algunos de los chicos uruguayos fui a la zona mixta brasileña, y tuve mi quinta y triste entrevista con Marquinhos.
No había otros periodistas uruguayos. ¿No era importante conocer su versión de lo ocurrido? Si la denuncia generaba dudas, ¿no era preguntándole que se podían aclarar?
Parecía que no.
Esperé en un rato y apareció Marcos Guilherme. Me reconoció y me sorprendió porque enfiló en forma directa hacia mí. Tenía la cara transmutada, estaba consternado y se le notaba. "¿Macaco es un insulto racista, no?, me preguntó sin esperar.
Yo no estaba preparado para responder, había ido para hacer las preguntas. Pero Marquinhos, en su dolor, solo quería explicaciones.
-Es una palabra ambigua -le dije.
Pensé para mis adentros que "macaco" es un modo despectivo que tenemos los uruguayos para llamar a los brasileños en general, pero me dio vergüenza decírselo.
Opté por decirle que no creía que Facundo Castro fuera racista. Le dije que para los uruguayos los partidos contra Brasil y contra Argentina son como guerras, y que él se había destacado en el campeonato, y seguro que Castro le dijo eso para sacarlo del partido, sin medir las connotaciones.
“Una cosa es jugar fuerte, incluso tratar de provocar verbalmente al rival. Pero el racismo es otra cosa", me respondió. "No lo puedo admitir”. Además, agregó, no habían sido una ni dos veces. ¡Habían sido muchas veces!
Estaba desconsolado. Negaba con la cabeza, para un lado, para el otro. No podía encontrarle una explicación válida. Me dijo que en el partido se había sentido furioso, pero ahora estaba muy triste.
Le palmee la espalda primero y la nuca después.
De ninguna manera parecía alguien que estuviera mintiendo. Todo lo contrario.

***

Julio César Gard comentó el caso en Twitter:



Luego dijo que fue una "broma" y, al mismo tiempo, laudó que Castro no había insultado a a Marcos Guilherme:





Alberto Kesman bajó línea en Teledoce rezongando a Marcos Guilherme y dando a entender que había inventado todo:
"Hay una diferencia entre los jugadores uruguayos y este muchacho. Para los jugadores uruguayos lo que pasó en la cancha queda en la cancha. Estos muchachos siguen de largo hablando de cosas que de repente hasta no pasaron y que se inventan".
Luego agregó, con evidente satisfacción, que Facundo Castro "para demostrar que las cosas quedan en la cancha, dijo 'no sé nada'".
Roberto Moar, por su parte, entrevistó al otro día del partido (y de la denuncia) a Facundo Castro en su programa de radio Rock and Gol.
Fue una entrevista cómoda, más bien elogiosa, como si no hubiera pasado nada. Luego de cinco minutos hablando de cualquier cosa menos la denuncia que pesaba en su contra, Moar se sintió en la obligación de aclarar la situación. Le dijo a Castro:
"Sé que has consultado a los integrantes de la selección sobre si podías hablar de toda esta denuncia que se ha generado. Sabemos que te han dicho que no, lo vamos a respetar, también poniéndonos la camiseta de la selección".
"Gracias por el apoyo", respondió Castro.

***

Lo de Gard no vale la pena ni comentarlo.
Lo que Kesman defiende son los viejos códigos del fútbol, según los cuales no se debe contar lo que pasa dentro de la cancha. Son códigos que si los futbolistas, los jueces, los directores técnicos quieren seguir, bien por ellos. Están en su derecho.
Yo, personalmente, tengo especial desprecio por los pactos de silencio, una práctica que en ocasiones es presentada como un acuerdo de caballeros, pero que por lo general suele ser un convenio mafioso que se usa para ocultar las peores lacras de la sociedad (y el racismo es una de ellas). Pero, hay que admitirlo, la gente es libre para sumarse a acuerdos de este tipo. En Uruguay vaya si lo sabemos y vaya si lo padecemos.
El problema en el que Kesman parece no reparar es que el periodismo no está regido por los códigos del fútbol sino por los códigos del periodismo.
El código del periodismo nos mandata a informar al público lo que ocurre. Tratar de averiguar. No descalificar a priori a quien se atreve a denunciar algo.
Tampoco se puede aceptar, en términos periodísticos, hacer una entrevista a una persona si la condición es no preguntarle sobre el tema principal que la compromete. No sería admisible hoy entrevistar a la presidente de Argentina si la condición es no preguntarle sobre el caso Nisman. No se podría entrevistar a Netanyahu sin hacerle una pregunta sobre los palestinos. No se puede entrevistar a un líder de Hamas sin preguntarle sobre los cohetes que arroja sobre Israel. No se puede entrevistar a Dilma si nos prohíben preguntarle sobre los escándalos de corrupción de Petrobras.
Eso no es periodismo, es propaganda.
Hay otra gente especializada en eso.
Moar lo sabe y por eso se explica al final de la entrevista. Se suma al pacto de silencio, se justifica, porque se pone la camiseta de la selección uruguaya.
El problema, otra vez, es que la camiseta se la tienen que poner los jugadores. Los periodistas tienen otra camiseta, la del público.
Estoy leyendo un libro que pone los pelos de punta. Se llama Chechenia, la deshonra rusa y lo escribió en 2003 la periodista rusa Anna Politkovskaya.
El libro cuenta los abusos, brutales y repetidos, de las tropas rusas en contra de la población chechena. Anna era rusa y la acusaban de ser una traidora. "Se comporta usted como un enemigo", le escribieron unos oficiales del ejército ruso en una carta anónima, donde la acusaban de desafiar "el orden establecido" y la amenazaban si continuaba informando.
Anna respondió con unas líneas que deberían tener claras todos los periodistas del mundo:

  • "Los periodistas no ´desafían´el orden establecido, pues no es esa su función, sino que describen solo aquello de lo que son testigos. Es su deber; tal como es el del médico curar a un enfermo, y el de un oficial defender a su patria. La cuestión es muy simple: la deontología periodística nos prohíbe embellecer la realidad".


Anna Politkovskaya pagó con su vida su compromiso con el periodismo. La asesinaron en su casa, en Moscú, en 2006.
Es por gente como ella que estamos obligados a respetar nuestra profesión.
Informar al público es nuestra tarea, nuestro deber. Los periodistas creemos que informando al público lo que ocurre, sin pactos de silencio, sin poner por encima de la verdad los intereses de una selección de fútbol o un partido político, ayudamos a sociedad. La ayudamos porque los protagonistas de las noticias y el público reciben esa información y entonces están en condiciones de subsanar los errores, de tomar mejores decisiones, de corregir lo que se está haciendo mal, de hacerlo mejor la próxima vez.
Por el contrario, silenciando lo que está mal, ayudamos a que se reproduzca, a que crezca, a que mañana regrese magnificado.
En este caso estamos hablando de chicos de 19 años.


***

Al siguiente partido, la prensa brasileña le volvió a preguntar a Marcos Guilherme por su acusación a Castro. Respondió:
"Eso ya pasó, no me gusta mucho hablar de eso. Lo que puedo hacer es perdonar. Espero que él tenga conciencia de que erró, que no lo puede hacer de nuevo. Él tiene sus sueños, yo tengo los míos. No quiero que sus sueños se perjudiquen por una actitud que muchas veces se toma con la cabeza caliente, en un partido. Que Dios pueda bendecir su vida y que esto no acontezca más".

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Este artículo de algún modo continúa los razonamientos de la entrada anterior, sobre el caso Da Silveira-Jonathan Rodríguez: 
http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2015/02/da-silvera-jonathan-y-la-lewinsky.html

12.2.15

Da Silvera, Jonathan y la Lewinsky

En los últimos días hubo dos noticias deportivas que nadie vinculó entre sí; con amplísima difusión y polémica pública una, casi totalmente silenciada la otra.
Ambas, sin embargo, están unidas por un tema muy importante: cuál es el límite entre lo público y lo privado, qué se debe informar y qué se debe callar en el periodismo.
La noticia súper publicitada y debatida fue la de los dichos de Jorge Da Silveira sobre Jonathan Rodríguez, y todas sus posteriores consecuencias.
La silenciada fue la del jugador de la selección uruguaya sub20 acusado de llamar "macaco" a colega brasileño.

***

A Da Silveira se lo condenó por meterse en la vida privada de Rodríguez (dijo que bebe y que algunos controles antidoping en Peñarol le dieron positivos) y por haberlo hecho antes otras veces con otros jugadores.
El comunicado de la Mutual de futbolistas señaló, por ejemplo que "nada" justifica "su referencia a aspectos que refieren a la intimidad de una persona".
Y esa fue la posición dominante entre los cientos o miles de opinadores. Nada justifica meterse en la vida privada de alguien. Así se piensa en Uruguay.
Lamentablemente, casi nadie ha recordado que ese no es un criterio universal, ni siquiera es el criterio más aceptado por los referentes de la ética periodística.
Eso es muy peligroso, ya que en este país donde reina el secretismo no necesitamos más mordazas.
No hablo ahora del caso Da Silveira-Jonathan. Hablo en general. No es cierto que NADA justifique meterse con la vida privada de alguien. Hay casos y situaciones que SÍ lo justifican.

***

Hay que decir otra cosa, además: los criterios que separan lo público de lo privado no son universales.
En Inglaterra, por ejemplo, tiene predicamento una visión extrema que sostiene que los personajes públicos no tienen vida privada.
Quienes la sostienen argumentan que ya sea la reina, un futbolista o un best-seller, todos ellos viven del público, obtienen su dinero de los impuestos o del favor de la gente y, por ende, se deben de cuerpo y alma al público: no tienen derecho a ocultarle nada.
Según este modo de ver, ese sería el precio a pagar por la fama, el prestigio y la riqueza que suele traer consigo la bendición de las masas.
Así, por poner un ejemplo extremo, en 1992 la prensa inglesa publicó las conversaciones eróticas entre el príncipe Carlos (¡ni más ni menos!) con su amante Camilla Parker, cuando su majestad estaba casado con Lady Di. En las conversaciones hechas públicas el príncipe Carlos le decía a su amante que deseaba convertirse en un tampón para poder "vivir metido en tus pantalones".
Hace unos años, cuando funcionaba la tecnicatura en periodismo deportivo en la universidad ORT, Gustavo Poyet dio una conferencia. Todavía era futbolista. Le preguntaron cómo hacía para vivir en Inglaterra, bajo el acoso de la prensa: "No hago absolutamente nada que no esté dispuesto a que sea publicado", respondió.
Conocía las reglas de juego.

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Clinton Lewinsky, los límites entre lo público y lo privado
Hay otro criterio, menos radical que el de cierta prensa inglesa, que tampoco es el dominante en Uruguay (el de la Mutual).
Ese criterio, que se usa por ejemplo en Estados Unidos, mantiene que los personajes públicos sí tienen vida privada. Pero cuando sus actos privados afectan su desempeño público, entonces el público SÍ tiene derecho a conocerlo.
Es muy recordado el caso del affaire en 1998 entre el presidente Bill Clinton y Mónica Lewinsky, una becaria de la Casa Blanca con la que tuvo relaciones sexuales.
El caso fue ampliamente cubierto por la prensa estadounidense, en especial por medios republicanos o conservadores opuestos a Clinton, en un intento por desprestigiarlo. Hubo polémica respecto a si correspondía o no ventilar aquel lío de alcobas (más bien del Salón Oval) en la prensa, pero los medios que lo hicieron argumentaron que sí, porque la honestidad de Clinton como presidente estaba en entredicho. Decían que lo grave no era que Bill hubiera tenido relaciones con la Lewinsky, sino que le hubiera mentido a su esposa Hillary, negando la relación. "Si le mintió a su esposa, nos puede mentir a todos", aducían, con razón o sin ella. "Estados Unidos no puede tener un presidente mentiroso". Y siguieron adelante.
Por eso, Clinton para zafar tuvo que demostrar que no había mentido.¡Entonces redefinió las relaciones sexuales! Él le había dicho a Hillary que no había tenido relaciones sexuales y no le había mentido. No había habido penetración, a eso se había referido. Solo sexo oral.
Más allá de la anécdota y del caso (muy discutible y teñido de intereses políticos, por cierto), queda claro que el criterio que rigió aquí fue otro al que todos se aferran hoy en Uruguay: se trataba de una evidente intimidad, mucho más íntima y privada que las andanzas de nuestros futbolistas por los boliches de la noche montevideana. Sin embargo llegó a los medios y se hizo pública porque muchos entendían que ponía en juego la honestidad del presidente de Estados Unidos, o sea su desempeño público.

***


Dice respecto a este tipo de casos el prestigioso periodista colombiano Javier Darío Restrepo en el consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
"No se trata de informar cualquier cosa que excite la curiosidad del público. Hay hechos en la vida de los candidatos que pertenecen a su intimidad, que no afectarían su desempeño público y que deben ser respetados. Hay otros que sí  pueden interferir en una tarea de gobierno: la apendicitis del presidente Johnson de Estados Unidos, la diverticulitis del presidente Barco de Colombia, por ejemplo, y que deben ser conocidos por la ciudadanía".
Restrepo cita el libro Ética y medios de Comunicación, de Niceto Blázquez. Allí se explica:

"Ni el derecho a la información ni el derecho a la vida privada son derechos absolutos. Creerlo es una simpleza. Tanto la vida privada como la información tienen límites. Los criterios éticos en que están basadas esas limitaciones son los siguientes:
En primer lugar, el interés público, que no ha de confundirse con la curiosidad pública. Puede haber sectores públicos interesados en conocer la vida privada de los demás. Pero el informador responsable se cuidará mucho de no satisfacer deseos injustos e insanos.
A pesar de todo hay que mantener el principio de que una forma de conducta deja de ser íntima o privada para efectos informativos en la medida en que tiene repercusiones en la vida pública".


***

Vale recordar otro caso donde hubo un explícito choque de criterios sobre cuál es el límite entre lo público y lo privado.
En 2004, el corresponsal de The New York Times en Brasil, Larry Rohter, informó que el entonces presidente Lula bebía demasiado y que muchos brasileños se preguntaban si eso no afectaba su buen desempeño.
La reacción del gobierno brasileño fue furiosa y Lula expulsó a Rohter de Brasil. El New York Times, sin embargo, mantuvo que el artículo era correcto en cuanto a la información que contenía y justificado en términos periodísticos.
Unos días después, Lula dio marcha atrás y revocó la expulsión del periodista estadounidense.
Habían chocado dos criterios: el del NYT (se puede informar sobre la vida privada cuando afecta el desempeño público de una figura pública) y el dominante en Brasil, que es igual al uruguayo (no informemos nunca de la vida privada de un presidente, no importa lo horrible que sea).

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Eso sí, hay algo que nunca cambia en el periodismo y que es inmutable. Rige para Inglaterra, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Uruguay y cualquier otro país del mundo, para los que escriben de política o de fútbol. Es algo que hay que respetar siempre:
La información que damos tiene que estar confirmada.
No publicamos rumores ni información sin confirmar. Que una fuente nos diga algo falso no reduce la magnitud de nuestro error si lo difundimos. Nuestro trabajo es dar información confirmada. Y cuánto más controvertido o espinoso es el terreno que pisamos, el doble o el triple de celo profesional debemos poner en asegurarnos que la información esté confirmada.
Da Silveira, luego de divulgado el uso interesado que el club Benfica de Portugal estaba dando a sus declaraciones, hizo conocer un comunicado donde señaló que se retractaba de sus dichos sobre Jonathan Rodríguez:
"Debo retractarme, una vez que reconocidos dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol, representantes de la Asociación Uruguaya de Futbolistas Profesionales y profesionales de la medicina y el deporte, que merecen no solamente mi respeto sino mi más alta consideración, me llevaron a aquilatar un presente de este jugador que, debo admitir, no conocía al momento de realizar mis afirmaciones".
Agregó:
"No ha habido en su club, como erróneamente me informara una fuente, controles antidopaje que no fueran superados por el señor Jonathan Rodríguez. Pido disculpas por haberme hecho eco de una versión tan dañina no solamente para el jugador, sino para su familia y para el ser humano. La falsedad de esta versión la he comprobado dialogando con más fuentes, incluyendo al prestigioso cuerpo técnico del Club Atlético Peñarol. También a partir de conversaciones que en las últimas horas mantuve con sus entrenadores y preparadores físicos en el club".

***

A diferencia de lo que dice la Mutual, puede ser perfectamente válido informar de aspectos de la vida privada de un político, un funcionario o un jugador de fútbol siempre y cuando estos afecten en forma comprobada su desempeño público.
Lo que no puede defenderse nunca es a un periodista que informa cosas que luego admite que han cambiado de modo sustancial, o que da cuenta de exámenes que dieron positivo y luego resulta que nunca habían dado.
Eso no se puede justificar dentro de los márgenes del buen periodismo.
Da Silveira no hizo lo que Larry Rohter en Brasil, que se mantuvo firme en que la información que había dado sobre Lula era verdadera y que correspondía que el público lo supiera.
Por eso Rohter salió bien parado de su escándalo y Da Silveira no.

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 Quedó demasiado largo. Dejo para la próxima entrada explicar qué tiene que ver este caso con el del jugador uruguayo que le dijo "macaco" a Marcos Guilherme: 
http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2015/02/m-ientras-todo-uruguay-discutia-y-la.html )

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