Los uruguayos no tenemos conciencia histórica sino mitológica. Nuestras elites nos han hecho un país enano. Estos son algunos de los polémicos juicios que dispara el historiador duraznense Óscar Padrón Favre en esta entrevista, realizada durante la investigación para un reportaje sobre los festejos del Bicentenario, que se publicó en diciembre de 2011 en la revista Construcción.
-¿Por qué Uruguay terminó siendo un país independiente?
-El Imperio Español fue, esencialmente, una red de ciudades con fuertes acentos autonómicos. La política de centralización de los Borbones que creó el Virreinato del Río de la Plata, que no llegó a las cuatro décadas de vida, no logró superar esas tendencias centrífugas. La mezcla de un fuerte sentido autonomista alimentado por los repetidos errores en la conducción revolucionaria bonaerense, fueron factores que incidieron para el nacimiento de Uruguay, como antes sucedió con Paraguay y Bolivia. En nuestro caso se sumaron las singularidades de ser una tierra de puertos y una frontera caliente.
-No fue el deseo inicial de la Revolución pero el sentido autonómico y de destino propio se fue consolidando a lo largo de dos décadas muy turbulentas y sufridas. Nunca existieron unanimidades, ni aún en los tiempos de Artigas. No se sentían orientales todos los habitantes de la Provincia, pues en realidad así se identificaban aquellos que integraban un movimiento político iniciado por el artiguismo. A muchos les disgustaba esa denominación. A su vez dentro de las propias fuerzas orientales había una tendencia más pro Provincias Unidas y otra más independentista, que terminó predominando.
-¿Qué tan importante fue el peso de los agentes extranjeros en la decisión de que Uruguay se transformara en un país independiente?
-En el caso de Argentina y Brasil al firmar la Convención Preliminar de Paz sentían que eso era una tregua y no estaba en sus planes perder definitivamente este territorio estratégico. En el caso de Inglaterra la independencia le daba garantías sobre la internacionalización de los grandes ríos, pero ella no operó en el aire. La mediación británica fue muy importante pero, como decía, no actuó en el vacío, pues informes diplomáticos previos ya señalaban que en un porcentaje importante de la población, especialmente los sectores populares, había un franco rechazo a la política de Buenos Aires, desde donde habían venido casi siempre los males.
-Tuvimos oportunidad de serlo y en el siglo XIX íbamos hacia ello, pero en el siglo XX un centralismo irracional y un excesivo estatismo lo transformaron apenas en una Ciudad-Estado. El sueño de los constituyentes de 1829 que propusieron que el país se llamara Estado de Montevideo finalmente se cumplió. El Uruguay no nació chico, lo achicaron las malas políticas.
-¿Somos independientes? ¿Somos una nación?
-Las equivocadas políticas con ausencia de dimensión auténticamente nacional y sin planificación estratégica del territorio, que predominaron en el siglo XX, terminaron por llevarnos a un nivel límite de debilidad demográfica y material. De hecho tocamos fondo en el 2002, de cuya situación salimos gracias a la avalancha de inversión extranjera que cayó sobre nosotros, pues en el mundo se corrió la voz que había un país en venta. El peso económico de la inversión brasileña, por ejemplo, nos pone en una situación de recisplatinización evidente. Aclaro que no me desagrada esa situación, solamente cuestiono la arrogancia de no reconocerla.
-Los antiguos orientales constituyeron un “pueblo nuevo” mientras que los uruguayos un “pueblo transplantado”, según la terminología de Darcy Ribeiro. Para la dirigencia política montevideana –siguiendo a la bonaerense – el predominio del mestizaje entre los orientales los hacía no aptos para el progreso, por eso había que borrar esa mala herencia étnica trayendo europeos que encarnaban la civilización. Así buscaron hacer realidad la utopía cosmopolita del país sin nación y eso ha debilitado nuestro sentido de pertenencia, de arraigo y de destino común.
-Para hablar de nacionalidades en Hispanoamérica hay que hacerlo con un sentido muy diferente al europeo. Artigas fue un caudillo que se sintió profundamente sudamericano y que se negó al fraccionamiento del amplio espacio rioplatense. Él hizo que los orientales fueran los heraldos del federalismo, pero, qué paradoja, su tierra natal se transformó en la encarnación de la utopía unitaria al extremo. El Uruguay moderno no fue construido según su ideario. El mejor homenaje sería la coherencia en el hacer y no la exaltación retórica.
-Ya he manifestado otras veces que Uruguay no tiene conciencia histórica sino mitológica; no se vive del pasado como a veces se nos señala sino que se explica mitológicamente el pasado, como un atajo para no estudiarlo y que realmente nos pudiera servir como orientación para salir de los círculos viciosos. Pero hay poderosos intereses para que el pasado no se estudie y predominen los estereotipos. Bien nos definió Mario Benedetti como “el país de la cola de paja”.
-A diferencia de esa opinión que suele predominar, ya expresé que no nacimos chicos sino que nos achicamos. Si se estudia el Uruguay de 1860 a 1910 –la época de oro del país – se ve claramente que no estábamos condenados a la pobreza, todo lo contrario. Fueron los errores del siglo XX lo que nos llevaron a ello. El país –que no debe confundirse con Montevideo- fue sufriendo un proceso de autoasfixia que lo enanizó. Para el 1900 nuestra relación poblacional con Argentina era de 1 a 5 y con Brasil de 1 a 17, ¡¡¡hoy es de 1 a 13 y de 1 a 61!!! ¿Qué estuvieron mirando nuestras elites durante un siglo?
-Bueno, nuestra historia fue compleja y los aniversarios son muchos y todos relevantes. Es de desear que promuevan la reflexión y profundos cambios en las próximas dos décadas, porque nos jugamos mucho.
Lo de 1808 en Montevideo fue un episodio local y de reafirmación españolista y realista; lo de Mayo de 1810 fue profundamente americano y fue un grave error el que se cometió el año pasado al no haber adherido de una manera mucho más activa a los festejos de ese Bicentenario, pues no es una fecha solo de Argentina sino de América. Durante el siglo XIX hubo una clara conciencia de la importancia de la misma como fiesta continental, tal como lo demuestra el nomenclátor, pero luego un mal entendido nacionalismo la fue borrando y lo que pasó el año pasado muestra que, lamentablemente, sigue muy arraigado en ciertos sectores uruguayistas.