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21.4.15

Las venas abiertas y la noticia (no) deseada

"La noticia deseada" es un concepto patentado por el periodista argentino Miguel Wiñazki, quien sostiene que hay noticias que el público quiere oír y otras que no, y que muchas veces el periodismo, en su afán de vender y ganar audiencia, apela a "las noticias deseadas" en detrimento de la verdad. El rigor, la exactitud, los hechos, todo queda de lado para dar la noticia que la gente quiere oír.
Lo padecí con el libro sobre la carrera en Uruguay de Víctor Hugo Morales: una cantidad de papanatas salieron a condenarlo y a firmar solicitadas de repudio sin haberlo leído, solo porque iba contra su noticia deseada, contra el mundo tal como quieren que sea.
Con Eduardo Galeano pasa algo parecido en estos días.
El escritor, en su último período de vida, renegó del rigor de su obra más famosa, Las venas abiertas de América Latina.
En un congreso literario en Brasilia, en mayo de 2014, dijo respecto a su libro: 
"Yo no tenía la información necesaria. No estoy arrepentido de haberlo escrito, pero fue una etapa que, para mí, está superada. El libro fue escrito sin conocer debidamente de economía y política".
También agregó que no volvería a leer Las venas abiertas...:
“No sería capaz de leer el libro de nuevo. Para mí, esta prosa de la izquierda tradicional es pesadísima. Mi físico no lo aguantaría. Caería desmayado”.
No fue una "noticia deseada".
Es notable como en estos días, intelectuales, académicos, políticos, militantes y periodistas hacen como que el sinceramiento de Galeano nunca hubiera ocurrido.
En Twitter al miles de ejemplos al respecto:



En Bolivia, un director teatral inició una campaña para que "Las venas abiertas...." sea distribuido masivamente entre todos los estudiantes de Secundaria.



En Argentina, al morir Galeano, el diario La Nación dedicó un artículo a Las venas abiertas.... Su autora, Ana María Vara, escribió que Galeano "estaba cansado de hablar de Las venas... Ya no se sentía cerca de esa forma de escritura y, como todo artista que se renueva, quería cantar sus nuevas canciones".
Es decir, Galeano estaba un poco aburrido de su libro, como le pasa a las estrellas de rock que llevan décadas cantando los mismos temas. Pero eso no había sido todo lo que el escritor había dicho. Lo que había expresado era que no sabía lo suficiente de economía y de política cuando escribió un libro que trata esencialmente de economía y política.
La noticia deseada.
´
Hace muchos años, cuando trabajaba en la revista Tres, escribí un reportaje sobre la influencia de los charrúas en el Uruguay actual. Debí leer muchos libros, entrevistar a especialistas, historiadores, antropólogos y también a militantes de la causa indígena.
Entre todo lo que leí, había un texto de Galeano sobre el triste destino de los cuatro charrúas llevados a París para ser exhibidos como rarezas ante los europeos. Está incluido en Memorias del Fuego. Es un texto breve, contundente, conmovedor, con la prosa ágil y sugestiva tradicional de Galeano. Tiene el timing y el punch exactos, el golpe de efecto preciso, todos recursos que Galeano siempre manejó con maestría.
Pero lo que dice no es exactamente la realidad. Tampoco es falso o mentira. Pero en muchos datos hay un detalle, una conjetura, una omisión más o menos relevante. Al final, la suma de todas esos desajustes con la realidad, terminan por conformar una realidad diferente. No sé si soy claro. Pueden leer aquí lo que escribí entonces sobre ese pequeño texto y entenderán mejor a qué me refiero.
Años después, una editorial con la que yo ya había publicado un libro, me planteó que escribiera otro. Le propuse una idea a la editora, una mujer joven. Le mostré mi breve artículo sobre Galeano y los charrúas y le dije:
-Hagamos lo mismo con Las venas abiertas de América Latina. Tomemos el texto y busquemos si los datos están correctos, si hay imprecisiones, sesgos, omisiones pequeñas o importantes.
Me miró con cara de horror.
"Yo amo a Galeano", dijo. "Y vos estás loco. ¿Cuál sería el sentido de ese libro? ¿Querés que te odie todo el mundo?".
Pocas veces recibí un rechazo tan tajante. Si había una noticia allí, insistió la editora con otras palabras, sería una noticia no deseada.
Tenía mucha razón.
No se la han creído ni al propio Galeano.

4.11.13

"En términos de la cultura: ¿qué importa si uno de mis 32 choznos fue charrúa?"

"Ser indio en el Uruguay". Ese era el título de una mesa redonda en la Facultad de Humanidades, en el marco de las Primeras Jornadas "Pueblos Originarios: nuevas miradas y debates en torno al pasado indígena". Fue en octubre de 2011. Para dar una idea del tenor de la actividad, una de las ponencias que presentaron ese día se titulaba: "Mujeres Charrúas rearmando el gran quillapí de la memoria".
Fue la última vez que vi al profesor Renzo Pi Hugarte. La sala donde se desarrollaron las conferencias era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. El público era "charruísta". Muchos estaban vestidos de indios: llevaban coloridas prendas del Altiplano, vinchas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o piel roja.
Entre los expositores estaban los dos maestros de la antropología en Uruguay: Pi y Daniel Vidart.
Ya lo conté en una entrada anterior: Pi habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida etnia. Y que no alcanzaba con proclamarse "indio en el Uruguay" para serlo. Luego Vidart lo reafirmó a su turno con una conferencia titulada como una piña en el estómago: "No hay indios en el Uruguay contemporáneo".
Vuelvo sobre este tema porque, mientras buscaba otra cosa, encontré la grabación de aquella intervención de Pi, que creía haber perdido.
Vale la pena transcribirla. Es un ejercicio de honestidad intelectual y coraje totalmente fuera de lo común para un país que tiene demasiados intelectuales campeones de lo políticamente correcto, especialistas en cosechar aplausos de la tribuna, acomodaticios a más no poder.
La ponencia de Vidart de aquel día, de idéntica valentía, puede leerse aquí. La de Pi, que falleció el 15 de agosto de 2012, no estaba disponible hasta hoy. La reproduzco hoy aquí, gracias a la grabación encontrada.
Dijo Pi Hugarte:

"Lo que yo puedo decir todos ustedes lo saben porque lo he dicho muchas veces y lo he escrito. No siempre ha caído bien, sobre todo a aquellos que se sienten indígenas por una cuestión de corazón.
Lo que un individuo es desde el punto de vista étnico no depende exclusivamente de lo que él pueda decir que es, o creer que es. Depende también de cómo lo ven los otros. Porque sin estas dos cosas, no hay identificación étnica.
Yo he vivido tantos años en Ecuador y soy ciudadano ecuatoriano inclusive. Es un país multiétnico, multicultural, algo que la nueva Constitución ahora reconoce. Yo recuerdo una discusión que tenía con mis amigos en ese país, que me decían "somos todos ecuatorianos". Sí, es cierto, hasta yo que no nací aquí soy ecuatoriano, les respondía, pero hay salasacas, hay saraguros, hay cofanes, hay achuar. Sí, son todos ecuatorianos, pero no como ustedes, autodefinidamente blancos de clase media, universitaria. Es otra cosa.
indios, uruguay, Pi HugarteYo me enfrentaba con un saraguro o un salasaca y tanto yo como él sabíamos que era un saraguro o un salasaca. Porque tienen su lengua, sus tradiciones y hasta su manera de vestir distinta.
El asunto de la naturaleza étnica es una cuestión cultural. No interesa para nada en el orden de la cultura los genes que uno pueda tener, los genes no determinan nada. Esto puede ser incluso una carga lamentable del siglo XIX, cuando se pensaba que la cultura era una consecuencia de la raza, lo que llenó los museos europeos de colecciones de cráneos del mundo, porque se pensaba que dada la forma del cráneo se iba a poder determinar el tipo de cultura que esos individuos habrían generado. Hoy hemos dejado de lado todo eso, entre otras cosas porque el concepto de raza ha sido completamente devaluado científicamente y en términos de cultura nada significa.
Los países europeos ahora están sufriendo, por la gran inmigración que están teniendo, un proceso similar al que sufrieron algunos otros lugares del mundo, entre otros el Río la Plata, donde confluyeron individuos de todas partes. Realmente de todas partes y de culturas y aspectos físicos muy diversos.
Los del aspecto físico creo que es una cuestión muy menor. Siempre recuerdo a los que fueron los hermanos que no tuve en mi infancia y adolescencia ya lejanas, los García Gómez, que eran hijos de un exiliado republicano español y de la lavandera del pueblo, él perfectamente blanco y rubio y ella una mulata oscura. Los hijos de los mismos padres pueden salir con tintes diversos. Entre estos queridos amigos míos -que yo he tenido no sé si la suerte de vivir más que ellos-, la mayor, la Ñata, si uno le preguntaba qué era racialmente, ella respondía que era blanca, a pesar de que era la más oscura de los hermanos. Claro, se llamaba Blanca de nombre, porque su madre había querido "blanquearla" de esa manera. (Y ella se "blanqueó" después casándose con un italiano y tuvo hijos rubios). En cambio el hermano que era de mi edad, el más amigo mío, Fernando, era blanco como yo de piel, pero con la nariz platirrina y con motitas. Y si uno le preguntaba: Miope, ¿qué sos vos racialmente?, él decía: negro.
Entonces, la apreciación subjetiva puede ser muy variada y no da lugar a una certeza. No es por ese lado que vamos a llegar a nada. No es por ese lado. Por eso me llaman la atención algunas cosas que están en el programa de estas jornadas. Para que haya un grupo étnico tiene que haber un grupo. No tiene que haber un individuo aislado, que tenga un lejano antepasado cuya comprobación puede ser en gran medida mítica porque se basa en conversaciones de fogón y de cocina. En tanto que se borran los otros (antepasados), que sí tienen una historia concreta, un nombre concreto y una historia que se puede reconstruir perfectamente.
Todos tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 choznos. ¿Qué importa que yo haya tenido un chozno, uno de esos 32 que haya sido charrúa o minuán?  ¿Importa algo en los términos de la cultura? Ni siquiera importa lo más cercano. Yo tuve un abuelo catalán. ¿Qué tengo de catalán?  ¡Nada! Absolutamente nada. Y en esto desafío a cualquiera de ustedes que vaya a Cataluña, como a mí me pasó: fui a Cataluña y sentí que lo único que tenía era un apellido que me identificaba como tal:  no hablo la lengua, ni tengo la visión, ni los sentimientos ni las apreciaciones que un catalán crecido en Cataluña puede tener. Entonces yo insisto como he insistido siempre en el hecho de la cultura.
Suecia recogió gente perseguida de todo el mundo. No sólo había uruguayos en Suecia. Había malayos, indonesios, que físicamente son muy distintos a los suecos pero cuyos hijos aprendieron a hablar esa lengua, es la vida que han hecho. Si volvieran a Camboya o al lugar de donde salieron sus padres o sus abuelos, se sentirían totalmente perdidos, totalmente ajenos porque lo propio de ellos es el mundo y la cultura sueca que absorbieron.
Recuerdo que una guía en Versalles era descendiente de vietnamitas, con todo el aspecto físico oriental: el pelo negro chuzo, los ojos almendrados, el color atezado, la baja estatura. Y ella hablaba de la época de Luis XIV, del Rey Sol, de la época en que se había construido el palacio que se visitaba y hablaba de "nosotros".  Eso para ella era "nosotros": ella se identificaba con esa historia porque, claro, había crecido ahí. De vietnamita no tenía más que el aspecto y esto en términos de la cultura no importa absolutamente nada.
Esto yo lo he dicho muchas veces. Ha generado malestar en muchos. Recuerdo un charlista qué bombardeaba al rector de la época con notas descomunales. Una llegó a tener 45 páginas exigiéndole al rector de entonces -que era Brovetto- que me licenciara porque yo hablaba mal de los charrúas. ¡Y éste que decía eso era un criollo falsificado, un gringo chacarero de afuera recién llegado! ¡Qué me venía con cosas! Pero no, él se consideraba charrúa. Se creía charrúa no sé por qué razón, por qué historias de fogón y cocina de alguna lejana abuela. Tenía un apellido que lo identificaba perfectamente como lucano, el apellido es el nombre de un pueblo que está cerca de Potenza, y puedo hablar con todo conocimiento del hecho porque estuve allí, un pueblito bastante lindo que tiene una iglesia del siglo XIII que vale la pena verla. Si me hubiera dicho que era descendiente de italianos y qué entre sus dieciséis bisabuelos había una que era indígena, era un dato curioso y nada más. En todo lo demás, física y culturalmente, no tenía nada que ver. La última vez que lo vi se había pintado el pelo todo de rojo. No de un rojo natural, sino de un rojo forzado. Me quedé pensando si no sería una antigua cultura de guerra.
Insisto: la identificación étnica del individuo no depende sólo del individuo que dice ser esto o lo otro. depende también de cómo lo ven los otros.
Ahora, ¿qué diablos es una etnia? En la tradición cultural francesa se considera que lo definitorio de la etnia es la lengua. En la tradición intelectual alemana lo definitorio es la historia y la tradición. Ambas posiciones no son desde luego contradictorias. Es más, uno podría decir que si no se dan las dos cosas no tenemos una etnia.
Hay algo que los europeos del siglo XIX no pudieron ni siquiera sospechar. Acá en el Río de la Plata nuestra etnia es la rioplatense. Cuando yo me encontraba con mi amigo el Miope, hijo de un español y la mulata lavandera del pueblo, teníamos la misma etnia, no teníamos la misma raza tal vez. Cuando me encuentro con mi amigo Olivera Chirimini me pasa lo mismo, o con Romero Rodríguez: no tenemos la misma raza, ellos tienen un mestizaje africano. Pero sí tenemos la misma etnia: hablamos la misma lengua y tenemos las mismas tradiciones rioplatenses, nos gustan las mismas cosas: el candombe, el tango, tenemos ciertos principios éticos que se llevan nuestra conducta en la acción. Esto es lo que los europeos del siglo XIX no pudieron imaginar: se puede ser de razas distintas -si es que validamos el concepto de raza- y de etnia idéntica.
Claro que en un país como Ecuador, como les contaba, las cosas no son tan así. Porque ahí si se da una identidad entre la forma de la subraza americana y la cultura y la lengua que tiene. Un shuar no es lo mismo que un cofán: hablan lenguas tan distintas como puede ser el sánscrito del castellano, aunque tal vez tengan un origen lejano común y tengan un aspecto físico qué pueda hacerlos parecidos al menos a nuestros ojos, que tendemos a verlos más parecidos de lo que son.
No sé qué más decirles mis amigos. Tengo el temor de que estas cosas puedan llevar a una visión racista, no tenemos por qué explicar lo peligroso que es todo esto. Se ha hablado de Estados Unidos. ¿Vamos a caer en el mismo extremo, que si uno tiene uno de los cuatro abuelos de ascendencia africana necesariamente es negro? ¡Es un absurdo!"

9.9.12

Pi Hugarte y las boleadoras

Conocí a Renzo Pi Hugarte en 1998. Por ese entonces yo trabajaba en la revista Tres y me habían llamado la atención ciertas publicaciones recientes sobre los charrúas. Una de ellas era una serie de fascículos escritos por el periodista Rodolfo Porley y editados por el diario La República con auspicio oficial (el gobierno era del Partido Colorado). Luego estaba el libro El pueblo jaguar, del geógrafo Danilo Antón.
Según estas publicaciones, los charrúas habían sido una nación de cientos de miles de individuos organizados en forma democrática, respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Poseían  importantes saberes éticos, científicos y técnicos: conocían la agricultura y sabían mucho de música, medicina y matemática. Tenían un calendario. Eran constructores y habían levantado decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto.
Estas aseveraciones habían provocado polvareda entre historiadores, arqueólogos y antropólogos porque hasta entonces lo que se sabía sobre los charrúas era que habían sido unos pocos miles, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, que no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria.
Decidí escribir sobre el tema. Leí libros sobre los indígenas, entrevisté a Porley y a  Antón, también a científicos destacados que habían estudiado el asunto.
La conclusión era clara. No existía pruebas científicas para sostener las afirmaciones de Porley y Antón. Su alucinada prédica, sin embargo, provocaba la simpatía de buena cantidad de gente deseosa de que los charrúas fueran lo que nunca habían sido.
Pi Hugarte y los charrúas
Pi Hugarte en 1998. Foto de Leo Barizzoni (revista Tres)
Fueron especialmente enfáticos y tajantes para desmentir aquella ola charrúa superstar quienes ya entonces eran los dos antropólogos más respetados del país, Daniel Vidart y Pi Hugarte. El final del artículo -que pude leerse aquí- fue una frase de Pi, una de esas que apenas te las dicen ya sabés que serán el título o el remate de tu nota. Yo le pregunté: "¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?". Él lo pensó en silencio unos segundos y luego respondió con seguridad: "Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada".
El artículo provocó el rechazo de los fanáticos de la tribu, que se ensañaron con Vidart y con Pi. Varias veces, en posteriores encuentros, Pi me comentó cómo le reprochaban aquella sentencia de las boleadoras. Pero era la verdad, se reafirmaba siempre.

***

La última vez que vi a Pi Hugarte fue hace un año, en octubre, en la Facultad de Humanidades, durante un seminario sobre culturas indígenas.
El primer impacto me lo llevé al entrar a la sala donde se desarrollaban las conferencias. Era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. Bastaba verlos para comprender que aquel público era cien por ciento charruísta. Muchos habían ido vestidos de indios: unos llevaban coloridas prendas del Altiplano, otros vinchas en la frente, peinados con largas trenzas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o pieles roja.
Pi, lo mismo que Vidart, habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Explicó las cosas que la antropología sabe sobre los charrúas. Habló de su legado mínimo en nuestra actual cultura. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida tribu.
Lo escucharon en silencio, en general con respeto. Alguien levantó la mano para dejar sentada su discrepancia.
Toda la conferencia fue un acto de valentía y de honestidad intelectual. Salí reconfortado y triste al mismo tiempo, sabiendo que ya entonces Uruguay no tenía casi intelectuales capaces de hacer algo semejante.

***

Renzo Pi Hugarte falleció el martes 15 de agosto a los 78 años.
Su partida constituye una pérdida irreperable en un país donde el debate de ideas ha cedido su lugar al marketing y la propaganda, un Uruguay en el cual la inmensa mayoría de los políticos decide cada mínimo gesto mirando las encuestas y los intelectuales solo saben nadar a favor de la corriente.
Nos harían falta muchos como Pi y no los tenemos.
Lo vamos a extrañar, maestro.

el.informante.blog@gmail.com

10.9.09

El hedor patrio

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que durante el gobierno de Lacalle ocurrieron hechos de corrupción graves, que dos bancos fueron privatizados de manera escandalosa, que su propia esposa se vio involucrada en uno de esos casos, que el propio Lacalle no le dijo la verdad al juez cuando le preguntó si alguna vez se había entrevistado con un señor Sandro Calloni, que ese día, cuando fue a declarar, los canales 4, 10 y 12 no enviaron ni siquiera a un periodista o a una cámara a registrar el suceso.

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que Mujica no se levantó en armas para frenar un golpe de estado, sino para derribar a una democracia; que integró y tuvo responsabilidades de mando en una organización que puso bombas, que secuestró y mató, que incluso asesinó a gente inocente e indefensa. No se puede decir que la historia oficial tupamara, que Mujica suscribe, está llena de gruesas inexactitudes. No se puede decir que los altos costos de aquella aventura todavía hoy los estamos pagando.

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que Pedro Bordaberry nunca debió salir a defender la actuación política de su padre, un dictador convencido y tan ultramontano que incluso los militares lo consideraron demasiado reaccionario y lo mandaron para su casa. No se puede decir que Pedro Bordaberry se quedó con el Partido Colorado porque los ex presidentes Julio Sanguinetti y Jorge Batlle lo destruyeron antes. En Uruguay no se puede decir la verdad, por obvia y flagrante que ella sea.

No se puede decir que el clientelismo sigue. Tercera parte.

No se puede decir que la educación pública es una catástrofe a la que solo recurren los que no tienen más remedio. No se puede decir que la enorme mayoría de los gobernantes -los del Frente en primer lugar- envían a sus hijos a los colegios privados.

No se puede decir que vivimos en un apartheid: los empleados públicos trabajan menos y ganan más; los privados trabajan más y ganan menos.

No se puede decir que los medios de comunicación apestan. No se puede decir que es patética la moda según la cual todos los programas de radio y televisión, y hasta los títulos de diarios y portales, tengan necesariamente que ser “graciosos” o tener su lado supuestamente cómico.

No se puede decir que peor que Telenoche 4 es el noticiero de Canal 5, siempre oficialista.

No se puede decir que Chávez nos obligó a integrar esa cosa repugnante que es Telesur.

No se puede decir a cambio de qué.

No se puede decir quién financia la campaña electoral.

No se puede decir que el fútbol uruguayo es una farsa.

No se puede decir que Artigas nunca quiso volver al Uruguay, ni de vacaciones ni después de muerto. Y que murió sintiéndose paraguayo.

No se puede decir que los charrúas fueron unos salvajes.

No se puede decir la verdad, ninguna verdad. Nos hemos transformado en un país hipócrita, sepultado en toneladas de mentiras, inmovilizado debajo de una gruesa capa de farsa acumulada.

Ni siquiera se puede decir que la cumbia villera es una basura. Porque si decís esa verdad tan evidente en seguida tenés al coro de hipócritas señalándote con el dedo, acusándote de facho y repitiendo: la cumbia villera es una manifestación cultural tan válida como cualquier otra.

Qué suerte.

Uruguay: cómo te hiede la tanga.


el.informante.blog@gmail.com

4.5.09

Salsa charrúa

Los charrúas fueron una nación de cientos de miles de individuos organizados democráticamente. Eran respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Conocían la agricultura y tenían altos conocimientos musicales, médicos y matemáticos. Levantaron decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto. Eso, al menos, es lo que sostienen dos obras de reciente publicación, una de ellas auspiciada por el gobierno. Ambas han provocado gran polémica entre los científicos, que temen que esa "Charrulandia" llegue a las escuelas.


Hubo un tiempo en que, prácticamente, no se los consideró humanos. Rodolfo Maruca Sosa, en su libro La Nación Charrúa, cuenta que un historiador escribió que tenían “ojos de expresión animal”. Otro sostuvo que “marchaban en bandas como los lobos”.
También en Tabaré, Juan Zorrilla de San Martín les negó la condición de humanos. Hijo de una española y un charrúa, Tabaré es una criatura especial:
“¡Extraño ser! ¿Qué razas da sus líneas a ese organismo esbelto?
Hay en un cráneo lugar para la idea.
Hay en su frente espacio para el genio.
Esa línea es charrúa; esa otra… humana”.

***

Luego muchos historiadores, antropólogos y arqueólogos se encargaron de relativizar aquellos juicios basados, muchas veces, en descripciones de curas despechados por la imposibilidad de convertir a los charrúas, o de enemigos incapaces de vencerlos. Si se eliminaban de las crónicas las falsedades alimentadas por el odio y la subjetividad se podía ver otra realidad. Los charrúas eran pocos, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria. Pero no era cierto que no quisieran a sus hijos. Ni que no supieran reír. Eran hombres, no animales.

***

Ahora dos obras recién aparecidas brindan una nueva versión. En su libro El pueblo jaguar, el geógrafo Danilo Antón sostiene que los charrúas fueron cientos de miles. Que conocieron la agricultura, el calendario y dieron gran importancia a la mujer. Que tenían una sociedad democrática y ética.
Por otra parte, en una serie de fascículos titulados El laberinto de Salsipuedes, publicados por el diario La República, el periodista Rodolfo Porley habla de una cultura de alta espiritualidad, respetuosa del medio ambiente, dueña de un complejo conocimiento matemático y que construyó cientos de monumentos de piedra, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”.

***
¿Cuántos eran?

Antón tiene 57 años y es un geógrafo y geólogo reconocido, con libros traducidos a varios idiomas. Vivió en muchos países y fue en Canadá –asesorando proyectos gubernamentales de ayuda al tercer mundo- donde comenzó a interesarse por la historia y por los indígenas.
Desde entonces ha publicado tres libros de tono revisionista sobre la historia uruguaya. El primero –Uruguaypirí- dice: “Los amos, los opresores, los tiranos, los genocidas y los torturadores han gozado de una total impunidad en la versión oficial de la historia, vanagloriados en cientos de calles, monumentos, ciudades, departamentos. Los luchadores, los patriotas, los libertarios fueron ignorados, vilipendiados, menospreciados, eliminados por una conspiración de personas ilustres: de ‘historiadores’, de ‘doctores’, de ‘poetas’, de ‘patricios’, de ‘generales’ y de ‘escritores’. El público le ha respondido: desde 1994 ya se han publicado seis ediciones de Uruguaypirí.
Ahora, en su nueva obra, Antón ha centrado su atención en los charrúas: “No es un libro de historia o de antropología, es un ensayo con aspectos literarios mezclados con otros históricos y antropológicos”. El libro se llama El pueblo jaguar y también habla de una conspiración.

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Eran muchos y conocían la agricultura

El dato hasta hoy tenido por cierto, respecto a que los charrúas nunca fueron más que unos pocos miles, es para Antón fruto de “un profundo racismo inconsciente”.
Antón razona comparando la población de pueblos nómades africanos y concluye que los charrúas fueron “por lo menos unos 100.000”. El autor sostiene que la riqueza de esta tierra permitía alimentar esa población sin problemas. Además –contra toda la cátedra- afirma que los charrúas conocían la agricultura. “Los pueblos del sur poseían una sabiduría agrícola extendida y de alta sofisticación”. “Hay numerosos indicios que muestran que en muchos lugares de nuestro país se practicaba la agricultura rutinariamente. Se plantaba maíz, los porotos, el zapallo, la mandioca (…) La aptitud agrícola de los charrúas y otros pueblos pampas está documentada y ratificada por el sentido común”.
Si los charrúas no se dedicaban de lleno a los cultivos era porque “la comida era tan abundante que se podía prescindir de la agricultura”. Y si bien reconoce que no hay “descripciones concretas de cultivos en las aldeas charrúas” eso se explica porque plantaban en “pequeñas chacras escondidas en los montes”.
Como existen referencias de que comían brotes de ceibos, Antón dice que “es de imaginar que los charrúas debían plantar ceibos en las zonas bajas y costas donde residían”. Este concepto está presente también en la obra de Porley, que afirma que “el río Yi conserva en sus montes la flora que nuestros indígenas supieron cultivar y cosechar a su manera”. Eduardo Abella, otro divulgador de lo charrúa citado por Porley, habla de una “agricultura invisible”.

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Eran pocos y no conocían la agricultura

Para el antropólogo Daniel Vidart hablar de 100.000 charrúas es disparatado. “No hay ningún documento que lo avale. ¡Y si hubieran sido 100.000 acá nunca hubiera bajado un gallego: habrían acabado con todos!”
El catedrático de antropología de la Facultad de Ciencias, Renzo Pi Hugarte, coincidió con Vidart. “Los charrúas eran cazadores recolectores. Y si nos atenemos a la proporción de cazadores recolectores que pueden subsistir en un espacio, en la antigua Banda Oriental no debieron pasar nunca de 5.000. La base técnica que fundamenta estas economías no permite poblaciones grandes. Acá no había ganado y si hay que vivir de cazar un carpincho o un apereá, se necesitan muchos kilómetros cuadrados para sobrevivir. Además, todas las poblaciones eran más chicas. Cusco, que era un centro urbano importante, basado en una agricultura extensiva, probablemente nunca tuvo más de 25.000 habitantes”.
Para Pi, los charrúas “decididamente no conocieron la agricultura. Abundan los documentos que lo demuestran. Además, donde hubo agricultura, se encuentran rastros. Por ejemplo, se habla de que se cultivó la mandioca, que en su estado natural no es comestible. Los indios de la selva aprendieron a rallarla y a poner su pasta al sol o al fuego, para que se evapore un elemento venenoso que contiene. Pero ese proceso supone la existencia de ralladores y exprimidores. Y acá nunca se ha encontrado ninguno”.
Tampoco Vidart comparte lo señalado por Antón y Porley. “Todo indica que de ninguna manera conocían la agricultura. No hay ninguna prueba que permita pensarlo”. Lo mismo sostuvieron el investigador Eduardo Acosta y Lara y el arqueólogo Jorge Femenías: “Todas las fuentes y los datos lo niegan”.
Antón insistió: “Siendo tan fácil cultivar el maíz y siendo un cultivo que existía desde Canadá hasta el sur, ¡no cabe en la cabeza de nadie que no supieran cultivarlo! ¡No es posible!”.

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Democracia ecologista

Antón sostiene que la sociedad charrúa tuvo “carácter democrático” y un fuerte componente ético. Estaba organizada en un “sistema político basado en la libertad de los individuos y las comunidades”. En ella “la función que cumple la mujer es esencial, su participación en la toma de decisiones es predominante, y los sistemas espirituales están claramente influidos por esta situación de predominio femenino”.
Luego, sostiene Antón, la llegada de los españoles cambió las cosas. “El pueblo charrúa invadido fue obligado a cambiar radicalmente su modo de vida y a llevar una existencia guerrera”. Por eso se hicieron nómades por necesidad y “a partir de ese momento los roles centrales recayeron en los varones”.
Antón también sostiene que charrúas tuvieron “formas de relacionamiento con los ecosistemas muy sofisticadas y armónicas” que “permitieron mantener la riqueza y fecundidad de sus territorios”. Incluso para Porley el “nomadismo” charrúa “probablemente consistía en una movilidad sistemática para un manejo de ecosistemas en áreas mucho más extensas que las que nos hemos habituado a concebir. Tenían, dice, una gran “sabiduría ecológica”.

***

Vidart y Pi Hugarte creen que no se puede hablar de democracia charrúa. “La vida en la sociedad tribal –explicó Pi- es bastante igualitaria, pero hay imposiciones de unos sobre otros. El respeto por la palabra empeñada, que puede considerarse un principio ético, es natural en todos los pueblos que no escriben, no es exclusivo de los charrúas. Y no es seguro que tuvieran una ética elaborada, como filosofía de vida”.
Para Vidart “hablar de democracia entre los pueblos cazadores es una extrapolación peligrosa. Hay sí igualdad, un sentido muy acendrado de la ayuda mutua, pero no democracia, porque ella entraña la existencia del pueblo, los poderes y una organización constitucional que no existía”.
Ambos antropólogos rechazaron también que los charrúas se hicieron guerreros debido a la invasión europea: “Ya antes guerreaban contra otros grupos, es indudable. No eran pacíficos”.
Pi descartó que la conquista haya alterado el rol de la mujer charrúa. “Tenía un rol sometido como en casi todas las sociedades de ese tipo, donde la mujer es un animal de carga, o se encarga de pulir piedras o cerámicas. Son muy pocos los pueblos donde la mujer participaba en asambleas decisorias. Han existido, pero no hay ninguna referencia de que haya sido aquí. Pensar otra cosa es una extrapolación con la idea de hoy de feminismo”.

***

Sobre las cualidades ecológicas de los charrúas las diferencias de enfoque son notorias. Para Antón “el camino charrúa es por sobre todas las cosas un camino de la naturaleza. Un camino de respeto a la vida, de amor a los ríos, a los montes, a las praderas, a los cerros de piedra sagrados, es un camino que nace cada invierno cuando las siete estrellitas anuncian el regreso del sol. Es el camino de la madre, de la abuela tierra, un camino pradera, un camino-mujer”.
Pero para Pi hablar en esos términos es hacer “otra extrapolación con conceptos que no existían entonces”.
“La idea de que los indios protegen a la naturaleza –señaló- es totalmente errada y falsa. Si ellos hubieran tenido nuestra técnica, destruyen la naturaleza igual que nosotros. Déle una sierra mecánica a un indio selvático que vaya a hacer un plantío de mandioca y va a ver como liquida el monte en un santiamén. Lo que pasa es que sin sierra mecánica no es tan fácil cortar esos árboles”.
Para Vidart “los pueblos mal llamados salvajes administran muy bien el patrimonio de los ecosistemas pero no son ambientalistas y también hacen daño en la naturaleza”.

***

Año nuevo charrúa

Hay otras diferencias entre Antón y los antropólogos. Para Antón “es seguro que los charrúas basaban su calendario en las fases de la luna (...) y es probable que festejaran su fin de año inmediatamente después del solsticio de invierno, alrededor del 23 o 24 de junio”.
Para Pi ése es un error. “Conocer el movimiento de los astros es un logro de los mayas, pero no de los indios de acá. Un calendario supone conocimientos complejos que son propios de los pueblos con una agricultura avanzada”.
Vidart pide pruebas: “Sería muy interesante saber cómo se ha llegado a determinar que había un calendario charrúa y una fecha de año nuevo. Yo no conozco ningún elemento”.
Porley también señala un alto conocimiento matemático charrúa (“el pensamiento matemático charrúa emparentado con una cosmovisión en códigos conjuntos cuaternarios, similares a los de varios pueblos amerindios, africanos y asiáticos, con capacidad de contar hasta mil o más”) desconocido hasta hoy por la ciencia.

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Valle del hilo de la vida

Pero el aspecto más promocionado de los fascículos de Porley es el descubrimiento de cientos de construcciones de piedra indígenas, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”. El periodista da cuenta de que en pocos días realizó decenas de hallazgos: “No hubo necesidad de tocar nada para reconocer rastros de culturas indígenas en cada sitio (…) Más parece necesario tener el corazón expuesto”.
Entre los hallazgos, Porley destaca dos conos de tres metros de altura, construidos con piedras sólidamente estructuradas entre sí.
Ambos parecen haber sido ya descritos en 1949, en una historia de Minas, en la cual Santiago Dossetti apuntó que en los valles cercanos a esa ciudad “hay todavía hornitos o parrillas donde los españoles tostaban el material para separar la pepita áurea del cuarzo”.
Pero Porley descarta rápidamente esa explicación. “Prácticamente todo revela origen indígena”, dice. Aunque elude decir directamente que los conos –a veces llamados “pirámides” o “conos piramidales”- fueron levantados por los charrúas, lo da a entender varias veces. “Descubren más de un centenar de conos pétreos en esta Tierra Charrúa”, dice el título de uno de los fascículos, acompañado por la foto de uno de ellos. En otra oportunidad afirma: “Esos mismos cerros donde se han localizado las construcciones fueron los sitios preferidos para los ejercicios espirituales practicados a cielos abiertos por la cultura charrúa”.
Porley bautiza el sitio donde se encuentran los conos como “Valle del Hilo de la Vida”. Caminar allí le produjo a él y a sus acompañantes “cierta sensación de serenidad, pero que a la vez tenía algo de estimulante. Allí las voces suenan limpias. “Comenzamos a sentir que encontramos el anfiteatro más apropiado para la música de espiritualidad charrúa”. Un “pedagogo especializado en yoga” comentó que “sutiles energías presentes en el lugar, intentando mantener vivo en nuestros corazones cierta conexión con los antiguos pobladores de estas tierras”.
Además “hay quienes percibieron un aire ‘andino’ en estas singulares petroconstrucciones conoides (…) Expertos franceses le hallaron semejanzas con las estelas funerarias del Tíbet”.

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Catedral Pétrea Charrúa

Porley también encontró un cerro “que en el corazón de Salto es asiento de la Catedral Pétrea Charrúa”. El lugar, dice, alberga decenas de amontonamientos de piedra indígenas y una catedral charrúa con “naves” y “columnatas”. La foto de las supuestas columnas de la catedral se luce en la tapa de otro de los fascículos.
El periodista dice que las “columnatas” “parecen ser parte de la estructura del mismo cerro” pero también “hay bloques que parecen haber sido colocados”. Según concluye la obra charrúa está realizada “en indescifrable simbiosis con la estructura rocosa del tal cerro sagrado”.
Charrúas, charrulandia
La supuesta catedral charrúa.
“Es tan fuerte el impacto de una simbiosis de estructura natural con arreglos de mano indígena que –agrega- es muy difícil no pensar que todo el cerro fue construido o que el logro de tal combinación potenció uno de los santuarios charrúas más intensos”.
Porley, que a lo largo de si obra cita repetidamente a Pi Hugarte y a Vidart, así como a Femenías, también atribuyó a los indígenas haber levantado decenas de supuestos dólmenes y otros “monumentos megalíticos” que vinculó con hallazgos arqueológicos europeos y con los de San Agustín, en Colombia.

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Charrulandia

A Femenías algunas personas lo han felicitado por aparecer en los fascículos de Porley, y a Pi Hugarte también.
Pi, que tiene 62 años, recibió una carta de una ex compañera de liceo a la que no ve desde entonces. La misiva dice: “Cuánto me alegra saber que estás luchando por la causa de nuestros queridos charrúas”. Eso lo decidió a enviar una carta a La República (el 7 de febrero) aclarando que “no comparto las tesis sostenidas por Porley a propósito de las antiguas culturas indígenas del Uruguay”.
El mismo día, en El Diario, Vidart denunció la existencia de una “guerrilla fundamentalista” empeñada en recrear una “fantasmagórica y a la vez totalitaria Charrulandia”.
“Lo malo es que hoy, cuando la arqueología y la antropología general han avanzado tanto, un sector contestatario de indiófilos criollos propone explicaciones que vacían de sentido las conquistas de la razón y los avances del conocimiento. Esta actitud, que conlleva un acre repudio a la Universidad a la par que supone un retorno a la Tradición de los Antiguos, ha hecho pie en un sector inconformista del colectivo uruguayo. Antes la madrina de los dislates era la ignorancia: hoy lo es el afán de revivir la sabiduría infalible de los benditos analfabetos”.

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Para Vidart no hay nada nuevo cuando se habla de los amontonamientos de piedra que los charrúas realizaron en los cerros. Es conocido y ha sido referido por decenas de autores desde el siglo pasado. Estos rústicos amontonamientos fueron llamados “vichaderos”, porque se creía que los indios los usaban para vigilar los alrededores. Luego –como creen Vidart y Pi Hugarte- se impuso la idea de que eran sitios destinados a prácticas chamánicas. “Allí se hacen mil heridas en su cuerpo y sufren una vigorosa abstinencia hasta que se les aparece en su mente algún ser viviente, al cual invocan en los momentos de peligro como un ángel de la guarda”, relató el criollo Benito Silva que en 1825 vivió entre los charrúas.
“Lo que hacían era buscar lo que hoy llamaríamos un estado de conciencia alterada a través del sufrimiento, el dolor, el ayuno”, explicó Pi.
Sin embargo, hasta hoy solo Daniel Granada, en su Vocabulario rioplatense razonado de 1896, había consignado la existencia de amontonamientos de piedra de hasta tres metros. Por lo demás, los conos fotografiados por Porley lucen más sólidos y prolijos que los amontonamientos hasta hoy conocidos. “Tengo serias dudas de que sean indígenas. Pueden ser hornos para quemar cal o para fundir metal, lo que los pondría en la época de la colonia o hasta de la república”, dijo Pi Hugarte.

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El arqueólogo Femenías acompañó a Porley a ver los polémicos conos. “Es algo espectacular, nunca había visto nada así. Pero hay una referencia respecto a que eran obras mineras españolas y –aunque no parecen hornos- hay que investigarlo. Tampoco sabemos si son antiguos o modernos. Son un amontonamiento artificial de piedras y, de todas las fuentes históricas que hacen referencia a los amontonamientos indígenas, solo Granada les otorga hasta tres metros. Y uno no puede descartar todas las otras citas y quedarse con la que le conviene. No descarto que sean indígenas, pero tampoco lo puedo afirmar”.
Acosta y Lara, de 80 años, uno de los más respetados especialistas sobre charrúas, lo duda. “Fíjese que en Minas hace por lo menos 200 años que no hay indios. Si esas pirámides fueran de esa época, la gente ya las habría destruido, buscando algo adentro. Cosas así se mantienen en lugares muy aislados, pero no es el caso. No me atrevería a decir si eran indígenas o no, porque no se puede decir cualquier cosa. Todo lo que se dice fuera de la documentación es tocar la guitarra”.
En cuanto a las columnas de la catedral, Pi y Femenías coincidieron en que no son otra cosa que formaciones naturales. “En su afán por reivindicar a los charrúas, Porley cae en el mayor de los eurocentrismos, tratando de adjudicarles las mismas cosas que hacían los europeos. Aunque los charrúas no hicieran catedrales, que no hicieron porque esto es falso, su cultura igual tiene importancia”, dijo el arqueólogo que también catalogó como formaciones naturales los supuestos dólmenes.
Pi afirmó que los pretendidos vínculos con hallazgos celtas o del Tíbet no tienen sentido. Vidart coincidió: “Esas relaciones no se pueden aceptar, es muy aventurado. ¡Estamos haciendo una Charrulandia!”.
Femenías advirtió que no es tan sencillo catalogar como charrúa o indígena cualquier objeto. “¿Con qué criterio se vincula una piedra o una roca con los charrúas? De repente son naturales y tienen miles y miles de años de antigüedad: entonces no estamos hablando de los charrúas. Acá se toman todas las manifestaciones arqueológicas del país como sinónimo de charrúas y ése es un error gravísimo”.
En idéntico sentido se manifestó Vidart. “Hay quienes piensan que todo lo prehistórico es charrúa, pero no es así. Los charrúas eran parte de los pueblos pámpidos que, según parece, entraron aquí en el año 1500 antes de la era cristiana. Lo que tiene 11.000 años de antigüedad no es charrúa”.

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La luz de la Luna

Los charrúas nunca aceptaron el cristianismo. Cuando un sacerdote que acompañaba al misionero Cattáneo amenazó a un charrúa con las llamas del infierno, éste respondió: “Mejor, así no tendré frío cuando me muera”.
Por lo que se conoce, veneraban a sus muertos, se mutilaban los dedos y se herían los brazos cuando fallecía un pariente y practicaban ceremonias chamánicas.
Pero, además de eso, “poco o nada sabemos de las creencias de los charrúas en el campo de lo sagrado, lo sobrenatural o lo sobrehumano, por no hablar de lo religioso”, anota Vidart en su recién publicada obra La trama de la identidad nacional.
Porley dice “entrever la fuerza y belleza de la espiritualidad de nuestros indígenas”. Sostiene que las “construcciones de piedra” en las cumbres de los cerros oficiaban como “zonas de retiro”. Y que donde estaba la “Catedral Pétrea Charrúa” “es como si se canalizara toda la fuerza o energía de esos parajes y se pudiera dialogar con las nubes, la inmensidad celeste, el sol, como la luna y estrellas. Sin duda una o más de esas construcciones sobresalían creando vórtices de energía convocantes de la vista y corazones a mucha distancia”.
Pi Hugarte sostuvo que “pretender que eran místicos al estilo de san Juan de la Cruz es un dislate. Y que eran una especie de gurúes que se pasaban meditando en los círculos de espiritualidad –como dice Porley-arriba de los cerros, ¡no! La vida tribal es una vida dura, no es fácil. Todos los días hay que luchar por el alimento, contra la naturaleza, contra un montón de circunstancias. La gente tenía que comer, que cazar, que luchar y que huir… no era la India, de ninguna manera”.
Pero para Porley los académicos no se han molestado en estudiar lo suficiente. Para él –un periodista de 51 años que hizo sus primeras armas como cronista en el diario comunista El Popular- los datos están ahí, basta con salir a hablar con la gente de campaña, cosa que no han hecho los académicos. Por ejemplo, la costumbre de campo de tomar mate alrededor de un fogón puede ser, anota, un antiguo rito charrúa: “Quizá podríamos preguntarnos si estamos frente a alguna pervivencia de la cultura charrúa agauchada”.
Porley entrevista a la psicóloga Solange Dutrenit –que dice tener ascendencia charrúa- que relata que una paciente –también descendiente de la tribu- le contó un rito charrúa que ha pervivido de generación en generación: presentar a los recién nacidos a la Luna.
Dutrenit explicó su importancia: “Al final te terminás dando cuenta que si no pasás, si no vivís es experiencia de relación, quedás totalmente aislado de la conexión energética más fuerte que tienes en el Universo. Si no sentís era relación, en particular las mujeres (…) sobrevienen más frecuentemente problemas de cáncer de útero”.

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Conspiración anticharrúa

Para Porley ha existido una verdadera conspiración tendiente a ocultar “hasta con sangre” la verdad sobre los charrúas. El periodista acusa de ella al Estado uruguayo (y paradójicamente sus fascículos son auspiciados por el gobierno a través del Ministerio de Vivienda, y por las intendencias de Maldonado, Flores y Tacuarembó). “Uruguay –sostiene- vivió desde su nacimiento como Estado (y más precisamente desde (la matanza de) Salsipuedes en 1831) una conspiración anticharrúa, natural prolongación de la antiartiguista, que intentó devaluar a esta cultura”. La Universidad, sus egresados y los organismos oficiales de los cuales depende la investigación arqueológica e histórica son culpables, según Porley, por no haber hecho los estudios necesarios para descubrir la verdad.
“No admitimos que se descalifique a los charrúas, que se los borre, sin que se haga una investigación que nunca se hizo, dijo el periodista a Tres. Y en sus fascículos señaló que “son los cuestionadores, no los que atribuimos a los charrúas la construcción y la creación artística, los que deberían probar sus hipótesis”.
Antón se burla de las descripciones tradicionales de los charrúas y sostiene que ha existido “una leyenda infame” que “llevó a que se creara un estereotipo del charrúa salvaje, incivilizado, primitivo, nómada”.
Pi Hugarte no cree en eso. “Nos dicen que hubo una conspiración para ocultar la grandeza y el brillo de la civilización charrúa. Es una visión conspirativa de la historia: la culpa de los males del mundo siempre la tienen los malos, que pueden ser los judíos, los comunistas, los masones o los que no quieren que se sepa la verdad sobre los charrúas”.
“No entiendo por qué no quieren reconocer que fueron salvajes, que no conocieron la agricultura, que fueron cazadores nómadas. No es ninguna vergüenza, es un estadio natural en la historia de la humanidad”.

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El camino del mayor saber

Si en algo coinciden todos es en reconocer que de los charrúas se sabe poco.
En cambio, no hay coincidencias a la hora de plantearse cómo hacer para que se conozca más.
“Yo escribí en El Uruguay indígena que se sabía poco de los charrúas y que nunca se iba a saber. Que aparezca un documento importante desconocido, es muy difícil. El otro camino es la arqueología, pero tampoco es fácil”, explicó Pi Hugarte.
Tanto el antropólogo como Femenías coincidieron en que no es sencillo adjudicar a un pueblo cualquier hallazgo. “¿Cómo se distingue si un esqueleto o una boleadora es charrúa o es chaná?”. Aún así, Pi “es partidario de explorar por ahí y no mitificando espiritualidades imaginarias que –si existieron- no podemos saber cómo eran”.
En cambio, Porley cree que hay muchas cosas que están “a flor de piel”, esperando ser rescatadas por quienes tengan la sensibilidad necesaria. “Identificamos varios indicios de que muchas claves culturales charrúas han sobrevivido gracias al secreto, diríase que sagrado (…) Es probable que se abran más puertas de la memoria y la tradición oral, como se prefiera denominarlas, ya que hay quienes perciben sueños, intuiciones varias”.
Según Porley, para avanzar en el conocimiento sobre los charrúas “es imperioso convocar a profesionales capaces de articular una ciencia con conciencia, que incorporen no solo la ética y la responsabilidad, moral y social. Que se abran al mito y a la espiritualidad…” Siguiendo al autor francés Edgar Morin, reclama revalorizar los mitos, contra la “racionalización ciega” y el “neoliberalismo globalizante”. No hay que abandonar la ciencia, pero hay que combinar, dice la “precisión matemática con un enfoque más global y holístico, que se aproxime a las tradiciones orientales y a las de nuestras culturas amerindias”

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En la carta que envió a La República para deslindarse de la obra de Porley, Pi señaló que “es penoso que suponga que ese saber definitivo habrá de surgir de superficiales elucubraciones sin mayor estudio, por mejores que sean las intenciones”.
“No podemos –protestó Vidart- decir que la Universidad es perversa, que el saber libresco es malo y que mucho mejor es tener contacto con las divinidades. Es una exageración fundamentalista”.
Pi señaló que “por decir lo que se sabe sobre los charrúas lo ponen a uno como un reaccionario. Parece que ser de izquierda es apelar a la irracionalidad y a la magia, antes que a la ciencia, que –según Porley- es una creación del neoliberalismo. ¡Por favor!”.
El antropólogo dijo que el fenómeno despierta su interés profesional: “Veo el germen del surgimiento de un culto. Se están elaborando los mitos para fundamentarlo y estos, quizá, darán lugar a dogmas. Y si la cosa prospera, habrá rituales: ¡no sé si llegarán al grado de cortarse las falanges! ¡Sería fantástico!”.
Y a Vidart también: “He sentido que están fabricando una religión, una serie de ritos que solo conocen los iniciados, una irrealidad virtual, de la cual es bueno estar lejos hasta tanto no se ofrezcan pruebas científicas y no sentimientos. Antropológicamente, es interesante ver esa franja de personas que cultivan formas de irracionalismo. Entiendo que tiene un efecto compensatorio psicológico muy grande, como todos los mitos. Pero me preocupa el éxito que comienzan a tener”. Femenías también se mostró preocupado. “No es válido desmerecer la labor del científico para justificar la locura de uno. Lo peor es el riesgo que se corre que esto llegue a la enseñanza, que muchos maestros tomen esto como muy válido y terminemos haciendo una fantasía de nuestra prehistoria”.

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Herencia charrúa

La Biblioteca Nacional conserva las hojas amarillentas de un alegato que, en 1930, escribió Hipólito Barros en reclamo de un “monumento grandioso” en honor a los charrúas y “sus homéricas hazañas y su espíritu de rebeldía contra todo lo que pudiera destruir y aun limitar su organización ultrasocialista y su libertad personal”.
Barros sostenía que los uruguayos heredamos del charrúa sus “cualidades físicas y morales, mejoradas algunas notablemente por la moderna civilización”.
Coincidiendo con Barros, el escritor Carlos Maggi dijo en una charla recogida por Antón en Uruguaypirí que “el mundo charrúa era un mundo moralmente superior y eso es uno de los ingredientes en la formación de esta nacionalidad”. Esa “fuerza moral” heredada de los charrúas –agregó- hizo que la Provincia Oriental se independizara y las otras provincias no. (“Los charrúas vivieron también en varias provincias argentinas”, explica Pi).
El aporte charrúa fue mayor todavía para J.A. Hunter, autor de El Poder Charrúa: “A este pueblo le debe el uruguayo de hoy la herencia de un rico patrimonio: el compañerismo, la lealtad, el desinterés personal, la generosidad, el amor a la verdad y la incuestionable libertad”.
Y todavía mayor, si es posible, para Antón.
“Proteger la Naturaleza (…) diversificar la producción, disminuir la dependencia, defender a quienes producen con su sabiduría y sus manos, concentrarse en los niños y los jóvenes, prestar atención al sentir de las mujeres, recordar las viejas sabidurías sin dejar de crear nuevas opciones, generar redes de solidaridad que entrecrucen la sociedad en todas direcciones, tender la mano a pueblos amigos para buscar caminos comunes de prosperidad y respeto, defender la libertad de los demás y la propia a todo precio. Y por sobre todas las cosas comprender el pasado en todas sus dimensiones para asegurarse que no se cometan las mismas injusticias (…) Es el camino que nos trajeron desde el pasado profundo los charrúas, que recorrió de a caballo el gauchaje (…) que fue recogido como legado valioso por muchos miles de inmigrantes (…) y que nutrió la rebeldía de tantos jóvenes que se alzaron contra la injusticia y la opresión en tiempos más recientes”.
Antón dice que la “garra charrúa” es, para Uruguay, el “mejor pasaporte hacia un futuro sólido y verdadero”

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El charrúa existió –sostiene Vidart- pero no es un tronco de nuestra nacionalidad. Es la representación heroica, llena de coraje, honor e independencia de un pueblo que fue dueño de esta tierra, pero que –ni numérica ni culturalmente- pueda decirse decisivo en la forma del espíritu nacional uruguayo. La garra charrúa es un mito, una metáfora que se la repetían a los muchachos antes de salir a la cancha, y eran todos hijos de italianos”.

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Periodista: -¿No le parece que El pueblo jaguar retrata a los charrúas como un pueblo demasiado perfecto?
Antón: -Con tanta propaganda en contra durante tanto tiempo, hay que tirar el péndulo en la otra dirección.
Periodista: -¿Aún a riesgo de pasarse para el otro lado?
Antón: -¿Pero cuándo se pasa uno? A los charrúas le debemos mucho. Después de tanta difamación y asesinato, lo menos que se puede hacer es replantearse todo profundamente.

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Tenemos –concluye el libro de Antón- que tomar el bastón emplumado de Vaimaca, Melchora y Andresito y continuar la marcha hacia delante. Un camino de praderas verdes y siluetas de ñandúes en el cielo, de ganados, tatúes y guazubirás, de pescadores de corvina, de sábalos y tarariras, de chacareros que plantan papas y maíz, de tamberos que producen leche cada día, de computadoras que ayudan a reconstruir las viejas sabidurías, de redes electrónicas al servicio de la justicia y la verdad. Un camino de jóvenes y viejos, de mujeres y hombres. El camino charrúa”.

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Periodista: -¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?
Pi Hugarte: -Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada.

Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista Tres, 20 de marzo de 1998

22.3.09

Los últimos charrúas: siete diferencias

Los relatos sobre los charrúas suelen no ajustarse exactamente a los hechos comprobados. Por ejemplo, el siguiente texto de Eduardo Galeano de las Memorias del Fuego.

“En las puntas del Queguay, la caballería del general Rivera ha culminado, con buena puntería, la obra civilizadora. Ya no queda ni un indio vivo en el Uruguay (1). El gobierno dona los cuatro últimos charrúas a la Academia de Ciencias Naturales de París (2). Los despacha en la bodega de un barco, en calidad de equipaje, entre los demás bultos y valijas (3). El público francés paga entrada para ver a los salvajes, raras muestras de una raza extinguida. Los científicos anotan gestos, costumbres y medidas antropométricas; de la forma de los cráneos, deducen la escasa inteligencia y el carácter violento.
Antes de un par de meses, los indios se dejan morir (4). Los académicos disputan los cadáveres. Solamente sobrevive el guerrero Tacuabé, que huye con su hija recién nacida, llega quién sabe cómo hasta la ciudad de Lyon y se desvanece (5).
Tacuabé era el que hacía música (6). La hacía en el museo, cuando se iba el público. Frotaba el arco con una varita mojada en saliva y arrancaba dulces vibraciones a la cuerda de crines. Los franceses que lo espiaron desde atrás de las cortinas cuentan que creaba sonidos muy suaves, apagados, casi inaudibles, como si estuviera conversando en secreto (7)”.

(1) Durante varios años sobrevivieron grupos pequeños de charrúas libres, que incluyeron a los caciques Rondó, Brown y Sepé. Más de 20 años después de aquellas matanzas Sepé vivía junto a una decena de charrúas en una toldería en Tacuarembó.
(2) No eran los últimos. Además de los que se mantenían libres, otros estaban presos o habían sido entregados para ser “civilizados” a familias de toda la república.
(3) No hay ningún documento que relate cómo fue el viaje.
(4) Senaqué murió dos meses después de llegar a Francia. Vaimaca Perú vivió allí más de cinco meses. Guyunusa sobrevivió un año, un mes y nueve días. Tenía una hija de diez meses y no se dejó morir, murió de tuberculosis.
(5) Se sabe que Tacuabé llegó a Lyon junto con Guyunusa y su hija porque allí los llevó el “empresario” que los exhibía. El francés tenía pensado ir a Estrasburgo, pero tuvo que cambiar de destino porque en esa ciudad había un fuerte movimiento en pro de la libertad de los charrúas. Fueron a Lyon y allí murió Guyunusa. Luego Tacuabé escapó con la niña.
(6) También tiró un gato al fuego para divertirse.
(7) Más allá de la intención de quien lo ejecuta, el llamado arco de Tacuabé, por ser un instrumento sin caja de resonancia, únicamente permite obtener sonidos casi inaudibles.

Publicado en la revista Tres, 20 de marzo de 1998.
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26.9.08

Uruguay, tierra guaraní

Cuando semanas atrás se celebró el día de indio, "charrúa" fue la palabra que más se escuchó en los homenajes. Fue un error: debió decirse "guaraní". Porque los indios que mayor influencia tuvieron en Uruguay no fueron los charrúas sino los guaraníes.
La diferencia de aportes es tan grande como ignorada. Eso al menos es lo que sostienen –contra la idea habitualmente difundida– varios de los más respetados antropólogos e historiadores uruguayos.
De hecho, el antropólogo Daniel Vidart está preparando un libro para reivindicar a los guaraníes en general y su aporte al Uruguay en particular. No es el primero en hacerlo: otros lo han hecho antes pero con poca suerte.
Recordar el aporte guaraní en la formación del país choca contra dos muros. En primer lugar, es un asunto incómodo para quienes sostienen que Uruguay se formó exclusivamente con la inmigración europea. En segundo término, molesta a quienes mitifican todo lo charrúa.
Lo cierto es que la mayoría de los uruguayos desconoce la influencia que los guaraníes tuvieron en la formación de Uruguay.
"El país a lo largo de la mayor parte del presente siglo ignoró o desdeñó tan importante aporte étnico, pues un equivocado nacionalismo indigenista, y, sobre todo, la persecución del afán de un Uruguay blanco, hizo que la etnia de los cazadores nómades, los charrúas, monopolizara el concepto de lo indígena en el Uruguay, posición totalmente insustentable de acuerdo a las modernas investigaciones etnohistóricas, antropológicas y arqueológicas", escribió el historiador Oscar Padrón Favre en Los inmigrantes olvidados, un librillo editado por el autor, en Durazno, el año pasado.

Se comieron a Solís

A la llegada de los europeos, los guaraníes podían ubicarse entre las culturas medias de América del Sur: eran menos desarrollados que la civilización inca pero estaban en un estadio superior a los pueblos nómades y cazadores, como los charrúas. Habían aprendido a plantar la mandioca y vivían en poblados. Navegaban los ríos en canoas y eran temibles guerreros. Creían en un paraíso, la Tierra sin mal. Sabían tejer, eran eximios ceramistas y tenían un gran dominio de la herboristería. Conocían los usos medicinales y las propiedades de muchas plantas. Entre ellas, la yerba mate.
Originarios de algún lugar de la selva tropical, explicó Vidart, ya antes de la conquista los guaraníes habían llegado al Río de la Plata. "Llegaron entre los años 1400 y 1500, bajando por los grandes ríos", afirmó el antropólogo. Fueron guaraníes y no charrúas quienes mataron y se comieron a Solís: eran los únicos indios de la región que practicaban la antropofagia, no se sabe si únicamente con fines rituales o también alimenticios.
Al arribo de los españoles, el área de dispersión guaraní era enorme y estaba lejos de limitarse al Paraguay como hoy suele creerse: habitaban desde las Guayanas hasta el Río de la Plata, de los Andes a la costa atlántica brasileña.
Las referencias históricas a los guaraníes que habitaban nuestras costas a la llegada de los europeos pronto desaparecieron: se supone que no eran muchos y que su población fue rápidamente diezmada por las enfermedades que trajo el hombre blanco.
"Como se encontraban en las bocas de los grandes ríos –explica el antropólogo Renzo Pi Hugarte en su libro El Uruguay indígena– fueron los primeros con los cuales los conquistadores establecieron relaciones. (...) Es probable que hayan sufrido antes y más que ningún otro grupo los efectos de dolencias desconocidas para ellos".
Pero no demorarían en volver y en mayor número, aunque en circunstancias totalmente diferentes.

La jauja

En 1607 se crearon las misiones jesuíticas y con ellas comenzaron a surgir a orillas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay reducciones de indios impulsadas por los jesuitas.
La inmensa mayoría de los indios reducidos en las misiones eran guaraníes, que allí fueron convertidos a la fe católica, aplicaron y perfeccionaron sus conocimientos ganaderos y agrícolas y aprendieron a desarrollar diversos oficios manuales.
Las misiones jesuíticas han suscitado hasta hoy opiniones opuestas. "Para algunos, fueron santuarios del trabajo y la oración, donde el indio estaba a salvo de los ataques de los bandeirantes paulistas que venían a buscarlos como esclavos. Para otros, las misiones fueron simplemente un modo de reunir indios para su mejor explotación, bajo una fachada de cristianización", explicó Vidart.
De un modo u otro, los 30 pueblos que conformaron las misiones reunieron una enorme población. Padrón Favre anota que, en 1729, cuando Montevideo tenía apenas 300 vecinos, las misiones estaban pobladas por 140.000 habitantes.
El principal recurso alimenticio para semejante población era el ganado vacuno que se había multiplicado prodigiosamente en la Banda Oriental, ya conocida como la Vaquería del Mar.
Para aprovisionar a sus pueblos, los jesuitas enviaban al sur de la Banda Oriental a grupos de 60 troperos guaraníes que, acompañados de dos sacerdotes y de una tropilla de caballos, efectuaban gigantescas arreadas de vacunos hacia el norte. Fue entonces cuando los guaraníes comenzaron a volver a la Banda Oriental.
"En todas estas excursiones –explicó el antropólogo Vidart– había indios que desertaban, porque la disciplina de las misiones era muy severa y la tentación de la libertad era muy fuerte. ¡En las misiones hasta para fornicar había que obedecer el toque de campana! Ellos ya sabían que esto era la jauja, el paraíso de los pobres: había comida de sobra y se la podía obtener con un mínimo esfuerzo: aire fresco y carne gorda. Era un imán muy poderoso. Cada una de aquellas excursiones dejaba más guaraníes radicados en la Banda Oriental".

Carne de cañón

Los guaraníes también escaparon de las misiones huyendo de las repetidas epidemias. Pero fueron muchos más los que llegaron a la Banda Oriental como soldados al servicio de la corona española, que muchas veces los reclutó para servir en sus ejércitos. España se valió repetidamente de los guaraníes de las misiones para combatir en nuestro actual territorio a los portugueses y charrúas.
Por ejemplo: miles de guaraníes llegaron varias veces para atacar a los portugueses en Colonia. La primera vez fue en 1680, pero luego los ataques se repetirían.
En las campañas contra los indios salvajes, 2.000 guaraníes se enfrentaron a los charrúas en 1702, en la sangrienta batalla del Yi, un choque que duró cinco días.
Luego, entre 1724 y 1726, otros 2.000 guaraníes llegaron para levantar las murallas de la recién fundada Montevideo.
"En cada una de estas campañas –relató Vidart– muchos indios desertaron. Desertaban los inadaptados al muy estricto sistema misionero, tentados por los salarios que les ofrecían los estancieros que sabían que los guaraníes eran mano de obra calificada. Y en las misiones los guaraníes trabajaban sin recibir ninguna paga".

Decadencia misionera

Pero la cantidad de guaraníes que se radicaron en campos de la Banda Oriental aumentó considerablemente a partir de 1750, cuando comenzó la decadencia del sistema misionero. Ese año, España entregó a Portugal parte de las misiones a cambio de Colonia. Los guaraníes se resistieron al acuerdo, por temor a ser esclavizados por los lusitanos. En 1754 se revelaron pero, tras dos años de guerra fueron vencidos. En esos años, muchos escaparon y llegaron a estas tierras.
Existe la constancia histórica de que 3.000 guaraníes fueron llevados por los portugueses a Viamao, en Río Grande, pero esa población desapareció en pocos años y se supone que muchos escaparon a campos orientales.
Los investigadores Rodolfo González Rissotto y Susana Rodríguez Varese han comprobado que, en muchos de los archivos parroquiales del Uruguay, existe a partir de la década octava del siglo XVIII, la constante definición o expresión: "indio natural de Viamao".
El proceso de llegada de guaraníes a la Banda Oriental aumentó aun más en 1767, cuando España expulsó a los jesuitas. El sacerdote alemán Martin Dobrizhoffer dejó constancia que 15.000 guaraníes "se dispersaron en los campos más remotos sobre el Uruguay, para tener pronto su alimento porque allí abunda el ganado".
Finalmente, existen otros tres momentos en que grandes grupos guaraníes llegaron a la Banda Oriental. Cuando Portugal tomó para sí las misiones ubicadas al oriente del curso norte del río Uruguay, en 1777, muchos huyeron al sur para no quedar bajo el gobierno de sus antiguos enemigos. En 1820 cuando Artigas fue vencido y buscó refugio en Paraguay, 4.000 guaraníes que eran su último apoyo en Corrientes, Entre Ríos y Misiones, cruzaron a refugiarse en la Banda Oriental. Y, finalmente, en 1828, cuando Rivera reconquistó las misiones orientales, entre 4.000 y 10.000 guaraníes ingresaron con él al actual territorio uruguayo.

Arriba de la mesa

¿En definitiva cuántos guaraníes llegaron a vivir en Uruguay?.
González Rissotto y Rodríguez Varese investigaron años atrás las actas de bautismos y defunciones existentes en los registros parroquiales desde la época colonial hasta 1851 y detectaron casi 30.000 pobladores guaraníes.
"¿Usted cree que alguien citó nuestro estudio? No, nadie. No tuvo ni una sola mención", relató González Rissotto. "Lo que pasa es que hay una mentalidad que privilegia el aporte europeo, que fue muy importante pero no fue el único. Y por otro lado, las nuevas reivindicaciones indigenistas desconocen todos los estudios serios, son un mamarracho. Los que saben que tienen un antepasado indígena dicen: 'yo tengo un antepasado charrúa', porque la gente común repite lo que siempre le han dicho. Pero la verdad es que el mestizaje indio que existió fue en su casi totalidad guaraní".
"Nosotros encontramos cerca de 30.000 guaraníes registrados hasta 1851. En el mismo lapso, en los mismos registros, los charrúas no llegaban a 100. Yo tengo 30.000 fichas para poner arriba de la mesa. ¿Qué tienen ellos?", agregó el investigador, que hoy se desempeña como ministro de la Corte Electoral.
Para la escasa población que entonces tenía el país –algo más de 70.000 habitantes al momento de la independencia– la cifra de fichas parroquiales de indios guaraníes es muy importante.
Además, esos indios –a diferencia de los charrúas– sí se mestizaron. La población charrúa en la Banda Oriental –que según las fuentes más serias jamás sobrepasó las 5.000 almas– nunca aceptó la religión cristiana ni las pautas de conducta y trabajo que traían los europeos. Tampoco aceptaron mezclarse con los blancos. "El charrúa fue hasta el final un grupo endógamo, muy cerrado. Obviamente, algún cruce existió, pero fueron casos aislados, excepcionales. El 95% de quienes tienen algún antepasado indio, tiene sangre guaraní y no charrúa", sostuvo Vidart.
En cambio, los guaraníes llegados de las misiones, habían aceptado la fe católica, formaban familias monogámicas, dominaban las técnicas agrícolas y ganaderas del campo y habían aprendido los oficios manuales que traían los europeos: estaban en condiciones ideales de asimilarse sin problemas a la población de campaña.
"Esa población indígena, preparada en una serie de oficios manuales, con tradición de agricultores y criadores de ganado vacuno y ovino, muy religiosa, se integró con suma facilidad a la sociedad hispano criolla", sostiene Padrón Favre en una de sus obras.
"Esos guaraníes acristianados, destribalizados y eurotecnificados forman parte de la fuerza de trabajo calificada que lleva adelante la ganadería y la agricultura en el país", anotó Vidart.
Justamente, para integrarse, la gran mayoría cambió sus apellidos. "Llevar un apellido indio –agregó el antropólogo– era un lastre, ser indio conllevaba una aureola de desprecio. Una enorme cantidad de paisanos de apellidos como González, Pérez, Rodríguez, no eran españoles, sino guaraníes".

La sangre

Aunque los guaraníes selváticos sobreviven hasta hoy, casi todos los llegados a Uruguay provenían de las misiones jesuíticas. Es por eso que esos indios no trajeron a la Banda Oriental su cultura original.
"Los guaraníes que llegaron aquí estaban deculturados y destribalizados. Su cultura original se la habían hecho pedazos en las misiones. Aquello, en lo que refiere a la cultura, fue una máquina de picar carne. La mayor parte de las cosas que trajeron esos indios fueron elementos de la cultura popular española, como el uso de la guitarra. Es verdad que trajeron el conocimiento de las plantas medicinales, pero las nociones de enfermedad, tratamiento y cura son de los españoles", señaló Pi Hugarte.
Pero pese a todo, los guaraníes dejaron una huella notoriamente mayor que la de cualquier otro grupo indígena.
La más visible herencia guaraní está en los nombres de casi todos los accidentes geográficos uruguayos que llevan nombres guaraníes, como Aiguá, que quiere decir manantiales, o Batoví, que significa seno de mujer.
La lista es extensísima. Por ejemplo, casi todos los ríos del país tienen un nombre que deriva de una voz guaraní: Arapey, Cebollatí, Cuareim, Daymán, Queguay, Tacuarembó, Tacuarí, Yi. Por supuesto, Uruguay también es un nombre guaraní.
"¿Por qué todos los lugares tienen nombre en guaraní?. Porque quienes vivían ahí hablaban guaraní. Eso es de una claridad meridiana", sostuvo González Rissotto.
Vidart explicó que en campaña, hasta 1830 o 1840, el idioma era el guaraní. "Esto duró hasta que comenzó el aluvión migratorio, cuando el europeo comenzó a exigir que se hablara el castellano".
Incluso algunas palabras –especialmente nombres de especies animales y vegetales– sobrevivieron y hoy se usan, incorporadas al castellano: ñandú, ombú, jaguar, tararira, yacaré, yarará, entre otras.
Casi todos los entrevistados destacaron que los guaraníes trajeron y dejaron algunos usos que aún perduran especialmente en el campo. Vidart explicó que la costumbre de cultivar hortalizas vino con ellos: "Antes de su llegada, en el campo oriental comer verde era para animales. También trajeron su conocimiento sobre las virtudes de los yuyos, lo que perdura hasta hoy".
Incluso la más típica de las costumbres uruguayas tiene origen en el conocimiento de las hierbas que tenían los guaraníes: el consumo de yerba mate. Los guaraníes sabían de las virtudes de esta planta, aunque la consumían de otro modo: macerándola y masticándola.
El otro gran aporte guaraní al Uruguay fue el de la sangre. "Muchos miles de uruguayos descienden de ellos", sostuvo Padrón Favre. Vidart coincidió: "el componente amerindio de nuestra sociedad es guaraní, no charrúa". Pi Hugarte también: "es indudable que el chinerío de campaña, que todavía se ve en los bordes de los pueblos, esa gente de rasgos indios, de pelo chuzo, son descendientes de guaraníes de las misiones y no de charrúas, que nunca se mezclaron con el blanco".

El olvido

¿Cómo pudo suceder que un país que lleva nombre guaraní, que tiene al mate como bebida nacional olvidara tan terminantemente el aporte de estos indios?.
Para Pi Hugarte la razón está en que "los guaraníes llegaron tarde y deculturados. Rápidamente se mezclaron con una población muy variada que había en la campaña: se fundieron en la formación de la nueva sociedad".
Otros entrevistados marcaron que, además, existió un deliberado olvido, ya sea para remarcar la "pureza blanca" del Uruguay o para apoyar la creación de un mito charrúa.
Hubo una tendencia de los nacionalismos de fines del siglo XIX, que se repitió en toda América, explicó Padrón Favre. "Cada país trataba de tener un indio propio. Ahí apareció el azteca como símbolo de México, a pesar de que en ese país vivieron y viven otra gran cantidad de pueblos indios; el guaraní quedó identificado sólo con Paraguay; y en Uruguay apareció el charrúa como símbolo".
"Y se eligió a los charrúas –continuó el historiador– por una razón muy simple: porque estaban muertos. En esa época había un racismo muy fuerte. El progreso era posible únicamente si éramos un país 100% blanco. Entonces si los únicos indios de Uruguay habían desaparecido, éramos un país homogéneamente blanco, el único de América. Y como estaban muertos, reivindicar a los charrúas no tenía ningún efecto social".
La historiadora Ana Ribeiro realizó un análisis similar. "En 1930 se construyó en Uruguay el imaginario de un país joven, poderoso, blanco y orgulloso. Estaba claro que no se podía ser blanco y magnífico si se tenía un antepasado indio. Entonces ahí aparecieron los charrúas: el indio indómito, ejemplo de heroísmo y valentía, un pasado muy lejano que no manchaba la pureza blanca del nuevo país ni ofrecía ningún peligro: como estaban todos muertos podían ser elevados a la categoría de emblema, de mito. Lo mismo pasó con los gauchos: mientras existieron fueron considerados un peligro, un mal. Cuando dejaron de existir, pasaron a ser reivindicados".
La elección no pudo ser más afortunada: "Para el pueblo resultó mucho más atractivo identificarse con el indio rebelde, que se sacrificó, que nunca aceptó al europeo ni al cristianismo, que recordar a los guaraníes que, en cambio, trabajaron humildemente al servicio de cualquier encomendero", explicó Ribeiro.

Nuevo intento

Vidart escribe sobre los guaraníes porque cree que se está cometiendo una gran injusticia histórica. "De los guaraníes que pelearon con Artigas ya ni se habla. Se habla mucho del caciquillo charrúa Manuel Artigas, pero de Andresito, Sotelo, Sití, los caciques guaraníes artiguistas, nadie se acuerda. Fueron mucho más numerosos los guaraníes que los charrúas comprometidos con Artigas. En la lucha contra los portugueses murieron muchos más guaraníes que todos los charrúas juntos. Cuando Artigas habla de repartir tierras a los indios, habla de guaraníes, no de charrúas".
Al igual que Vidart, todos los especialistas consultados no dudan que los guaraníes dejaron una huella mucho más importante que los charrúas en la formación del Uruguay.
"El único aporte de los charrúas a la nueva sociedad fue el uso de la boleadora... y ya prácticamente no se usa más. Sacando eso, no dejaron otra cosa", dijo Pi Hugarte.
Para Vidart "los charrúas sólo dejaron un extraordinario ejemplo de valentía, de resistir hasta las últimas fuerzas. Pasaron como una sombra heroica, pero no dejaron huellas en nuestro pueblo. No puede atribuírseles un aporte demográfico y cultural que no tuvieron. Y no se puede equipararlos al peso efectivo que sí tuvieron los guaraníes en la formación del Uruguay".
De todo eso hablará el nuevo libro de Vidart, una de las figuras más reconocidas y destacadas de la ciencia uruguaya.
Es de esperar que la nueva obra tenga más suerte que la que han tenido los anteriores intentos por poner las cosas en su lugar.

Historias uruguayas, Leonardo Haberkorn
Fragmento del reportaje publicado el 19 de mayo de 2001 en el suplemento Qué Pasa del diario El País.
La versión completa se encuentra en el libro Historias Uruguayas.

31.1.08

Artigas mággico

En 2001 escribí un artículo sobre por qué Artigas nunca volvió de Paraguay. Como no soy un especialista (los periodistas sabemos un poco de todo y no somos expertos en nada), consulté a cinco historiadores.
La conclusión fue sorprendente: no es cierto lo que enseñan las maestras, que Artigas no regresó porque el dictador paraguayo Gaspar de Francia se lo impidió. No: más de una vez Artigas pudo volver y no quiso. Las razones, me explicaron los expertos, hay que buscarlas por otro lado: el caudillo había asumido su derrota definitiva, su proyecto político estaba muerto, el Uruguay independiente no tenía nada que ver con su idea federal. Es posible que Artigas terminara por querer más al país que lo había acogido en la derrota (Paraguay), que al estado que nunca había querido y que terminaría por hacerlo prócer (Uruguay).
Aunque estaban fuera del contenido de aquel artículo, aproveché para preguntarle a los cinco historiadores sobre otras polémicas artiguistas. Los interrogué, por ejemplo, respecto a si es cierto que Artigas tuvo un hijo charrúa, el Caciquillo tan mentado por el escritor Carlos Maggi.
Cuatro de los especialistas me respondieron lo mismo: los dichos de Maggi sobre Artigas y los charrúas eran una fábula sin asidero, una novela atractiva pero carente de rigor académico. Más de uno usó la palabra “disparate”. El otro académico me dijo que de eso prefería no hablar, porque Maggi era su amigo.
Les pregunté a los historiadores por qué no rebatían las aseveraciones mággicas si las consideraban falsas. Las respuestas fueron varias: unos no veían en Maggi a un colega con el cual medirse de igual a igual, otros no querían polemizar en público, otros callaban por amistad. Por una razón u otra, todos habían optado por el silencio ante lo que consideraban un error garrafal, lo que dice mucho sobre la academia uruguaya.
Desde entonces, las tesis de Maggi se han hecho cada vez más populares. Según ellas, Artigas vivió muchos años en las tolderías charrúas, fue amigo de los indios, tuvo un hijo charrúa y de la tribu aprendió sus ideas sabias y libertarias.
Sólo un historiador se ha animado a salirle al cruce a Maggi. En 2004 Oscar Padrón Favre publicó Los charrúas minuanes en su etapa final. El libro reúne tres obras más pequeñas, una de ellas llamada: Artigas y los charrúas: Refutación a ‘Artigas y su hijo el caciquillo’.
A diferencia de sus colegas, Padrón no tuvo miedo ni pudor en enfrentar a Maggi. Padrón dice que el escritor cae en una “idealización romántica” de Artigas y de los charrúas, y que para ello se basa “en una selección totalmente interesada y restringida de la documentación disponible, la cual, además, es interpretada antojadizamente”. Padrón cita decenas de papeles históricos que refutan a Maggi. El efecto es demoledor.
Sin embargo, el libro fue recibido con un silencio total por los intelectuales y la prensa. Hasta donde sé, Maggi nunca respondió a Padrón. No será por falta de espacios para hacerlo.
Personalmente carezco de los conocimientos como para terciar en la polémica. No soy yo quien podrá decir quién tiene razón.
Leo en estos días que Maggi ha vuelto a insistir con sus teorías. Esas teorías en las que nadie cree y que nadie rebate, símbolo perfecto de un país que duerme y no quiere despertarse.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 20 de abril de 2007.

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