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31.8.15

No saber, qué gracioso

El domingo mientras unos cientos de uruguayos -gente interesada en la política y la educación- discutían en Twitter el anuncio de que el gobierno derogaría el decreto de esencialidad en la enseñanza, un número mucho mayor de uruguayos miraba la televisión.
En la pantalla repetían la grabación de un programa en el cual se le hizo una prueba a una notera de la TV. Le mostraron fotos de gente conocida, personajes muy populares. La notera no pudo identificar a casi nadie. Ni siquiera supo reconocer una icónica imagen de Obdulio Varela. "Un Negro que es Jefe", le sopló alguien. No hubo caso.
Obdulio Varela
¿Y este quién es?
Lo peor no fue el desconocimiento de la joven, sino el modo en que quedó en evidencia que hoy en Uruguay no importa exhibirse como ignorante. La notera no parecía muy abochornada por la situación. Quienes estaban con ella en el estudio celebraban su ignorancia, que era motivo de risas y festejos. Y la nota volvió a ser emitida, porque eso sí que es gracioso.
Ese es el mensaje que hoy transmite la televisión uruguaya, buena parte de cuyos espacios centrales -con honrosas excepciones- han sido entregados a gente que no se conforma con no saber, sino que cree que es necesario, provocador y/o divertido hacer alarde de ello.
No hace mucho tiempo otra importante figura de la televisión declaraba en público y con orgullo que nunca había ido al teatro.
Podemos discutir mucho sobre educación, sueldos docentes, planes de estudio, huelgas y responsabilidad sindical, ¿pero por qué un liceal querría estudiar, leer, aprender, estar informado e involucrarse en los problemas de la sociedad, si todos los días ve en la televisión como el no saber es un camino mucho más corto y sencillo hacia la popularidad y el éxito?
¿Para qué gastarse? Alcanza con ser simpático, canchero, entrador, un poco cara rota, decir malas palabras, manejar bien el doble sentido y, en el caso de las chicas, tener tetas grandes, naturales o postizas.
Cada vez es más complicado -me pasa en las clases que doy- explicarle a un joven por qué tiene que estar informado, leer libros, ir al cine y al teatro, visitar exposiciones y escuchar buena música.
Yo mismo comienzo a dudar cada vez que lo digo.
En la radio repiten una publicidad de la empresa Schneck en la cual se ridiculiza a la madre orgullosa de su hijo abanderado y al empleado eficiente que entrega un trabajo en fecha.
No sepas.
No seas abanderado.
No entregues en fecha.
Ese es el mensaje. Esos son nuestros nuevos valores.
En un informativo de televisión vi a una maestra decir que hacía huelga porque "la educación se va al carajo".
Como cantaban los Redondos, el futuro ya llegó.

23.11.13

El Fantasma de 1950 nos persigue a nosotros

Por favor, que no se tomen estas líneas como falta de admiración por la hazaña de los campeones de 1950. No seré yo quien minimice en un blog la gloria que ganaron en la cancha. Tampoco quisiera que fueran tomadas como una falta de reconocimiento y cariño a la selección que en forma tan meritoria obtuvo el cuarto puesto en Sudáfrica 2010. De mi parte, todo lo contrario.
Sin embargo, y después de tanta celebración al Fantasma del 50, no puedo dejar de decir dos frases al respecto:

a) Después de Maracaná, Brasil ganó cinco Copas del Mundo. Uruguay ninguna.

b) El Fantasma de 1950 ya no persigue a Brasil. Nos persigue a nosotros.

Brasil sacó, es evidente, las lecciones correctas de aquella dolorosa derrota. Hoy sus equipos son temidos en todas las canchas del mundo, en el campeonato que sea. Aunque su liga no pueda mover el dinero de la española o la italiana, los brasileños son la principal potencia del mundo del fútbol. Se han aburrido de ganar Copas del Mundo. Han compensado con creces Maracaná.
Nosotros, en cambio, nunca más ganamos. Desde hace 63 años vivimos recordando aquel día. Como dijo Pablo Da Silveira cuando comenté esto mismo en Twitter:


Maracaná


Tiene razón Da Silveira. Maracaná -la culpa no la tienen los campeones- nos paralizó. Nos paralizamos, y no solo en fútbol. Llevamos décadas intentando que se repita, que vuelva Maracaná, que regrese el paraíso batllista (¿existió?), que otra vez seamos los campeones del mundo, sin entender siquiera por qué aquello tan maravilloso ocurrió.
Sacamos la lección incorrecta. Mientras las selecciones brasileñas cada vez jugaban mejor, nosotros creímos que la clave de aquella hazaña fue la pelota abajo del brazo del Negro Jefe. Apostamos a la "garra charrúa" mientras se repetía que el exquisito Juan Alberto Schiaffino era un pecho frío.
Soñando con nuevos Maracaná, creímos que ganar era así de fácil y caímos cuesta abajo en la rodada. Mientras los demás daban vueltas olímpicas, mientras otros países que no sabían jugar al fútbol aprendieron, la televisión mostraba en vivo al Tano Gutiérrez apretándole el cogote a un belga y al Pato Sosa despeinando a Cristino Ronaldo.
Aunque muchos se enojaron, entendí por qué Diego Lugano mandó al diablo al Fantasma de 1950. Porque esta última selección fue la primera en mucho tiempo que quiso sacarse de encima las cadenas de todos los fantasmas que el fútbol uruguayo viene arrastrando desde hace décadas. Estos futbolistas en Sudáfrica salieron a la cancha sabiendo que ganar no es así de fácil. Que no basta con apretarle el cogote a uno, despeinar a otro, meter un planchazo y meterse la pelota abajo del brazo. Con sacrificio, fueron a hacer lo mejor posible, a ganar o perder jugando al fútbol. Y no les fue mal. Lo que lograron en África y reafirmaron en la Copa América -y que pareció replicarse en algunas selecciones juveniles-, fue una gran alegría para todos y también la esperanza de un ciclo nuevo, no atado a los errores del pasado. Babosear, festejar nuestra supuesta viveza, ganar antes de salir a la cancha, creer que los demás nos tienen miedo, pensar que estamos destinados a la gloria por destino manifiesto, todo eso es parte del viejo repertorio. Es el tango que nos hizo mal. El pozo. El fantasma que nos persigue y no nos quiere soltar.


Pato Sosa Cristiano Ronaldo





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