Aunque quienes me contaron esos hechos hablaron dando su nombre y apellido, y nadie se atrevió a decir que su testimonio no fuera cierto, muchos pusieron el grito en el cielo porque no podían aceptar que se dijera esa verdad silenciada. El transcurrir del debate dejó las cosas en claro y ratificó la seriedad del libro.
En el fondo, lo que evidenció la polémica es que los uruguayos nos hemos mentido y nos seguimos mintiendo respecto a la tortura. Otra vez, para comprender mejor este tema y complementar la información de Milicos y tupas, recomiendo leer el excelente trabajo del periodista Aníbal Corti (colega del semanario Brecha), titulado "La brutalización de la política en la crisis de la democracia uruguaya".
Comisario Alejandro Otero, en aquellos años |
La realidad es que esa práctica infame no generaba en el Uruguay de fines de los años 60 y principios de los 70 el mismo rechazo que hoy (cuando la tortura aun subiste en algunas cárceles y sobre todo en el INAU, y casi nadie dice nada).
Un amigo, Gerardo Ruiz, me alcanzó hace ya un tiempo un testimonio colateral, que no tiene que ver con los presos del MLN ni con la trama de Milicos y tupas, pero corrobora que en aquellos años la tortura era considerada una práctica aceptable por mucha gente, incluyendo militantes de organizaciones de izquierda.
El testimonio viene del comisario Alejandro Otero, autoridad policial a la cual muchos líderes tupamaros le han reconocido el valor de haberlos enfrentado con éxito, apelando siempre a la inteligencia y nunca a la tortura.
Cuenta el famoso policía en el libro ¡Llamen al comisario Otero!, del escritor Raúl Vallarino, que cierta vez en aquellos años de violencia política la Policía detuvo a "un importante miembro de la izquierda uruguaya, una figura muy conocida actualmente".
También se detuvo a su esposa, pero las versiones de ella y él diferían en todo, por lo cual se hizo un careo. En esa instancia la mujer mantuvo sus dichos y dejó al dirigente político en muy mala posición.
Cuenta Otero en la página 58 del libro:
"El hombre, desencajado ante lo que decía su mujer, gritaba desesperadamente: ¡Es una cínica! ¡Tortúrela comisario para que diga la verdad! ¡Hágala torturar y comprobará que está mintiendo para perjudicarme!".
Y agrega:
"Por supuesto que no la torturamos, pero ese hombre que nos pedía que ejerciéramos apremios físicos sobre su esposa, es hoy una figura reconocida en el ámbito político nacional".