Tercera -y última- entrega de la serie sobre la Comunidad Jerusalén y el sacerdote Adolfo
Antelo, a propósito del interés que el podcast del diario El País ha generado sobre el tema.
El caso de la Comunidad Jerusalén tuvo un cierre categórico el 2 de octubre de 1996, cuando el juez José Balcaldi determinó que existían elementos de convicción suficientes para procesar y recluir a su líder, el sacerdote Antelo. "Decrétase el procesamiento y prisión de Adolfo Antelo, imputado de un
delito continuado de violencia privada y un delito de lesiones graves",
decía el auto de procesamiento firmado por el magistrado.
El podcast del diario El País induce a error al señalar que Antelo "nunca estuvo en prisión. Murió de cáncer, sin condena, unos días después de que un tribunal de apelaciones confirmada su procesamiento".
Antelo sí estuvo preso, aunque no en una cárcel. El mismo dictamen del juez Balcaldi agregaba que "en virtud del mal estado de salud del procesado" y de que su enfermedad "requiere tratamiento permanente y es de gravedad", se disponía que permaneciera recluido en el lugar que el arzobispo de Montevideo, José Gottardi, entendiera "más adecuado". Algo parecido a la prisión domiciliaria.Ese lugar donde Antelo pasó el último tramo de su vida, privado de su libertad, fue un hogar religioso salesiano.
Por lo demás, el auto de procesamiento con prisión del juez Balcaldi fue de tal contundencia que a partir de ese momento los defensores del cura violento se llamaron a silencio.
Además de múltiples pruebas de las brutales golpizas que el líder de la Comunidad Jerusalén propinaba a sus integrantes, el juez reunió gran cantidad de testimonios respecto a sus abusos sexuales. La nota de la revista Tres que había terminado por llevar el caso a la Justicia tenía respecto a ese punto un único y valiente testimonio, el de Ana Coutinho, pero ante el juez las voces se multiplicaron.
Antelo vivía obsesionado con el sexo. La testigo M. S. declaró que "el padre Antelo en todas las charlas decía malas palabras, los ejemplos que ponía eran permanentemente obscenos, de relaciones sexuales, de homosexualismo". "Un día nos gritaba, nos insultaba y al otro día andaba a los abrazos y un poco más, digo, manoseos, caricias, abrazos, besos, todas esas cosas que uno no esperaba en un sacerdote".
L.T. relató que varias de las integrantes del grupo dormían con Antelo. "Había una cama chica, ellas decían que dormían en un colchón en el piso. Entraban dos o tres, pero pasaba la noche una. Siempre se turnaban".
"Antelo -mientras hablaba- abrazaba a A.y permanentemente le pasaba la mano por debajo de la pollera. A mí me pasó estar sentada y que me tocaba las piernas, las ponía sobre las suyas estando ambos sentados y me las acariciaba levantándome la pollera, adelanta de todos (...) También era habitual que Antelo les tocara los senos a las chicas para sacarles el mal del cuerpo...".
M.G. declaró que oyó como Antelo le dijo a R. "Qué linda estás hoy, qué tetas lindas tenés y ella se reía como halagada. En esta oportunidad también me dijo: 'A ver cómo las tenés vos'. A mí me molestó tanto que me di vuelta y me fui". Varias veces vio como le tocaba los senos a R. y también a I,
A.P. vio como le tocaba los senos a C. "porque así la sanaba con el amor de Dios".
A.C. relató que una vez la integrante Y. estaba con fiebre en la cama. "Yo iba a entrar al cuarto a buscar algo y en el mismo momento salía Antelo y Y. estaba pálida y mal. Le pregunté qué le pasaba y ella me dijo: 'No sé por qué me hace esto'. Le pregunté: '¿Por qué te hace qué?'. Y me dijo que le había empezado a dar besos recorriéndole la cara, el cuello y todo por dentro del camisón. Y. era una de las chicas que dormía asiduamente con él".
La misma testigo agregó que "se cansó de ver actos obscenos, personas del sexo femenino que pasaban la noche en el dormitorio de Antelo, pero no que las hermanas, por lo menos a ella, le manifestaran ninguna reprobación y que fuera contra su voluntad".
A veces abuso físico y sexual se combinaban. R.G. declaró que vio como a M., antes de someterla a una brutal golpiza, la desnudó.
"Yo me saqué toda la ropa porque tenía miedo", le confirmó M. al juez Balcaldi.
Una vez, Antelo le ordenó a M.G.que se bronceara. "Dejó la orden de que usara un dos piezas para tomar sol, que era prácticamente un tres tiras, o si no que tomara sol desnuda (...) En esta ocasión, por obediencia y presión de las consagradas me dediqué a tomar sol, tanto que tuve quemaduras de segundo grado". Otra vez, Antelo sorprendió a esta integrante regresando de la playa y le ordenó que se quitara la remera y el short. Ante su negativa, le ordenó: "Sacate la ropa que quiero verte la malla".
A.V. declaró en el juzgado que "Antelo le tocó a S. la
vagina por encima de la pollera y lo hizo para explicar una situación de
forma jocosa". También le tocó la vagina a Y. delante de todos, relató D.K.
Antelo era muy consciente de que su conducta era inadmisible. L.T. narró que "nos informaba que eso no debía trascender porque ni en el Vaticano podrían entender (...) la relación que él tenía con las mujeres".
A Antelo también le gustaba tocarle los órganos sexuales a los hombres.
A.V. y A.P, dos de los hombres del grupo, relataron que Antelo les toqueteó sus genitales.
"En una ocasión Antelo me invitó a que yo tomara sus órganos genitales (con mi mano por arriba de la ropa) y él hizo lo propio conmigo", declaró M.D.L.
A otro de los varones, P.G., lo hizo vivir una situación humillante delante de buena parte de la comunidad, hombres y mujeres. "Antelo me exigió que le mostrara el pene delante de él, en un rincón de la sala donde estaba el resto de las personas observando la espalda del cura. Él me lo exigió una, dos, tres veces. Al final yo le muestro mi pene y luego él mismo saca el suyo y me dice: 'Ves, esto es un macho'. Experiencia por demás humillante y que demuestra el estado de obnubilación en que yo me encontraba entonces, que no le llegué a pegar una trompada".
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