2.3.15

Los dilemas de Daniel Castro



Padre de cinco hijos de tres parejas distintas, la mayor de 27 años y la menor de 15 meses, Daniel Castro lleva casi 30 años dedicándose al periodismo. Trabajó diez años en radio y televisión en su Tacuarembó natal y recién a los 30 vino a probar suerte a la capital. Tras un par de años en Canal 5 y radio Sarandí, recaló en Canal 4 donde trabajó 19 años. Su carrera nunca dejó de ir en ascenso. Sus entrevistas en el informativo de la mañana lentamente se fueron transformando en referencia y dejaron en claro que Castro no estaba allí solo para leer noticias. Una fuerte y exitosa presencia en el mundo de Twitter multiplicó su fama y reconocimiento. Cuando parecía que le había llegado la hora de ocupar un lugar destacado en el horario central de la televisión, sorprendió a todos la noticia de que abandonaba Montecarlo y pasaría conducir el periodístico de la mañana de radio El Espectador. Se despidió de la audiencia del canal casi sin poder contener el llanto.




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-¿Qué sentimientos había detrás de la emoción y las lágrimas de tu despedida de Canal 4?

-Muchas cosas; algunas confesables y otras no tanto. Las confesables tienen que ver con los afectos que uno construyó en el canal a lo largo de tantos años y con la emoción de despedirse. Las inconfesables pasan por las expectativas que uno podía tener en cuanto al futuro y al sacrificio de la familia. Un canal de televisión puede llegar a ser muy demandante y muchas veces yo sentí que me faltaba tiempo para mi familia. Los fines de semana, por ejemplo, eran especialmente complicados.

-Incorporar una entrevista en vivo en el informativo de la mañana, extensa y más profunda de lo que suele verse en los noticieros, ¿fue tu idea?

-No. En el primer formato del noticiero de la mañana ya había una. Fue idea de Jorge Mederos, el primero en realizarla. Luego me tocó a mí. Después hubo un momento en que la gerencia de noticias decidió que ya no tenía razón de ser y fue suprimida: consideraban que era mejor la saturación de noticias. Las mediciones de audiencia decían que tenían razón.

-¿Peleaste para que volviera? 

-Sí, a muerte. Cuando quitaron la entrevista del informativo de la mañana fue una amputación profesional para mí.  Yo encontraba que ese espacio me permitía ir más allá del a lectura de noticias, buscar algo de eso que buscamos todos los que estamos en el periodismo. Les decía a los responsables de la programación que de pronto no teníamos con ella todo el rating que queríamos, pero estábamos cumpliendo con un cometido social importante, acercando voces importantes para la gente.

-En televisión parecería que el rating fuera todo.

-Después se fue entendiendo. Además, no sé si es inconfesable, pero tener en vivo a alguien cada mañana también ayuda a solucionar un problema, que es el de arrastrar información que ya viene de la noche anterior.

-¿Te molesta que la más recordada de tus entrevistas sea aquella en la que el vicepresidente Astori se molestó por tus preguntas y afirmaciones sobre el caso Pluna?

-Esa entrevista reunió algunos ingredientes de pelea en vivo por televisión, lo que siempre es algo interesante para el público. Fue un chisporroteo. Pero es injusto que se la destaque tanto, cuando hubo otras mucho más ricas que pasaron desapercibidas porque se realizaron en el clima que debe ser el natural, el de la tensión razonable entre periodista y entrevistado. Pude sacar mucha más información de otras entrevistas que pasaron inadvertidas.

-En esa entrevista con Astori tú mostraste indignación. Uno podía concluir, Daniel Castro está indignado con todo lo que está pasando con Pluna.

-Sí.

-¿Un periodista tiene que mostrar indignación? 

-Es una duda que mantengo hasta hoy.

-Hay algunos colegas a los que parece que nada es capaz de indignarlos.  ¿Está bien?

-Hoy los medios han evolucionado y quienes trabajamos en ellos también hemos evolucionado. Ya no somos rehenes del qué dirán y, en algunos momentos, también asumimos que somos ciudadanos y permitimos que se vea esa condición. Hay analistas que creen que el periodismo va cada vez más a un periodismo de opinión. El columnista –que antes estaba casi exclusivamente en la prensa- hoy también tiene espacio en los medios electrónicos. Es un debate que está planteado y no soy quién para laudarlo. Pero volviendo a la entrevista a Astori, creo que en ella se desdibujó más de lo debido esa frontera que debe separar al ciudadano del periodista. Me parece que el periodista, por más que lo haga en términos leales, debe reservarse su opinión, aún en una cuestión obvia como podía ser el caso Pluna. Aquella entrevista pudo ser redondita si ni hubiera tenido la fisura del periodista traspasando el límite del ciudadano. Fui ciudadano y perdí la condición de periodista. Hoy a la distancia, considero que la pude haber resuelto mejor. Pude haber dicho simplemente: “hay muchas personas que creen que esto es vergonzoso” y no haberlo puesto en mi boca.

-Esa es la fórmula tradicional de hacerlo.

-Tradicional y no engañosa, porque en el caso de Pluna era verdad. De todos modos, yo creo que la gente advierte si uno hace el trabajo en forma leal. En la lealtad está el secreto: uno puede acertar o errar, pero dentro de un marco de lealtad. A la larga o a la corta, la gente lo percibe.

-¿No sentía que se había ganado la posibilidad de tener su propio programa periodístico-político en Canal 4?

-Sí.

-Tus entrevistas se comentaban, algunas tuvieron mucha repercusión, tu alta participación en las redes sociales te transformó también en un personaje mediático… parecía obvio que el paso siguiente era que tuvieras tu propio espacio periodístico. Era algo bueno para ti y para el canal también. ¿No se caía de maduro?

-Yo me pregunto lo mismo y estoy cien por ciento de acuerdo contigo. Faltó esa etapa que quién sabe cuándo se dará. Pero prefiero verlo de este modo: fue un tiempo de ir ganando espacios. Fue una construcción desde la lateralidad, porque las siete y media de la mañana es un horario complicado.

-¿Y tú elegís ir a la radio justamente porque no se dio ese escalón?

-No. Elegí cambiar porque el desafío es impresionante. Porque estoy en una edad en la que no creo que haya más oportunidades de estas características en el futuro. Es ser convocado para un desafío importante, potente, y no me podía negar. Es un sueño. Hace 30 años que vengo soñando con mi propio programa de radio. Y si a eso le sumo la trayectoria del medio que me convoca, siento que no tenía margen como para decir que no. Así que la motivación fue por el desafío y no tanto por la disconformidad. Naturalmente: pasan los años y uno siente que quiere hacer cosas, que la sangre tiene que correr con el mismo vigor y con el mismo impulso de los años más jóvenes, y tal vez existía la necesidad de un cimbronazo. Pero lo asumí en esos términos, como un gran desafío.

-Pero no se te pasará por alto que para mucha gente, de un modo irracional, la carrera de un periodista asciende “subiendo” de prensa a radio y de radio a televisión.

-Sí, es así, tal cual. Mis padres siempre fueron muy respetuosos de mis decisiones porque consideraban que no había demasiado margen para torcerlas. Desde joven fui muy terco y ellos siempre confiaron en mi instinto primero y luego en mi oficio. Y en este caso también me apoyaron, pero siempre surge el “pero dejás la tele, dejás la pantalla”. Y aunque mis amigos no me lo digan (alguno me lo ha dicho), siento que ellos también se plantean esa disyuntiva de que estoy dejando la televisión.

-Y ante esos planteos explícitos o implícitos, ¿cuál es tu respuesta?

-Siento ese vacío que se siente al dejar la pantalla, ¡pero son tantas las ganas de concretar el sueño del programa propio! Éste era un objetivo que tenía en mi vida profesional.

-La gente también cree, a pesar de que tampoco es cierto, que los sueldos aumentan conforme se va pasando de prensa a radio y de radio a televisión.

-También. En este caso, yo en el canal estaba bien, estaba en mi zona de confort, tenía un ingreso adecuado y con la visibilidad que te da la pantalla. Pero la razón principal de mi cambio tampoco tiene que ver con lo económico.

-¿Qué soñás para ese tan anhelado programa propio de radio?

-Sueño hacer el programa que me gustaría escuchar, y como soy un apasionado de la radio y he escuchado tanta radio, creo que corro con ventaja. Mi primera certeza es que no voy con ningún ánimo fundacional o refundacional, porque sería un acto de arrogancia estúpida. Me gustaría que pudiéramos integrarnos distintas voces como en una polifonía, que haya una corriente permanente de información, de actualidad. Y que todos -profesionales rigurosos, serios, estrictos- tengamos la capacidad de disfrutar el programa, no de sufrirlo. El músculo tenso, pero no contracturado.

-Tú vas a ocupar el espacio que estaba aferrado al modelo más clásico de programa periodístico matutino. En los últimos años, sus competidores, con una fuerte apuesta al humor y a lo cómico, le habían sacado una amplia ventaja en las mediciones de audiencia. ¿Cuál será el lugar del humor y lo cómico en tu nuevo programa? ¿Es imprescindible apelar a la comicidad hoy en un programa periodístico?

-Soy respetuoso de los modelos que se han aplicado. Por ahora sigo siendo oyente de radio Sarandí y ellos han logrado algo muy valioso: transitan en la mañana con buen volumen de información, son serios cuando asumen que la cosa es seria, Nacho (Álvarez) da su opinión y lo hace frontalmente, pero después generan ese show de humor que la gente acepta. Y el rating los favorece. Lo de Darwin (Desbocatti) es extraordinario, ya pasó a ser un personaje de culto. Entonces creo que la opción debería ser mantener un estilo, profesional, riguroso, y hacer jugar ese concepto de radio amigable: si un día tenemos que hacer una mesa donde permitirnos reírnos entre nosotros, o apelar al humor, o llamar a alguien que lo haga bien, lo haremos sin culpa. Pero también advirtiendo que uno debería ofrecer algo distinto. Si logramos permitirnos el humor propio, o la distensión, habremos avanzado bastante.

-¿Un periodista tiene que estar en las redes sociales?

-Sí.

-¿No puede estar ausente?

-De ningún modo, en eso soy concluyente. Las redes sociales son parte de esta nueva sociedad de la información. Son una fuente de información y como tal deben ser incorporadas por los periodistas. Las personas que uno sigue en Twitter representan un panel de antenas, bastante numeroso en mi caso. Cada uno de ellos es una fuente para mí, una fuente a la que hay que cuidar como todas las de un periodista. Los tuiteros son buenas fuentes de información, la que por supuesto se debe someter a todos los chequeos necesarios. En las redes, además, los periodistas encontramos una cantera de temas. Y también encontrás a personas que entienden mucho sobre temas importantes, por ejemplo minería de gran porte, y que a su vez te direccionan a gente que sabe más aun. Entonces terminás recorriendo una cadena que lleva quizás al mayor especialista en megaminería del mundo, o casi. Y esa red, ese tejido, no hay periodista que puede desmerecerlo.

-Ese es el uso de las redes sociales como fuente de información. Pero quien participa también es emisor. En Twitter tú, a la vez, sos una antena que pasa información, opina, hace jugar el humor. ¿Eso también debe hacerlo el periodista?

-¡Otra vez el dilema ético! En los últimos tiempos me he replegado un poco en ese sentido. No querría llamarlo autocensura, pero cuando uno toma decisiones, desafíos importantes, es momento de revisarlo todo. Y éste es uno de los elementos que voy a someter a revisión. Porque me parece que el humor, la acidez en el comentario, la creatividad para redondear un concepto en un tuit, está bien, te agiliza la mente, te permite opinar y humanizarte ante el público, pero es un desafío. Ya me había planteado, antes del inicio de ciclo electoral, que era una buena cosa moderar esos impulsos.

-¿Para no verse identificado con ningún candidato?

-Sí. Porque vos le pegás a todos, pero lo que la gente recuerda es tu último tuit. No ven la globalidad. No piensan, “mirá que éste también le pegó hace tres días a Fulano”. No. Siempre se quedan con lo último, y lo último en tiempos electorales tiene un impacto tremendo. Eso me ha costado administrarlo y debo resolverlo. Tuve un aprendizaje a la fuerza: es imposible en este país tuitear sobre Nacional y Peñarol. Aprendí que no se puede. Y, aunque yo no haya querido, quizás eso se puede haber trasladado a la política. Hay ánimos demasiado enardecidos en las redes sociales. Y se da ese contraste curioso: los dirigentes de los partidos convocan a la calma, se entienden entre ellos, se abrazan el ambulatorio del Palacio Legislativo y se hacen bromas. Eso es parte de lo que debería enorgullecernos del sistema político uruguayo. Pero tres o cuatro escalones más abajo, uno se encuentra con una intolerancia alarmante.

-Sin embargo, al contrario de tu modo de ver las cosas, en esta campaña electoral fueron legión los periodistas que en los medios o en las redes sociales dejaron entrever su voto, en forma implícita o explícita.

-Me parece que hay fronteras que no se deben cruzar. Yo prefiero llevarme a mi casa la amargura de ser “facho” el lunes y bastante “zurdito” el viernes, pasando por todos los intermedios en la semana, como sucede, a que me identifiquen políticamente. Porque te desmerece en la acción. Cuando un periodista exhibe su simpatía política está inhabilitando su trabajo, aun si es extraordinario. Salvando las distancias, pasa lo mismo en el periodismo deportivo. El relator que se confiesa hincha de un equipo, por más cuidados que luego ponga, siempre estará contaminado por su simpatía, por su elección. En la política, donde se resuelven los grandes temas del país, eso es mucho más grave. Yo tengo la obsesión de no dar a entender o no revelar mi preferencia política. Lo que sucedió con muchos colegas, lo noté como tú y me llamó mucho la atención. Tal vez sea yo el equivocado. Tal vez la gente necesite que le periodista se pronuncie. No creo que sea así.

-¿Por qué elegiste Twitter y no Facebook?

-Me parece más concreto, compacto e informativo. Y tiene esa capacidad de llegar a lo que nos interesa a nosotros los periodistas: el dato, la información, la noticia. Facebook nunca me atrajo, se presta más para las relaciones sociales y no para el periodismo.

-¿Tenés una opinión sobre la ley de medios recientemente sancionada?

-Una opinión de un tema tan complejo sería una osadía. Pero se me plantea una imagen como la de esas bolsas enormes que se llenan de globos: tiene mucho volumen y muy poco peso. La ley pretende abarcar tanto, pero tiene fecha de caducidad a la vuelta de la esquina. Hay líneas que son compartidas por casi todos, como eliminar legislación que venía de la dictadura o regularizar la asignación de frecuencias. Pero después se entraron a meter demasiados globos en la bolsa. Mucho volumen y poco peso. No quiero ser demasiado pesimista, pero me parece que tiene tramos que son letra muerta.

-¿Crees que puede condicionar la libertad de prensa?

-Sí, porque hay momentos en los que no está aconsejando sino condicionando. En la lectura de la ley, inicialmente había un espíritu de determinar algunas pautas para el tratamiento de los temas, pero ahora por la lectura que he realizado, hay algunos condicionamientos para que algunos asuntos se traten de determinada manera. Queda esa sensación de que los medios, o los periodistas, que históricamente estaban convocados a vigilar, ahora serán vigilados. Desde el momento en que se nombra un cuerpo que tendrá a su cargo el control, allí hay una subversión de papeles. Y aquellos que estábamos llamados a vigilar o a publicar información para que la gente pudiera contar con más elementos a la hora de tomar decisiones, ahora estaremos sometido al escrutinio de otro grupo de ciudadanos. Me parece que allí puede haber un riesgo de pasar de ser vigilantes a ser vigilados.



Publicada en la edición de enero de 2015 de la revista Bla.




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