Todos los días se conoce una nueva noticia respecto a los uruguayos que emigran. Cada día se agrega un dato nuevo. En las últimas semanas, El País informó que debido a la baja natalidad y a la emigración, Uruguay se ha convertido en el país más envejecido de América Latina. El Espectador entrevistó a una economista estadounidense que estudia las remesas que envían los uruguayos radicados en Estados Unidos. El ex ministro Alejandro Atchugarry hizo notar que el bajo desempleo se debe en parte a la constante emigración. El canciller Reinaldo Gargano dijo que la emigración es una “sangría tremenda”. El Observador informó a toda primera plana que hay una gran emigración dentro de la colectividad judía. Varias emisoras de radio y televisión entrevistaron al responsable de la oficina que otorga los pasaportes: el ritmo de entrega es frenético, se ven obligados a trabajar los sábados, casi como en la crisis de 2002. Este miércoles se conoció un informe del Instituto Nacional de Estadísticas: desde 1963 emigraron más de 600.000 uruguayos y el fenómeno está lejos de detenerse, más bien todo lo contrario: los uruguayos se siguen yendo de a miles.
Lo curioso es que estas noticias comparten la agenda informativa con una catarata de anuncios sobre la buena marcha de la economía. Tal como ocurría durante la segunda presidencia de Julio M. Sanguinetti no hay día en que no se divulgue un nuevo y alentador indicador económico. Los uruguayos se van, pero Uruguay avanza.
La edición de El País del viernes 22 es un buen ejemplo de esta dicotomía tan difícil de conciliar. En la página 11 el título principal dice: “Cancillería procura estrechar lazos con migración calificada”. El artículo indica que “el gobierno está preocupado porque la perspectiva de emigración va en aumento” y que “las informaciones disponibles indican que es probable que la situación en el futuro cercano empeore”. Sin embargo, uno da vuelta la hoja y en página 12 aparece una gran foto de un sonriente ministro de Economía Danilo Astori, acompañado por sus sonrientes colaboradores Fernando Lorenzo y Mario Bergara. ¿A qué se debe tanta alegría? A la colocación de una nueva partida de deuda externa. Quizás el modo en que “Uruguay avanza” tenga que ver con la decisión de miles de uruguayos de irse lejos.
Ese mismo día, en un teatro Solís colmado durante una ceremonia de graduación, el rector de la universidad ORT, Jorge Grünberg, se preguntó por qué si la economía marcha tan bien, si el gobierno tiene índices de popularidad tan altos, por qué tantos jóvenes uruguayos siguen emigrando o soñando con emigrar.
Algunas pistas para responder a ese dilema pueden encontrarse en Importante pero urgente. Políticas de población en Uruguay, un libro recientemente editado por Juan José Calvo y Pablo Mieres.
La obra incluye un completo informe sobre migración realizado por las demógrafas Wanda Cabella y Adela Pellegrino y un equipo de colaboradores. De él, la prensa recogió un único dato, muy preocupante: los uruguayos que emigran son los más calificados. Pero muchos otros aspectos, igualmente reveladores, no fueron consignados.
Por ejemplo: aunque todos conocemos casos de uruguayos que retornan, el estudio revela que desde 1963 siempre son más los que se van que los que regresan o llegan. Dicen las demógrafas: “En ningún tramo intercensal la emigración dejó de constituir un fenómeno dominante, ni siquiera en el período cercano a la reinstalación del sistema democrático, que implicó el regreso al país de los exiliados políticos”.
Contra lo que se suele decir, las especialistas sostienen que las cifras derivadas de las entradas y salidas del Aeropuerto Internacional de Carrasco son de una “confiabilidad aceptable” para estudiar el flujo migratorio. Y las cifras del aeropuerto demuestran que, pese a las sonrisas del equipo económico, la emigración sigue siendo muy alta. En 2004, el saldo negativo de entradas y salidas fue de 7.292, en 2005 subió a 9.593. En 2006, según informó la prensa, llegó a 17.000.
Las cifras del estudio son contundentes. De acuerdo con el perfil de los emigrados en 2002, el 54,3% de los que se van son menores de 29 años. Y el 27,1% tiene entre 30 y 44. Quiere decir que el 81,4% de los uruguayos que emigran tiene menos de 44 años. Sonrían para la foto.
Hay mucho más en el informe de Cabella y Pellegrino. El nivel educativo de los que se van es muy superior al de los que se quedan. Entre los emigrantes el 34,2% tiene educación terciaria. Entre los que permanecen en Uruguay sólo el 20,3% la tiene. Es decir: se van los más preparados. Entre los que se quedan el 31,2% apenas terminó la escuela, entre los que se van sólo el 6,7% está en esa condición.
En 1982 el 49,8% de los que se iban emigraban a Argentina y el 7,2% a Brasil, dos países desde los cuales es más fácil volver y mantener los lazos con Uruguay. En 2002, según Cabella y Pellegrino, la emigración a Argentina cayó al 8,5% del total y la que tiene como destino Brasil bajó al 1,5%. En cambio los que se van a España eran sólo el 5,1% en 1982 y pasaron a ser el 32,6%. Los que se van a Estados Unidos se triplicaron: del 11 al 33,3%. Cuanto más lejos, mejor.
En 2000 había 24.500 uruguayos censados en España. En 2004 llegaron a 70.000.
Confirmando que se van los más preparados, las demógrafas citan un estudio oficial de Estados Unidos según el cual el 30% de los uruguayos censados en ese país están en los estratos más altos de la escala laboral: profesionales, directores, gerentes.
Al respecto hay un dato sorprendente que no ha sido recogido por la prensa. En promedio, los emigrantes uruguayos de mayor nivel educativo no son los radicados en España y Estados Unidos, sino los que se fueron a Brasil y México.
¿Por qué ocurre algo tan sorprendente? Cabella y Pellegrino anotan dos razones: por un lado, Brasil y México son dos países que invierten en investigación científica y tecnológica, lo que estimula la llegada de gente preparada. Por otro lado, como “la desigualdad en la distribución del ingreso es importante en ambos países, los retornos de la educación son significativamente más altos que en Uruguay y, por lo tanto, se convierten en destinos atractivos para los trabajadores calificados”.
El dato es fundamental para entender por qué los más preparados se siguen –y se seguirán- yendo a pesar de los grandes éxitos del gobierno y las sonrisas del equipo económico. Con una reforma tributaria cuyo gran objetivo es igualar hacia abajo, que dinamitará la capacidad de ahorro de los que habiéndose preparado hoy son “ricos” (¡ganan más de 15.000 pesos!), ¿qué razones puede encontrar un joven que estudió para quedarse en Uruguay?
Los sonrientes señores del equipo económico deberían leer el trabajo de Cabella y Pellegrino. Entre los emigrantes que tienen entre 18 y 29 años, un brutal 47,5% se va porque no tiene trabajo. Pero hay otros dos indicadores igualmente chocantes: el 21,3% de los jóvenes emigra por los bajos ingresos que recibe y el 19,5% lo hace por la baja calidad de vida que tienen: mucho estudio, muchas horas de trabajo, poca capacidad de consumo y ahorro nulo. Es decir que el 40,8% de los jóvenes se va porque gana poco y vive mal. ¿La reforma tributaria soluciona este problema o lo agrava?
La respuesta viene con el siguiente dato: a medida que el nivel educativo avanza, crece el porcentaje de los que deciden irse del Uruguay debido a los bajos ingresos que se reciben: 26,8% de los universitarios emigra porque aquí ganan muy poco, aunque el ministro Astori los considere ricos. Sumados a los que huyen de la baja calidad de vida, el porcentaje llega al 43,9%.
Hay más datos interesantes en el completo estudio de Cabella y Pellegrino.
Los más pobres emigran menos. ¿Ellos confían en que las cosas irán mejor para ellos? No. Simplemente no tienen el dinero necesario para irse. “Dado que los destinos atractivos son distantes, las personas pertenecientes a hogares pobres desean abandonar el país pero no cuentan con los recursos necesarios (para) concretar su proyecto migratorio”, dice el informe.
En total, en el 30% de los hogares uruguayos hay alguien que quiere emigrar. La cifra sube a 34% entre los más pobres. El dato es tan monstruoso que ya cuesta siquiera esbozar una sonrisa para la foto. Pero peor es enterarse que el 83,6% de ingenieros en computación quiere irse apenas después de recibirse y también el 75% de los biólogos. Es así como Uruguay avanza.
¿Entonces nadie quiere quedarse?
Sí, el estudio de Cabella y Pellegrino constata que el deseo de irse del Uruguay es menor “entre los empleados públicos y los patrones”. Claro, es de suponer que entre los que tienen cuentas en Suiza el deseo de emigrar debe ser más bajo. También entre los 600 gerentes de Antel. O entre los protegidos por Adeom. Si uno es gerente de Ancap y ante el error más garrafal el castigo es ser relevado de toda responsabilidad y seguir ganando 5.000 dólares por mes, es raro que uno quiera emigrar.
Tenemos el país que hemos construido. El gobierno con sus reformas sólo está profundizando el modelo. Emparejemos hacia abajo. Haremos un Uruguay muy justo. Lástima que nadie quiera quedarse para verlo.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 29 de junio de 2007.
5.4.08
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