Los nuevos presidentes "progresistas" de la región prometieron transparencia pero sus gobiernos padecen un escándalo detrás del otro. ¿Y Uruguay?
La corrupción es la nueva ola
Solemos hablar de la política uruguaya como si fuera un fenómeno muy original. Incluso hay medios que informan de la política local como si fuera autónoma de la marcha del mundo, no le dan al público ninguna información internacional de peso. Quizás eso explique al mismo tiempo la chatura de nuestras elites y la pobreza de nuestra percepción de la realidad. Somos la aldea que se cree mundo, el perro de Pavlov de la política mundial.
La verdad es que la política uruguaya de original no tiene nada. Perón y Luis Batlle fueron enemigos sí, pero mientras eran presidentes Argentina y Uruguay impulsaron la misma política de nacionalización y estatización de los servicios públicos.
Nuestra historia reciente es la menos original de todas. Tuvimos una guerrilla mesiánica en los años 60, como en casi toda América Latina. Quien mire mucho TV Ciudad puede llegar a creer que los tupamaros fueron algo excepcional. Haber hecho un túnel para escaparse de la cárcel fue su máxima hazaña. La minúscula guerrilla brasileña logró secuestrar al mismísimo embajador de Estados Unidos en 1969 y canjearlo por 15 presos políticos, y en Brasil nadie habla de ella.
Después, en los 70, tuvimos nuestra dictadura militar filofascista igual que en Argentina, Brasil, Chile y Paraguay. Durante años se pregonó la idea de que nuestra dictadura había sido "a la uruguaya", menos salvaje, menos asesina: se había respetado la vida de los líderes guerrilleros presos, los muertos habían sido involuntarios "excesos" en los interrogatorios. Ahora sabemos que hubo ejecuciones, presos traídos desde otros países para fusilarlos, mujeres embarazadas secuestradas para robarles a sus hijos y luego asesinadas.
En los 80 recuperamos la democracia, igual que toda la región. Hasta el perfil de los presidentes elegidos en uno y otro país –Alfonsín, Sanguinetti, Sarney- resultó parecido: políticos tradicionales, cultos, de centro. En todo el continente se recuperó la democracia, con todas las virtudes y los mismos vicios que había tenido antes de los golpes de Estado.
En los 90 tampoco fuimos originales: Uruguay apostó al neoliberalismo, como casi toda América del Sur. Fueron los años de Lacalle, Menem, Collor de Mello. Más o menos radical, más o menos prolongado en el tiempo, el modelo vino con una lluvia de casos de corrupción y se fue con un rotundo fracaso.
Un escándalo por día
Justamente el hastío de la gente con las promesas nunca cumplidas por los adoradores del mercado provocó la penúltima ola: la de los presidentes "progresistas". La llegada al gobierno del Frente Amplio coincidió con los triunfos electorales de opciones similares en Argentina, Brasil y otros países del continente.
Por supuesto que en cada una de estas olas hay matices: Sanguinetti no se animó a juzgar a los militares como Alfonsín. Lacalle no bailaba con odaliscas como Menem. Tabaré Vázquez es el único presidente part time del universo progresista (y seguramente del universo todo). Fuera de estos matices, las coincidencias siempre son muchas. Todos los nuevos presidentes "progresistas", por ejemplo, llegaron al poder prometiendo abatir la corrupción. Pero la nueva ola que está recorriendo la región dice lo contrario.
Primero fue Lula. Aunque el Frente Amplio (con el apoyo de periodistas y académicos amigos) ha puesto mucho empeño en disimularlo, el gobierno de Lula ha exhibido una corrupción a la altura de los peores ejemplos de la historia sudamericana, lo que es mucho decir. Compra de votos en el Parlamento, coimas que encubren un financiamiento ilegal del Partido de los Trabajadores, enriquecimiento del hijo del presidente, son apenas parte de una serie de escándalos sin fin.
Ahora la ola llegó a Argentina: la secretaria de Medio Ambiente reparte contratos millonarios entre familiares y amigos, una bolsa con decenas de miles de dólares aparece en el despacho de la ministra de Economía, la empresa Skanska que contrata con el Estado se ve envuelta en un escándalo de coimas. Sólo falta un romance entre Kirchner y Cecilia Bolocco.
La valija
Si se necesitaba algo más para confirmar la ola de corrupción "progresista", la bolsa con 790.550 dólares que un venezolano cercano al gobierno de Hugo Chávez quiso introducir en forma clandestina en Argentina completó el panorama.
¿Y Uruguay forma parte de la ola, como siempre? Hay datos preocupantes al respecto. El venezolano de la valija, Guido Antonini, se fue de Argentina hacia Uruguay. ¿Qué hizo aquí? Se sabe que solía visitar Montevideo como lobbista y que se alojaba en hoteles reservados por Pdvesa. ¿Para qué venía? ¿Tiene eso que ver con los negocios que el gobierno uruguayo está haciendo con Pdvsa?La noticia, para peor, coincidió con otra sobre un misterioso cargamento de municiones bélicas venezolanas embarcado hacia Uruguay sin que se sepa bien porqué. ¿Todo es pura casualidad?
Se ha dicho que el dinero que quiso introducir Antonini en Argentina serviría para financiar grupos políticos pro Chávez. ¿Está Venezuela solventando grupos políticos uruguayos? Es posible. El modo en que se financia nuestra política es un completo misterio: mantener este secreto es una de las pocas coincidencias de los tres principales partidos.
Mientras la prensa argentina dice que los funcionarios del gobierno de Kirchner implicados en el escándalo Antonini son "recaudadores", la prensa uruguaya no dice nada. De este lado del Plata, con provinciana hipocresía, hacemos de cuenta que política y dinero nunca se juntan. ¿De dónde sale la fortuna que se gasta en televisión en cada campaña electoral? ¿Quién la aporta? ¿Bajo qué condiciones? ¿Es casualidad que los grandes beneficiarios de la reforma tributaria sean los grandes supermercados? La falta de transparencia tiene eso, alienta la suspicacia.
En la nueva ola "progresista" sudamericana se dice que hay dos o tres izquierdas distintas. A quien más se parece Tabaré Vázquez es a Lula. Como Lula, Vázquez no era un político tradicional. Como Lula, no llegó a la presidencia en su primer intento. Como Lula, encausó a su partido detrás de sus líneas menos radicales. Como Lula, apostó a la política económica de sus antecesores. Como Lula, es amigo de Estados Unidos. Como Lula, el bajo tenor izquierdista de su gobierno frustra a muchos de sus votantes.
Lula encontró la forma de ser reelecto a pesar del desencanto militante y la brutal exposición de toda la corrupción de su gobierno: repartir mucho dinero a los pobres a través de planes de asistencia social y crear miles de nuevos empleos públicos.
Vázquez ya conoce el desencanto radical. Vázquez ya reparte mucho dinero entre los pobres. Vázquez ya está creando miles de nuevos empleos públicos. Es de esperar que las coincidencias terminen aquí. Que Uruguay no se sume a la nueva ola que recorre el continente.
PUBLICADO EN EL DIARIO PLAN B, VIERNES 17 DE AGOSTO DE 2007
31.8.07
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