17.2.08

Corre Ghiggia corre

Alcides Edgardo Barreiro, Alcides Edgardo Bentancor, Alcides Edgardo Caraballo, Alcides Edgardo Chans, Alcides Edgardo Di Ciocco... En Uruguay la guía telefónica está llena de personas llamadas Alcides Edgardo en honor a Alcides Edgardo Ghiggia, el campeón del mundo, cuya hazaña no hay uruguayo -ni brasileño- que no conozca.
Quizás por eso la noticia golpeó tan fuerte. “Ghiggia remató medallas de su glorioso pasado deportivo”, tituló el diario La República el 5 de junio.
“Ghiggia –decía la crónica- debió desprenderse de varios recuerdos que atesoraba de su glorioso pasado deportivo y remató varias medallas para lograr ingresos que le permitieran solucionar problemas impostergables...”.
La medalla más valiosa fue rematada en 1.600 dólares y la compró un integrante de la empresa Tenfield, propiedad del polémico Paco Casal, magnate del fútbol, representante de la inmensa mayoría de los jugadores uruguayos de hoy y de los derechos de televisión de todas las actividades de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Era la medalla que Ghiggia había ganado por la hazaña de Maracaná.

Rio de Janeiro, 1950
Ocurrió el 16 de julio. Ese día Brasil y Uruguay jugaban la final de la Copa del Mundo en el estadio de Maracaná, especialmente construido para la ocasión y con 200.000 personas en sus tribunas. Brasil había organizado el Mundial para ser por primera vez campeón del mundo. Y estaba a punto de conseguirlo.
La selección brasileña había ganado sus dos partidos anteriores por goleadas históricas: 6 a 1 a España y 7 a 1 a Suecia. Era la prueba de que aquel equipo era invencible. Uruguay, el otro finalista, apenas había derrotado 3 a 2 a los suecos y con los españoles tan sólo había empatado 2 a 2. La consagración de Brasil como campeón mundial era un hecho y el partido contra los uruguayos un mero trámite.
Pero las cosas no salieron como el mundo entero esperaba y el principal responsable fue Alcides Ghiggia.
Los brasileños lo conocían poco. Sabían todo sobre Obdulio Varela, el veterano capitán uruguayo, de temple legendario. Pero Ghiggia era joven, nuevo en la selección, recién hacía un año que era titular en Peñarol. Cuando llegó a Brasil para jugar la Copa del Mundo todavía era un don nadie en el mundo de fútbol. Pero ya en el primer partido de Uruguay hizo un gol. Y en el segundo hizo otro. Y en el tercero otro. Todavía hoy aparece en las estadísticas de la FIFA como uno de los dos únicos futbolistas que llegaron a jugar una final de la Copa del Mundo e hicieron goles en todos los partidos que disputaron en ese mundial.
El cuarto partido de Ghiggia en aquella Copa del Mundo fue la final contra Brasil.

Las Piedras, 2002
Las Piedras queda a 40 kilómetros de Montevideo. Es una pequeña ciudad rodeada de granjas y viñedos, de oficinistas y obreros que se levantan temprano para ir a trabajar a la capital. Una ciudad de gente humilde. Allí vive Ghiggia desde hace tres o cuatro años, cuando dejó Montevideo.
Todos lo conocen. Dicen que para encontrarlo hay que preguntar en el último puesto de la feria, al lado de las vías del tren.
La feria de Las Piedras es el refugio de los desempleados. Algunos montan allí su puestito para ganarse la vida vendiendo baratijas. Otros van allí a gastarse sus pocos pesos.
A lo largo de dos cuadras, se venden los productos más baratos: ropa made in China, zapatillas de marcas falsas, sospechosos whiskys fabricados en Brasil, refrescos de contrabando. El último puesto, que vende ropa de bebé barata, es atendido por una mujer joven. Es la esposa del viejo campeón.

Rio de Janeiro, 1950
Ghiggia era el puntero derecho. En el vestuario, antes de pisar el césped de Maracaná, el técnico y sus compañeros se pusieron de acuerdo en pasarle la mayor cantidad de pelotas, con envíos largos, porque su velocidad era la carta de triunfo de Uruguay. “Cuando se previeron los movimientos colectivos, hubo acuerdo en que el partido estaba por la derecha, ahí recaería el juego. (Ghiggia) se hallaba en su esplendor físico y técnico y era sabido por todos que no temía a Dios ni al diablo”, relata Franklin Morales en su libro Maracaná, los laberintos del carácter, la investigación más completa sobre lo que ocurrió aquel día.
El primer tiempo terminó cero a cero y, apenas un minuto después de iniciada la segunda parte, llegó el gol de Brasil. Todos esperaban que llegara otro gol brasileño y otro y otro y otro, pero entonces apareció Ghiggia.
En el minuto 65, Obdulio le pasó la pelota. El puntero dejó atrás a Bigode, su marcador, y enfiló hacia el área brasileña. Al llegar, mandó con precisión la pelota al medio, para Alberto Schiaffino, que pateó y empató el partido.
La igualdad todavía hacía campeón del mundo a Brasil. Pero 13 minutos después, Ghiggia volvió a escapar con la pelota en una electrizante corrida que duró apenas seis segundos pero que, más de medio siglo después, no hay amante del fútbol que no la conozca.
Desde entonces, todos los 16 de julio las radios uruguayas vuelven a emitir el relato de aquella jugada, la más mítica de la historia de la Copa del Mundo:
“Defiende Tejera. Vuelve para Danilo. Danilo perdió con Julio Pérez, que entregó inmediatamente en dirección de Míguez. Míguez devolvió a Julio Pérez que está luchando con Jair, todavía dentro del campo uruguayo. Dio para Ghiggia. Ghiggia devuelve a Julio Pérez que da en profundidad al puntero derecho. ¡Corre Ghiggia! ¡Corre Ghiggia! ¡Se aproxima al arco de Brasil y tira! ¡Gol! ¡Gol de Uruguay! ¡Ghiggia! Segundo gol de Uruguay. Dos a uno, gana Uruguay...”

Gol del siglo, Maracaná, Ghiggia, Barbosa
Ghiggia acaba de convertir el gol del siglo.

Montevideo, 2002
El anuncio de que Ghiggia había rematado su medalla de Maracaná desató una tormenta en Montevideo.
En pocos días, el diario El País, el más influyente y de mayor circulación en Uruguay, editorializó dos veces al respecto. Dijo que la noticia de la subasta “estremeció a todos los uruguayos y les llegó a las fibras más íntimas” y llamó a todos a contribuir para solucionar “la difícil situación económica por la que atraviesa Ghiggia”.
No todos estuvieron de acuerdo y la polémica se extendió. En el semanario Búsqueda un lector dijo que Ghiggia no merecía ayuda: “la venta es un insulto, es una cuestión de ética, esas cosas no se venden”.
Pese a todo, la noticia fue manejada con pudor por la prensa. A diferencia de lo que habría pasado en la vecina Argentina, ningún medio ahondó en cuáles eran las miserias económicas que motivaban el gesto desesperado, ni se publicaron detalles de la vida privada de Ghiggia, de la que el público poco conoce. La mayoría, en cambio, cargó las tintas contra el Estado y el pueblo en general por no saber retribuir a su gran campeón.
“Nunca el pueblo y el país le dio el apoyo material que debería haber tenido por ser una verdadera leyenda”, escribió un empresario que anunció que estaba dispuesto a comprar la medalla para devolvérsela a Ghiggia.
Fueron tantos los reclamos de una mayor ayuda oficial a Ghiggia, que el viceministro de Educación y Cultura detalló en la televisión todo lo que Uruguay le ha dado a los campeones de Maracaná.
Mientras, la noticia daba la vuelta al mundo. El mismo 5 de junio Folha de Sao Paulo informó del remate en su página de internet. Y el Corriere Della Sera tituló en su edición del 9 de junio: “Ghiggia è in miseria. Ha venduto tutto per poter sopravvivere”.
“Hoy, en su país, no ha encontrado quien lo ayude y se ha visto obligado a ‘empeñar la gloria’ para comer. ¿Dónde murió la solidaridad?”, escribió el periodista italiano.

Roma, 1953
Ghiggia fue rico. Nació en 1926 en una familia de clase media, en la época dorada del Uruguay, y vivió una infancia sin privaciones.
De adolescente jugó al básquetbol, pero luego se hizo futbolista y en 1948 llegó a Peñarol: al año siguiente ya se consagró campeón uruguayo con la camiseta amarilla y negra, la más popular del país junto con la de Nacional, el otro grande del fútbol uruguayo. Su excepcional habilidad y velocidad lo llevaron muy rápido a la selección nacional. Luego del triunfo de Maracaná, volvió a Peñarol y en 1951 ganó otra vez el Campeonato Uruguayo. Ya entonces cobraba muy buen dinero.
“En Peñarol yo ganaba 800 pesos por mes. Y eso era plata, eh, mire que yo salía con otro muchacho y nos íbamos de garufa con diez pesos, y éramos unos reyes. Creo que el peso estaba a la par del dólar”, relató Ghiggia en una de las pocas y raras entrevistas que ha concedido en Uruguay en los últimos años.
En 1953 dejó Peñarol para ir a jugar a la Roma de Italia. En aquella época, muy pocos futbolistas sudamericanos eran contratados en Europa. Pero Ghiggia -después de Maracaná- era una figura de prestigio mundial.
Su contratación marcó un antes y un después en la historia del club italiano. En la página de internet de la Roma, el periodista Franco Dominici cuenta cómo fue la llegada de Ghiggia a Italia. Un telegrama confirmó la transferencia desde Peñarol en momentos en que el presidente del club, Renato Sacerdoti, dirigía una asamblea de fanáticos. Cuando alguien le alcanzó el telegrama, interrumpió la conversación y pidió silencio. Cuando todos callaron, hizo el anuncio solemne: “hace pocas horas se ha concretado la contratación de un famoso campeón del mundo: ¡Alcide Ghiggia!”. La asamblea estalló en un atronador aplauso.
El 13 de julio de 1953 la hinchada de Roma lo estaba esperando en el aeropuerto. Existía tal expectativa, que al otro día 55.000 tifossi fueron a verlo debutar en un partido amistoso contra el club inglés Charlton. Todavía no había firmado contrato, pero no pudo negarse a jugar.
Permaneció nueve años en Italia: ocho temporadas con la Roma –con el que ganó una copa europea- y una en el Milan –con el que fue campeón italiano. Por sus actuaciones, y aprovechando su origen, fue convocado a defender a la selección nacional. Económicamente, allí ganó mejor que en Peñarol. “Allá ganaba más”, relató en la misma entrevista. “En dos años hice doce millones de liras. No sé cuanto era, pero sé que me favorecía”.

Las Piedras, 2002
“Lo dramático de este hombre es que no tiene donde vivir, ¡con todo lo que ganó en su vida!”, dice su esposa, mientras nos lleva a la casa donde viven.
Hace dos años que están casados y seis que viven juntos. Hoy ella tiene 30 años y Ghiggia, aunque aparente menos, ya cumplió 75. Se conocieron en una academia de choferes de Las Piedras, donde hasta hace no mucho el héroe de Maracaná daba clases de conducir.
Cuando se le pregunta a Ghiggia cómo un hombre de su edad conquista a una mujer de 30, sólo sonríe.
Es una pequeña vivienda, alquilada. Adentro, cinco chicas jóvenes –estudiantes de cine- rodean a Ghiggia y le explican que quieren hacer una película sobre su vida. El campeón asiente.
Los muebles son baratos, pero todo está limpio y ordenado. Hay teléfono, heladera y un estéreo demasiado grande para lo reducido del lugar. Sobre la chimenea no hay fotos familiares: no hay imágenes de los dos hijos de Ghiggia ni de sus cuatro nietos. En cambio, hay un gigantesco retrato de él mismo, de la época en que era campeón del mundo, y una decena de plaquetas y pequeños trofeos que en todos los casos repiten dos palabras: Ghiggia y Maracaná.
Ghiggia no viste prendas de marcas italianas como los futbolistas uruguayos de hoy, pero no está mal vestido. Su ropa no será cara, pero es nueva, está limpia y bien planchada, y los colores combinan.
Físicamente, Ghiggia se mantiene impecable. Dice que todas las tardes sale a trotar por las tranquilas calles de Las Piedras. Hasta no hace tanto, todavía jugaba al fútbol de salón. Y se tiñe el pelo para que se lo vea tan negro como aquellos años, cuando jugaba en Roma.

Roma, 1953
“Fueron años de muy buena vida, en una ciudad preciosa, que me gustaba mucho, tanto la parte antigua como la nueva y la vi crecer. También fueron años de vida más notoria, menos privada, menos íntima, con el asedio de los paparazzi, ¿sabés?, siempre arriba tuyo, v siguiéndote día y noche, pero sobre todo de noche, claro. Salías a medianoche y la tropa de paparazzi iba atrás tuyo. Y una vida también llena de tentaciones, brava, muy brava, bravísima”.
Así resumió Ghiggia sus casi diez años en Italia en una breve biografía que, en el 50 aniversario de Maracaná, editó el diario El País en forma de librillo. Allí contó que en Roma tuvo tres Alfa Romeo: primero una coupé Superligera, después una convertible, después una Julieta. Que iba al boxeo. Que en el Palacio de los Deportes vio a Cassius Clay coronarse campeón olímpico. Que iba mucho a Cinecitá. Que conoció a Ana Magnani, a Gina Lollobrígida...
No le gusta contar mucho más que eso. Si uno le pregunta por su vida romana, Ghiggia da respuestas breves y cambia de tema. En cambio, la historia del club Roma escrita por Franco Dominici le dedica muchas líneas a Ghiggia.
“Jugaba bien, era brillante, gustaba a la gente, pero no podía incidir de un modo decisivo. Tenía la majestuosidad natural de un campeón del mundo; se enamoró locamente de Roma, creyó que podría conquistarla con su dribbling; vivía días sin renuncias; días de larguísimas tardes, de horizontes lejanos, de infinitos espacios a conquistar.
Le gustaba ser el centro de la atención.
Alcides Ghiggia, Alcide Ghiggia, Alcides Edgardo Ghiggia
Alcide Ghiggia en la prensa italiana, 1954
(tomado del sitio www.asromaultras.org)
Inauguró un bar en la calle del Tritone y la plaza Barberini, comenzó una serie de inversiones equivocadas (...) Dejó la Roma después de ocho temporadas, 201 partidos y diez goles, pocos en verdad. ¿Alcide había decepcionado? Absolutamente no: que no era un cañonero se sabía, que era un refinado inspirador de juego lo confirmó también en la Roma. Pero había habido momentos difíciles, debido sobre todo a sinsabores de carácter familiar y a gruesas complicaciones en la actividad que había emprendido. Alcides, en suma, no era un sabio administrador de sí mismo, y no sabía tampoco escoger los consejeros, los amigos, los colaboradores. En Roma fue amado, devino muy popular pero no ciertamente rico. Al contrario”.

Montevideo, 1963
Ghiggia volvió a Uruguay en 1963. Para ese entonces todos los campeones de Maracaná ya se habían retirado, todos menos él.
Sus excepcionales condiciones técnicas y físicas le permitieron seguir jugando hasta bien pasados los 40 años.
Franklin Morales dice que nunca volvió a ver un jugador de físico tan privilegiado. “Tenía las piernas muy altas, el tórax chico, era como un tentempié, era casi imposible de tirar, nunca caía. Su zancada era larguísima, era un galgo. Tenía, además, un coraje a toda prueba. Cuanto más le pegaban, más se agrandaba. Nunca volvió a haber un puntero como él”.
Ghiggia actuó en la primera división del fútbol uruguayo –en los clubes Danubio y Sud América- hasta el fin de 1968. Cuando se retiró faltaban apenas siete días para que cumpliera 42 años.
Al dejar el fútbol, Ghiggia tenía dos casas: una en El Pinar –un balneario- y otra en Montevideo. Pero no suficiente dinero como para no tener que trabajar. Los días de gloria habían terminado.
Como explicó el viceministro de Educación y Cultura cuando se supo del remate de la medalla, el Estado hizo con Ghiggia lo que ya había hecho con sus compañeros: le otorgó un empleo público, en los casinos municipales, donde el campeón trabajó hasta 1990, cuando se jubiló. También le concedió lo que en Uruguay se llama “pensión graciable”: una especie de subvención mensual que el Parlamento da a ciudadanos que la merecen especialmente. Hoy, entre la pensión y la jubilación, Ghiggia cobra unos 15.000 pesos por mes que, tras la devaluación que sufrió Uruguay en agosto, equivalen a 535 dólares. Es bastante más de lo que gana la mayoría de los uruguayos.
Ghiggia nunca ha dejado de tener esos dos ingresos, pero aun así ha tenido que vender sus cosas. Primero la casa en El Pinar. Después la casa en Montevideo. Después la medalla de Maracaná.

Las Piedras, 2002
“Este hombre es un infierno con el dinero”, dice su esposa. La joven explica que ahora ella lo obliga a administrarse mejor. “Con los 6.000 dólares que cobró por el libro, le hice comprarse un auto, porque sino la plata se le va...”.
Autos y mujeres son dos pasiones que lo han acompañado siempre.
“Los autos siempre me gustaron”, dijo en su biografía. Y quienes lo han conocido dicen que el campeón siempre tuvo una gran debilidad por las mujeres.
Era jugador de Peñarol cuando se compró su primer coche, un Ford Prefect, que después cambió por un Ford B 8 y después por un Pontiac, que era el que tenía cuando conoció a su primera esposa en la rambla de Montevideo.
Con ella se casó en 1952 y juntos fueron a Italia. Un periodista del diario Il Mattino recordó la impresión que causó la belleza de la esposa de Ghiggia al descender del avión (“una stupefacente moglie creola”).
Luego vino la etapa de los Alfa Romeo y algunos problemas.
Ghiggia fue acusado de haber seducido en un auto a una menor de edad y, aunque terminó absuelto, tuvo que rendir cuentas ante la justicia italiana. Ghiggia ha dicho que se trató de una burda maniobra para sacarle plata.
Al volver a Montevideo se divorció. Sus dos hijos –que no se quedaron a vivir en Italia como creen muchos uruguayos- nacieron de ese primer y trunco matrimonio. Pero no quieren hablar de su padre. Su hija Lilián, dueña de una clínica de belleza, rechazó tajantemente la idea de una entrevista. Dijo que ella y su hermano Arcadio y su madre nunca hablaron con la prensa y jamás lo harán y, muy molesta, cortó el teléfono.
Ghiggia se volvió a casar y enviudó en 1992. En el 96, en un coche-escuela, comenzó a darle clases de conducción a una jovencita. Los dos dicen que se gustaron y decidieron vivir juntos. Después se casaron. Y ella le aconsejó volver a comprarse un auto. Usado, claro.

Rio de Janeiro, 1950
En los últimos minutos del Mundial del 50, Ghiggia enloqueció a los brasileños, ante el silencio de un Maracaná que ya presentía la tragedia.
“Bauer atrasa para Juvenal. ¡Pelota para Ghiggia! Recibe en la punta derecha. Camina lentamente. No tiene ninguna prisa. Está ahora aquietando el juego. Viene Bigode. Danza Ghiggia sobre el cuero. Para acá, para allá. Continúa la pelota en los pies del puntero del Uruguay. Eludió a Bigode y entregó a Julio Pérez, que devuelve a Ghiggia...”
Cuenta Morales en su libro que el técnico uruguayo, desesperado, tuvo que pedirle que por favor no atacara más, que ayudara a sus compañeros en la defensa. Dicen que el entrenador dijo:
-Este loco quiere hacer el tercero.
Cuando terminó el partido, Obdulio fue a buscarlo y lo levantó en andas. El periodista Antonio Pippo, autor de una biografía del capitán uruguayo, cuenta que, pese a su proverbial parquedad, Obdulio le dijo dos veces:
-Si no era por Ghiggia ese partido no lo ganábamos nunca.
También Schiaffino, el más exquisito de aquellos campeones, afirmó lo mismo en una entrevista que hace un año le hizo el diario El Observador.
-¿Cuál fue la diferencia entre ustedes y los brasileños?
-Ghiggia. Jugó brillante. Su juego fue imponente. ¡Ah, fue una cosa increíble! Se comió a todos los que lo marcaban... Ghiggia era chiquito pero duro, y cómo corría...
Sin duda, los brasileños han sido más justos en reconocer su enorme mérito que los uruguayos, que siempre creyeron que aquel triunfo tuvo más que ver con la “garra charrúa” que con jugar bien al fútbol (y así nos ha ido).
Los brasileños, en cambio, con dolor aprendieron la lección correcta.
Ghiggia cuenta que la última vez que visitó Brasil, en el 2001, su pasaporte fue controlado por una joven, de unos 25 años. La muchacha vio su nombre y se quedó muda durante diez eternos segundos. Después le preguntó:
-¿Usted es Ghiggia?
-Sí.
-¿El de la final de 1950?
-Fue hace mucho tiempo...
-Sí, pero a nosotros todavía nos duele en el corazón.

Las Piedras, 2002
Hoy Brasil es el campeón del mundo. Pentacampeón. La esposa de Ghiggia lleva a las estudiantes de cine a conocer los lugares donde filmarán la película. Ghiggia se sienta en uno de los sillones y advierte que él las entrevistas las cobra.
- A los periodistas de Montevideo no les doy entrevistas porque no quieren pagar. Dicen que no tienen plata, pero a las figuras del extranjero sí les pagan. Además, acá han venido de Argentina, de Brasil, de Perú, de Norteamérica y a todos les cobré.
Es cierto. Un cineasta que hace un par de años llegó para filmarlo como parte de un documental sobre los más grandes futbolistas de toda la historia, le pagó 6.000 dólares. Pero yo le explico que este artículo es para una revista colombiana muy prestigiosa, que es una oportunidad para mí, y Ghiggia me dice que esta vez hablará gratis:
- No quiero que te pierdas una oportunidad de publicar un artículo en el extranjero. Pero decile a esa gente que Ghiggia siempre cobra.
- ¿Tiene problemas de dinero?
-No, yo no me quejo. Cobro la jubilación del casino y una pensión graciable que nos dio el Estado. Como está hoy el país, uno no puede pretender que le den más.
-¿Siente que los uruguayos ya no valoran lo que usted y sus compañeros hicieron?
-Uruguay se olvidó de Maracaná, sólo se acuerdan los 16 de julio. Pero no me importa. Yo sé lo que hice y lo que dejé de hacer. Con mi país cumplí.
Ghiggia se ríe. Explica que nació antes de tiempo, que si hubiera jugado en Italia en estos años sería millonario. Pero dice que no le molesta, que no extraña la fama ni el dinero, que sólo quiere vivir tranquilo. Lo que sí le molesta es que se metan en su vida personal. Que digan que está en la miseria. Que escriban que tuvo un bar en Italia. Que informen que remató la medalla de Maracaná. “Eso es mentira. El periodista que escribió eso no me llamó. Si me llamaba le muestro que tengo todas las medallas acá”.
(La verdad es que la medalla sí se remató y también la tiene Ghiggia. “Es una historia triste, muy delicada, sobre la que preferimos no hablar”, dijo un funcionario de remates Gomensoro, la firma que realizó la subasta. Pero confirmó dos cosas: que el remate se hizo y que quien compró la medalla se la volvió a dar a Ghiggia. Después de todo, el campeón de Maracaná es él).
Ghiggia prefiere hablar de fútbol, de su carrera, del famoso Peñarol del 49, del gol en la final del 50, de cómo casi no festejó en Maracaná porque se fue rápido a duchar, inconsciente de lo que acababa de protagonizar, de cómo se adaptó al fútbol europeo...
-Jugué hasta los 42 años...¡y pensar que dicen que hacía mala vida! ¡Cómo alguien va a jugar hasta esa edad si hace mala vida!
-Pero sí le gustaban mucho las mujeres.
-¡Y a quién no le gustan las mujeres! Yo no era mujeriego, pero uno era joven, se vestía bien...
Las jóvenes aspirantes a directoras de cine están de vuelta. Ghiggia las recibe con una sonrisa y un chiste. Dice que acaba de cobrarle 1.000 dólares al periodista y que ahora es el turno de ellas.
La entrevista termina. Ghiggia nos acompaña a la vereda. La última pregunta es para saber por qué no fue al entierro de Julio Pérez, otro de los campeones, fallecido apenas unos días atrás. “Estuve en el velorio, pero los entierros no me gustan”, dice. No puede saber que una semana después se irá otro de los “leones de Maracaná”, Eusebio Tejera.
Mientras se despide, pasa una chica del barrio y Ghiggia le hace una broma. Luego vuelve a su casa. Para entrar tiene que subir una pequeña escalera. Lo hace con ágiles saltos, casi corriendo, como queriendo demostrar que sigue siendo aquel puntero imposible de alcanzar.
Entra. En el pequeño living está el gran retrato de cuando era campeón del mundo.

Historias uruguayas - Ghiggia

Artículo de Leonardo Haberkorn, publicado en la revista colombiana Gatopardo, en 2002.
Es una de las 14 crónicas y reportajes que componen el libro  Historias uruguayas.
También forma parte de Para gritar, para cantar, para llorar, una antología sobre los mundiales editada en 2010 en Chile por la Universidad Adolfo Ibáñez y la editorial Uqbar.
Fue traducida al inglés para la antología The football cronicas, publicada en Londres en 2014.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor.

31.1.08

Artigas mággico

En 2001 escribí un artículo sobre por qué Artigas nunca volvió de Paraguay. Como no soy un especialista (los periodistas sabemos un poco de todo y no somos expertos en nada), consulté a cinco historiadores.
La conclusión fue sorprendente: no es cierto lo que enseñan las maestras, que Artigas no regresó porque el dictador paraguayo Gaspar de Francia se lo impidió. No: más de una vez Artigas pudo volver y no quiso. Las razones, me explicaron los expertos, hay que buscarlas por otro lado: el caudillo había asumido su derrota definitiva, su proyecto político estaba muerto, el Uruguay independiente no tenía nada que ver con su idea federal. Es posible que Artigas terminara por querer más al país que lo había acogido en la derrota (Paraguay), que al estado que nunca había querido y que terminaría por hacerlo prócer (Uruguay).
Aunque estaban fuera del contenido de aquel artículo, aproveché para preguntarle a los cinco historiadores sobre otras polémicas artiguistas. Los interrogué, por ejemplo, respecto a si es cierto que Artigas tuvo un hijo charrúa, el Caciquillo tan mentado por el escritor Carlos Maggi.
Cuatro de los especialistas me respondieron lo mismo: los dichos de Maggi sobre Artigas y los charrúas eran una fábula sin asidero, una novela atractiva pero carente de rigor académico. Más de uno usó la palabra “disparate”. El otro académico me dijo que de eso prefería no hablar, porque Maggi era su amigo.
Les pregunté a los historiadores por qué no rebatían las aseveraciones mággicas si las consideraban falsas. Las respuestas fueron varias: unos no veían en Maggi a un colega con el cual medirse de igual a igual, otros no querían polemizar en público, otros callaban por amistad. Por una razón u otra, todos habían optado por el silencio ante lo que consideraban un error garrafal, lo que dice mucho sobre la academia uruguaya.
Desde entonces, las tesis de Maggi se han hecho cada vez más populares. Según ellas, Artigas vivió muchos años en las tolderías charrúas, fue amigo de los indios, tuvo un hijo charrúa y de la tribu aprendió sus ideas sabias y libertarias.
Sólo un historiador se ha animado a salirle al cruce a Maggi. En 2004 Oscar Padrón Favre publicó Los charrúas minuanes en su etapa final. El libro reúne tres obras más pequeñas, una de ellas llamada: Artigas y los charrúas: Refutación a ‘Artigas y su hijo el caciquillo’.
A diferencia de sus colegas, Padrón no tuvo miedo ni pudor en enfrentar a Maggi. Padrón dice que el escritor cae en una “idealización romántica” de Artigas y de los charrúas, y que para ello se basa “en una selección totalmente interesada y restringida de la documentación disponible, la cual, además, es interpretada antojadizamente”. Padrón cita decenas de papeles históricos que refutan a Maggi. El efecto es demoledor.
Sin embargo, el libro fue recibido con un silencio total por los intelectuales y la prensa. Hasta donde sé, Maggi nunca respondió a Padrón. No será por falta de espacios para hacerlo.
Personalmente carezco de los conocimientos como para terciar en la polémica. No soy yo quien podrá decir quién tiene razón.
Leo en estos días que Maggi ha vuelto a insistir con sus teorías. Esas teorías en las que nadie cree y que nadie rebate, símbolo perfecto de un país que duerme y no quiere despertarse.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 20 de abril de 2007.

8.1.08

La inocencia argentina

Los argentinos reeligieron a Menem a pesar de que todos conocían la naturaleza corrupta de su gobierno. Ahora han vuelto a cometer el mismo pecado.

Yo miraba Televisión Registrada en 2000 y 2001. En aquel entonces el programa era conducido por Fabián Gianola y Claudio Morgado, y no era reproducido por la televisión abierta uruguaya.
TVR había comenzado siendo una simple recopilación de momentos hilarantes o grotescos de la TV, abundantes en Argentina. Pero de a poco había ido creciendo. Gracias a una meticulosa producción y a un archivo implacable, cada semana Televisión Registrada desnudaba el doble discurso y la irresponsabilidad con la que Argentina es construida y destruida al mismo, y no sólo por sus políticos.
Por supuesto: en aquellos programas Carlos Menem tenía un lugar de honor.
Siempre volvían a aparecer sus imágenes: Menem bailando con una odalisca, Menem con una vedette, Menem con su Ferrari, Menem jugando al fútbol mientras el desempleo llegaba al 20%, Menem cometiendo un acto fallido memorable y diciendo que él se ponía al frente de la corrupción.
Por supuesto, al principio yo disfrutaba mucho de aquellas palizas virtuales que TVR le daba a aquel sinvergüenza que había sido tan ensalzado por medio mundo, incluyendo la revista Time, la infalible The Economist, el sacrosanto Fondo Monetario Internacional y muchos políticos, economistas y periodistas uruguayos que hoy miran para otro lado, igual que Marina Arismendi con la Unión Soviética.
Entre tanto robo impune, aquellas emisiones de TVR parecían un sucedáneo de la justicia.
Con el tiempo, sin embargo, Televisión Registrada comenzó a dejarme un cierto sabor amargo. Al principio me costó entender de donde nacía ese creciente fastidio con el programa, pero al fin lo vi con claridad. Lo que me molestaba era que Gianola y Morgado presentaban a Menem como un castigo del cielo, como una plaga que algún dios malvado hubiera hecho caer sobre los argentinos. El mensaje que daba TVR era que nadie era responsable, que los argentinos eran inocentes, que no tenían nada que ver con esa década infame que había destruido el país hasta sus cimientos. Había uno sólo culplable: Memen. Pobres argentinos. Nadie había votado al sátrapa.
Obviamente, aquello no era más que demagogia barata. Lo habían votado y dos veces.
Menem llegó a ser presidente de Argentina cuando ganó la elección de 1989 con el 47,49% de los votos. Durante su primer gobierno los argentinos disfrutaron de la plata dulce que generó la venta de todo el aparato estatal y un tipo de cambio ficticio.
Aquellas privatizaciones fueron realizadas en medio de bochornosos escándalos de corrupción, ampliamente denunciados en la prensa. Menem aumentó en forma descarada el número de integrantes de la Suprema Corte para dominar el Poder Judicial a su antojo. Argentina fue escenario de dos atentados terroristas de inusitada gravedad, sin que nunca aparecieran los culpables.
Nada de eso le importó a la mayoría relativa de los argentinos, salvo la plata dulce. En 1995, Carlos Menem fue reelecto por 7,8 millones de argentinos, el 49,97% del total de votantes, un porcentaje mayor al que había obtenido en su primera elección. Lo votaron a pesar de la AMIA. Lo votaron a pesar de terminar con la independencia del Poder Judicial. Lo votaron a pesar de la corrupción galopante. ¿De qué inocencia me hablan?
Lo peor es que del desastre que sobrevino después, los argentinos no han sacado ninguna enseñanza. Porque ahora, con la “reelección” del matrimonio Kirchner, han vuelto a repetir exactamente la misma historia.
El gobierno de Néstor Kirchner, ese líder “progresista” tan festejado aquí cuando asumió allá, demostró un parecido notable con las peores facetas del gobierno de Menem.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner una misteriosa bolsa con 65.000 dólares apareció en el baño del despacho de la ministra de Economía Felisa Micheli. La ministra nunca pudo explicar convincentemente qué hacía ese dinero allí.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la empresa sueca Skanska reconoció que había pagado sobornos por seis millones de dólares para conseguir contratos de obras públicas en Argentina.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, fue acusada de malversación de fondos públicos por haber contratado a 350 empleados, entre ellos amigos y familiares.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner apareció el venezolano Antonini queriendo entrar en forma clandestina a Argentina una valija con 800.000 dólares en un vuelo contratado por el propio Estado. En Estados Unidos se dice que era dinero de Venezuela para financiar en forma ilegal la campaña electoral de Cristina Kirchner.
El gobierno de Néstor Kirchner, además, está acusado ante la Justicia por manipular los índices inflacionarios para engañar a la ciudadanía. Y señalado por usar todo el aparato estatal para favorecer la candidatura de su señora esposa.
Son escándalos muy grandes de los cuales la prensa y especialmente la televisión argentina hablan muy poco.
El gobierno de Néstor Kirchner supo cómo sepultar la crítica periodística. Mientras las tarifas publicitarias aumentaron un 60%, el gasto en propaganda oficial creció un 355% respecto a lo que había gastado el anterior presidente Duhalde. Además, esa lluvia de millones se reparte de un modo maquiavélico: a los más oficialistas se los premia con millones en avisos y a los pocos que no se someten se los castiga no dándoles nada.
Hace ya unos meses volví a ver Televisión Registrada después de muchos años. Esa semana estaba en su apogeo el escándalo Skanska y había aparecido la misteriosa bolsa de dólares en el escritorio de la Miceli. Sin embargo, TVR apenas si se refirió a estos temas y en cambio se dedicó a mostrar muchas imágenes… ¡de la corrupción en épocas de Menem!
Tan obvia fue la intención de desviar la atención pública, de minimizar la corrupción kirchnerista, de distraer al público con las viejas imágenes del corrupto anterior, que el invitado especial que tenía el programa, el periodista deportivo Juan Pablo Varsky, se quejó del chocante oficialismo de TVR: era fácil seguir hablando de Menem, les dijo a sus anfitriones, pero era hora de hablar de Skanska, Felisa Miceli y Romina Picolotti.
Por supuesto, no le hicieron caso.
No debe existir imagen más bochornosa para una República que la de un marido pasándole la banda presidencial a su esposa, o viceversa.
Pero ni siquiera el pudor impidió que los argentinos volvieran a hacer lo mismo que cuando Menem. A pesar de las evidentes muestras de corrupción que existieron en el gobierno del señor Kirchner, fueron masivamente a votar a su señora.
Igual que con Menem, cuando todo el castillo de arena se caiga, todos jurarán inocencia.
Lo veremos en Televisión Registrada.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 22 de diciembre de 2007.

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