Juan José Cabezas es profesor titular de la Facultad de Ingeniería e investigador en informática del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Entre sus méritos figura el de haber jugado un rol clave en 1988, cuando Uruguay se conectó por primera vez a Internet a través del Instituto de Computación de la Facultad de Ingeniería. Tanto es así que fue él quien recibió los primeros correos electrónicos que llegaron al país provenientes de fuera del Río de la Plata.
Es imposible no reconocerlo. Sus manos están deformadas, tienen extraños bultos y cicatrices. En la derecha tiene solo dos dedos completos; en la izquierda apenas uno. Hay dedos a los cuales le quedan dos falanges, en otros apenas una, de otros no queda nada. Además, tiene cicatrices en todo el rostro, en la quijada, la boca, la nariz. Usa unos lentes gruesísimos porque casi no ve. Juan José Cabezas es un mutilado de guerra, una víctima del Plan Cacao.
Juan José estudiaba ingeniería y, en un taller de electrónica montado en el fondo de la casa de sus padres en Punta Gorda, construía equipos de sonido, amplificadores y cajas de parlantes. A principios de 1970 Juan José y sus amigos del barrio, todos universitarios o estudiantes de bachillerato que se preparaban para ir a la universidad, todos de entre 18 y 22 años, comenzaron a militar en política.
Usaban vaqueros, se dejaban el pelo largo o la barba, escuchaban a los Rolling Stones y sentían un gran rechazo hacia los políticos en general, en especial hacia los de los partidos tradicionales. Juan José todavía puede oír a su padre bramar cuando él era un niño:
—¡No me voy a arrodillar ante ningún político para conseguir el teléfono!
Aquellos muchachos de Punta Gorda estaban seguros de que el mundo estaba cambiando. “Recibíamos una influencia enorme de lo que ocurría en otros lugares: los movimientos hippies antibélicos en Estados Unidos, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, la muerte del Che en Bolivia, la Revolución Cubana, todo eso nos impactaba mucho. Éramos antiimperialistas. Que Estados Unidos apoyara a las dictaduras en América Latina solo porque se oponían a la Unión Soviética, que despreciaran así a la democracia, también nos influyó mucho”.
La política uruguaya no les interesaba, más bien la miraban con aborrecimiento. “Los partidos tradicionales eran una cosa lejana, molesta, que solo servía para hacer el mal. Esa era una verdad que a nadie se le ocurría discutir. Un abismo nos separaba de sus dirigentes. ¿Cómo no podían entender lo importante que eran los Rolling Stones? ¿Cómo no podían comprender por qué nos vestíamos de una manera que era tan obvia para nosotros? Ellos se vestían, se movían y hablaban con otros códigos, todo eso nos alejaba muchísimo”.
Pero los partidos de izquierda tampoco los atraían. Muchos de sus legisladores y dirigentes se comportaban de un modo muy similar a los blancos y colorados. También ellos hacían largos discursos, se enfrascaban en interminables polémicas y con frecuencia terminaban defendiendo lo indefendible. Además, Juan José Cabezas y sus amigos sentían un gran rechazo hacia la Unión Soviética y los comunistas. Al final, de la política uruguaya, lo único que les gustaba eran los tupamaros.
“El MLN aparecía como un outsider con un enorme atractivo para nosotros: su discurso estaba asociado a la acción, eso lo veíamos como una gran señal de coherencia y le dábamos un valor enorme. Su simbología era nacionalista y no estaba asociada a la Unión Soviética. Los tupamaros no eran iguales a los políticos de los cuales desconfiábamos. Entonces empezamos a militar: salíamos a hacer pintadas, íbamos a las manifestaciones, no teníamos armas, pero nos considerábamos un grupo tupamaro. Nuestro único defecto era que el MLN no lo sabía”.
Juan José se ríe. Revive todo con enorme precisión, habla en un tono pausado, desprovisto de rencores y de remordimientos.
Finalmente alguien de su barra de amigos logró hacer un contacto con el MLN y un integrante de la organización fue a verlos. Fue un día muy importante para todos ellos. “Estábamos admirados de tener delante nuestro a un tupamaro de verdad. Ahí sí nos integramos al MLN y el grupo se dispersó en distintas actividades dentro de la organización. Éramos siete u ocho. Dos años después, salvo yo, todos estaban presos”.
Como en el fondo de la casa de sus padres funcionaba un taller de electrónica, Juan José fue integrado al Servicio de Radiocomunicaciones, un grupo de logística de la Columna 15.
“Al principio todo iba muy bien. Yo trabajaba con otros dos compañeros y la tarea la desarrollábamos en el taller de mi casa. Trabajábamos dentro de la Columna 15 que era muy dinámica y, además de ser la de Amodio Pérez, era la que captaba en Montevideo a la mayoría de los estudiantes universitarios”.
Todo cambió cuando el MLN inició el Plan Cacao. Luego del atentado al bowling de Carrasco los responsables de la Columna 15 le encomendaron una nueva misión a Juan José Cabezas.
“En el bowling de Carrasco, según yo recuerdo, lo que pasó fue que se tiraron cócteles Molotov. No se pretendía provocar una explosión, sino un incendio. Pero al parecer el piso de madera había sido recién encerado y eso produjo una explosión completamente ajena a las características de un Molotov. Y esa explosión produjo la caída del techo”.
Como el sorpresivo derrumbe mató a dos de los integrantes del MLN que realizaron el atentado, la cúpula tupamara decidió que el Plan Cacao debía seguir adelante pero ahora con bombas que explotaran con un mecanismo de retardo.
“A partir de ahí el MLN decidió manejar las explosiones en forma más controlada”, recuerda Juan José Cabezas, en su despacho de la Facultad de Ingeniería. “Un día llegó el encargado de nuestro grupo. Traía explosivos sacados de una cantera y nos dijo: ‘van a tener que hacer bombas porque no hay nadie que las haga’. Nos dijo que teníamos que hacerlas con un mecanismo de retardo de tiempo para la explosión. Y nosotros nos pusimos a fabricar bombas. El problema era que no sabíamos cómo hacerlas… y aprendimos como pudimos”.
El plan, según relata Cabezas, era explotar las bombas en lugares o empresas consideradas símbolos del imperialismo estadounidense y generar daños materiales. La orden no lo convencía, pero la cumplió.
“Yo no veía muy claramente la utilidad de eso, el plan era de dudoso resultado y su concepto no me parecía muy claro. Incluso en esa época tan loca, muchos no lo comprendían. Pero yo tenía mucha confianza en que la organización pudiera manejarlo, o que lo llevaran adelante porque conocieran elementos que yo no conocía. Yo apenas llevaba tres meses como militante del MLN y la tarea tenía que cumplirla. El MLN era una organización militar, por lo tanto no se discutía cuando vos querías y en la forma en que se te antojara”.
Finalmente Juan José Cabezas y otros dos compañeros, con sus precarios conocimientos, comenzaron a fabricar las bombas. Hicieron ocho o diez que explotaron en distintos lugares, provocando daños materiales y el terror que hoy no se admite. Todo marchaba según lo planeado por la dirección del MLN.
El 19 de noviembre de 1970, la fecha no se le olvidará más, Juan José Cabezas finalizó el ensamblado de un nuevo ingenio explosivo. “Cuando terminábamos cada bomba, le poníamos un mecanismo de tiempo electrónico, que fabricábamos allí en el taller. Nunca sabré lo qué pasó, sospecho que el mecanismo de seguridad no había quedado bien instalado. Yo la estaba colocando en una cajita que no llamara la atención para poder entregarla, y entonces la bomba explotó en mis manos”.
Fragmento del libro Historias Tupamaras, de Leonardo Haberkorn, editorial Fin de Siglo.