Mostrando entradas con la etiqueta Alimentación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alimentación. Mostrar todas las entradas

8.5.10

Pelar hasta los tomates

En Uruguay se usan pesticidas prohibidos en otros países. Se tolera que los vegetales tengan cantidades de residuos de plaguicidas que son ilegales en Europa. Hay agricultores que usan los agrotóxicos a ojo. La información se le oculta al consumidor. La solución: lavar y pelar todo. Hasta los tomates.

Un durazno maduro, jugoso, dulce y aromático. Todos los sentidos invitan a morderlo con entusiasmo y sin cuidado. Pero sobre su suave piel –imposibles de detectar para nuestros sentidos- pueden existir residuos de uno, dos, tres, cinco o más pesticidas diferentes, en concentraciones a veces dañinas para la salud.
Salvo una producción agrícola orgánica marginal, la inmensa mayoría de las frutas y hortalizas que se consumen en Uruguay se cultivan con la ayuda de un extenso arsenal de agentes químicos que matan todo tipo de plagas.
Están los insecticidas, los hormiguicidas, los herbicidas (que matan los yuyos), los fungicidas (eliminan los hongos), los acaricidas (acaban con los ácaros) y los coadyuvantes (que potencian la acción de los anteriores). Todos ellos son usados por nuestros agricultores en forma creciente. Las estadísticas oficiales del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca muestran que las importaciones de pesticidas crecen año a año. En 2003 fueron 7,6 millones de kilos. En 2009 casi el doble: 13,7 millones de kilos. Muchas veces se utilizan, por ejemplo, varios fungicidas en un mismo cultivo. En el laboratorio de Bromatología de la Intendencia –según relató uno de sus técnicos- se han encontrado frutas con restos de hasta nueve productos químicos diferentes. En Europa, con mejores equipos, han llegado a detectar hasta 29 pesticidas distintos en un mismo vegetal, que uno come sin sospecharlo siquiera.
Estos agroquímicos tienen un efecto positivo obvio: eliminan plagas que podrían reducir nuestras cosechas a cero y sumirnos en el hambre. Pero también poseen un lado muy peligroso: son sustancias sintéticas creadas para eliminar la vida en alguna de sus formas y todas, según su concentración y modo de aplicación, pueden ser muy peligrosas para la salud humana. “Está demostrado que los pesticidas quedan sobre los productos y que todos ellos afectan la salud. Todos son sustancias biocidas, así que de un modo u otro afectan al ser humano. Por eso se trata de que las concentraciones que nos llegan sean tan bajas que no nos afecten”, explicó el ingeniero agrónomo y profesor de fitopatología Pedro Mondino.
Con ese objetivo, en todo el mundo, en especial en Europa y Estados Unidos, se han sancionado leyes y normas tendientes a que estos productos sean usados de modo de no poner en peligro la salud de los consumidores.
En el mundo desarrollado, estos reglamentos van perfeccionándose conforme la ciencia conoce más sobre los efectos de los agroquímicos, y cada año se van haciendo más estrictos. La prensa, las ONGs y la opinión pública presionan para que estos reglamentos se respeten y se actualicen. En Estados Unidos, las intoxicaciones involuntarias con pesticidas organofosforados cayeron 70% entre 1994 y 2004.
¿Y en Uruguay?
Acorde con la cultura del secreto que reina en tantos ámbitos en Uruguay, los consumidores saben poco y nada sobre este tema. Nadie les informa. Van al puesto del barrio o al supermercado. Compran. Pagan. Comen. No hacen preguntas y, salvo honrosas excepciones, nadie les da la información necesaria como para empezar a preguntar.

Etiquetas sin información
Cuando un agricultor en Estados Unidos compra un pesticida, éste viene acompañado de una etiqueta que más bien es un librillo. Allí se indica la cantidad del químico que se necesita aplicar según la plaga, el cultivo y la época del año. También el modo de uso y un dato fundamental: el tiempo que hay que esperar entre la última aplicación y la cosecha, para que cuando una persona coma ese vegetal los restos del agroquímico ya hayan desaparecido. Este tiempo también varía según el vegetal.
“Es totalmente diferente el tiempo que demora en degradarse un producto sobre un pelón, que tiene una superficie lisa y sin pelos, que sobre un durazno o una acelga”, explicó el fitopatólogo Mondino. “La degradación del plaguicida depende del vegetal donde se aplique”.
La etiqueta-librillo que acompaña a cada pesticida en Estados Unidos advierte, además, que no respetar las indicaciones allí expuestas supone violar la ley federal.
En Uruguay, en cambio, los pesticidas vienen con etiquetas que ciertamente no son un librillo. La información es mucho más exigua. Los laboratorios solo registran ante el MGAP sus productos para usarlos en los cultivos principales y no para el resto. Entonces, sus etiquetas se limitan a relatar el modo de aplicación y los tiempos de espera para esos cultivos más frecuentes, pero para los demás no se dice nada. No se trata de un problema menor. La ausencia de información completa en las etiquetas lleva a que muchos productores de esos cultivos menores usen los pesticidas a ojo, sin saber exactamente cuánta cantidad aplicar, ni cuántos días deben esperar para la cosecha, con el evidente riesgo para el consumidor.
Mondino relató el caso de un fungicida llamado Iprodione: “Se lo pude utilizar en citrus, manzana, albahaca, cebolla y en infinidad de cultivos. Sería interesante que en la etiqueta de ese producto, donde está la información que recibe el usuario, estuvieran todos esos usos, pero no es así”.
Hace poco un productor lo consultó respecto a qué cantidades de pesticida usar en un cultivo de cebollas. Pero no pudo responderle, porque la información no estaba disponible en la etiqueta y no la pudo conseguir en otro lado. Las cebollas igual se cultivan. A ojo.
“Yo no soy un ecologista ni un agricultor orgánico, soy un docente de la Universidad, fitopatólogo, enseño a mis alumnos el control de las enfermedades de las plantas”, dijo Mondino. “Yo les enseño a usar pesticidas, pero debe ser un uso racional. Y muchas veces quiero enseñar cómo hacer ese uso racional y no encuentro la información mínima indispensable”.
Por eso no sorprende que existan productores que apliquen pesticidas en cultivos que no corresponden, que usen dosis equivocadas o no respeten los tiempos de cosecha.
Tiempo atrás, el supermercado Multiahorro comenzó a hacer analizar muestras de los vegetales que tenía a la venta, para corroborar que no tuvieran altos niveles de pesticidas. Aunque la mayor parte de las muestras no arrojaron problemas, el responsable de la compra de frutas y verduras del supermercado, Alejandro Grondona, relató que en cierta ocasión descubrieron una partida de lechugas que tenía niveles muy altos de un pesticida muy tóxico que en Uruguay solo estaba permitido para los cultivos de papas. “Dejamos de comprarle a ese productor. También nos pasó con alguna acelga”.
Grondona no recuerda el nombre del producto, pero seguramente se trataba de Metamidofos. Tres veces en los últimos años el laboratorio de Bromatología de la Intendencia de Montevideo debió analizar lechugas habían matado aves domésticas. En los tres casos se descubrió una elevada presencia de este pesticida. Imposible saber cuántas personas también comieron de esas lechugas.
Aunque el Metamidofos solo estaba autorizado para la papa, se lo usaba con impunidad en otros cultivos. “En base a que encontramos varios casos de muerte de aves domésticas –relató el técnico de Bromatología Eduardo Egaña- el MGAP sacó una resolución prohibiendo la importación y comercialización de Metamidofos, para todo uso”.
Un problema menos. Pero quedan otros.

Mediciones y porcentajes

Hasta el año 2000 en Uruguay no se hacía ningún control tendiente a determinar la cantidad de residuos de pesticidas presente en las frutas y verduras.
Ese año el Mercado Modelo y la Intendencia de Montevideo, a través de su laboratorio de Bromatología, comenzaron a analizar muestras de vegetales en busca de pesticidas.
No es una tarea sencilla. Por un lado los productos químicos que se aplican son cientos, todos distintos entre sí, lo que hace que se requieran muchos tipos de análisis diferentes. Por otra parte, los volúmenes que se rastrean son minúsculos. “Tenemos que detectar cantidades muy pequeñas, y así y todo pueden ser importantes para la salud humana”, explicó el director del laboratorio de Bromatología, el ingeniero químico Miguel Fernández.
Eduardo Egaña, uno de los encargados de realizar estos análisis, explicó que “buscamos una parte por billón o trillón de una sustancia”. Son nanogramos por kilo. La billonésima parte de un kilo.
Fernández se apresura a aclarar que nadie muere ni enferma por ingerir un nanogramo de pesticida. El problema es que si uno consume esas ínfimas cantidades todos los días con cada manzana, durazno, lechuga o tomate, entonces sí puede enfermar. “Estamos hablando de niveles tan bajos que no son directamente peligrosos en sí; estamos hablando de evitar un daño que se daría por el consumo crónico, por estar toda la vida consumiendo un producto que contiene una sustancia que aún en pequeñas cantidades puede favorecer el desarrollo de una enfermedad”.
Se ha comprobado que varios pesticidas son agentes que favorecen la aparición del cáncer, entre otros males.
El problema es que detectar residuos químicos tan pequeños con eficiencia requiere de una costosa maquinaria. “Para llegar a un nivel técnico que nos permita hacer un control aceptable –dijo el director Fernández- hay que invertir mucho: hay que comprar equipos sofisticados, tecnología muy actualizada. Hemos hecho un esfuerzo por incorporar nuevo personal capacitado y ahora estamos haciendo un esfuerzo por capacitarlos en estas técnicas específicas”.
El primer equipo para realizar esta tarea, un espectógrafo, se compró en 1999 y uno más moderno y de mayor sensibilidad se adquirió en 2009 a un costo de unos 140.000 dólares.
Las primeras muestras, según los resultados que hizo público el Mercado Modelo en 2004, demostraban que el 7% de los vegetales tenían residuos de pesticidas por sobre los límites máximos permitidos.
Hoy ese porcentaje ha caído, dijeron los responsables del laboratorio de Bromatología. Según los actuales análisis, según dijo Eduardo Egaña, las muestras que superan los límites tolerados representan entre el 1,5 y el 2% del total, aunque un 60% tiene algún residuo de plaguicida.
“Cuando arrancamos en el 2000 con los muestreos estábamos en un nivel un poco más alto que Argentina y Brasil. Eso fue mejorando, queremos creer a que en base a que se está monitoreando y capacitando a los productores. Ahora estamos en valores un poco inferiores a los de Brasil. A Europa la dejo de lado, porque aunque el porcentaje de muestras con valores superiores al límite es similar, ellos tienen equipamiento y capacidad analíticos muy superiores, entonces detectan muchos más plaguicidas y a niveles más bajos, y tienen reglamentaciones más exigentes, entonces no los podemos tomar como referencia".
Egaña agregó que “lo más importante de todo esto es que nos ha permitido enseñar a los productores el manejo de los pesticidas y lo que podía ser peligroso. Se han bajado los niveles porque se ha trabajado a conciencia”.

La distancia con Europa

Aunque el porcentaje de muestras por sobre los límites permitidos no parece ser excesivamente alto, la situación está lejos de ser ideal.
Por un lado, como señaló Egaña, Uruguay admite cantidades de residuos de pesticidas que no son toleradas en Europa. Es decir: muestras que en Uruguay están dentro de los límites admitidos, en Europa no son aptas para el consumo humano. Egaña, encargado de realizar los análisis en Bromatología, admite que si Uruguay adoptara los criterios europeos, el porcentaje de frutas y hortalizas con residuos de pesticidas por sobre los límites sería superior al actual 1,5-2%. “Si lleváramos nuestros niveles a los de Europa seguro que ese porcentaje aumentaría. No puedo hacer una estimación de en cuánto”.
Un análisis de 30 muestras de durazno analizadas entre 2004 y 2005 por el Mercado Modelo mostró que el 10% tenían residuos por sobre lo permitido en Uruguay. Pero si se tomaba el límite europeo el 73% superaba lo admitido. En las manzanas analizadas, el 6,6% tenía más residuos que el límite vigente en Uruguay, pero el 13% superaba lo admitido por la Unión Europea.
El fitopatólogo Pedro Mondino afirmó que “Uruguay para fijar el límite máximo de residuos usa el Códex alimetario, un código elaborado por la FAO y la OMS. Pero Europa exige una presencia de residuos muy por debajo de la del Códex. Y uno supone que esa decisión europea está basada en estudios científicos”.
Hay dos tipos de manzanas y peras producidas en Uruguay. Las que se consumen en el mercado interno, en las cuales se toleran más residuos de pesticidas, y las cultivadas para exportar a Europa, con menos restos de agroquímicos. Grisel Moizo, ingeniera agrónona de una empresa exportadora de peras y manzanas, relató que ellos bajan de internet y envían a sus productores las normas europeas respecto a qué pesticidas pueden usar, en qué dosis y con qué tiempo de espera para cosechar.
Moizo cree que, en cierta manera, las mayores exigencias europeas pueden ser una barrera no arancelaria al ingreso de productos de otros continentes. Sin embargo, no todos piensan así y ella misma admite que es un tema complejo.
Eduardo Egaña, del laboratorio de Bromatología de la IMM, señaló que “cuando Europa baja sus niveles de residuos de plaguicidas, siempre alguien dice que se trata de una barrera no arancelaria, que nos exigen cosas imposibles de cumplir, que intentan frenar nuestras exportaciones. Creo que puede haber algo de eso, pero pienso también que es muy importante que Europa cuide la salud de su gente y que nosotros, tratando de llegar a sus niveles, cuidemos también la salud de la población nacional. Los plaguicidas no son benéficos para la salud. Tampoco son un ogro, pero cuánto menos haya, yo voy a estar más tranquilo”.
La propia Moizo señaló –y la experiencia diaria así lo avala- que es perfectamente posible cultivar peras y manzanas con menos pesticidas y de acuerdo con los parámetros que exige la Unión Europea.

Rastreo imposible
Las cifras que arrojan los muestreos del laboratorio de Bromatología son cuestionadas también por basarse en una muestra considerada muy reducida según algunos especialistas. Esa dependencia analiza unas 30 muestras semanales de vegetales. Como a veces ocurren problemas técnicos, el promedio anual es de unas 1.000 muestras.
“Yo admiro a la gente de la Intendencia que está haciendo estos análisis. Todos sabemos que Bromatología tiene dos técnicos excelentes. Pero un país no puede basarse en dos profesionales y en un espectógrafo. Tiene que tener muchos más técnicos, tiene que tener muchos más equipos, tiene que tener la capacidad de procesar un gran número de muestras por día”, dijo el fitopatólogo Mondino. “Ellos dicen que hacen un muestreo representativo, pero no es así, es insignificante y no es representativo de nada”.
El director del laboratorio de Bromatología, Miguel Fernández, respondió: “las muestras siempre van a ser pocas, siempre es deseable poder abarcar mayor cantidad de frutas y hortalizas, pero se hace lo más que se puede, dentro de las posibilidades técnicas y de personal que tenemos”. Desde su punto de vista, la tarea que realiza su laboratorio es muy útil: “Cualquier control por pequeño que sea es muy efectivo para frenar los abusos, porque los productores saben que se está controlando y que el muestreo es al azar, entonces todos se tienen que cuidar. La diferencia entre no hacer nada y hacer poco, es abismal en los resultados”.
Egaña, por su parte, coincidió: “Luxemburgo y Bélgica hacen unas 700 muestras anuales. Nosotros, cuando los equipos responden bien y no hay problemas, llegamos a unas 1.000. O sea que estamos en el nivel de algunos países pequeños europeos. Sin compararnos con Alemania, por ejemplo, que tiene decenas de laboratorios dedicados exclusivamente a esto y hace 70.000 muestras anuales”.
Justamente el problema de Uruguay es que el laboratorio de Bromatología de la Intendencia de Montevideo es el único que analiza las frutas y verduras en busca de restos de pesticidas. Y, además, debe realizar esta tarea junto con una enorme lista de obligaciones.
“Si tuviéramos 50 personas solo para los plaguicidas podríamos hacer más muestras, pero aquí se hacen muchos otros análisis. Controlamos todos los tipos de contaminantes y de aditivos”, dijo Egaña.
Su compañera de trabajo, la química Inés Villa, agregó: “Procesamos 8.000 muestras anuales, y a cada una se le hacen entre cuatro y cinco determinaciones. Hacemos unos cien tipos de determinaciones distintas. Menos carne y vino, analizamos todos los demás alimentos”.
El actual sistema de monitoreo tiene, además, la debilidad de no abarcar a todo el país. Las muestras de frutas y hortalizas examinadas en Bromatología son proporcionadas en un 50% por el Mercado Modelo, mientras la otra mitad es tomada de los supermercados y comercios de la capital por funcionarios municipales. Este sistema deja fuera de todo control a los departamentos más alejados de Montevideo, que se abastecen de vegetales sin pasar por el Mercado Modelo.
Otro problema radica en el procedimiento que se sigue una vez que se detecta una fruta o verdura con más pesticidas que lo autorizado. “Lo que hacemos –explicó Inés Villa- es informarle al director de Seguridad Alimentaria. En caso de tener las posibilidades, a los vegetales representados por esa muestra se los saca de circulación, y luego se habla con el productor y con el ingeniero agrónomo a cargo de ese campo para mejorar las prácticas agrícolas”.
El problema radica en que los análisis tardan 48 horas en tener su resultado y muchas veces los vegetales con plaguicidas por sobre el límite legal ya se vendieron y fueron comidos por algunos de nosotros. “A veces no llegamos a tiempo”, admitió Villa.
Además, Villa y Egaña explicaron que en materia de frutas y verduras Uruguay no ha desarrollado un sistema de trazabilidad como el que tiene para la carne. En ocasiones los técnicos de Bromatología detectan una muestra irregular, pero luego en el Mercado Modelo no saben identificar cuál fue el productor que cultivó esos vegetales. Cuando eso ocurre, es imposible retirar del mercado el resto de la partida, y tampoco se puede realizar la tarea educativa que se proponen los técnicos. “Es un viejo anhelo del Mercado Modelo y de nosotros mejorar en este punto”, dijo Egaña.

Prohibidos fuera de Uruguay
Y la lista de problemas sigue. Uno de los más graves -que Mondino, Egaña y Villa coinciden en denunciar- es que las leyes uruguayas permiten utilizar pesticidas ya prohibidos en distintos lugares del mundo por su comprobada peligrosidad.
La Red de Acción de Plaguicidas y sus alternativas para América Latina (Rapal) denunció que en 2008 se aplicaron en el país unas 6.000 toneladas anuales de agrotóxicos cancerígenos: “En Uruguay está permitido el uso de los herbicidas Glifosato y Atrazina, y de los funguicidas Mancozeb, Kresoxim y Epoxiconazol. Todos estos agrotóxicos son comprobadamente cancerígenos”.
Además, señala Rapal, en Uruguay se permiten varios otros pesticidas sospechosos de provocar cáncer, ya prohibidos en otras partes del mundo por existir pruebas primarias en ese sentido. Entre estos se encuentran los funguicidas Tebuconazol y Carbendazim, el herbicida 2,4 D y el insecticida Cipermetrina.
El fitopatólgo Mondino tiene una copia del decreto por el cual el gobierno de Italia prohibió en 2005 el uso de Carbendazim y obligó a retirar todas las existencias del mercado: “Yo me pregunto: ¿por qué en Uruguay se sigue comercializando este producto? ¿Por qué el MSP no pide a Italia los fundamentos de su decisión?”
Los técnicos del laboratorio de Bromatología de la Intendencia comparten estas críticas. “Estamos de acuerdo en que no debería ser así”, dijo la química Inés Villa. “El organismo humano sabe metabolizar determinadas cosas: grasas, proteínas, azúcares, pero cuando se encuentra son sustancias exógenas extrañas no sabe qué hacer con ellas. Y ahí vienen los problemas. Si un niño de tres años comienza a comer manzanas permanentemente, ¿a los 40 años cómo va a estar? Ese es el tema. No en vano somos unos de los países con más alta incidencia de cáncer. Por algo es. Hay muchos factores. Los residuos de pesticidas pueden ser uno de ellos. En lo que podamos incidir, es bueno hacerlo”.
Eduardo Egaña planteó el caso del insecticida Endosulfán, llamado “el asesino silencioso” por los graves riesgos que conlleva para la salud y el medio ambiente: es una sustancia muy tóxica, capaz de envenenar a quienes trabajan con ella, que permanece en el ambiente durante años y se acumula en la cadena alimenticia. Se sabe que afecta el desarrollo sexual y la capacidad de reproducción en los hombres, y que puede provocar hipotiroidismo, entre otros males. Este insecticida está prohibido en 55 países del mundo, incluyendo los de la Unión Europea y Nueva Zelanda. “Mucha gente ha pedido que lo elimine porque es muy persistente en el medio ambiente, pero en Uruguay se lo sigue usando. Ingresa al país para ser usado en las grandes plantaciones de soja, pero una vez que ya está aquí, se lo usa para otras cosas”, dijo Egaña. “Se lo usa para todo, hasta en los morrones”, agregó Villa.
Luego está el caso del fungicida Mancozeb, usado en abundancia en Uruguay. En Estados Unidos se exige que pasen 77 días entre la última vez que se lo aplica y la cosecha de manzanas, por ejemplo. Ese largo período es necesario porque cuando el Mancozeb comienza a degradarse se forma una sustancia aún más tóxica y peligrosa: la ETU o etilentiourea, un poderoso cancerígeno. Pero desoyendo esta evidencia científica, en Uruguay se exigen apenas 12 días de espera entre la última aplicación y la cosecha.
“Cuando acá comemos la manzana o el tomate tratados con Mancozeb tenemos más concentración de lo más riesgoso para la salud”, afirmó Egaña. “Hay que dejar pasar más días”.
Lo curioso es que la misma autoridad que fija el exiguo plazo de 12 días de tiempo de espera para las manzanas con Mancozeb, o sea el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, recomienda a aquellos productores de manzanas que se dedican a la exportación que tengan un plazo de espera de más de 50 días.
Es el apartheid de las manzanas.
Y el Mancozeb se usa también en tomates, lechugas, duraznos y en muchos otros cultivos.
Para peor no existe en Uruguay la figura de “producto restringido”. En otros países algunos agroquímicos peligrosos integran una lista de uso limitado y solo pueden aplicarlos personas capacitadas y acreditadas. Aquí cualquiera puede aplicar cualquier cosa. Y las etiquetas, volvemos al principio, muchas veces no indican las dosis y los tiempos de espera de muchos cultivos.
La legislación uruguaya tampoco contempla qué ocurre cuando se usan muchos plaguicidas, aunque cada uno de ellos por debajo del máximo autorizado. “Eso también sería importante en algún momento considerarlo, en Europa se lo está estudiando”, dijo Villa. “Es decir, ¿qué hacer cuando un vegetal tiene más de un plaguicida, aunque cada uno por debajo del límite? ¿Cuál es el efecto combinado?”. En el laboratorio de Bromatología han encontrado frutas con restos de hasta nueve pesticidas distintos.
No por casualidad, todos los especialistas consultados para este artículo –Fernández, Egaña, Villa y Mondino- toman serios cuidados con todos los vegetales que ellos mismos comen. Villa lava con un cepillo las manzanas. No las pela para aprovechar las vitaminas de la cáscara, pero las lava al máximo. Fernández, Egaña y Mondino no se arriesgan: las lavan y siempre las pelan. En cuanto a los tomates, hay unanimidad. Los cuatro especialistas lavan y luego pelan religiosamente cada tomate antes de comerlo, algo que la inmensa mayoría de la población no hace porque desconoce todo respecto a este tema. Las lechugas y acelgas no las lavan solo sumergiéndolas en un recipiente con agua, sino también haciéndoles correr mucha agua bajo la canilla, para arrastrar así los residuos de pesticidas. “Y si se las pude fregar, mejor”, dijo Mondino.
Un documento oficial del Mercado Modelo, disponible en su propia página web, recomienda pelar todo, incluso los morrones.
“Hay que pelar todo”, dijo Egaña. “Los residuos de pesticidas caen un 90 por ciento cuando se pela”.

Fragmento de un informe de Leonardo Haberkorn, publicado en la última edición de la revista Placer.
el.informante.blog@gmail.com

23.4.10

La conjura del pollo


El asunto mete miedo. Ya lo ha dicho el presidente Evo Morales: comer pollo te vuelve gay. Solo de pensarlo, y recordar cuánto pollo me he comido, se me pone la piel de gallina. ¿Y el huevo, Evo? Si el pollo sale del huevo y el pollo te hace gay, quizás el huevo también pueda tornarte invertido. En el mejor de los casos, seguro que afeminado. Habría que tomar una medida precautoria contra las tortillas, mientras el presidente boliviano no aclare este punto. Y ojalá eso ocurra pronto y de un plumazo, para que todos podamos volver a comer sano y sin temor a las grasas trans (transexuales).
Lo peor de todo es ver lo que ocurre alrededor mientras Evo libra su solitaria batalla contra el pollo homosexualizante. Basta ver: el presidente de Uruguay viajó especialmente a Brasil para entrevistarse con Lula. ¿Qué tema trataron? ¡El pollo!
Los dos presidentes acordaron que Brasil enviará a Uruguay 120 toneladas de pollo al mes. ¿Qué se propone Mujica? Curioso, porque al mismo tiempo, el Pepe y su colega Hugo Chávez acordaron que Venezuela nos enviará petróleo y nosotros le pagaremos con… pollo.
Este trasiego de hormonas oculta algo, y gracias a Evo recién podemos comenzar a entrever qué tan espeso es este caldo.
Tomenos en cuenta que en Irán –país amigo de Evo, Lula, Pepe y Chávez- el ayatola Kazem Sedighi sostuvo hace unos días que el auge del homosexualismo (“la sodomía”) ha causado la ola de terribles terremotos que azota la Tierra.
O sea, el huevo trae el pollo, el pollo trae el homosexualismo, y el homosexualismo trae los terremotos. Esas pechugas al spiedo que usted come, señor, terminan por matar a millones. Y peor todavía, porque este descalabro incluso provoca que los santos varones de la Iglesia católica se vean obligados a vejar niños. Ya lo dijo el obispo de San Cristóbal de las Casas: “ante tanta invasión de erotismo no es fácil mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”.
O sea, si no se comiera tanto pollo, no habría ni gays, ni terremotos, ni curas pedófilos. Haití sería como Miami. Y el Vaticano ya no tendría que preocuparse por aquellos que proponen –no sin argumentos- la castración química de todos los sacerdotes.
El mundo entero clama por la extinción del pollo (lo correcto políticamente es decir los pollos y las pollas). No más gallináceos. Muerto el pollo se acabó la rabia.
Y entonces, ¿a qué viene todo este interés de Mujica y Lula por desparramar toneladas de pollo por todo el continente, embutirnos miles de pechugas a los uruguayos, y canjear el sacrosanto petróleo venezolano por gallináceos trans? ¡Pollo homosexualizante a Venezuela, donde el gran Hugo Chávez se prepara para llevar la Revolución Bolivariana por el mundo!
"Lo que está en juego es la perdurabilidad de la vida humana arriba de la Tierra”, dijo Mujica esta semana. “El grito es salvar al mundo para salvarnos a nosotros mismos”, agregó.
Está visto que Mujica piensa que el Uruguay y el planeta se salvan comiendo pollo.
Como el gran Ignatius J. Reilly, el inolvidable protagonista de La Conjura de los Necios, quizás nuestro presidente piense que solo un gran ejército de sodomitas podrá traer la paz al mundo.
Si andan comerciando tanto pollo, es claro que Lula y Chávez también piensan lo mismo.
Ya lo van a convencer a Evo.


-
Artículo de Leonardo Haberkorn
Derechos exclusivos blog El Informante.
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, tradicional o digital incluyendo cadenas de mails, sin autorización del autor.
el.informante.blog@gmail.com

4.11.09

Boldo: la hierba buena que hace mal

Que un científico de primera línea denuncie que una bebida muy común es tóxica sería motivo de alarma en cualquier país del mundo. Sin embargo, en Uruguay eso ocurrió y no pasó nada.
En junio de 2007 la doctora Irene Litvan dijo en el programa Viva la tarde de radio Sarandí que el té de boldo mataba las células del cerebro y podía desencadenar un tipo raro y grave del mal de Parkinson llamado PSP. “El té de boldo no se debería tomar. Parece algo común pero es realmente muy tóxico. Hay muchos estudios hechos en Francia, en Alemania, que demuestran la toxicidad de algunas sustancias que posee”, dijo la doctora.
En noviembre de 2007, Litvan volvió a repetir sus advertencias en la misma radio y alertó sobre el consumo de boldo como digestivo. “No tiene casi sentido que uno pueda mejorar la salud con una sustancia que mata las células”, afirmó la doctora. No tiene ninguna lógica, agregó, “querer tener un buen hígado y un mal cerebro”.
Semejantes acusaciones deberían haber provocado algún tipo de reacción de las autoridades y una respuesta de los fabricantes y agentes comerciales del boldo. Pero nada de eso ocurrió.
Litvan no es una doctora más. Nacida en Montevideo y radicada en Estados Unidos, es una autoridad neurológica mundial. Es directora del Programa de Movimientos Anormales de la Universidad de Louisville. Su trabajo consiste en investigar cómo frenar los efectos de enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer. El Instituto de Salud de Estados Unidos le otorgó 3,4 millones de dólares para financiar sus investigaciones, según informó el diario El País de Montevideo.
Litvan procura también determinar qué tipo de sustancias pueden hacer que una persona con cierta predisposición genética termine por padecer el Parkinson o una variante más compleja y grave, la Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP), una enfermedad en la cual los pacientes no responden a los medicamentos. Esas sustancias que pueden desencadenar estas graves enfermedades pueden ser alimentos. Y es allí donde aparece el boldo.

De la guanábana al boldo

El boldo es un árbol de hojas perennes que puede medir hasta seis metros y crece principalmente en Chile, aunque también en Argentina y Perú. También se lo cultiva en países europeos y africanos de la cuenca del Mediterráneo, donde se aclimató. El boldo mueve mucho dinero: sólo Chile exporta más de mil toneladas de hojas al año. Las exportaciones chilenas crecieron 127% entre 2002 y 2007. Su principal cliente es Argentina, seguido de Brasil, Paraguay y España.
Las cualidades medicinales de este árbol –un arbusto en realidad- son conocidas desde hace siglos, en especial como estimulante hepático, pero también como diurético, digestivo, sedante y antioxidante.
Pero en 1999 ocurrió algo. La neuróloga francesa Dominique Caparros-Lefebvre comenzó a investigar por qué en la isla de Guadalupe, en el Caribe, había un número excepcionalmente alto de casos de PSP y manifestaciones atípicas del mal de Parkinson.
De la investigación surgió que un alto porcentaje de esos enfermos de PSP y Parkinson atípico comían con frecuencia los frutos de unos árboles llamados Anona muricata y Anona purpurea, y bebían un té hecho con sus hojas. Las frutas de estos árboles son conocidas como pawpaw o soursop en Guadalupe, pero existen en otros lugares de América. El soursop en castellano es conocido como guanábana y se lo llama graviola en portugués. En el nordeste de Brasil, muchos lo habrán probado de vacaciones, en exquisitos jugos y helados de color blanco.
El siguiente paso fue estudiar la composición química de la guanábana. Se descubrió entonces que esta planta posee unos alcaloides muy tóxicos, como la reticulina y la isoboldina. Sucesivos estudios de laboratorio revelaron que, por ejemplo, la reticulina mata cierto tipo de células cerebrales. En laboratorios, estos alcaloides desataron el Parkinson en animales. “Uno o dos pawpaw al mes durante dos años hacen que una rata tenga parkinsonismo”, dijo Litvan.
La doctora Caparros-Lefebvre y sus colaboradores estudiaron luego qué otros plantas consumidas por el ser humano poseen los mismos alcaloides tóxicos. El boldo fue señalado como una de ellas. Otras fueron la fumaria, la hidrastis y la celidonia.
La doctora Litvan, entrevistada por correo electrónico para este reportaje, relató que fue la propia Caparros-Lefebvre quien le advirtió que el té de boldo que se consume en países como Argentina representaba el mismo peligro que el té de guanábana y otras plantas similares consumidas en Guadalupe.
Litvan hizo pública esta información en un artículo publicado en 2003 en la revista científica Movements Disorders con el título de “Update of epidemiological aspects of Progressive Supranuclear Palsy”, cuatro años antes de la entrevista en radio Sarandí.

Investigación trunca

Los estudios de Caparros-Lefebvre son hoy una referencia en el mundo entero. Una búsqueda en Google del nombre de la doctora francesa arroja 16.300 resultados.
Pero, curiosamente, la relación entre el boldo y el Parkinson pudo ser descubierta en Uruguay años antes que Caparros-Lefebvre realizara su celebrado trabajo.
Entre 1995 y 1997 en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable se desarrolló una investigación conjunta entre esa dependencia estatal y dos laboratorios privados, que financiaban el experimento. El objetivo era estudiar si el boldo podía servir para combatir el mal de Parkinson.
“Pensamos que el boldo, como es un muy buen antioxidante, podía ser útil contra el Parkinson”, dijo Federico Dajas, médico e investigador jefe del Departamento de Neuroquímica del Clemente Estable.
Bajo esa hipótesis de trabajo, el boldo comenzó a ser administrado a un grupo de ratas con Parkinson. Pero los resultados no fueron los previstos. “Las ratas no mejoraban. Algunas se mantenían igual y otras empeoraban”, relató Dajas.
Como el efecto del boldo era contrario al planteado en la hipótesis del experimento, sus responsables decidieron suspenderlo antes de que llegara a su fin. Por eso nunca se publicaron sus resultados, ni tampoco se divulgó lo ocurrido.
Hoy Dajas sostiene que de lo experimentado no se pueden extraer conclusiones válidas para los humanos. Por un lado la experiencia no se terminó. Por otro lado, “de lo que ocurre con las ratas es muy arriesgado inferir una conclusión clínica porque las ratas reciben dosis muy altas”. También destacó que no todas las especies animales reaccionan igual ante los alimentos.
Sin embargo, a la luz de los descubrimientos realizados apenas un par de años después por Caparros-Lefebvre, parece evidente que, en términos de simple y puro conocimiento, hubiera sido bueno seguir adelante con aquel experimento que estaba revelando información tan grave sobre un producto que miles de uruguayos consumen día a día.
“Tan importante como saber si el boldo hace bien es saber si hace mal”, dijo la doctora Litvan por correo electrónico.

Natural y también tóxico

Los neurólogos uruguayos saben que Litvan es una científica de prestigio mundial, pero por ahora en lo que respecta al boldo prefieren mirar para otro lado. La doctora Ofrenda de Medina, integrante del grupo de trabajo sobre Parkinson de la Sociedad de Neurología, dijo que las investigaciones de Caparros-Lefebvre y las denuncias de Litvan son datos sobre los que hay que “esperar una confirmación”.
De todos modos, la neuróloga alertó sobre el consumo imprudente de hierbas supuestamente medicinales.
“Lo principal es que la gente sepa que las hierbas pueden no ser inofensivas. Hay que asesorarse, porque algunas son muy tóxicas”.
La doctora Salomé Fernández, integrante del CIAT y experta en toxicología, dijo que “aunque son pocas las especies vegetales cuya toxicidad intrínseca es elevada, la administración reiterada de dosis elevadas de una planta aparentemente inocua puede ser nociva”.
Que el boldo tiene componentes tóxicos es algo que se conoce desde mucho antes que las investigaciones de Caparros-Lefebvre. El boldo, por ejemplo, tiene ascaridol, una conocida sustancia tóxica, peligrosa si se la ingiere en demasía o por período prolongados.
Por eso, en varios portales de Internet dedicados al uso de hierbas o a la información sobre medicamentos se advierte que el boldo no puede beberse en forma permanente.
“No se recomienda el uso del boldo durante períodos de más de cuatro semanas ni tampoco el uso del aceite esencial de boldo debido a la presencia de sustancias como ascaridol y 4-terpineol, que son tóxicas e irritantes”, dice Portalfarma.com.
También se agrega que “el boldo no debe usarse durante el embarazo debido a la presencia de ascaridol, que es una sustancia tóxica que puede producir efectos adversos en el feto”.
En la página web del doctor Alberto Cormillot se sostiene que el boldo no debe ser consumido por “pacientes con obstrucciones en el tracto biliar o con enfermedad hepática severa”. También que “dosis muy altas pueden causar parálisis”. Esas advertencias están basadas en la monografía Intoxicaciones por té y yuyos de Carolina Rojido, Yanina Pross y Andrés Zapata, de la Cátedra de Pediatría II de la Universidad Nacional de Rosario.
Sin embargo, este tipo de precauciones no son conocidas en general por el público, que consume boldo para mejorar su digestión.
Para la doctora Litvan es grave que el boldo se venda en forma libre, sin ningún tipo de advertencia y sin que se divulgue los peligros que entraña.
Cuando fue entrevistada por radio Sarandí, una oyente llamó y contó que había tomado boldo durante siete años consecutivos. En forma paralela comenzó a perder la vista por un motivo que los médicos estimaban inexplicable. La perdida de visión, originada en un problema neurológico, sólo se detuvo, según contó, cuando dejó de beber las infusiones de la hierba.
A través del correo electrónico se le preguntó a Litvan si consideraba que existía una dosis segura para consumir el boldo. Respondió: “¿Para qué tomar algo que puede ser tóxico? Es como jugar con fuego”.

Fragmento de un artículo de Leonardo Haberkorn publicado en la revista uruguaya Placer, edición de agosto-setiembre de 2008.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
Derechos exclusivos blog El Informante



Nota. El 3 de marzo de 2011 recibí el siguiente mensaje por correo electrónico de la doctora Irene Litvan, que reproduzco manteniendo la redacción y ortografía originales:


"Estoy recibiendo emails de mucha gente en relacion a su articulo que se esta difundiendo por la internet.  Le quiero volver a aclarar que yo no hago investigaciones sobre el boldo, mi investigacion es sobre una fruta que se llama pawpaw, que es un nuevo cultivo en USA, y que es de la misma familia que otra que crece en el tropico (isla de Guadalupe) que tiene multiples nombres (en el centro y norte de Sudamerica se llama guanabana) y se ha asociado en dos estudios epidemiologicos con una enfermedad neurodegenerativa parkinsoniana que yo tambien estudio (PSP). En los paises de centro (por ejemplo Mejico) y norte de Sudamerica (por ejemplo Colombia) se come esta fruta, se ingieren jugos, helados y te de guanabana.
Cuando hable en radio Sarandi, la investigadora que estaba trabajando en la isla de Guadalupe, Dra Caparros-Lefebvre, me habia dicho y ella habia publicado un capitulo en el que decia que que en sudamerica le llamaban boldo a la misma planta, pero luego he visto que el boldo viene de plantas diferentes. No conozco experimentos con boldo y toxicidad y no se ha asociado que yo sepa a ninguna enfermedad neurologica.  Por otro lado, un reporte de la European Food Safety authority del 2009 (pagina 73) pone al boldo como potencialmente toxico pues contiene uno compuesto, tetrahidroisoquinolona que esta en la fruta tropical de Guadalupe y en otros estudios se demostro que es tambien toxica para las neuronas y en modelos animales tambien produce parkinsonismo. Si bien el te de boldo podria ser  potencialmente toxico para las neuronas, lo que no se sabe es cuanta cantidad de compuestos potencialmente toxicos hay en un te de boldo y cuantos años uno tendria que tomarlo para que sea toxico.  Debe de llevar años para que un te que normalmente tiene pocas cantidades de una fruta sea toxico, pero por prudencia no tomaria boldo y esto es lo que afirme cuando hable en la radio Sarandi y sigo pensando a pesar que no haya de momento datos al respecto".

Publicado el mensaje que me solicita Litvan solo me resta recordar que, obviamente, todas las citas adjudicadas a la doctora en la nota original están respaldadas en grabaciones o en correos electrónicos escritos por ella misma.

Leonardo Haberkorn

8.6.09

Whisky Ancap: una metáfora del desarrollo latinoamericano

Hace cien años que el estado uruguayo se propuso inventar un carburante nacional en base a alcohol. Nunca lo logró y en su lugar terminó fabricando whisky.

"Una manga de ladrones del primero hasta el último". En aquella entrevista que se hizo famosa en 2002 por aquel exabrupto luego enjuagado en lágrimas, el entonces presidente de Uruguay Jorge Batlle también dijo otra cosa: no podía ser que el Estado uruguayo perdiera millones de dólares por fabricar whisky.
Ese año el déficit fue de 2,7 millones de dólares.
La historia de cómo el Estado oriental llegó a tener su propio whisky es toda una metáfora del desarrollo al estilo latinoamericano. En ella se destilan tres ingredientes principales: los vaporosos anhelos de un presidente que soñó con que Uruguay tuviera un combustible propio, el brazo todopoderoso de las multinacionales del petróleo y el gusto por el whisky que distingue a los uruguayos.

Movido a alcohol

Todo comenzó casi cien años atrás, cuando el presidente era el tío abuelo del explosivo Jorge Batlle.
José Batlle y Ordóñez, el más influyente de los gobernantes uruguayos, creía que el alcohol sería el combustible del futuro. Pensaba que sustituiría al petróleo. Soñaba con un "carburante nacional" que le diera independencia económica al Uruguay.
En 1912 creó el Instituto de Química industrial, una dependencia estatal a la que le encomendó desarrollar un combustible en base a alcohol. La misión era clave para un país que hasta hoy nunca encontró una gota de petróleo propio.
Entrevistada en su escritorio de la Facultad de Humanidades de Montevideo, la historiadora María Laura Martínez relató que en 1917 se comenzaron a hacer pruebas de diversos combustibles que mezclaban alcohol y nafta, y ya en 1923 se consiguió fabricar uno que funcionaba. Ese año se hicieron diversos ensayos exitosos: el auto del propio presidente Batlle y Ordóñez, un Renault, y los de otros importantes políticos (un Buick, un Ford y un Studebaker) fueron movidos con un carburante local que mezclaba alcohol y nafta en mitades.
Sin embargo, cuando el éxito estaba al alcance de la mano, las experiencias se suspendieron. La historiadora Martínez dice: "El proceso se diluyó a pesar de que los resultados parecían haber sido satisfactorios".

Una idea brillante

En 1931, Batlle y Ordóñez (que había fallecido en 1929) tuvo más suerte con otro de sus sueños. Ese año se creó Ancap, una empresa estatal a la que se le confiaron tres monopolios: la refinación de petróleo, la destilación de alcohol y la elaboración de portland.
Que el Estado tuviera el monopolio alcoholero era un viejo sueño de Batlle y Ordóñez, quien creía con enorme entusiasmo en las virtudes de las empresas públicas. Pretendía que las ganancias del negocio no escaparan al exterior, y también mejorar el precio que se le pagaba a los agricultores por los cultivos empleados para hacer alcohol.
Cuando se creó Ancap, se le volvió a encomendar que desarrollara un combustible uruguayo que, basándose en el alcohol, fuera capaz de sustituir al petróleo.
Como esas investigaciones se suponían caras y deficitarias, se tuvo una idea explosiva: que Ancap fabricara bebidas alcohólicas cuya venta dejara ganancias que permitieran financiar el desarrollo del carburante nacional.
El tema se discutió en el Parlamento. El entonces diputado y futuro presidente Luis Batlle Berres (sobrino de Batlle y Ordóñez, padre de un niño llamado Jorge Batlle) dijo en la Cámara que había que apostar al alcohol, "un combustible líquido cuya producción depende únicamente de la capacidad agrícola del país".
Pero el diputado socialista Emilio Frugoni exhibió su temor de que el alcoholismo -ese "terrible flagelo social"- se propagara como consecuencia de que el Estado fabricara y promocionara sus propias bebidas alcohólicas.
A Frugoni le respondió el diputado Arturo González Vidart: con el Estado controlando la industria alcoholera, se podría llevar al público a una "evolución de las costumbres" en el beber. El Estado haría que los orientales comenzaran a tomar más vino, cerveza y jugos de fruta "en lugar de líquidos destilados de alta graduación alcohólica".

Carburante no, whisky

Una parte del plan se cumplió a la perfección. En 1932 Ancap ya estaba fabricando sus propias bebidas alcohólicas. Se empezó por la grapa. En 1934 se sumó la caña. Las bebidas eran de buena calidad, una novedad en el mercado uruguayo. En 1936 ya se fabricaba toda la caña y la grapa que se consumían en el país y hasta se exportó a la Argentina.
Pero la segunda parte del plan se olvidó por completo. La historiadora Martínez, que ha estudiado el asunto, explicó que Ancap nunca intentó desarrollar un combustible basado en el alcohol. En 1939, el gobierno intervino la empresa y el interventor, el coronel José Trabal, fue categórico en su dictamen: "Ni siquiera se ha estudiado jamás, con alguna base seria, el problema vital del Carburante Nacional". Trabal, según recoge Martínez en sus investigaciones, acusó a Ancap de haber "defraudado el interés nacional".
Pero la intervención de Trabal concluyó y nada cambió. Ancap siguió importando petróleo y refinándolo, repartiéndose el mercado con las grandes empresas petroleras, con las cuales había firmado acuerdos secretos. "Uno tiene que ser cuidadoso con las conclusiones que saca, pero yo creo que aquí hubo un problema de intereses", dice la historiadora.
En 1942, el gobierno volvió a reclamarle a Ancap que hiciera un carburante nacional en base a alcohol porque el petróleo escaseaba como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero el entonces gerente general de la compañía, Carlos Vegh Garzón, consideró que no valía la pena. Sus excusas se revelan hoy como falsas para el análisis histórico. Dijo que faltaba materia prima, pero bien se podía plantar más cereales o comprarle maíz a la Argentina, que tenía grandes excedentes que vendía a bajo precio.
"A uno le queda la sensación de que siempre hubo un entramado de intereses que no dejaron que el carburante nacional funcionara", insiste la historiadora Martínez.
En aquellos años un uruguayo llamado Alejandro Muzzolón había inventado un carburador especialmente diseñado para funcionar con una mezcla de alcohol y nafta. Este ingenio fue probado con éxito, pero nunca pudo ser fabricado en serie debido a la oposición de las petroleras y la desidia de las autoridades uruguayas. Muzzolón escribió un libro contando su pesadilla. Allí narra que un jerarca de Ancap le confió una vez: "No podemos hablar del alcohol carburante porque es mala palabra".
En cambio, lo que nunca se detuvo fue la fabricación de bebidas alcohólicas. Convertida ya en un fin en sí misma y sin ninguna vinculación con el olvidado carburante nacional, la producción siguió adelante.

Whisky sanitario

La tercera parte del plan tampoco salió del todo bien. Si bien el estándar de calidad que se fijó Ancap ayudó a que la producción local de licores mejorara, el Estado no logró que los uruguayos bajaran su alto consumo de bebidas de alta graduación alcohólica, whisky en particular, un hábito que aún hoy continúa.
Hoy se bebe más whisky en Uruguay que en cualquier otro país del Cono Sur. En América del Sur, los uruguayos solo son superados por Colombia y Venezuela, que hoy compite por el primer puesto en todo el mundo.
En promedio cada uruguayo toma bastante más de un litro de whisky por año. El país tiene tres millones de habitantes y en 2008 se vendieron 4,4 millones de litros de whisky en almacenes, autoservicios, supermercados y bares en localidades de más de 5.000 habitantes, dijo Gustavo Rodríguez, de la consultora Id Retail, que monitorea el mercado de bebidas espirituosas.
Pero Rodríguez explicó que el consumo real es aún mayor, porque estas cifras no toman en cuenta lo que se vende en los free shops de las localidades fronterizas, como el Chuy. Estas tiendas tienen prohibido vender a los uruguayos, pero lo hacen en forma habitual. "Y por cada botella que se vende en un bar o un supermercado, se venden diez en los free shops", dice Rodríguez.
Este altísimo consumo de whisky tiene una explicación lógica según Celso Domínguez, propietario de la licorería Los Domínguez, la más tradicional de Montevideo.
"Las bebidas alcohólicas que se fabricaban en Uruguay siempre fueron de muy mala calidad, insalubres en muchos casos. El vino era malo, artificial. Los padres y los abuelos de los bodegueros que hoy ganan medallas iban presos dos por tres por las chanchadas que se mandaban", relata. "Entonces, ante ese panorama, el público se refugió históricamente en el whisky importado".
Por eso, el consumo de whisky en Uruguay es mucho mayor que en el resto de los países de la región. "En Argentina –continúa Domínguez- siempre hubo buen vino, buena ginebra, buen fernet, por eso el consumo de whisky siempre fue mucho más bajo".
Con ese panorama, no fue raro que Ancap comenzara a fabricar whisky, además de caña, grapa y cognac. La primera partida se vendió en 1946. (Un par de años más tarde también se comenzó a producir ron).
Hubo algunas críticas, pero la empresa siguió adelante. Silvio Moltedo, vicepresidente de la compañía en 1953, dijo entonces: "A veces se toma el término de ‘bebidas destiladas’ como una mala palabra para la institución, pero debemos hablar claro. Si la Ancap no fabrica bebidas destiladas, las bebidas destiladas vienen del extranjero y se venden dentro del país, y si no vienen del extranjero por la aduana, vienen de contrabando, sin tener más finalidad que la del lucro. Por el contrario, si las bebidas destiladas las hacemos desde el Estado, tienen como finalidad básica y primordial que (…) sean higiénicas porque nos interesa primero la salud del consumidor y después evitar que haya fuga de divisas".
En aquellos años de vacas gordas, la fabricación de brebajes alcohólicos estatales no era una rareza: era la expresión de un modelo que veía al Estado participando en toda actividad económica. El hoy diputado del Frente Amplio Juan José Bentancor trabajó décadas en la refinería de petróleo de Ancap. "Fabricar whisky hoy puede parecer exótico, pero para nosotros no lo era. Ancap tenía también una estupenda bodega que hacía vinos y hasta una zapatería que nos reparaba el calzado a todos los empleados".

Partidas distintas

La aparición de un whisky barato y condiciones sanitarias garantizadas por el Estado fue un éxito comercial y las ventas crecieron: de 3.000 litros en 1960 se pasó a 332.000 en 1970.
Había dos marcas: el Añejo se hacía con maltas uruguayas, el Mac Pay con escocesas.
No era fácil hacer whisky en una dependencia del Estado. Respetando las normas que rigen a la administración pública, las maltas escocesas usadas para elaborar el Mac Pay se importaban mediante licitaciones a quien ofrecía el mejor precio en cada ocasión.
"Eso hacía que tuviéramos muchos altibajos, no lográbamos la uniformidad del producto, las partidas no eran todas iguales", recuerda Ricardo Petrone, quien trabajó en la fábrica entre 1983 y 2008, primero como gerente de comercialización, luego como gerente general.
Petrone recordó que en los años 80 se firmó un acuerdo con una firma escocesa para que siempre proveyera a Ancap de la misma malta para hacer el Mac Pay. La calidad del producto se uniformizó y mejoró. Las ventas en 1988 llegaron al récord de 2.076.000 litros. "Pero –recuerda Petrone- teníamos unos líos tremendos con el Tribunal de Cuentas, que pretendía que volviéramos a comprar por licitación".
Para ese entonces, el whisky ya había superado a la grapa y a la caña, y se había transformado en la bebida alcohólica más vendida por Ancap. El Mac Pay llegó a ser líder del mercado.
"No es un mal whisky, su calidad es aceptable, e incluso es mejor que los escoceses más baratos", dice Celso Domínguez. "Pero la marca se impuso como líder gracias a una campaña publicitaria muy intensa y muy costosa, que pagamos todos los uruguayos con el precio de nafta de Ancap". En la voz todavía se le nota un poco de bronca.

Caipirinha estatal

El orgullo de ser el número uno no duró mucho. En los años 90 pasaron muchas cosas: el precio del dólar bajó y los whiskys escoceses se hicieron más accesibles; se crearon los free shops en la frontera; otras marcas uruguayas irrumpieron en el mercado; el Mercosur hizo que el whisky argentino Criadores entrara a Uruguay con arancel cero. Cada uno de esos factores jugó en contra y la fábrica estatal de bebidas alcohólicas comenzó a dar pérdidas.
En un intento por recuperar terreno, la compañía apeló al marketing: la grapa Ancap fue rebautizada San Remo y la caña pasó a llamarse "de los Treinta y Tres". Además, Ancap lanzó al mercado nuevos productos, como Bella Flor, con seguridad la única caipirinha estatal del mundo.
Pero los números siguieron siendo rojos. En 2002, cuando Jorge Batlle era presidente y la crisis económica puso al Uruguay al borde de la bancarrota, la fábrica de bebidas alcohólicas fue separada de Ancap y con el nombre de CABA (Compañía Ancap de Bebidas y Alcoholes) pasó a ser administrada por el derecho privado. No fue, sin embargo, una privatización ya que Ancap conservó el 100% de las acciones.
"Lo hicimos para aumentar la eficiencia", dice Pablo Abdala, entonces integrante del directorio de Ancap y hoy diputado del opositor Partido Nacional. "Además relanzamos al Mac Pay con una campaña publicitaria que anduvo bárbaro. Nos ayudó mucho que el dólar había subido mucho y encarecía mucho a los whiskys escoceses. Dejamos de dar pérdidas y hasta tuvimos alguna ganancia".
Pero en los últimos dos años el dólar volvió a bajar y los whiskys importados recuperaron terreno. Hoy, según la consultora Id Retail, Ancap retiene apenas el 8% del mercado whiskero uruguayo. Son unos 350.000 litros anuales, una sexta parte de lo que se llegó a vender en los años 80. Según Domínguez, la mayor parte de los actuales clientes de Mac Pay son bebedores que han visto caer sus ingresos y "tienen que bajar un cambio".
Petrone, el ex gerente general, se siente muy orgulloso de la calidad de cognac Juanicó que fabrica Ancap, una bebida a la que considera de primer nivel en cualquier lugar del mundo. El Mac Pay, en cambio, le parece un producto correcto y "competitivo". Sabe que cuando se creó Ancap la idea era destinar las ganancias que dieran las bebidas para financiar el elusivo carburante nacional. "Pero el propio devenir de las cosas fue modificando ese propósito. Es muy difícil obtener fondos con el margen que dejan unas bebidas que están en el mercado y deben competir con otras marcas".
"¿Este tema le interesa a alguien?, pregunta a través de su celular el presidente de la empresa, Raúl Sendic (hijo del fallecido líder tupamaro de igual nombre). Le asombra que un periodista lo interrogue por la fábrica de bebidas alcohólicas. De todos los negocios que tiene Ancap, explica, CABA es el menor. En una época trabajaron en esa dependencia casi 1.200 personas, hoy quedan apenas 60.
Pero Sendic asegura no hay intenciones de cerrar ni de vender la fábrica. "Hemos logrado estabilizarla. Venía dando pérdidas, pero el año pasado dio un pequeño superávit. Nuestro plan es seguir adelante, sin grandes inversiones".
Para el presidente de Ancap el esfuerzo por introducir un 5% de alcohol en la nafta que se vende en Uruguay es un asunto más interesante que los avatares de la pequeña fábrica de whisky.
Hace mucho tiempo que un tema dejó de estar relacionado con el otro. Para bien o para mal, Ancap ya sabe que puede fabricar whisky. Lo del alcohol carburante, en cambio, hace un siglo que está por verse

Reportaje de Leonardo Haberkorn publicado el domingo 12 de abril de 2009 en la revista C, suplemento dominical del diario Critica de Buenos Aires, y en la edición de mayo del mismo año de la revista uruguaya Bla. Incluido en el libro Historias uruguayas

Historias uruguayas, libro de Leonardo Haberkorn
.

7.11.08

La historia dulce y amarga del agua tónica Paso de los Toros

Todo comenzó una tranquila tarde de pueblo con un desafío. Después,
Rómulo Mangini intentó conseguir la fórmula durante uno o quizá dos años. Al fin lo logró y su invento fue un éxito. Desde entonces, millones de personas han gastado millones en comprar millones de litros del agua tónica de Mangini. Un agua dulce y amarga, como su historia.


por Leonardo Haberkorn

Hubo un tiempo en que la fábrica fue el orgullo y el motor del pueblo: allí trabajaron casi cien personas. Hoy la fábrica no existe, el agua tónica es propiedad de Pepsi Cola (Pepsico Inc., NuevaYork) y en Paso de los Toros lo único que queda es un cartel despintado al borde de la carretera que tiene el logotipo del agua tónica y dice: "Aquí nació Paso de los Toros".
En 1924 Rómulo Mangini, un montevideano de 41 años y con estudios de química, que había llegado a la modesta ciudad para trabajar en el comercio de la familia de su esposa, instaló una pequeña fábrica de soda. Unos meses después la amplió y comenzó a industrializar el jabón Teru Teru, y en 1926 incorporó a su producción refrescos con gustos de frutas.
Pero aunque aún hoy en Paso de los Toros los viejos recuerdan el dulce sabor de la Manzanet, solo uno de aquellos productos sobrevivió y se hizo verdaderamente famoso.
Quien desafió -y ayudó- a Mangini a conseguirlo fue un inglés llegado al pueblo de la mano del ferrocarril. Se llamaba Jorge Jones y se dice que fue quien llevó el primer automóvil y la primer pelota de fútbol a la ciudad, que hoy tiene 15.000 habitantes. Era "un amante de la buena vida y exquisito bebedor", relata Pedro Armúa en su Historia de Paso de los Toros.
Por entonces, la tónica más consumida en Uruguay era la Bull Dog, importada de Inglaterra. Una de las tantas tardes en que Mangini y Jones coincidieron en el club 25 de Agosto, el inglés desafió al uruguayo: ¿por qué no fabricaba un agua tónica tan buena como la inglesa?
Mangini respondió que no sabía la fórmula y Jones le contestó que él conocía los ingredientes, pero no las proporciones. Allí mismo, Jones le dijo a Rómulo cuáles eran los componentes.
Pocos días después Mangini hizo su primer intento y se lo dio a probar al inglés.

***

Así pasaron los meses, probando la fórmula uno, probando su sabor el otro. Para Mangini, un hombre de carácter fuerte, ex campeón de lucha grecorromana, aquello era un desafío.
El montevideano no era de los que se rendía fácil. Había ganado medallas como luchador, un deporte rudo que había moldeado su temple. Coraje no le faltaba: había participado incluso de una corrida de toros, antes de que fueran prohibidas en Uruguay. Conseguir la bebida perfecta era ahora el obstáculo que tenía frente a sus ojos.
Agua tónica Paso de los Toros - Rómulo Mangini - George Jones
Rómulo Mangini, abajo a la izquierda
Un folleto editado por Pepsi en 1992 -escrito por su ex funcionario Carlos Pijuán- relata que Mangini "se sumergió en una febril búsqueda de hierbas silvestres y frutas. Ninguna se salva de ser exprimida, diluida, mezclada. Agita, deja reposar, prepara fuego con leña, calienta el brebaje lo enfría, y con él concurre al club una y otra vez durante dos años".
Julio Monestier, un familiar de Mangini recientemente fallecido, cuenta en un escrito inédito que esos "largos meses de tanteos y experimentos tuvieran al fin su recompensa" el día que Jones sentenció: Esta es verdaderamente el agua tónica inglesa.
De tanto probar y probar fórmulas y licores diversos, Mangini había engordado. Su esposa lo retaba por ello y lo cachaba por ir tan seguido al baño, relató su nieto Marcelo Ceriani, de 33 años.
Don Rómulo se lo tomaba con humor. Años después le contó a uno de los camioneros que transportaban sus bebidas cómo habían sido aquellos días catando potajes imperfectos. "Un día el Viejo me dijo: ´me agarré unas cuantas cagaleras probando"', recuerda Roberto Paladino, que hoy tiene 62 años.

***

Apenas Jones dio el visto bueno, Mangini comenzó a fabricar el agua tónica. Las fuentes no coinciden respecto a la fecha de inicio de la producción, se sabe que fue en los años 20. Su primer nombre fue "Príncipe de Gales". La calidad del paladar de Jones fue ratificada por el público: la nueva bebida fue un éxito en el pueblo. Luego su fama llegó a la vecina Durazno. Los pedidos crecieron de tal modo que pronto Mangini dejó de fabricar jabón y se concentró en las bebidas, sobre todo en la tónica. Con el paso del tiempo y viendo que el prestigio de su agua seguía creciendo, le cambió el nombre para homenajear al pueblo donde la había creado: Paso de los Toros.

***

En la pizzería 18 de Julio, en Paso de los Toros, todavía conservan tres de aquellas primeras botellitas, que cada día eran más requeridas. En 1946 ya se vendían en la capital. "Mi padre le llevaba un camioncito chico por semana a un tal Sanguinetti que empezó a distribuir la tónica en Montevideo ", relató Paladino. Aquello del camioncito semanal "habrá durado seis meses" porque los montevideanos cada vez pedían más y hubo que multiplicar los envíos.
Pero el éxito comenzó a generarle un problema a Mangini: su fábrica no daba abasto y él carecía del capital necesario para ampliarla.
"Un día a Rómulo se le ocurrió ofrecerle a unos baristas grandes de Montevideo hacerse accionistas", continuó Paladino.
Mangini le propuso a Sanguinetti que lo ayudara a conseguir el apoyo de esos comerciantes. Pero -recordó Paladino- el distribuidor montevideano le respondió: "Con esas agüitas sucias no vas a hacer mucho".

***

Consiguió los capitales en 1947. Dos acaudalados hombres de Durazno -Frank Marshall y Adolfo Caorsi- se asociaron con don Rómulo para fundar la Sociedad Anónima Agua Tónica Paso de los Toros. Además, se pusieron en venta acciones en el pueblo, a diez pesos cada una. "De inmediato se instaló en el viejo local una moderna máquina que aumentó en forma extraordinaria la producción", explica Armúa en su libro.
"En 1947 ya usábamos cuatro camiones para llevar el agua tónica a Montevideo y cada uno hacía tres viajes por semana. En verano -recuerda Paladino- no dábamos abasto. Yo llegué a hacer un viaje por día. Cada vez llevábamos más".
Mautone es uno de los pocos ex empleados de Mangini que sobrevive. Tiene 81 años, diez hijos, más de 60 nietos, ocho bisnietos y un hogar muy modesto ubicado donde la avenida 18 de Julio, la principal de Paso de los Toros, comienza a transformarse en campo. Cuando habla del agua tónica, los ojos le brillan. "Si usted estaba engripado o se sentía mal, se tomaba una y un Mejoral y ¡usted volaba!".

***

Mangini solo confió su fórmula a su empleado de mayor confianza: Vignoly.
"Había un altillo donde se preparaba la esencia, pero solo subían él y Vignoly. Mi papá sabía hacer la Manzanet, que era tan rica, pero el agua tónica nunca supo", relató Raquel Torres que cuando niña se paseaba entre las máquinas de la fábrica porque su padre era uno de los empleados más antiguos.
Mautone recuerda que "cuando Vignoly terminaba de preparar un jarabe; le hacía una seña y el Viejo subía al altillo y probaba. El Viejo siempre tenía que dar el visto bueno".
Sin embargo, había un ingrediente que todos conocían: rayadura de cáscara de naranja. "Contrataban mujeres para rayar naranja. Las rayaban a mano, con rayadores parecidos a los de cocina. Usaban solo la cáscara y regalaban las naranjas peladas: todo el pueblo comía naranjas gratis", explicó Torres.

***

Torres no tiene muy buen recuerdo de Mangini. "Tenía mal carácter. Cuando le pedían dinero decía: "Los pobres tienen que comer polenta y porotos"'.
Para Mautone, Rómulo era un jefe duro pero noble: "Como todo el personal, pasé muchos malos ratos ahí, porque trabajé como 20 o 21 años y el Viejo, como todo patrón, tenía sus cosas. Pero cuando lo precisé, siempre estuvo puesto".
"¿Sabe cuál era el sistema que tenía para retarnos?", pregunta sentado en una de las dos únicas sillas de su pieza. "Cuando se enojaba empezaba a bajar la escalera, y a medida que se acercaba iba apagando todas las máquinas. Cada paso que se acercaba, más silencio se hacía. Cuando había apagado todo, ahí nos empezaba a retar. Nos gritaba, pero nadie le contestaba. ¡Quién le iba a contestar! Si pesaba como 200 kilos y había sido campeón de lucha grecorromana! Gritaba: 'Si hay algún hijo de una gran puta que me quiera pelear ¡le pago para que me pelee!' Era bravo, pero de buen corazón".
Mangini metía miedo cuando estaba furioso. Armúa, en su Historia de Paso de los Toros, relata que dos veces el industrial se batió con luchadores profesionales que llegaron al pueblo. La primera vez fue cuando recaló en la ciudad un forzudo que se hacía llamar Míster Aladar y lo desafió. El industrial respondió que ya estaba retirado y fuera de forma, pero el Míster insistió. Por fin, pelearon en el teatro de la ciudad. La segunda vez fue cuando apareció una mole de músculos que doblaba las barras de hierro y se las enroscaba en los brazos. Don Rómulo volvió a aceptar el desafío, esta vez en un descampado y a solas. A pesar de estar retirado, Mangini logró empatar ambos duelos.


***

El 17 de julio de 1948 el periódico isabelino La Idea homenajeó a Mangini y "a la consagrada y recomendada Agua Tónica, conocida y apreciada, no solo por su sabor exquisito sino también por sus condiciones medicinales".
"En honor a la verdad-se decía- es la única fábrica que funciona en esta villa, y que merced al esfuerzo incesante de su gestor y director-técnico, ha llegado a un grado de perfeccionamiento y actividad que ya no solo es conocida en este centro de la República, sí que también en el litoral, playas del Este y en la misma metrópoli"
José Pedro Álvarez, hoy de 66 años, recuerda que fue empleado por la fábrica en 1949: "Las máquinas no daban abasto, trabajábamos fuerte de día y de noche; en tres turnos de siete horas".
Precisamente tal era el crecimiento de la demanda en la metrópoli, que a principios de los años 50 Mangini y sus socios instalaron una segunda fábrica, en la avenida Millán, en Montevideo.

***

"Un día llegaron a Paso de los Toros unos representantes de Pepsi Cola y comenzaron a ofrecer dinero por las acciones de la fábrica ", recuerda hoy Armúa. "Mucha gente las tenía olvidadas en los roperos. Fue un revuelo, todo el mundo buscando. Pepsi las pagaba muy bien y todos las vendieron locos de la vida".
Pepsi se dedicó, paso a paso, socio a socio, a conseguir la mayoría de la empresa y lo logró el 14 de febrero de 1955. Con la mayoría también consiguió la fórmula secreta.
Aquello fue duro para Mangini. "Demasiado pronto, el capital accionario del presidente quedó en minoría. El viejo luchador sintió hondamente que la empresa de toda su vida ya no era ‘su empresa’", escribió Monestier.
Poco después, el 19 de enero de 1957, Mangini murió.

***

“Murió el Viejo y todo cambió", opinó Mautone. El ex empleado recordó que todas las bebidas "las hacíamos con agua corriente, pero la soda y la tónica se hacían con agua de un pozo que estaba en la misma fábrica. La tónica nunca fue la misma, porque el secreto era el agua de ese pozo. Ahora es agua dulce nomás".
Todos los que vieron la tónica de Mangini, concuerdan en que tenía reflejos azules.
"Era azulada. Uno la ponía a contraluz y veía el tornasol que formaba el aceite que llevaba, extraído de la cáscara de la naranja. La de antes le sacaba el dolor de estómago como si fuera un medicamento. Ahora es todo hecho en base a productos químicos. Nunca va a ser igual", dijo el ex empleado Álvarez.
Después de la muerte de Mangini, Pepsi cerró la fábrica de Paso de los Toros y la tónica fue fabricada solo en Montevideo. "Afortunadamente, el destino no quiso que él fuera testigo del desmantelamiento y la desaparición de la planta embotelladora isabelina, (...), drama al que la población local asistió con asombrosa pasividad y que constituyó una injusticia histórica para el creador del producto que ha paseado el nombre de Paso de los Toros por el mundo", escribió Monestier.
Pepsi insistía ante la familia de Mangini para que vendieran las acciones que aún permanecían en su poder. La viuda de Rómulo falleció en 1958. En 1961 la hija del matrimonio Mangini accedió a vender.
"Hoy yo no lo haría. Creo que mi madre lo hizo mal aconsejada y por todo lo que se le vino arriba de golpe, con la muerte de sus padres", dice hoy Marcelo Ceriani, 33 años, nieto de Mangini y funcionario del Sodre, el ente que controla las emisiones de radio y televisión del estado uruguayo.

***

El local donde estuvo instalada fábrica todavía existe, frente a la estación de trenes de Paso de los Toros, en una calle rebautizada Rómulo Mangini aunque los carteles todavía no fueron cambiados y conservan el nombre anterior: Treinta y Tres.
En la fachada aún se lee "establecimiento industrial". Adentro todavía está el pozo de donde se extraía el agua de la tónica. Está sellado y -dice la leyenda- lleno de vidrio, arrojado cuando se cerró la fábrica. Sobre el techo aún cuelgan, inútiles, algunos de los caños por donde circularon los brebajes que inventaba el Viejo. También se conserva la puerta original de la cámara frigorífica.
Más allá de eso, de la fábrica no queda nada. La mitad del local es hoy un galpón semivacío; la otra mitad, una oficina pública.

***

En Paso de los Toros no todos se resignan a que aquello se haya ido para siempre. "Se ha movilizado gente para que Pepsi Cola abra una fabrica acá, aunque sea chica, para que los que llegan y preguntan por el agua tónica tengan algo para ver. Pero no hay interés"; lamentó Gustavo Reisch, periodista local.
Los intentos son cíclicos. Ramón Anzalá era presidente del centro comercial cuando una delegación fue a hablar con Pepsi en 1982. Se les respondió que la empresa "tenía una dependencia prácticamente total de su casa central en Estados Unidos" y que allí ni se pensaba en reabrir la fábrica.
"Después que todo quedó descartado con Pepsi, iniciamos gestiones con gente vinculada a Coca Cola", continuó Anzalá. El grupo se había contactado con Vignoly y éste les había demostrado "con hechos fehacientes" que conocía la fórmula secreta. "Entonces le ofrecimos a la gente de Coca-Cola mejorar la Itú hasta darle el sabor de la Paso de los Toros. Pero ahí quebró la tablita del dólar y eso echó por tierra todos los intentos".
Hoy Vignoly también está muerto y "ya nadie sabe cómo hacer la tónica", sentencia Torres.


***

La historia dio la razón al olfato empresarial de Pepsi. "El agua tónica Paso de los Toros es un fenómeno sorprendente, demostrado por su triunfo absoluto sobre las otras aguas tónicas contra las cuales compitió ", dice el folleto de Pijuán.
Paso de los Toros fue lanzada en Argentina en l964 y conquistó 95% del mercado, un guarismo impresionante si consideramos que su único y gran oponente (agua tónica Cunnington) contaba con un firme arraigo desde 1940", agrega.
En Uruguay su imposición es mayor aun. Según el departamento de marketing de la Pepsi local, Paso de los Toros acapara prácticamente el 100% del mercado de las tónicas.

***

En Paso de los Toros existen emociones cruzadas respecto a la historia del agua tónica.
"Mangini pudo haberse hecho multimillonario, pero cometió el error de hacer una sociedad anónima ", dice Álvarez.
"La pena es que malvendió aquella fábrica, donde trabajaba tanta gente", dice Torres.
"Es un orgullo. Muchas veces no nos conocen como pueblo, pero nos conocen a través del agua tónica. Gracias a ella saben que existimos. Eso es muy importante. Lamentablemente no dejaron nada acá. En vez de adelantar al pueblo, lo atrasó ", resume Álvarez.

***

Durante años, en casa de los descendientes de Mangini, no se mencionó a la Tónica, ni a la fábrica perdida ni a los millones que Pepsi gana con el invento de su padre y abuelo.
"No se hablaba mucho del tema para no ahondar el dolor de la vieja"; explica Roberto Ceriani, nieto de Mangini, de 32 años.
Nada quedó finalmente de la fábrica para la familia. El dinero que se obtuvo por la venta de las últimas acciones sirvió para hacer una casa y se acabó. "A partir de ahí siempre vivimos del salario de mi padre”, relata Marcelo, el hermano de Roberto.
Las pocas veces que "el manto de silencio " se quebraba, la hija de Mangini "solo pedía que ojalá se reconociera un día el mérito de su padre para que alguien en la familia pudiera aprovecharlo".
En cierto modo sus ruegos fueron escuchados. En los últimos años, Pepsi quiso demostrar su deuda de gratitud con dos hechos: en 1992 una nueva planta inaugurada en Colonia fue bautizada "Rómulo Mangini". Además, se ofreció a la familia que eligiera a uno de los nietos para ingresar a la empresa. Hoy Roberto trabaja en la planta que lleva el nombre de su abuelo.

***

En la semipenumbra de su pieza Valentín Mautone quiere encontrar los certificados donde constan la cantidad de años trabajados en la fábrica, pero no recuerda dónde están.
Hay dos sifones azules apoyados sobre la vieja heladera. "Son de la fábrica. También tenía una botellita de tónica, pero se me cayó y se rompió".
Mautone recuerda cada detalle de la historia. "Así era la orden del viejo patrón: después de sacarle la cáscara a las naranjas; ocho a diez cajones se llevaban a las escuelas. También se le daba una bolsa a todo el que pedía. Y el resto se tiraba".
El barrio donde vive es pobre y su casa es una única pieza muy humilde. El piso de portland está cubierto de ramas que, a falta de leña, alimentan la estufa. Casi no hay muebles y una bicicleta sirve de perchero.
Cuando termina de contar su historia, Mautone sonríe contento pero, cuando se despide, sus ojos se llenan de lágrimas. Los recuerdos le han dejado un sabor dulce y a la vez amargo. Como el agua tónica.


Historias uruguayas, Debolsillo (Sudamericana, 2014)
Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista Tres, el 23 de agosto de 1996.
Este reportaje integró el libro 9 Historias Uruguayas (Ediciones de la Plaza, 2004), recientemente reeditado como Historias uruguayas (Sudamericana, 2014). El libro puede comprarse aquí.
Se publicó también en la revista Viva del diario argentino Clarín, el 22 de noviembre de 2009.

el.informante.blog@gmail.com

26.9.08

Uruguay, tierra guaraní

Cuando semanas atrás se celebró el día de indio, "charrúa" fue la palabra que más se escuchó en los homenajes. Fue un error: debió decirse "guaraní". Porque los indios que mayor influencia tuvieron en Uruguay no fueron los charrúas sino los guaraníes.
La diferencia de aportes es tan grande como ignorada. Eso al menos es lo que sostienen –contra la idea habitualmente difundida– varios de los más respetados antropólogos e historiadores uruguayos.
De hecho, el antropólogo Daniel Vidart está preparando un libro para reivindicar a los guaraníes en general y su aporte al Uruguay en particular. No es el primero en hacerlo: otros lo han hecho antes pero con poca suerte.
Recordar el aporte guaraní en la formación del país choca contra dos muros. En primer lugar, es un asunto incómodo para quienes sostienen que Uruguay se formó exclusivamente con la inmigración europea. En segundo término, molesta a quienes mitifican todo lo charrúa.
Lo cierto es que la mayoría de los uruguayos desconoce la influencia que los guaraníes tuvieron en la formación de Uruguay.
"El país a lo largo de la mayor parte del presente siglo ignoró o desdeñó tan importante aporte étnico, pues un equivocado nacionalismo indigenista, y, sobre todo, la persecución del afán de un Uruguay blanco, hizo que la etnia de los cazadores nómades, los charrúas, monopolizara el concepto de lo indígena en el Uruguay, posición totalmente insustentable de acuerdo a las modernas investigaciones etnohistóricas, antropológicas y arqueológicas", escribió el historiador Oscar Padrón Favre en Los inmigrantes olvidados, un librillo editado por el autor, en Durazno, el año pasado.

Se comieron a Solís

A la llegada de los europeos, los guaraníes podían ubicarse entre las culturas medias de América del Sur: eran menos desarrollados que la civilización inca pero estaban en un estadio superior a los pueblos nómades y cazadores, como los charrúas. Habían aprendido a plantar la mandioca y vivían en poblados. Navegaban los ríos en canoas y eran temibles guerreros. Creían en un paraíso, la Tierra sin mal. Sabían tejer, eran eximios ceramistas y tenían un gran dominio de la herboristería. Conocían los usos medicinales y las propiedades de muchas plantas. Entre ellas, la yerba mate.
Originarios de algún lugar de la selva tropical, explicó Vidart, ya antes de la conquista los guaraníes habían llegado al Río de la Plata. "Llegaron entre los años 1400 y 1500, bajando por los grandes ríos", afirmó el antropólogo. Fueron guaraníes y no charrúas quienes mataron y se comieron a Solís: eran los únicos indios de la región que practicaban la antropofagia, no se sabe si únicamente con fines rituales o también alimenticios.
Al arribo de los españoles, el área de dispersión guaraní era enorme y estaba lejos de limitarse al Paraguay como hoy suele creerse: habitaban desde las Guayanas hasta el Río de la Plata, de los Andes a la costa atlántica brasileña.
Las referencias históricas a los guaraníes que habitaban nuestras costas a la llegada de los europeos pronto desaparecieron: se supone que no eran muchos y que su población fue rápidamente diezmada por las enfermedades que trajo el hombre blanco.
"Como se encontraban en las bocas de los grandes ríos –explica el antropólogo Renzo Pi Hugarte en su libro El Uruguay indígena– fueron los primeros con los cuales los conquistadores establecieron relaciones. (...) Es probable que hayan sufrido antes y más que ningún otro grupo los efectos de dolencias desconocidas para ellos".
Pero no demorarían en volver y en mayor número, aunque en circunstancias totalmente diferentes.

La jauja

En 1607 se crearon las misiones jesuíticas y con ellas comenzaron a surgir a orillas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay reducciones de indios impulsadas por los jesuitas.
La inmensa mayoría de los indios reducidos en las misiones eran guaraníes, que allí fueron convertidos a la fe católica, aplicaron y perfeccionaron sus conocimientos ganaderos y agrícolas y aprendieron a desarrollar diversos oficios manuales.
Las misiones jesuíticas han suscitado hasta hoy opiniones opuestas. "Para algunos, fueron santuarios del trabajo y la oración, donde el indio estaba a salvo de los ataques de los bandeirantes paulistas que venían a buscarlos como esclavos. Para otros, las misiones fueron simplemente un modo de reunir indios para su mejor explotación, bajo una fachada de cristianización", explicó Vidart.
De un modo u otro, los 30 pueblos que conformaron las misiones reunieron una enorme población. Padrón Favre anota que, en 1729, cuando Montevideo tenía apenas 300 vecinos, las misiones estaban pobladas por 140.000 habitantes.
El principal recurso alimenticio para semejante población era el ganado vacuno que se había multiplicado prodigiosamente en la Banda Oriental, ya conocida como la Vaquería del Mar.
Para aprovisionar a sus pueblos, los jesuitas enviaban al sur de la Banda Oriental a grupos de 60 troperos guaraníes que, acompañados de dos sacerdotes y de una tropilla de caballos, efectuaban gigantescas arreadas de vacunos hacia el norte. Fue entonces cuando los guaraníes comenzaron a volver a la Banda Oriental.
"En todas estas excursiones –explicó el antropólogo Vidart– había indios que desertaban, porque la disciplina de las misiones era muy severa y la tentación de la libertad era muy fuerte. ¡En las misiones hasta para fornicar había que obedecer el toque de campana! Ellos ya sabían que esto era la jauja, el paraíso de los pobres: había comida de sobra y se la podía obtener con un mínimo esfuerzo: aire fresco y carne gorda. Era un imán muy poderoso. Cada una de aquellas excursiones dejaba más guaraníes radicados en la Banda Oriental".

Carne de cañón

Los guaraníes también escaparon de las misiones huyendo de las repetidas epidemias. Pero fueron muchos más los que llegaron a la Banda Oriental como soldados al servicio de la corona española, que muchas veces los reclutó para servir en sus ejércitos. España se valió repetidamente de los guaraníes de las misiones para combatir en nuestro actual territorio a los portugueses y charrúas.
Por ejemplo: miles de guaraníes llegaron varias veces para atacar a los portugueses en Colonia. La primera vez fue en 1680, pero luego los ataques se repetirían.
En las campañas contra los indios salvajes, 2.000 guaraníes se enfrentaron a los charrúas en 1702, en la sangrienta batalla del Yi, un choque que duró cinco días.
Luego, entre 1724 y 1726, otros 2.000 guaraníes llegaron para levantar las murallas de la recién fundada Montevideo.
"En cada una de estas campañas –relató Vidart– muchos indios desertaron. Desertaban los inadaptados al muy estricto sistema misionero, tentados por los salarios que les ofrecían los estancieros que sabían que los guaraníes eran mano de obra calificada. Y en las misiones los guaraníes trabajaban sin recibir ninguna paga".

Decadencia misionera

Pero la cantidad de guaraníes que se radicaron en campos de la Banda Oriental aumentó considerablemente a partir de 1750, cuando comenzó la decadencia del sistema misionero. Ese año, España entregó a Portugal parte de las misiones a cambio de Colonia. Los guaraníes se resistieron al acuerdo, por temor a ser esclavizados por los lusitanos. En 1754 se revelaron pero, tras dos años de guerra fueron vencidos. En esos años, muchos escaparon y llegaron a estas tierras.
Existe la constancia histórica de que 3.000 guaraníes fueron llevados por los portugueses a Viamao, en Río Grande, pero esa población desapareció en pocos años y se supone que muchos escaparon a campos orientales.
Los investigadores Rodolfo González Rissotto y Susana Rodríguez Varese han comprobado que, en muchos de los archivos parroquiales del Uruguay, existe a partir de la década octava del siglo XVIII, la constante definición o expresión: "indio natural de Viamao".
El proceso de llegada de guaraníes a la Banda Oriental aumentó aun más en 1767, cuando España expulsó a los jesuitas. El sacerdote alemán Martin Dobrizhoffer dejó constancia que 15.000 guaraníes "se dispersaron en los campos más remotos sobre el Uruguay, para tener pronto su alimento porque allí abunda el ganado".
Finalmente, existen otros tres momentos en que grandes grupos guaraníes llegaron a la Banda Oriental. Cuando Portugal tomó para sí las misiones ubicadas al oriente del curso norte del río Uruguay, en 1777, muchos huyeron al sur para no quedar bajo el gobierno de sus antiguos enemigos. En 1820 cuando Artigas fue vencido y buscó refugio en Paraguay, 4.000 guaraníes que eran su último apoyo en Corrientes, Entre Ríos y Misiones, cruzaron a refugiarse en la Banda Oriental. Y, finalmente, en 1828, cuando Rivera reconquistó las misiones orientales, entre 4.000 y 10.000 guaraníes ingresaron con él al actual territorio uruguayo.

Arriba de la mesa

¿En definitiva cuántos guaraníes llegaron a vivir en Uruguay?.
González Rissotto y Rodríguez Varese investigaron años atrás las actas de bautismos y defunciones existentes en los registros parroquiales desde la época colonial hasta 1851 y detectaron casi 30.000 pobladores guaraníes.
"¿Usted cree que alguien citó nuestro estudio? No, nadie. No tuvo ni una sola mención", relató González Rissotto. "Lo que pasa es que hay una mentalidad que privilegia el aporte europeo, que fue muy importante pero no fue el único. Y por otro lado, las nuevas reivindicaciones indigenistas desconocen todos los estudios serios, son un mamarracho. Los que saben que tienen un antepasado indígena dicen: 'yo tengo un antepasado charrúa', porque la gente común repite lo que siempre le han dicho. Pero la verdad es que el mestizaje indio que existió fue en su casi totalidad guaraní".
"Nosotros encontramos cerca de 30.000 guaraníes registrados hasta 1851. En el mismo lapso, en los mismos registros, los charrúas no llegaban a 100. Yo tengo 30.000 fichas para poner arriba de la mesa. ¿Qué tienen ellos?", agregó el investigador, que hoy se desempeña como ministro de la Corte Electoral.
Para la escasa población que entonces tenía el país –algo más de 70.000 habitantes al momento de la independencia– la cifra de fichas parroquiales de indios guaraníes es muy importante.
Además, esos indios –a diferencia de los charrúas– sí se mestizaron. La población charrúa en la Banda Oriental –que según las fuentes más serias jamás sobrepasó las 5.000 almas– nunca aceptó la religión cristiana ni las pautas de conducta y trabajo que traían los europeos. Tampoco aceptaron mezclarse con los blancos. "El charrúa fue hasta el final un grupo endógamo, muy cerrado. Obviamente, algún cruce existió, pero fueron casos aislados, excepcionales. El 95% de quienes tienen algún antepasado indio, tiene sangre guaraní y no charrúa", sostuvo Vidart.
En cambio, los guaraníes llegados de las misiones, habían aceptado la fe católica, formaban familias monogámicas, dominaban las técnicas agrícolas y ganaderas del campo y habían aprendido los oficios manuales que traían los europeos: estaban en condiciones ideales de asimilarse sin problemas a la población de campaña.
"Esa población indígena, preparada en una serie de oficios manuales, con tradición de agricultores y criadores de ganado vacuno y ovino, muy religiosa, se integró con suma facilidad a la sociedad hispano criolla", sostiene Padrón Favre en una de sus obras.
"Esos guaraníes acristianados, destribalizados y eurotecnificados forman parte de la fuerza de trabajo calificada que lleva adelante la ganadería y la agricultura en el país", anotó Vidart.
Justamente, para integrarse, la gran mayoría cambió sus apellidos. "Llevar un apellido indio –agregó el antropólogo– era un lastre, ser indio conllevaba una aureola de desprecio. Una enorme cantidad de paisanos de apellidos como González, Pérez, Rodríguez, no eran españoles, sino guaraníes".

La sangre

Aunque los guaraníes selváticos sobreviven hasta hoy, casi todos los llegados a Uruguay provenían de las misiones jesuíticas. Es por eso que esos indios no trajeron a la Banda Oriental su cultura original.
"Los guaraníes que llegaron aquí estaban deculturados y destribalizados. Su cultura original se la habían hecho pedazos en las misiones. Aquello, en lo que refiere a la cultura, fue una máquina de picar carne. La mayor parte de las cosas que trajeron esos indios fueron elementos de la cultura popular española, como el uso de la guitarra. Es verdad que trajeron el conocimiento de las plantas medicinales, pero las nociones de enfermedad, tratamiento y cura son de los españoles", señaló Pi Hugarte.
Pero pese a todo, los guaraníes dejaron una huella notoriamente mayor que la de cualquier otro grupo indígena.
La más visible herencia guaraní está en los nombres de casi todos los accidentes geográficos uruguayos que llevan nombres guaraníes, como Aiguá, que quiere decir manantiales, o Batoví, que significa seno de mujer.
La lista es extensísima. Por ejemplo, casi todos los ríos del país tienen un nombre que deriva de una voz guaraní: Arapey, Cebollatí, Cuareim, Daymán, Queguay, Tacuarembó, Tacuarí, Yi. Por supuesto, Uruguay también es un nombre guaraní.
"¿Por qué todos los lugares tienen nombre en guaraní?. Porque quienes vivían ahí hablaban guaraní. Eso es de una claridad meridiana", sostuvo González Rissotto.
Vidart explicó que en campaña, hasta 1830 o 1840, el idioma era el guaraní. "Esto duró hasta que comenzó el aluvión migratorio, cuando el europeo comenzó a exigir que se hablara el castellano".
Incluso algunas palabras –especialmente nombres de especies animales y vegetales– sobrevivieron y hoy se usan, incorporadas al castellano: ñandú, ombú, jaguar, tararira, yacaré, yarará, entre otras.
Casi todos los entrevistados destacaron que los guaraníes trajeron y dejaron algunos usos que aún perduran especialmente en el campo. Vidart explicó que la costumbre de cultivar hortalizas vino con ellos: "Antes de su llegada, en el campo oriental comer verde era para animales. También trajeron su conocimiento sobre las virtudes de los yuyos, lo que perdura hasta hoy".
Incluso la más típica de las costumbres uruguayas tiene origen en el conocimiento de las hierbas que tenían los guaraníes: el consumo de yerba mate. Los guaraníes sabían de las virtudes de esta planta, aunque la consumían de otro modo: macerándola y masticándola.
El otro gran aporte guaraní al Uruguay fue el de la sangre. "Muchos miles de uruguayos descienden de ellos", sostuvo Padrón Favre. Vidart coincidió: "el componente amerindio de nuestra sociedad es guaraní, no charrúa". Pi Hugarte también: "es indudable que el chinerío de campaña, que todavía se ve en los bordes de los pueblos, esa gente de rasgos indios, de pelo chuzo, son descendientes de guaraníes de las misiones y no de charrúas, que nunca se mezclaron con el blanco".

El olvido

¿Cómo pudo suceder que un país que lleva nombre guaraní, que tiene al mate como bebida nacional olvidara tan terminantemente el aporte de estos indios?.
Para Pi Hugarte la razón está en que "los guaraníes llegaron tarde y deculturados. Rápidamente se mezclaron con una población muy variada que había en la campaña: se fundieron en la formación de la nueva sociedad".
Otros entrevistados marcaron que, además, existió un deliberado olvido, ya sea para remarcar la "pureza blanca" del Uruguay o para apoyar la creación de un mito charrúa.
Hubo una tendencia de los nacionalismos de fines del siglo XIX, que se repitió en toda América, explicó Padrón Favre. "Cada país trataba de tener un indio propio. Ahí apareció el azteca como símbolo de México, a pesar de que en ese país vivieron y viven otra gran cantidad de pueblos indios; el guaraní quedó identificado sólo con Paraguay; y en Uruguay apareció el charrúa como símbolo".
"Y se eligió a los charrúas –continuó el historiador– por una razón muy simple: porque estaban muertos. En esa época había un racismo muy fuerte. El progreso era posible únicamente si éramos un país 100% blanco. Entonces si los únicos indios de Uruguay habían desaparecido, éramos un país homogéneamente blanco, el único de América. Y como estaban muertos, reivindicar a los charrúas no tenía ningún efecto social".
La historiadora Ana Ribeiro realizó un análisis similar. "En 1930 se construyó en Uruguay el imaginario de un país joven, poderoso, blanco y orgulloso. Estaba claro que no se podía ser blanco y magnífico si se tenía un antepasado indio. Entonces ahí aparecieron los charrúas: el indio indómito, ejemplo de heroísmo y valentía, un pasado muy lejano que no manchaba la pureza blanca del nuevo país ni ofrecía ningún peligro: como estaban todos muertos podían ser elevados a la categoría de emblema, de mito. Lo mismo pasó con los gauchos: mientras existieron fueron considerados un peligro, un mal. Cuando dejaron de existir, pasaron a ser reivindicados".
La elección no pudo ser más afortunada: "Para el pueblo resultó mucho más atractivo identificarse con el indio rebelde, que se sacrificó, que nunca aceptó al europeo ni al cristianismo, que recordar a los guaraníes que, en cambio, trabajaron humildemente al servicio de cualquier encomendero", explicó Ribeiro.

Nuevo intento

Vidart escribe sobre los guaraníes porque cree que se está cometiendo una gran injusticia histórica. "De los guaraníes que pelearon con Artigas ya ni se habla. Se habla mucho del caciquillo charrúa Manuel Artigas, pero de Andresito, Sotelo, Sití, los caciques guaraníes artiguistas, nadie se acuerda. Fueron mucho más numerosos los guaraníes que los charrúas comprometidos con Artigas. En la lucha contra los portugueses murieron muchos más guaraníes que todos los charrúas juntos. Cuando Artigas habla de repartir tierras a los indios, habla de guaraníes, no de charrúas".
Al igual que Vidart, todos los especialistas consultados no dudan que los guaraníes dejaron una huella mucho más importante que los charrúas en la formación del Uruguay.
"El único aporte de los charrúas a la nueva sociedad fue el uso de la boleadora... y ya prácticamente no se usa más. Sacando eso, no dejaron otra cosa", dijo Pi Hugarte.
Para Vidart "los charrúas sólo dejaron un extraordinario ejemplo de valentía, de resistir hasta las últimas fuerzas. Pasaron como una sombra heroica, pero no dejaron huellas en nuestro pueblo. No puede atribuírseles un aporte demográfico y cultural que no tuvieron. Y no se puede equipararlos al peso efectivo que sí tuvieron los guaraníes en la formación del Uruguay".
De todo eso hablará el nuevo libro de Vidart, una de las figuras más reconocidas y destacadas de la ciencia uruguaya.
Es de esperar que la nueva obra tenga más suerte que la que han tenido los anteriores intentos por poner las cosas en su lugar.

Historias uruguayas, Leonardo Haberkorn
Fragmento del reportaje publicado el 19 de mayo de 2001 en el suplemento Qué Pasa del diario El País.
La versión completa se encuentra en el libro Historias Uruguayas.

Últimos comentarios

Páginas vistas

Etiquetas

accidentes de tránsito Adolfo Antelo Alejandro Atchugarry Alemania Alimentación Álvaro Moré Amodio Pérez Ancap Andes Antonio Mercader Argentina Artigas aviación Bicentenario Bolivia Brasil Caraguatá Carlos Koncke; Alejandro Vegh Villegas Carlos Liscano Cesáreo Berisso charrúas Che Guevara. Checoslovaquia Chespirito - Roberto Gómez Bolaños Chueco Maciel Ciudad de la Costa Comunidad Jerusalén Creative Commons Crónicas de sangre sudor y lágrimas Crónicas y reportajes Cuba Cultura Daniel Castro Daniel Vidart Daniel Viglietti delincuencia Democracia Derechos humanos diarios dictadura Doble discurso europeo Drogas Eduardo Bonomi Eduardo Galeano Eduardo Pérez Silveira. Libros educación El Chavo empleados públicos Engler Enrique Tarigo entrevistas ETA Evo Morales Fernández Huidobro Fernando Parrado financiamiento de los partidos políticos Fito Páez Fuerzas Armadas Fútbol Gabriel Ohanian Gabriel Pereyra Gavazzo Gente que no sabe leer y tergiversa lo que uno escribe Gerardo Caetano Grasas trans (transexuales) guaraníes Günter Wallraff Herencia maldita Historia historia reciente Historias tupamaras Historias uruguayas. Hotel Carrasco Hugo Alfaro Hugo Batalla Hugo Bianchi Intendencia de Canelones internet Israel Italia Jaime Roos Jorge Batlle Jorge Lanata Jorge Zabalza Jose Mujica José Mujica Juan Salgado La República Leonardo Sbaraglia Liberaij Libros Libros. Liber Literatura Luca Prodan Luis Almagro Luis Lacalle Luis Lacalle Pou Madonna Maltrato animal Maracaná Marcelo Estefanell Mario Benedetti Medicina Medio ambiente Mercedes Sosa México Michael Jackson Miguel Ángel Campodónico Milicos y tupas MLN-T Montevideo Música Neber Araújo Nelson Sosa nombres raros Óscar Padrón Favre Oscar Tabárez Pablo Cuevas Paco Casal Palestina Paraguay Partido Colorado Partido Comunista Paz Peñarol periodismo periodismo cloacal Perú PIT-CNT Plagios y otras situaciones dudosas Pluna Política Política uruguaya Pollo homosexualizante Primavera de Praga publicidad Racismo Radio Raúl Sendic redes sociales Relato Oculto Renzo Pi Hugarte Roberto Canessa Rock Rodolfo Leoncino sabihondos Salud Sin comentarios Sindicalismo sindicatos Sirios en Uruguay Sobre lo políticamente correcto Sonia Breccia Sumo Televisión Tenis terrorismo tortura trabajo Twitter Un mundo sin Gloria Uruguay Venezuela Víctor Hugo Morales Víctor Hugo Morales. Violencia doméstica Visto y/o oído zoológico

Atención

Los derechos de los textos
publicados en El Informante
pertenecen a Leonardo Haberkorn.
No se permite la reproducción
sin autorización del autor.