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12.12.08

"Historias tupamaras": opinan Rilla y Chasquetti

Lo que sigue es la reproducción de lo dicho en una mesa redonda realizada a modo de presentación de mi libro Historias Tupamaras: nuevos testimonios sobre los mitos del MLN en el programa “No toquen nada”, de Océano FM, el lunes 8 de diciembre, con el historiador José Rilla, el politólogo Daniel Chasquetti y el periodista Joel Rosenberg.

Rosenberg: preguntémosle a Chasquetti, en su condición de politólogo, y a Rilla, como académico, qué hay de nuevo acá, que pueden aportar estas Historias Tupamaras.

Chasquetti: este es un gran libro, por varias razones. Primero porque está escrito desde el periodismo, pero de manera prolija, ordenada, sistemática, bien escrito. El método que utiliza Leonardo es fantástico. El libro está ordenado en capítulos, porque el libro está ordenado en seis mitos, los cuales son presentados por sus constructores: Mujica, Rosencof, Fernández Huidobro, la historiadora Clara Aldrighi.

Rosenberg: -Historiadora que integró además el MLN.

Chasquetti: Y que escribió una obra muy influyente en esta reconstrucción histórica. Pero lo que deja en claro Leonardo a través de testimonios y de una reconstrucción muy fina, porque no solo se basa en esos nueve testimonios…

Rosenberg: Hay muchos documentos.

Chasquetti: Hay mucha información, ahí muestra Leonardo todo su oficio de investigador. Lo que hace Leonardo en cada capítulo es desmontar ese mito. Lo cual a mí me parece que es una tarea que excede largamente la labor del periodista, porque ya asume las herramientas y las armas de los cientistas sociales y los historiadores, que tenemos normalmente este tipo de metodología.
Daniel Chasquetti Historias tupamaras, MLN, tupamaros
Daniel Chasquetti
Lo segundo que quería decir es que es un libro muy triste, porque nos obliga a mirar nuestro pasado y ver como una generación de jóvenes se embanderó con una idea que podía parecer muy loable, pero que generó consecuencias dramáticas, que todavía hoy vivimos y sobrellevamos. Me parece que el libro deja muy claro que en verdad Uruguay se podría haber evitado muchas cosas si esta idea de hacer la revolución armada en un país como Uruguay, si estos jóvenes le hubieran hecho caso al Che Guevara, Uruguay se hubiese podido ahorrar mucha cosa.

Rosenberg: Cuando vino en el 61.

Chasquetti: Claro, el Che Guevara vino a Uruguay y en una conferencia en el Paraninfo de la Universidad dijo que no tenía mucho sentido levantarse en armas en una democracia donde funcionaban las instituciones y había libertad. Y esa sensación te queda con este libro. Las historias personales de estos nueve tupamaros son bastante tristes, dramáticas, y me parece que son un retrato de los últimos 30 años de nuestro país.

Rilla: Yo comparto esto que decía Daniel. Es un libro que yo me lo devoré en un día. Y creo que eso le va a pasar a cualquier lector más o menos interesado y honesto. Lo va a leer con mucha avidez. A mí me dejó una sensación ambigua. De tristeza, por aquello de que fue capaz el Uruguay. Hasta me animo a decir, yo que no tuve nada que ver pero me siento parte de eso: aquello de lo que fuimos capaces. Por otro lado, el libro me dejó una sensación de alivio, porque es muy bueno que estas cosas se cuenten, se relaten. No con la pretensión de hacer la última y definitiva historia de este proceso. Se equivocará aquel que piense que esto cierra la narración, la comprensión histórica. No, no, no la cierra. Creo la reabre de una manera muy significativa, que son cosas muy distintas. Uno siente el alivio de ver, desde la otra cara de la luna, como se podían ver las cosas. El punto de partida es un punto terrible, porque es como si la guerra siguiera. Cuando un entrevistado dice: “esta persona es un traidor”, está hablando el lenguaje de la guerra y me parece que es muy inteligente empezar a tirar de esa piola, como lo hace Leonardo, y atravesarla por la idea de los mitos. A mí esa es una cosa que me parece muy interesante, la cuestión de los mitos. Porque los mitos son muy importantes. En el lenguaje vulgar tendemos a hablar mal de los mitos, pero los mitos son relatos muy potentes de los orígenes de las cosas. Entonces, yo no sé qué me da más rabia cuando leo este libro: la mentira con la que hemos convivido, o el hecho de que la mentira haya sido creída entusiastamente por miles y miles de personas. Para un investigador, el segundo desafío es mucho más pesado que el primero. Porque podemos descubrir que tal o cual cosa no era así: este libro lo demuestra. Pero tenemos inmediatamente un problema: ¿cómo explicamos, y ahí está la fuerza de los mitos, que esto haya sido entusiastamente creído por tanta gente hasta el día de hoy? Eso es lo que a uno lo perturba.

Rosenberg: Lo del día de hoy es fuerte porque seguimos conviviendo con algunas de esas historias día a día, en los medios de comunicación. Los seis mitos son:
1) El MLN nació para enfrentar el golpe de estado
2) El MLN es totalmente inocente del ascenso militar
3) El MLN perdió por motivos ajenos a su propuesta política.
4) El asesinato de Pascasio Báez fue un error.
5) El MLN como modelo de virtud y ámbito de felicidad total.
6) Los renunciantes de 1974 le pegaron un tiro en la nuca al MLN.


Rosenberg: vamos a hablar del primer mito, obviamente no vamos a poder hablar de todos: el MLN nació para enfrentar el golpe de Estado. ¿Cuándo nació y para qué nació el MLN?

Chasquetti: Este es uno de los mitos más asombrosos, porque lentamente fue ingresando en la política uruguaya este discurso de que el MLN tenía como objetivo la autodefensa de los movimientos populares y sociales. Y cuando uno lee mínimamente cualquier obra de historia, sea de un historiador de gran reputación o de un desconocido, casi todos llegan a la misma conclusión: el MLN nació en el año 61-62 cuando la idea del golpe de Estado estaba lejos. Es cierto que en el 64 comienzan a surgir rumores, incluso la CNT y el Congreso del Pueblo toman decisiones de que hacer si efectivamente había un golpe de Estado. Pero cuando eso ocurre el MLN ya estaba creado y eso está en los testimonios de los propios integrantes. Yo creo que este mito está muy bien demostrado. Y lo curioso es que si lo vemos así parece una cosa sencilla. Y sin embargo yo escuché a Mujica, a Huidobro, decirlo durante los últimos meses, en charlas, en discusiones. Hay otro mito, del cual Leo no se ocupa, que es que el MLN contribuyó a la fundación del Frente Amplio, lo cual es un disparate porque en realidad a buena parte de la dirección del MLN, sobre todo a Sendic, el Frente Amplio no le caía nada en gracia. Y sobre todo porque el MLN tenía muchos militantes que venían de una raíz nacionalista, no era solamente un grupo de personas provenientes de la izquierda. Entonces, en los últimos años Huidobro y compañía se encargaron en los últimos diez, quince años, escribiendo libros, escribiendo columnas en los diarios, de ir modificando la historia. Yo creo que este libro viene a hacer justicia. Como dice Luis Nieto, uno de los entrevistados: él en un momento utiliza la imagen de que la historia del MLN está envuelta en una gran neblina. Yo creo que está sucediendo eso. Y este libro nos ayuda y nos permite mirar mejor este problema.

Rosenberg: Hablando de este mito, más allá de los testimonios, hay muchos documentos, el documento uno, las 30 Preguntas a un tupamaro de Sendic. El mito está contrarrestado con documentos.

Rilla: Que son demoledores. No son documentos desconocidos para el análisis de este proceso. Habían sido transcriptos en otros textos, pero en otros contextos también. La documentación nunca se coloca de manera ingenua o inocente. Y en todo caso prueba de que no es posible, en este libro se demuestra y en otros libros que han sido bastante maltratados ocurre lo mismo, no hay posibilidad alguna desde el punto de vista empírico inscribir la emergencia del MLN en la tradición de las luchas por la democracia. No hay ninguna posibilidad. Hay tupamaros que saben eso perfectamente y que se han colocado en la otra esquina del ring y reclaman a la actual dirección una fidelidad a la historia. Cuando uno escucha a Zabalza, lo que dice respecto al origen y al transcurso, puede ser efectivamente –como yo lo creo- una demencia lo que él dice, pero dice la verdad. Le está reclamando a los jefes históricos del MLN una fidelidad a la historia de la cual coparticiparon. Le dice: Mujica, por favor, usted está cambiando la versión de los hechos, yo me acuerdo; perdón, Fernández Huidobro, qué me está diciendo, yo me acuerdo, yo estaba allí igual que usted y no decíamos esto.

Rosenberg: Había sido una única voz. Acá aparece un racimo de voces.

Rilla: Un racimo de voces que tiene la ventaja de haberse dispersado luego y estar diseminados en actividades bien diferentes, en oficios bien diferentes, que tienen una relación con la política también distinta, y cierta distancia, cierta capacidad para decir: “en qué locura nos metimos”. Y más que eso, que es un paso moralmente más importante: “en qué locura metimos al país, al Uruguay”. Cuando leo esto y veo que eran chiquilines de 18, de 19, de 20, 21 años, me cuesta imaginarlo. La fuerza que tenía la idea de la insurrección armada era muy seductora. Me parece que queda bastante bien en este libro la posición que tenía al respecto el Partido Comunista, que es como la otra historia de la familia. El Partido Comunista que decía que no había las más mínimas condiciones para esto. Los tupamaros parecen decir: a nosotros no nos importaba demasiado todo el tema de la teoría, nuestra teoría es la acción, como sabemos que se decía. Por lo tanto nuestras lecturas, nuestros estudios eran limitados, a pesar de que pertenecían a la burguesía, a la clase media más o menos ilustrada. La proporción de obreros era mínima.

Rosenberg: Y los peones rurales tampoco los acompañaron.

Rilla: Tampoco. Creo que este libro relativiza un tanto las afirmaciones de la investigación de Hebert Gatto, acerca del peso que el marxismo leninismo tenía en la formación del MLN. No sé si es efectivamente correcto, pero es muy interesante como discusión. ¿Pesaba más el tema ideológico? ¿O pesaba mucho más en el MLN la pasión por el mando, por el poder? Esto que todavía hoy escucho, y me eriza la piel, cuando se habla de los presuntos fracasos del gobierno, se dice: lo que pasa es que tenemos el gobierno, pero no tenemos el poder. Eso lo escuchamos hoy. Y eso es una locura, pero eso no nació hoy, eso está en aquel momento.

Rosenberg: Hablemos del quinto mito: el MLN como modelo de virtud y ámbito de felicidad total.

Historias tupamaras. MLN tupamaros. Leonardo Haberkorn
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Chasquetti: Ese capítulo para mí es asombroso, porque arranca con un testimonio de Yessie Macchi sobre la felicidad y plenitud que el militante puede adquirir al momento de entregar sus vidas, sus horas, su tiempo a la causa. Sin embargo, las opiniones que vienen luego son tremendas. Yo creo que este no es un problema solo del MLN sino de todas las organizaciones que cooptan a sus miembros y los vuelven full time. Esto pasa también con militantes de sectas, es una situación bastante dramática. Me parece que ese capítulo está muy bien, porque lo que muestra es crudamente es la vida que llevaban muchos de los que entraban y luego no podían salir. Hay historias muy tristes, como la de Roque Arteche, un preso común que no tenía forma de salir. Y hay bastantes casos de este tipo. Ahí hay un punto fuerte del libro. Y me parece que a lo largo del libro Leonardo también desmonta esta idea, la de que la felicidad y la plenitud están en la organización. O por lo menos demuestra que el individuo también necesita lo colectivo, pero también su vida individual.
Rilla: (…) Yo conozco a varios de los que están aquí involucrados. De algunos de ellos, y no los conozco mal, los conozco bastante bien, no sabía las historias. Realmente me dejó aterrado. Es decir, en este libro descubrí cosas que le habían ocurrido a personas a las que conozco, a las que conozco más o menos bien, aunque en realidad no las conocía tan bien. ¿Qué le ha pasado al Uruguay que una persona a la que yo me considero cercano no me había relatado lo que le relata a Leonardo? Por eso decía que este libro me deja un poco triste a la vez que aliviado, porque me cuenta una historia que quería escuchar. También creo que es un libro que nos obliga, nos obliga a seguir revisando, a seguir pensando en estas cosas: no a cerrarlas. Y obliga a otros. Porque este libro termina con una especie de ejercicio de fantasía que hace Rodríguez Larreta, pensando en llenar el estadio Centenario, con todos los que de una manera directa o indirecta estuvieron involucrados en aquellos años: que vayan, confiesen lo que hicieron y después es vayan para su casa. Me hace acordar al trámite que tuvo en Sudáfrica esta situación. Y yo creo que este libro obliga a otros a decir. Aquí hay todas una Fuerzas Armadas que no hablan. No hablan. Entonces yo también creo que este libro es una contribución a que hablen.


25.5.08

Teoría de los angelitos

Se ha puesto de moda hablar de la “teoría de los dos demonios”. No hay día en que no sea nombrada en los medios, casi siempre para denostarla sin mayores explicaciones. Si se dice de alguien que apoya la teoría de los dos demonios, entonces estamos frente a un cretino, un alcahuete de la dictadura: un facho, en pocas palabras.
Según la definición en uso, la teoría de los dos demonios es aquella que explica la violencia política de los años 60 y 70 por la acción de dos “demonios”, la guerrilla izquierdista y las fuerzas militares que las enfrentaron y las vencieron. En la tan denostada teoría, ambas fuerzas “demoníacas” son equiparadas: ambas provocaron un grave daño a una sociedad más bien indefensa, una empezó la violencia, la otra la continuó. Los años de horror que la sociedad vivió entonces –y los largos años de dictadura subsiguientes- serían responsabilidad del accionar de estos dos “demonios”.
Hoy es “políticamente correcto” descalificar esta teoría, cuyo trasfondo es un poco más complejo de lo que pretenden los actores políticos y los periodistas que la critican a diario.
Es cierto, una de las lecturas de la famosa teoría es injusta. Al equiparar la acción de los dos “demonios”, se pone en pie de igualdad a los guerrilleros y a los represores militares. Y una cosa no fue igual a la otra. El terrorismo de Estado llevado adelante por la dictadura cívico-militar merece una triple condena por su acción más general, más extendida en el tiempo y en el espacio y, sobre todo, por haber cometido los crímenes más abyectos valiéndose de todo el aparato estatal y público, todos los servicios que debieron usarse para bien de la sociedad y no para andar violando presas, desapareciendo gente y secuestrando bebés.
La otra lectura de los dos demonios no es tan sencilla como se pretende en estos días. La teoría culpa del desastre político que nuestros países vivieron desde los 60 hasta mediados de los 80 a dos fuerzas “demoníacas”: la guerrilla izquierdista y las fuerzas armadas. El resto de la sociedad habría sido una víctima pasiva del accionar de los dos demonios violentistas.
No fue así, dicen quienes descalifican a diario a esta teoría. Explican que los dos “demonios” no nacieron de la nada, no aparecieron por decisión divina, hubo muchos otros responsables del desastre político que comenzó a fines de los 60. Toda la sociedad fue responsable, concluyen. Todos tenemos parte de culpa, ése es el mensaje de fondo.
Algo es cierto: en la carrera hacia el abismo que Uruguay emprendió en aquellos años hubo otros responsables. Hubo una clase política envuelta en el clientelismo y la corrupción, hubo una sociedad que toleró con pasividad el deterioro de las instituciones, una prensa insoportablemente maniquea.
Es cierto.
Pero eso no quiere decir que toda la sociedad tenga las mismas culpas. En aquel desastre hubo responsabilidades distintas. Eso es lo que se olvida hoy. Eso es lo que omiten los directamente implicados. Eso es lo que no dicen los periodistas políticamente correctos que hoy abundan y sobreabundan.
No es lo mismo defraudar impuestos que torturar, no es lo mismo ser un periodista pusilánime que hacer desaparecer gente, no es lo mismo quedarse en la casa mirando televisión que salir a matar inocentes.
¿Somos todos responsables? Los uruguayos menores de 33 años no habían nacido cuando Bordaberry (sí, papá Bordaberry) clausuró el Parlamento. Los que tienen 21 años ni siquiera vivieron un solo día de la dictadura.
Yo no había nacido cuando los tupamaros asaltaron el Club de Tiro en Colonia Suiza, tenía siete años cuando ejecutaron a Pascasio Báez, nueve años cuando el golpe de Estado, 12 cuando asesinaron a Michelini y Gutiérrez Ruiz, 20 cuando torturaron hasta la muerte a Vladimir Roslik a pesar de que la pesadilla ya terminaba.
Para los que hoy tenemos entre 38 y 50 años la dictadura fue un espantoso regalo que recibimos sin haberlo pedido ni ganado, un tedioso paréntesis en el que todo estuvo prohibido, la política y el pelo largo, los libros de Traversoni y los de Benedetti, los discos de Los Olimareños y los de los Sex Pistols. Víví desde los 9 hasta los 21 años en un régimen en el que podías ir preso hasta por estar sentado en el cordón de la vereda, solo o con amigos. Ahora gracias a una nueva ley yo tendré que pagar para reparar los daños que hicieron otros. Qué curioso: siempre había pensando que ellos tendrían que pagarme el daño que me hicieron a mí.
Los dos “demonios” no son los únicos culpables, eso es cierto. Y a esta altura, sería bueno que todos los implicados asumieran su cuota parte en el asunto.
Sería bueno que los partidos dejaran de lado de una vez por todas a los políticos que permitieron que la democracia uruguaya cayera en aquella bajada. Hubiera sido tan bueno que la gente no los votara una y otra vez, hasta hoy.
Sería bueno oír la autocrítica de los intelectuales que le hicieron creer a la juventud de los años 60 que no podía haber algo peor que aquel Uruguay modelo 1960 y que no había otra salida que agarrar una ametralladora. Ahora sabemos que hubo un modelo de Uruguay mucho peor que aquel.
Sería bueno escuchar la autocrítica de los medios de comunicación que aplaudieron a la dictadura y la respaldaron durante tantos años. Los que no paran de poner como ejemplo a Chile deberían saber que el Canal 13 de la televisión chilena y la periodista estrella del diario El Mercurio en los años 80 han hecho su público mea culpa por su actuación obsecuente durante la tiranía de Pinochet.
Pero a la hora de rendir cuentas, si es que sirve para algo, debería existir la honestidad intelectual de asumir que acá no hubo dos demonios, pero sí hubo actores principales, responsabilidades mayores, derechos de autor sobre horrores que todavía hoy duelen. Los que se creyeron tan iluminados como para usar la violencia para salvar a una sociedad que nunca se los pidió, matando inocentes en el camino como daños colaterales. Los que montaron una gigantesca operación de terrorismo de Estado y encarcelaron, torturaron y mataron a cientos de inocentes y de paso sumieron a la sociedad en más de una década de oscurantismo.
No les gusta que los llamen “demonios”. ¿Cuál sería entonces la palabra correcta?

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 13 de abril de 2007

18.10.07

Cuando el Che mandó parar y no le hicieron caso

El Che Guevara llegó a Uruguay el 2 de agosto de 1961, cuando caía la banda del “Mincho” Martincorena. Venía para participar participar de la asamblea de Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) en Punta del Este. Era el ministro de Industria de Cuba.
En 1997, cuando trabajaba en la revista Tres, revisé la prensa entera para reconstruir aquella visita del Che. Lo que encontré (se publicó el 9 de mayo de ese año) fue sorprendente.
Guevara llegó a Uruguay junto con Dick Farney pero, a diferencia de lo ocurrido con “el astro de la canción brasileña”, los diarios grandes no informaron de su llegada.
Recién dos días después El País escribió: “las convenciones internacionales nos obligarán a recibir por unos días, en tierras de Artigas, a esa excrecencia”.
El Día dio la noticia el 12 de agosto, cuando el CIES ya había empezado a sesionar: “Arribó al país, el pasado 2 de agosto, uno de los principales verdugos del pueblo cubano (...) Esta fiera ensangrentada, cuya crueldad sufre todo un pueblo amigo, no bien llegó a Punta del Este, se instaló en una residencia reservada al estilo de un Hitler, un Mussolini, un Kruschev”.
La presencia del Che provocó un enorme entusiasmo en la juventud izquierdista. Un grupo de muchachos se fue caminando desde Montevideo a Punta del Este sólo para verlo. El hoy actor Pepe Vázquez era uno de ellos.
La conferencia del CIES se inauguró el 4 de agosto y el periodista Walter Arias Zunino describió así en El Día la presencia del Che: “Con un gesto hasta de burla, siguió desde el palco los acontecimientos en una posición indolente, escudado y agasajado por los esbirros que lo rodean. Barbudo, de cabellos no muy cuidados, pese a que el uniforme que vestía estaba ordenado, recientemente planchado, a ojos vistas, dejó el Che una sensación de desprolijidad y ordinariez”.
El 8 de agosto, Guevara habló por primera vez en la conferencia. Estados Unidos ofrecía financiar obras de saneamiento en América Latina y él se burló de “la revolución de las letrinas”.
Habló más de dos horas. El País dijo que habrían bastado diez minutos. “Guevara no pasa de ser una mediocridad”, señaló el cronista M.A. El Día apenas consignó que la sala estaba llena de colados que miraban al Che con las “caras extasiadas”. Entre los extasiados estaba Ángel Rama, que escribió en la izquierdista Marcha que el Che era un “improvisado fiscal” que demolía todas las mentiras.
Guevara también defendió la revolución pero, sorprendentemente, no la consideró un camino excluyente: “Hemos previsto y diagnosticado la revolución social en América (...) Pero si el camino de los pueblos se quiere llevar a través de este desarrollo armónico, por préstamos a largo plazo con intereses bajos, como anunció el señor Dillon, a 50 años de plazo, también nosotros estamos de acuerdo”.
Ni El Día, ni El País, ni Marcha citaron ese párrafo.

Desagravio al mate

Lejos de todo aquel maniqueismo, el presidente del Consejo Nacional de Gobierno (Uruguay tenía gobierno colegiado), Eduardo Víctor Haedo, invitó a Guevara a tomar mate en La Azotea, su casa en Punta del Este. El Che fue todas las mañanas mientras estuvo en el balneario.
Las fotos son muy conocidas. Pero el presidente del gobierno uruguayo fue muy criticado por tomar mate con el Che. El Día dijo que Haedo se regodeaba reuniéndose con “seres inferiores”, “rufianes internacionales, la expresión más baja del crimen”. Benito Nardone (“Chicotazo”), también integrante del Consejo Nacional de Gobierno, organizó días después un gigantesco acto de desagravio al mate.
El 9 de agosto, Guevara dio una conferencia de prensa en el hotel Playa. El País y El Día no publicaron una línea, Marcha sí. La crónica la escribió Eduardo Galeano. Cuenta que cuando al Che le preguntaron cuándo habría elecciones en Cuba, respondió:
-Hasta ahora el pueblo nunca pidió elecciones.
-¿Y eso cómo lo sabe?
-Bueno: lo decide un millón de personas en la plaza pública.
Galeano narra que en su crónica omitió “mucha cosa boba que el Che apenas si se dignaba a contestar a la pasada y que no vale la pena ni reproducir aquí”. Como la conferencia fue, años después, reproducida en libros y en la revista La Maga, podemos saber cuáles fueron esas omisiones. Una de ellas fue una pregunta del diario El Heraldo de Florida.
-Doctor Guevara: ¿me puede decir las razones por las cuales a los trotskistas de Cuba se les han quitado los medios de expresión, se les ha confiscado la imprenta?
-¿A los trotskistas? Mire, hubo una pequeña imprenta que publicaba un semanario que tuvo algunos problemas con nosotros, y tomamos algunas medidas administrativas, porque no tenían ni papel, ni permiso para usar papel, ni imprenta ni nada; y simplemente resolvimos que no era prudente que siguiera el trotskismo llamando a la subversión.
El 16 de agosto, el Che habló por última vez en la conferencia del CIES y pronosticó “guerras civiles” en toda América Latina, guerras de las cuales Cuba “no será responsable”, guerras que comenzarían inevitablemente en las zonas más agrestes e inaccesibles del campo: el Che Guevara nunca creyó en la guerrilla urbana.
Ángel Rama escribió en Marcha que aquel fue un “discurso profético”: “Todos vimos pasar una historia futura que se desmorona sobre nosotros en forma implacable”.

Algo que cuidar

Guevara llegó a Montevideo el 17 de agosto de 1961 para hablar en la Universidad. César Batlle Pacheco, integrante del Consejo Nacional de Gobierno, pidió que se lo declarara “indeseable” porque el mismísimo “Mincho” Martincorena era un santo al lado de “un señor que ostenta en su vida 580 o 590 asesinatos conocidos”.
Una multitud entusiasmada fue al paraninfo a oír al Che pregonar la revolución.
Según una reproducción que hizo años después Cuadernos de Marcha –en 1967- el discurso de Guevara fue interrumpido 39 veces por el público: 30 por “aplausos”, tres por “gritos”, dos por “aplausos prolongados”, tres por “grandes aplausos” y una por “silbidos”: reforma agraria (aplausos), créditos de la Unión Soviética (grandes aplausos), bloqueo norteamericano (silbidos). En cambio, hubo un extenso pasaje que transcurrió en silencio. Sin interrupciones.
Dijo:
“Y nosotros –les podrá parecer extraño que hablemos así, pero es cierto- nosotros iniciamos el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco América (...) y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas.
Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en el Uruguay (...) De tal forma que eso es algo que no se logra, ni mucho menos, en los países de América.
Ustedes tienen algo que cuidar, que es precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas, la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya explotación del hombre por el hombre”.
Recién ahí el público volvió a aplaudir. Pero sobreponiendo su voz a los aplausos, el Che siguió: “...lo que no en todos lados sucederá lo mismo, sin derramamiento de sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.
Ni El Día, ni El País, ni Marcha reprodujeron este pasaje.
Para unos, la cita no coincidía con la imagen de “fiera ensangrentada” que habían publicitado. Para otros, era muy incómoda porque ya comenzaba el coqueteo con la lucha armada; demoler la democracia uruguaya era la consigna.
Unos y otros apostaban a la radicalización. Todo era blanco o negro.
Nada de lo que nos pasó fue casualidad.

Ingenuo y equivocado

Cuando Guevara se iba de la Universidad se oyeron disparos. Las balas, con seguridad destinadas a matar al Che (se ha acusado a la CIA del atentado) asesinaron a Arbelio Ramírez, un profesor de historia de 43 años.
El atentado, que nunca se aclaró, sirvió a la izquierda radicalizada para sepultar en el olvido el llamado del Che a cuidar la democracia uruguaya. Apenas un año y diez meses después de su discurso en la Universidad, los tupamaros asaltaban un club de tiro en Colonia Suiza en procura de armas para su revolución.
No había ninguna dictadura en Uruguay. Tampoco era presidente Jorge Pacheco Areco, como se le ha hecho creer a los jóvenes. El gobierno seguía siendo colegiado, con mayoría del Partido Nacional y presidido por Daniel Fernández Crespo.
El líder tupamaro Mauricio Rosencof dijo en aquella nota en la revista Tres que él ya sabía que el Che no apoyaba la lucha armada en Uruguay. Pero él seguía a Raúl Sendic, que ya soñaba con ella ¡a mediados de los años 50!
Eleuterio Fernández Huidobro ha dicho que la visión del Che sobre Uruguay era equivocada e ingenua.
Qué curioso. A juzgar por los resultados a la vista, yo pensaba que los que se habían equivocado eran otros.
Por que la lucha armada en Uruguay demostró ser “un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional” y cuyas consecuencias aún estamos pagando. No había una dictadura que lo justificara, como advirtió el Che en la Universidad. La democracia era la misma que hoy, con una sola diferencia.
En aquellos años 60, para que los montevideanos pudieran ver un ejemplo vivo de miseria había que traer a un cañero desde Artigas: por eso Sendic organizaba las marchas cañeras.
Hoy, luego de la revolución tupamara y todo lo que vino después, con Rosencof, Mujica y Fernández Huidobro en el gobierno, para ver pasar la miseria basta con pararse cinco minutos en cualquier esquina.

Publicado en el diario Plan B el 12 de octubre de 2007.

6.10.07

Corre, Ñato, corre

¡Vade retro! Acusan a Fernández Huidobro de venderse a la derecha por atacar a la burocracia, lo mismo que Ignacio de Posadas.

En Uruguay no existe la izquierda fuera del Frente Amplio. Wilson Ferreira era de derecha. Hugo Batalla era de izquierda pero un día se hizo de derecha. Pepe Batlle, Domingo Arena y Grauert: todos de derecha. El sinónimo de Frente Amplio es “la izquierda”.
La gran novedad es que ahora también se puede ser de derecha dentro del Frente Amplio.
El nuevo integrante de la derecha uruguaya es el senador Eleuterio Fernández Huidobro. Está dicho en un artículo publicado en Brecha a propósito de su alejamiento de los Tupamaros. La nota incluye un largo análisis del docente en ciencias políticas Álvaro Rico, el único analista entrevistado en el artículo, que explica qué hay detrás de la renuncia de Fernández Huidobro.
El análisis de Rico es el siguiente: el alejamiento de Fernández Huidobro del MLN era previsible porque el ex guerrillero ya había girado hacia la centro-derecha. ¿Por qué? Porque Fernández Huidobro ahora sostiene que los principales problemas del Uruguay son su desmesurada burocracia, la chatura cultural y la forma de hacer política. Y eso coincide con lo que dice la derecha. Incluso, qué horror, qué espanto, Fernández Huidobro coincide con Ignacio de Posadas en denunciar a la burocracia excesiva como un gran problema nacional. ¡Eso ya es demasiado!
Eleuterio Fernández Huidobro: confiese que se vendió a la derecha. ¡Confiese! ¡Confiese!

Herejía y jogging

Rico no es un analista más: es uno de los docentes seleccionados en los cursos de historia reciente implementados por el gobierno. Su análisis es revelador de cómo piensan muchos académicos e intelectuales de izquierda en Uruguay.
Que dos políticos tan diferentes como Fernández Huidobro y De Posadas coincidan en denunciar un mismo problema del país, debería al menos llamar la atención. ¿No será que la burocracia efectivamente es un problema grave?
Para Rico, está claro que no.
En cualquier país civilizado del mundo, la coincidencia entre políticos de signo opuesto debería ser festejada como una oportunidad para buscar respuestas comunes a los problemas, soluciones de consenso y de fondo. En Uruguay no. En el análisis de Rico y de miles que razonan como él, la mera coincidencia con el adversario político ya es motivo suficiente para descalificar a quien se atreve a admitir semejante herejía. (¡Confiese Fernández Huidobro!, ¡Confiese!).
Con ese modo de pensar, es imposible el acuerdo entre distintos sectores políticos. Es izquierda o derecha. Blanco o negro. No en vano Uruguay carece de políticas de Estado en todos y cada uno de los temas de importancia.
Rico en Brecha lamenta que Fernández Huidobro centre su atención en asuntos como la excesiva burocracia, y no denuncie los conflictos económicos y de poder. Dice: “No se trata de negar la incidencia de los factores culturales, pero a un hombre de izquierda se le debe exigir otro análisis. Lo que hace es desideologizar todo, no hay choque de intereses y el problema es el individuo que no puede consigo mismo”.
Según entiendo, para Rico las personas de izquierda son más lúcidas: por eso hay que exigirles “otro análisis”. Entonces es raro que él, que es un auténtico izquierdista, no vea que detrás de la excesiva burocracia sí hay “choques de intereses”, conflictos económicos y de poder.
La burocracia tiene poder. ¿O es casualidad que en Uruguay un basurero y un portero de Ancap ganen mucho más que un maestro?
La burocracia plantea un conflicto económico: se come una gran parte del dinero del Uruguay. Un ejemplo como hay millones: el mismo día en que se publicó el análisis de Rico, el vicepresidente Rodolfo Nin Novoa informó que la guardería del Palacio Legislativo, que atiende a un reducido número de hijos de burócratas privilegiados, gasta más de 600.000 dólares año.
También hay “choques de intereses”. Cada vez que importamos petróleo, Uruguay se desangra y la burocracia de Ancap engorda. ¿Por qué será que nunca hemos desarrollado ninguna alternativa energética propia, salvo la construcción de las represas hidroeléctricas, todas levantadas por dictaduras?
Para Rico, el nuevo Fernández Huidobro, el Ñato light, “desideologiza todo”. Ése es otro gran pecado. (¡Confiese Fernández Huidobro! ¡Confiese!). Lo mejor es no “desideologizar” nada. La ideología ante todo. En Uruguay una idea nunca es buena o mala, es de derecha o de izquierda.
Hace algunas semanas el diario izquierdista francés Liberation publicó un artículo titulado: “¿Hacer jogging es de derecha?”. Liberation se hace la brillante pregunta porque el nuevo presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, es de derecha y le gusta salir a correr. Una especialista consultada por Liberation dijo: “el jogging, por supuesto, está del lado del resultado y del individualismo, valores tradicionalmente atribuidos a la derecha”. Correr “más que un modo de andar es un modo de pensar”. Mitterrand caminaba. Caminar es de izquierda. Correr de derecha. Luchar contra la burocracia es como hacer jogging: derecha pura.
Uno no sabe qué es peor: si el cinismo de la derecha que nos quiere vender este mundo cada vez más desigual como un paraíso mággico, o la incapacidad de la izquierda para proponer una alternativa, algo que no sea el mismo discurso maniqueo de siempre.

Solo en la tatucera

Lo peor es constatar que una vez que Fernández Huidobro emprende una guerra sensata, sus posibilidades de ganar son las mismas de siempre: ninguna.
A la enorme burocracia uruguaya la criaron y la cebaron colorados y blancos, pero cuando (muy tarde) se dieron cuenta de que el monstruo había cobrado vida propia, que su apetito es insaciable, y tímidamente quisieron enfrentarla, fue el Frente Amplio el que acudió a su rescate.
El Frente Amplio llegó al poder con el voto agradecido de la burocracia. Fernández Huidobro debería contar cuántos miembros de la privilegiada burocracia uruguaya están sentados en el Parlamento y en los directorios de las empresas públicas en representación del Frente Amplio. (¡Cuente Fernández Huidobro! ¡Cuente!).
Mientras el Ñato libra su nueva guerra, solitaria como siempre, su gobierno está designando miles y miles de nuevos burócratas. Y aumentando los impuestos a un buen porcentaje de trabajadores para poder cerrar las cuentas.
A pesar del cambio prometido, a pesar de todo el entusiasmo que provocó en 2004 el triunfo del Frente Amplio, las opciones a las que se afilian hoy los uruguayos siguen siendo las mismas dos de toda la vida: conseguir un puestito en el Estado o emigrar. Al final Liberation tenía razón: los que consiguen un puesto en el Estado se hacen de izquierda: comienzan a caminar tranquilos por la vida. Los que no, debemos ser de derecha porque corremos. Corremos para llegar a fin de mes. Corremos para pagar la nafta más cara del mundo. Corremos para pagar el IRPF. Corremos para pagarle a los burócratas. Corremos lejos. Hasta España no paramos.

Publicado por Leonardo Haberkorn en Plan B, 31 de agosto de 2007

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