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8.6.09

Whisky Ancap: una metáfora del desarrollo latinoamericano

Hace cien años que el estado uruguayo se propuso inventar un carburante nacional en base a alcohol. Nunca lo logró y en su lugar terminó fabricando whisky.

"Una manga de ladrones del primero hasta el último". En aquella entrevista que se hizo famosa en 2002 por aquel exabrupto luego enjuagado en lágrimas, el entonces presidente de Uruguay Jorge Batlle también dijo otra cosa: no podía ser que el Estado uruguayo perdiera millones de dólares por fabricar whisky.
Ese año el déficit fue de 2,7 millones de dólares.
La historia de cómo el Estado oriental llegó a tener su propio whisky es toda una metáfora del desarrollo al estilo latinoamericano. En ella se destilan tres ingredientes principales: los vaporosos anhelos de un presidente que soñó con que Uruguay tuviera un combustible propio, el brazo todopoderoso de las multinacionales del petróleo y el gusto por el whisky que distingue a los uruguayos.

Movido a alcohol

Todo comenzó casi cien años atrás, cuando el presidente era el tío abuelo del explosivo Jorge Batlle.
José Batlle y Ordóñez, el más influyente de los gobernantes uruguayos, creía que el alcohol sería el combustible del futuro. Pensaba que sustituiría al petróleo. Soñaba con un "carburante nacional" que le diera independencia económica al Uruguay.
En 1912 creó el Instituto de Química industrial, una dependencia estatal a la que le encomendó desarrollar un combustible en base a alcohol. La misión era clave para un país que hasta hoy nunca encontró una gota de petróleo propio.
Entrevistada en su escritorio de la Facultad de Humanidades de Montevideo, la historiadora María Laura Martínez relató que en 1917 se comenzaron a hacer pruebas de diversos combustibles que mezclaban alcohol y nafta, y ya en 1923 se consiguió fabricar uno que funcionaba. Ese año se hicieron diversos ensayos exitosos: el auto del propio presidente Batlle y Ordóñez, un Renault, y los de otros importantes políticos (un Buick, un Ford y un Studebaker) fueron movidos con un carburante local que mezclaba alcohol y nafta en mitades.
Sin embargo, cuando el éxito estaba al alcance de la mano, las experiencias se suspendieron. La historiadora Martínez dice: "El proceso se diluyó a pesar de que los resultados parecían haber sido satisfactorios".

Una idea brillante

En 1931, Batlle y Ordóñez (que había fallecido en 1929) tuvo más suerte con otro de sus sueños. Ese año se creó Ancap, una empresa estatal a la que se le confiaron tres monopolios: la refinación de petróleo, la destilación de alcohol y la elaboración de portland.
Que el Estado tuviera el monopolio alcoholero era un viejo sueño de Batlle y Ordóñez, quien creía con enorme entusiasmo en las virtudes de las empresas públicas. Pretendía que las ganancias del negocio no escaparan al exterior, y también mejorar el precio que se le pagaba a los agricultores por los cultivos empleados para hacer alcohol.
Cuando se creó Ancap, se le volvió a encomendar que desarrollara un combustible uruguayo que, basándose en el alcohol, fuera capaz de sustituir al petróleo.
Como esas investigaciones se suponían caras y deficitarias, se tuvo una idea explosiva: que Ancap fabricara bebidas alcohólicas cuya venta dejara ganancias que permitieran financiar el desarrollo del carburante nacional.
El tema se discutió en el Parlamento. El entonces diputado y futuro presidente Luis Batlle Berres (sobrino de Batlle y Ordóñez, padre de un niño llamado Jorge Batlle) dijo en la Cámara que había que apostar al alcohol, "un combustible líquido cuya producción depende únicamente de la capacidad agrícola del país".
Pero el diputado socialista Emilio Frugoni exhibió su temor de que el alcoholismo -ese "terrible flagelo social"- se propagara como consecuencia de que el Estado fabricara y promocionara sus propias bebidas alcohólicas.
A Frugoni le respondió el diputado Arturo González Vidart: con el Estado controlando la industria alcoholera, se podría llevar al público a una "evolución de las costumbres" en el beber. El Estado haría que los orientales comenzaran a tomar más vino, cerveza y jugos de fruta "en lugar de líquidos destilados de alta graduación alcohólica".

Carburante no, whisky

Una parte del plan se cumplió a la perfección. En 1932 Ancap ya estaba fabricando sus propias bebidas alcohólicas. Se empezó por la grapa. En 1934 se sumó la caña. Las bebidas eran de buena calidad, una novedad en el mercado uruguayo. En 1936 ya se fabricaba toda la caña y la grapa que se consumían en el país y hasta se exportó a la Argentina.
Pero la segunda parte del plan se olvidó por completo. La historiadora Martínez, que ha estudiado el asunto, explicó que Ancap nunca intentó desarrollar un combustible basado en el alcohol. En 1939, el gobierno intervino la empresa y el interventor, el coronel José Trabal, fue categórico en su dictamen: "Ni siquiera se ha estudiado jamás, con alguna base seria, el problema vital del Carburante Nacional". Trabal, según recoge Martínez en sus investigaciones, acusó a Ancap de haber "defraudado el interés nacional".
Pero la intervención de Trabal concluyó y nada cambió. Ancap siguió importando petróleo y refinándolo, repartiéndose el mercado con las grandes empresas petroleras, con las cuales había firmado acuerdos secretos. "Uno tiene que ser cuidadoso con las conclusiones que saca, pero yo creo que aquí hubo un problema de intereses", dice la historiadora.
En 1942, el gobierno volvió a reclamarle a Ancap que hiciera un carburante nacional en base a alcohol porque el petróleo escaseaba como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero el entonces gerente general de la compañía, Carlos Vegh Garzón, consideró que no valía la pena. Sus excusas se revelan hoy como falsas para el análisis histórico. Dijo que faltaba materia prima, pero bien se podía plantar más cereales o comprarle maíz a la Argentina, que tenía grandes excedentes que vendía a bajo precio.
"A uno le queda la sensación de que siempre hubo un entramado de intereses que no dejaron que el carburante nacional funcionara", insiste la historiadora Martínez.
En aquellos años un uruguayo llamado Alejandro Muzzolón había inventado un carburador especialmente diseñado para funcionar con una mezcla de alcohol y nafta. Este ingenio fue probado con éxito, pero nunca pudo ser fabricado en serie debido a la oposición de las petroleras y la desidia de las autoridades uruguayas. Muzzolón escribió un libro contando su pesadilla. Allí narra que un jerarca de Ancap le confió una vez: "No podemos hablar del alcohol carburante porque es mala palabra".
En cambio, lo que nunca se detuvo fue la fabricación de bebidas alcohólicas. Convertida ya en un fin en sí misma y sin ninguna vinculación con el olvidado carburante nacional, la producción siguió adelante.

Whisky sanitario

La tercera parte del plan tampoco salió del todo bien. Si bien el estándar de calidad que se fijó Ancap ayudó a que la producción local de licores mejorara, el Estado no logró que los uruguayos bajaran su alto consumo de bebidas de alta graduación alcohólica, whisky en particular, un hábito que aún hoy continúa.
Hoy se bebe más whisky en Uruguay que en cualquier otro país del Cono Sur. En América del Sur, los uruguayos solo son superados por Colombia y Venezuela, que hoy compite por el primer puesto en todo el mundo.
En promedio cada uruguayo toma bastante más de un litro de whisky por año. El país tiene tres millones de habitantes y en 2008 se vendieron 4,4 millones de litros de whisky en almacenes, autoservicios, supermercados y bares en localidades de más de 5.000 habitantes, dijo Gustavo Rodríguez, de la consultora Id Retail, que monitorea el mercado de bebidas espirituosas.
Pero Rodríguez explicó que el consumo real es aún mayor, porque estas cifras no toman en cuenta lo que se vende en los free shops de las localidades fronterizas, como el Chuy. Estas tiendas tienen prohibido vender a los uruguayos, pero lo hacen en forma habitual. "Y por cada botella que se vende en un bar o un supermercado, se venden diez en los free shops", dice Rodríguez.
Este altísimo consumo de whisky tiene una explicación lógica según Celso Domínguez, propietario de la licorería Los Domínguez, la más tradicional de Montevideo.
"Las bebidas alcohólicas que se fabricaban en Uruguay siempre fueron de muy mala calidad, insalubres en muchos casos. El vino era malo, artificial. Los padres y los abuelos de los bodegueros que hoy ganan medallas iban presos dos por tres por las chanchadas que se mandaban", relata. "Entonces, ante ese panorama, el público se refugió históricamente en el whisky importado".
Por eso, el consumo de whisky en Uruguay es mucho mayor que en el resto de los países de la región. "En Argentina –continúa Domínguez- siempre hubo buen vino, buena ginebra, buen fernet, por eso el consumo de whisky siempre fue mucho más bajo".
Con ese panorama, no fue raro que Ancap comenzara a fabricar whisky, además de caña, grapa y cognac. La primera partida se vendió en 1946. (Un par de años más tarde también se comenzó a producir ron).
Hubo algunas críticas, pero la empresa siguió adelante. Silvio Moltedo, vicepresidente de la compañía en 1953, dijo entonces: "A veces se toma el término de ‘bebidas destiladas’ como una mala palabra para la institución, pero debemos hablar claro. Si la Ancap no fabrica bebidas destiladas, las bebidas destiladas vienen del extranjero y se venden dentro del país, y si no vienen del extranjero por la aduana, vienen de contrabando, sin tener más finalidad que la del lucro. Por el contrario, si las bebidas destiladas las hacemos desde el Estado, tienen como finalidad básica y primordial que (…) sean higiénicas porque nos interesa primero la salud del consumidor y después evitar que haya fuga de divisas".
En aquellos años de vacas gordas, la fabricación de brebajes alcohólicos estatales no era una rareza: era la expresión de un modelo que veía al Estado participando en toda actividad económica. El hoy diputado del Frente Amplio Juan José Bentancor trabajó décadas en la refinería de petróleo de Ancap. "Fabricar whisky hoy puede parecer exótico, pero para nosotros no lo era. Ancap tenía también una estupenda bodega que hacía vinos y hasta una zapatería que nos reparaba el calzado a todos los empleados".

Partidas distintas

La aparición de un whisky barato y condiciones sanitarias garantizadas por el Estado fue un éxito comercial y las ventas crecieron: de 3.000 litros en 1960 se pasó a 332.000 en 1970.
Había dos marcas: el Añejo se hacía con maltas uruguayas, el Mac Pay con escocesas.
No era fácil hacer whisky en una dependencia del Estado. Respetando las normas que rigen a la administración pública, las maltas escocesas usadas para elaborar el Mac Pay se importaban mediante licitaciones a quien ofrecía el mejor precio en cada ocasión.
"Eso hacía que tuviéramos muchos altibajos, no lográbamos la uniformidad del producto, las partidas no eran todas iguales", recuerda Ricardo Petrone, quien trabajó en la fábrica entre 1983 y 2008, primero como gerente de comercialización, luego como gerente general.
Petrone recordó que en los años 80 se firmó un acuerdo con una firma escocesa para que siempre proveyera a Ancap de la misma malta para hacer el Mac Pay. La calidad del producto se uniformizó y mejoró. Las ventas en 1988 llegaron al récord de 2.076.000 litros. "Pero –recuerda Petrone- teníamos unos líos tremendos con el Tribunal de Cuentas, que pretendía que volviéramos a comprar por licitación".
Para ese entonces, el whisky ya había superado a la grapa y a la caña, y se había transformado en la bebida alcohólica más vendida por Ancap. El Mac Pay llegó a ser líder del mercado.
"No es un mal whisky, su calidad es aceptable, e incluso es mejor que los escoceses más baratos", dice Celso Domínguez. "Pero la marca se impuso como líder gracias a una campaña publicitaria muy intensa y muy costosa, que pagamos todos los uruguayos con el precio de nafta de Ancap". En la voz todavía se le nota un poco de bronca.

Caipirinha estatal

El orgullo de ser el número uno no duró mucho. En los años 90 pasaron muchas cosas: el precio del dólar bajó y los whiskys escoceses se hicieron más accesibles; se crearon los free shops en la frontera; otras marcas uruguayas irrumpieron en el mercado; el Mercosur hizo que el whisky argentino Criadores entrara a Uruguay con arancel cero. Cada uno de esos factores jugó en contra y la fábrica estatal de bebidas alcohólicas comenzó a dar pérdidas.
En un intento por recuperar terreno, la compañía apeló al marketing: la grapa Ancap fue rebautizada San Remo y la caña pasó a llamarse "de los Treinta y Tres". Además, Ancap lanzó al mercado nuevos productos, como Bella Flor, con seguridad la única caipirinha estatal del mundo.
Pero los números siguieron siendo rojos. En 2002, cuando Jorge Batlle era presidente y la crisis económica puso al Uruguay al borde de la bancarrota, la fábrica de bebidas alcohólicas fue separada de Ancap y con el nombre de CABA (Compañía Ancap de Bebidas y Alcoholes) pasó a ser administrada por el derecho privado. No fue, sin embargo, una privatización ya que Ancap conservó el 100% de las acciones.
"Lo hicimos para aumentar la eficiencia", dice Pablo Abdala, entonces integrante del directorio de Ancap y hoy diputado del opositor Partido Nacional. "Además relanzamos al Mac Pay con una campaña publicitaria que anduvo bárbaro. Nos ayudó mucho que el dólar había subido mucho y encarecía mucho a los whiskys escoceses. Dejamos de dar pérdidas y hasta tuvimos alguna ganancia".
Pero en los últimos dos años el dólar volvió a bajar y los whiskys importados recuperaron terreno. Hoy, según la consultora Id Retail, Ancap retiene apenas el 8% del mercado whiskero uruguayo. Son unos 350.000 litros anuales, una sexta parte de lo que se llegó a vender en los años 80. Según Domínguez, la mayor parte de los actuales clientes de Mac Pay son bebedores que han visto caer sus ingresos y "tienen que bajar un cambio".
Petrone, el ex gerente general, se siente muy orgulloso de la calidad de cognac Juanicó que fabrica Ancap, una bebida a la que considera de primer nivel en cualquier lugar del mundo. El Mac Pay, en cambio, le parece un producto correcto y "competitivo". Sabe que cuando se creó Ancap la idea era destinar las ganancias que dieran las bebidas para financiar el elusivo carburante nacional. "Pero el propio devenir de las cosas fue modificando ese propósito. Es muy difícil obtener fondos con el margen que dejan unas bebidas que están en el mercado y deben competir con otras marcas".
"¿Este tema le interesa a alguien?, pregunta a través de su celular el presidente de la empresa, Raúl Sendic (hijo del fallecido líder tupamaro de igual nombre). Le asombra que un periodista lo interrogue por la fábrica de bebidas alcohólicas. De todos los negocios que tiene Ancap, explica, CABA es el menor. En una época trabajaron en esa dependencia casi 1.200 personas, hoy quedan apenas 60.
Pero Sendic asegura no hay intenciones de cerrar ni de vender la fábrica. "Hemos logrado estabilizarla. Venía dando pérdidas, pero el año pasado dio un pequeño superávit. Nuestro plan es seguir adelante, sin grandes inversiones".
Para el presidente de Ancap el esfuerzo por introducir un 5% de alcohol en la nafta que se vende en Uruguay es un asunto más interesante que los avatares de la pequeña fábrica de whisky.
Hace mucho tiempo que un tema dejó de estar relacionado con el otro. Para bien o para mal, Ancap ya sabe que puede fabricar whisky. Lo del alcohol carburante, en cambio, hace un siglo que está por verse

Reportaje de Leonardo Haberkorn publicado el domingo 12 de abril de 2009 en la revista C, suplemento dominical del diario Critica de Buenos Aires, y en la edición de mayo del mismo año de la revista uruguaya Bla. Incluido en el libro Historias uruguayas

Historias uruguayas, libro de Leonardo Haberkorn
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4.5.09

Salsa charrúa

Los charrúas fueron una nación de cientos de miles de individuos organizados democráticamente. Eran respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Conocían la agricultura y tenían altos conocimientos musicales, médicos y matemáticos. Levantaron decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto. Eso, al menos, es lo que sostienen dos obras de reciente publicación, una de ellas auspiciada por el gobierno. Ambas han provocado gran polémica entre los científicos, que temen que esa "Charrulandia" llegue a las escuelas.


Hubo un tiempo en que, prácticamente, no se los consideró humanos. Rodolfo Maruca Sosa, en su libro La Nación Charrúa, cuenta que un historiador escribió que tenían “ojos de expresión animal”. Otro sostuvo que “marchaban en bandas como los lobos”.
También en Tabaré, Juan Zorrilla de San Martín les negó la condición de humanos. Hijo de una española y un charrúa, Tabaré es una criatura especial:
“¡Extraño ser! ¿Qué razas da sus líneas a ese organismo esbelto?
Hay en un cráneo lugar para la idea.
Hay en su frente espacio para el genio.
Esa línea es charrúa; esa otra… humana”.

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Luego muchos historiadores, antropólogos y arqueólogos se encargaron de relativizar aquellos juicios basados, muchas veces, en descripciones de curas despechados por la imposibilidad de convertir a los charrúas, o de enemigos incapaces de vencerlos. Si se eliminaban de las crónicas las falsedades alimentadas por el odio y la subjetividad se podía ver otra realidad. Los charrúas eran pocos, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria. Pero no era cierto que no quisieran a sus hijos. Ni que no supieran reír. Eran hombres, no animales.

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Ahora dos obras recién aparecidas brindan una nueva versión. En su libro El pueblo jaguar, el geógrafo Danilo Antón sostiene que los charrúas fueron cientos de miles. Que conocieron la agricultura, el calendario y dieron gran importancia a la mujer. Que tenían una sociedad democrática y ética.
Por otra parte, en una serie de fascículos titulados El laberinto de Salsipuedes, publicados por el diario La República, el periodista Rodolfo Porley habla de una cultura de alta espiritualidad, respetuosa del medio ambiente, dueña de un complejo conocimiento matemático y que construyó cientos de monumentos de piedra, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”.

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¿Cuántos eran?

Antón tiene 57 años y es un geógrafo y geólogo reconocido, con libros traducidos a varios idiomas. Vivió en muchos países y fue en Canadá –asesorando proyectos gubernamentales de ayuda al tercer mundo- donde comenzó a interesarse por la historia y por los indígenas.
Desde entonces ha publicado tres libros de tono revisionista sobre la historia uruguaya. El primero –Uruguaypirí- dice: “Los amos, los opresores, los tiranos, los genocidas y los torturadores han gozado de una total impunidad en la versión oficial de la historia, vanagloriados en cientos de calles, monumentos, ciudades, departamentos. Los luchadores, los patriotas, los libertarios fueron ignorados, vilipendiados, menospreciados, eliminados por una conspiración de personas ilustres: de ‘historiadores’, de ‘doctores’, de ‘poetas’, de ‘patricios’, de ‘generales’ y de ‘escritores’. El público le ha respondido: desde 1994 ya se han publicado seis ediciones de Uruguaypirí.
Ahora, en su nueva obra, Antón ha centrado su atención en los charrúas: “No es un libro de historia o de antropología, es un ensayo con aspectos literarios mezclados con otros históricos y antropológicos”. El libro se llama El pueblo jaguar y también habla de una conspiración.

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Eran muchos y conocían la agricultura

El dato hasta hoy tenido por cierto, respecto a que los charrúas nunca fueron más que unos pocos miles, es para Antón fruto de “un profundo racismo inconsciente”.
Antón razona comparando la población de pueblos nómades africanos y concluye que los charrúas fueron “por lo menos unos 100.000”. El autor sostiene que la riqueza de esta tierra permitía alimentar esa población sin problemas. Además –contra toda la cátedra- afirma que los charrúas conocían la agricultura. “Los pueblos del sur poseían una sabiduría agrícola extendida y de alta sofisticación”. “Hay numerosos indicios que muestran que en muchos lugares de nuestro país se practicaba la agricultura rutinariamente. Se plantaba maíz, los porotos, el zapallo, la mandioca (…) La aptitud agrícola de los charrúas y otros pueblos pampas está documentada y ratificada por el sentido común”.
Si los charrúas no se dedicaban de lleno a los cultivos era porque “la comida era tan abundante que se podía prescindir de la agricultura”. Y si bien reconoce que no hay “descripciones concretas de cultivos en las aldeas charrúas” eso se explica porque plantaban en “pequeñas chacras escondidas en los montes”.
Como existen referencias de que comían brotes de ceibos, Antón dice que “es de imaginar que los charrúas debían plantar ceibos en las zonas bajas y costas donde residían”. Este concepto está presente también en la obra de Porley, que afirma que “el río Yi conserva en sus montes la flora que nuestros indígenas supieron cultivar y cosechar a su manera”. Eduardo Abella, otro divulgador de lo charrúa citado por Porley, habla de una “agricultura invisible”.

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Eran pocos y no conocían la agricultura

Para el antropólogo Daniel Vidart hablar de 100.000 charrúas es disparatado. “No hay ningún documento que lo avale. ¡Y si hubieran sido 100.000 acá nunca hubiera bajado un gallego: habrían acabado con todos!”
El catedrático de antropología de la Facultad de Ciencias, Renzo Pi Hugarte, coincidió con Vidart. “Los charrúas eran cazadores recolectores. Y si nos atenemos a la proporción de cazadores recolectores que pueden subsistir en un espacio, en la antigua Banda Oriental no debieron pasar nunca de 5.000. La base técnica que fundamenta estas economías no permite poblaciones grandes. Acá no había ganado y si hay que vivir de cazar un carpincho o un apereá, se necesitan muchos kilómetros cuadrados para sobrevivir. Además, todas las poblaciones eran más chicas. Cusco, que era un centro urbano importante, basado en una agricultura extensiva, probablemente nunca tuvo más de 25.000 habitantes”.
Para Pi, los charrúas “decididamente no conocieron la agricultura. Abundan los documentos que lo demuestran. Además, donde hubo agricultura, se encuentran rastros. Por ejemplo, se habla de que se cultivó la mandioca, que en su estado natural no es comestible. Los indios de la selva aprendieron a rallarla y a poner su pasta al sol o al fuego, para que se evapore un elemento venenoso que contiene. Pero ese proceso supone la existencia de ralladores y exprimidores. Y acá nunca se ha encontrado ninguno”.
Tampoco Vidart comparte lo señalado por Antón y Porley. “Todo indica que de ninguna manera conocían la agricultura. No hay ninguna prueba que permita pensarlo”. Lo mismo sostuvieron el investigador Eduardo Acosta y Lara y el arqueólogo Jorge Femenías: “Todas las fuentes y los datos lo niegan”.
Antón insistió: “Siendo tan fácil cultivar el maíz y siendo un cultivo que existía desde Canadá hasta el sur, ¡no cabe en la cabeza de nadie que no supieran cultivarlo! ¡No es posible!”.

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Democracia ecologista

Antón sostiene que la sociedad charrúa tuvo “carácter democrático” y un fuerte componente ético. Estaba organizada en un “sistema político basado en la libertad de los individuos y las comunidades”. En ella “la función que cumple la mujer es esencial, su participación en la toma de decisiones es predominante, y los sistemas espirituales están claramente influidos por esta situación de predominio femenino”.
Luego, sostiene Antón, la llegada de los españoles cambió las cosas. “El pueblo charrúa invadido fue obligado a cambiar radicalmente su modo de vida y a llevar una existencia guerrera”. Por eso se hicieron nómades por necesidad y “a partir de ese momento los roles centrales recayeron en los varones”.
Antón también sostiene que charrúas tuvieron “formas de relacionamiento con los ecosistemas muy sofisticadas y armónicas” que “permitieron mantener la riqueza y fecundidad de sus territorios”. Incluso para Porley el “nomadismo” charrúa “probablemente consistía en una movilidad sistemática para un manejo de ecosistemas en áreas mucho más extensas que las que nos hemos habituado a concebir. Tenían, dice, una gran “sabiduría ecológica”.

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Vidart y Pi Hugarte creen que no se puede hablar de democracia charrúa. “La vida en la sociedad tribal –explicó Pi- es bastante igualitaria, pero hay imposiciones de unos sobre otros. El respeto por la palabra empeñada, que puede considerarse un principio ético, es natural en todos los pueblos que no escriben, no es exclusivo de los charrúas. Y no es seguro que tuvieran una ética elaborada, como filosofía de vida”.
Para Vidart “hablar de democracia entre los pueblos cazadores es una extrapolación peligrosa. Hay sí igualdad, un sentido muy acendrado de la ayuda mutua, pero no democracia, porque ella entraña la existencia del pueblo, los poderes y una organización constitucional que no existía”.
Ambos antropólogos rechazaron también que los charrúas se hicieron guerreros debido a la invasión europea: “Ya antes guerreaban contra otros grupos, es indudable. No eran pacíficos”.
Pi descartó que la conquista haya alterado el rol de la mujer charrúa. “Tenía un rol sometido como en casi todas las sociedades de ese tipo, donde la mujer es un animal de carga, o se encarga de pulir piedras o cerámicas. Son muy pocos los pueblos donde la mujer participaba en asambleas decisorias. Han existido, pero no hay ninguna referencia de que haya sido aquí. Pensar otra cosa es una extrapolación con la idea de hoy de feminismo”.

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Sobre las cualidades ecológicas de los charrúas las diferencias de enfoque son notorias. Para Antón “el camino charrúa es por sobre todas las cosas un camino de la naturaleza. Un camino de respeto a la vida, de amor a los ríos, a los montes, a las praderas, a los cerros de piedra sagrados, es un camino que nace cada invierno cuando las siete estrellitas anuncian el regreso del sol. Es el camino de la madre, de la abuela tierra, un camino pradera, un camino-mujer”.
Pero para Pi hablar en esos términos es hacer “otra extrapolación con conceptos que no existían entonces”.
“La idea de que los indios protegen a la naturaleza –señaló- es totalmente errada y falsa. Si ellos hubieran tenido nuestra técnica, destruyen la naturaleza igual que nosotros. Déle una sierra mecánica a un indio selvático que vaya a hacer un plantío de mandioca y va a ver como liquida el monte en un santiamén. Lo que pasa es que sin sierra mecánica no es tan fácil cortar esos árboles”.
Para Vidart “los pueblos mal llamados salvajes administran muy bien el patrimonio de los ecosistemas pero no son ambientalistas y también hacen daño en la naturaleza”.

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Año nuevo charrúa

Hay otras diferencias entre Antón y los antropólogos. Para Antón “es seguro que los charrúas basaban su calendario en las fases de la luna (...) y es probable que festejaran su fin de año inmediatamente después del solsticio de invierno, alrededor del 23 o 24 de junio”.
Para Pi ése es un error. “Conocer el movimiento de los astros es un logro de los mayas, pero no de los indios de acá. Un calendario supone conocimientos complejos que son propios de los pueblos con una agricultura avanzada”.
Vidart pide pruebas: “Sería muy interesante saber cómo se ha llegado a determinar que había un calendario charrúa y una fecha de año nuevo. Yo no conozco ningún elemento”.
Porley también señala un alto conocimiento matemático charrúa (“el pensamiento matemático charrúa emparentado con una cosmovisión en códigos conjuntos cuaternarios, similares a los de varios pueblos amerindios, africanos y asiáticos, con capacidad de contar hasta mil o más”) desconocido hasta hoy por la ciencia.

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Valle del hilo de la vida

Pero el aspecto más promocionado de los fascículos de Porley es el descubrimiento de cientos de construcciones de piedra indígenas, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”. El periodista da cuenta de que en pocos días realizó decenas de hallazgos: “No hubo necesidad de tocar nada para reconocer rastros de culturas indígenas en cada sitio (…) Más parece necesario tener el corazón expuesto”.
Entre los hallazgos, Porley destaca dos conos de tres metros de altura, construidos con piedras sólidamente estructuradas entre sí.
Ambos parecen haber sido ya descritos en 1949, en una historia de Minas, en la cual Santiago Dossetti apuntó que en los valles cercanos a esa ciudad “hay todavía hornitos o parrillas donde los españoles tostaban el material para separar la pepita áurea del cuarzo”.
Pero Porley descarta rápidamente esa explicación. “Prácticamente todo revela origen indígena”, dice. Aunque elude decir directamente que los conos –a veces llamados “pirámides” o “conos piramidales”- fueron levantados por los charrúas, lo da a entender varias veces. “Descubren más de un centenar de conos pétreos en esta Tierra Charrúa”, dice el título de uno de los fascículos, acompañado por la foto de uno de ellos. En otra oportunidad afirma: “Esos mismos cerros donde se han localizado las construcciones fueron los sitios preferidos para los ejercicios espirituales practicados a cielos abiertos por la cultura charrúa”.
Porley bautiza el sitio donde se encuentran los conos como “Valle del Hilo de la Vida”. Caminar allí le produjo a él y a sus acompañantes “cierta sensación de serenidad, pero que a la vez tenía algo de estimulante. Allí las voces suenan limpias. “Comenzamos a sentir que encontramos el anfiteatro más apropiado para la música de espiritualidad charrúa”. Un “pedagogo especializado en yoga” comentó que “sutiles energías presentes en el lugar, intentando mantener vivo en nuestros corazones cierta conexión con los antiguos pobladores de estas tierras”.
Además “hay quienes percibieron un aire ‘andino’ en estas singulares petroconstrucciones conoides (…) Expertos franceses le hallaron semejanzas con las estelas funerarias del Tíbet”.

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Catedral Pétrea Charrúa

Porley también encontró un cerro “que en el corazón de Salto es asiento de la Catedral Pétrea Charrúa”. El lugar, dice, alberga decenas de amontonamientos de piedra indígenas y una catedral charrúa con “naves” y “columnatas”. La foto de las supuestas columnas de la catedral se luce en la tapa de otro de los fascículos.
El periodista dice que las “columnatas” “parecen ser parte de la estructura del mismo cerro” pero también “hay bloques que parecen haber sido colocados”. Según concluye la obra charrúa está realizada “en indescifrable simbiosis con la estructura rocosa del tal cerro sagrado”.
Charrúas, charrulandia
La supuesta catedral charrúa.
“Es tan fuerte el impacto de una simbiosis de estructura natural con arreglos de mano indígena que –agrega- es muy difícil no pensar que todo el cerro fue construido o que el logro de tal combinación potenció uno de los santuarios charrúas más intensos”.
Porley, que a lo largo de si obra cita repetidamente a Pi Hugarte y a Vidart, así como a Femenías, también atribuyó a los indígenas haber levantado decenas de supuestos dólmenes y otros “monumentos megalíticos” que vinculó con hallazgos arqueológicos europeos y con los de San Agustín, en Colombia.

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Charrulandia

A Femenías algunas personas lo han felicitado por aparecer en los fascículos de Porley, y a Pi Hugarte también.
Pi, que tiene 62 años, recibió una carta de una ex compañera de liceo a la que no ve desde entonces. La misiva dice: “Cuánto me alegra saber que estás luchando por la causa de nuestros queridos charrúas”. Eso lo decidió a enviar una carta a La República (el 7 de febrero) aclarando que “no comparto las tesis sostenidas por Porley a propósito de las antiguas culturas indígenas del Uruguay”.
El mismo día, en El Diario, Vidart denunció la existencia de una “guerrilla fundamentalista” empeñada en recrear una “fantasmagórica y a la vez totalitaria Charrulandia”.
“Lo malo es que hoy, cuando la arqueología y la antropología general han avanzado tanto, un sector contestatario de indiófilos criollos propone explicaciones que vacían de sentido las conquistas de la razón y los avances del conocimiento. Esta actitud, que conlleva un acre repudio a la Universidad a la par que supone un retorno a la Tradición de los Antiguos, ha hecho pie en un sector inconformista del colectivo uruguayo. Antes la madrina de los dislates era la ignorancia: hoy lo es el afán de revivir la sabiduría infalible de los benditos analfabetos”.

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Para Vidart no hay nada nuevo cuando se habla de los amontonamientos de piedra que los charrúas realizaron en los cerros. Es conocido y ha sido referido por decenas de autores desde el siglo pasado. Estos rústicos amontonamientos fueron llamados “vichaderos”, porque se creía que los indios los usaban para vigilar los alrededores. Luego –como creen Vidart y Pi Hugarte- se impuso la idea de que eran sitios destinados a prácticas chamánicas. “Allí se hacen mil heridas en su cuerpo y sufren una vigorosa abstinencia hasta que se les aparece en su mente algún ser viviente, al cual invocan en los momentos de peligro como un ángel de la guarda”, relató el criollo Benito Silva que en 1825 vivió entre los charrúas.
“Lo que hacían era buscar lo que hoy llamaríamos un estado de conciencia alterada a través del sufrimiento, el dolor, el ayuno”, explicó Pi.
Sin embargo, hasta hoy solo Daniel Granada, en su Vocabulario rioplatense razonado de 1896, había consignado la existencia de amontonamientos de piedra de hasta tres metros. Por lo demás, los conos fotografiados por Porley lucen más sólidos y prolijos que los amontonamientos hasta hoy conocidos. “Tengo serias dudas de que sean indígenas. Pueden ser hornos para quemar cal o para fundir metal, lo que los pondría en la época de la colonia o hasta de la república”, dijo Pi Hugarte.

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El arqueólogo Femenías acompañó a Porley a ver los polémicos conos. “Es algo espectacular, nunca había visto nada así. Pero hay una referencia respecto a que eran obras mineras españolas y –aunque no parecen hornos- hay que investigarlo. Tampoco sabemos si son antiguos o modernos. Son un amontonamiento artificial de piedras y, de todas las fuentes históricas que hacen referencia a los amontonamientos indígenas, solo Granada les otorga hasta tres metros. Y uno no puede descartar todas las otras citas y quedarse con la que le conviene. No descarto que sean indígenas, pero tampoco lo puedo afirmar”.
Acosta y Lara, de 80 años, uno de los más respetados especialistas sobre charrúas, lo duda. “Fíjese que en Minas hace por lo menos 200 años que no hay indios. Si esas pirámides fueran de esa época, la gente ya las habría destruido, buscando algo adentro. Cosas así se mantienen en lugares muy aislados, pero no es el caso. No me atrevería a decir si eran indígenas o no, porque no se puede decir cualquier cosa. Todo lo que se dice fuera de la documentación es tocar la guitarra”.
En cuanto a las columnas de la catedral, Pi y Femenías coincidieron en que no son otra cosa que formaciones naturales. “En su afán por reivindicar a los charrúas, Porley cae en el mayor de los eurocentrismos, tratando de adjudicarles las mismas cosas que hacían los europeos. Aunque los charrúas no hicieran catedrales, que no hicieron porque esto es falso, su cultura igual tiene importancia”, dijo el arqueólogo que también catalogó como formaciones naturales los supuestos dólmenes.
Pi afirmó que los pretendidos vínculos con hallazgos celtas o del Tíbet no tienen sentido. Vidart coincidió: “Esas relaciones no se pueden aceptar, es muy aventurado. ¡Estamos haciendo una Charrulandia!”.
Femenías advirtió que no es tan sencillo catalogar como charrúa o indígena cualquier objeto. “¿Con qué criterio se vincula una piedra o una roca con los charrúas? De repente son naturales y tienen miles y miles de años de antigüedad: entonces no estamos hablando de los charrúas. Acá se toman todas las manifestaciones arqueológicas del país como sinónimo de charrúas y ése es un error gravísimo”.
En idéntico sentido se manifestó Vidart. “Hay quienes piensan que todo lo prehistórico es charrúa, pero no es así. Los charrúas eran parte de los pueblos pámpidos que, según parece, entraron aquí en el año 1500 antes de la era cristiana. Lo que tiene 11.000 años de antigüedad no es charrúa”.

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La luz de la Luna

Los charrúas nunca aceptaron el cristianismo. Cuando un sacerdote que acompañaba al misionero Cattáneo amenazó a un charrúa con las llamas del infierno, éste respondió: “Mejor, así no tendré frío cuando me muera”.
Por lo que se conoce, veneraban a sus muertos, se mutilaban los dedos y se herían los brazos cuando fallecía un pariente y practicaban ceremonias chamánicas.
Pero, además de eso, “poco o nada sabemos de las creencias de los charrúas en el campo de lo sagrado, lo sobrenatural o lo sobrehumano, por no hablar de lo religioso”, anota Vidart en su recién publicada obra La trama de la identidad nacional.
Porley dice “entrever la fuerza y belleza de la espiritualidad de nuestros indígenas”. Sostiene que las “construcciones de piedra” en las cumbres de los cerros oficiaban como “zonas de retiro”. Y que donde estaba la “Catedral Pétrea Charrúa” “es como si se canalizara toda la fuerza o energía de esos parajes y se pudiera dialogar con las nubes, la inmensidad celeste, el sol, como la luna y estrellas. Sin duda una o más de esas construcciones sobresalían creando vórtices de energía convocantes de la vista y corazones a mucha distancia”.
Pi Hugarte sostuvo que “pretender que eran místicos al estilo de san Juan de la Cruz es un dislate. Y que eran una especie de gurúes que se pasaban meditando en los círculos de espiritualidad –como dice Porley-arriba de los cerros, ¡no! La vida tribal es una vida dura, no es fácil. Todos los días hay que luchar por el alimento, contra la naturaleza, contra un montón de circunstancias. La gente tenía que comer, que cazar, que luchar y que huir… no era la India, de ninguna manera”.
Pero para Porley los académicos no se han molestado en estudiar lo suficiente. Para él –un periodista de 51 años que hizo sus primeras armas como cronista en el diario comunista El Popular- los datos están ahí, basta con salir a hablar con la gente de campaña, cosa que no han hecho los académicos. Por ejemplo, la costumbre de campo de tomar mate alrededor de un fogón puede ser, anota, un antiguo rito charrúa: “Quizá podríamos preguntarnos si estamos frente a alguna pervivencia de la cultura charrúa agauchada”.
Porley entrevista a la psicóloga Solange Dutrenit –que dice tener ascendencia charrúa- que relata que una paciente –también descendiente de la tribu- le contó un rito charrúa que ha pervivido de generación en generación: presentar a los recién nacidos a la Luna.
Dutrenit explicó su importancia: “Al final te terminás dando cuenta que si no pasás, si no vivís es experiencia de relación, quedás totalmente aislado de la conexión energética más fuerte que tienes en el Universo. Si no sentís era relación, en particular las mujeres (…) sobrevienen más frecuentemente problemas de cáncer de útero”.

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Conspiración anticharrúa

Para Porley ha existido una verdadera conspiración tendiente a ocultar “hasta con sangre” la verdad sobre los charrúas. El periodista acusa de ella al Estado uruguayo (y paradójicamente sus fascículos son auspiciados por el gobierno a través del Ministerio de Vivienda, y por las intendencias de Maldonado, Flores y Tacuarembó). “Uruguay –sostiene- vivió desde su nacimiento como Estado (y más precisamente desde (la matanza de) Salsipuedes en 1831) una conspiración anticharrúa, natural prolongación de la antiartiguista, que intentó devaluar a esta cultura”. La Universidad, sus egresados y los organismos oficiales de los cuales depende la investigación arqueológica e histórica son culpables, según Porley, por no haber hecho los estudios necesarios para descubrir la verdad.
“No admitimos que se descalifique a los charrúas, que se los borre, sin que se haga una investigación que nunca se hizo, dijo el periodista a Tres. Y en sus fascículos señaló que “son los cuestionadores, no los que atribuimos a los charrúas la construcción y la creación artística, los que deberían probar sus hipótesis”.
Antón se burla de las descripciones tradicionales de los charrúas y sostiene que ha existido “una leyenda infame” que “llevó a que se creara un estereotipo del charrúa salvaje, incivilizado, primitivo, nómada”.
Pi Hugarte no cree en eso. “Nos dicen que hubo una conspiración para ocultar la grandeza y el brillo de la civilización charrúa. Es una visión conspirativa de la historia: la culpa de los males del mundo siempre la tienen los malos, que pueden ser los judíos, los comunistas, los masones o los que no quieren que se sepa la verdad sobre los charrúas”.
“No entiendo por qué no quieren reconocer que fueron salvajes, que no conocieron la agricultura, que fueron cazadores nómadas. No es ninguna vergüenza, es un estadio natural en la historia de la humanidad”.

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El camino del mayor saber

Si en algo coinciden todos es en reconocer que de los charrúas se sabe poco.
En cambio, no hay coincidencias a la hora de plantearse cómo hacer para que se conozca más.
“Yo escribí en El Uruguay indígena que se sabía poco de los charrúas y que nunca se iba a saber. Que aparezca un documento importante desconocido, es muy difícil. El otro camino es la arqueología, pero tampoco es fácil”, explicó Pi Hugarte.
Tanto el antropólogo como Femenías coincidieron en que no es sencillo adjudicar a un pueblo cualquier hallazgo. “¿Cómo se distingue si un esqueleto o una boleadora es charrúa o es chaná?”. Aún así, Pi “es partidario de explorar por ahí y no mitificando espiritualidades imaginarias que –si existieron- no podemos saber cómo eran”.
En cambio, Porley cree que hay muchas cosas que están “a flor de piel”, esperando ser rescatadas por quienes tengan la sensibilidad necesaria. “Identificamos varios indicios de que muchas claves culturales charrúas han sobrevivido gracias al secreto, diríase que sagrado (…) Es probable que se abran más puertas de la memoria y la tradición oral, como se prefiera denominarlas, ya que hay quienes perciben sueños, intuiciones varias”.
Según Porley, para avanzar en el conocimiento sobre los charrúas “es imperioso convocar a profesionales capaces de articular una ciencia con conciencia, que incorporen no solo la ética y la responsabilidad, moral y social. Que se abran al mito y a la espiritualidad…” Siguiendo al autor francés Edgar Morin, reclama revalorizar los mitos, contra la “racionalización ciega” y el “neoliberalismo globalizante”. No hay que abandonar la ciencia, pero hay que combinar, dice la “precisión matemática con un enfoque más global y holístico, que se aproxime a las tradiciones orientales y a las de nuestras culturas amerindias”

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En la carta que envió a La República para deslindarse de la obra de Porley, Pi señaló que “es penoso que suponga que ese saber definitivo habrá de surgir de superficiales elucubraciones sin mayor estudio, por mejores que sean las intenciones”.
“No podemos –protestó Vidart- decir que la Universidad es perversa, que el saber libresco es malo y que mucho mejor es tener contacto con las divinidades. Es una exageración fundamentalista”.
Pi señaló que “por decir lo que se sabe sobre los charrúas lo ponen a uno como un reaccionario. Parece que ser de izquierda es apelar a la irracionalidad y a la magia, antes que a la ciencia, que –según Porley- es una creación del neoliberalismo. ¡Por favor!”.
El antropólogo dijo que el fenómeno despierta su interés profesional: “Veo el germen del surgimiento de un culto. Se están elaborando los mitos para fundamentarlo y estos, quizá, darán lugar a dogmas. Y si la cosa prospera, habrá rituales: ¡no sé si llegarán al grado de cortarse las falanges! ¡Sería fantástico!”.
Y a Vidart también: “He sentido que están fabricando una religión, una serie de ritos que solo conocen los iniciados, una irrealidad virtual, de la cual es bueno estar lejos hasta tanto no se ofrezcan pruebas científicas y no sentimientos. Antropológicamente, es interesante ver esa franja de personas que cultivan formas de irracionalismo. Entiendo que tiene un efecto compensatorio psicológico muy grande, como todos los mitos. Pero me preocupa el éxito que comienzan a tener”. Femenías también se mostró preocupado. “No es válido desmerecer la labor del científico para justificar la locura de uno. Lo peor es el riesgo que se corre que esto llegue a la enseñanza, que muchos maestros tomen esto como muy válido y terminemos haciendo una fantasía de nuestra prehistoria”.

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Herencia charrúa

La Biblioteca Nacional conserva las hojas amarillentas de un alegato que, en 1930, escribió Hipólito Barros en reclamo de un “monumento grandioso” en honor a los charrúas y “sus homéricas hazañas y su espíritu de rebeldía contra todo lo que pudiera destruir y aun limitar su organización ultrasocialista y su libertad personal”.
Barros sostenía que los uruguayos heredamos del charrúa sus “cualidades físicas y morales, mejoradas algunas notablemente por la moderna civilización”.
Coincidiendo con Barros, el escritor Carlos Maggi dijo en una charla recogida por Antón en Uruguaypirí que “el mundo charrúa era un mundo moralmente superior y eso es uno de los ingredientes en la formación de esta nacionalidad”. Esa “fuerza moral” heredada de los charrúas –agregó- hizo que la Provincia Oriental se independizara y las otras provincias no. (“Los charrúas vivieron también en varias provincias argentinas”, explica Pi).
El aporte charrúa fue mayor todavía para J.A. Hunter, autor de El Poder Charrúa: “A este pueblo le debe el uruguayo de hoy la herencia de un rico patrimonio: el compañerismo, la lealtad, el desinterés personal, la generosidad, el amor a la verdad y la incuestionable libertad”.
Y todavía mayor, si es posible, para Antón.
“Proteger la Naturaleza (…) diversificar la producción, disminuir la dependencia, defender a quienes producen con su sabiduría y sus manos, concentrarse en los niños y los jóvenes, prestar atención al sentir de las mujeres, recordar las viejas sabidurías sin dejar de crear nuevas opciones, generar redes de solidaridad que entrecrucen la sociedad en todas direcciones, tender la mano a pueblos amigos para buscar caminos comunes de prosperidad y respeto, defender la libertad de los demás y la propia a todo precio. Y por sobre todas las cosas comprender el pasado en todas sus dimensiones para asegurarse que no se cometan las mismas injusticias (…) Es el camino que nos trajeron desde el pasado profundo los charrúas, que recorrió de a caballo el gauchaje (…) que fue recogido como legado valioso por muchos miles de inmigrantes (…) y que nutrió la rebeldía de tantos jóvenes que se alzaron contra la injusticia y la opresión en tiempos más recientes”.
Antón dice que la “garra charrúa” es, para Uruguay, el “mejor pasaporte hacia un futuro sólido y verdadero”

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El charrúa existió –sostiene Vidart- pero no es un tronco de nuestra nacionalidad. Es la representación heroica, llena de coraje, honor e independencia de un pueblo que fue dueño de esta tierra, pero que –ni numérica ni culturalmente- pueda decirse decisivo en la forma del espíritu nacional uruguayo. La garra charrúa es un mito, una metáfora que se la repetían a los muchachos antes de salir a la cancha, y eran todos hijos de italianos”.

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Periodista: -¿No le parece que El pueblo jaguar retrata a los charrúas como un pueblo demasiado perfecto?
Antón: -Con tanta propaganda en contra durante tanto tiempo, hay que tirar el péndulo en la otra dirección.
Periodista: -¿Aún a riesgo de pasarse para el otro lado?
Antón: -¿Pero cuándo se pasa uno? A los charrúas le debemos mucho. Después de tanta difamación y asesinato, lo menos que se puede hacer es replantearse todo profundamente.

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Tenemos –concluye el libro de Antón- que tomar el bastón emplumado de Vaimaca, Melchora y Andresito y continuar la marcha hacia delante. Un camino de praderas verdes y siluetas de ñandúes en el cielo, de ganados, tatúes y guazubirás, de pescadores de corvina, de sábalos y tarariras, de chacareros que plantan papas y maíz, de tamberos que producen leche cada día, de computadoras que ayudan a reconstruir las viejas sabidurías, de redes electrónicas al servicio de la justicia y la verdad. Un camino de jóvenes y viejos, de mujeres y hombres. El camino charrúa”.

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Periodista: -¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?
Pi Hugarte: -Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada.

Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista Tres, 20 de marzo de 1998

7.11.08

La historia dulce y amarga del agua tónica Paso de los Toros

Todo comenzó una tranquila tarde de pueblo con un desafío. Después,
Rómulo Mangini intentó conseguir la fórmula durante uno o quizá dos años. Al fin lo logró y su invento fue un éxito. Desde entonces, millones de personas han gastado millones en comprar millones de litros del agua tónica de Mangini. Un agua dulce y amarga, como su historia.


por Leonardo Haberkorn

Hubo un tiempo en que la fábrica fue el orgullo y el motor del pueblo: allí trabajaron casi cien personas. Hoy la fábrica no existe, el agua tónica es propiedad de Pepsi Cola (Pepsico Inc., NuevaYork) y en Paso de los Toros lo único que queda es un cartel despintado al borde de la carretera que tiene el logotipo del agua tónica y dice: "Aquí nació Paso de los Toros".
En 1924 Rómulo Mangini, un montevideano de 41 años y con estudios de química, que había llegado a la modesta ciudad para trabajar en el comercio de la familia de su esposa, instaló una pequeña fábrica de soda. Unos meses después la amplió y comenzó a industrializar el jabón Teru Teru, y en 1926 incorporó a su producción refrescos con gustos de frutas.
Pero aunque aún hoy en Paso de los Toros los viejos recuerdan el dulce sabor de la Manzanet, solo uno de aquellos productos sobrevivió y se hizo verdaderamente famoso.
Quien desafió -y ayudó- a Mangini a conseguirlo fue un inglés llegado al pueblo de la mano del ferrocarril. Se llamaba Jorge Jones y se dice que fue quien llevó el primer automóvil y la primer pelota de fútbol a la ciudad, que hoy tiene 15.000 habitantes. Era "un amante de la buena vida y exquisito bebedor", relata Pedro Armúa en su Historia de Paso de los Toros.
Por entonces, la tónica más consumida en Uruguay era la Bull Dog, importada de Inglaterra. Una de las tantas tardes en que Mangini y Jones coincidieron en el club 25 de Agosto, el inglés desafió al uruguayo: ¿por qué no fabricaba un agua tónica tan buena como la inglesa?
Mangini respondió que no sabía la fórmula y Jones le contestó que él conocía los ingredientes, pero no las proporciones. Allí mismo, Jones le dijo a Rómulo cuáles eran los componentes.
Pocos días después Mangini hizo su primer intento y se lo dio a probar al inglés.

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Así pasaron los meses, probando la fórmula uno, probando su sabor el otro. Para Mangini, un hombre de carácter fuerte, ex campeón de lucha grecorromana, aquello era un desafío.
El montevideano no era de los que se rendía fácil. Había ganado medallas como luchador, un deporte rudo que había moldeado su temple. Coraje no le faltaba: había participado incluso de una corrida de toros, antes de que fueran prohibidas en Uruguay. Conseguir la bebida perfecta era ahora el obstáculo que tenía frente a sus ojos.
Agua tónica Paso de los Toros - Rómulo Mangini - George Jones
Rómulo Mangini, abajo a la izquierda
Un folleto editado por Pepsi en 1992 -escrito por su ex funcionario Carlos Pijuán- relata que Mangini "se sumergió en una febril búsqueda de hierbas silvestres y frutas. Ninguna se salva de ser exprimida, diluida, mezclada. Agita, deja reposar, prepara fuego con leña, calienta el brebaje lo enfría, y con él concurre al club una y otra vez durante dos años".
Julio Monestier, un familiar de Mangini recientemente fallecido, cuenta en un escrito inédito que esos "largos meses de tanteos y experimentos tuvieran al fin su recompensa" el día que Jones sentenció: Esta es verdaderamente el agua tónica inglesa.
De tanto probar y probar fórmulas y licores diversos, Mangini había engordado. Su esposa lo retaba por ello y lo cachaba por ir tan seguido al baño, relató su nieto Marcelo Ceriani, de 33 años.
Don Rómulo se lo tomaba con humor. Años después le contó a uno de los camioneros que transportaban sus bebidas cómo habían sido aquellos días catando potajes imperfectos. "Un día el Viejo me dijo: ´me agarré unas cuantas cagaleras probando"', recuerda Roberto Paladino, que hoy tiene 62 años.

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Apenas Jones dio el visto bueno, Mangini comenzó a fabricar el agua tónica. Las fuentes no coinciden respecto a la fecha de inicio de la producción, se sabe que fue en los años 20. Su primer nombre fue "Príncipe de Gales". La calidad del paladar de Jones fue ratificada por el público: la nueva bebida fue un éxito en el pueblo. Luego su fama llegó a la vecina Durazno. Los pedidos crecieron de tal modo que pronto Mangini dejó de fabricar jabón y se concentró en las bebidas, sobre todo en la tónica. Con el paso del tiempo y viendo que el prestigio de su agua seguía creciendo, le cambió el nombre para homenajear al pueblo donde la había creado: Paso de los Toros.

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En la pizzería 18 de Julio, en Paso de los Toros, todavía conservan tres de aquellas primeras botellitas, que cada día eran más requeridas. En 1946 ya se vendían en la capital. "Mi padre le llevaba un camioncito chico por semana a un tal Sanguinetti que empezó a distribuir la tónica en Montevideo ", relató Paladino. Aquello del camioncito semanal "habrá durado seis meses" porque los montevideanos cada vez pedían más y hubo que multiplicar los envíos.
Pero el éxito comenzó a generarle un problema a Mangini: su fábrica no daba abasto y él carecía del capital necesario para ampliarla.
"Un día a Rómulo se le ocurrió ofrecerle a unos baristas grandes de Montevideo hacerse accionistas", continuó Paladino.
Mangini le propuso a Sanguinetti que lo ayudara a conseguir el apoyo de esos comerciantes. Pero -recordó Paladino- el distribuidor montevideano le respondió: "Con esas agüitas sucias no vas a hacer mucho".

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Consiguió los capitales en 1947. Dos acaudalados hombres de Durazno -Frank Marshall y Adolfo Caorsi- se asociaron con don Rómulo para fundar la Sociedad Anónima Agua Tónica Paso de los Toros. Además, se pusieron en venta acciones en el pueblo, a diez pesos cada una. "De inmediato se instaló en el viejo local una moderna máquina que aumentó en forma extraordinaria la producción", explica Armúa en su libro.
"En 1947 ya usábamos cuatro camiones para llevar el agua tónica a Montevideo y cada uno hacía tres viajes por semana. En verano -recuerda Paladino- no dábamos abasto. Yo llegué a hacer un viaje por día. Cada vez llevábamos más".
Mautone es uno de los pocos ex empleados de Mangini que sobrevive. Tiene 81 años, diez hijos, más de 60 nietos, ocho bisnietos y un hogar muy modesto ubicado donde la avenida 18 de Julio, la principal de Paso de los Toros, comienza a transformarse en campo. Cuando habla del agua tónica, los ojos le brillan. "Si usted estaba engripado o se sentía mal, se tomaba una y un Mejoral y ¡usted volaba!".

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Mangini solo confió su fórmula a su empleado de mayor confianza: Vignoly.
"Había un altillo donde se preparaba la esencia, pero solo subían él y Vignoly. Mi papá sabía hacer la Manzanet, que era tan rica, pero el agua tónica nunca supo", relató Raquel Torres que cuando niña se paseaba entre las máquinas de la fábrica porque su padre era uno de los empleados más antiguos.
Mautone recuerda que "cuando Vignoly terminaba de preparar un jarabe; le hacía una seña y el Viejo subía al altillo y probaba. El Viejo siempre tenía que dar el visto bueno".
Sin embargo, había un ingrediente que todos conocían: rayadura de cáscara de naranja. "Contrataban mujeres para rayar naranja. Las rayaban a mano, con rayadores parecidos a los de cocina. Usaban solo la cáscara y regalaban las naranjas peladas: todo el pueblo comía naranjas gratis", explicó Torres.

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Torres no tiene muy buen recuerdo de Mangini. "Tenía mal carácter. Cuando le pedían dinero decía: "Los pobres tienen que comer polenta y porotos"'.
Para Mautone, Rómulo era un jefe duro pero noble: "Como todo el personal, pasé muchos malos ratos ahí, porque trabajé como 20 o 21 años y el Viejo, como todo patrón, tenía sus cosas. Pero cuando lo precisé, siempre estuvo puesto".
"¿Sabe cuál era el sistema que tenía para retarnos?", pregunta sentado en una de las dos únicas sillas de su pieza. "Cuando se enojaba empezaba a bajar la escalera, y a medida que se acercaba iba apagando todas las máquinas. Cada paso que se acercaba, más silencio se hacía. Cuando había apagado todo, ahí nos empezaba a retar. Nos gritaba, pero nadie le contestaba. ¡Quién le iba a contestar! Si pesaba como 200 kilos y había sido campeón de lucha grecorromana! Gritaba: 'Si hay algún hijo de una gran puta que me quiera pelear ¡le pago para que me pelee!' Era bravo, pero de buen corazón".
Mangini metía miedo cuando estaba furioso. Armúa, en su Historia de Paso de los Toros, relata que dos veces el industrial se batió con luchadores profesionales que llegaron al pueblo. La primera vez fue cuando recaló en la ciudad un forzudo que se hacía llamar Míster Aladar y lo desafió. El industrial respondió que ya estaba retirado y fuera de forma, pero el Míster insistió. Por fin, pelearon en el teatro de la ciudad. La segunda vez fue cuando apareció una mole de músculos que doblaba las barras de hierro y se las enroscaba en los brazos. Don Rómulo volvió a aceptar el desafío, esta vez en un descampado y a solas. A pesar de estar retirado, Mangini logró empatar ambos duelos.


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El 17 de julio de 1948 el periódico isabelino La Idea homenajeó a Mangini y "a la consagrada y recomendada Agua Tónica, conocida y apreciada, no solo por su sabor exquisito sino también por sus condiciones medicinales".
"En honor a la verdad-se decía- es la única fábrica que funciona en esta villa, y que merced al esfuerzo incesante de su gestor y director-técnico, ha llegado a un grado de perfeccionamiento y actividad que ya no solo es conocida en este centro de la República, sí que también en el litoral, playas del Este y en la misma metrópoli"
José Pedro Álvarez, hoy de 66 años, recuerda que fue empleado por la fábrica en 1949: "Las máquinas no daban abasto, trabajábamos fuerte de día y de noche; en tres turnos de siete horas".
Precisamente tal era el crecimiento de la demanda en la metrópoli, que a principios de los años 50 Mangini y sus socios instalaron una segunda fábrica, en la avenida Millán, en Montevideo.

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"Un día llegaron a Paso de los Toros unos representantes de Pepsi Cola y comenzaron a ofrecer dinero por las acciones de la fábrica ", recuerda hoy Armúa. "Mucha gente las tenía olvidadas en los roperos. Fue un revuelo, todo el mundo buscando. Pepsi las pagaba muy bien y todos las vendieron locos de la vida".
Pepsi se dedicó, paso a paso, socio a socio, a conseguir la mayoría de la empresa y lo logró el 14 de febrero de 1955. Con la mayoría también consiguió la fórmula secreta.
Aquello fue duro para Mangini. "Demasiado pronto, el capital accionario del presidente quedó en minoría. El viejo luchador sintió hondamente que la empresa de toda su vida ya no era ‘su empresa’", escribió Monestier.
Poco después, el 19 de enero de 1957, Mangini murió.

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“Murió el Viejo y todo cambió", opinó Mautone. El ex empleado recordó que todas las bebidas "las hacíamos con agua corriente, pero la soda y la tónica se hacían con agua de un pozo que estaba en la misma fábrica. La tónica nunca fue la misma, porque el secreto era el agua de ese pozo. Ahora es agua dulce nomás".
Todos los que vieron la tónica de Mangini, concuerdan en que tenía reflejos azules.
"Era azulada. Uno la ponía a contraluz y veía el tornasol que formaba el aceite que llevaba, extraído de la cáscara de la naranja. La de antes le sacaba el dolor de estómago como si fuera un medicamento. Ahora es todo hecho en base a productos químicos. Nunca va a ser igual", dijo el ex empleado Álvarez.
Después de la muerte de Mangini, Pepsi cerró la fábrica de Paso de los Toros y la tónica fue fabricada solo en Montevideo. "Afortunadamente, el destino no quiso que él fuera testigo del desmantelamiento y la desaparición de la planta embotelladora isabelina, (...), drama al que la población local asistió con asombrosa pasividad y que constituyó una injusticia histórica para el creador del producto que ha paseado el nombre de Paso de los Toros por el mundo", escribió Monestier.
Pepsi insistía ante la familia de Mangini para que vendieran las acciones que aún permanecían en su poder. La viuda de Rómulo falleció en 1958. En 1961 la hija del matrimonio Mangini accedió a vender.
"Hoy yo no lo haría. Creo que mi madre lo hizo mal aconsejada y por todo lo que se le vino arriba de golpe, con la muerte de sus padres", dice hoy Marcelo Ceriani, 33 años, nieto de Mangini y funcionario del Sodre, el ente que controla las emisiones de radio y televisión del estado uruguayo.

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El local donde estuvo instalada fábrica todavía existe, frente a la estación de trenes de Paso de los Toros, en una calle rebautizada Rómulo Mangini aunque los carteles todavía no fueron cambiados y conservan el nombre anterior: Treinta y Tres.
En la fachada aún se lee "establecimiento industrial". Adentro todavía está el pozo de donde se extraía el agua de la tónica. Está sellado y -dice la leyenda- lleno de vidrio, arrojado cuando se cerró la fábrica. Sobre el techo aún cuelgan, inútiles, algunos de los caños por donde circularon los brebajes que inventaba el Viejo. También se conserva la puerta original de la cámara frigorífica.
Más allá de eso, de la fábrica no queda nada. La mitad del local es hoy un galpón semivacío; la otra mitad, una oficina pública.

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En Paso de los Toros no todos se resignan a que aquello se haya ido para siempre. "Se ha movilizado gente para que Pepsi Cola abra una fabrica acá, aunque sea chica, para que los que llegan y preguntan por el agua tónica tengan algo para ver. Pero no hay interés"; lamentó Gustavo Reisch, periodista local.
Los intentos son cíclicos. Ramón Anzalá era presidente del centro comercial cuando una delegación fue a hablar con Pepsi en 1982. Se les respondió que la empresa "tenía una dependencia prácticamente total de su casa central en Estados Unidos" y que allí ni se pensaba en reabrir la fábrica.
"Después que todo quedó descartado con Pepsi, iniciamos gestiones con gente vinculada a Coca Cola", continuó Anzalá. El grupo se había contactado con Vignoly y éste les había demostrado "con hechos fehacientes" que conocía la fórmula secreta. "Entonces le ofrecimos a la gente de Coca-Cola mejorar la Itú hasta darle el sabor de la Paso de los Toros. Pero ahí quebró la tablita del dólar y eso echó por tierra todos los intentos".
Hoy Vignoly también está muerto y "ya nadie sabe cómo hacer la tónica", sentencia Torres.


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La historia dio la razón al olfato empresarial de Pepsi. "El agua tónica Paso de los Toros es un fenómeno sorprendente, demostrado por su triunfo absoluto sobre las otras aguas tónicas contra las cuales compitió ", dice el folleto de Pijuán.
Paso de los Toros fue lanzada en Argentina en l964 y conquistó 95% del mercado, un guarismo impresionante si consideramos que su único y gran oponente (agua tónica Cunnington) contaba con un firme arraigo desde 1940", agrega.
En Uruguay su imposición es mayor aun. Según el departamento de marketing de la Pepsi local, Paso de los Toros acapara prácticamente el 100% del mercado de las tónicas.

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En Paso de los Toros existen emociones cruzadas respecto a la historia del agua tónica.
"Mangini pudo haberse hecho multimillonario, pero cometió el error de hacer una sociedad anónima ", dice Álvarez.
"La pena es que malvendió aquella fábrica, donde trabajaba tanta gente", dice Torres.
"Es un orgullo. Muchas veces no nos conocen como pueblo, pero nos conocen a través del agua tónica. Gracias a ella saben que existimos. Eso es muy importante. Lamentablemente no dejaron nada acá. En vez de adelantar al pueblo, lo atrasó ", resume Álvarez.

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Durante años, en casa de los descendientes de Mangini, no se mencionó a la Tónica, ni a la fábrica perdida ni a los millones que Pepsi gana con el invento de su padre y abuelo.
"No se hablaba mucho del tema para no ahondar el dolor de la vieja"; explica Roberto Ceriani, nieto de Mangini, de 32 años.
Nada quedó finalmente de la fábrica para la familia. El dinero que se obtuvo por la venta de las últimas acciones sirvió para hacer una casa y se acabó. "A partir de ahí siempre vivimos del salario de mi padre”, relata Marcelo, el hermano de Roberto.
Las pocas veces que "el manto de silencio " se quebraba, la hija de Mangini "solo pedía que ojalá se reconociera un día el mérito de su padre para que alguien en la familia pudiera aprovecharlo".
En cierto modo sus ruegos fueron escuchados. En los últimos años, Pepsi quiso demostrar su deuda de gratitud con dos hechos: en 1992 una nueva planta inaugurada en Colonia fue bautizada "Rómulo Mangini". Además, se ofreció a la familia que eligiera a uno de los nietos para ingresar a la empresa. Hoy Roberto trabaja en la planta que lleva el nombre de su abuelo.

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En la semipenumbra de su pieza Valentín Mautone quiere encontrar los certificados donde constan la cantidad de años trabajados en la fábrica, pero no recuerda dónde están.
Hay dos sifones azules apoyados sobre la vieja heladera. "Son de la fábrica. También tenía una botellita de tónica, pero se me cayó y se rompió".
Mautone recuerda cada detalle de la historia. "Así era la orden del viejo patrón: después de sacarle la cáscara a las naranjas; ocho a diez cajones se llevaban a las escuelas. También se le daba una bolsa a todo el que pedía. Y el resto se tiraba".
El barrio donde vive es pobre y su casa es una única pieza muy humilde. El piso de portland está cubierto de ramas que, a falta de leña, alimentan la estufa. Casi no hay muebles y una bicicleta sirve de perchero.
Cuando termina de contar su historia, Mautone sonríe contento pero, cuando se despide, sus ojos se llenan de lágrimas. Los recuerdos le han dejado un sabor dulce y a la vez amargo. Como el agua tónica.


Historias uruguayas, Debolsillo (Sudamericana, 2014)
Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista Tres, el 23 de agosto de 1996.
Este reportaje integró el libro 9 Historias Uruguayas (Ediciones de la Plaza, 2004), recientemente reeditado como Historias uruguayas (Sudamericana, 2014). El libro puede comprarse aquí.
Se publicó también en la revista Viva del diario argentino Clarín, el 22 de noviembre de 2009.

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26.9.08

Uruguay, tierra guaraní

Cuando semanas atrás se celebró el día de indio, "charrúa" fue la palabra que más se escuchó en los homenajes. Fue un error: debió decirse "guaraní". Porque los indios que mayor influencia tuvieron en Uruguay no fueron los charrúas sino los guaraníes.
La diferencia de aportes es tan grande como ignorada. Eso al menos es lo que sostienen –contra la idea habitualmente difundida– varios de los más respetados antropólogos e historiadores uruguayos.
De hecho, el antropólogo Daniel Vidart está preparando un libro para reivindicar a los guaraníes en general y su aporte al Uruguay en particular. No es el primero en hacerlo: otros lo han hecho antes pero con poca suerte.
Recordar el aporte guaraní en la formación del país choca contra dos muros. En primer lugar, es un asunto incómodo para quienes sostienen que Uruguay se formó exclusivamente con la inmigración europea. En segundo término, molesta a quienes mitifican todo lo charrúa.
Lo cierto es que la mayoría de los uruguayos desconoce la influencia que los guaraníes tuvieron en la formación de Uruguay.
"El país a lo largo de la mayor parte del presente siglo ignoró o desdeñó tan importante aporte étnico, pues un equivocado nacionalismo indigenista, y, sobre todo, la persecución del afán de un Uruguay blanco, hizo que la etnia de los cazadores nómades, los charrúas, monopolizara el concepto de lo indígena en el Uruguay, posición totalmente insustentable de acuerdo a las modernas investigaciones etnohistóricas, antropológicas y arqueológicas", escribió el historiador Oscar Padrón Favre en Los inmigrantes olvidados, un librillo editado por el autor, en Durazno, el año pasado.

Se comieron a Solís

A la llegada de los europeos, los guaraníes podían ubicarse entre las culturas medias de América del Sur: eran menos desarrollados que la civilización inca pero estaban en un estadio superior a los pueblos nómades y cazadores, como los charrúas. Habían aprendido a plantar la mandioca y vivían en poblados. Navegaban los ríos en canoas y eran temibles guerreros. Creían en un paraíso, la Tierra sin mal. Sabían tejer, eran eximios ceramistas y tenían un gran dominio de la herboristería. Conocían los usos medicinales y las propiedades de muchas plantas. Entre ellas, la yerba mate.
Originarios de algún lugar de la selva tropical, explicó Vidart, ya antes de la conquista los guaraníes habían llegado al Río de la Plata. "Llegaron entre los años 1400 y 1500, bajando por los grandes ríos", afirmó el antropólogo. Fueron guaraníes y no charrúas quienes mataron y se comieron a Solís: eran los únicos indios de la región que practicaban la antropofagia, no se sabe si únicamente con fines rituales o también alimenticios.
Al arribo de los españoles, el área de dispersión guaraní era enorme y estaba lejos de limitarse al Paraguay como hoy suele creerse: habitaban desde las Guayanas hasta el Río de la Plata, de los Andes a la costa atlántica brasileña.
Las referencias históricas a los guaraníes que habitaban nuestras costas a la llegada de los europeos pronto desaparecieron: se supone que no eran muchos y que su población fue rápidamente diezmada por las enfermedades que trajo el hombre blanco.
"Como se encontraban en las bocas de los grandes ríos –explica el antropólogo Renzo Pi Hugarte en su libro El Uruguay indígena– fueron los primeros con los cuales los conquistadores establecieron relaciones. (...) Es probable que hayan sufrido antes y más que ningún otro grupo los efectos de dolencias desconocidas para ellos".
Pero no demorarían en volver y en mayor número, aunque en circunstancias totalmente diferentes.

La jauja

En 1607 se crearon las misiones jesuíticas y con ellas comenzaron a surgir a orillas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay reducciones de indios impulsadas por los jesuitas.
La inmensa mayoría de los indios reducidos en las misiones eran guaraníes, que allí fueron convertidos a la fe católica, aplicaron y perfeccionaron sus conocimientos ganaderos y agrícolas y aprendieron a desarrollar diversos oficios manuales.
Las misiones jesuíticas han suscitado hasta hoy opiniones opuestas. "Para algunos, fueron santuarios del trabajo y la oración, donde el indio estaba a salvo de los ataques de los bandeirantes paulistas que venían a buscarlos como esclavos. Para otros, las misiones fueron simplemente un modo de reunir indios para su mejor explotación, bajo una fachada de cristianización", explicó Vidart.
De un modo u otro, los 30 pueblos que conformaron las misiones reunieron una enorme población. Padrón Favre anota que, en 1729, cuando Montevideo tenía apenas 300 vecinos, las misiones estaban pobladas por 140.000 habitantes.
El principal recurso alimenticio para semejante población era el ganado vacuno que se había multiplicado prodigiosamente en la Banda Oriental, ya conocida como la Vaquería del Mar.
Para aprovisionar a sus pueblos, los jesuitas enviaban al sur de la Banda Oriental a grupos de 60 troperos guaraníes que, acompañados de dos sacerdotes y de una tropilla de caballos, efectuaban gigantescas arreadas de vacunos hacia el norte. Fue entonces cuando los guaraníes comenzaron a volver a la Banda Oriental.
"En todas estas excursiones –explicó el antropólogo Vidart– había indios que desertaban, porque la disciplina de las misiones era muy severa y la tentación de la libertad era muy fuerte. ¡En las misiones hasta para fornicar había que obedecer el toque de campana! Ellos ya sabían que esto era la jauja, el paraíso de los pobres: había comida de sobra y se la podía obtener con un mínimo esfuerzo: aire fresco y carne gorda. Era un imán muy poderoso. Cada una de aquellas excursiones dejaba más guaraníes radicados en la Banda Oriental".

Carne de cañón

Los guaraníes también escaparon de las misiones huyendo de las repetidas epidemias. Pero fueron muchos más los que llegaron a la Banda Oriental como soldados al servicio de la corona española, que muchas veces los reclutó para servir en sus ejércitos. España se valió repetidamente de los guaraníes de las misiones para combatir en nuestro actual territorio a los portugueses y charrúas.
Por ejemplo: miles de guaraníes llegaron varias veces para atacar a los portugueses en Colonia. La primera vez fue en 1680, pero luego los ataques se repetirían.
En las campañas contra los indios salvajes, 2.000 guaraníes se enfrentaron a los charrúas en 1702, en la sangrienta batalla del Yi, un choque que duró cinco días.
Luego, entre 1724 y 1726, otros 2.000 guaraníes llegaron para levantar las murallas de la recién fundada Montevideo.
"En cada una de estas campañas –relató Vidart– muchos indios desertaron. Desertaban los inadaptados al muy estricto sistema misionero, tentados por los salarios que les ofrecían los estancieros que sabían que los guaraníes eran mano de obra calificada. Y en las misiones los guaraníes trabajaban sin recibir ninguna paga".

Decadencia misionera

Pero la cantidad de guaraníes que se radicaron en campos de la Banda Oriental aumentó considerablemente a partir de 1750, cuando comenzó la decadencia del sistema misionero. Ese año, España entregó a Portugal parte de las misiones a cambio de Colonia. Los guaraníes se resistieron al acuerdo, por temor a ser esclavizados por los lusitanos. En 1754 se revelaron pero, tras dos años de guerra fueron vencidos. En esos años, muchos escaparon y llegaron a estas tierras.
Existe la constancia histórica de que 3.000 guaraníes fueron llevados por los portugueses a Viamao, en Río Grande, pero esa población desapareció en pocos años y se supone que muchos escaparon a campos orientales.
Los investigadores Rodolfo González Rissotto y Susana Rodríguez Varese han comprobado que, en muchos de los archivos parroquiales del Uruguay, existe a partir de la década octava del siglo XVIII, la constante definición o expresión: "indio natural de Viamao".
El proceso de llegada de guaraníes a la Banda Oriental aumentó aun más en 1767, cuando España expulsó a los jesuitas. El sacerdote alemán Martin Dobrizhoffer dejó constancia que 15.000 guaraníes "se dispersaron en los campos más remotos sobre el Uruguay, para tener pronto su alimento porque allí abunda el ganado".
Finalmente, existen otros tres momentos en que grandes grupos guaraníes llegaron a la Banda Oriental. Cuando Portugal tomó para sí las misiones ubicadas al oriente del curso norte del río Uruguay, en 1777, muchos huyeron al sur para no quedar bajo el gobierno de sus antiguos enemigos. En 1820 cuando Artigas fue vencido y buscó refugio en Paraguay, 4.000 guaraníes que eran su último apoyo en Corrientes, Entre Ríos y Misiones, cruzaron a refugiarse en la Banda Oriental. Y, finalmente, en 1828, cuando Rivera reconquistó las misiones orientales, entre 4.000 y 10.000 guaraníes ingresaron con él al actual territorio uruguayo.

Arriba de la mesa

¿En definitiva cuántos guaraníes llegaron a vivir en Uruguay?.
González Rissotto y Rodríguez Varese investigaron años atrás las actas de bautismos y defunciones existentes en los registros parroquiales desde la época colonial hasta 1851 y detectaron casi 30.000 pobladores guaraníes.
"¿Usted cree que alguien citó nuestro estudio? No, nadie. No tuvo ni una sola mención", relató González Rissotto. "Lo que pasa es que hay una mentalidad que privilegia el aporte europeo, que fue muy importante pero no fue el único. Y por otro lado, las nuevas reivindicaciones indigenistas desconocen todos los estudios serios, son un mamarracho. Los que saben que tienen un antepasado indígena dicen: 'yo tengo un antepasado charrúa', porque la gente común repite lo que siempre le han dicho. Pero la verdad es que el mestizaje indio que existió fue en su casi totalidad guaraní".
"Nosotros encontramos cerca de 30.000 guaraníes registrados hasta 1851. En el mismo lapso, en los mismos registros, los charrúas no llegaban a 100. Yo tengo 30.000 fichas para poner arriba de la mesa. ¿Qué tienen ellos?", agregó el investigador, que hoy se desempeña como ministro de la Corte Electoral.
Para la escasa población que entonces tenía el país –algo más de 70.000 habitantes al momento de la independencia– la cifra de fichas parroquiales de indios guaraníes es muy importante.
Además, esos indios –a diferencia de los charrúas– sí se mestizaron. La población charrúa en la Banda Oriental –que según las fuentes más serias jamás sobrepasó las 5.000 almas– nunca aceptó la religión cristiana ni las pautas de conducta y trabajo que traían los europeos. Tampoco aceptaron mezclarse con los blancos. "El charrúa fue hasta el final un grupo endógamo, muy cerrado. Obviamente, algún cruce existió, pero fueron casos aislados, excepcionales. El 95% de quienes tienen algún antepasado indio, tiene sangre guaraní y no charrúa", sostuvo Vidart.
En cambio, los guaraníes llegados de las misiones, habían aceptado la fe católica, formaban familias monogámicas, dominaban las técnicas agrícolas y ganaderas del campo y habían aprendido los oficios manuales que traían los europeos: estaban en condiciones ideales de asimilarse sin problemas a la población de campaña.
"Esa población indígena, preparada en una serie de oficios manuales, con tradición de agricultores y criadores de ganado vacuno y ovino, muy religiosa, se integró con suma facilidad a la sociedad hispano criolla", sostiene Padrón Favre en una de sus obras.
"Esos guaraníes acristianados, destribalizados y eurotecnificados forman parte de la fuerza de trabajo calificada que lleva adelante la ganadería y la agricultura en el país", anotó Vidart.
Justamente, para integrarse, la gran mayoría cambió sus apellidos. "Llevar un apellido indio –agregó el antropólogo– era un lastre, ser indio conllevaba una aureola de desprecio. Una enorme cantidad de paisanos de apellidos como González, Pérez, Rodríguez, no eran españoles, sino guaraníes".

La sangre

Aunque los guaraníes selváticos sobreviven hasta hoy, casi todos los llegados a Uruguay provenían de las misiones jesuíticas. Es por eso que esos indios no trajeron a la Banda Oriental su cultura original.
"Los guaraníes que llegaron aquí estaban deculturados y destribalizados. Su cultura original se la habían hecho pedazos en las misiones. Aquello, en lo que refiere a la cultura, fue una máquina de picar carne. La mayor parte de las cosas que trajeron esos indios fueron elementos de la cultura popular española, como el uso de la guitarra. Es verdad que trajeron el conocimiento de las plantas medicinales, pero las nociones de enfermedad, tratamiento y cura son de los españoles", señaló Pi Hugarte.
Pero pese a todo, los guaraníes dejaron una huella notoriamente mayor que la de cualquier otro grupo indígena.
La más visible herencia guaraní está en los nombres de casi todos los accidentes geográficos uruguayos que llevan nombres guaraníes, como Aiguá, que quiere decir manantiales, o Batoví, que significa seno de mujer.
La lista es extensísima. Por ejemplo, casi todos los ríos del país tienen un nombre que deriva de una voz guaraní: Arapey, Cebollatí, Cuareim, Daymán, Queguay, Tacuarembó, Tacuarí, Yi. Por supuesto, Uruguay también es un nombre guaraní.
"¿Por qué todos los lugares tienen nombre en guaraní?. Porque quienes vivían ahí hablaban guaraní. Eso es de una claridad meridiana", sostuvo González Rissotto.
Vidart explicó que en campaña, hasta 1830 o 1840, el idioma era el guaraní. "Esto duró hasta que comenzó el aluvión migratorio, cuando el europeo comenzó a exigir que se hablara el castellano".
Incluso algunas palabras –especialmente nombres de especies animales y vegetales– sobrevivieron y hoy se usan, incorporadas al castellano: ñandú, ombú, jaguar, tararira, yacaré, yarará, entre otras.
Casi todos los entrevistados destacaron que los guaraníes trajeron y dejaron algunos usos que aún perduran especialmente en el campo. Vidart explicó que la costumbre de cultivar hortalizas vino con ellos: "Antes de su llegada, en el campo oriental comer verde era para animales. También trajeron su conocimiento sobre las virtudes de los yuyos, lo que perdura hasta hoy".
Incluso la más típica de las costumbres uruguayas tiene origen en el conocimiento de las hierbas que tenían los guaraníes: el consumo de yerba mate. Los guaraníes sabían de las virtudes de esta planta, aunque la consumían de otro modo: macerándola y masticándola.
El otro gran aporte guaraní al Uruguay fue el de la sangre. "Muchos miles de uruguayos descienden de ellos", sostuvo Padrón Favre. Vidart coincidió: "el componente amerindio de nuestra sociedad es guaraní, no charrúa". Pi Hugarte también: "es indudable que el chinerío de campaña, que todavía se ve en los bordes de los pueblos, esa gente de rasgos indios, de pelo chuzo, son descendientes de guaraníes de las misiones y no de charrúas, que nunca se mezclaron con el blanco".

El olvido

¿Cómo pudo suceder que un país que lleva nombre guaraní, que tiene al mate como bebida nacional olvidara tan terminantemente el aporte de estos indios?.
Para Pi Hugarte la razón está en que "los guaraníes llegaron tarde y deculturados. Rápidamente se mezclaron con una población muy variada que había en la campaña: se fundieron en la formación de la nueva sociedad".
Otros entrevistados marcaron que, además, existió un deliberado olvido, ya sea para remarcar la "pureza blanca" del Uruguay o para apoyar la creación de un mito charrúa.
Hubo una tendencia de los nacionalismos de fines del siglo XIX, que se repitió en toda América, explicó Padrón Favre. "Cada país trataba de tener un indio propio. Ahí apareció el azteca como símbolo de México, a pesar de que en ese país vivieron y viven otra gran cantidad de pueblos indios; el guaraní quedó identificado sólo con Paraguay; y en Uruguay apareció el charrúa como símbolo".
"Y se eligió a los charrúas –continuó el historiador– por una razón muy simple: porque estaban muertos. En esa época había un racismo muy fuerte. El progreso era posible únicamente si éramos un país 100% blanco. Entonces si los únicos indios de Uruguay habían desaparecido, éramos un país homogéneamente blanco, el único de América. Y como estaban muertos, reivindicar a los charrúas no tenía ningún efecto social".
La historiadora Ana Ribeiro realizó un análisis similar. "En 1930 se construyó en Uruguay el imaginario de un país joven, poderoso, blanco y orgulloso. Estaba claro que no se podía ser blanco y magnífico si se tenía un antepasado indio. Entonces ahí aparecieron los charrúas: el indio indómito, ejemplo de heroísmo y valentía, un pasado muy lejano que no manchaba la pureza blanca del nuevo país ni ofrecía ningún peligro: como estaban todos muertos podían ser elevados a la categoría de emblema, de mito. Lo mismo pasó con los gauchos: mientras existieron fueron considerados un peligro, un mal. Cuando dejaron de existir, pasaron a ser reivindicados".
La elección no pudo ser más afortunada: "Para el pueblo resultó mucho más atractivo identificarse con el indio rebelde, que se sacrificó, que nunca aceptó al europeo ni al cristianismo, que recordar a los guaraníes que, en cambio, trabajaron humildemente al servicio de cualquier encomendero", explicó Ribeiro.

Nuevo intento

Vidart escribe sobre los guaraníes porque cree que se está cometiendo una gran injusticia histórica. "De los guaraníes que pelearon con Artigas ya ni se habla. Se habla mucho del caciquillo charrúa Manuel Artigas, pero de Andresito, Sotelo, Sití, los caciques guaraníes artiguistas, nadie se acuerda. Fueron mucho más numerosos los guaraníes que los charrúas comprometidos con Artigas. En la lucha contra los portugueses murieron muchos más guaraníes que todos los charrúas juntos. Cuando Artigas habla de repartir tierras a los indios, habla de guaraníes, no de charrúas".
Al igual que Vidart, todos los especialistas consultados no dudan que los guaraníes dejaron una huella mucho más importante que los charrúas en la formación del Uruguay.
"El único aporte de los charrúas a la nueva sociedad fue el uso de la boleadora... y ya prácticamente no se usa más. Sacando eso, no dejaron otra cosa", dijo Pi Hugarte.
Para Vidart "los charrúas sólo dejaron un extraordinario ejemplo de valentía, de resistir hasta las últimas fuerzas. Pasaron como una sombra heroica, pero no dejaron huellas en nuestro pueblo. No puede atribuírseles un aporte demográfico y cultural que no tuvieron. Y no se puede equipararlos al peso efectivo que sí tuvieron los guaraníes en la formación del Uruguay".
De todo eso hablará el nuevo libro de Vidart, una de las figuras más reconocidas y destacadas de la ciencia uruguaya.
Es de esperar que la nueva obra tenga más suerte que la que han tenido los anteriores intentos por poner las cosas en su lugar.

Historias uruguayas, Leonardo Haberkorn
Fragmento del reportaje publicado el 19 de mayo de 2001 en el suplemento Qué Pasa del diario El País.
La versión completa se encuentra en el libro Historias Uruguayas.

2.9.08

Con Luca Prodán en Montevideo Rock 1

La entrevista estaba fijada a las ocho o nueve de la mañana, una hora impropia para entrevistar a un músico de rock. La cita era en el hotel Carrasco, donde estaban alojados muchos de los músicos extranjeros que habían llegado para actuar en Montevideo Rock 1. Era una soleada mañana de noviembre de 1986 y hacía calor. Recuerdo haber ido a la entrevista sin desayunar y con la sospecha de que Luca Prodán y los otros integrantes de Sumo me dejarían plantado porque estarían durmiendo. Pero no fue así.
Yo no pensaba que aquella cita fuera especial. Conocía algunas canciones de Sumo pero no todas. Todavía no eran famosos. Las radios uruguayas pasaban sólo La rubia tarada y Los viejos vinagres. La rubia tarada me parecía genial, claro. Los viejos vinagres no.
A la entrevista bajaron Luca Prodan y el bajista Diego Arnedo. Nos sentamos en el bar del hotel. No recuerdo cómo estaba vestido Arnedo, pero Prodan llevaba una larga túnica blanca de algodón, y calzaba suecos. Parecía más un monje budista que un rockero.
Comenzamos hablando del hotel Carrasco, porque varios de músicos argentinos allí alojados estaban molestos con lo vetusto de sus instalaciones y pretendían cambiar de alojamiento.
"Las camas hacen ruido, es medio dark, pero a mí me gusta", me dijo Luca Prodan. "Y no es por no estar acostumbrado a estos lugares. Mis padres tenían guita, sí íbamos a un lugar nos quedábamos en hoteles así. Es más lindo mirar al techo y ver esos vitrales en vez de una lamparita de última. Los de GIT se quieren cambiar de cuarto, pero ¿quiénes son? ¡¿Quiénes son?!"
Esa fue una constante en la entrevista. Luca Prodan no tenía pudor de referirse a sus colegas.
Le pregunté por qué Sumo había tenido tanto éxito ese año y respondió con un discurso anti-hippie lleno de alusiones personales.
"Porque la propuesta de Sumo es distinta", me dijo. "Acá todos quieren ser muy afinados, pero ¿dónde está el corazón? ¿dónde lo tienen? Fito Páez es más o menos un melódico todavía, no es un aguerrido… nosotros hacemos un show que páááh y sin ser heavy metal, sin ser punk ni nada, solo con nuestra fuerza. Y eso pega porque la gente cambió. Antes les gustaba perderse en los ‘espacios siderales del amooooor’ y ser buuuenos tipos y en general era todo mentira. Nosotros no le damos nada de bola a todo eso, somos buenos tipos y listo. Y después hacemos la música que queremos".
Y agregó: "Los chicos de ahora ya no escuchan a Sui Generis y Nito Mestre y Serú Girán. Esos tipos ya no tocan, no los contratan. ¿Nito Mestre dónde toca?".
Arnedo interrumpió para contar que todo había surgido de casualidad. Que Luca había llegado de Europa, que había reunido a músicos que no tocaban en público, que ni siquiera pretendía grabar un disco. Insistía en que habían trabajado mucho para llegar a ser reconocidos.
Prodan volvió a tomar la palabra. "Me parece que también tiene que ver con la edad. Yo empecé a cantar a los 27 años, no a los 19. Fito, que tiene 22, es un imberbe. A esa edad se la creen, piensan que son estrellas porque no saben, no vivieron. Yo estuve en la cárcel tres veces, aunque nunca le hice mal a nadie. También viajé en un yate por el Mediterráneo cada verano desde que era chico. Hice de todo. Estuve en todos lados. Yo viví, viví. Ahora no voy a creer que soy una ‘estrella de rock’".
La calidez de la voz con acento italiano de Luca Prodan todavía se escucha en el cassette Silver Shadow, lo que no deja de ser un pequeño milagro. Varias veces en la entrevista se refirió a su historia personal, a su infancia y juventud en el seno de una familia millonaria y aristocrática en Europa, tal como ahora cuenta la película sobre su vida. Pero en aquella mañana de 1986 Luca todavía no era una celebridad, su biografía no era conocida y sus cuentos me provocaban inquietud: ¿sería verdad todo lo que ese pelado me estaba diciendo?
"Yo fui al mejor colegio de Europa con el príncipe Carlos de Inglaterra. Ahí me di cuenta la mierda que es todo, me escapé y me puse más rebelde que un rebelde. Dejé todo. Si yo quería ahora estaba en Roma, en mi súper departamento, con el yate de mi padre y todo eso. Pero no quiero, no me gusta esa gente. Me gusta mucho más el barrio del mercado del Abasto y estar ahí con cualquiera. Yo soy amigo del almacenero, de gente más de verdad, no de estos que hacen windsurf oh oh oh, ¿qué cazzo me importa a mí el windsurf?"
El personaje parecía ser demasiado interesante para ser verdadero pero, sin embargo, no creía que ese pelado de túnica me estuviera mintiendo. En un momento Luca Prodan interrumpió la cantinela de Arnedo acerca del sacrificio que habían hecho para salir adelante y me dijo que Los viejos vinagres la habían compuesto con la mente puesta en lograr un éxito radial: "Nosotros vivimos de esto, así que necesitás adecuarte un poco a la situación comercial. Confieso que esa canción fue hecha con un poco de mentalidad comercial. Pero La rubia tarada no, esa la hicimos así, sin pensar". Nunca había oído a un músico referirse con tal sinceridad a uno de sus éxitos.
"Nosotros –siguió Luca- no somos el conjunto-de-rock-reloco-reinteligente-y-con-todas-las-minas. Hay muchos músicos que no son músicos, que solo quieren levantar minas, ser famosos y salir en el diario. El rock está lleno de boludos. Y hablando de boludos, mirá quién viene…"
En el bar del hotel apareció un ser extraño, muy alto y con una barba larguísima dividida en dos mitades que se prolongaban casi hasta su abdomen. Era un desconocido llamado Roberto Petinatto, saxofonista de Sumo. Luca lo presentó: "Él es el más inteligente y el más idiota de Sumo. Es el más arrogante, pero también es el que tiene más sentido del humor, muy irónico y sarcástico".
Petinatto se sentó al piano del bar del hotel Carrasco y comenzó a improvisar. El resto de la entrevista quedó registrada en el Silver Shadow con la música de Petinatto de fondo.
Prodan miró a Arnedo y dijo: "Él es el mejor músico de Sumo. Se toca todo". "Gracias", respondió con timidez el bajista.
Le pregunté a Prodan si quería volver a Europa. "Yo viví toda una época muy buena allá. Los jóvenes decíamos ‘vamos a cambiar todo’, pero después nos dimos cuenta que no íbamos a cambiar nada ni con la política, el rock, ni las drogas. Hace dos años y medio volví a Italia e Inglaterra y estaban todos haciendo guita y comprando un televisor más grande. Me puso bastante mal. Después está el otro lado de la moneda: los otros, los ex rebeldes, los que se desilusionaron con la propuesta del 68 cayeron en la heroína. Y se mueren como moscas".
Me dijo que su hermana había muerto por ser heroinómana. "Yo llegué acá escapando de la heroína. No quiero volver. Si vuelvo es para tocar y para estar un rato en un lugar lindo y comer un buena comida. Y hablando de comida…"
Luca dio por terminada la entrevista y preguntó dónde podía comer mariscos. Todavía no era mediodía, pero quería que le indicara algún restaurante. Salimos a la calle. En la entrevista Luca me había dicho que se vestía con su look tan extraño para "hacerle entender a esos boludos que podés ser distinto y ser una buena persona". No sé si la gente que lo miró con ojos desorbitados aquella mañana en Carrasco habrá captado el mensaje.
Cuando pasamos por la puerta del café Arocena, Prodan quiso entrar. Le dije que allí no se había servido ni se serviría jamás un plato de mariscos, pero él entró igual y se paró frente al mostrador, ante la mirada curiosa de los presentes. "Dos ginebras", pidió. Las sirvieron y él bebió la suya de un sorbo. Tuve que hacer lo mismo.
Nunca en mi vida repetí ese tipo de desayuno. Él seguro que sí. Apenas viviría un año más.
Dejé a Luca Prodan en la puerta del restaurante García. Esa noche Sumo actuó en Montevideo Rock 1 y comprobé que el pelado de túnica no me había mentido. Cuando la actuación terminó, sentí qué había sido afortunado esa mañana. Y guardé el Silver Shadow como si fuera un tesoro.


Publicado en la revista Freeway, mayo de 2007. La entrevista en formato pregunta y respuesta se publicó en el semanario Aquí el 12 de enero de 1988.
Audio original de la entrevista:

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