Al menos desde la recuperación de la democracia en 1985, los tres grandes partidos uruguayos nunca se pusieron de acuerdo en nada. Ríos y ríos de tinta se gastaron en analizar a un país siempre trancado y dividido en tercios o en mitades. Cuando una mitad conseguía algo, la otra le organizaba un referéndum en contra.
Muchos llamaron, hasta con desesperación, a encontrar el mínimo común denominador que permitiera unir dos visiones de país tan opuestas. Era necesario para poder sacar el Uruguay adelante.
Ahora, por fin, el mínimo común denominador ha aparecido: se llama Botnia y Ence.
Como nunca antes en ningún otro asunto, los tres grandes partidos uruguayos están monolíticamente de acuerdo en defender, a capa y espada, la instalación de las gigantescas plantas de celulosa en el río Uruguay. No existe ningún otro asunto en el cual la opinión del presidente Vázquez, la de Lacalle y la de Sanguinetti sean tan idénticas. Y también la de Fernández Huidobro y Jorge Batlle. Y la de todos los demás, del primero hasta el último.
Los líderes que nunca lograron ponerse de acuerdo en cómo frenar la delincuencia, en cómo detener la debacle del sistema educativo, en cómo solucionar el caos de la salud pública, en impulsar una política energética que no ahogue al país, en cómo reformar el asfixiante aparato estatal uruguayo, ahora están de acuerdo en algo. Cien por ciento de acuerdo. Una ola de optimismo recorre la República: ahora todos los problemas serán solucionados.
El gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, sugirió que "a lo mejor hay algún incentivo" para que el gobierno uruguayo promueva con tanto fervor la instalación de las plantas.
El gobierno, el Partido Nacional, el Partido Colorado y también el Independiente pusieron el grito en el cielo. El gobierno llamó al embajador uruguayo en Buenos Aires. Por primera vez una decisión de Vázquez fue aplaudida por toda la oposición. "Hace muy bien el Uruguay en protestar", dijo Sanguinetti. "En estas cosas tenemos que estar todos espalda contra espalda", afirmó el líder del Partido Independiente, Pablo Mieres. El Partido Nacional, a través del diputado Gustavo Borsari, organizó... ¡una interpelación a favor del gobierno!, para que quedara bien en claro el monolítico respaldo del Parlamento al nuevo Mínimo Común Denominador de la Orientalidad.
Busti luego dio marcha atrás. Dijo que usó la palabra "incentivos" refiriéndose a los beneficios económicos obvios que una inversión tan grande puede generar. No quiso arrojar ninguna sospecha de corrupción, ni ninguna sombra de duda sobre las razones que hay detrás del apoyo uruguayo a las polémicas plantas.
Pero que Busti no tenga dudas, o que exista una unanimidad que funciona como aplanadora, no quiere decir que las cosas estén claras.
En la edición pasada de Qué Pasa, el propio Pablo Mieres reclamó la urgencia de sancionar una ley que aclare cómo se financia la política uruguaya: una ley en serio, no un chiste como la anterior.
Mieres dijo que eso era necesario "para evitar situaciones sospechosas".
—¿Qué garantías tiene la ciudadanía de que las decisiones de los partidos y del gobierno no estén influidas por el dinero de las contribuciones recibidas en la campaña? —se le preguntó.
—Ninguna. Esa es la realidad. Queda en creer o no creer. No tenemos lo que una democracia debe tener: un conjunto de procedimientos institucionales que den la certeza de que no están ocurriendo injerencias indebidas en la toma de decisiones públicas —respondió.
Creer o no creer. ¿Cuál será la razón por la cual el dueño de Buquebus, Juan Carlos López Mena, pasó de ser un empresario demonizado por el Frente Amplio a ser un prohombre al que el gobierno del propio Frente Amplio le asigna concesiones del Estado? ¿Por qué el funcionario que logró que los casinos municipales dieran pérdidas fue premiado y puesto a dirigir los casinos del Estado? ¿Será que los partidos políticos uruguayos no tienen "una caja dos" como los brasileños, o será que Uruguay no tiene una revista como Veja, fuerte económicamente, con un tiraje de millones, no dependiente de los avisos ni de los préstamos estatales, y con un plantel suficiente de periodistas capaz de descubrirla?
La política argentina no es el desideratum de la transparencia. La presente edición de Qué Pasa le dedica una página a su reciente campaña electoral: la nueva política prometida por Kirchner se parece demasiado a la vieja: el Estado puesto al servicio de los candidatos oficiales, promesas electorales demagógicas y millonarias, acusaciones falsas contra la oposición y ausencia de un debate medianamente serio.
Algunos creen que la política uruguaya es muy distinta a la argentina y la brasileña. Hace poco, sin embargo, muchos hablaban de las grandes similitudes del Mercosur "progresista".
Si el gobierno y los políticos uruguayos no quieren que un Busti cualquiera siembre dudas sobre sus decisiones, no tienen que rasgarse las vestiduras, ni inflamarse de patriotismo, ni gastar la plata del Estado en hacer ir y venir a los embajadores.
Tienen que crear una Junta Anticorrupción que de verdad funcione. Tienen que hacer del Tribunal de Cuentas algo más que un organismo testimonial. Tienen que permitir que todo ciudadano tenga acceso a los documentos públicos. Tienen que respetar la Constitución. Y, de una vez por todas, tienen que sancionar una ley que aclare de dónde sale el dinero que mueve la política uruguaya.
Pueden hacerlo. El Frente Amplio se pasó 20 años hablando de estos temas, y hoy tiene mayoría absoluta en el Parlamento para lograrlo. Incluso puede contar con el apoyo de la oposición. Ahora que todos han demostrado que pueden ponerse de acuerdo en algo.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el suplemento Qué Pasa del diario El País, 5 de noviembre de 2005.
3.5.08
28.4.08
El Uruguay sindical
La noticia tuvo difusión mundial: dos astrónomos uruguayos, Julio Ángel Fernández y Gonzalo Tancredi, fueron clave en la decisión de la Unión Astronómica Mundial de quitarle la categoría de planeta a Plutón. Gracias a esta historia, nos enteramos que aquí existen astrónomos cuyos conocimientos son respetados, seguidos y valorados en el mundo entero.
En Uruguay, en cambio, ese conocimiento vale poco. No hay muchas oportunidades de trabajo para quienes obtienen el título de licenciado en astronomía en la Facultad de Ciencias, menos aún para los que siguen estudios de posgrado en el exterior y luego regresan a Uruguay.
Quizás por tal escasez de ofertas laborales son pocos los que se animan a dedicarse a esta profesión: no hay en Uruguay más de 20 licenciados en astronomía y los doctores son apenas cuatro.
Uno de los pocos puestos de trabajo que el país sí puede ofrecerle a sus prestigiosos astrónomos es el de dirigir el planetario municipal.
Sin embargo, ningún astrónomo, ningún egresado de la carrera de astronomía, dirige el planetario. El puesto de director se adjudicó en un concurso al que sólo pudieron postularse los empleados municipales. El cargo entonces recayó en un funcionario de la Intendencia, un profesor de liceo de astronomía que ya trabajaba en el planetario, un buen hombre carente de mayores credenciales científicas. Pudo ser peor: pudo haber ganado un burócrata.
En el concurso se interrogó a los postulantes sobre materias diversas, entre ellas su conocimiento sobre el funcionamiento interno de la Intendencia de Montevideo. Es el tipo de conocimiento que se premia en Uruguay, el saber de la chacrita.
En definitiva, el puesto de director del planetario de Montevideo no está reservado a quien más sabe, sino a un empleado municipal. De igual modo, con concursos cerrados entre sus funcionarios, la Intendencia ha elegido a los directores de muchas otras de sus principales dependencias: el Jardín Botánico, el parque Lecocq, el servicio de guardavidas...
Este método antidemocrático, que divide a los ciudadanos en clase A (los municipales) y clase B (todos los otros), es parte de las “conquistas” de Adeom. Estas “conquistas” han hecho de Uruguay el país que es: un rincón del mundo donde vale más ser basurero que maestro.
La situación se repite idéntica en estos días en Secundaria. Un concurso para llenar vacantes en las bibliotecas liceales se ha hecho restringido a quienes ya trabajan en los liceos.
Existe una carrera universitaria de bibliotecología; sus egresados estudian y se especializan en este trabajo, pero no pueden presentarse al llamado.
No hay derecho al pataleo. Vivimos en un país donde el saber es castigado, donde los gobernantes premian más el poder de un sindicato que la excelencia y el conocimiento.
Tenemos una facultad de bibliotecología. Tenemos astrónomos de prestigio mundial. Lástima que nos sirva de tan poco.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 3 de abril de 2007.
En Uruguay, en cambio, ese conocimiento vale poco. No hay muchas oportunidades de trabajo para quienes obtienen el título de licenciado en astronomía en la Facultad de Ciencias, menos aún para los que siguen estudios de posgrado en el exterior y luego regresan a Uruguay.
Quizás por tal escasez de ofertas laborales son pocos los que se animan a dedicarse a esta profesión: no hay en Uruguay más de 20 licenciados en astronomía y los doctores son apenas cuatro.
Uno de los pocos puestos de trabajo que el país sí puede ofrecerle a sus prestigiosos astrónomos es el de dirigir el planetario municipal.
Sin embargo, ningún astrónomo, ningún egresado de la carrera de astronomía, dirige el planetario. El puesto de director se adjudicó en un concurso al que sólo pudieron postularse los empleados municipales. El cargo entonces recayó en un funcionario de la Intendencia, un profesor de liceo de astronomía que ya trabajaba en el planetario, un buen hombre carente de mayores credenciales científicas. Pudo ser peor: pudo haber ganado un burócrata.
En el concurso se interrogó a los postulantes sobre materias diversas, entre ellas su conocimiento sobre el funcionamiento interno de la Intendencia de Montevideo. Es el tipo de conocimiento que se premia en Uruguay, el saber de la chacrita.
En definitiva, el puesto de director del planetario de Montevideo no está reservado a quien más sabe, sino a un empleado municipal. De igual modo, con concursos cerrados entre sus funcionarios, la Intendencia ha elegido a los directores de muchas otras de sus principales dependencias: el Jardín Botánico, el parque Lecocq, el servicio de guardavidas...
Este método antidemocrático, que divide a los ciudadanos en clase A (los municipales) y clase B (todos los otros), es parte de las “conquistas” de Adeom. Estas “conquistas” han hecho de Uruguay el país que es: un rincón del mundo donde vale más ser basurero que maestro.
La situación se repite idéntica en estos días en Secundaria. Un concurso para llenar vacantes en las bibliotecas liceales se ha hecho restringido a quienes ya trabajan en los liceos.
Existe una carrera universitaria de bibliotecología; sus egresados estudian y se especializan en este trabajo, pero no pueden presentarse al llamado.
No hay derecho al pataleo. Vivimos en un país donde el saber es castigado, donde los gobernantes premian más el poder de un sindicato que la excelencia y el conocimiento.
Tenemos una facultad de bibliotecología. Tenemos astrónomos de prestigio mundial. Lástima que nos sirva de tan poco.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 3 de abril de 2007.
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20.4.08
Astori debe una materia
Hace 20 años Danilo Astori era decano de la Facultad de Ciencias Económicas, mi amigo X estudiaba en una universidad de Texas y yo era periodista en el semanario Aquí.
Por su excelente rendimiento como estudiante, X había impresionado a las autoridades de aquella universidad estadounidense. Como X provenía de la Facultad de Ciencias Económicas de Montevideo, los texanos quisieron becar a otros estudiantes como él. El decano en persona vino a Uruguay a ofrecer las becas.
Astori, que en aquellos años no era precisamente un izquierdista renovador, nunca recibió a su colega estadounidense. El académico estuvo esperando ser atendido, pero finalmente se fue de Montevideo sin nunca haber podido siquiera ofrecer las becas. El hombre partió con la idea de que no había sido recibido por ser estadounidense. Otra razón no había.
Cuando conocí esta historia pensé que era una noticia que el público debía conocer. Llamé a Astori pero no quiso hacer declaraciones. “Es un tema de los colorados”, me dijo. Le insistí, sólo quería saber si aquello era cierto, si no había recibido al emisario de una universidad de Texas que venía a regalar becas. Astori se enojó. “Es un tema de los colorados”, repitió y me pasó un largo sermón: un semanario de izquierda como Aquí debía ocuparse de otros asuntos, como reclamar más dinero para la enseñanza.
Escribí la nota con los datos que tenía y los dichos de Astori. El secretario de redacción la editó y quedó pronta. Pero el artículo no fue publicado. A último momento fue levantado por orden de una autoridad del Partido Demócrata Cristiano, dueño del semanario.
Hoy Astori es ministro de Economía y mi amigo X, que volvió a Uruguay, se ha transformado en un referente en su especialidad y en una importante autoridad académica. En su caso, los beneficios de haberse especializado en la universidad de Texas han sido notorios. Otros pudieron haber tenido la misma suerte y no la tuvieron.
Astori cambió mucho desde entonces. Ya no defiende, por ejemplo, las virtudes del “socialismo real”. Ahora aboga por otros puntos de vista, como el de estrechar vínculos con Estados Unidos. Todos pudimos verlo en la televisión muy satisfecho con haber recibido al presidente George W. Bush, un texano que sí pudo estrecharle la mano.
Astori enumeró en la pantalla todo lo bueno que se logró con la visita de Bush. Destacó, entre otros puntos, que se firmó un acuerdo que permite el intercambio de estudiantes entre Uruguay y Estados Unidos.
La gente tiene derecho a cambiar de opiniones y siempre es positivo vencer los prejuicios. Pero los políticos deberían tener la humildad de explicarle al público las razones de sus virajes, ya sea sobre el comunismo, Estados Unidos, el Mercosur o el impuesto a los sueldos, ese espantoso tema de los colorados que ahora volvió de la mano de Astori.
Es una materia que Astori, que fue decano, todavía tiene pendiente.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 15 de marzo de 2007
Por su excelente rendimiento como estudiante, X había impresionado a las autoridades de aquella universidad estadounidense. Como X provenía de la Facultad de Ciencias Económicas de Montevideo, los texanos quisieron becar a otros estudiantes como él. El decano en persona vino a Uruguay a ofrecer las becas.
Astori, que en aquellos años no era precisamente un izquierdista renovador, nunca recibió a su colega estadounidense. El académico estuvo esperando ser atendido, pero finalmente se fue de Montevideo sin nunca haber podido siquiera ofrecer las becas. El hombre partió con la idea de que no había sido recibido por ser estadounidense. Otra razón no había.
Cuando conocí esta historia pensé que era una noticia que el público debía conocer. Llamé a Astori pero no quiso hacer declaraciones. “Es un tema de los colorados”, me dijo. Le insistí, sólo quería saber si aquello era cierto, si no había recibido al emisario de una universidad de Texas que venía a regalar becas. Astori se enojó. “Es un tema de los colorados”, repitió y me pasó un largo sermón: un semanario de izquierda como Aquí debía ocuparse de otros asuntos, como reclamar más dinero para la enseñanza.
Escribí la nota con los datos que tenía y los dichos de Astori. El secretario de redacción la editó y quedó pronta. Pero el artículo no fue publicado. A último momento fue levantado por orden de una autoridad del Partido Demócrata Cristiano, dueño del semanario.
Hoy Astori es ministro de Economía y mi amigo X, que volvió a Uruguay, se ha transformado en un referente en su especialidad y en una importante autoridad académica. En su caso, los beneficios de haberse especializado en la universidad de Texas han sido notorios. Otros pudieron haber tenido la misma suerte y no la tuvieron.
Astori cambió mucho desde entonces. Ya no defiende, por ejemplo, las virtudes del “socialismo real”. Ahora aboga por otros puntos de vista, como el de estrechar vínculos con Estados Unidos. Todos pudimos verlo en la televisión muy satisfecho con haber recibido al presidente George W. Bush, un texano que sí pudo estrecharle la mano.
Astori enumeró en la pantalla todo lo bueno que se logró con la visita de Bush. Destacó, entre otros puntos, que se firmó un acuerdo que permite el intercambio de estudiantes entre Uruguay y Estados Unidos.
La gente tiene derecho a cambiar de opiniones y siempre es positivo vencer los prejuicios. Pero los políticos deberían tener la humildad de explicarle al público las razones de sus virajes, ya sea sobre el comunismo, Estados Unidos, el Mercosur o el impuesto a los sueldos, ese espantoso tema de los colorados que ahora volvió de la mano de Astori.
Es una materia que Astori, que fue decano, todavía tiene pendiente.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 15 de marzo de 2007
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