30.8.12

Mujeres que hacen obra

Mujeres, obreras, trabajo, construcción
Maira Moraes, obrera.
Foto: Magdalena Gutiérrez
Mabel Montes de Oca tiene 27 años, es de físico menudo y pocas palabras. Es de Mariscala, Lavalleja, pero hace cuatro años se radicó en Toledo, buscando un mejor futuro. Poco después consiguió trabajo en una empresa de limpieza de Montevideo. Pero al cabo de un tiempo renunció:
-No me sirvió: era poca plata y muchos tickets alimentación. Y arriba de eso yo tenía que pagar el boleto y una niñera.
Mabel tiene tres hijos. La familia se mantenía con el sueldo de su pareja, un obrero de la construcción. Pero ella quería tener su propio dinero, lo necesitaba para sí misma y para sus hijos.
Un día le dijo a su compañero que ella también quería trabajar en la construcción. En Mariscala había participado en una cooperativa de viviendas. Un capataz del Ministerio de Vivienda le había enseñado a levantar paredes, a revestirlas, a revocar. ¿Por qué no podía trabajar en una obra? ¿Por qué debía conformarse con los magros salarios que pagan las empresas de limpieza?
Su pareja le dijo que ni loca.
-Los hombres son bravos, las obras no son para vos.
Pero Mabel estaba determinada. Detrás de sus respuestas categóricas y breves se adivina un carácter firme. Se anotó en una escuela para operarios de la construcción que la empresa Saccem tiene en Manga con la esperanza de ser llamada para entrar a una obra. Cuando se presentó su oportunidad, y antes del primer día de trabajo, su compañero, ya resignado, la aconsejó:
-Vos no vayas a buscar amigos, compañeros, ni nada. Vos tenés que cuidar tu trabajo y hacerte respetar. Hacete respetar.

***

Hoy Mabel trabaja rodeada por 120 hombres en el piso 15 de una torre de 21 que se está construyendo en el Buceo, en Rivera y Comercio, donde antes estuvo la fábrica de vidrio.
Es una representante más de un fenómeno incipiente pero en crecimiento en Uruguay: las mujeres que trabajan como obreras de la construcción.
Hoy, según datos del Banco de Previsión Social, hay 625 puestos laborales en el campo de la construcción ocupados por mujeres: 424 en Montevideo, 103 en Maldonado y cantidades muy pequeñas en otros departamentos (no hay ni siquiera uno en Lavalleja, Soriano y Río Negro).
Una cifra cercana al 10% del personal de la industria ocupa dos puestos laborales. Por lo tanto, la cifra de mujeres obreras registradas ante el BPS puede considerarse cercana a 560.
Es un número modesto que se torna aún más pequeño si se lo compara con el total de personal empleado en el sector, que supera los 65.000. Las mujeres representan entonces menos del 1% del total. Y más pequeño todavía si no se consideran a las mujeres que trabajan en las obras, pero no propiamente como obreras sino, por ejemplo, como pintoras, personal de limpieza o técnicas prevencionistas.
“Si tomamos en cuenta solo a las mujeres albañiles, peones, maquinistas, martilleras, las que trabajan como obreras propiamente dichas, somos unas 300 en todo el país”, dijo Estela Escobar, que a su vez es la única obrera en la dirección de 35 integrantes del Sindicato Único de la Construcción (Sunca). (Hay otra mujer en la directiva, pero trabaja en el sector de la cerámica, también integrado al Sunca).
Sin embargo, si uno ve el asunto en perspectiva, la presencia de esas 300 mujeres representa una gran conquista.
Fempress, una publicación de defensa de los derechos femeninos, se preguntaba en 1996:
“Si las mujeres pueden hacer tareas de obra para construir su propia  casa, ¿por qué no trabajan en construcción, cuando faltan tantos empleos para ellas y cada vez más quieren acceder al mercado de trabajo? No existe en el Uruguay ni una sola mujer en el gremio de la construcción, y ellas se muestran eficientes en tareas que requieren atención a los detalles”.

***

Judith Mallo ya trabajaba en la construcción en 1996, aunque era difícil que Fempress se enterara: lo hacía en una pequeña empresa familiar, propiedad de su padre, en la localidad canaria de Sauce.
Rubia, sonriente, con su uniforme naranja de la empresa Ebital recién estrenado, Judith trabaja hoy en la obra del Sodre, en pleno centro de Montevideo. Antes lo hizo en muchísimas otras. Tiene 39 años y hace más de 20 que es albañil. Aunque a primera vista nadie lo diría, es una pionera.
“Empecé con mi viejo hace más de 20 años, como peón. Él era capataz de una empresa y un día decidió irse y poner su propia empresita. Yo tenía 15 años y cuando le faltaba un peón iba de suplente. Después quedé fija. En la empresa familiar trabajaban hombres –mis hermanos- y otras mujeres –mi madre y mis primas-. A la gente le llamaba la atención, pero en mi familia era algo normal. A mí siempre me gustó”.
Cuando el padre de Judith se jubiló, cada cual tomó para su lado. Ninguna de sus primas continuó en la construcción, pero ella sí. “Seguí porque me gusta”. Cuando entró a trabajar en Ebital, una empresa del grupo Campiglia, los hombres la miraban con doble sorpresa: una mujer que había entrado a la obra… ¡y con grado de finalista! Ninguno de ellos podía imaginar toda la experiencia y conocimientos que Mallo poseía. “Se acercaban para ver cómo era posible, pero me trataron muy bien.  Nunca tuve problemas”.

***

Mabel Montes de Oca, la chica de Mariscala que quería trabajar en la construcción a pesar de las admoniciones de su pareja, tuvo por fin la oportunidad que tanto deseaba.
Hace ocho meses fue llamada para integrarse a una obra de la empresa Sacceem.
En los días previos a su debut fue aleccionada por su compañero respecto a cómo afrontar el baile en el cual se había metido: tenía que tener cuidado, no hacer amistades, mantener la distancia con los hombres, ser precavida con todos, concentrarse cien por ciento en su trabajo y, sobre todas las cosas, hacerse valer.
Cuando llegó el momento, estaba preparada.
-El primer día entré con el carácter fuerte, dura, sin saludar a nadie, llevándome todo por delante. Estaba ahí para ganarme mi lugar, para ser uno más, para hacerme respetar.
Pronto vio que lo que había aprendido en Mariscala y en la escuela de Saceem le servía, que el trabajo estaba a su alcance, que no era tan difícil. Sus compañeros hombres se acercaban más por la curiosidad que despertaba su labor eficiente que por otra cosa. Pero ella nada, ni una palabra, ni hola, ni gracias, ni adiós.
-Así estuve un mes y medio. Pensaron que era una antipática, pero después entendieron que lo había hecho para ganarme su respeto. Ahora ya está todo bien. Resultaron buenos compañeros.
Sus jefes también apreciaron su trabajo y pronto ascendió a medio oficial. Ella ya ha pedido que la consideren para oficial y se nota segura de que lo logrará.

***

Las mujeres responden. Esa es lo que dicen todos los hombres que las tienen a su cargo.
“Su trabajo está a la misma altura y con el mismo nivel de calidad que los hombres”, afirma Julio Dranuta, gerente de Gestión Humana de Saceem.
“Hacen lo mismo que los hombres, pero en cierto punto son más aplicadas, se concentran más en su tarea”, dijo Carlos Caporale, el capataz de la obra del Sodre, el jefe de Judith Mallo, la pionera.
“Son iguales a los hombres y las han aceptado muy bien. Las he visto trabajar con pico y pala a la par de los hombres”, afirmó la técnica prevencionista Carolina González.
Juan Carlos Méndez es el capataz general de una obra de 120 empleados en el Parque de las Ciencias, sobre la ruta 101 pasando el aeropuerto de Carrasco, camino a Pando. Una tupida barba cana lo delata como veterano en estas lides, lleva más de 30 años en la industria.
Nos recibe en una oficina montada en un contendor. Contra la pared está el organigrama general de la obra. El jefe máximo es un hombre, pero el segundo  y el tercer lugar jerárquicos están ocupados por mujeres: una arquitecta y una ingeniera. Es paradójico, pero en la construcción las mujeres conquistaron primero la cima y recién ahora van por la retaguardia.
Méndez es la primera vez que las tiene en sus cuadrillas. Y está muy satisfecho. “En la industria de la construcción, y en todas en general, hay  mucha gente que ya no siente el orgullo de hacer las cosas bien, el amor propio se ha ido perdiendo. Pero las mujeres todavía lo tienen. No solo por su condición natural de ser más detallistas. También porque quieren demostrar que pueden y merecen ser tenidas en cuenta”.
Una de las cuatro mujeres que trabajan con Méndez en el Parque de las Ciencias es Maira Moraes, una joven de 24 años con los párpados pintados de lila, casi violeta.
Maira trabaja haciendo pruebas de hormigón. Para hablar se saca una careta de acrílico que le protege los ojos pintados. Cuenta su historia con una sonrisa de oreja a oreja.
Como casi todas las mujeres de la construcción llegó hasta aquí desertando de otro empleo. Todas trabajaron antes como domésticas, en empresas de limpieza, como cajeras en supermercados. Maira era etiquetadora y fechadora en una planta de envasado de especias.
-Me quedaban solo 6.000 pesos por mes, y yo tengo una hija. No podía alquilar nada y vivía con mi pareja en la casa de mis suegros.
Tiene cinco hermanos. Tres de ellos son obreros de la construcción, dos no. Cuando les dijo que ella también quería serlo, las opiniones se dividieron. Los dos que trabajan en otros ramos la apoyaron en su decisión. Dos de los obreros le dijeron que eso no era para ella. El tercero le tuvo confianza: ¿por qué no?
Maira tomó coraje y presentó su curriculum en una empresa del sector.
Pero había una gran diferencia entre ella y Mabel, la chica de Mariscala que no habló con nadie el primer mes y medio en la obra, y también con Judith, la pionera del Sauce.
Mabel había aprendido muchas destrezas del oficio en una cooperativa de viviendas en su pueblo de Lavalleja. Judith lo había hecho en la empresita de su padre. Maira, la de los ojos violetas, no sabía poner un ladrillo sobre otro. Ni eso ni nada. Lo único que sabía es que no quería seguir trabajando por 6.000 pesos.
Cuando dejó el curriculum le preguntaron:
-¿Y tú qué sabés hacer?
-Sinceramente, nada.
-¿Cómo que nada?
-No, no sé nada. Pero tengo todas las ganas.

***

Matías Restano es ingeniero y jefe de dos grandes obras, el complejo de torres Diamantis es una de ellas.
Hace poco, y tras una negociación con el sindicato, una cuadrilla de seis mujeres fue incorporada a esta obra que será casi como una ciudad dentro de la ciudad: allí vivirán unas 1.500 personas.
La empresa tomó muchas precauciones ya que la situación les provocaba cierta inquietud, no sabían cómo serían recibidas. Decidieron mantenerlas a todas trabajando juntas, en un mismo sector, de modo de que pudieran apoyarse entre sí. Y decidieron confiar la nueva cuadrilla femenina a un capataz joven y de mente abierta: Andrés Mier, de 28 años.
-Yo soy muy familiero, así que sabía que no iba a tener problemas con ellas. Solo que como a veces soy demasiado bruto al hablar, les avisé que si gritaba un poco no era por nada en especial. Les dije al llegar que iban a tener el mismo trato que los hombres, igualdad en todo, que iban a hacer las mismas tareas, sin matar a nadie. Porque hay cosas que puede hacer unas personas y otras no.
Ellas no lo defraudaron en sus expectativas:
- En ciertas personas había diferencias abismales en la calidad del trabajo, en la voluntad de hacer las cosas. Yo las mandaba a apalear y lo hacían a la par de un hombre, o incluso mejor.  Rindieron lo que esperaba y más todavía.
Y al final, en el trato con los varones, no pasó nada malo. La reacción masculina generalizada fue de respeto. La dirigente sindical Estela Escobar dice que los hombres de la construcción tienen fama de ser muy machistas, pero en la realidad no son los peores: “Yo participo en la comisión de género del PIT-CNT y escucho cada historia de otros gremios, que la verdad son mucho más graves”. Para Restano la presencia de las mujeres incluso hizo que muchos hombres mejoraran en su actitud para con el trabajo. El ingeniero cree que es hora de tomar más mujeres.
Es una cuestión de justicia, pero también una necesidad. El empleo en la industria de la construcción no ha dejado de crecer en los últimos años. A la salida de la crisis de 2002, los puestos de trabajo apenas llegaban a 30.000, en 2008 alcanzaron los 55.000 y hoy ya sobrepasan los 65.000.
“Con ese panorama y un desempleo de apenas el 5,3%, en las obras muchas veces ya no se elige a quién se toma, sino que estamos obligados a tomar lo que se presenta”, explicó Restano. “Entra gente que solo quiere hacer lo mínimo necesario para llevarse el sueldo. Las mujeres, en cambio, ponen mucho empeño”.
Por eso cuando Maira Moraes, la de los ojos pintados, dijo que ella solo podía ofrecer sus ganas de trabajar, no fue descartada en forma automática. Hoy en día tener muchas ganas de trabajar no es poca cosa.
Ahora Maira está por cumplir su primer mes en la obra del Parque de las Ciencias. Más feliz no puede estar.
-El incentivo del sueldo te hace ver todo con otros ojos – se ríe-. Antes ganaba menos de la mitad.
El convenio vigente en la construcción fija 44 horas de labor semanales. Se trabaja nueve horas de lunes a jueves entre las 7 y las 17, y ocho horas los viernes, entre las 7 y las 16. Dependiendo si es albañil, medio oficial u oficial, el sueldo puede variar entre 15.000 y 17.000 pesos. En un país donde, según cifras oficiales, casi 385.000 empleados privados ganan menos de 10.000 pesos (según el PIT-CNT la cifra total llega a 800.000) , los salarios que se pagan en las obras suponen un sueño a alcanzar para mucha gente.
-El sueldo supera en mucho lo que gané en todos los trabajos anteriores que tuve – dice Claudia Bentolano, de 34 años, una de las obreras de la cuadrilla femenina de Diamantis, las uñas pintadas de azul y dos caravanas  al tono en la oreja izquierda-. El horario también es mejor porque no tengo que hacer horas extras para llegar a fin de mes. No se compara.
Para Claudia, madre de tres hijos, trabajar en la construcción tiene un extra que no tenía en su anterior empleo en un supermercado: acá se aprenden cosas nuevas. Ella entró como peón, pero tomó un curso de albañilería y con las nuevas destrezas incorporadas la ascendieron a medio oficial:
-Hay tantas cosas para aprender, es algo muy recomendable.
Los trabajadores tienen todos los beneficios sociales. Y hay otra gran ventaja para las mujeres que se aventuran en este nuevo mundo: en la construcción, a igual trabajo igual paga. No existe brecha salarial según el sexo. Y eso pasa poco en Uruguay. Un estudio de 2011 de la organización Inmujeres señaló que las uruguayas ganan, en promedio, el 69% de lo que cobran los hombres que realizan idénticas tareas.
Y después está el trabajo el sí, que a muchas les gusta:
-Acá rompés la rutina. No es como estar todos los días encerrada en una oficina, o como ser ama de casa o mucama – dice Karen Rodríguez, de 22 años, que hizo sus primeras experiencias en una cuadrilla del Mides que arreglaba veredas para la Intendencia de Montevideo y hoy es otra feliz obrera.
Todo indica que cada vez habrá más casos como los que se cuentan en estas páginas. Es algo que ya se nota. Según datos del BPS proporcionados por Elvira Domínguez, representante empresarial en su directorio, los puestos laborales ocupados por mujeres en este sector eran solo 285 en 2008. Luego pasaron a 313 en 2009, 365 en 2010 y de allí pegaron el gran salto a los 625 de 2011.
Además, la Cámara de la Construcción y el Sunca han incorporado al convenio colectivo una cláusula destinada a favorecer la incorporación de mujeres al trabajo. Y como todas las experiencias han sido buenas, no hay nada que impida que el número siga creciendo.
“Hay más mujeres que podrían sumarse”, dice Dranuta, el gerente de Saceem.
Mabel Montes de Oca, la chica de Mariscala de pocas palabras, la que se mentalizó para hacerse respetar en la obra, la que no le habló a sus compañeros durante un mes y medio para que quedara claro que ella ahí no iba a pedirle permiso a nadie, hoy lo tiene bien claro: su apuesta ha sido positiva. Estuvo tres o cuatro meses fijando niveles de pisos un láser. Ahora está tapando caños. Al principio todos sus compañeros venían a ver si había hecho bien las cosas. Ya no. Ella lo tiene claro. Cuando se le pregunta qué le diría a otras mujeres, lo resume todo en cinco palabras:
-Que se animen a venir.

Artículo de Leonardo Haberkorn.
Publicado en la revista Construcción, edición de mayo, junio y julio 2012
el.informante.blog@gmail.com

23.8.12

Cuando el estadio Centenario silbó a Víctor Hugo Morales

Yo estuve allí esa noche. Era 1985 y recién habíamos recuperado la democracia. Por primera vez desde el golpe de Estado de 1973, Mercedes Sosa volvía a cantar en Uruguay y el estadio Centenario estaba repleto. Yo no era un fanático de la Negra. Lo mío era el rock, no me perdía un recital de Los Estómagos. Pero aquella era una fiesta de la democracia recuperada, otra más, y no se podía faltar. Se llevaban las banderas y los pins que todavía decían "Se va a acabar".
El estadio estaba lleno, gente de todas las edades, amantes de la música y fanáticos del canto popular, estudiantes, militantes, mucha gente del Frente Amplio y también de los partidos tradicionales. Hoy a los jóvenes les cuesta imaginarlo, pero en aquellos años blancos y colorados tenían cada uno su ala de izquierda y una militancia fuerte.
Víctor Hugo Morales, que había organizado el espectáculo, subió al escenario para presentar a Mercedes Sosa. No recuerdo qué dijo o qué quiso decir. Lo que no puedo olvidar fue la prolongada y ruidosa rechifla que recibió de parte de aquel público militante. No fue un abucheo común y corriente. Fue una silbatina unánime y rotunda que bajó desde todas las tribunas al mismo tiempo. Había 50.000 personas esa noche en el Centenario.
En El Intruso Víctor Hugo elogia a la dictadura¿Por qué aquel público rabiosamente democrático, con un alto porcentaje de gente de izquierda, silbó de ese modo al relator que ya entonces había empezado a proclamarse izquierdista?
La respuesta exacta hoy es imposible de dar. Pero lo que es seguro es que todos quienes estaban en el Centenario aquella noche de 1985 recordaban bien la carrera uruguaya de Víctor Hugo, su historia reciente antes de emigrar a Argentina, su modo ejercer el periodismo, su cobertura de Argentina 78, sus dichos en El Intruso, los favores que había recibido de parte de la dictadura militar y la alcahuetería con la que los había agradecido. Los que leyeron Relato Oculto saben con lujo de detalles a qué me refiero.
Hace unos días, una fuente le alcanzó a Luciano Álvarez, coautor del libro, la fotocopia de una entrevista que le realizó a Víctor Hugo Morales en 1987 el semanario uruguayo La Razón, una desaparecida publicación del Movimiento Nacional de Rocha. En ella el periodista Danilo Iglesias le pregunta al relator por las razones de aquella silbatina.
Las respuestas de Morales desnudan al mismo personaje de siempre, el retrato nunca deja de coincidir.
El estadio entero lo abuchea. ¿Habrá hecho algo malo? No, jamás. Víctor Hugo Morales nunca tiene nada que reprocharse a sí mismo. Es el público uruguayo el equivocado, responde. Pero, ¿por qué lo silban de ese modo? Arriesga dos respuestas. Porque lo asocian con Argentina, dice. Pero, cómo, ¿acaso esa multitud no está allí reunida para vivar y celebrar a Mercedes Sosa, que es un símbolo inmenso de la Argentina? Víctor Hugo no se lo pregunta. El relator arriesga también otra explicación. Lo silban por envidia, por culpa de su éxito. ¿Y por qué el éxito de la Negra solo genera admiración? Tampoco se lo pregunta.
¿No lo estarán asociando a la dictadura? -lo interroga el periodista.
Víctor Hugo monta en cólera y arremete con furia ciega, como siempre cuando detecta algo o alguien que osa mancillar su propio inmaculado relato vital. Su respuesta no tiene desperdicio. Él, que como descubre Relato Oculto iba a divertirse a lo grande a un cuartel donde había gente presa, él acusa a toda esa gente que llena el Centenario de haber sido cómplice de la dictadura, de ser "culpable" de su ominosa duración. Hay que leerlo para creerlo.
Vale la pena repasar aquella entrevista publicada el 15 de mayo de 1987:

-¿Como le fue?
-Me fue muy bien, gané mucho dinero. Además creo que hicimos una buena cosa. […] Yo lo hice como una ilusión, pensé: ¿Qué puedo llevar al Uruguay, que cosa grandiosa? Como una forma de decir: les traigo esto como una especie de regalo. Inclusive las entradas fueron muy baratas, mi propósito era que sucediera lo que sucedió: que fueran 50.000 personas. […]
-Contrariamente a tus buenas intenciones, el público uruguayo tuvo un mal recibimiento hacia vos. ¿Qué sentiste?
-Un gran dolor y una gran incertidumbre acerca del porque de ese trato. Confusiones políticas sobre mi persona no las ha habido.
La explicación que me doy es que he sido muy argentinista en mis apreciaciones, muy porteñista, Y sé que en Uruguay cuesta mucho asimilar –por una cuestión de complejo casi provinciano—al vecino grande.
No sé si fue por eso que me recibieron mal. Otra posibilidad es porque me va bien, por un resentimiento raro o porque no les gustan ciertas actitudes mías. Creo que públicamente me muestro todavía más cauteloso de lo que soy, no me llevo el mundo por delante.
Es muy doloroso y es una cosa que me provocó un grave divorcio con el Uruguay. Desde entonces he ido una tarde para visitar a mi abuela, lo más que me he quedado es una noche. No tengo interés porque me miro con la gente y la sensación es de que, vaya a saber si este que está ahí es uno de los que estaba ese día en el estadio, silbándome sin que yo supiera por qué.
Era una manera extraña de volver; parándome en medio del estadio Centenario y presentando a Mercedes Sosa como final de todo el oprobio de la dictadura… No sé me parecía un festejo muy lindo para mí y me lo hicieron mierda.
-¿Te parece que puede tener alguna connotación política esa actitud del público? Tal vez se piense que como vos relataste el Mundialito en el 80, que fue visto como una treta de la dictadura para dfistraer a la población…
-Mirá, un pueblo absolutamente pancista como el uruguayo, un pueblo que sólo peleó contra la dictadura cuando le faltó seriamente el alimento, un pueblo que se permitió vivir todas las humillaciones y que ahora en general permite que tengamos una salida tan poco digna, en ningún momento, ninguno de esos que estaba sentado ahí me puede juzgar.
Yo estuve en lo más alto de la consideración pública en cuanto a notoriedad y trayectoria en el Uruguay, dentro de lo que hacía y jamás en mi programa habló un militar, jamás se me escuchó decir algo que sugiriese complicidad con los militares. Yo no relaté la ceremonia previa al Mundialito porque era una ceremonia hecha por los militares.
Que vos seas un relator fervoroso, que veas ganar a Uruguay y que veas un estadio feliz te contagia y digas que es un triunfo estupendo como lo fue, no creo que dé lugar a acusarme de promilitarista.
El uruguayo ha sido un pueblo pancista, culpable sin ningún tipo de dudas de la permanencia y de la continuidad de los militares en el gobierno. Por supuesto, estoy hablando en general, hay gente que individualmente tiene su dignidad, pero ¿cómo pueblo? Dignidad pueden esgrimir los chilenos que se hacen matar todos los días en la calle, pero no el Uruguay.
Todo lo que hicieron fue golpear cacerolas cuando el régimen se venía abajo. Los militares se llenaron de deudas y dijeron: “Ahora no queremos más el gobierno, vengan ustedes y ocúpenlo por diez o quince años, que cuando arreglen un poco la economía de este desastre ya encontraremos el pretexto para acogotarlos de nuevo y volver”.

El cinismo de Víctor Hugo sigue asombrando. Si los uruguayos fueron "pancistas", según su criterio, ¿qué podemos decir de él? ¿Qué podemos decir de quién aduló por escrito a Aparicio Méndez, de quien buscó el brazo protector de la dictadura en su pelea contra la AUF, de quién iba a divertirse a los cuarteles mientras había gente presa?
La pregunta sigue en pie: ¿por qué aquellas 50.000 personas lo silbaron en aquella fiesta del retorno a la democracia?
Relato Oculto aporta los datos para encontrar la respuesta.

16.8.12

Mini respuesta a Jaime Roos

Jaime Roos dijo en una columna que apareció con su firma en el diario Página 12 que no había leído Relato Oculto, pero que era todo "un invento".
Como cualquiera puede comprender, no se pueden afirmar las dos cosas al mismo tiempo con un mínimo de seriedad y rigor intelectual.
En un artículo que escribí en este blog respondí que Roos mentía al calificar de "invento" al libro que escribí con Luciano Álvarez, ya que en él no hay nada inventado. Por el contrario, todo está documentado: fechas, nombres, citas, artículos, fotos, testimonios, grabaciones.
En una entrevista que le realizan hoy a Roos en el semanario Búsqueda, éste se muestra agraviado con lo que escribí. "Antes de escribir eso, él me pudo haber preguntado la razón de mis dichos".
El razonamiento de Roos es tan asombroso que uno queda perplejo.
Él se da el lujo de descalificar un libro, de tildarlo de "invento de los feos", de "operación mediática" y de "disparate" sin siquiera haberlo leído.
Pero cuando uno se ve obligado a responderle ¡primero tiene que llamarlo por teléfono y preguntarle por qué piensa que es un "invento de los feos" el libro que comenta sin haber leído!
Roos tiene el tupé de afirmar que "hubiera sido más serio a nivel periodístico" que yo lo llamara antes de responder. Pero al mismo tiempo le parece serio comentar y descalificar un libro que admite que no leyó (ni llamó a los autores para informarse del contenido).
Es difícil encontrar un caso más paradigmático de doble discurso.
Si uno no lo conociera, creería que es Roos es bobo.
Pero bobo no es.
Es otra cosa.

Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

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