Hace diez años la mayoría de los periodistas ya había dejado de salir a la calle. Uno miraba una redacción y veía a muchos, demasiados, sentados frente a sus escritorios, con el teléfono en mano y la vista clavada en la pantalla de la computadora. Era un problema, porque el contacto con la gente y con la realidad suele ser el mejor camino para saber lo que pasa, para conseguir noticias importantes y buenas historias. La verdad está ahí afuera, como decía el lema que guiaba a Fox Mulder. Aquello tan viejo de observar, registrar, hacer preguntas y revolver archivos. Investigar requiere como primer requisito despegar el trasero de la silla. El teléfono y Facebook pueden ayudar mucho, pero nunca sustituyen el salir a buscar y ver las cosas con los propios ojos.
Twitter agravó el programa. Su poder adictivo superó todo lo anterior. Su vertiginosa línea de actualización: una, dos, tres, cien novedades en un instante fue la inyección letal que eliminó los últimos vestigios del reflejo que le indicaba al periodista que debía hacer el esfuerzo, elevar los glúteos de su butaca y salir a investigar algo. O por lo menos levantar el teléfono.
Hay una fascinación con la instantaneidad de twitter y de las redes sociales en general. Azotado por una crisis que amenaza ser terminal, el periodismo apela a la instantaneidad como arma de salvación. Páginas que se actualizan a toda hora, periodistas que twittean cientos de veces al día y, sobre todo, que no se pierden ningún tweet de ningún famoso. Rápido. Ya. Ahora. No importa lo que sea. El problema es que los tipos que organizan fraudes en las licitaciones o defalcos bancarios o matanzas colectivas todavía no lo twittean. Es un detalle. Mientras sea rápido, todo sirve. Hace poco un portal publicó la noticia de que Shakira se rascó el culo. En serio.
Al contrario de lo que suele repetirse, internet no supuso un gran avance respecto a la transmisión de información instantánea. La radio cumple con esa función desde hace décadas. Cuando Ghiggia anotó el segundo gol en Maracaná, el 16 de julio de 1950, los uruguayos se enteraron instantáneamente. Hace 62 años.
La gran ventaja que da internet no es la posibilidad de ser instantáneo, sino la de ser profundo. De informar a fondo. Son conceptos casi antitéticos. Y la prensa está eligiendo el equivocado.
Es cierto que leer en internet es menos cómodo que hacerlo en papel o que escuchar la radio tirado en una reposera. Pero la web tiene poderosas ventajas para informar en profundidad respecto a los demás medios. Para empezar, dispone de espacio ilimitado: se puede colgar una biblioteca entera de documentos de la red. No lo puede hacer la prensa y mucho menos la radio o la televisión. Internet tiene otra ventaja: puede reunir textos, infografías, documentos, fotos, videos, archivos de audio: puede valerse de todos los otros medios y presentar un asunto sumando materiales de todo tipo. Internet permite, además, enlazar otros artículos, libros, películas. Puede así presentar una información con decenas, cientos o miles de documentos probatorios, antecedentes, testimonios, ejemplos y derivaciones. Eso -sumado a la posibilidad de sumar los aportes del público- es lo que otorga profundidad a una información. Miles de periodistas a lo largo de la historia de la profesión hubieran querido gozar de semejantes ventajas para presentar sus investigaciones.
Pero a pesar de que internet es el vehículo ideal para presentar información completa y documentada, para ser profundo, casi siempre se la usa para lo opuesto: para ser instantáneo, light, liviano. Textos breves que rara vez se internan más allá de la mera superficie.
El reciente caso de violencia doméstica en el cual una mujer fue asesinada por su pareja en Punta Gorda fue paradigmático del periodismo instantáneo que cada vez gana más redacciones.
Dos colegas, en el semanario Brecha y en el portal In Situ, ya han escrito sobre este caso. El gran hallazgo de los medios fue una carta, de tono íntimo, que una de las hijas de la víctima, una niña, colocó en su Facebook. Luego se hicieron del auto de procesamiento y lo irradiaron al mundo por Twitter.
Ni en uno ni en otro caso existió la más mínima reflexión respecto a lo que se estaba haciendo. La carta de la niña no agregaba ninguna información relevante, solo la obvia cuota de dolor desgarrador de una niña que acababa de asistir al asesinato de su madre. ¿Tenía algún sentido exponerla ante la opinión pública? Si la carta no aportaba nada, ¿valía la pena generar un nuevo foco de preocupación a la familia afectada?
Pocas horas después, otro medio consiguió el auto de procesamiento del homicida. Sus periodistas lo volcaron en Twitter y luego lo pusieron en las pantallas de televisión, como si se tratara de una orden secreta del Pentágono capturada por Wikileaks. Sin embargo, no había en el breve documento ningún elemento de relevancia que no se supiera ya en base a lo que las fuentes policiales y judiciales habían relatado. Lo que estaba básicamente en el auto de procesamiento era la versión del matador. Como todo delincuente, en su declaración ante el juez, el homicida había tratado de quedar lo menos mal parado posible. Hablaba mal de su víctima -la pobre mujer a la que acababa de matar con saña, a golpes y delante de su hija-, ventilaba aspectos de su vida sexual, la pintaba como una provocadora.
Por supuesto, hay un detalle que los periodistas uruguayos que se dedican a este tipo de notas muchas veces olvidan: la muerta no pudo pasar por el juzgado a dar su versión de las cosas.
¿Cuál fue el sentido de escanear ese auto de procesamiento y divulgarlo sin ningún filtro? ¿Nadie reparó que el único efecto era el de enchastrar a la víctima?
Antes, cuando en una redacción se obtenía un documento de ese tipo, periodistas y editores discutían, aunque más no fuera cinco minutos, qué validez y qué méritos podía tener divulgarlo o no. Qué partes eran legítimas de ser citadas y cuáles no. Qué pasaje era información y qué pasaje solo invadía la vida privada de la gente. Qué valía la pena extraer de allí y qué se descartaba porque solo ensuciaba a la persona muerta. Se pensaba un poco antes de mandar cualquier cosa al aire o a las rotativas.
Pensar es otra cosa que está cayendo en desuso en los medios.
En el caso del crimen de Punta Gorda había cosas más interesantes que el Facebook de la hija de la víctima o las torcidas declaraciones del homicida.
El matador, por ejemplo, tenía una orden de restricción judicial que le impedía acercarse a su ex pareja. Pero, sin embargo, al mismo tiempo seguían compartiendo la custodia de sus hijos. Fue justamente cuando se encontraron para que él dejara los niños cuando ocurrió el crimen. Me pregunto: ¿tiene sentido que se libre una orden de restricción de acceso a una persona violenta y al mismo tiempo se le mantenga el derecho a acceder a sus hijos? Porque siendo así: ¿cómo podrá intercambiar los niños sin violar la orden de restricción de acceso?
¿Hay otras parejas en esta situación tan compleja de violencia latente? ¿Los jueces y la Policía no reparan en esta contradicción?
Investigar este punto, como también la impunidad que ese día exhibió el homicida para manejar borracho yendo y viniendo por la ciudad, requería sacar los ojos del Twitter. Pensar un poco. Levantarse de la silla. Visitar jueces, policías, activistas sociales, familias. Laburar. Hacer el trabajo del periodista. Algunos todavía lo intentan y, en este caso, hubo coberturas mucho mejores que los ejemplos citados. Pero cada vez son menos.
Otro ejemplo: se reproduce el canto de sirena del gobierno respecto al notable éxito en la baja de la pobreza, pero son pocos los medios que le dan el contexto imprescindible: se considera “no pobre” a personas que ganan sueldos miserables, con los cuales es imposible llevar una vida digna (5.847 pesos en Montevideo, 3.438 pesos en el interior urbano y menos aún en el interior rural).
Sería bueno que un medio enviara a uno de sus cronistas a Pando a vivir un mes con 3.438 pesos y luego nos contara cómo es la clase media del Uruguay de hoy, por lo menos para saber qué estamos festejando.
Pero –el ministro Olesker puede respirar tranquilo- esa crónica no la va a escribir nadie.
Ningún dueño de ningún medio querrá tener un mes entero a uno de sus empleados haciendo una única nota que, además, no le va a gustar al gobierno.
Ningún periodista va a querer vivir un mes en Pando, con 3.438 pesos y sin poder seguir, segundo a segundo, la línea de actualizaciones de Twitter.
Mejor sigamos así. Bien atentos a la pantalla de la PC. Capaz que Shakira ahora se rasca en otro lado.