9.2.11
4.2.11
La inquietante sombra de Villanueva Saravia
Qué país más maravilloso es Uruguay. Esa es la idea con la que somos bombardeados día y noche por cierta publicidad reaccionaria y omnipresente. A esta tierra no la cambio por nada, repite mil veces por día la propaganda.
Leer el libro Complot a la uruguaya. ¿Quién mató a Villanueva Saravia?, de Mario Burgos y publicado por Planeta, por el contrario, deja la sensación opuesta.
El intendente de Cerro Largo apareció muerto en su casa el 12 de agosto de 1998. Tenía 33 años, grandes ambiciones y una popularidad política creciente. Antes de que cualquier averiguación seria pudiera ser llevada a cabo, el entonces ministro del Interior Luis Hierro anunció que se trataba de un suicidio. La posterior investigación judicial le dio la razón.
Ahora el inquietante libro de Burgos denuncia que tal investigación estuvo signada por inexplicables omisiones, numerosas contradicciones y una falta de rigor generalizada.
Entre otras muchas acusaciones, Burgos señala, citando cientos de pasajes del expediente:
Los testigos nunca fueron incomunicados. El juez entrevistó al primero de ellos recién ocho días después de la aparición del cuerpo. La casa le fue entregada a la viuda al día siguiente, imposibilitando cualquier investigación posterior. No se averiguó ni se indagó por qué Villanueva había extendido el horario de la guardia policial en su casa y había solicitado pocos días antes un presupuesto para colocar un sistema de alarma. El proyectil que mató a Villita no fue preservado por la Justicia. El arma volvió a ser disparada, de modo que ya no sirvió como prueba de nada. No se buscaron huellas dactilares en la casa del muerto. A nadie le pareció sospechoso que la camioneta del intendente hubiera quedado estacionada fuera de la residencia y con las llaves puestas, cosa que jamás hacía Villanueva. Una importante prueba forense, casi imprescindible en todo caso de hipotético suicidio, la maniobra de Taylor, no le fue realizada al cadáver. No se analizaron los dedos índice y pulgar del muerto para hallar rastros de pólvora como ocurre con quienes se matan con un revólver. No se estudió la agenda de Villanueva. La investigación judicial no aclaró infinitas contradicciones de los testigos sobre quién llamó por teléfono a quién esa fatídica noche. Se tardó más de cuatro meses en recoger el testimonio de la viuda y se desecharon sin investigar varias pistas que aportó. Se descartó, mediante explicaciones muy poco convincentes, el testimonio de un testigo que esa noche vio entrar dos autos a la residencia del intendente. No se realizó una “autopsia psicológica” del muerto, aconsejable en estos casos. Eso sí: se realizó una “pericia técnica”, especie de simulacro de lo ocurrido, ¡usando un zapallo como presunta cabeza de la víctima!
Las declaraciones de los testigos en el expediente, según recoge Burgos, provocan escalofríos al lector por sus contradicciones y su notoria falta de credibilidad en algunos casos, pero no parecen haber inquietado demasiado al fiscal y al juez.
Una de las dos secretarias de Villanueva, que también era su amante, dio en el juzgado dos testimonios opuestos y contradictorios. Era imposible que los dos fueran ciertos, ya que eran y son incompatibles. ¿Cómo reaccionaron el fiscal y el juez? No la procesaron por falso testimonio sino que tomaron por cierta la declaración que más convenía a la tesis del suicidio. La otra simplemente la desecharon.
Una testigo escuchó a esa misma secretaria llamar a su madre, que vivía entonces en la localidad de Fraile Muerto, y decirle: “Mamá, Villa ya está muerto”.
Un periodista de Melo denunció, según Burgos, que en Fraile Muerto se supo de la muerte de Villanueva al menos dos horas antes que en Melo y en Montevideo. Ni el fiscal ni el juez se interesaron por su testimonio.
La pareja de esta secretaria-amante también declaró una cosa a la revista Posdata y otra opuesta en el juzgado. ¿Qué hicieron el juez y el fiscal? Simplemente aceptaron que el involucrado zanjara el asunto aduciendo que le había mentido a la revista.
Sería muy sano para la credibilidad del sistema que el juez Ricardo Míguez y el fiscal Gustavo Zubía respondieran a las acusaciones de Burgos.
Pero el libro es más inquietante todavía. Complot a la uruguaya está escrito por quien fue un colaborador cercano de Villanueva. Burgos fue abogado y asesor personal de Saravia en los dos últimos tormentosos años de su vida, a la vez que director del Departamento Jurídico de la Intendencia de Cerro Largo.
Está claro que es un libro escrito por alguien que se sentía cercano al intendente fallecido. Y también que la obra no trata sobre la vida de Villanueva sino sobre la investigación de su muerte.
Pero, aún así, el inquietante retrato de Villanueva Saravia aparece como trasfondo.
Un político que no dudaba en comprar votos con dinero contante y sonante. Que colocaba a sus amigos en cargos públicos a diestra y siniestra. Que violaba las normas de tránsito siendo intendente. Que usaba fondos públicos para solventar fiestas privadas. Tan preocupado por mejorar la eficacia de la Intendencia de Cerro largo como por acostarse con las esposas de sus aliados y rivales políticos para después tener un elemento más para presionarlos. Admirador entusiasta de Perón y de Hitler, estudioso de los métodos del nazi para cautivar a las masas. Mein kampf era su libro de cabecera. Lo tenía cada noche en la mesa de luz.
Ése es el otro elemento que torna al libro tan inquietante. Mientras la televisión sigue repitiendo que somos tan fantásticos, Complot a la uruguaya resulta turbador por partida doble. Porque es duro ver como un político de ese perfil en apenas unos pocos años logró una proyección política privilegiada que ya lo catapultaba como una figura nacional. Y no menos duro es leer como su muerte fue laudada como suicidio desde el poder político e investigada de un modo tan patético por el Poder Judicial.
Burgos, sin proponérselo, termina por brindar un tétrico retrato del Uruguay.
Esta tierra no es el paraíso de la publicidad barata. Necesita cambiar mucho.
Esta tierra no es el paraíso de la publicidad barata. Necesita cambiar mucho.
el.informante.blog@gmail.com
15.1.11
Lanata: "En Uruguay son todos primos"
Pocos días después de que su programa Lanata.uy fuera levantado por Canal 12, hablé con el periodista argentino Jorge Lanata. La entrevista se publicó en el suplemento Qué Pasa del diario El País el 28 de mayo de 2005. Lo que sigue es un fragmento de esa conversación.
—Creo que por intereses del mundo periodístico, algunos tratan de dar vuelta lo que pasó. Es como si nosotros tuviéramos que explicar por qué nos censuraron.
—¿Por qué lo dice?
—Empezaron una discusión sobre si era un problema económico o no, y es tan obvio lo que ocurrió. Después de haber sacado el programa sobre Paco Casal casi no salimos. Fue público: no aparecían las promociones y, después de haber sacado el de Milka Barbato nos sacaron por intereses sectoriales del canal. Es obvio. Me parece que no hay discusión.
—¿Es muy diferente hacer periodismo televisivo en Argentina que en Uruguay?
—Uruguay es más chico y por decirlo de algún modo, te digo una frase de una película de Lina Wertmuller, de los años 70 sobre una mafia: "son todos primos". Eso es algo que en Uruguay se siente muy fuerte. Acá en Argentina no son todos primos, hay intereses diversos, la autocensura es mucho menor y también la censura explícita
—¿Y la capacidad operativa de poner gente a investigar? ¿Cuánta gente trabajaba en Día D?
—Teníamos más gente. La publicidad en Buenos Aires se cobra por segundo, en Uruguay se cobra por minuto. Eso condiciona todo lo demás. Yo en Montevideo tenía un equipo de seis personas, como mucho siete. Y en Buenos Aires tenía 14.
—La mayoría de esos seis periodistas que trabajan en la producción tenían otros trabajos. ¿Tenían tiempo para investigar?
—La sobreocupación también es un tema que vivimos acá, porque no nos alcanzan los sueldos.
—En una entrevista de Crónicas Económicas al gerente de programación de Canal 12 dijo que su programa no pretendía ser periodístico sino "un show, algo más informal, entretenido y divertido".
—Ah, bueno, pero eso es que no entendió nada de lo que queríamos hacer. Nosotros en la televisión argentina fuimos los primeros en mezclar el entertainment con el periodismo. Eso yo lo hago de toda la vida, Página 12 también fue así. O sea, la posibilidad de tener renovaciones en la forma sin que eso afecte el contenido. Podés comunicar de maneras infinitas, pero el contenido es siempre el mismo: es serio, son notas. En la televisión yo de golpe estaba hablando al lado de una vaca embalsamada. O llevaba actores para hacer determinada cosa. Tiene que ver con cómo enriquecer una propuesta, pero no con que íbamos a hacer un programa frívolo. Se ve que no lo entendió o lo editaron mal.
—¿Usted cree que el canal entendía qué significaba contratarlo?
—Creo que no calcularon el riesgo, no están acostumbrados a hacer laburo en serio, independiente.
—Usted en la revista Veintitrés cuenta cómo lo fueron a buscar a José Ignacio. Dijo: "al ganar Tabaré los tipos no saben de qué disfrazarse, necesitan un vínculo con la gente, en Canal 12 había un programa que se llamaba Agenda Confidencial, pero era tan oficialista que le llamaban Agenda Presidencial, lo levantaron y en su lugar empiezo en marzo". Parece que usted tampoco tenía mucha confianza en sus empleadores.
—Yo estaba ahí, tirándome a una pileta que desconocía. No eran amigos míos ni nada. Yo no los conocía y digamos que la trayectoria de Canal 12 no era progresista. Pero a mí eso no me importa si me dan libertad para trabajar. Sinceramente yo creí que me la iban dar, si no no lo hubiera hecho. ¿Para qué me voy a meter en este quilombo? Acá hay una cosa que tampoco se toma bien en cuenta: yo vivo en Argentina, me va bien en Argentina, en Uruguay ganaba la cuarta parte de lo que gano acá en la radio. Yo no iba a Uruguay a hacerle un favor a nadie, iba porque me parecía un desafío interesante y me había quedado una asignatura pendiente de la mala experiencia con TV Libre.
—Usted en Argentina sabe bien quién es cada periodista, cada empresario. ¿Cuando vino acá sabía a fondo quién era Federico Fasano, propietario de TV Libre?
—No, sinceramente no.
—¿Y la gente de Canal 12?
—Tampoco.
—¿Pensó que era más sencillo de lo que es en realidad ir a otro país a hacer un programa sobre gente que uno no conoce, con gente que no se conoce?
—Es más complejo. Hacerlo me permitió conocer las cosas buenas y las malas que tiene Uruguay, como las tiene Argentina. Pero hay cosas que vos cuando no estás laburando no las ves. Es como que estás aparte de lo que pasa. Conocer más sobre el país me permitió entenderlo y entender que, a lo mejor, yo tenía una imagen muy idílica de Uruguay y no lo es tanto.
—¿Tenía conocimiento de que Canal 12 tenía algún tipo de sociedad con Paco Casal?
—No, yo me enteré de eso una vez que fue anunciada la promoción. Yo anuncié en un bloque del programa: la semana que viene vamos a empezar un ciclo llamado Los Intocables, y vamos a empezar por Paco Casal. Se me ocurrió a mí en el momento y lo dije, no tengo que consultar con nadie, no tengo por qué. Ni los periodistas lo sabían, se enteraron ahí. Pensé que podía funcionar, que era divertida la imagen de los intocables.
—Y funcionó.
—Funcionó demasiado bien. Ese día no pasó más nada, pero enseguida empezó el quilombo porque me enteré que el hermano de uno de los Cardoso tiene negocios con Casal. Entonces empezó la presión del canal para levantar el programa. Obviamente yo me negué. Me llamó a mi casa Francescoli, me ofreció encontrarme con Casal en Buenos Aires y yo le dije que prefiero no encontrarme con los entrevistados antes de las notas, y le propuse que Casal viniera al piso y le hacíamos una nota. Me quedó de contestar y no contestó. En el canal estaba todo mal, no pasaron las promociones, era un desastre. Y el viernes de Casal estaba todo el mundo alterado. Cuando llegué al aeropuerto, uno de los maleteros me dijo: ‘hoy hace Casal, pero ojo que lo levantan’. Fue muy gracioso. ¡¿Cómo se enteró un maletero del aeropuerto?!
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