Yo manejaba, era de noche y su moto no tenía luces, ni atrás ni adelante. En una calle oscura de la Ciudad de la Costa, no lo vi. Por suerte, ambos pudimos esquivarnos. Él no murió, yo no maté a nadie.
Con el corazón todavía en la boca, lo seguí. Frenó apenas una cuadra más adelante, en la casa de un vecino. Venía a entregar un pedido de una pizzería muy exitosa en la zona, siempre merecidamente llena de clientes, la pizzería Portugalia. La moto llevaba el nombre y el logo del restaurante.
Ya he vivido varias situaciones similares. Las motos que circulan sin luces de noche por esta zona de Canelones son legión. Salir a la calle es una ruleta rusa. En el colmo de la hipocresía en la que vivimos sumergidos, es obligación llevar las luces prendidas DE DÍA, pero la Intendencia de Canelones permite circular con las luces apagadas DE NOCHE.
Hace unos meses ya me había pasado lo mismo con otro repartidor de Portugalia. Aquella vez llamé por teléfono a la pizzería y el encargado me pidió disculpas y me dijo que no volvería a ocurrir.
Pero ocurrió.
A pesar de que ya empezaba el partido Uruguay-Chile, al volver a mi casa llamé por teléfono otra vez.
Me atendió una joven.
-Yo soy solo una empleada, le voy a pasar con el encargado.
El encargado se puso al teléfono.
La vez anterior yo había sido amable y considerado. Esta vez no lo fui.
-Recién casi atropello a uno de tus deliverys. Es una vergüenza que una pizzería que factura lo que factura Portugalia no pueda poner 100 o 200 pesos para comprarle una bombita de luz a una moto.
-Lo que pasa es que la moto es del repartidor -me respondió.
-¡Pero comprale una bombita, regalásela! -me indigné-.
Cada vez más enojado, le pregunté al encargado si esas son condiciones de trabajo para alguien, si acaso piensa que seguíamos viviendo en la época de la esclavitud.
Me dijo que no era una pregunta pertinente, que en todo caso debía preguntarle al repartidor. Nunca admitió ninguna responsabilidad en el asunto, que es de vida o muerte.
Ya había empezado el partido Uruguay y Chile. Le dije que ya era suficiente, que siguiera así, que estaba bien, que lo felicitaba: una pizzería que todos los días vende miles de veces el valor de una mísera lamparita de moto manda cada noche a arriesgar su vida a un empleado o servidor tercerizado, arriesgando también arruinarle la vida a cualquier vecino (seguramente un cliente, como yo) que tenga la desgracia de no ver la moto criminal.
Foto: Unasev |
Son cientos de familias arruinadas cada año. Heridas que no cicatrizan jamás.
También en el primer semestre del año hubo 15.594 heridos por accidentes de tránsito, muchos de los cuales quedarán con secuelas por meses, años e incluso por el resto de sus vidas.
La situación en Canelones es tan grave que, con una población mucho menor a la de Montevideo, la cantidad de muertos es muy similar: 75 muertos en Montevideo, 60 en Canelones.
Con excepción de Cerro Largo, Canelones es el departamento donde es menor el porcentaje de motociclistas accidentados que llevaba casco. Solo el 53%. En Montevideo el porcentaje es 79%. En Rivera, 97%
Las cifras son claras: la Intendencia de Canelones debería explicar por qué permite que vehículos y conductores circulen en condiciones tan peligrosas. La Intendencia de Canelones es cómplice de este desastre.
Se me ocurren pocas maneras más extremas de arriesgar la vida de alguien que hacerlo circular sin luces, de noche, por calles estrechas, con suerte mal iluminadas y con la obligación de ir y volver lo más rápido posible. Una y otra vez cada noche. ¿Cuánto tiempo se puede desafiar a la suerte? ¿Se lo preguntará cada noche el encargado de la pizzería?
La vida por una pizza.
En esa miseria estamos.