En 1945, Mario Benedetti tuvo que pedir un préstamo para pagar la edición de su primer libro, el poemario La víspera indeleble. El libro no vendió un solo ejemplar. Tres años después pidió otro para publicar su segunda obra. Una vez más, el libro no vendió nada. Cualquiera se hubiera desmoralizado entonces, pero él no: "Yo estaba determinado a ser escritor".
Benedetti pidió un préstamo tras otro para pagar las ediciones de su tercer, cuatro, quinto, sexto y séptimo libros entre 1949 y 1953, y de ninguno vendió un solo ejemplar. "¡Ni uno solo!", se ríe el mayor best seller uruguayo.
Hoy Benedetti lleva vendidos unos cinco millones de libros, según su agente literario, Guillermo Schavelzon. "Pero es sólo una estimación", advierte.
Benedetti, que no vendía nada, vende tantos libros que no se los puede contar.
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La primera cita es a las diez de la mañana en su apartamento del centro de Montevideo. El ambiente es amplio pero austero. No hay muebles caros ni electrodomésticos ostentosos. Hay sí muchos premios, medallas, estatuillas y 7.000 libros bien ordenados. Hay muchos Benedettis: en cuadros, caricaturas, en fotos con su esposa, con una tía, con su hermano, solo, con el cantante Daniel Viglietti.
Sentado en su living y acompañado por su hermano Raúl y su secretario Ariel Silva, Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti, el poeta vivo más popular de España y América Latina, comienza a recordar.
Nació el 14 de setiembre de 1920 en Paso de los Toros, una pequeña ciudad en el centro de Uruguay. Cuando él tenía dos años, su familia se mudó a la cercana Tacuarembó. Allí su padre, Brenno Benedetti, que era químico y enólogo, le compró una farmacia a un amigo que resultó ser un estafador: le vendió un local lleno de cajas de medicamentos vacías. El fraude hizo que los Benedetti lo perdieran todo. Debieron irse a Montevideo tan endeudados que al poco tiempo estaban viviendo en un rancho de chapas.
En aquella estafa puede rastrearse el desprecio que Benedetti siente por cualquier forma de corrupción: "Las condeno todas, no hay ninguna que sea perdonable", dice. Benedetti habla con voz suave, sentado en su sillón preferido, al lado de una mesita con libros y revistas de izquierda. Del otro lado del living, su hermano y su secretario prestan atención, cuidan que no ocurra nada raro en la entrevista. Benedetti lleva pantalón, camisa y chaleco. En la primera cita calza suecos y se lo ve triste y achacoso. En la segunda, luce unos zapatos negros bien lustrados, está alegre y de un humor excelente.
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Tras el desastre de Tacuarembó, durante años Brenno Benedetti no tuvo ningún trabajo formal, porque cualquier salario que ganara estaba embargado de antemano por sus acreedores. "Mi madre sostenía la casa, fabricaba muñecos, tejía, pero no alcanzaba", recuerda hoy Mario.
El único modo que tenía su padre de trabajar sin que le retuvieran todo su salario era obtener un empleo público, ya que esos sueldos estaban protegidos por ley. Tras cuatro años de penurias, lo consiguió y la situación de la familia mejoró algo.
"Cuando papá consiguió el empleo público, para festejar me encargaron a mí", dice Raúl, el único hermano de Mario, ocho años menor y dibujante de profesión.
Mario, mientras tanto, fue inscripto en el Colegio Alemán. Su padre, aunque era hijo de italianos, admiraba el rigor científico teutón.
También se mudaron a una casa mejor. Fue el comienzo de una serie de traslados sin fin. Raúl recuerda: "mi madre se aburría del barrio, o decía que la vereda no recibía el sol, o que la cocina ahumaba, siempre encontraba algo".
Benedetti se lo hace contar al protagonista de su novela La borra del café: "Mi familia siempre se estaba mudando". Mario vivió en 21 casas distintas hasta que se casó.
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Los números de Benedetti son abrumadores. Tiene publicados 91 libros que suman 1.266 ediciones. Ha sido traducido a 30 idiomas. Sus versos integran el repertorio de más de 40 cantantes. Su novela La tregua va por las 153 ediciones. Gracias por el fuego lleva 69; Quién de nosotros 40; El cumpleaños de Juan Ángel 42; Primavera con una esquina rota 67; La borra del café 47; Montevideanos 39; La muerte y otras sorpresas 43; Cuentos completos 38; Antología poética 45, Inventario uno 78; El amor, las mujeres y la vida 56; Pedro y el capitán 37. Otras seis obras tienen ya más de 20 ediciones y otras 12 pasan las diez.
Ha tenido éxito como autor de cuentos, novelas, poesía, ensayos, teatro, humor, canciones, crítica literaria y periodismo político. Sus obras han sido llevadas a la radio, al cine, a la televisión. Su curriculum está lleno galardones. Recibió el premio Reina Sofía de poesía, entre muchos otros. Sus versos están en posters, graffitis, postales, discos, letras de rock.
Pese a tantos éxitos, muchos críticos lo menosprecian. "Benedetti es un escritor para consumo de la superficialidad y los aficionados a los lugares comunes", ha escrito, por ejemplo, el periodista y escritor colombiano Eduardo Escobar.
Pero lo que digan los críticos nada le importa a sus millones de admiradores. Cuando Benedetti ofrece un recitado, el auditorio en pleno recita de memoria con él.
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Benedetti cursó toda la escuela en el Colegio Alemán, donde el método educativo era brutal. "Si no hacías los deberes, si escribías mal una palabra o te equivocabas en un ejercicio, te pegaban con una vara de ébano negra", recuerda Kurt Kubler, un alumno menor que él que se hizo su amigo.
Benedetti nunca olvidó el puñetazo que le pegó su maestro como castigo por estar distraído, y lo incluyó en su novela Gracias por el fuego: "Sentí que la cara, empezando por la oreja izquierda, se me rompía, como si la pared color aceituna hubiera estado oscilando mientras yo divagaba, y hubiera ahora terminado por derrumbarse encima de mi oreja."
Los niños estaban divididos en dos clases: los hijos de alemanes eran A, los otros eran niños B. Los A y los B muchas veces se enfrentaban a golpes. Kubler recuerda que Benedetti se defendía bien. "Yo era bastante peleador", se ríe el poeta.
Una vez, en clase de gimnasia, jugaban al rango: un juego que consiste en saltar sobre otro niño que está semi agachado y de espaldas. Cuando Mario tuvo que saltar, el niño A sobre el que tenía que pasar se paró por sorpresa y Benedetti se golpeó en la cara. Cuando le tocó saltar al niño A, pensó que Mario le haría lo mismo. Pero Benedetti era astuto: en vez de pararse, cuando el otro ya saltaba, se agachó más. El niño A se estrelló de un modo que todavía provoca la risa del anciano que recuerda.
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El Colegio Alemán lo marcó de por vida. La poeta uruguaya Idea Vilariño, que lo conoce desde hace medio siglo, cree que aquella formación germánica explica que Mario sea tan reservado, incluso ante amigos cercanos como ella.
Quienes lo conocen dicen que el Colegio Alemán lo hizo trabajador, meticuloso, puntual, riguroso. "Es estricto con sus horarios. Tiene una puntualidad alemana", cuenta Ariel Silva, su secretario.
Se despierta siempre a las 6.30 de la mañana, con despertador. Desayuna frutas y yogur. Luego se mide el pulso para corroborar que tiene 70 pulsaciones por minuto. El paso siguiente es prender el televisor para saber qué temperatura hace y qué ropa ponerse. Después lee La República y La Diaria, los dos diarios montevideanos de izquierda. Ningún otro. No lee El Observador, cuyo director es del Opus Dei. No lee Últimas Noticias, que es de la secta Moon. No lee El País, que, en general, apoyó a la dictadura militar entre 1973 y 1985.
"Mario es muy meticuloso, mira bien dónde se mete, cuida que sus acciones sean coherentes con sus principios a rajatabla", dice su secretario. "Es radical en eso. Mantiene una conducta. No hace nada que tenga que ver con el imperio ni con la derecha".
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Sin embargo, Benedetti hizo el saludo de Hitler. "Faltaban 15 días para terminar primaria y en el Colegio Alemán nos dijeron que a partir de ese día había que hacer el saludo nazi", recuerda. Era 1934 y su padre decidió sacarlo de allí cuando terminara ese curso.
Al año siguiente Benedetti comenzó la secundaria en un liceo público. De esa época son los primeros recuerdos que Raúl tiene de su hermano. Jugaban a la guerra y al fútbol, uno contra uno. Mario era fanático de Nacional, una pasión que mantiene intacta. "Cuando perdía llegaba a llorar de rabia", recuerda Raúl.
En aquellos años, Benedetti tenía una risa contagiosa y un apetito voraz. "Un día se comió 14 milanesas, una atrás de otra, pero no engordaba. Una tía siempre le decía: ‘sos más flaco que un pejerrey sin tripas. Siempre fue brillante, le encantaba leer. Una vez mi padre le prometió que si aprobaba un año con buena nota le compraba toda la colección de Tarzán. Él aprobó con la nota máxima".
Mario leía hasta tan tarde –Tarzán, Salgari, Julio Verne- que su padre le indicaba: "podés leer de acá hasta acá". "A cada rato venía a controlarme y yo estaba siempre entre las páginas que él me había marcado", recuerda el escritor. "Pero era porque las leía seis o siete veces".
Leía y escribía. A los 12 años ya había escrito una novela de espadachines. A los 14 debutó como cronista barrial. Raúl era su socio: "Con papel carbónico hacía un librillo con noticias del barrio y yo, que tenía 6 años, salía a venderlo. Ya tenía alma de periodista".
La infancia terminó de golpe, porque a los 14 años Mario comenzó a trabajar ocho horas diarias como auxiliar contable en una importadora de repuestos de auto. El liceo lo completó como estudiante libre, leyendo de noche, organizándose solo.
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Cada mañana, después de leer los diarios, Benedetti abre el correo en la computadora con la ayuda de Ariel Silva, su secretario. "Cientos de personas le mandan originales para leer", cuenta Silva. "Él trata de responder a todos, de dar consejos útiles, de enviarles una frase de Cortázar que pueda servirles de inspiración".
Todos los días, cerca del mediodía, llega Raúl. El escritor lo recibe siempre con un poema nuevo. "Mirá lo que escribí", le dice. A veces se queja de que ya no le quedan temas. "¿Y por qué no hacés un poema sobre un piojo eléctrico?", le responde su hermano que no hace caso de las quejas. Después, Mario, Raúl y Ariel almuerzan juntos en el café San Rafael, en el centro de Montevideo, a una cuadra del apartamento.
La caminata al restaurante suele tener interrupciones.
-Don Mario, ¿me firma un libro?
-Don Mario, ¿me deja sacarle una foto?
-Don Mario, yo el primer libro que leí fue La tregua.
Benedetti los complace a todos porque, dice Silva, es muy agradecido de sus lectores.
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Benedetti ha dicho que siente pena de su niñez, especialmente porque sus padres peleaban mucho. Aún no se perdona el día en que, jugando bajo la mesa en la que comían sus padres y una vecina, dio la alarma de que Brenno y aquella mujer se estaban tocando las piernas. Aquel incidente amplió la brecha que ya existía en el matrimonio Benedetti.
Sus padres eran muy distintos. "A mi madre le gustaba coser, hacer juguetes, tejer ropa y llevarla a los hospitales, nada más", recuerda Raúl. "Mi padre, en cambio, tenía otras inquietudes. Estudiaba la Biblia para descifrar sus misterios, para hallar la verdad, creía que en ella estaba la solución a las grandes preguntas. Y en esa búsqueda fue a dar a la Escuela Raumsólica".
La Escuela era una sociedad filosófica liderada por Raumsol, un argentino cuyo verdadero nombre era Carlos González Pecotche y que decía ser un ser superior. Vivía en Argentina pero visitaba Uruguay para difundir su ciencia: la logosofía. Esa disciplina -que hasta hoy tiene adeptos- propugnaba alcanzar un plano superior a través del conocimiento personal y la energía espiritual.
Mario Benedetti y su esposa Luz López. |
Los Kubler y los López también integraban esa cofradía y así Benedetti se reencontró con Kurt, su compañero del Colegio Alemán, y con Luz, una chica del barrio que le gustaba.
El reencuentro con Kurt fue a todo deporte. Como los Kubler vivían en una calle cerrada, cada sábado se reunían allí a jugar a la paleta con amigos. "Teníamos entre 15 y 18 años", recuerda Kurt. "Mario decía que éramos el Cadep: Club Atlético de Paleta. Todos trabajábamos, éramos empleados, pero Benedetti era el más capaz, el más inteligente y el que tenía más conocimientos, porque estudiaba mucho. Además, ganaba más porque sabía taquigrafía".
Una tarde, el padre de Kurt les llevó helado. Mario lo tomó y se sintió morir. "Me faltó la respiración, fue horrible. Tuvieron que llamar una ambulancia". El helado tenía nueces y ese día se descubrió que la nuez es la kriptonita de Súper Mario: le causa unos ataques que ya lo han puesto dos veces al borde de la muerte.
El reencuentro con Luz López, en cambio, no vino con el calor del deporte sino con el del amor. No tardaron en empezar a salir; Benedetti se emociona al hablar de Luz: jura que fue su única novia. Se casaron en 1946, pero no tuvieron hijos. "Cuando llevábamos dos o tres años de casados, Luz quedó embarazada, pero una doctora la atendió tan mal que le provocó un aborto y por poco la mata. Tuvimos suerte de que se salvara, pero ya no pudo tener hijos".
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Mario y Raúl memorizaban los aforismos de Raumsol: "La mente inferior es como un mono: tiene cola y se prende de todo". Hoy se ríen a carcajadas, pero entonces les parecía muy serio. En cada reunión hacían fila para estrecharle la mano al Maestro. Una vez Raúl sintió una descarga eléctrica al saludarlo. "Son sus vibraciones divinas", le explicó su padre.
Kubler aún recuerda con orgullo el día en que Mario y él fueron elegidos para exponer delante del propio Raumsol y toda la feligresía. El Maestro había puesto los ojos en Benedetti, aquel joven puntual, inteligente y que sabía taquigrafía. Un día le propuso o que se fuera a Buenos Aires con él para ser su secretario privado. Sus padres no pudieron negarse. La Divinidad lo había elegido.
Benedetti no sabe cuánto tiempo duró aquella experiencia traumática en el extranjero: un año, dos, quizás más.
Raumsol lo alojó en una pensión llena de chinches, en una pieza compartida con un irlandés que el primer día le advirtió: "No quiero que nadie me hable".
Pero lo peor fue conocer de cerca al Maestro. "Poco a poco me fui desilusionando. Hacía cosas que no tenían que ver con lo que se suponía que era. Sacaba préstamos que no devolvía, estafaba, le hacía creer a la gente que nunca se enfermaba y un día lo encontré aplicándose desesperadamente un medicamento durante un ataque de asma".
Mario fue descubriendo otros trucos de Raumsol: decía saber todas las lenguas pero le pedía que le tradujera la correspondencia en inglés; un día fingió leer una carta en árabe y lo hizo de izquierda a derecha, como si fuera castellano; sus "vibraciones divinas" eran provocadas por un pequeño generador eléctrico. "Yo pensaba que era un tipo superior y resultó ser un fraude".
Quienes integran hoy la Sociedad Logosófica uruguaya dicen que los dichos de Benedetti son apenas un "cuento".
"Miles de personas practican la logosofía en Argentina, Brasil, Uruguay, España, Israel. Frente a esta realidad, apenas está la palabra de Benedetti. Son disparates", dijo Andrés Rettich.
Luis Felipe Monteverde, quien conoció al Benedetti raumsólico, dice: "él era de lo más bien hasta que se puso de lo más mal. Renegó de lo que consideraba lo mejor, no le dio la marca para la logosofía".
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Cada mediodía alguien se sienta en el café San Rafael a esperar a Benedetti. Los mozos aseguran que se venden excursiones a Montevideo que incluyen la posibilidad de almorzar junto a Benedetti entre los atractivos turísticos.
El San Rafael no es un restaurante sofisticado. Allí se sirven pizzas y churrascos a precios moderados. Cuando Benedetti llega, ya tiene su mesa reservada junto a una ventana. Los admiradores siempre buscan sentarse cerca. Ayer vino a retratarse y pedir autógrafos el agregado cultural de la embajada de Venezuela. Hoy está Samara Margarita Reyes, colombiana, médica, de 29 años. Llegó a Montevideo por Benedetti. "Es mi escritor preferido, más que García Márquez, más que todos. Vine porque quería conocer Uruguay, los lugares que aparecen en sus libros, sus cosas".
Samara se acerca, se presenta, pide sacarse una foto. Benedetti saluda, sonríe, posa. Samara regresa a su mesa. Diez minutos después vuelve con un libro para que Mario autografíe.
- ¿Cómo te llamás?
- Samara Margarita, pero ponga para Margarita, por favor.
En cierta medida, Benedetti debe a Raumsol el ser un escritor tan pop. Porque en aquellos largos meses de soledad en Buenos Aires, mientras la imagen del Maestro caía en picada, Mario se refugiaba en la lectura. Huyendo de las chinches y del amenazante irlandés de la pensión, iba a leer a la plaza San Martín. Allí, un día, descubrió la poesía del argentino Baldomero Fernández Moreno.
Un libro abierto y un cuaderno en blanco
Fue una revelación. Aquellos versos no eran crípticos, ni mentaban ninfas, corzos y gacelas, como era usual entonces. Hablaban sobre las cosas del día a día y cualquiera los podía entender. Sintió una fuerte emoción interna, una sensación de que ése era el llamado de su vida. Decidió que él haría eso mismo: escribiría una poesía sencilla, inspirada en lo cotidiano. Y puso manos a la obra.
De regreso en Montevideo, Benedetti trabajaba de sol a sol y escribía de noche. Era secretario del jefe de la Contaduría General de la Nación a quien le redactaba los discursos, llevaba los números de la importadora de los Kubler y era taquígrafo en una federación de básquetbol.
Por supuesto, también se hacía tiempo para Luz. Por ella comenzó a tomar lecciones de baile. "Después de clase, llegaba a casa y marcaba en el piso los pasos que había aprendido y se ponía a practicar", recuerda su hermano. Pocos saben que Benedetti terminó siendo un gran bailarín. Una vez la poeta Idea Vilariño lo descubrió bailando tangos en Cuba como un maestro. "Ésta te le tenías bien guardada", le dijo.
En 1945 Benedetti ingresó como auxiliar contable en La Industrial Francisco Piria, una empresa inmobiliaria en la que poco a poco fue ascendiendo gracias a sus armas tradicionales: dominio de los números, responsabilidad, trabajo y taquigrafía. "Entré como empleado de poca monta y terminé como gerente general", recuerda.
Benedetti trabajó quince años en Piria. Hasta 1960 estuvo sumergido en el universo oficinesco, típico de la clase media montevideana: libros contables, máquinas de escribir y papel carbónico. Aunque le iba bien, aquello no era lo suyo. "Yo quería ser escritor. Nada de lo que hacía en la oficina respondía a mi vocación".
Por eso, aún siendo empleado contable, entre 1945 y 1953 publicó aquellos primeros siete libros que nadie compró.
Y aunque paralelamente emprendió una carrera periodística y logró entrar a la redacción de la revista Número y codearse con los intelectuales de la llamada "Generación del 45" (como el crítico Emir Rodríguez Monegal e Idea Vilariño), aquellos fueron básicamente años de fracasos. Benedetti no perdía la fe en llegar a ser un escritor reconocido, pero la vida se le estaba escapando adentro de la oficina.
aquí no hay horizonte.
Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.
Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.
Escribió veinte poemas sobre la vida oficinesca, todos en la línea clara, sencilla y cotidiana que le había inspirado Baldomero Fernández. Cuando ya estaba listo para editar Poemas de la oficina por su cuenta, Rodríguez Monegal le ofreció publicar algunos en el semanario Marcha.
Esa publicación obró el milagro: por primera vez Benedetti consiguió editor. Fue el comienzo de todo. En 1956 Benedetti vendió 500 ejemplares de Poemas de la oficina y el público comenzó a comprar sus otras siete obras que juntaban telarañas en las librerías.
Benedetti siguió trabajando en Piria. Escribía a la hora del almuerzo, siempre inspirado en la oficina. "Lo que observaba allí lo metía. Yo iba al Café Sorocabana y escribía mientras comía un sandwich. Ahí escribí toda la novela La tregua. Demoré, pero como nadie me conocía me dejaban tranquilo".
Kurt Kubler también almorzaba en ese café. "Veía a Mario cada mediodía. Él estaba siempre escribiendo, yo iba hasta su mesa, lo saludaba y, para no molestarlo, le decía ‘vos seguí con lo tuyo’".
Kubler, que hoy tiene 85 años, se emociona al enterarse que así ayudó a que su amigo escribiera La tregua. Esa novela, publicada en 1960, y el volumen de cuentos Montevideanos, de 1959, transformaron a Benedetti en una celebridad en Uruguay debido a sus grandes ventas. Ambas obras son un retrato pesimista –con algunos toques de humor- de la clase media montevideana y su chatura existencial.
La tregua, especialmente, comenzó a agotar edición tras edición en toda América Latina. Esta historia de amor entre una joven y un oficinista veterano, un auténtico best seller sin final feliz, fue llevada al teatro, cine, radio y televisión. Benedetti no recuerda cuántas treguas se hicieron. Le gustó mucho la versión argentina para cine, dirigida por Sergio Renán y protagonizada por Héctor Alterio y Ana María Picchio, nominada al Oscar a la mejor película extranjera en 1974. Odió, en cambio, la versión televisiva que David Stivel grabó en Colombia, en 1981, tomándose la libertad de incluir complicaciones con el narcotráfico.
Pero lo cierto es que con treguas buenas y malas (por ahora el último eslabón de esta saga es la película mexicana filmada en 2003 por Alfonso Rosas Priego), Benedetti fue haciéndose cada vez más famoso.
Podría escribirse que entonces Mario se transformó en Súper Mario, y colorín colorado. Pero faltan todavía un par de piezas importantes en el rompecabezas.
El divorcio de Benedetti con la crítica comenzó con sus propios amigos. Su éxito nunca fue del todo bien recibido por varios de sus compañeros de la "Generación del 45". Ellos lo habían aceptado como periodista, pero no como escritor. "Lo ignoraban porque no era el gran poeta o el gran narrador que ellos querían", explicó un catedrático de literatura uruguaya que prefirió no dar su nombre.
Idea Vilariño, que integraba aquel grupo, recuerda que la poesía de Benedetti era lo que menos los entusiasmaba. "Entre nosotros siempre alguien le decía: ¿Pero por qué no te dedicás al teatro? o ¿por qué no insistís en la narración? A mí me parecían excelentes sus ensayos. Pero él prefería escribir poesía. Y nos decía: ‘a la gente le gusta’. Lo cual era verdad".
Benedetti también se acuerda. "A ellos les gustaba menos la poesía que mi prosa, pero no les hice caso. Y la poesía es el género mío que ha tenido más lectores".
Allí empezó un gran misterio que dura hasta hoy. Cómo el bueno de Benedetti es mirado con tanto recelo por la crítica. Cómo el malo de Benedetti cada vez se lee más, si la poesía en general se lee cada vez menos.
Aquel Benedetti de los primeros éxitos era distinto al anciano bonachón, de mirada cálida y pequeños ojos ilusionados cuya imagen suele acompañar hoy los posters que se imprimen con sus versos de amor.
Aquel era un Benedetti pesimista, angustiado por la falta de horizontes, por la alienación laboral, por la decepción en la Divinidad y la falta de una utopía que abrazar.
Estados Unidos y Cuba lo cambiaron. Ocurrió en 1959, cuando fue invitado a visitar Estados Unidos. Entonces, en muchos estados aún regía la segregación racial y aquello le resultó asqueroso. Fue odio a primera vista.
"Una vez iba en un ómnibus con otros pasajeros, blancos y negros. Cuando el ómnibus cruzó una frontera estatal los negros debieron mudarse a los asientos de atrás. Fue horrible".
Benedetti visitó una universidad exclusiva para negros. Todos los estudiantes eran negros, pero el rector era blanco.
- ¿Cómo un blanco puede ser rector de una universidad negra?
- Yo también soy negro.
- No, usted tiene la piel blanca.
- No. Soy bisnieto de negros y me considero negro.
"La solidaridad de ese hombre me impresionó mucho".
Lo que vio "en las entrañas del monstruo" lo trasformó en un furioso "militante antiyanqui". Casi simultáneamente ocurrió un hecho que le provocó otro shock: el triunfo de la Revolución Cubana.
Ahora no sólo había un régimen oprobioso, existía también la posibilidad de vencerlo. El líder ya no era Raumsol, sino Fidel Castro.
La revolución se expandía por toda América Latina y Benedetti la abrazó con fervor. Tan seguro estaba de su triunfo, y del remedio que traería para todos los males sociales, que dejó atrás el pesimismo y se hizo un optimista incurable. Y, aunque siempre se mantuvo fiel al estilo sencillo que le había inspirado Baldomero Fernández, su obra cambió. La angustia existencial cedió espacio a las certezas políticas. La incertidumbre dejó lugar a odios concretos (Estados Unidos, el capitalismo) y a dos grandes vías de redención: el amor
Porque te pienso
Porque la noche está de ojos abiertos
Porque la noche pasa y digo amor
estás quieto
cómo
no sabes
cómo no sabes
todavía
que eres el viento
la marea
que eres la lluvia
el terremoto
Benedetti fue un "escritor comprometido" con la revolución. Fustigó las flaquezas de la democracia uruguaya –injusta, corrupta, burguesa- y abonó el terreno a quienes buscaban derribarla a tiros: los Tupamaros. "Se fue generando un clima favorable a la guerrilla, y en esa tarea Benedetti tuvo una influencia importante", explicó Hebert Gatto, estudioso de la ideología tupamara.
Benedetti visitó Cuba por primera vez en 1966 y en 1968 fue nombrado integrante de la dirección de Casa de las Américas, el órgano cultural de la Revolución.
En 1971 publicó la novela El cumpleaños de Juan Ángel, un alegato en favor de la lucha armada. En la obra el protagonista va cumpliendo distintas edades a lo largo de 24 horas. Al final del libro, con 33 años, conoce al líder guerrillero Marcos, que le explica que matar es un agrio deber, y abraza la revolución.
El subcomandante Marcos, líder de la guerrilla zapatista, tomó su nombre de esta obra, la que Benedetti prefiere entre sus 91 libros: "Es una novela en verso, no es algo común".
También en 1971 asumió un cargo en la dirección del 26 de Marzo, el brazo político de los Tupamaros. Recorrió los barrios subiéndose a los estrados en pro de la causa. "Hacíamos un gran esfuerzo porque Mario y yo no éramos políticos y arrancar un aplauso nos costaba mucho", recuerda Daniel Vidart, otro intelectual que integraba la dirección del 26M. El compromiso de Benedetti fue tal que Raúl Sendic, el máximo jefe tupamaro, llegó a vivir escondido en su apartamento.
Pero la aventura duró poco. La guerrilla fue derrotada por el ejército en 1972 y una dictadura militar tomó el poder en Uruguay en 1973, instalando un régimen que se reveló como mucho peor que la criticada democracia burguesa de los años 60. Hubo muertos, torturados, desaparecidos y 12 años de oscurantismo.
Benedetti partió al exilio. Luz, su esposa, debió quedarse en Montevideo para cuidar a las madres de ambos, ancianas y solas.
El exilio no fue fácil. De Argentina (1973-75) Benedetti tuvo que huir porque lo mataban; de Perú (1975) lo deportaron por su actividad periodística. Volvió a Argentina, pero pronto vio que no sobreviviría a la masacre desatada por la dictadura militar de ese país. Regresó a Perú por unos días, pero otra vez la policía comenzó a hostigarlo. Quería ir a Europa pero no tenía dinero: sus libros estaban prohibidos en Uruguay, Argentina y Chile y vivía del sueldo de Luz, que permanecía en Montevideo. Fue a Cuba, donde lo recibieron como a un rey, pero se sentía más lejos de Uruguay que nunca. Tras cuatro años, en 1980 llegó a España. Recién pudo regresar a Uruguay en 1985, cuando volvió la democracia.
Hoy Benedetti se arrepiente de haber aceptado un cargo político: "Muchas veces tuve que defender en público algo que el grupo había decidido, pero en lo que yo no creía. Pasé contradicciones internas muy feas".
No volvió a aceptar un cargo, pero la política ya nunca salió de su obra. Está allí hasta cuando escribe sobre la muerte de Ayrton Senna:
dilapidaba un coraje tan tercermundista
que había que apoyarlo cuando por ejemplo
sometía al primer mundo de alain prost
Que muchos de sus poemas son feos, que los buenos son pocos, que dejó de lado la literatura por "la palabra tristemente combatiente", que su sentimentalismo es excesivo, que es kitsch. Eso dicen muchos críticos de Benedetti.
"Los críticos me pegan siempre, y los uruguayos más todavía", responde él. "Claro que tienen todo el derecho de que no les guste lo que escribo, pero también hay razones políticas. Porque los diarios que publican críticas son casi todos de derecha. Pero incluso La República, que es de izquierda, publica una lista de libros más vendidos y yo jamás figuro. Es un poco difícil de explicar. Tengo muchos enemigos que ni siquiera dicen que son mis enemigos".
Pocos días después de la charla, el 18 de mayo, La Diaria, el diario izquierdista del cual Benedetti es suscriptor, publicó una crítica demoledora de su último libro, Nuevo rincón de haikus: "un escritor que ha salido prófugo de la página literaria, que nos ha dejado en ruinas", que "conduce al lector al más vano precipicio".
Idea Vilariño cree que a su amigo "lo critican por celos, por envidia. Muchos quisieron explicar su popularidad diciendo que escribía así a propósito para conquistar al público. Pero no es cierto, él siempre fue auténtico".
Benedetti le ha dedicado un poema a sus detractores, incluido en Inventario tres:
en clave de odio manso
que es / que siempre ha sido
un poeta menor
y de pronto ha notado
que se sentía a gusto
en ese escalafón
Schavelzon, su agente editorial, jura que nunca vio revuelos iguales alrededor de un escritor: "Jamás vi colas más largas, en México, en Madrid, en Buenos Aires".
Agrega que la fama y el dinero no lo cambiaron. "Mario es un hombre a la antigua, para él lo más importante son las lealtades. Es uno de los pocos escritores latinoamericanos a quien el éxito no modificó: no cambió su estilo de vida humilde, su forma de vestir, su discurso, ni su mujer. Recuerdo la sorpresa de los periodistas que iban a entrevistarlo a su casa de Madrid, por lo pequeña y sencilla".
Lo cierto es que el ex niño pobre ha devenido un anciano rico. Benedetti dice que no tiene problemas en hablar del dinero que gana. "Me lo he ganado honradamente. No me han comprado a mí, han comprado mis libros". Pero afirma que no sabe cuánta plata tiene, y Schavelzon cuenta que Benedetti nunca revisa los contratos ni las cuentas.
¿Y en qué gasta su dinero? Le gustaba mucho viajar, pero los médicos se lo han desaconsejado. Podría vivir en uno de los apartamentos más caros de Montevideo, con una espectacular vista al mar, pero prefiere vivir en el Centro, sin vista y más barato. "¿Qué hago con mi dinero?, Benedetti le pregunta a su secretario. "Ayudás a mucha gente". Ha donado dinero a las familias de los desaparecidos en la dictadura, pero no quiere que se sepa cuánto.
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La posición política más polémica de Benedetti es su apoyo férreo al régimen de Fidel Castro. En 1968 calificó al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, quien se había apartado de la Revolución, como "un gusano y no precisamente de seda". Hoy, explica su secretario, "si una revista se imprime en Miami, entonces no le da una entrevista".
Este apoyo ha tenido dos o tres momentos clave. En 1971 el régimen cubano apresó al poeta Heriberto Padilla, acusado de contrarrevolucionario. Estando preso, Padilla "redactó" una carta de arrepentimiento y fue liberado. Un grupo de 61 intelectuales –Sarte, Moravia, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, entre otros- firmó una solicitada descreyendo de tal carta y acusando a Castro de usar métodos de represión stalinistas.
Benedetti publicó entonces un artículo en defensa del régimen en el que afirmaba que entre la revolución y literatura, la prioridad era la revolución.
En 1984, como columnista de El País de Madrid, Benedetti polemizó en dos frentes en defensa del gobierno de Castro. El primer combate fue con los escritores españoles José Ángel Valente y Juan Goytisolo. Benedetti tiene un mal recuerdo de este duelo porque llegó a los insultos: lo acusaron de mentir y le recordaron que era un uruguayo viviendo "en la Corte". Benedetti cree que los españoles no podían tragar que un sudaca fuera columnista del mejor diario de España.
En cambio tiene un grato recuerdo de su polémica de ese año con Vargas Llosa. Aunque uno decía blanco y el otro negro, aquella discusión fue inteligente, respetuosa y sin agravios. Además, el debate fue seguido por el público y la prensa de medio mundo.
Varios años después, los dos Marios se encontraron en un teatro. "Vargas Llosa me esperó y nos saludamos. Cuando nos despedíamos, me dijo, a las risas: ‘tendríamos que hacer otra polémica como aquélla. ¡Acordate la repercusión que tuvo!".
El eje de esa discusión fue Cuba. Vargas Llosa sostenía que, para Benedetti, que un gobierno exilie, encarcele o mate a sus adversarios era "menos grave si se hace en nombre del socialismo". Benedetti hoy elude una respuesta concreta:
-Yo no apoyo todo lo de Cuba. Por ejemplo, he dicho -y se lo he dicho dos o tres veces a Fidel- que me parece muy mal que en Cuba haya pena de muerte, igual que en Estados Unidos. Y él siempre me responde: ‘bueno, vamos a ver, quizás en el futuro...’
-Pero en 2003 un grupo numeroso de opositores fue condenado a penas de 25 años de cárcel y tres personas que habían intentado escapar de Cuba fueron ejecutadas. En ese momento, José Saramago, comunista de toda la vida, dijo ‘hasta aquí he llegado’. Pero usted mantuvo su apoyo.
-Yo estuve en desacuerdo, pero lo que yo digo es que la Revolución Cubana ha hecho tanto –en salud, en educación- que sus errores no alcanzan a anular sus beneficios...
Schavelzon cree que ese respaldo es una muestra de lealtad a quienes lo acogieron cuando no tenía donde ir. "Él siente agradecimiento por cómo los cubanos lo recibieron cuando huía de la dictadura uruguaya, de la argentina, de la peruana. Esa lealtad hace que hoy, cuando las cosas son tan complejas en Cuba, Mario no abra la boca, ni a favor ni en contra".
-¿Es cierto lo que dice Schavelzon?
-Puede ser, ¿por qué no?
Desde 1985 Benedetti y Luz vivieron juntos, medio año en Montevideo y medio en Madrid.
En 1992 dijo a la revista española Antrhopos que el exilio "me ha hecho más profundo, me ha traído más comprensión, me ha madurado. Y siento que estoy más abierto a otras realidades, que soy bastante menos esquemático".
Aún así, hoy Benedetti resume la historia política de Uruguay previa al actual gobierno del Frente Amplio como "174 años de gobiernos de derecha". Y un ex compañero de militancia cuenta que ha querido hablar con él para explicarle por qué ya no adhiere a la izquierda, pero nunca logró que lo atendiera. Benedetti lo considera un "traidor".
Hay que decir que su odio a Estados Unidos no lo hizo aplaudir los atentados terroristas contra las Torres Gemelas en 2001, como hicieron otros. "Me pareció una barbaridad, no creo que esos sean procedimientos para castigar al imperialismo o para inaugurar etapas revolucionarias. Yo no estoy con ese tipo de violencia".
En 2004 Benedetti y Luz estaban viviendo en Madrid. "Un día, Luz se metió en un apartamento equivocado, en el mismo piso pero en el edificio de al lado. Ese fue el primer síntoma del Alzheimer. Después de a poco fue empeorando... Un día la desnudaron para hacerle una tomografía delante de cuatro médicos hombres. Eso le atacó el pudor de una forma horrible y la terminó de enfermar. Ahí decidí volver". Benedetti habla bajito de su peor pesadilla.
En la mitad del vuelo de regreso a Uruguay, Luz se quiso bajar del avión porque se aburría.
"Llegó un momento en que no tuve más remedio que internarla. Es una enfermedad muy cruel, hay veces que te conocen, otras veces que no. Luz estuvo bastante tranquila, pero llegó un momento en que no conocía a nadie... (con un hilo de voz)... y se acabó la cosa...
- Debe haber sido muy duro para usted.
- Imaginate – la voz de Benedetti se quiebra- Después de 60 años...
Entre los poemas más reconocidos, recitados y cantados en castellano están varios de Benedetti:
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
Dice Idea Vilariño: "No sé si fueron los temas, o su lenguaje. Para nosotros y para él mismo, siempre fue un gran misterio".
Dice Raúl, su hermano: "No escribe difícil. Escribe para que lo entiendan, y la gente lo entiende".
Dice el catedrático que no quiere que se publique su nombre: "Tiene una cosa espontánea de best seller, que las cosas literariamente no se compliquen, que entretengan. No tiene el don de la obra magnífica, pero tiene una gran versatilidad, un respeto por la artesanía, por el buen humor, y lo hace bien".
Dice Schavelzon: "Benedetti tiene un lenguaje que conecta con la gente, que la gente lee por placer, para encontrarse, para cambiar. No es un narrador o un poeta que escriba para intelectuales. Ése es el secreto. Benedetti lee a sus pares, pero nunca escribe para ellos".
Benedetti va a cumplir 87. Ya no es flaco como un pejerrey sin tripas y Raúl, su hermano, quiere que salga a caminar al menos un ratito por día, pero Benedetti no quiere. Sabe lo que le espera.
"Viene gente con libros, a sacarse fotos, a darle un beso. Lo cansan, y lo cansan los periodistas", dice Raúl.
"Yo necesito ir a un lugar donde no me conozca nadie", le dice Mario a su hermano.
"Vos querías ser famoso, ahora jodete", responde Raúl.
"Yo no quería ser famoso, yo sólo quería escribir".
Benedetti escribe todos los días. "En dos minutos escribe un poema. Tiene una facilidad tan grande que te asusta", dice su secretario.
Escribir sigue siendo uno de sus grandes gustos, como los helados de dulce de leche, los partidos de Nacional (por televisión o con la radio de noche en la cama), el café o el vino con amigos y leer de noche (después de medirse la presión otra vez y antes de dormir).
-¿Qué es lo mejor que le pasó en la vida?
-Además de mis amigos, mi hermano y mi esposa, haber podido escribir, hacer realidad el deseo de ser escritor.
-¿Piensa en la muerte?
-Y... a esta edad no hay más remedio.
-¿Siente angustia?
-No, siento curiosidad –dice y se ríe-. ¡Vamos a ver qué me tienen preparado!
Ya lo pidió por escrito. Que lo entierren con un bolígrafo y una hoja en blanco.
Foto: Marcelo Hernández. |