27.3.21

Respuesta a una carta abierta del señor Arredondo

Una columna que escribí en El Observador mereció que un señor que se sintió aludido me escribiera una “carta abierta”.

Su autor es Carlos Arredondo, conductor de “Nuevo tiempo”, un programa de radio Salto.

En términos de educación, no correspondería responderle a Arredondo, quien termina su misiva con la penosa frase: “Reciba Ud. mis salud….No, nada”.

Pero responderé porque lo que está en debate es importante.

Arredondo se sintió aludido cuando yo cuestioné el excesivo espacio que muchos medios del interior dieron a la llamada “Caravana por la verdad”, una recorrida que los líderes de quienes niegan la gravedad de la pandemia hicieron por todo el país, llamando a descreer de los datos oficiales, del test PCR, del uso de tapabocas y de las vacunas. 

Escribe: “¿Es Ud. capaz de darse cuenta del desprecio con el que trató a quienes hacemos periodismo en el interior? Dejando de lado el descomunal despliegue de arrogancia ¿Es Ud. capaz de advertir la humillación a la que intentó exponernos? Me explico: Es cierto que por cuestiones geográficas los medios del interior – y los del norte mucho más – tenemos menos acceso a las personalidades de las diferentes áreas, y lograr una declaración es muchísimo más costoso en términos de esfuerzo y tiempo. Lo que a los medios capitalinos les cuesta una llamada telefónica, a nosotros nos cuestan 4 o 5, y no siempre ganamos la batalla. Se llama CENTRALISMO, Haberkorn, y es una dura pelea que entre otras, día a día debemos dar quienes ejercemos el periodismo en el interior. Me sorprende que no lo sepa, pero más me sorprende la inexistente empatía que demuestra tener con la situación. Mofarse de eso diciendo que nos encandilamos con la novedad y que para nosotros la llegada de Sciuto y su comitiva fue ‘como si los Rolling Stones hubieran llegado al pueblo’, es además de un inmerecido golpe bajo, un bastardeo que no creo que nos merezcamos. Mucho menos si viene de alguien que se mueve en un medio donde todos los medios de comunicación le dedicaron la mayor cobertura de lo que va del año a la llegada de unas cajas con vacunas…(Hablame de encandilamientos!!!)”.

La burla con que la que Arredondo se refiere a la llegada de las vacunas lo pinta de cuerpo entero. 

En cuanto al supuesto desprecio que intenta achacarme por el interior no existe y a esta altura, después de tantos años en los medios, todos lo saben. Porque Arredondo se puso el sayo, porque se sintió aludido, porque fue uno de los que se prestó a desinformar, en lugar de analizar honestamente la situación intenta llevarla a un trasnochado enfrentamiento capital-interior.

Lo difícil que es hacer periodismo en el interior lo conozco muy bien y dejé constancia explícita de ello en la nota en cuestión. Escribí que para los medios del interior es mucho más complicado acceder a políticos o científicos de primera línea. Es cierto. También es difícil para muchos medios chicos montevideanos. Eso, sin embargo, no es coartada para desinformar alegremente.

Muchos medios del interior se han manejado con mucha responsabilidad en este tema. Está implícito en mi nota, pero debí haber reconocido con todas las letras y en forma explícita el profesionalismo de muchos colegas que no se dejaron arrastrar por la novedad. A ellos mis disculpas.

Otra cosa me faltó agregar en la nota: en Montevideo también hubo y hay medios que se prestaron y aun hoy se prestan a amplificar el discurso desinformador, aunque hasta el momento no fue algo masivo como ocurrió con la “Caravana”.

La imagen de los Rolling Stones que usé y ofendió a Arredondo surge de la trasmisión en vivo de la conferencia de prensa de los líderes de la “Caravana” que hizo el medio San José Ahora y que está disponible en Facebook. Allí se ve al principal vocero de la “Caravana” rodeado de micrófonos de prensa, radio y televisión, diciendo, por ejemplo, que el test PCR no sirve, que estamos viviendo una pandemia de falsos positivos, que las cifras reales de infectados de covid son menos del 10% de las informadas, que no hay razón de usar mascarillas, que la vacuna de Pfizer no demostró ser ni eficaz ni segura, que la letalidad del covid es menor al del resfrío común…

El video de la transmisión de San José Ahora con toda su carga de desinformación fue compartido más de 88.000 veces en Facebook, tiene 21.000 calificaciones y más de 10.000 comentarios. A eso me refiero Arredondo. ¿Usted participó? ¿Usted convocó? Hágase cargo.

Tras intentar plantear el problema como un falso duelo capital-interior, Arredondo pasa a su segundo argumento, el más equivocado y dañino.

Escribe: “Pero ¿Sabe una cosa? el desprecio que nos dedicó es lo de menos. Lo peor, y lo más peligroso, es la oda a la censura que su artículo es. Una llamativa, pero firme y clara, reivindicación de la mordaza, pocas veces vista – por suerte – en los medios de este país; por lo menos en la post dictadura. Ud. cuestiona y ridiculiza a los medios del interior porque publicamos la opinión de estas personas, por el simple hecho que esas opiniones van en contra al discurso oficial y Ud. considera que son nocivas a la salud de las personas (…) ¿Puede alguien ser más obsecuente al oficialismo? ¿Me podría explicar por qué las opiniones disidentes no pueden ser publicadas y difundidas? ¿Dónde dice eso? ¿Así hace periodismo Ud? ¿De verdad considera un aporte a la democracia el hecho de publicar solo la versión oficial?”.

Los muchos Arredondos que hay esgrimen que existe una versión oficial y otra versión disidente y que hay que darle espacio a las dos, en pie de igualdad. Algunos honestamente lo piensan, otros lo hacen porque buscan audiencia y también están los que se dejan arrastrar de un modo irreflexivo.

Se olvidan de algo importante: el primer deber del periodismo es difundir información verdadera y confirmada. Nunca hay nada que justifique darle información falsa al público. Eso es el primer mandamiento del periodismo y resulta vergonzoso tener que recordárselo a alguien que está al frente de un espacio de comunicación.

Cuando alguien dice que el test PCR no mide nada, que en China no se está vacunando, o que un resfrío es más peligroso que el covid, no está dando otra versión. Está mintiendo, está dando información falsa. 

Dar las dos campanas no es una regla universal como pretende Arredondo. Por el contrario, no conocer los límites y peligros de ese postulado puede dar lugar a graves errores, que fue lo que ocurrió en este caso.

No podemos como periodistas poner en pie de igualdad a la cátedra de astronomía y a los terraplanistas. No podemos equiparar al cirujano con el chamán. Sobre el futuro de la economía no podemos igualar al economista con el que hace horóscopos. Si vamos a hacer un informe sobre el Holocausto, no vamos a sentar a debatir a un sobreviviente de Auschwitz y a un nazi que niega que hayan existido las cámaras de gas.

Si hacemos estas cosas, Arredondo, no estamos combatiendo la censura. Estamos cometiendo gravísimos errores.

Arredondo posa con los líderes de la caravana
negacionista de la pandemia.


El brillante periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez lo explicó en forma muy clara en un artículo de 1997 que tituló “La ética del periodista”.

“Cuando Faulkner escribió su defensa de la amoralidad del escritor no estaba pensando en lector alguno. A él le daba lo mismo que se lo leyera o no se lo leyera, y en la entrevista con The Paris Review lo dice sin vueltas: ‘Estoy demasiado ocupado para preocuparme por mis lectores. No tengo tiempo para pensar quién me lee'. El periodista, en cambio, está obligado a pensar todo el tiempo en su audiencia, porque si no supiera cómo es, ¿de qué manera podría servirla? Lo que esa audiencia espera del periodismo verdadero es, ante todo, información. No se la sacía con el escándalo sino con la investigación seria. No se la atrae con golpes de efecto; se la respeta con noticias genuinas. Las clásicas dos campanas del periodismo no son la del verdugo y la de la víctima, sino el resumen que la justicia hace de esos dos sonidos”.

Luego agrega: “Ni el bien común ni el periodismo necesitan de esos equilibrios sobre las cornisas de la ética”. 

Eso fue lo que ocurrió con la “Caravana”. Se apostó al golpe de efecto, al escándalo y le dieron información equivocada al público, en un tema de salud pública, de vida o muerte. Faltaron al principal mandato del periodismo.

No tiene que escribir cartas, Arredondo. Tiene que disculparse con su audiencia.

Uno de los más inteligentes columnistas del Uruguay, el exsenador Juan Martín Posadas, dice en su libro Que la noche no tenga razón: "También los periodistas se manejan con aquello de que hay que escuchar a las dos campanas, y le pasan el micrófono, primero al que dice que la tierra es redonda y después al que dice que es cuadrada. La exigencia de un mínimo nivel intelectual y de información es algo que tiene que ver con la autoestima nacional".

Saludos, Arredondo.

A este señor y a este discurso le abrieron el micrófono.



 



25.8.20

Herencia maldita. Historias de los años duros (Presentación)

Historia maldita. Libro Leonardo Haberkorn
Este libro reúne 29 artículos periodísticos aunados por una temática común: el período en el que Uruguay vivió primero sumergido en la violencia política y luego oprimido por una dictadura que se prolongó durante más de un decenio.

Algunos de los artículos son originales y se presentan aquí por primera vez. Otros fueron actualizados o editados para su publicación en este libro. Los restantes se reproducen aquí tal como fueron publicados originalmente en revistas, semanarios, diarios o en mi blog.

Los artículos están organizados en una falsa cronología que debe ser explicada: aquellos en los que predomina la información, están datados en la fecha en la cual transcurren los hechos informados; en cambio, aquellos en los que predomina el análisis o la opinión, están considerados según su fecha de publicación.

Dos de estas notas fueron escritas y desarrolladas junto a dos colegas, Álvaro Diez de Medina y Gerardo Maronna, a quienes agradezco la gentileza de permitirme incluir estos trabajos conjuntos.

Hay crónicas, entrevistas, artículos de opinión y reportajes investigativos. Los hay recientes y otros, en cambio, de cuando hacía mis primeras experiencias en los medios periodísticos. En algún caso dudé si incluir alguno de esos trabajos de principiante. Los mantuve por considerar que, más allá de alguna flaqueza periodística o narrativa, reflejan un momento histórico y completan una línea de continuidad y de presencia de este tema, siempre, a lo largo de los años.

Recuerdo la noche en la cual el Parlamento sancionó la ley de Caducidad. Iba caminando por la rambla rumbo a lo de un amigo que cumplía años, con una radio a transistores al oído, escuchando la sesión del Parlamento. Revivo la infinita tristeza con la que seguí el debate, las ilusiones que se perdían, la certeza de que la herencia se nos haría más maldita y ominosa todavía.

Así fue. El tema no nos ha abandonado nunca. 

Los reclamos por "dar vuelta la página" siempre han chocado y chocan contra un obstáculo insalvable: la falta de verdad histórica. La llamada “historia reciente” carece de un relato totalizador. En su lugar, tiene varios relatos parciales, sesgados, hemipléjicos, mentirosos.

Primero tuvimos una versión apañada por la dictadura: decía que el régimen había sido mucho más benigno que los procesos similares que vivieron Argentina, Chile y otros países de la región, que los muertos habían sido producto involuntario de algunos lamentables “excesos” en los interrogatorios: nunca se había querido matar a nadie.

Las noticias de los vuelos con prisioneros hasta hoy desaparecidos y los restos de Julio Castro con un balazo en el cráneo terminaron por derrumbar una narración que nunca había sido demasiado creíble, pero que aún algunos esgrimen.

Tenemos también un relato que enfoca el golpe de Estado en los sucesos de junio de 1973, ignorando o minimizando lo que pasó meses antes, en febrero, aquel “febrero amargo”, cuando el poder militar tomó las riendas del país y los políticos miraron para otro lado. Por eso casi siempre se recuerda el aniversario del golpe de junio, pero casi nunca el verdadero asalto al poder institucional que comenzó en febrero.

Y, por supuesto, también tuvimos y tenemos el persistente y poderoso cuento de hadas tupamaro, la historia rosa de la guerrilla, la que dice que se rebelaron contra una dictadura, lucharon contra el golpe de Estado y por la democracia, la que oculta crímenes espantosos, algunos de ellos todavía impunes.

Parte de la “herencia maldita” es una falta de verdad que sofoca. 

Espero que estas páginas sean al menos una ventana abierta a un sinceramiento que hace nos hace mucha falta.

Comprar el libro


3.6.20

El hombre que quiere tirar 175.000 dólares de caviar en una laguna

Kohen, Leonardo Haberkorn, Gatopardo
La noticia estaba en el diario. Un hombre le pedía permiso al gobierno para arrojar un tesoro millonario en una laguna. Y el gobierno le respondía que no, que de ninguna manera, que aquel capital era suyo y debía aprovecharlo. Pero el hombre no quería, y le decía al gobierno que jamás lo haría, por amor a los animales.
Recorté la noticia. El diario decía que el tesoro valía un millón de dólares, aunque la cifra se revelaría equivocada.
Rafael Kohen era quien quería tirar su fortuna al agua. Tenía que ser al agua, porque el tesoro estaba formado por setenta esturiones de más de un metro de largo y muchos kilos del más fino caviar en sus entrañas. Y la principal preocupación del señor Kohen era el bienestar de sus peces.
Un mes después, en diciembre de 2008, la esposa de Kohen, la pintora Linda Kohen, me recibe en su propiedad, una chacra llamada El Peñasco, a veinte kilómetros del exclusivo balneario de Punta del Este.
Kohen duerme. Tiene 90 años.
La casa es hermosa, de tres pisos, doce ambientes y piscina, construida por el más famoso de los arquitectos uruguayos, Julio Vilamajó, en la cima de un cerro, rodeada de grandes rocas, árboles añosos y estanques donde nadan peces de colores de medio metro: un jardín que ha sido premiado compitiendo contra los más hermosos de Punta del Este. Una vez la revista Paula le preguntó a la princesa Laetitia D´Aremberg, principal animadora del jet set local, qué residencia del balneario le mostraría a un extranjero si solo pudiera mostrarle una. El Peñasco, respondió.
Antes de venir hasta aquí revisé los archivos de prensa en busca de información sobre Kohen. No encontré mucho: tres o cuatro artículos, no más. Uno de ellos contaba que Kohen alimentaba a sus peces de colores, unas carpas de colección, dándoles cerveza en mamadera.
Una amplia terraza rodea la casa por sus cuatro costados. Desde ella se ven los campos circundantes, el curso de un arroyo y una enorme porción de cielo. A lo lejos, en el llano, hay cinco grandes estanques alineados, una pequeña parte de la insólita historia de Kohen.
Dentro de la casa, por donde han pasado desde Fernando Henrique Cardoso cuando era presidente de Brasil hasta la princesa Sayako de Japón, nada recuerda que estamos en el hogar de un hombre que logró lo increíble. Los salones son amplios, luminosos, con muebles caros y cómodos. En el living hay una exposición de cuadros de Linda, una pintora reconocida. La obra de Kohen, en cambio, está afuera. Sus peces gigantes, sus vacas enanas.

 

Inicio de la crónica sobre la vida y los desafíos del señor Rafael Kohen, publicada en la edición de setiembre de 2009 de la revista colombiano-mexicana Gatopardo. La versión completa puede leerse en el libro Un mundo sin Gloria.

Un mundo sin Gloria, Leonardo Haberkorn, Rafael Kohen

 



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