16.3.12

Un muchacho que armaba parlantes y entró al MLN

Juan José Cabezas es profesor titular de la Facultad de Ingeniería e investigador en informática del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Entre sus méritos figura el de haber jugado un rol clave en 1988, cuando Uruguay se conectó por primera vez a Internet a través del Instituto de Computación de la Facultad de Ingeniería. Tanto es así que fue él quien recibió los primeros correos electrónicos que llegaron al país provenientes de fuera del Río de la Plata.
Es imposible no reconocerlo. Sus manos están deformadas, tienen extraños bultos y cicatrices. En la derecha tiene solo dos dedos completos; en la izquierda apenas uno. Hay dedos a los cuales le quedan dos falanges, en otros apenas una, de otros no queda nada. Además, tiene cicatrices en todo el rostro, en la quijada, la boca, la nariz. Usa unos lentes gruesísimos porque casi no ve. Juan José Cabezas es un mutilado de guerra, una víctima del Plan Cacao.
Juan José estudiaba ingeniería y, en un taller de electrónica montado en el fondo de la casa de sus padres en Punta Gorda, construía equipos de sonido, amplificadores y cajas de parlantes. A principios de 1970 Juan José y sus amigos del barrio, todos universitarios o estudiantes de bachillerato que se preparaban para ir a la universidad, todos de entre 18 y 22 años, comenzaron a militar en política.
Usaban vaqueros, se dejaban el pelo largo o la barba, escuchaban a los Rolling Stones y sentían un gran rechazo hacia los políticos en general, en especial hacia los de los partidos tradicionales. Juan José todavía puede oír a su padre bramar cuando él era un niño:
—¡No me voy a arrodillar ante ningún político para conseguir el teléfono!

MLN-T, tupamaros, bomba bowling, Juan José Cabezas
El teléfono demoró catorce años en llegar al hogar de los Cabezas.
Aquellos muchachos de Punta Gorda estaban seguros de que el mundo estaba cambiando. “Recibíamos una influencia enorme de lo que ocurría en otros lugares: los movimientos hippies antibélicos en Estados Unidos, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, la muerte del Che en Bolivia, la Revolución Cubana, todo eso nos impactaba mucho. Éramos antiimperialistas. Que Estados Unidos apoyara a las dictaduras en América Latina solo porque se oponían a la Unión Soviética, que despreciaran así a la democracia, también nos influyó mucho”.
La política uruguaya no les interesaba, más bien la miraban con aborrecimiento. “Los partidos tradicionales eran una cosa lejana, molesta, que solo servía para hacer el mal. Esa era una verdad que a nadie se le ocurría discutir. Un abismo nos separaba de sus dirigentes. ¿Cómo no podían entender lo importante que eran los Rolling Stones? ¿Cómo no podían comprender por qué nos vestíamos de una manera que era tan obvia para nosotros? Ellos se vestían, se movían y hablaban con otros códigos, todo eso nos alejaba muchísimo”.
Pero los partidos de izquierda tampoco los atraían. Muchos de sus legisladores y dirigentes se comportaban de un modo muy similar a los blancos y colorados. También ellos hacían largos discursos, se enfrascaban en interminables polémicas y con frecuencia terminaban defendiendo lo indefendible. Además, Juan José Cabezas y sus amigos sentían un gran rechazo hacia la Unión Soviética y los comunistas. Al final, de la política uruguaya, lo único que les gustaba eran los tupamaros.
“El MLN aparecía como un outsider con un enorme atractivo para nosotros: su discurso estaba asociado a la acción, eso lo veíamos como una gran señal de coherencia y le dábamos un valor enorme. Su simbología era nacionalista y no estaba asociada a la Unión Soviética. Los tupamaros no eran iguales a los políticos de los cuales desconfiábamos. Entonces empezamos a militar: salíamos a hacer pintadas, íbamos a las manifestaciones, no teníamos armas, pero nos considerábamos un grupo tupamaro. Nuestro único defecto era que el MLN no lo sabía”.
Juan José se ríe. Revive todo con enorme precisión, habla en un tono pausado, desprovisto de rencores y de remordimientos.
Finalmente alguien de su barra de amigos logró hacer un contacto con el MLN y un integrante de la organización fue a verlos. Fue un día muy importante para todos ellos. “Estábamos admirados de tener delante nuestro a un tupamaro de verdad. Ahí sí nos integramos al MLN y el grupo se dispersó en distintas actividades dentro de la organización. Éramos siete u ocho. Dos años después, salvo yo, todos estaban presos”.
Como en el fondo de la casa de sus padres funcionaba un taller de electrónica, Juan José fue integrado al Servicio de Radiocomunicaciones, un grupo de logística de la Columna 15.
“Al principio todo iba muy bien. Yo trabajaba con otros dos compañeros y la tarea la desarrollábamos en el taller de mi casa. Trabajábamos dentro de la Columna 15 que era muy dinámica y, además de ser la de Amodio Pérez, era la que captaba en Montevideo a la mayoría de los estudiantes universitarios”.
Todo cambió cuando el MLN inició el Plan Cacao. Luego del atentado al bowling de Carrasco los responsables de la Columna 15 le encomendaron una nueva misión a Juan José Cabezas.
“En el bowling de Carrasco, según yo recuerdo, lo que pasó fue que se tiraron cócteles Molotov. No se pretendía provocar una explosión, sino un incendio. Pero al parecer el piso de madera había sido recién encerado y eso produjo una explosión completamente ajena a las características de un Molotov. Y esa explosión produjo la caída del techo”.
Como el sorpresivo derrumbe mató a dos de los integrantes del MLN que realizaron el atentado, la cúpula tupamara decidió que el Plan Cacao debía seguir adelante pero ahora con bombas que explotaran con un mecanismo de retardo.
“A partir de ahí el MLN decidió manejar las explosiones en forma más controlada”, recuerda Juan José Cabezas, en su despacho de la Facultad de Ingeniería. “Un día llegó el encargado de nuestro grupo. Traía explosivos sacados de una cantera y nos dijo: ‘van a tener que hacer bombas porque no hay nadie que las haga’. Nos dijo que teníamos que hacerlas con un mecanismo de retardo de tiempo para la explosión. Y nosotros nos pusimos a fabricar bombas. El problema era que no sabíamos cómo hacerlas… y aprendimos como pudimos”.
El plan, según relata Cabezas, era explotar las bombas en lugares o empresas consideradas símbolos del imperialismo estadounidense y generar daños materiales. La orden no lo convencía, pero la cumplió.
“Yo no veía muy claramente la utilidad de eso, el plan era de dudoso resultado y su concepto no me parecía muy claro. Incluso en esa época tan loca, muchos no lo comprendían. Pero yo tenía mucha confianza en que la organización pudiera manejarlo, o que lo llevaran adelante porque conocieran elementos que yo no conocía. Yo apenas llevaba tres meses como militante del MLN y la tarea tenía que cumplirla. El MLN era una organización militar, por lo tanto no se discutía cuando vos querías y en la forma en que se te antojara”.
Finalmente Juan José Cabezas y otros dos compañeros, con sus precarios conocimientos, comenzaron a fabricar las bombas. Hicieron ocho o diez que explotaron en distintos lugares, provocando daños materiales y el terror que hoy no se admite. Todo marchaba según lo planeado por la dirección del MLN.
El 19 de noviembre de 1970, la fecha no se le olvidará más, Juan José Cabezas finalizó el ensamblado de un nuevo ingenio explosivo. “Cuando terminábamos cada bomba, le poníamos un mecanismo de tiempo electrónico, que fabricábamos allí en el taller. Nunca sabré lo qué pasó, sospecho que el mecanismo de seguridad no había quedado bien instalado. Yo la estaba colocando en una cajita que no llamara la atención para poder entregarla, y entonces la bomba explotó en mis manos”.

Fragmento del libro Historias Tupamaras, de Leonardo Haberkorn, editorial Fin de Siglo.

18.2.12

Robar no es hacer changas

Hoy todo es polémica entre el gobierno y la oposición. Y, sin embargo, estos dichos del diputado Aníbal Pereyra pasaron desapercibidos.
Pereyra es uno de los legisladores del MPP, el grupo político orientado y liderado por el presidente José Mujica. También integra la dirección del  MLN-Tupamaros. Es representante nacional por el departamento de Rocha. Tiene 46 años.
Diputado Aníbal Pereyra
En enero le dijo a El País:
“Una de las fortalezas más grandes que tiene Uruguay para el turismo es la seguridad. Aunque así como hay gente que viene a hacer la temporada de verano, hay delincuentes que van a hacer la changa. Hoy hay lugares tan alejados de los centros urbanos que si no tienen criterios de seguridad algún día los van a afanar. Si se ostenta determinada cosa, algún día los que andan en la vuelta lo pueden robar y de eso hay gente que no se da cuenta”.
Pereyra se refería a algunos robos en el este del país, en zonas al parecer muy apartadas. Reclamaba que quienes residen en esos parajes tomen medidas de seguridad para no ser desvalijados.
Pero eso no es lo insólito. Lo asombroso es que afirme que “hay delincuentes que van a hacer la changa”. Y lo pasmoso es que nadie diga nada.
Hacer una changa en Uruguay es hacer un trabajo menor, pequeño, informal. El que vive de changas seguramente no tiene una gran preparación, quizás no le guste tener un empleo formal, puede que no sea muy laborioso, que sea un poco vago, perezoso, que rehúya las responsabilidades. Puede ser, o quizás no sea nada de eso. Pero lo que es seguro es que quien vive de hacer changas es una persona decente. Hacer changas no es andar robando. El que vive de changas no es un ladrón. Los delincuentes, diputado Pereyra, no hacen changas.
La declaración del legislador es una prueba más de hasta qué punto vivimos en una sociedad que no condena al delito, que lo legitima.
Robar es como trabajar para el diputado Pereyra. Y no solo para él.
Antes la explicación era que había tanto delito porque había mucha pobreza. Pero la pobreza cayó y el delito no. Antes faltaban ayudas sociales. Ahora se vuelcan millones, pero los delincuentes no se enteran.
El problema está en otro lado.
Es un problema cultural, de discurso, está en las palabras. Y no cambiará mientras robar sea tan legítimo como changar o trabajar.

12.2.12

Gauchos licenciados y éxito a la uruguaya

José María Firpo, maestro Firpo, Uruguay y sus visitantes"El Uruguay y sus visitantes". Así se llama un pequeño libro escrito por el maestro José María Firpo, el mismo de la desopilante serie "El Humor en la escuela".
Lo compré en una librería de viejo. Se trata de una recopilación de textos escritos por extranjeros que recalaron en estas costas entre 1926 y 1967. Como fue publicado en 1978, en plana dictadura, es de suponer que habrá existido cierta clara limitación en las citas seleccionadas. Aún así el libro tiene pasajes interesantes: algunos por su gracia, otros por su crudeza.
Entre los primeros destaca un disparatado artículo de 1948 del semanario francés Samadi Soir, donde se escribe mal el nombre del nombre del presidente Luis Batlle Berres, pero eso es apenas un detalle en medio de tanto dislate:

"Pero el Uruguay no es más el Uruguay. Hace seis años el presidente de la República Battle Beres creó universidades ambulantes sobre ferrocarriles, con vagón-museo, vagón-laboratorio, vagón-anfiteatro. Dentro de poco los últimos gauchos serán todos licenciados. El presidente Battle Beres, hijo de aquel que detuvo las revoluciones mensuales, es, él mismo, un gran poeta".

También memorable, pero no por su comicidad, es una nota escrita por un corresponsal de la revista estadounidense Time que visitó Uruguay en 1954:

"El omnipresente Estado maneja la mayor parte de las cuestiones bancarias y de seguros del país, monopoliza las importaciones de hulla, opera los ferrocarriles, las plantas de energía eléctrica, el sistema telefónico, un gigantesco frigorífico, destilerías de bebidas alcohólicas, la pesca, plantas de cemento, un teatro, un servicio de ambulancias y una serie de restaurantes de precios bajos. La estructura estatal es costosa. Uruguay padece el más severo caso latinoamericano de entumecimiento burocrático, con 150.000 empleados civiles en una fuerza trabajadora de un millón de personas. Los déficit del gobierno aumentan año a año y, bajo la manta estatal de benevolencia, el incentivo decrece. Las tardes de verano libres para holgazanear en la playa son una costumbre nacional. El hombre que se jubila joven con una pensión confortable se ha convertido en la imagen nacional del éxito".

Dicen que no hay nada más viejo que el diario de ayer, pero ese artículo de Time tiene 58 años.




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