18.12.09

La regla de oro del periodismo uruguayo

El 24 y 25 de setiembre de 1993 la Red de Mujeres Políticas del Uruguay realizó un seminario-taller titulado: “¿Tienen las mujeres un estilo diferente de hacer política?”
Una de sus actividades fue un panel que debía responder a la pregunta: “¿Cómo nos relacionamos las mujeres con el poder?”.
Puedo manejar estos detalles con propiedad porque aún tengo guardados la carpeta y el programa que entregaban a los participantes del seminario.
La memoria engaña: yo hubiera jurado que aquella actividad se realizó un día de semana de noche. Sin embargo, el rústico programa (una hoja fotocopiada) indica que fue un sábado a las cuatro de la tarde.
Según ese papel, participaron del panel las sociólogas Carmen Rico y Nea Figueiras y la periodista Sonia Breccia. De Rico y Figueiras aquel día nada recuerdo. Quizás faltaron a la cita, o su participación no dejó huella en mí, o yo llegué tarde o me retiré antes de que ellas hablaran. No lo sé. En cambio, nunca olvidé aquella conferencia de Sonia Breccia.
Su ponencia tuvo dos partes. En una de ellas, para mi sorpresa, Breccia relató cómo durante muchos años le había hecho la guerra interna en radio Sarandí a Néber Araújo, buscando ganar un lugar de mayor importancia en la emisora. Luego –explicó- había dejado de celar y perseguir al pobre Néber y se había dedicado a lo suyo, y fue entonces cuando creció y despegó como periodista, además de sentirse mejor consigo misma. La lección para las mujeres que la escuchaban (creo recordar que yo era el único representante masculino en la sala) era bien clara: hay que preocuparse menos por lo que hacen los hombres y apostar a la propia capacidad femenina.
La otra parte de la ponencia de Breccia fue respecto a su relación con los políticos. Explicó que un periodista que quiere llegar alto tiene que poder entrevistar a todos los grandes líderes.
“Tarde o temprano ese periodista, en una buena, necesita de esa entrevista con un político, porque eso hace a su currículum. Los periodistas se miden por sus entrevistados”, afirmó.
“El periodista –continuó- sabe que si se pone pesado, si se pone impertinente, si se pone cargoso, si se pone cerril, va a haber un momento en que ese hombre político, cuando él quiera la entrevista, le va a decir: no sea pesado”.
La conclusión era clara: en Uruguay un periodista que quiere llegar alto no puede preguntar a fondo a los políticos.
En los países civilizados es exactamente al revés: un periodista que no pregunta con el máximo rigor no tiene público y, por eso mismo, no es contratado por los empresarios. Pero el Uruguay pre-capitalista” no es un país civilizado.
“No estoy diciendo nada nuevo”, agregó Breccia. “Cualquiera de nosotros, con mirar, cuando termina una elección, por donde pasa primero el presidente electo, tiene claras cuáles son las reglas de juego”.
Yo nunca había oído a nadie plantear con tal grado de sinceridad y crudeza las “reglas de juego” no escritas del periodismo uruguayo. Por eso nunca tiré el cassette. Y todavía lo tengo.
Recordé las palabras de Breccia en estos días, pensando en la relación entre políticos y periodistas en la campaña electoral 2009.
Lo dicho en aquella conferencia puede utilizarse para analizar las tres entrevistas más calientes de la campaña: la que Ignacio Álvarez le hizo a Luis A. Lacalle en radio Sarandí; la que Gabriel Pereyra le hizo a José Mujica en VTV antes de la elección, y la que los estudiantes de periodismo ORT de realizaron a Lacalle dentro de un ciclo del canal 20 del cable TCC.
Veamos:
Ignacio Álvarez fue a fondo con Lacalle en una entrevista en radio Sarandí. ¿Qué pasó luego? Mujica nunca aceptó ser entrevistado por Álvarez.
Gabriel Pereyra se le paró firme a Mujica en su programa En la mira en VTV. Como nadie antes, le enrostró su prepotencia para con un muy joven cronista que había osado preguntarle por su relación con los Kirchner. Y cuando Mujica quiso zafar metiéndole el gaucho como suele hacer, Pereyra se plantó firme y no se dejó avasallar. ¿Qué pasó luego? Lacalle no quiso ir al programa de Gabriel Pereyra.
Los estudiantes de periodismo de la universidad ORT le preguntaron sin miedo a Lacalle. Sorprendido, Lacalle se enojó y se mostró como un energúmeno ante un auditorio repleto y frente a las cámaras. ¿Qué pasó luego? Aduciendo problemas de agenda, Mujica no aceptó ser entrevistado… ¡por un grupo de estudiantes de periodismo!
Ahí están, plenamente vigentes, las “reglas de juego” definidas con cruda resignación por Sonia Breccia aquel día.
Reglitas: reglas de juego de un paisito chiquito, con una prensa chiquita y una política chiquita.


12.12.09

Chillidos bajo el asfalto

“Se han extendido con el hombre por toda la superficie del globo, infestando hasta las islas más desiertas. Esta dispersión se verificó en épocas no muy lejanas, y aún se recuerda la fecha de su aparición. El hombre no agradece en ninguna parte el afecto que le demuestran estos animales; por doquier los odia y los persigue sin compasión; se vale de todos los medios para exterminarlos y, a pesar de esto, siempre le son fieles, aún más que el perro".
Del artículo sobre la rata, en el Diccionario Enciclopédico Hispano Americano. Edición de comienzos del siglo XX.



Existen 120 especies de ratas conocidas, todas ellas pertenecientes al género rattus, a la familia de los múridos, al suborden de los miomorfos y al orden de los roedores. De ellas, dos se han extendido por todo el mundo acompañando al hombre dondequiera que éste ha ido: la rata negra y la rata gris, también llamada parda o de alcantarilla.
Ambas especies parecen ser originarias de Asia, quizás de Persia o de la India. La primera en emigrar hacia Europa fue la rata negra, que también fue conocida como rata común (Rattus rattus). En el siglo XII ya se reportaba como un animal común en el viejo continente. Suele medir unos 40 centímetros, mientras que la rata gris alcanza frecuentemente el medio metro, incluyendo los 20 centímetros de cola.
El mayor tamaño, su mayor agresividad y un instinto expansivo más acentuado hicieron que la rata gris desplazara a la rata negra, relegándola a sus hábitats menos deseados, como las bodegas de los barcos.
“La casi totalidad de las ratas que hay en Montevideo son ratas grises”, dice el doctor Carlos Soto, joven egresado y docente de la Facultad de Veterinaria, y director de una empresa de desratizaciones. “Es posible –agrega- que haya algunos ejemplares de rata negra en el puerto”.

Terremoto

De todos modos, ambas especies tienen comportamientos muy similares y suelen ser descriptas en conjunto.
Es posible que Eliano, un escritor griego del siglo III, fuera el primero en describir a las ratas y sus viajes, que terminarían por traerlas a las costas del Uruguay. En sus Particularidades de los animales describe una especie a la que llama “rata carpiana” que emprende en ocasiones largos viajes, en “innumerables ejércitos”, cruzando ríos a nado y sujetándose cada individuo con su boca de la cola del que lo precede.
Más tarde, el naturalista alemán Pedro Pallas (1741-1811) observó cómo, tras un violento terremoto, grandes manadas de ratas emigraron a Europa desde orillas del mar Caspio. Siglos atrás, las ratas habían abandonado la ciudad helénica de Hélice, antes de que un sismo la destruyera. Los sobrevivientes les atribuyeron el don de adivinar el porvenir.
De Europa las ratas pasaron a América en barco, acompañando a los hombres. Es posible que el mismo Juan Díaz de Solís trajera la primera al Río de la Plata.
Las ratas uruguayas han conservado, en líneas generales, las tradiciones de sus antepasados, incluyendo su reacción ante los movimientos de tierra. Cuenta la leyenda que el día que se estrenó en Montevideo la película Terremoto –con sonido sensurround- centenares de ratas salieron “desde el piso” del cine que temblaba.

Vivo o muerto

He visto ratas drogadictas –me dijo- jodidas ratas con el mono. ¿No me cree? Las he visto yo, con estos ojos.
Yo no le dije ni que sí ni que no.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


El 1 de abril de 1927 el Consejo de Administración Departamental de Montevideo, abrumado por la cantidad de ratas que comenzaban a verse en la ciudad, autorizó a la Dirección de Salubridad a pagar una recompensa por cada animal capturado, vivo o muerto. La campaña comenzó poco tiempo después y participaron de ella tanto el personal municipal especializado como los cazadores de recompensas (la cabeza de cada rata se pagaba 0,05 pesos). Duró 60 días y fue considerada un éxito: 710 ratas muertas. Hoy la población de ratas de la ciudad hay que medirla en millones.
“Yo no puedo dar una cifra de cuántas ratas tenemos, ni de cuántas matamos. No hay evaluación posible. Una sola pareja puede tener en un año miles y miles de descendientes. Puedo payar si quiere”, dice Héctor Sobrino, director de Salubridad de la Intendencia Municipal de Montevideo.
Soto, el veterinario que dirige una empresa de desratización, opina: “Yo creo que hoy debe haber entre seis y ocho ratas por cada persona en la ciudad”.
La dificultad en definir con exactitud el número de estos roedores se debe a lo subterráneo y clandestino de su actividad y, principalmente, a la extraordinaria velocidad con que se reproducen.
Según el libro
Ratas del doctor César Vega González (Universidad Central de Venezuela, 1980), las crías nacen a los 22 días del apareamiento. La madre ya puede volver a aparearse 48 horas después del parto, aunque no siempre lo intenta. El número de crías es generalmente de seis a 12 por camada y cada hembra tiene entre cuatro y siete camadas al año. Esto lleva a que cada hembra pueda tener hasta 84 hijos por año. Las crías son prolíficas cuando tienen apenas entre tres y cinco meses. Una rata que es madre por primera vez en enero puede llegar a diciembre siendo tatarabuela.
Hay, sin embargo, un buen termómetro del número de ratas. Existen entre diez y 15 empresas de “exterminio” con autorización en regla por parte de la Intendencia. Otras 60 o 70 operan sin los permisos legales. Y nadie se queja de la falta de trabajo.
“La mayor parte de las denuncias las recibimos del Centro, Cordón, Pocitos y Carrasco. En el Centro, desde que empezó la construcción de edificio del Sodre hay mucho trabajo”, relata Soto. “En una casa de apartamentos de Andes y Mercedes después de hacer el trabajo le pagamos a un hombre para que sacara las ratas muertas del tubo de aire. Cuando llegó a las 150 no quiso contar más”.
“En Pocitos la situación se agravó mucho cuando hicieron el colector, porque las ratas dejaron la costa y cruzaron la rambla. Aparecen en todos lados. Hemos tenido casos en que salen por los waters de los apartamentos de un quinto piso”, continúa. “Tenemos como cliente a un supermercado que le da a cada empleado un día franco por cada rata que mata. En otros, los serenos tienen una chumbera. Nos llaman de confiterías, panaderías, restoranes. Claro que el primer pedido es la discreción. Incluso cuando alguien nos pide referencias, nunca decimos que hicimos esos trabajos”.
Los servicios de la empresa de Soto fueron recientemente requeridos por una fábrica de pastas. “No había manera de terminar las ratas. Nosotros le dijimos al dueño que había algo abierto, que eran ratas que entraban y salían. Morían algunas, pero entraban otras. Él decía que no. Le dijimos que revisara bien, y no nos hizo caso. En un fin de semana le comieron todos los billetes de la caja”.

Los 14 orientales


Entiéndame lo que quiero decir. Los yonkis tiran las jeringuillas a las cloacas y las ratas se comen la droga, quiero decir, se pinchan ellas mismas, o sea, por accidente, ¿no? Las ratas se pinchan y ya hay una mutación de la especie. ¿Comprende usted lo que quiere decir mutación?
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


De los casi 14.000 funcionarios de la Intendencia Municipal de Montevideo, apenas 14 de ellos están dedicados al combate contra los roedores. Los encargados de la división consideran algo escaso el número, apenas remediado por un convenio con el Cuerpo de Bomberos, que cada día les envía hasta 35 hombres “que ofician como ayudantes”.
Según los responsables, las últimas campañas realizadas contra las ratas han logrado reducir su número. “En Pocitos teníamos 20 o 30 denuncias por día y ahora se ha bajado a una o dos”, dice Sobrino.
En cambio, para algunas de las compañías de desratización consultadas, tras la campaña las ratas huyeron hacia nuevos lugares.
Alberto es un señor que vive en un apartamento frente al club Nautilus, en un cuarto piso de Punta Carretas. Algunas noches atrás se encontró con una rata en el living. Comenzó la cacería con una escoba. “Saltaba como loca. Se trepaba en los marcos de las puertas, completamente lisos”. Luego de recibir varios golpes, el animal, ya atontado, intentó refugiarse en un macetero. Alberto lo mató vaciándole allí todo un spray de insecticida. Cuando le contó al sereno del edificio lo sucedido, éste no se sorprendió. Casi todas las noches ve a las ratas cruzar la rambla para jugar, colgándose con la cola, en los jardines de los frentes de los edificios de la zona.

Ravioles azules

Las ratas han sido combatidas por todos los métodos. Primero fue el veneno.
“Nosotros les preparábamos unos ravioles de arsénico, harina y grasa. Las ratas comían hasta que se daban cuenta de que era esa comida lo que las mataba. Entonces teníamos que cambiar el color de los ravioles y hacerlos azules”, se acuerda Sobrino, el director de Salubridad, de viejas batallas.
Soto, el veterinario desratizador, explica: “Antiguamente el veneno daba su resultado, pero los animales se fueron perfeccionando. La rata tiene un sistema social muy sofisticado. Una serie de animales de la colonia (no sé si los más viejos o los más débiles) son enviados a probar toda la comida que se encuentra. Si no hay veneno, entonces recién comen los demás”.
“Es una lucha de inteligencias”, piensa Sobrino. “La rata tiene algo similar a la naturaleza humana”, dice, tranquilo.

“Va a llegar el momento…”

-Me fijé en las ratas, amigo –continuó el sujeto del mostrador-, me fijé muy bien. No eran ratas corrientes, eran ratas mutantes. La mutación ha comenzado.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“Hace ya más de diez años se importaron unos aparatos que emitían una onda de sonido sólo audible para las ratas y que las ahuyentaba”, dice el desratizador Soto. “Por un tiempo dieron buen resultado. Después las ratas empezaron a acostumbrarse. Hoy, por más que los aparatos siguen funcionando, la mayoría de las oficinas que los compraron los tienen apagados. Las ratas hasta les pasaban por arriba”.
Últimamente hay quienes colocan sistemas con hilos electrificados con corrientes de 12 voltios. El choque eléctrico no mata al roedor, pero es fuerte y lo asusta. Sin embargo, tampoco brinda una protección total. La rata se ingenia para evitarlo e, incluso, si es necesario puede tolerar el choque.
Lo que mayormente se utiliza hoy son tóxicos anticoagulantes, tanto por la brigada municipal como por las empresas privadas. La rata los come y muere al cabo de una semana, aproximadamente. Para que la rata lo coma se le agregan hormonas sexuales de la especie. El animal comienza a perder la sangre y no lo asocia con el alimento que ingirió. Se siente débil y, cuando ya no tiene más fuerzas, se queda en la madriguera para morir. El hombre rara vez puede encontrar su cuerpo.
"La lucha es continua”, dice Soto. “La tecnología no deja de investigar nuevas formas de eliminar a las ratas. Porque va a llegar el momento en que también se van a hacer inmunes a estos tóxicos, porque su sistema de coagulación se va a adaptar”. Es que la capacidad de adaptación de la rata está fuera de dudas.
La
Enciclopedia de los Animales (edición conjunta de los editoriales Abril, Noguer, Larousse y Rizzoli) dedica un especio al ingenio de las ratas.
“En cuanto a sus facultades intelectivas, sin duda, están bien dotadas, sobre todo para la astucia, como ya demostró Della Torre en 1880, quien pudo observar cómo las ratas se llevaban huevos sin romperlos. Dice el investigador que, para ello, los animales trabajaban perfectamente organizados: uno sujetaba el huevo con las (cuatro) patas, manteniéndolo asido. En esta postura, naturalmente, no podía moverse. Entonces otro individuo lo agarraba de la cola, arrastrándolo hacia la madriguera en unión con el botín”.
Han pasado algunos años. Recientemente, la compañía Bayer envió un video a la división de Salubridad de la Intendencia de Montevideo mostrando cómo las ratas llevaban un huevo sin romperlo. El anterior e ingenioso método ha sido sustituido. Ahora la rata va caminando en dos patas y lleva el huevo en sus manos.

Ascensores y teléfonos

Es una nueva raza de ratas. Ya no son como antes. Antes las ratas tenían un poco más de respeto. Si una rata cruzaba la calle, pongo por ejemplo, bastaba con espantarla y la rata se iba corriendo. Pero ahora no, ahora las ratas te hacen frente. Te atacan.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


La rata hembra es una madre ejemplar. Dispensa los mayores cuidados a su prole, a la que solo abandona en casos de escasez de alimentos.
Un folleto editado en 1928 por el Ministerio de Industria llamado “
Lucha contra la rata” señala que sus alimentos preferidos son: miga de pan, arroz cocido, pescado cocido, quesos, tocino rancio, papas, zanahorias cocidas, peras, ciruelas, manzanas, ensaladas crudas, coles, pastas cocidas, azúcar, chocolate y carne cocida.
Los estudiosos coinciden en que las ratas tiene un fino sentido del gusto. Si la sobrevivencia está en juego, comerán las peores inmundicias (y en un caso aún más extremo se comerán unas a otras, para salvar la especie) pero si se puede elegir, eligen lo mejor.
“Carne cruda y cadáveres sólo por necesidad”, dice el librillo. “Puede vivir en un pozo negro y comer materias fecales, pero solo si no tiene más remedio”, coincide Sobrino, el director de Salubridad.
En su lucha por buscar comida nada las detiene. Según el folleto de 1928, la rata salta 0,76 metros, pero hoy un técnico municipal asegura que “saltan unos 80 centímetros, y si vienen con impulso pueden llegar hasta un metro”. Por esa razón recomienda nunca dejar alimentos a menos de un metro del suelo.
El ladrillo no es obstáculo, lo horada. “Agujerear bloques, ni decir”, afirma Sobrino. Son excelentes nadadoras, tanto que logran incluso atrapar peces en el agua. Bucean. “Pueden bucear un minuto y pico sin ahogarse, asegura el director de Salubridad. Escalan. “El límite es inimaginable. Pueden subir los pisos que sean”. Pueden pasar a través de agujeros pequeñísimos. Los hombres de Salubridad las han visto escalar edificios por el cable del ascensor. “Las hemos visto caer desde cinco, ocho, diez metros y no mueren”, asegura uno de ellos.
“Tuvimos un caso increíble en la biblioteca municipal que está en la calle Lucas Obes. Ahí aparecían ratas en la planta alta del edificio y nunca en la baja. Todas las entradas estaban bien cerradas y todos los caños de ventilación tenían sus tapas en regla. Y sin embargo aparecían las ratas, y siempre en la planta alta. No le encontrábamos explicación posible. Un día nos fijamos en el cable del teléfono que venía desde la manzana de enfrente y, antes de llegar a la biblioteca, pasaba cerca de la copa de una palmera. Parecía imposible, pero esperamos hasta la noche para ver. Y era cierto. Las ratas tenían nido en la palmera. Se colgaban del cable del teléfono y después, en perfecto equilibrio, caminaban hasta la biblioteca”.

Gases y lanzallamas

-El otro día –continúo el tipo- entré en el portal de mi casa y vi a las muy cabronas en el rincón de los buzones. Había lo menos seis ratas de esas gordas y negruzcas chillando. Dando esos grititos que parecen los chillidos de los niños. No sé si me comprende. Parecen grititos de niños. Y se movían alrededor de un gato muerto, el gato de la tienda de ultramarinos de al lado. Un gato capado y negro, muy gordo –el sujeto hizo una pausa-, las ratas se lo estaban comiendo.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“El otro día –dice Javier- estaba en la vereda de mi casa y, enfrente, en un basural de la calle La Paz, vi por lo menos diez ratas saltando entre la basura. Era temprano, alrededor de las diez de la noche. A una la aplastó un auto y quedó ahí en medio de la calle. Es tan grande que se confunde con un gato”.
Para los casos en que se descubre un foco grande, la Intendencia puede utilizar algunos de sus métodos de ataque directo a los roedores: el gas venenoso o el lanzallamas, siempre que no impliquen peligro para la población.
La “guerra química” se hace arrojando cianuro de sodio, elemento extremadamente tóxico que obliga a trabajar con máscaras a los cazadores.
El lanzallamas despide fuego al quemar azufre. La combustión termina con el oxígeno de la madriguera y algunas ratas mueren asfixiadas. Otras escapan y en el exterior las esperan los funcionarios municipales y los auxiliares bomberos con una varilla de metal. “Son funcionarios con una gran experiencia. Generalmente con un golpe suave, pero pegado en el lugar exacto, las matan. Otra persona puede pegarles horas sin matarlas”, dice uno de los responsables.
En cambio el desratizador Soto no cree demasiado en la eficacia de estos métodos: “Muchas ratas se escapan, y con una impresión tan fuerte que nunca más vuelven por ese lugar, instalándose en otro lado”.
Existe también otro tipo de lucha directa, más antigua: la que perros y gatos libran en nombre del hombre.
La Intendencia Municipal de Montevideo llegó a tener un plantel adiestrado de perros foxterrier entrenados para la caza de la rata. Hace muchos años.
Los perros, especialmente algunos pequeños pero de fuerte dentadura (foxter, salchicha) son buenos cazadores. “Como son chicos pueden perseguir a las ratas por donde un perro grande no podría. Tienen una buena dentadura y las ratas los evitan. Son la mejor garantía para mantenerlas lejos”, dice el doctor Batthyany, médico veterinario que ha atendido casos de perros mordidos por ratas que luchaban desesperadamente por salvarse, en general sin éxito, frente a los canes.
Sin embargo, con los gatos la historia es otra. Todos conocen relatos de gatos que cazan ratas pero los especialistas ya no creen en ellos. “El gato caza ratones, pero con la rata no puede”, afirma el veterinario desratizador Soto.
“El gato no es enemigo para la rata”, coincide Sobrino, el director de Salubridad. “Primero que algunas ratas son más grandes que los gatos. Quizás por precaución, los eviten. Pero nosotros hemos visto a las dos especies conviviendo en los basurales, y comiendo cada una por su lado. Segundo, el instinto agresivo de la rata es mucho mayor que el del gato. Si tiene que pelear con él, generalmente lo destroza”.

La rata polar uruguaya

No hay lugar de Montevideo que esté libre de ratas (extrañamente, tanto la división municipal de Salubridad como las empresas privadas consultadas manifestaron casi no recibir denuncias de las zonas de Belvedere y Paso Molino). Hasta la misma residencia presidencial de la avenida Suárez debió recurrir tiempo atrás a un método desesperado para intentar disminuir el número de ratas de su hermoso parque: se trajeron dos gatos monteses de la estancia de Anchorena.
Uno de los lugares predilectos para los roedores son los supermercados. “Eliminarlas allí se hace muy difícil. Tienen tanta comida a su disposición que es casi imposible que prefieran comer el veneno o el anticoagulante”, dijo uno de los cazadores consultado.
Impedirles la entrada tampoco es tarea fácil.
“Teníamos un cliente con un gran depósito de alimentos siempre acosado por las ratas. No podíamos descubrir cómo entraban. Estaba todo en orden”, recuerda Soto. “La única comunicación con el exterior era un extractor industrial de aire, que estaba siempre funcionando. Tuvimos que verlo para creerlo. Las ratas saltaban y pasaban entre las aspas del extractor. Una atrás de la otra. Casi todas recibían un golpe fuerte, pero muy pocas morían. Una de cada 50 quizás”.
La rata también puede adaptarse a buscar su alimento en hábitats menos propicios.
“Hay lugares de Montevideo donde las ratas son más grandes que en otros”, relata el veterinario Soto. “Son las ratas que viven debajo y en las cámaras frigoríficas”.
“Yo las he visto”, asegura. “Son ratas que han nacido y se han criado en ese hábitat. Su tamaño es bastante mayor al de las otras. Tienen el pelo mucho más largo y éste, en los extremos, tiene un color blanquecino”.
Los hombres de la división Salubridad también se han topado con esta rata “mutante”.
“Sí, es así. En vez de tener el pelo de un centímetro como es normal, lo tienen de seis. Viven debajo de las cámaras. Y se alimentan de las reses”.

Rat in the kitchen

Yo veo mucho. Hay que fijarse en lo que uno mira. ¿No cree? –le dije que estaba de acuerdo y continuó sin levantar la cabeza del botellín, que parecía sin fondo-: esas ratas no eran normales. Lo primero, no es normal que unas ratas maten a un gato y luego se lo coman; eso demuestra lo que le estoy diciendo. Y en segundo lugar, las ratas no se espantaban, no salían corriendo como es normal en las ratas. Las ratas tienen una psicología especial, no sé si me explico. A través de la evolución de la especie han desarrollado lo que se llama… ¿le aburro?
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“Erradicar la rata es algo que no se ha podido hacer en ninguna parte del mundo”, dice Sobrino, el director municipal de Salubridad. “A nivel de ciudad, eliminarla es imposible”, concuerda el técnico de la empresa privada. “El combate tiene que ser continuo y prolongado, y la división de Salubridad no tiene la infraestructura material, económica y de personal para hacerlo”, sostiene el veterinario Soto. “Lo que podemos es controlarla”, dice uno de los combatientes de Salubridad.
Pese a la persecución a la que lo somete, el hombre ha sacado provecho de este compañero inseparable. Lo ha elegido entre todos los animales del planeta para los más crueles experimentos de laboratorio. En ocasiones, incluso, le ha servido como alimento.
Muchas ciudades sitiadas, barcos a la deriva, prisioneros en situaciones límite, han encontrado en la rata un preciado alimento. Cuando el jefe cartaginés Aníbal –según cuenta el historiador Plinio- sitió la ciudad de Casilinum, una rata fue vendida en 200 escudos. No fue un precio muy alto si se tiene en cuenta –dice la historia- que el comprador salvó su vida y el vendedor murió de hambre y con los bolsillos llenos.
En ocasiones las ratas también han atacado directamente a los humanos. “Hemos tenido el caso de un sereno de supermercado que se quedó dormido y una rata le mordió el labio”, relata Soto en el escritorio de su empresa. “Estas ratas están domesticadas, ya no le tienen miedo al hombre”.
Entre abril de 1989 y abril de 1990 ingresaron al hospital Pereira Rossell dos niños mordidos por ratas. “No es algo frecuente”, dice el profesor Osvaldo Bello, encargado de las emergencias de dicho hospital.
“Acá ha habido algunos casos, no muchos. Unos tres por año, principalmente de personas adultas”, dicen en la emergencia de la mutualista La Española.
“La rata huye del hombre. Es muy sensible al movimiento y si ve que algo se mueve inmediatamente se escapa”, dice Sobrino, que también ha conocido casos de humanos víctimas del ataque de los roedores.
“Hay ocasiones –relata- en que la rata ataca al niño porque no hay higiene y la criatura, que está dormida e inmóvil, tiene el olor de la leche materna. Y eso atrae a la rata. También puede atacar a una persona muy anciana que esté sola y postrada. Es un fenómeno producto del medio ambiente. Hay lugares donde el hambre es muy grande, donde hay mucha basura pero ningún resto alimenticio. Donde nadie desperdicia nada. Donde la gente no tira una miga de pan. Donde la pobreza es muy grande. Entonces la rata intenta algo desesperado”.


Artículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la revista Punto y Aparte, edición de mayo de 1990.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor



10.12.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: críticas, reseñas y entrevistas



Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad. Entre ellos se incluyen:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Libro. Crónicas. Reportajes. Leonardo Haberkorn“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, cuyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en la prensa. Este artículo inspiró la canción "Un mundo sin Gloria" del músico Garo Arakelian, incluida en su disco que lleva el mismo título.
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
Otros tres reportajes y una introducción del autor completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro ha recibido las siguientes críticas, reseñas y comentarios:


Crítica en El País Cultural a cargo de Elvio E. Gandolfo

Crítica en la página de libros del diario La República:

Comentario en el blog Libreame:
 

El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT. Se puede leer un resumen de la presentación aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.


 



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