1.9.14
Aclaración sobre cadena de correos
"A propósito de que The Economist eligió a Uruguay "el país del año" y de la crónica sobre Uruguay que escribió Juan José Milás para El País de Madrid ('Uruguay, el país que sorprende al mundo'), una revista extranjera me pide que escriba un artículo respondiendo si hoy Uruguay es todo eso que se dice, una especie de paraíso en la Tierra. Acepto y agradezco opiniones, cuánto más fundamentadas mejor. Y por favor: manteniendo el decoro, la tolerancia y la educación. Gracias".
Mi propósito era recibir opiniones e ideas que aportaran a la nota que tenía que escribir, y así resultó: recibí cientos de colaboraciones, de los puntos de vista más variados, que se pueden leer en esa entrada, en mi muro de Facebook del día 15 de mayo.
Uno de esos aportes fue un largo escrito del señor Oscar Ventura.
Alguien, no sé con qué intención, si fruto de alguna confusión o de la mala fe, está haciendo desde hacía días circular una cadena de mails con lo escrito por Ventura, como si fuera de mi autoría.
La cadena lleva como título la frase "Imperdible, sin desperdicio" y luego dice que se trata de una "Operación destape".
Como prueba la foto que acompaña esta aclaración, y cualquiera puede comprobar en mi muro de Facebook en la entrada del 15 de mayo, el texto que se me adjudica no lo escribí yo, sino el señor Oscar Ventura.
15.8.14
Lo que nos tenía podridos
La recuerdo para algunos desmemoriados. Y para que quien así lo desee se ejercite y vea si el Uruguay cambió mucho o cambió poco en los casi once años que pasaron desde entonces.
Lo que nos tiene podridos
El título de tapa de esta edición de Qué Pasa choca. Y duele. Su origen está en la expresión del ex ministro y precandidato presidencial del Partido Nacional, Sergio Abreu, que dijo estar "podrido" del hueco debate sobre el plebiscito de Ancap. Su sentido es claro: no es EL Uruguay lo que nos tiene podridos, sino UN Uruguay.Ilustración de Noelí Seveso. |
Nos tiene podridos el Uruguay del doble, del triple discurso. Un Uruguay donde el mismo senador que redacta una ley junta firmas para derogarla. Un Uruguay en el que los mismos que hablan de la eficiencia del Estado lo han llenado, clientelismo político mediante, de miles de empleados que sobran. El Uruguay de los ñoquis. El Uruguay donde hay funcionarios públicos que cobran su sueldo 11 años sin pasar por el trabajo. El Uruguay que tiene presidentes que le ponen la firma a tamañas aberraciones, y después ni siquiera dignan explicarse.
Nos tiene podridos el Uruguay que gasta sus escasos recursos sin prioridades. Un Uruguay que es incapaz de enseñar a leer y escribir correctamente a sus jóvenes. Un Uruguay con partidos políticos gobernados eternamente por los mismos. Un Uruguay donde las empresas del Estado las dirigen los políticos fracasados. Donde los que realizan negocios ruinosos para el Estado siguen tan campantes.
Nos tiene podrido el Uruguay donde a los que vacían un banco les dan otro para que lo intenten de nuevo. Nos tiene podridos un Uruguay donde siempre todo está mal, incluso pretender llevar 30 turistas a la isla de Lobos. Un Uruguay donde los que bloquean cada oportunidad, después se quejan del desempleo.
Nos tiene podridos el Uruguay frivolón de las lágrimas de cocodrilo. El Uruguay de los intelectuales plagiadores que dictan cátedra. El Uruguay donde el mérito nunca es nadar, sino hacer la plancha.
Es un Uruguay que no invierte en ciencia, que no investiga, que se resigna a que su energía sea siempre el petróleo importado. (Eso sí, nos arrancamos los ojos para ver quién es el dueño de la refinería).
En Qué Pasa no nos resignamos a ese Uruguay.
Hay dos notas centrales en esta edición. Una está hecha en Montevideo y la otra en el lejano pueblo de Pepe Núñez, en Salto. A primera vista, los dos artículos pueden parecer distintos. Pero los dos dicen lo mismo.
31.7.14
Un hombre puede cambiar el mundo
Una sola vez fui a una embajada a firmar un libro de condolencias: fue cuando mataron a Isaac Rabín, el primer ministro de Israel.
No recuerdo si escribí algo o solo firmé aquel cuaderno, pero sí tengo presente el dolor que sentía aquel día, el pecho oprimido por la angustia y las ganas de llorar.
No solo se trataba de la muerte injusta de un hombre bueno y valiente. Sabía -porque era fácil darse cuenta- que aquel asesinato tendría consecuencias funestas.
A Rabín, que había tenido la visión y el coraje de negociar la paz con los palestinos, lo asesinó el 4 de noviembre de 1995 un malnacido llamado Igal Amir, un fanático, un fundamentalista, un racista, que veía al primer ministro israelí como si fuera el diablo por haber buscado y trabajado por un entendimiento entre los dos pueblos.
Recuerdo con exactitud que hacía yo el 13 de setiembre de 1993, cuando Rabín y Arafat se dieron la mano.
Trabajaba en el semanario Búsqueda y muchos de mis compañeros se reunieron en una salita que tenía un televisor para ver ese momento en vivo y en directo. Por lo general, las mayores convocatorias de la salita se daban cuando había un partido de fútbol importante. Pero aquel día éramos muchos. Era Historia, con mayúsculas, como cuando el hombre llegó a la Luna, como cuando cayó el Muro de Berlín: historia de la grande, verdadera. La paz.
Tuve que levantarme antes, para que no vieran que se me estaban cayendo las lágrimas.
Hoy frente al televisor las lágrimas no brotan de la emoción sino de rabia y dolor.
Igal Amir, maldito: tu obra está hecha.
Un hombre puede cambiar el mundo. Para bien o para mal.
Entrevistas
Crónicas y reportajes
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