8.12.11

Nuestro problema con el delito

Ya nadie discute que Uruguay tiene un problema de seguridad. Lo que se discute ahora son las razones, las responsabilidades y el eventual modo de salir de esta locura que cada día nos depara una noticia peor que la otra.
Como ocurre con todo problema complejo, en la crisis de la seguridad pública las causas son múltiples y variadas. El calamitoso estado de las cárceles, la decadencia de la Policía, la corrupción tolerada y escandalosa en el INAU sin duda son algunas de ellas. Son problemas que décadas y décadas de desidia política han agravado hasta los límites intolerables del presente.
Pero sin desmerecer la influencia de estos y otros fenómenos, existe otro ingrediente que juega un rol muy importante en la crisis de la seguridad y del cual no se habla. Es una causa obvia y oculta a la vez: ocurre que un número muy grande de uruguayos, un porcentaje mayor al que nadie está dispuesto a admitir, no siente que el robar sea algo necesariamente condenable. Dicho en otras palabras: muchos, demasiados, uruguayos no condenan el delito. Ser delincuente no está necesariamente mal visto en Uruguay.
Las razones por las cuales esto es así tiendo a creer que son complejas. Por un lado, algo de eso hay en nuestro ADN histórico. Fuimos tierra de conquistadores que llegaron con la ilusión de llevarse mucho y construir poco. En nuestra historia, además, hay mucho bandolerismo maquillado, oculto, incluso glorificado. Los malones charrúas, el gauchaje que vivía de lo que podía tomar aquí y allá, los abusos de las tropas de Artigas cuidadosamente borrados de los libros de texto, los paisanos que en Rocha prendían fogatas en la costa para engañar a los barcos, hacerlos encallar y robar las pertenencias de los náufragos. Sin olvidar las “expropiaciones”, eufemismo con el cual el MLN llamó y llama a los asaltos con los que financió su fallida revolución.
La idea central implícita que justifica todos estos abusos es que los pobres, los desamparados, tienen derecho a robar. Es un discurso histórico que sigue vivo porque lejos de combatírselo se lo ha alimentado y reforzado. Durante décadas ciertos grupos políticos han insistido en la idea de que la pobreza justifica el delito. A lo largo de muchos años desde el regreso de la democracia, mientras la vida en  el Uruguay iba poco a poco perdiendo su histórica calma, se insistía con el mismo argumento: ¡cómo no va a aumentar el delito si cada vez hay más pobres! El vicepresidente Danilo Astori admitió en una reciente entrevista que el Frente Amplio propaló durante mucho tiempo esa idea “equivocada”.
Lo cierto es que el efecto de ese discurso ha impregnado la mente y el corazón de los uruguayos: el delito no se condena porque lo cometen los pobres desgraciados que nada tienen. Así se piensa.
Por supuesto, el argumento era falso en 1985, en 1995, en 2005 y lo es hoy también como –más vale tarde que nunca- Astori acaba de reconocer. Si fuera así, en  países como Haití, Nepal y Burkina Faso todos serían ladrones. Sin embargo, en Uruguay esta manera de pensar prendió con tanta fuerza que algunos recién se desayunan ahora de su falsedad. ¿Cómo es posible que la pobreza haya caído notoriamente y los delitos sigan subiendo?  ¿Cómo puede ser que Uruguay tenga el menor índice de desempleo en muchas décadas y día por medio maten a un comerciante, un vigilante, un policía o un taxista en un asalto? El ministro Bonomi, que como buen tupamaro ayudó militantemente en estos últimos años a instalar la idea de que la pobreza justificaba el delito, ahora ensaya triples saltos mortales en un intento imposible de conciliar su viejo discurso con la actual realidad: la gente -ha dicho- antes robaba para comer, y ahora para tener championes.
Mirá vos. Qué lindo que es ser tupamaro para encontrarle siempre una explicación sencilla a todas las cosas.
Pero el problema no es Bonomi. El problema es que la gente no le sigue el paso a Bonomi. La mayoría continúa pensando que el delito no es algo condenable. Que ser pobre lo justifica. Es la reedición de la lucha de clases en su versión más decadente y resentida: pobres planchas contra ricos chetos, con música de los Wachiturros de fondo. Por eso hubo tantos uruguayos que gozaron (sí, gozaron) al enterarse que un padre de Carrasco había matado a su hija creyendo estar disparando contra un ladrón. Es triste y es penoso, pero es así.
Este “estado del alma” del país nos trae varios problemas. Por un lado, muchos uruguayos sienten que no hay nada de malo en incursionar en el delito, las pruebas están a la vista.
Otros no salen a robar con revólver, pero se llevan todo lo que pueden de su lugar de trabajo. Hace unos meses vimos a un sindicato importante del PIT-CNT ir al paro en defensa de uno de sus trabajadores que había sido filmado robando. Pocas semanas atrás dos jueces de Maldonado fallaron en favor de dos trabajadores que habían sido despedidos del hotel Conrad, uno por llevarse a su casa alimentos de la cocina del establecimiento; el otro por quedarse con una pertenencia de un huésped. Dos casos que para el diccionario entran en la categoría de robo. Pero que para la Justicia uruguaya ni siquiera configuraron una notoria mala conducta.
De los bienes públicos que están en la calle, ni hablemos. Tenemos el récord mundial de robo de cables. Se llevan las canillas, las tapas de OSE, la arena de las playas, las plantas de los canteros, las letras de bronce de los monumentos, las placas de los cementerios.
Otros no roban directamente, pero como el delito no les parece algo condenable, para ellos no es un ningún problema comprar cosas robadas. Nadie ve al celular ajeno como un objeto de horror. Nadie ve miedo, pánico, sangre, muerte en un plasma que llegó al mercado a través de un asalto. No. Es tan solo una oportunidad, una oferta, la posibilidad de sumarme yo mismo a la cadena de viveza criolla. Si todos roban, los políticos son corruptos, los ricos son explotadores, ¿por qué yo, que soy más pobre que ellos, no voy a tomar mi pequeña tajada? Ni que decir que un razonamiento similar utilizan muchos para justificar sus evasiones impositivas.
Así funciona el círculo infernal en el que estamos metidos.
Si el delito no está mal visto, quizás eso explique por qué existe tan poca preocupación por sus víctimas. La Policía muchas veces arroja sospechas sobre los asaltados, los muertos, los desaparecidos de la democracia, como Nadia Cachés, de la que nadie habla y ningún equipo busca: gente imprudente que andaba con dinero, o con un reloj caro, o con vidrios polarizados, o en bicicleta como Nadia, o con armas, o sin armas, que quiso defenderse, o que no tomó lecciones de cómo enfrentar a un delincuente justiciero. La prensa cada vez más  reproduce cualquier cosa que le dice la Policía sin ponerse un segundo en la piel de la víctima o de su familia.
La sociedad uruguaya defiende a las víctimas de la dictadura, de la violencia doméstica, incluso a los animales maltratados, porque la dictadura, la violencia doméstica y el maltrato animal están mal vistos, por suerte. Pero al mozo de Los Francesitos que quedó casi parapléjico porque un delincuente le pegó un balazo con una bala preparada para hacer más daño, a él, como a cientos de víctimas de los delitos de cada jornada, a ellos no los defiende nadie. Nadie.
Y no los defiende nadie porque el delito común no está mal visto por una enorme cantidad de uruguayos. Esa es la verdad. Ése es nuestro terrible ADN. Esa es nuestra desgracia, la prueba de nuestra brutalidad, de nuestro atraso.
Podrán cambiar mil veces los ministros. Pero hasta que eso no cambie, no cambiará nada.


el.informante.blog@gmail.com


3.12.11

Éramos tan pobres...

El presidente de Uruguay, José Mujica, lució una chaqueta del Ejército venezolano durante la reciente cumbre de la novel Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organizada por su colega de Venezuela, Hugo Chávez, en Caracas.

















Las imágenes fueron divulgadas por la oficina de prensa de la Presidencia de Venezuela.

23.11.11

La manzana mecánica

Se ha hablado mucho de Steve Jobs, su muerte, su legado, su talento. Pero nadie habla de esto. 
Los famosos iPods, iPads y iPhones del mundo no los fabrica Apple, sino Foxconn, la mayor productora del mundo de aparatos electrónicos. La empresa tiene su sede en Taiwán, pero la mayor parte de sus plantas industriales están en China.
Una de ellas es la enorme fábrica de Longhua, cerca de la ciudad de Shenzen, en el sur del país. Es tan grande que para ir de una de sus puertas a otra se necesita media hora de viaje en auto. Allí trabajan, comen y duermen entre 300.000 y 400.000 obreros.
En 2010 el diario británico The Telegraph visitó Longhua. En la crónica que escribió el periodista Malcolm Moore se cuenta que sus empleados la llaman, haciendo un juego de palabras en chino, “Corre hacia tu muerte”.
Moore fue enviado allí porque en 2010 hubo una ola de suicidios. En mayo, el total de empleados que había muerto tras saltar al vacío desde los edificios del complejo fabril ya llegaba a 12. Otros cuatro habían sobrevivido a su intento, y otros 20 habían sido detenidos por personal de seguridad cuando se aprestaban a saltar.
Luego de los suicidios, Terry Gou, el multimillonario fundador de la compañía, anunció que trasladaría a 60.000 empleados a otras de sus fábricas para que pudieran estar más cerca de sus familias. Por las dudas, también se colocaron redes alrededor de todos los edificios, se clausuraron ventanas y las puertas que dan a los balcones.
En mayo de 2011 el diario británico The Daily Mail informó que Foxconn había comenzado a exigir que sus trabajadores firmaran un papel en el cual aceptan que no tienen derecho a matarse. También deben firmar que, si se suicidaban, sus familiares solo tendrán derecho a una indemnización mínima.
Redes anti suicidios en una fábrica de Foxconn
Por esas fechas, Steve Jobs ofreció una conferencia de prensa en Estados Unidos donde declaró, según la BBC: "Foxconn no es una fábrica donde se explote a los obreros".
Sin embargo, El Daily Mail citó un informe de una ONG que estudió el caso de la empresa y concluyó que sus operarios eran sometidos a condiciones de trabajo degradantes tales como:
1) Abuso en las horas extras. A pesar de que existe un límite legal que prohíbe realizar más de 36 al mes, se consiguió el recibo de un trabajador que había hecho 98.
2)    Durante temporadas de zafra, los obreros solo tomaban un día de descanso tras 13 jornadas consecutivas de trabajo.
3)    Quienes no alcanzaban un buen rendimiento eran humillados frente al resto.
4)    Los trabajadores tenían prohibido hablar entre sí y permanecían de pie durante 12 horas seguidas.
La misma investigación demostró que algunos empleados solo salían de la fábrica para visitar a sus familias una vez al año. El director del relevamiento, Zhu Guangbing, le dijo al Telegraph: “Los trabajadores no tienen permitido hablarse entre ellos. Si hablas, se te hace una anotación negativa en tu foja de servicios y tu supervisor te grita. También te pueden multar”. Guanbing agregó que para mejorar la eficiencia y cumplir con el alto número de pedidos los obreros son conminados a repetir la misma tarea, los mismos movimientos rápidos y exactos en la línea de montaje, un mes tras otro. “Los trabajadores con los que hemos hablado dicen que sus manos siguen temblando en la noche, o que cuando están caminando por la calle no puede dejar de hacer el movimiento que hicieron en el trabajo. Nunca son capaces de relajar sus mentes”.
Una obrera le dijo al Daily Mail: “A veces algunos de mis compañeros de dormitorio lloran cuando vuelven de una larga jornada de trabajo”.
La empresa, que también fabrica para otras grandes compañías-Nokia, Samsung, Sony y Dell entre ellas-, admitió violar las normas vigentes sobre horas extras, pero adujo que quienes habían excedido los límites lo habían hecho en forma “voluntaria”.
El promedio de horas semanales trabajadas por cada trabajador en Foxconn en 2010 fue de 70, lo que supone diez horas de labor los siete días de la semana, o casi 12 horas durante seis jornadas, con una sola de descanso.
Tras la crisis de los suicidios, los sueldos de Foxconn recibieron aumentos de entre el 50 y 100%. Sin embargo, continúan siendo bajísimos. El diario chileno Publimentro visitó Chengdu, otras de las fábricas chinas gigantes de Foxconn, y comprobó que un operario que trabaja 12 horas al día, seis días a la semana, cobra unos 315 dólares al mes, horas extras incluidas.
La empresa sostiene que los empleados de Longhua tienen comida y alojamiento sin costo en las gigantescas torres de apartamentos que hay dentro del mismo predio de la fábrica. Hay un servicio de transporte público y lavandería. Hay canchas de tenis y piscinas de uso gratuito. Hay clubes que ofrecen actividades tales como ajedrez, pesca o alpinismo.
Pero los trabajadores que entrevistó el señor Zhu Guanging le dijeron que ellos no tenían tiempo de aprovechar ninguno de esos beneficios. “Los obreros con los que hablamos nos dijeron que nunca habían usado las piscinas. De todos modos, son solo dos para 300.000 empleados y dicen que están bastante sucias”.
Entre mayo de 2008 y agosto de 2009, para incrementar la productividad, Foxconn hizo que sus obreros usaran n-hexane, un químico. Este líquido servía para limpiar las pantallas táctiles de los aparatos inventados por Jobs, y como se evaporaba más rápido que el alcohol, lograba incrementar el ritmo de trabajo y la productividad de las líneas de montaje.
El químico aumentó en millones de dólares los beneficios de Foxconn y Apple, pero resultó ser tóxico para los operarios. Apple reconoció que 137 fueron hospitalizados. Oficialmente todos fueron dados de alta.
Un grupo de intoxicados, sin embargo, aduce que hasta hoy padece secuelas del envenenamiento. Le escribieron varias cartas a Jobs solicitando dinero para medicamentos y una indemnización por el tiempo que han debido pasar sin trabajar. Nunca obtuvieron respuesta.
Jia Jingchuan fue uno de los intoxicados. Desde que fue internado en 2009 se dedicó a enviar cartas a Jobs en las que relataba las patéticas condiciones en las que laboran y viven los operarios de Foxconn. El empresario nunca contestó.
"Siento mucho la muerte de Jobs", le dijo Jia a Yahoo news. "Su empresa ha hecho más fácil la vida de la gente y ha cambiado toda la industria; pero mi salario era tan bajo que no podía pagarme los productos que yo mismo construía".
Un trabajo publicado por un equipo de investigadores estadounidenses, entre ellos dos profesores de la Universidad de Oregon, sostiene que los trabajadores de Foxconn reciben apenas el 3,6% de lo que el público paga por cada iPhone. El margen de beneficio para la empresa por cada teléfono vendido en 2009 fue del 64%.
Steve Jobs murió dejando 6.790 millones de dólares. Un chino de los que fabrica sus iPads debería trabajar 1.800.000 años, 12 horas por día, seis días a la semana, y no gastar un peso, para poder reunir esa fortuna. O dicho de otro modo: si una persona trabajara fabricando los productos de Apple seis días a la semana, 12 horas por día, desde su nacimiento hasta su muerte a los 70 años, y lo mismo su hijo, su nieto, su bisnieto y así sucesivamente, y ninguno nunca gastara un centavo, se necesitarían 25.661 generaciones para poder acumular la fortuna de este talentoso hombre que, dicho sea de paso, siempre desdeñó la filantropía y nunca le donó un peso a causa alguna.
Así de pornográfico es el mundo hoy.
Lo más asombroso es el afán por ocultarlo.
¿O será que el trabajo esclavo ya no conmueve a nadie?

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
Sobre este tema ver también: China, el imperio de las mentiras

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