Hace unas semanas recibí un mensaje de correo electrónico. Lo firmaba una "licenciada en ciencias de la comunicación" desconocida para mí, egresada de una universidad que no es la que yo trabajo.
En su mensaje, esta mujer me pedía, con total confianza, que la ayudara a localizar a un uruguayo famoso al que ella sabía que yo había entrevistado hace años. ¿Sabía cómo localizarlo? ¿Podía ayudarla? Aunque jamás había tenido contacto alguno conmigo, ni siquiera en las redes sociales, la licenciada me tuteaba.
Pero ese no era el problema, sino el modo en que comenzaba su mensaje. No había formalismo ni saludo alguno. No decía ni "Estimado Haberkorn", ni "Disculpe la molestia", ni "Buen día", ni siquiera "Hola". Solo decía "Leonardo" y ahí ya me zampaba el pedido.
Luego se despedía con un desconcertante: "Disculpá la joda".
Recordé este episodio leyendo el más reciente artículo del blog del gran periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte, dedicado a los españoles que ya ni siquiera son capaces de decir "Hola" o "Buenos días". Sobre quienes así andan por la vida, escribió Pérez Reverte:
"No creo que deban atribuirse siempre a grosería o mala voluntad. Muchas veces se trata sólo de incertidumbre y timidez social, fruto de una educación deficiente: la inseguridad de no tener claros, desde niños, los usos elementales de cortesía y convivencia. Y no deja de ser contradictorio, en esta España saturada de demagogia idiota, buen rollito y compadreo cantamañanas, que despreciemos de ese modo las fórmulas que, precisamente, ayudan a que la sociedad de los seres humanos sea soportable".
Donde dice España poner Uruguay.
Y listo.
18.9.11
15.9.11
Deporte, periodismo y periodismo deportivo
El martes 13 me tocó dar la bienvenida, en nombre de la Universidad ORT, al Primer encuentro rioplatense de historia del fútbol del 900, organizado por la empresa Tenfield y realizado en el auditorio, repleto, de nuestra Escuela de Comunicación y Diseño. A mi lado estaba sentado el ministro de Deporte y Turismo Héctor Lescano, que habló luego.
Lo que dije fue lo siguiente:
Sr. Ministro de Turismo y Deporte, Héctor Lescano:
Hermanos argentinos que nos visitan, profesores, estudiantes y público en general.
No es casualidad que este Primer Encuentro Rioplatense de historia del fútbol del 900 se desarrolle en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la universidad Ort.
A diferencia de lo que suele ocurrir en la academia, nuestra universidad siempre ha mirado al deporte como una actividad de importancia central para la sociedad en la que vivimos.
En 2003 ORT inauguró la que hasta el momento es la única carrera universitaria de periodismo deportivo en Uruguay, y una de las muy pocas en América latina.
Lo hicimos en el convencimiento de que el deporte necesita de periodistas profesionales capaces de captar su riqueza y su complejidad, y poder transmitírsela a la gente.
Hoy cuando desde los más diversos ámbitos, incluido el gobierno y el propio presidente de la República, se plantea que el Uruguay –y el mundo- atraviesan una crisis de valores, y se proponen soluciones a veces desconcertantes, el deporte está allí, disponible, esperando que alguien recuerde el enorme potencial que tiene como formador de seres humanos.
Practicando deporte se aprende el valor del desarrollo personal y social, se cultiva el afán de superación, se aprende cuánto de esfuerzo y de dedicación son necesarios para mejorarse a uno mismo. En el deporte uno se integra socialmente, aprende a respetar al otro, al compañero y al adversario. (A diferencia de lo que suele ocurrir en las campañas electorales, en los campos de juego de todos los deportes, uno aprende que el rival es un adversario, no un enemigo).
En el deporte se aprende a tolerar las frustraciones, la derrota. Se aprende a aceptar las reglas y los fallos de la Justicia (si será importante esto, que los jóvenes que no practican deporte la idea más cercana que tienen de la Justicia es la de los jurados de Bailando por un Sueño). En el deporte se aprende el valor de la autodisciplina, del trabajo en equipo, la solidaridad, la cooperación, la lealtad. En el deporte hay un correlato entre talento, esfuerzo y recompensa. Ya lo dijo el genial escritor francés Albert Camus, que había jugado de golero en sus años jóvenes:
“Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Lo contradictorio hoy es que, a pesar de ocupar un espacio considerable en los medios de comunicación, el deporte es presentado casi siempre amputado de todas estas virtudes.
El deporte hoy es la inmediatez por conocer un resultado, las imágenes que se repiten hasta el hartazgo y los dinerales, las cifras en euros o dólares con seis ceros a la derecha, que reciben los más afortunados deportistas profesionales.
Hay una visión reducida, miope, estrecha, limitada y muy empobrecedora del fenómeno deportivo.
¿Por qué ocurre esto? Es difícil encontrar una única respuesta. Creo que no podemos olvidarnos que durante décadas la academia despreció el deporte y que muchos lo consideraron el opio de los pueblos. Eso hace que falten miradas desde el ámbito universitario sobre una actividad, que pese a todos sus detractores, es central en nuestras vidas.
La omisión de la academia en investigar y explicar el fenómeno deportivo deja la pelota en la cancha de nosotros, los periodistas.
Los periodistas somos los responsables de contarle a la gente lo que pasa, pero en el deporte lo somos por partida doble, ya que otros actores que también participan en el relato social han renunciado a su tarea.
Es por eso que es tan necesario formar nuevos y mejores periodistas deportivos: porque la sociedad necesita que alguien retrate el deporte en toda su maravillosa complejidad, en todas sus facetas, con todo lo que tiene de sublime más allá de cuántos euros le paguen al último pase de la liga italiana.
Conocer la historia del deporte es parte de ese proceso de rescate, y eso es lo que hace tan importante este encuentro en el que todos nosotros estamos participando. La historia del deporte es una historia de valores, cuando el tiempo decanta lo accesorio de lo importante, nadie va a venir a contarnos cuántos pesos ganaba el mariscal Nasazzi, ni qué auto o qué heladera tenía.
Pero no lograremos pintar el complejo retrato del deporte que está haciendo falta si no tenemos un mejor periodismo deportivo.
Ser periodista deportivo no es distinto a ser un periodista político. Se necesitan las mismas cosas. Una enorme curiosidad, ganas de saber y de querer conocer más. Más sobre todo y no solo sobre fútbol, porque hay que entender que la realidad y la vida no están dividas en compartimentos estancos. Un periodista tiene que manejar bien su idioma y tener una sólida cultura general, algo que todavía no se consigue en Google. Un buen periodista tiene que oír más y hablar menos. Tiene que entender que informar es más importante que opinar. Tiene que ser honesto. Tiene que abandonar sus prejuicios. Tiene que ser siempre desconfiado, escéptico, crítico; audaz a veces, paciente otras.
Hay que entender que el periodismo es independiente o no es. El periodismo al servicio de una institución, de un partido o de un gobierno es propaganda, no periodismo. El periodismo al servicio de una empresa es publicidad. Cuando se vende, un periodista deja de ser periodista.
El periodismo debe servir al público y solo al público.
Los dueños de los medios deberían asumir esta verdad incuestionable, si es que deciden trabajar en periodismo. Sus medios de comunicación nunca serán respetados, jamás gozarán de credibilidad, si el público detecta que los términos naturales de la ecuación periodística se han invertido, en beneficio de intereses políticos, empresariales o corporativos.
Hay que entender que del mismo modo en que no podemos aspirar a construir una democracia sólida sin el aporte de un periodismo plural e independiente, tampoco lograremos tener un deporte sólido si no se comprende el rol fundamental que un periodismo tiene en esa construcción colectiva.
El deporte uruguayo ha escrito páginas gloriosas que ustedes van a explicar mejor que yo y que hoy constituyen algunos de los mejores modelos que tiene para rescatar una sociedad que se está quedando sin espejos.
Para que podamos seguir escribiendo páginas que estén a la altura de aquellas, para que la gente las conozca y para que capte cuánto hay de ejemplar detrás de cada una de ellas, se necesita del trabajo de los investigadores y de los periodistas.
Ese es nuestro desafío.
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19.7.11
Calles de Montevideo: Sobre héroes, peces y tumbas
Menta esquina Diamante. Pez espada esquina Lenguado. Tucán esquina Centauro. Apolo XI esquina Sputnik I.
Sí, aunque pocos las conozcan, esas son esquinas de Montevideo. Porque a pesar de su incontenible tendencia a nutrirse de nombres de políticos, doctores y militares, el nomenclátor montevideano todavía tiene un lugarcito para las sorpresas y hasta para el buen gusto.
En las calles de Montevideo, Don Quijote se une a Dulcinea. Estados Unidos se cruza pacíficamente con Cuba, Las Artes se encuentran con Las Ciencias, y Bolivia tiene una amplia salida al mar.
Los que creen que en la capital uruguaya es todo Doctor Mengano esquina General Zutano, deberían visitar Santa Catalina, un barrio donde las calles llevan nombres de peces y flores. Si el lector se decide, puede parar un taxi y decirle al taxista: “Pez Espada esquina Lenguado”. Y el coche lo dejará justo allí.
En Santa Catalina están las calles Roncadera, Lisa y Mochuelo. También Clavel, Dalia, Margarita, Rosas y Pensamiento.
Hay otros barrios con nomenclátor atípico. En Punta de Rieles están las constelaciones y los signos del horóscopo: Osa Mayor es paralela a Osa Menor, Capricornio se cruza con Géminis. Hay una avenida de los Astros y otra del Zodíaco.
En Peñarol, la ciudad rinde tributo a científicos e inventores: Newton, Pasteur, Fulton, Marconi, Watt, Volta. En Colón están la Pinta, la Niña y la Santa María que –paradojalmente-comparten el barrio con Sputnik I y Apolo XI.
En el llamado Barrio Gori las calles son aves, con la particularidad de que los nombres incluyen el nombre y el sustantivo: El Benteveo, El Chingolo, El Churrinche, etc.
***
De todos modos, y en general, hay que lamentar el desorden y la poca imaginación que reinan en la nomenclatura capitalina.
No es fácil saber por qué, con tantas calles sin bautizar y otras muchas con nombres repetidos, las autoridades municipales han insistido tanto en cambiar las denominaciones tradicionales de la ciudad.
En Montevideo hay dos calles Ruben Darío. Dos Bernabé Michelena. Dos Elías Regules. Dos República Argentina. Dos Melo. Dos Tauro. Dos Perseverancia. Dos Las Violetas, además de otra Violeta. Hay una calle Perú y una rambla República del Perú. Lo mismo pasa con México.
Aunque en la capital uruguaya falta una Avenida del Perro, dedicada al mejor amigo del hombre, hay en cambio tres calles que homenajean a un mismo y diminuto animal: la calle Colibrí, la calle Picaflor y la calle Mainumbí, que no quiere decir otra cosa que picaflor en guaraní.
Eso no es nada. En la última edición de la guía telefónica figuran cuatro calles Espacio libre, tres Pública, seis Servidumbre, cinco Servidumbre de paso y cinco Abrevadero. Y hay decenas de calles denominadas Oficial.
Además de las repeticiones ya anotadas, en Montevideo hay calle Ceibo, otra Ceibos, otra Ceibal y otra Flor del Ceibo. Hay una calle Calaguala y otra Calaguada, pero ambas refieren a un mismo arroyo de Lavalleja. Volteadores y Voltígeros rinden tributo a un mismo batallón oriental que luchó en Monte Caseros y que se conocía indistintamente con un nombre u otro. También las calles Presidente Oribe y Manuel Oribe aluden al mismo prócer.
Curiosamente, hay dos calles que homenajean a Lorenzo Batlle pero ninguna lleva su nombre completo: una se denomina General Batlle y la otra Presidente Batlle.
Pese a tantas repeticiones, es notoria la tendencia a rebautizar calles, preferentemente con nombres de políticos o allegados a la política: en 1960 había tres calles con el apellido Batlle. Hoy hay ocho.
***
Hay calles que conservan nombres tradicionales, incluso centenarios. La calle Figurita se llama así por un antiguo almacén con ese nombre que había en el lugar. Pero la mayoría de los nombres han sido elegidos con el correr de los años para homenajear a distintas figuras o sucesos.
Así, por ejemplo, pese a que los primeros pobladores de Montevideo consideraron enemigos a los charrúas, hoy la ciudad rinde tributo a muchos de ellos, como Abayubá, Anagualpo, Cabarí, Caracé, Senaqué, Tabobá, Tacuabé, Terú, Vaimaca, Yamandú, Yandinoca y Zapicán.
Hay muchas otras calles dedicadas a celebrar a los primitivos habitantes del país: Arachanes, Bohanes, Chaná, Guenoas, Indígenas y Minuanes son solo algunos pocos ejemplos.
En este rubro habría que incluir también a la calle Urambia, aunque quién sabe. En su Nomenclatura de Montevideo de 1977, Alfredo Castellanos dice que su nombre se debe a un personaje de la obra Los Charrúas del escritor Pedro Benavente. Pero en la edición anterior de su obra, en 1960, el propio Benavente sostenía que el nombre era un homenaje a una ¡localidad de Tanganika!
El criterio para homenajear a veces es curioso. Prácticamente no hay una ciudad de Francia que no tenga una calle en Montevideo: Amiens, Biarritz, Burdeos, Cannes, Ciudad de París, Deauville, Havre, Lyon, Marsella, Nancy, Nantes, Nimes, Niza, Orléans, Reims, Saint Gobain, Tolon y Versailles. (Uno se pregunta si en París habrá calles llamadas Fray Bentos, Paysandú, Pando y Solymar). También hay calles que recuerdan otros sitios de la geografía gala, como Alsacia, Marne, Sena o Somme. Y también está Lutecia, primitivo nombre de París. Además de una calle Francia y otra República Francesa.
En cambio no hay una calle Porto Alegre. En realidad hay pocas calles en honor a la geografía brasileña. Y de las que hay algunas contienen errores de ortografía, como la calle que recuerda al estado de Paraíba, que aquí fue rebautizado Parahiba.
***
Claro que en materia geográfica todavía no está dicha la última palabra. Todavía hay muchos países que no han ingresado al nomenclátor montevideano. Algunos de los últimos en hacerlo fueron incorporados en 1991 cuando alguien, en una decisión de evidente coherencia, bautizó las calles del pobrísimo barrio Casabó con nombres de pobrísimos países africanos: Gambia, Sierra Leona y Etiopía, entre otros.
No figuran todavía muchos otros países, como buena parte de los estados del Caribe. Existe sí una exótica esquina Islas Fidji y Nueva Guinea en el Cerro. Y también calles que recuerdan a países que ya no existen como Prusia o Checoeslovaquia.
Pero el caos de la nomenclatura montevideana no es mundial sino planetario. Es difícil explicar porqué todos los planetas tienen su calle y –para deshonra de los eventuales marcianos- Marte es el único que no.
Y más difícil aún decir porque hay dos calles Urano (y ninguna dedicada a a la Luna).
De todos modos, no hay que ir tan lejos en el universo para encontrar lo inexplicable en el nomenclátor capitalino.
Por ejemplo, nadie hasta ahora ha sabido esclarecer el origen del nombre de la calle Chon. Y lo mismo pasa con la misteriosa Humachirí. Los estudiosos tampoco han encontrado una razón para que una calle lleve un nombre tan triste como Castigo. Pero allí está.
En guaraní
Si hablamos de lo inexplicable, habría que decir que en Montevideo hay muchas calles bautizadas a medias.
Hay una calle dedicada al arco iris, llamada apenas Iris, como si alguien pudiera adivinar la mitad que falta.
Hay calles llamadas solo por el apellido, como la calle Sánchez que nadie sabe a qué Sánchez celebra. Por el contrario hay calles con nombre pero sin apellido, como Andrés y Margarita, en Colón. Lo mismo le pasa a la calle Robinson, que recuerda a Robinson Crusoe aunque nadie puede advertirlo debido a que le falta el apellido, que debe haber naufragado en alguna oscura isla de la burocracia departamental.
Hay cosas, en cambio, que parecen no tener explicación y la tienen. La calle ¡Hopa hopa! recuerda una poesía del Viejo Pancho. La calle Miní refiere al antiguo nombre en portugués de la laguna Merín. Y Bobi –explica Castellanos- es una calle que rinde homenaje a un poblado paraguayo.
Justamente, en Montevideo hay una gran cantidad de calles con nombre guaraní. Algunas reproducen nombres de la geografía uruguaya, como Buricayupí (cerro de Paysandú) o Bolacúa (arroyo de Artigas). Otras son localidades paraguayas, como Caacupé o Carapeguá. Y el resto refiere a personas, animales, vegetales y sucesos varios, como Caiguá o Mandiyú.
Para la mayoría de los habitantes de la ciudad estas calles tiene un significado misterioso y desconocido. Difícilmente los vecinos de Comandiyú sepan que así se llamó un indio guaraní que siguió a Rivera.
Más difícil es que alguien imagina el significado del nombre de la calles de Sayago que se llama Tangarupá que –cuenta Castellanos- en guaraní quiere decir “lecho o cama de una mujer vulgar”.
***
Hay calles que parece decirnos una cosa pero quieren decir otra. Apóstoles recuerda a un pueblo misionero donde Andresito venció a los portugueses. Y Mahoma no tiene que ver con el profeta sino con una deformación del nombre Ohonas, una tribu india del Paraguay.
Hay infinidad de otros ejemplos: la calle Arquímedes recuerda un banco de arena del Río de la Plata. Y El Aguacero no rinde tributo a ese fenómeno meteorológico tan frecuente en la ciudad, sino a un periódico que existió en el siglo pasado.
Es que las cosas propias de la ciudad están, en general, ausentes de su nomenclátor.
No hay calles en Montevideo que recuerden a sus trabajadores: no hay avenidas del Almacenero, del Farmacéutico, de Psicólogo o del Albañil (en Durazno sí la hay). En cambio hay varias calles que recuerdan oficios rurales nada propios de la selva de cemento, como las calles del Guasquero, del Labrador y del Sembrador. Y los caminos llamados del Alambrador, del Tropero y del Esquilador.
Hasta el fútbol, primera pasión ciudadana, tiene una presencia modesta. Existen las calles Amsterdam, Colombes, Maracaná, José Nasazzi, José Piendibene y Carlos Solé, pero no muchas más. Hay una calle Spencer, pero no recuerda a Alberto, sino a un filósofo y sociólogo inglés que nació en 1820 y murió en 1903. Y la calle Gambetta no refiere a Schubert Gambetta, el Mono, sino a León Gambetta, un abogado y político francés que vivió entre 1838 y 1882.
¿Por qué León Gambetta tiene una calle en Montevideo? Vaya uno a saber. En las calles, llenas de nombres y apellidos, hay homenajes justos y otros injustos. Pero a muchos de ellos se los ha devorado el tiempo.
¿Quién recuerda que Goes era el apellido de dos hermanos portugueses que llevaron siete vacas y un toro desde Brasil a Paraguay, posibilitando que luego Hernandarias trajera aquí el ganado? ¿Quién conoce que la calle Jenner celebra al inventor de la vacuna antivariólica? ¿Y la calle Ehrlich al Premio Nobel de Medicina de 1908?
Hay en cambio algunas calles con nombres que no necesitan expliación. Como las calles Mediodía o Firmamento. O como Honor, Igualdad y Justicia. Y como Piratas, una insólita calle que –anota Castellanos- existe “en recuerdo de los numerosos piratas ingleses, franceses, daneses, etc. que desde antes de la fundación de Montevideo vinieron a nuestras costas atraídos por la fabulosa riqueza ganadera”.
Justamente estas calles tiene el tipo de nombre que los ediles siempre eligen eliminar, cuando se les ocurre incorporar un nuevo nombre y apellido a la nomenclatura ciudadana. Así se fueron, desde 1960 a la fecha, las calles Médanos, Pampas, Puma, Caridad, Constancia y Horizonte.
En ese lapso, a cambio de un puñado de fechas, nombres y apellidos, Montevideo perdió su Combate y cerró su Industria.
Eliminó su Paraíso y su Porvenir. Borró incluso la Armonía, la Fe y la Esperanza.
Pérdidas demasiado grandes para una ganancia que rápido será devorada por el tiempo.
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