2.11.10

Jaime Roos: de música, drogas y marketing

Jaime Roos, entrevista, músicaEn 1997 Jaime Roos anunciaba el comienzo de una nueva vida feliz, sin alcohol y sin drogas. Rechazaba las acusaciones de haberse dejado dominar por el marketing. Definía a Madonna y Michael Jackson como “basura comercial” y vaticinaba su progresivo ostracismo. Le realicé esta entrevista en su apartamento en la Ciudad Vieja cuando celebraba 20 años de carrera, horas antes de que subiera al escenario del teatro Solís para festejarlo con toda la pompa del caso. El extenso diálogo, del cual aquí se reproduce la mayor parte, se publicó el 7 de marzo de 1997 en la revista Tres.



-¿Cómo logró su independencia económica?

-Comencé a trabajar –a tocar- a los 15 años y empecé a ganar mi propio dinero. Ahí me pude comprar una remerita Lacoste trucha, un vaquero Lee trucho, pero que por lo menos se parecían a los originales. Cuando cumplí 21 años y trabajaba en un programa de televisión que se llamaba Coliseo Colifato y en varias obras de teatro, ganaba el equivalente a un salario. A esa edad fue cuando me fui a vivir a Europa.

-Hay quienes dicen que al empezar ya tenía un espíritu muy profesional.

-Tengo el respeto al dinero que tiene el sobreviviente. Siempre tuve la angustia de qué iba a comer la semana próxima, la angustia de quedarme sin techo. De mi viejo recibí la idea del respeto al trabajo y me hizo mucho bien, porque me permitió ir para adelante en ocasiones duras.

Ahora bien, de la misma forma en que yo respetaba el trabajo, siempre me gustó que respetaran el mío. Y me di cuenta que para eso, tenía que mostrar arriba del escenario el motivo por el cual me tenían que respetar. A mí siempre lo que más me interesó fue ser un artista. Y puse toda esa energía para ganar esa guerra. Y traté de hacerlo con todas las armas de que disponía: una de ellas es la disciplina profesional. Pero eso, a pesar de ser importante, es secundario. La brújula que guió siempre mi vida fue intentar producir arte. Sacrifiqué mucho para eso. La música para mí ha sido causa de mucho sufrimiento.

-¿Esos sacrificios incluyeron rupturas con su familia o con sus amigos por cuestiones de su carrera artística?

-No. Pero llevando adelante mis principios de arte tuve muchos enfrentamientos con músicos y gente del medio artístico.

-Ex músicos de sus bandas denuncian una especie de política utilitaria de su parte. Dicen que una vez que cumplieron su misión, se olvidó de ellos.

-Es típico de los divorcios. La mujer o el hombre despechado da su versión de los hechos. Yo nunca toqué con un músico a nivel utilitario, puesto que esta gente siempre estuvo de acuerdo en tocar conmigo. Por otro lado, nunca firmé contrato con un músico de por vida. Siempre quedó claro que el sistema de mis bandas funcionaba así: nos comprometíamos a tocar durante una temporada. Cuando termina, cualquier músico es libre de decir hasta luego. Y yo también.

Si alguien tiene la idea de que ha sido utilizado, pues realmente lo lamento mucho, jamás lo sentí así. Y agradezco además a todos los músicos que han tocado conmigo –o a casi todos-, por haber embellecido mis canciones, particularmente en las grabaciones.

-Otros dicen que el marketing mató su creatividad

-Conozco esas críticas y no las comparto. Creo que acá el ambiente artístico nunca entendió mi concepto de marketing. Son malos observadores. Y nunca quisieron aceptar que, si un disco mío se vende, es por porque a la gente le gusta la música que tiene dentro. El marketing es solo un apoyo para la música. Hay ciertos productos musicales que son inventos de marketing, pero no los míos. La gente cuando hoy, en la calle, canta Si me voy antes que vos –y lo digo sin ninguna falsa modestia- es porque le gusta la canción. Si yo no hubiera escrito Colombina o El hombre de la calle o Brindis por Pierrot… ¿de qué marketing me hablás? Como razonan estas personas, cualquier hijo caprichoso del dueño de un canal de televisión vendería miles de discos en Uruguay. Señores, ustedes que critican el marketing: hagan una canción como Si me voy antes que vos. Y después hablamos.

-Usted ha descalificado a otros artistas que también venden muchos discos y cuyas canciones también son cantadas en la calle por la gente: Julio Iglesias, Madonna, Michael Jackson…

-Es diferente. Los he criticado porque no los respeto artísticamente, porque son un producto diseñado por el marketing de la industria discográfica. La diferencia entre una canción buena que vende y una industrial que vende, es que la buena diez años después se va a seguir vendiendo y 20 años después va seguir formando parte del catálogo de la compañía. No creo que nadie en el futuro de la humanidad recuerde un tango cantado por Julio Iglesias. Y si me hablás de artistas de un mayor nivel musical, pero que siguen siendo basura comercial, como Madonna o Michael Jackson, apuesto botellas de vino a que si tenemos la suerte de vivir 20 años más, se va a poder comprobar que no va a haber ningún músico que los tome como referencia. Esa gente vende su carisma. En el caso de Madonna, buena actriz. En el caso de Jackson, buen bailarín. Ahora, musicalmente hablando, olvídalo.

Yo escribí Cometa de la farola hace 20 años y hoy los pibes de 15 y 20 años la canta, saltando, y se siguen comprando discos donde está esa canción. Esa ha sido mi pequeña batalla que por ahora le he ganado al tiempo.

-¿Los límites son tan claros entre los dos tipos de música?

-Hay zonas limítrofes que ponen a prueba el criterio de los mejores críticos musicales. Gloria Estefan hace un producto altamente comercial, pero que llega a momentos de gran arte. O los Bee Gees, que en algunas canciones trascienden esa frontera que les pone el comercio y el arte kitsch que practican, y llegan a puntos notables. Pero la frontera es clara: hay artistas que hacen algo y luego lo quieren vender, otros hacen las cosas pretendiendo venderlas de antemano. Esos son los equipos rivales.

-¿Y dónde se ubican músicos que en su país han conquistado un fervor enorme, como Roberto Carlos en Brasil?

-Me extraña que Chico Buarque y Caetano Veloso respeten tanto a Roberto Carlos. Artistas como él son más que nada mitos, como Sandro en Argentina, o como pudo ser Elvis Presley en Estados Unidos, a pesar de que tenía un nivel musical un poco mayor. Pero musicalmente los últimos años de su carrera son desastrosos. Son ídolos populares, pero esta idolatría no pasa por lo artístico. Y si alguien me quiere poner a mí en esa categoría, aquí en Uruguay, le digo que se equivoca (se ríe).

-Ha dicho que teme a la muerte por no creer en una fe concreta.

-La muerte me angustia no por morir sino por desaparecer. Ese nudo sigue igual, pero tengo una sensación de Dios. Me cuesta imaginarme todo este tinglado sin alguna explicación superior. Pero dudo mucho que exista una vida posterior a la muerte, directamente no creo en la reencarnación y la nueva onda new age me parece una fábula para adultos. Hasta que venga alguien y me demuestre lo contrario.

-¿Hay momentos en que quisiera tener menos obligaciones y más tiempo para lo que le gusta?

-Estoy en plan de cambiar mi vida. Lo necesito, así no puedo seguir. Pensé hacerlo en setiembre, pero me falló el intento. Pero el plan sigue intacto y sé que podré. No me refiero a dejar de hacer músico, sino a racionalizar el tiempo.

-¿Otras veces ha impuesto cambios radicales a su vida?

-Lo hice cuatro o cinco veces. Yo le llamo “prenderle fuego a la carpa”. Cuando me fui de Uruguay a los 21 años, me separé de mi novia, dejé mi casa, la facultad y me fui a Europa fue la primera. Llegué a París con 80 dólares. A las dos semanas estaba robando comida de los supermercados porque no podía comer, pero era el ser más feliz del mundo. Leía Trópico de Cáncer y me sentía el protagonista. Esa fue solo una de las veces.

-¿Cuando dejó el alcohol y la droga fue otra?

-Sí.

-¿Cómo fue?

-Corté de un día para el otro. Me lo marqué en mi agenda para seis meses después: el 3 de abril del 89 tenía que parar. Me daba cuenta de que antes no iba a poder. Consulté a un par de psiquiatras que me quisieron internar en una clínica. Finalmente decidí no hacer ningún tratamiento y arreglármelas solo. Y lo logré. Fue muy duro, pero también le prendí fuego a la carpa.

-¿Y qué pasó?

-Cambió mi vida completamente. Yo estaba desesperado, pero por suerte esa desesperación se tradujo en instinto de conservación. Y me hizo mucho bien. Se me aclaró la mente, el cuerpo, sentí el placer de estar sobrio, recuperé una serie de placeres familiares, vi como los que estaban a mi lado suspiraban aliviados, porque estaban muy preocupados. Mi salud mejoró y desde el punto de vista musical se redoblaron mis fuerzas. Yo no me hago trampas al solitario. Uno puede perder el instinto de conservación para siempre o por un tiempo, en mi caso felizmente fue por un tiempo. Tuve un par de años suicidas. Después me di cuenta de que quería vivir.



Entrevista de Leonardo Haberkorn. Publicada el 7 de marzo de 1997 en la revista Tres. Prohibida su reproducción sin autorización del autor.

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29.10.10

Suerte, Liscano

Sepultada entre las toneladas de artículos sobre la ley de caducidad, nadie parece haber reparado en una entrevista publicada dos viernes atrás en Brecha al director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano.
El artículo, del periodista Roberto López Belloso, mueve al asombro primero y al alivio luego. Su origen está en el conflicto sindical que se vive en la Biblioteca con motivo de la decisión de Liscano de negarle a un grupo de funcionarios una compensación en dinero que el resto sí recibió por su “compromiso con la gestión”.
“Los que están más comprometidos con las tareas de la institución reciben una compensación económica, que es muy pequeña (en su mayor parte, inferior a los 2.000 pesos), pero que me parece estimulante, que señala un camino, una política: acá se compensa el compromiso con el trabajo”, explica el director en la entrevista.
El sindicato reclama que ese dinero se reparta en partes iguales entre todos los empleados, más allá de su rendimiento. "O se lo merece todo el mundo, o no lo cobra nadie", declara uno de sus dirigentes. Liscano se aferra a su criterio y sostiene que el gremio pretende (como es norma en el sindicalismo uruguayo), “un cogobierno donde compartiríamos los derechos pero no las responsabilidades”.
El asombro llega cuando Liscano cuenta algunos casos concretos. El sindicato quiere que una funcionaria que se fue seis meses de mochilera tras solicitar una licencia sin goce de sueldo reciba la partida por “compromiso con la gestión”. Liscano no.
El sindicato también quiere que le den la partida a Luis Bazzano, dirigente sindical, quien según el director faltó al trabajo 123 días en siete meses “o sea que faltó 17,15 días por mes. Como el mes tiene 20 días laborables, trabajó poco más de dos días por mes”.
Amparado en que es dirigente gremial y en las generosas leyes laborales, Bazzano trabaja doce horas por mes, lo mismo que muchos uruguayos trabajan en un solo día. Bazzano labora tres horas por semana. Y, claro, además quiere la compensación por compromiso con la institución.
El alivio viene luego, cuando Liscano, analiza esta situación y el reiterado choque de los privilegiados y poderosos sindicatos de empleados públicos con el actual gobierno de José Mujica.
“Creo que la izquierda está recibiendo una parte de su propia medicina. Esto pasó siempre, lo que pasa es que ahora le tocó a la izquierda. Antes la izquierda apoyaba cualquier conflicto, independientemente de la justicia o no de las reivindicaciones, o de si la medida era proporcionada al conflicto. Y los gobiernos blancos y colorados fueron cediendo. Acá tenemos gente trabajando cuatro horas por día, pero que tienen contrato por 40 horas semanales, así que en los hechos ganan el doble. Pero lo que pasó fue que cuando trabajaban ocho les bajaron a seis porque no se les podía aumentar el salario, después con otra reivindicación salarial les bajaron a cuatro horas, y ahora es un derecho adquirido. Todo eso ocurrió antes del año 2005. Ahora estamos recibiendo eso que nosotros mismos apoyamos”.
La "herencia maldita" al revés.
El periodista de Brecha siente el evidente mazazo de las palabras de Liscano y le dice:
-Para el pensamiento tradicional de izquierda, eso que está diciendo es muy duro.
Liscano responde:
-Sí, sí, es muy duro, pero es lo que yo pienso. Cuando yo he criticado a Sanguinetti, a Jorge Batlle, a los militares, no me estaba conteniendo.
Uno siente verdadero alivio de ver a alguien que desde el gobierno habla con honestidad y sin ese cinismo que hoy parece haber ganado a tantos dirigentes del Frente Amplio y a sus voceros, capaces hoy de los más inconcebibles saltos mortales con tal de defender lo indefendible. Hacen acordar a los peores tiempos del Foro Batllista.
“Yo no soy candidato a nada, no estoy haciendo carrera política”, dice Liscano en otro pasaje de la entrevista, que vale la pena leer completa. “A los 61 años no puedo estar jugando a que administro una cosa pero en realidad no la administro yo, sino que se administra sola o es coadministrada o cogestionada, y es algo que yo no puedo aceptar”.
Ojalá tenga mucha suerte.
Le va a hacer falta.

Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción sin autorización del autor.
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21.10.10

El Vaticano del Pepe

De la galera. De ahí sacó el presidente José Mujica la idea de designar 18 coordinadores de la Presidencia en cada departamento del interior. Mujica no propuso este proyecto en la campaña electoral, a pesar de que micrófonos le sobraron. Solo para el libro Pepe Coloquios, el hoy presidente concedió 14 entrevistas, 28 horas de grabación, todas sobre cómo sería su gobierno. Allí habló de todo y de todos, incluso lanzó su aspiración de dotar a la Fuerza Aérea de kamikazes. Pero en esa maratón de proyectos no hubo ni siquiera una mención al pasar, ni una línea, ni un renglón, a los 18 coordinadores de la Presidencia. Nada. Si el plan es tan bueno como se dice hoy, ¿para qué ocultárselo a la ciudadanía?
La iniciativa de crear un ejército de coordinadores de la Presidencia parte, qué paradoja, de un presidente que ha hecho de la austeridad una bandera de vida. La gente votó a Mujica con la certeza que bajo su Presidencia ni un peso sería malgastado. Mujica ha hablado una y mil veces, durante años, de la necesidad de achicar los gastos políticos del Estado. Él mismo planteó, por ejemplo, pasar a tener un Parlamento unicameral. Ahora que es presidente y tiene mayorías legislativas y puede hacer lo que tanto prometió, ¿ésta es su manera de achicar la burocracia política?
Choca también ver cómo un Mujica que se ha pasado la vida pregonando la necesidad de buscar puntos de encuentro entre todos los uruguayos se despacha ahora con un proyecto que va en sentido opuesto a uno de los muy pocos asuntos, quizás el único, en el cual estamos todos de acuerdo: tenemos demasiada burocracia. Es hora de achicarla –lo dicen todos, desde Fernández
Huidobro a De Posadas- no de agrandarla. Todos dimos por seguro que Mujica no iba a traicionar ese consenso.
Debido a la oposición que generó, el planteo ha sido rebajado en parte. Ahora se habla de que en lugar de 18 coordinadores departamentales serán “solo” seis y regionales. En eso se basa, por ejemplo, el sector de Jorge Larrañaga para apoyarlo.
Sin embargo, que sean 18 o seis no elimina todo lo anterior ni tampoco hace que la propuesta se transforme en buena. Que sean seis, 11 o 18 no cambia lo básico de este proyecto: es innecesario, superfluo, retrógrado, casi decimonónico. La gran idea del presidente Mujica habría sido útil en la época de los chasques. Pero desde la invención del teléfono dejó de tener sentido.
Gracias al poder enorme de la actual tecnología, tengo un amigo que desde Holanda, él solo, coordina equipos de trabajo en la India, Japón, Estados Unidos, Brasil, México y en otros sitios de Europa. Solo una vez por semana va a su oficina. El resto de los días hace el trabajo desde su casa, con su computadora. Eso hace que cada jornada gane dos horas más de productividad. Hace poco tuvo que venir a Uruguay por unos días. No pidió licencia. Continuó haciendo la misma labor de siempre, solo que desde Montevideo. Ése es el mundo de hoy. En cambio, esta onerosa partitura que se nos quiere imponer, música y letra de Mujica y arreglos de Larrañaga, es de la época de las vitrolas. Es un monumento al Uruguay del atraso.
El proyecto todavía se comprende menos cuando se sabe que la mayor parte de los ministerios ya tiene sus coordinadores departamentales. Están todos reunidos en pequeñas ciudades y son incapaces de coordinar entre ellos. ¡Y la gran solución es crear más cargos en lugar de hacer funcionar bien a los
que ya existen!

***

Lo peor es que, visto desde una perspectiva más amplia, el asunto es aún más preocupante.
El presupuesto nacional que se está discutiendo no solo impone a los coordinadores presidenciales, sino que crea decenas de otros nuevos cargos de confianza política, unos 60 en total según informó la prensa. También elimina una reforma concretada en el gobierno de Tabaré Vázquez por la cual se habían creado unos puestos de “alta especialización” en el Estado –cargos de confianza que debían ser ocupados por técnicos y especialistas de capacidad probada. Estos puestos son ahora transformados lisa y llanamente en cargos de confianza política: auditor interno de la Nación, director de la Propiedad Industrial, director del Museo Histórico Nacional, director técnico del Instituto Nacional de Estadística, inspector general de Trabajo, director técnico de Energía, director de Catastro y director de Pequeña y Mediana Empresa.
Quienes asuman en estas tareas ya no tendrán que exhibir ninguna idoneidad en la materia. Es una resolución curiosa en un presidente que ha repetido muchas veces que necesitamos un estado moderno.
Como ya sucedió con los ocho alcaldes de Montevideo, la mayor parte de estos nuevos cargos serán adjudicados a militantes del MPP. Todos ellos, en especial los delegados del presidente, serán agraciados con sueldos altos y beneficios generosos. Los ocho alcaldes de Montevideo recibieron una retribución de 80.000 pesos mensuales (¡uno de ellos se votó su propio salario en la Junta Departamental!). Si eso es lo que gana un simple alcalde barrial derrotado por el voto en blanco, más vale no imaginar cuánto nos costará cada delegado regional del mismísimo presidente de la República.
Pero los nuevos cargos de confianza política no se llevarán a su casa 80.000 ni 120.000 pesos. Agitando nuevamente la bandera de la austeridad, el MPP tiene topeada la cantidad de dinero que pueden cobrar sus integrantes que ocupan cargos de confianza. Sólo pueden quedarse con 37.000 pesos. El resto va para el propio MPP. Así, cada mes que pasa, este sector político recibe una fortuna, miles y miles de dólares, provenientes de los sueldos de sus cada vez más números cuadros de confianza. Si Mujica es el nuevo Jesús de los pobres como pretenden algunos, el MPP es el Vaticano: lleno de poder y dinero.
La voracidad del MPP parece no tener fin. Aunque el sector niega haber tenido parte en esta decisión, es imposible no asociar la reciente remoción de veinte directores de hospitales y su sustitución, en algunos casos, por enfermeros y militantes sindicales. ¿De qué partido serán?
Los aportes partidarios son la pasta base de la política: siempre se necesita más.
Todo esto no es original. Todo esto ya lo hizo antes el PT en Brasil. Es la receta del éxito, la que permite ganar una elección tras otra. Se copa el Estado. Se multiplican los cargos de confianza. Se designa a los correligionarios. Se les topea el sueldo. El partido absorbe la mayor parte de esos ingresos. El partido se enriquece, acumula un tesoro que se maneja a discrecionalidad pensando siempre en cómo ganar la siguiente elección. Y se gana. Dilma Rousseff le lleva millones de dólares de ventaja a José Serra en cuanto a gastos de campaña.
El esquema, además del peso brutal que supone para todos los ciudadanos, disimulado en estos años de bonanza económica, tiene un talón de Aquiles: la corrupción. En Brasil todo el dinero “caja dos” se ha usado para las mayores chanchadas, incluyendo la compra de votos en el Parlamento. Y todos los escándalos de corrupción del gobierno de Lula, que darían para llenar varias páginas, fueron protagonizados por cargos de confianza política, amables donantes de buena parte de su sueldo al partido. (El PT toma de cada uno un porcentaje preestablecido según el monto de su salario).
Nuestra fiesta no tiene nada de original.
Y tampoco es tan nueva o tan rara. A decir verdad, ya habíamos vivido antes cosas parecidas.
Solo que el presidente Mujica se pasó una década pregonando otra cosa.

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Sobre el mismo tema: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2010/09/la-pasta-base-de-la-politica.html


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