28.8.10

No, no somos tan distintos

Debido a múltiples mensajes que me han llegado a mi correo y a través de Facebook y Twitter respecto al artículo sobre los Kirchner (“Eterna inocencia, tercera parte”) me permito agregar algunas cosas.
El artículo habla sobre los Kirchner y la relación de los argentinos con sus líderes. No es un juicio de valor sobre la Argentina en general, país que en muchas cosas nos aventaja. Tampoco refiere a los uruguayos, ni a los cubanos, los estadounidenses, los españoles, pakistaníes o afganos. Es imposible incluir al mundo entero en un solo artículo, o al menos yo no tengo esa capacidad.
No lo digo, ni lo sugiero, que los uruguayos seamos muy distintos a los argentinos. Al contrario, creo que somos muy parecidos, mucho más de lo que nos gusta asumir. Me he ocupado muchas veces de la política uruguaya y de nuestros políticos, y no suelo guardarme nada respecto a nadie, a ninguno de nuestros bandos. Muchos de esos artículos están en el archivo de este blog, bajo las etiquetas de Política uruguaya y Uruguay.
Obviamente, hay corrupción en todos lados. En Uruguay también hubo y hay, las noticias de cada día son por demás tristes y elocuentes. En Argentina se descubren más trapos sucios por varias razones. El país es más grande, se mueve más dinero, eso es obvio. Pero, además, allí no existe nada parecido al corporativismo que hay en Uruguay entre los políticos y muchos politólogos, académicos y periodistas: basta ver a todos los que hoy andan por ahí bajándole los decibeles al caso Gonzalo Fernández, como si de un minúsculo descuido se tratara, y como si éste fuera su primer escándalo. A eso, que no es poco, hay que agregar que en Argentina el periodismo investiga mucho más que en Uruguay, sus compromisos son mucho menores que los que existen acá, y los grandes medios se atreven a contratar periodistas incómodos y no como en la República Oriental, donde por cosa que escribís te ligás un rezongo, la censura lisa y llana y hasta un despido.
Por algo escribo en un blog, a costa de mi bolsillo.
Hechas todas estas aclaraciones, que los buenos artículos no merecen, lo que escribí sobre los K es lo que pienso.

27.8.10

Argentina: eterna inocencia

Leopoldo Galtieri invadió las Malvinas como un gesto desesperado por revertir la mala imagen de su gobierno y lograr que la dictadura continuase en el poder.
Puede parecer descabellado y lo fue, pero en principio la jugada no le salió mal: cientos de miles de argentinos, representantes de una abrumadora mayoría, fueron a la Plaza de Mayo a vivarlo como a un campeón. Claro, hoy a nadie le gusta recordar que semejante personaje de manos sanguinolentas fue, por unos días, el mayor héroe de la nación. Nadie estuvo ese día en la Plaza de Mayo.
Hoy, a la luz del escandalete de Papel Prensa, parece evidente que el matrimonio K. desempolva viejos temas de hace treinta años haciendo cálculos como Galtieri los hizo, entre whisky y whisky, en 1982.
Los K., como los militares entonces, quieren ganar tiempo en el poder. El tiempo es muy importante para el matrimonio K. entre otras cosas porque cada año que pasan en la Presidencia su patrimonio crece en millones de dólares, como se ha demostrado. El modo en que se ha enriquecido esta pareja presidencial, suerte de Pimpinelas de la política y del Progresismo, amigos de nuestro presidente, no recuerda ya a Galtieri, sino a Carlos Saúl Menem.
Cuando los argentinos lo reeligieron, toda la inmoralidad que rodeaba a Menem y su séquito estaba a la vista, rompía los ojos. Sin embargo, allá fue la mayoría a votarlo, a darle un segundo mandato, a renovar el contrato con la corrupción, la pizza con champán y el baile con las odaliscas.
Después, cuando el castillo de naipes se derrumbó y el pillaje quedó a la vista, nadie fue. Salvo excepciones, ningún argentino dice hoy: yo voté dos veces a Menem. Lo mismo que aquella tarde en que Galtieri fue coronado en la Plaza de Mayo, nadie estuvo, nadie fue, nadie tiene nada de que arrepentirse.
Con los K. pasará lo mismo. Ya llegará el día en que la feroz propaganda, las enconadas luchas contra molinos de viento y el ejército de alcahuetes (uruguayos incluidos) no podrán ocultar como la democracia argentina se ha rebajado en estos años, mientras el matrimonio presidencial llenaba sus depósitos bancarios de millones y millones de dólares, como si de cambio chico se tratara.
Ese día va a llegar. Y cuando llegue, nadie habrá sido. Como ocurrió con Galtieri, como ocurrió con Menem, todos en Argentina serán inocentes y dirán: ¡Qué horror! ¡Cómo pudo pasarnos esto!

Artículo de Leonardo Haberkorn
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25.8.10

Yo sé que hay temas más importantes

El 11 de noviembre de 2009 tuve un pequeño problema de salud y estuve tres días internado. Luego me enviaron a mi casa con la consigna de pasar una semana en reposo, sin ir a trabajar. En esas jornadas de descanso obligado aproveché para hacer muchas cosas postergadas. Una de ellas fue reclamar a la Intendencia de Canelones por el alumbrado de mi calle, que llevaba semanas en la más absoluta oscuridad porque los tres focos habían dejado de funcionar ya desde antes de mi internación.
Le hice el reclamo a W., un amable funcionario que atendía el teléfono en la sección de alumbrado público y siempre se disculpaba por las inexplicables demoras de la Intendencia de Canelones en arreglar algo tan sencillo como unos focos.
Han pasado casi diez meses de mi reclamo. En ese lapso el 2009 se fue y vino el 2010, se celebró la segunda vuelta de las elecciones nacionales, Mujica fue electo presidente del Uruguay, Lacalle tuvo que archivar su motosierra, Bordaberry se adueñó del Partido Colorado, el misterioso Saúl Feldman se hizo matar en su casa en Shangrilá con su arsenal y sus secretos a cuestas, hubo elecciones municipales y ganó una Heladera, un terrible terremoto destruyó Haití y luego otro se ensañó con Chile, Peñarol volvió a salir campeón uruguayo, Mujica asumió la presidencia, Calamaro cantó en el Velódromo, robaron a mi vecina de enfrente y luego a la de la esquina, Uruguay salió cuarto en una Copa del Mundo, Forlán ganó el Botín de Oro, los piqueteros de Gualeguaychú desalojaron el puente, estalló un escándalo de corrupción en la Armada, los Peirano quedaron libres de toda culpa (Gracias Gonzalo), el Inter de Porto Alegre salió campeón de la Libertadores, se confirmó que los Pixies actuarán en Montevideo, nos enchufaron el sistema de alcaldes y al hijo de Sonia Breccia, se publicaron dos grandes libros de Jorge Burel y Marcello Figueredo, la selección de básquetbol clasificó a los Panamericanos, Santos ganó las elecciones en Colombia, Natalia Oreiro se suicidó artísticamente en un aviso de tv, Nadal volvió a ser el número uno del tenis del mundo y Obama comenzó a retirar a sus tropas de Irak.
En ese lapso, yo pagué casi diez meses de alumbrado público. Carámbula fue reelecto intendente de Canelones. Y W. – el amable funcionario municipal que recibía mis reclamos- ya no atiende más el teléfono. Murió.
Todo eso ocurrió y muchas cosas más también. El mundo entero cambió.
Pero hay dos cosas que permanecen invariables. Una es la desvergüenza -lindante con el delito- de la Intendencia de Canelones, que cobra por servicios que no presta. La otra es mi calle. Siempre a oscuras.



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